avivir NUEVOS MODELOS DE FAMILIA COMO DAR RESPUESTA A LOS Nuevas terapias para nuevos estilos de convivencia

Número 228 I MARZO - ABRIL 2009 Revista del Teléfono de l a Esperanza avivir www.telefonodelaesperanza.org COMO DAR RESPUESTA A LOS NUEVOS MODELOS

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Número 228 I MARZO - ABRIL 2009

Revista del Teléfono de l a Esperanza

avivir www.telefonodelaesperanza.org

COMO DAR RESPUESTA A LOS

NUEVOS MODELOS DE FAMILIA En 20 años se ha duplicado el número de españoles que viven solos

Virginia Cagigal: “Si hay un hilo de amor, hay familia”

Nuevas terapias para nuevos estilos de convivencia

SUMARIO

SUMARIO Carta del Director A fondo Familias para todos los gustos // 6

De la familia tradicional a los nuevos modelos familiares Por Herminio Otero

Nueva terapia familiar // 14

La salud psíquica en los nuevos estilos de convivencia Por Alejandro Rocamora

Jóvenes ‘a la intemperie’ // 20

Cuando los matrimonios se derrumban, los hijos pueden quedarse bajo los ‘escombros’ si no se les ‘rescata’ con grandes dosis de amor Por José Luis Rozalén

Los nuevos hijos // 26 Cómo ponerse en el lugar del niño Por José María Jiménez

Entrevista // 34

Con Virginia Cagigal, de la Unidad de Intervención psico-social de la Universidad Pontificia Comillas Por Gloria Díez

Cine // 42

Imágenes de familia Por Norberto Alcover

A pie de calle // 52 La familia y uno más: la crisis Por Antonio Saugar

Director: Pedro Miguel Lamet

Colaboradores: Herminio Otero Alejandro Rocamora Redactor jefe y Publicidad: José Mª Jiménez Fernando Alberca Gloria Díez José Luis Rozalén Diseño gráfico: Antonio Saugar José Luis Mendoza Coordinación: Edita: Impact 5 Teléfono de la Esperanza Tel.: 917 818 795 Depósito Legal: M-28.500-1973 Con la financiación de: Dirección, redacción y administración: Francos Rodríguez, 51 (Chalet, 25) 28039 Madrid Tel.: 91 459 00 62 Fax: 91 459 04 50 e-mail: [email protected]

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Carta del Director

TODO LO QUE NECESITAS ES AMOR All you need is love: “Todo lo que necesitas es amor” cantaban los Beatles sintetizando en pocas palabras el sentido mismo de la vida. Pues desde que el hombre es hombre ha experimentado el instinto de crear un hogar y reproducirse en él. Noel Clarasó lo decía con humor: “El hombre puede llegar a no tener familia, pero empieza siempre por tenerla: en eso de la familia hay algo que no depende de uno”. Pues bien, todo el mundo dice que ese núcleo primario de convivencia está en crisis. Separaciones, divorcios, solterías más o menos obligadas, uniones de homosexuales, padres o madres que crean familias monoparentales, hijos que no se deciden a salir de casa y fundar sus propios hogares... ¿Qué pasa realmente? La primera respuesta podría ser que en general nuestro mundo está en crisis respecto a los valores tradicionales no sólo en lo que respecta a la familia sino en toda su cosmovisión axiológica. Ante estos hechos y las consecuencias que pueden tener, sobre todo para los más débiles -hijos, ancianos, esposas maltratadas-, hay un sector de la sociedad que se indigna y reclama una urgente vuelta al pasado, que pide a voces la vuelta de la familia tradicional sea como sea. Pero el proceso vital en este mundo no es una película que pueda rebobinarse de pronto en una moviola. La historia avanza hacia adelante y los hechos, se esté o no de acuerdo con ellos, son los que son. Para defender esa familia tradicional suele esgrimirse como único valedero un cierto modelo cristiano. Sin embargo no deja ser paradójico que el fundador del cristianismo defendiera una familia que debía superar los vínculos de la carne y la sangre: “Estos son mi madre y mis hermanos” afirma, cuando le aseguran que le buscan su madre y sus hermanos, dirigiéndose a la pobre gente que le rodeaba. Tampoco sería de recibo que la familia sea sólo patrimonio de una afiliación política concreta, porque esto excluiría sus valores y ventajas para otras opciones y partidos dentro de un sano y lícito pluralismo democrático. De todo ello se deduce que no nos sirven las lamentaciones y nostalgias, y que sólo podemos jugar con las cartas que tenemos, partiendo de la realidad constatable y desnuda, con sus limitaciones y posibilidades. Dado lo delicado del tema, hemos recabado para diseñar este número el asesoramiento de la Unidad de Intervención psico-social de la Universidad Pontificia Comillas y más en concreto de su director, Rufino Meana, al que agradecemos su colaboración. Ante una problemática tan diversa se impone primero analizar la nueva tipología familiar que está surgiendo de los actuales comportamientos y formas de vida. Luego vendrán las respuestas, las terapias, los esbozos de soluciones. Conscientes no obstante de que, en este laberinto de hijos, padres y abuelos, atrapados por continuos desafíos que les plantea esta era de globalización e irrupción de las libertades, no podemos contar con respuestas preestablecidas. “No podemos responder a los problemas del mañana con soluciones de ayer” decía el lúcido Pedro Arrupe. Aunque no sería poco si somos capaces de describir la situación y comprender cuáles son los vectores que nos conducen al futuro. Es lo que modestamente pretendemos con este número. En la entrevista que publicamos hay una frase de Virginia Cajigal de Gregorio que vale por todo él: “Si hay un hilo de amor, hay familia”. Es verdad que el ideal es un núcleo familiar completo con padres, hijos, abuelos, como toda la vida. Pero si éste falta, o está truncado o es inviable, un poco de amor puede salvar y curar, venga de quien venga. “Todo lo que necesitas es amor”. Así de sencillo y así de difícil. ¿Quién no ha tenido alguna experiencia iluminadora en este sentido? Aquella tía, aquella abuela, aquel padre viudo que tiró para adelante. A partir de ahí pueden buscarse soluciones más ambiciosas, desde luego, que repercutirán sin duda no sólo en la felicidad de las personas, sino también en el bienestar de la sociedad. Pues ya lo decía el viejo Sófocles: “El que es bueno en familia es también buen ciudadano”.

Pedro Miguel Lamet

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FAMILIAS PARA TODOS LOS GUSTOS Por Herminio Otero

De la familia tradicional a los nuevos modelos familiares

La familia ya no es lo que era. Dentro de una sociedad cada vez más cambiante, ha disminuido considerablemente la proporción de hogares que representan el modelo de familia nuclear “clásico” (padre, madre y al menos un hijo), al tiempo que han ido apareciendo nuevos modelos familiares, cada vez más habituales, que se consideran normales aunque no ya tradicionales. Hace poco más de medio siglo comenzó a decirse que “familia que reza unida permanece unida”. Se cantaba entonces que “la televisión pronto llegará y todo cambiará”. Y la televisión llegó y todo cambió. Algunos volvieron a decir que “familia que ve la televisión unida permanece unida”. Era de broma, pero la televisión nos puso contra la pared y la vida fue distinta, no porque la televisión la transformara sino porque el mundo cambió de repente (un poco antes en Europa que en España). ¿Y la familia? Hundía sus raíces en la noche de los tiempos: había nacido de las tribus y clanes y serpenteó a lo largo de la historia acomodándose a las diferentes culturas. Y lo sigue haciendo hoy. Las normas de la familia pueden ser distintas en cada caso, y los valores, diferentes, lo mismo que las estructuras sociales que la sustenten, pero la organización de la sociedad en familias es prácticamente universal. El artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1949) establece que “la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del estado”. O sea, que todo el mundo tiene derecho a tener y a formar una familia.

Pero las Naciones Unidas proclamaron 1994 como Año Internacional de la Familia, entre cuyos objetivos estaba promover la producción y difusión de conocimientos acerca de la situación de la institución familiar.

La familia sigue siendo la institución social más valorada en España Por entonces comenzó a tomarse clara conciencia de que los cambios demográficos, sociales, económicos y culturales registrados en el mundo habían trastocado el propio concepto de familia y su función social, y se fortificó la hipótesis de que la idea parsoniana de familia nuclear, como modelo universal, ya no servía como punto de referencia. Lo que Morgan denominó consanguinidad, historiadores y antropólogos, parentesco, y los sociólogos, familia; se estaba evaporando, difuminando, disociando. Y el término “familia” fue perdiendo su sentido etimológico hasta el punto de no encontrar un indicador único, claro y preciso de lo que se debe entender por familia.

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Qué es una familia ¿Y qué es una familia? Los expertos la definen como un grupo de personas, unido por vínculos afectivos, de sangre, legales, económicos y de convivencia. Este grupo cumple una serie de funciones fundamentales para la supervivencia de sus miembros y de la sociedad, pues está estructurado como un sistema de relaciones abierto: está más o menos pautado y es estable gracias al equilibrio que mantiene entre la tendencia a la continuidad y la constante transformación producida por el cambio de alguno de sus miembros o del contexto en el que se inserta.” Centrándonos en nuestra cultura europeo-mediterránea de inicios del siglo XXI, se considera familia al núcleo formado por un adulto o una pareja estable que convive con sus hijos y que se configura por lazos fundamentalmente afectivos y de convivencia, ya que la familia ha vivido en los últimos tiempos uno de los cambios más relevantes. Detrás de esos cambios se encuentran el deseo de “autorrealización” y la progresiva subjetivización de las relaciones, que han convertido a la familia (institución rígida y bien pautada en otros tiempos) en una realidad fundamentalmente psicológica: “mi familia”, cuya estructura viene amalgamada con vínculos de afecto y de convivencia, y cuyos cambios provienen de la superación del tipo de vínculos que la conforman. • Superación de los vínculos legales: parejas de hecho, convivencia con mayores de edad sobre los que no se tiene ya tutela... • Superación de los vínculos “sanguíneos” y reproductivos: parejas homosexuales, parejas con hijos adoptivos, crianza de los hijos del cónyuge con los que tampoco se establecen vínculos legales... • Superación de los vínculos económicos: independencia económica de las mujeres, los hijos ya no son un seguro de vida... • Superación de los vínculos sociales: valoración positiva de la soltería, normalización de las familias monoparentales y de las rupturas matrimoniales...

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Según esto, la familia nuclear sería el grupo formado por un matrimonio y sus hijos (biológicos o adoptivos, de un solo cónyuge o de ambos), una pareja de hecho (heterosexual y homosexual) y sus hijos, un/a viudo/a o un/a soltero/a y sus hijos...

Los nuevos modelos de familias, las monoparentales y las reconstituidas, son las que más acuden a los servicios sociales reclamando ayuda para atajar la conflictividad de sus hijos La familia, en crisis Las tres últimas décadas han estado marcadas por una visión cada vez más apocalíptica de la realidad de la familia, a la que se ve sometida a crisis y cuya disolución llega incluso a barruntarse por estudiosos, medios de comunicación y conversaciones de calle. Más allá de una visión supuestamente progresista, que tacha a la familia de opresora y de transmisora de unas estructuras sociales injustas, o de una visión tradicionalista, que considera que la familia actual no es una verdadera familia y que vaticina su muerte –y con ella, la de la cultura– si no se da marcha atrás restableciendo los papeles “naturales”, las jerarquías y la institucionalización legal y sancionada moralmente, hay una visión más positiva: la familia actual vive una fase de replanteamiento y adaptación de los modelos familiares, de la que puede salir fortalecida y renovada, como ha sucedido en otras ocasiones a largo de la historia y de las diversas culturas. En Europa este cambio se produjo progresivamente tras la II Guerra Mundial. En España se concentró en los cambios económicos, políticos y sociales que tuvieron lugar en la transición democrática, y que podemos resumir así a partir del esquema de la profesora Ana Berástegui:

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• Cambios legislativos derivados de la Constitución: La igualdad hombre y mujer, la igualdad de todos los hijos frente a la ley, la despenalización sexual (adulterio, Ley del divorcio, homosexualidad...) permitieron regular muchas situaciones de hecho, pero se creó un ambiente de fragilidad. Salieron a la luz diversos colectivos sociales que reclamaron el derecho de ser legitimados como familia: familias reconstituidas, parejas de hecho, parejas homosexuales, familias adoptivas, familias monoparentales... • Secularización de la sociedad: La familia católica dejó de ser la única legal y moralmente aceptable y se convirtió en una más de las formas de ser familia. Los valores se diversificaron y uno de los cuales, el de la sexualidad, llevó a la separación de los conceptos sexo-matrimonio-procreación. La sexualidad ya no representa lo puro y lo misterioso como pilar de la reproducción.

• Influencia de los avances científicos: La revolución de los electrodomésticos cambió la forma y el tiempo dedicados al trabajo doméstico, y la revolución de la medicina aumentó la esperanza de vida y proporcionó acceso a los métodos anticonceptivos y de reproducción artificial. Mi profesor de moral recordaba cómo se decía que Pablo VI había dado marcha atrás en el reconocimiento de la píldora y otros medios anticonceptivos en la Humanae vitae no tanto por considerarlos inaceptables en sí mismos sino por el temor al aumento de las relaciones extramatrimoniales. • Desarrollo del estado de bienestar: “La familia deja de ser una necesidad de supervivencia y se convierte en una necesidad de identidad y autorrealización”. • Cambio en los modelos económicos y de trabajo: La mujer fue entrando progresivamente en el mercado laboral, a la vez que se retardaba la entrada de los jóvenes en

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ese mismo mercado, con los consiguientes cambios en la estructura familiar: ausencia de la madre, permanencia de los hijos en el hogar familiar... Por otra parte, “el aumento de la inmigración en España y la progresiva apertura de nuestras leyes a la reagrupación familiar nos hace convivir con modelos familiares basados en otros valores y otras culturas, amén de la pluralidad que se ha ido importando de los modelos europeos de familia, a los que tratamos de equipararnos.” • Influencia de los medios de comunicación social: En las teleseries de máxima audiencia se alientan modelos de “familia feliz tipo” a la vez que se reflejan todo tipo de nuevas situaciones familiares, generalizándolas como si fueran comunes. Por otra parte, se plantean imágenes de crisis recalcando los macabros entresijos de familias desestructuradas (violencia contra la mujer, abandono de ancianos, maltrato a los niños...) o amplificando situaciones particulares (confesiones televisivas de las relaciones personales) sin plantear que no son realidades comunes o necesariamente gestadas por nuestra sociedad y nuestra familia actual.

Nuevos modelos de familia Todos estos cambios han llevado poco a poco a configurar un nuevo mapa de las familias, en el que la familia tradicional aparece desdibujada y ha ido perdiendo sus antiguos puntos de referencia. La familia, que originariamente fue definida como “unidad de consumo y producción de bienes y servicios”, y luego como “refugio de estabilidad psíquica y afectiva de los adultos”, se define hoy como “matrimonio, parentesco o convivencia que constituyan núcleos estables de vida en común”. O sea, en la actualidad se entiende por familia “toda convivencia bajo el mismo techo con ánimo de permanencia y ámbito de privacidad, sin considerar sexos, edades o existencia de parentesco legal”. Con ello, el concepto de familia no sólo se separa del de matrimonio, sino que se desconecta de lo que ha sido la base y el fundamento de la institución familiar en todas las culturas: la hete-

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Según datos del Instituto Andaluz de Estadística de 2006, el 48 por ciento de los hogares malagueños estaba formado por parejas de hecho, divorciados, matrimonios homosexuales o madres solteras, lo que ya no responde a la estructura clásica de matrimonio con hijos

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NUEVO MAPA DE LA FAMILIA Categorías

1970

1991

2001-2003

Tamaño medio de la familia

3,8

3,2

2,9

Edad media de las mujeres al primer matrimonio

19,7

23,9

28,6

Edad media de las madres al nacimiento del primer hijo

20,8

25,3

29,7

2,8

2,2

1,26

21,2%

24,4%

36

Número medio de hijos por mujer Porcentaje de mujeres casadas con empleo Porcentaje de hogares con un adulto e hijos

7%

Otro tipo de hogares Nacimientos fuera del matrimonio rosexualidad. A la vez, va desapareciendo poco a poco el modelo patriarcal, que ha prevalecido durante siglos, y se está dado paso a tantos tipos de familias como sociedades, clases sociales, sistemas políticos y sociales existen. (Véase en el recuadro los diversos Tipos de familia actuales). En esa tipología hay que incluir los modelos que han aparecido o que se han hecho más habituales en las dos últimas décadas: homosexuales, lesbianas, solteros o solteras con hijos creados por inseminación in vitro, segundo matrimonio con hijos aportados por ambos cónyuges del matrimonio anterior... Detrás de esos datos se esconden otras variables que también conviene tener en cuenta. Véanse los datos del Nuevo mapa de la familia, que nos permiten situarnos en el origen de ese cambio y descubrir las raíces del la situación actual.

15,5% ----

10,7%

21,4%

Importancia de la familia Poco a poco los nuevos modelos de familia han comenzado a equipararse a los tradicionales. Y ahora el hogar tradicional se ve desbancado por modelos de familia para todos los gustos, surgidos por el retraso en la formalización de las parejas, la aparición de nuevas fórmulas de convivencia, la caída de la fecundidad y el incremento de las separaciones y divorcios. Vayámonos a Málaga, por ejemplo. Según datos del Instituto Andaluz de Estadística (IEA), desde 1990 se duplicó el número de malagueños que decidieron vivir solos, de modo que, en 2006, el 48 por ciento de los hogares estaba formado por parejas de hecho, divorciados, matrimonios homosexuales o madres solteras, lo que no responde a la estructura clásica de matrimonio con hijos. Así se ha llegado a una situación en la que las familias son aquellas que cada uno elige o a las que se

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TIPOS DE FAMILIA Frente a la homogeneización del modelo familiar, que todavía flota en las representaciones sociales, cada vez es mayor la diversidad de configuraciones de familia.

lia más frecuente en la Unión Europea. De la familia reconstituida más antigua, la de toda la vida, es de donde proviene la figura del padrastro o madrastra.

• Familias nucleares: Están compuestas por un hombre y una mujer, unidos mediante matrimonio y sus hijos. Es el más frecuente en Europa.

• Familias con hijos adoptivos: Son familias, con hijos naturales o sin ellos, que han adoptado uno o más hijos. Pueden ser familias de cualquiera de los tipos anteriores.

• Familias nucleares simples: Están formadas por una pareja sin hijos. • Familias en cohabitación: Convivencia de una pareja unida por lazos afectivo, pero sin el vínculo legal del matrimonio. Son las parejas de hecho, cada vez más frecuentes, especialmente entre los jóvenes. • Hogares unipersonales: Hogares formados por una sola persona, mujer o varón, ya sea joven (suelen ser solteros), adulta (generalmente separados o divorciados), anciana (generalmente viudos). • Familias monoparentales: Están constituidas por un padre o una madre que no vive en pareja y vive al menos con un hijo menor de 18 años. Puede vivir o no con otras personas (abuelos, hermanos, amigos...). En España vive un adulto solo con uno o varios hijos en 7 de cada 100 hogares. Las mujeres encabezan 9 de cada 10 hogares monoparentales. • Familias reconstituidas: Se refiere a la familia que, rota después de un divorcio, se rehace con el padre o madre, que tienen a su cargo los hijos y su nuevo cónyuge, que también puede tener hijos. Es ya el tercer tipo de fami-

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• Familias biparentales: Están constituidas por parejas del mismo sexo: dos hombres o dos mujeres (desde 2005 la ley permite que se constituyan también en matrimonio legal), que pueden convivir solas, con hijos propios o adoptados, o concebidos a partir de métodos de fecundación artificial o a través de vías alternativas a las de la procreación en el marco de una pareja convencional. • Familias polinucleares: Padres o madres de familia que debe atender económicamente, además de su actual hogar, algún hogar monoparental dejado tras el divorcio o la separación, o a hijos tenidos fuera del matrimonio. • Familias extensas: Abarcan tres (o más) generaciones y están formadas por los abuelos, los tíos y los primos. Todavía subsisten, especialmente en ámbitos rurales, aunque van perdiendo progresivamente relevancia social en los contextos urbanos. • Familias extensas amplias o familias compuestas: Están integradas por una pareja o uno de los miembros de ésta, con uno o más hijos, y por otros miembros parientes y no parientes.

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ve abocado a elegir debido al aumento de la edad de la primera maternidad, la disminución del número de hijos por pareja o las crisis y disoluciones de los matrimonios. Todo ello ha terminado por crear núcleos familiares monoparentales, el 90 por ciento de los cuales procede de padres divorciados. Uno de cada 10 malagueños, por ejemplo, forma parte de un hogar con un solo progenitor y uno de cada cuatro nace fuera del matrimonio.

y personal. De hecho, datos recientes de la misma provincia de Málaga nos dicen que los nuevos modelos de familias, las monoparentales y las reconstituidas -aquellas parejas en las que uno o los dos progenitores proceden de anteriores unidades familiares que se han roto-, son las que más acuden a los servicios sociales del Ayuntamiento de la capital reclamando ayuda para atajar la conflictividad de sus hijos. Pero ése es otro tema.

Los miembros de estas familias monoparentales dicen que son familias “normales” aunque no sean tradicionales. De hecho ya no se ve “feo” ni “raro” una madre soltera ni una divorciada, aunque en la práctica deban seguir asumiendo un doble rol, el del padre y la madre, con la dificultad que entraña compatibilizar la vida familiar con la laboral

Con todo, la familia sigue siendo la institución social más valorada en España, donde se ha dado el paso de la “familia para sobrevivir” a la “familia para ser feliz”. Nos encontramos con una familia algo desorientada que subsiste en las nuevas generaciones y trata de reorganizarse, de adaptarse a la realidad concreta en la que se enmarca.

En la actualidad, el concepto de familia no sólo se separa del de matrimonio, sino que se desconecta de lo que ha sido el fundamento de la institución familiar en todas las culturas: la heterosexualidad

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NUEVA TERAPIA FAMILIAR LA SALUD PSÍQUICA EN LOS NUEVOS ESTILOS DE CONVIVENCIA Por Alejandro Rocamora Bonilla 14

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La familia es una realidad dinámica que va cambiando con su propia historia y también con las circunstancias culturales y sociales. Una familia de principios del siglo XX nada tiene que ver con nuestra familia actual del siglo XXI. Los roles de sus miembros van modificándose e incluso sus funciones quedan mediatizadas por el devenir de la historia. Lo que hace unos años era una conducta insólita (parejas de hecho, separaciones o divorcios, etc.) hoy lo estamos viviendo en nuestros vecinos, familiares o amigos. La propia estructura familiar es tan moldeable que actualmente sus límites son muy difusos y también cambiantes. La “familia mercurial” Así ha llamado José Antonio Marina a la familia actual, donde el rasgo característico es el cambio permanente y la adaptación a las nuevas realidades: divorcios, nuevas parejas, parejas de hecho, parejas con hijos de otra unión, etc. Esto que es un valor (implica una elección libre y una convivencia no forzada por las circunstancias sino por el amor) en muchas ocasiones es fuente de sufrimiento, por la inestabilidad que produce. El mismo proyecto de pareja está rodeado de preguntas e interrogantes que los novios tienen que dar respuesta antes del casamiento: ¿irse a vivir sin casarse?, ¿casarse por la Iglesia o por lo civil?, ¿si queda embarazada antes de casarse, abortar o no?, ¿tener hijos o no?, ¿en caso afirmativo, cuántos? Son preguntas que nuestros abuelos conocían de antemano la respuesta. Venían dadas por la propia sociedad. No había lugar a la duda: no se podía convivir antes del matrimonio, se casaba por la Iglesia, si quedaba embarazada había que tener el niño y casarse, los hijos no dependían de la voluntad de los padres y el número... los que Dios quisiera.

El matrimonio postpatriarcal Según los sociólogos, hemos pasado de una familia patriarcal, donde el punto de referencia era exclusivamente el padre, a una familia donde predomina la democracia y la libertad. Es lo que podemos llamar “una familia liberal”, donde el “dejar

hacer” es el santo y seña de su convivencia. En la familia patriarcal, el padre era la autoridad superior, que administraba los bienes, dictaba las normas de convivencia y proponía las metas a conseguir por los hijos. Esto se reflejaba en la vida cotidiana familiar, donde ante cualquier travesura del hijo, la madre respondía: “se lo diré a tu padre”, asumiendo su incompetencia para sancionar cualquier acción del hijo. No podía castigar sin el permiso paterno, pero tampoco premiar.

La familia puede jugar el papel de verdugo o de víctima, ya que con su hostilidad puede incrementar el sufrimiento del enfermo, o convertirse en el “paño de lágrimas” del mismo Pero esta situación ha cambiado: la incorporación de la mujer al mundo laboral, la libertad sexual y la igualdad de derechos y deberes de hombres y mujeres han contribuido el paso al matrimonio postpatriarcal. Esta nueva estructuración de la familia actual ha originado también un cambio en la relación con los hijos, en el que la autoridad no surge por impositivo legal del padre, sino que éste se la tiene que ganar a pulso. Se ha conseguido que el poder esté más repartido y la madre tenga las mismas competencias que el padre. Ya no sirve “se lo diré a tu padre” o “lo que diga papá”, sino más bien, “hablaré con papá y ya decidiremos lo que hacemos”.

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Un poco de historia Hasta mediados del siglo XX se consideraba a la enfermedad mental como una vivencia personal, cuyo origen y final era el propio individuo. Lo mismo ocurría con cualquier problemática psíquica: el individuo era el único causante de su propia situación. Siguiendo el modelo médico, la teoría más defendida era la que consideraba el origen de la enfermedad mental como producto de una alteración genética (sobre todo en el caso de la esquizofrenia).

mayor libertad, una mayor socialización y donde aparecen nuevas formas de convivencia (es lo que el profesor Marina ha llamado “la familia mercurial”). En este contexto es donde se mueve lo que se ha denominado Terapias familiares feministas, que consideran que no puede haber un verdadero tratamiento psicoterapéutico si no desaparecen las desigualdades de género, que para ellos es donde se encuentra el origen de muchos problemas de la mujer actual y de la propia familia.

En los años 50-60 del siglo pasado, la Escuela de Palo Alto (California), en contra de los postulados defendidos por el psicoanálisis y apoyándose en las teorías cibernéticas, defendió la “teoría sistémica” para explicar el origen de los trastornos mentales. La familia se constituye así en el caldo de cultivo de todos los problemas psíquicos y por lo tanto también debe ser la protagonista en la solución. Desde ese momento ya no se habla de enfermo sino de “paciente identificado”, para subrayar el hecho de que toda la familia está enferma y lo que ocurre es que uno de sus miembros ( “el enfermo”) es el portavoz de la enfermedad. Una consecuencia importante: no hay que tratar sólo al enfermo sino a toda la familia.

Para Virginia Satir, la familia nutridora, sana, se caracteriza porque sus miembros tienen una autoestima alta, la comunicación es directa, clara, específica y sincera, las normas son flexibles y se acomodan a la propia evolución de cada familia

Aparece así la terapia familiar sistémica, que defiende precisamente eso: los problemas del individuo son problemas de toda la familia y por lo tanto es preciso un abordaje del todo el sistema familiar para conseguir nuevamente el equilibrio y la sanación de la familia.

La familia como catalizadora del proceso curativo

Una tercera vía, más actual, defiende una postura más ecléctica: es el modelo psicoeducativo de terapia familiar, que admite en el origen de la enfermedad mental una doble causa: la genética (hoy hablamos de vulnerabilidad genética), pero también considera de suma importancia los factores ambientales y vinculares (familia, amigos, escuela, etc.) y por tanto los tratamientos se deben realizar en una doble perspectiva: farmacológica y psicoterapéutica.

Recuerdo que en las clases de física y química, del antiguo bachiller, mi querido profesor Don Fernando, nos explicaba el tema de los catalizadores, poniendo como ejemplo el juego de Di Stéfano (el mejor jugador de fútbol de la época). “De él depende -nos decía nuestro profesor- que el equipo juegue mejor o peor; él reparte y distribuye el juego y facilita o entorpece toda la labor del equipo”. Hoy podíamos hablar lo mismo de Guti o Messi. He cogido el diccionario de la Lengua Española y he buscado catalizador: “sustancia que acelera o retrasa la velocidad de una reacción (enzimas o fermentos)”. Y he comprendido que Don Fernando tenía razón.

En las últimas décadas ha aparecido un nuevo modelo de familia donde lo que se defiende es una mayor igualdad entre sus miembros, una

En nuestro caso, la familia, como conjunto puede favorecer o entorpecer la propia dinámica de sus miembros. En términos generales, podría-

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mos afirmar que el entorno familiar puede jugar el papel de verdugo o de víctima, ya que con su hostilidad o quejas continuas puede incrementar el sufrimiento del enfermo, o convertirse en el “paño de lágrimas” del mismo, aceptando “heroicamente” las exigencias de la enfermedad. Lo que es evidente es que la familia nunca será un elemento insensible en el proceso curativo del enfermo, sino que, como un catalizador en una reacción química, o como Di Stefano en el antiguo Real Madrid, tiene el poder de acelerar o retardar el final del proceso.

“Catalizadores-familiares”: facilitadores La familia sana psíquicamente no es sinónimo de ausencia de problemas sino que el bienestar familiar se produce cuando se ha conseguido armonizar a todos sus elementos, respetando sus posibilidades y también sus limitaciones, pero sin olvidar las exigencias del propio grupo. En este difícil equilibrio entre las necesidades del individuo y del colectivo es donde puede florecer la salud mental de todos los componentes de la familia. Eso sí, la familia no será feliz si no consigue crear un clima de amor y seguridad, que posibilite crecer (psicológicamente) a los pequeños y robustecer las estructuras más sanas de los padres. Indudablemente toda la familia tiene el mismo objetivo: el bienestar de sus miembros, aunque en ocasiones no se ponen los medios adecuados: por ejemplo, cuando los padres tienen comportamientos patológicos (violencia, abusos sexuales, etc.) o cuando lo que predomina en el clima familiar es el temor, la desconfianza, la envidia, etc. He aquí algunas claves que nos pueden ayudar a crear un clima de felicidad en las familias (siempre y cuando las necesidades primarias estén cubiertas: hábitat, alimentación, etc.): • Saber escuchar: padres e hijos debemos aprender a escuchar, no solamente a oír, a los otros. La familia sana es aquella que permite decir todo lo que siente y también está capacitada para recibir (sin descalificaciones) las opiniones de los demás. En este encuadre, todos los miem-

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bros familiares deberían tener como un sexto sentido para poder captar el estado de ánimo del que tiene junto a su mesa. Convivir no solamente es compartir habitación, sino estar alerta para detectar los pequeños y grandes sufrimientos del otro. Por otra parte, este talante de escuchar no se improvisa. El niño lo debe mamar desde la cuna. Debe vivir en un ambiente donde todo se pueda decir y expresar aunque sea negativo: el rencor, el odio, la envidia, etc. Lo patológico no es tener esos sentimientos, sino el no poder expresarlos: sentir no es malo; lo malo es tener que ocultar o reprimir esos sentimientos. • Dialogar casi siempre va unido a negociar: el diálogo es una manera de expresar una “escucha atenta”. Dialogar y negociar casi siempre van unidos: hay que renunciar a algo para que los demás ofrezcan algo. Este axioma se ve claramente en el diálogo con el adolescente: éste puede aceptar nuestras condiciones (horario, forma de vestir, etc.) siempre que compruebe que ha “vencido en algo”. • Saber adaptarse a las nuevas situaciones familiares: la familia como tal es una unidad dinámica y cambiante por esencia: salen y entran nuevos miembros, crecen unos, otros envejecen, etc. La familia, pues, es esencialmente cambio, y por lo tanto, todos sus miembros (padre e hijos) deberán hacer un esfuerzo para adaptarse a las nuevas situaciones. Precisamente los conflictos generacionales, entre otros, se producen por la tendencia de algunas familias a permanecer ancladas en el pasado: contemplar a los hijos como eternos bebés, o a los padres como la reencarnación de ‘superman’. Ambas posturas en nada contribuyen para conseguir una familia feliz. • Admitir las limitaciones del resto de los componentes familiares: tanto los padres, como los hijos, deberán exigir a los demás según sus posibilidades reales y no su fantasía, o como forma de satisfacer deseos o sueños no realizados. En muchas ocasiones,

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La familia no será feliz si no consigue crear un clima de amor y seguridad, que posibilite crecer psicológicamente a los pequeños y robustecer las estructuras más sanas de los padres

la confrontación en la familia se produce precisamente por poner el listón demasiado alto, o bien, demasiado bajo. Son los padres, que al margen del hijo, se han imaginado un futuro determinado de éste; o bien, los hijos, que no desean ver las deficiencias de los padres, y siguen adorándolos como a auténticos dioses.

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Una de las consecuencias de esta actitud es que los padres aceptan las posibilidades y limitaciones de su hijo. No lo comparan ni con el vecino, ni con el primo, ni con otro hermano, ni siquiera se ponen ellos como modelos. Comentarios como: “mira que buenas notas ha sacado tu hermano...”, o “yo a tu edad estudiaba y trabajaba”, están completamente abolidos. No importa lo que logren los demás. Lo importante es que cada uno desarrolle al máximo sus potencialidades. Ese es el verdadero éxito. Y en ello pone su empeño una “familia sana”, a cada uno se le exige y se le premia según su propio esfuerzo, no por el premio conseguido. • Por último, generar un clima de amor y seguridad: el verdadero amor consiste en valorar al otro por lo que es, no por lo que tiene o consigue. Una familia feliz, que camina hacia la felicidad, será aquella que cree este clima: soy valioso para los míos. Pero además, el amor debe estar protegido por un aliento de seguridad, que

se fomenta desde una información adecuada, hasta el permitir la expresión de sentimientos negativos (como reconocer los propios errores, etc.). De esta forma la familia irá construyendo su bienestar, su propio proyecto de felicidad. Es una tarea ardua, pero no difícil.

El niño debe vivir en un ambiente donde todo se pueda expresar aunque sea negativo: el rencor, el odio, la envidia, etc. Lo patológico no es tener esos sentimientos, sino tener que ocultarlos La familia sana Una familia sana es aquella que sabe armonizar su “mundo interior” con el “mundo exterior”. Sabemos que la familia es un sistema de interacciones entre sus miembros y con el exterior. Ninguna de las partes de esa balanza debe predominar sobre la otra. La familia debe saber mostrarse a los demás pero sin deformar su imagen más profunda, y tampoco debe encerrarse en sí misma y negarse a toda comunicación con el exterior. Termino, con un pensamiento de Virginia Satir: la familia nutridora (sana, en definitiva) se caracteriza porque sus miembros tienen una autoestima alta, la comunicación es directa, clara, específica y sincera, las normas son flexibles y se acomodan a la propia evolución de cada familia y por último, mantiene un vínculo abierto y confiado con la sociedad que le rodea. Toda familia que cumpla estas características será una familia sana.

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JOVENES A LA INTEMPERIE’ Por José Luis Rozalén

CUANDO LOS MATRIMONIOS SE DERRUMBAN, LOS HIJOS PUEDEN QUEDARSE BAJO LOS ‘ESCOMBROS’ SI NO SE LES ‘RESCATA’ CON GRANDES DOSIS DE AMOR Hace unos días, casual y felizmente, me reencontré en la calle con un ex alumno, al que no veía desde hacía veintisiete años, felizmente casado, padre feliz de un hijo y de una hija adolescentes, que en aquel momento lo acompañaban. El encuentro nos llenó a los dos de una sincera alegría. Hablamos un poco atropelladamente de nuestras vidas, porque ambos queríamos contarnos muchas cosas en poco tiempo. Quedamos en seguir conectados a través del correo electrónico.

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Tras apagar la tele Hace unos días recibí un mensaje suyo que guardaré “como oro en paño”. Quiero destacar aquí, por el tema que nos ocupa, el siguiente párrafo: “Te agradezco”, me decía mi ex alumno, “las palabras elogiosas que hacia mi persona hiciste delante de mis hijos. Son nuestras joyas, de mi mujer y mías. Son inteligentes y trabajadores, aunque está mal que yo lo diga. Aparte de ir bien

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en sus estudios, ejercitan su sensibilidad y sus facultades creativas y deportivas a través de la lectura, de la música, del deporte... Llevamos un cierto tiempo haciendo un ejercicio que nos va muy bien: por la noche, apagamos la tele y hablamos ‘de todo lo humano y lo divino’. Conversamos sobre el día, nos reímos mucho, nos sentimos ‘cómplices’ y de esa forma ellos van aprendiendo a pensar, a hablar, a intercambiar sus opiniones con orden, respeto, sinceridad...” Aparte de la natural satisfacción que esta carta me produjo como educador y amigo, pensé que, con unos padres así, es difícil que “los hijos se queden a la intemperie”.

Es frecuente que los hijos mantengan durante cierto tiempo el resentimiento hacia sus progenitores por haberse separado, y, se sientan, a la vez, culpables de esta separación Por el contrario, y como sombra de la luz anterior, hace también unos días me decía un joven de 18 años: “Como mis padres están separados (yo vivo con mi madre), echo en falta una comunicación con mi padre más larga y continua; apenas lo veo, y cuando estamos juntos, solemos tener una conversación breve y superficial; me echa la bronca, si no le gustan las notas, tira puntadas continuamente contra mi madre, y poco más; me gustaría contarle mis inquietudes, mis penas, mis proyectos, mis alegrías, pero nada; estoy deshecho y desconcertado. ¡Cuánto me gustaría poder hablar con los dos a la vez, tranquilamente, sentir que me quieren y poderles contar todo lo que me pasa!” Cuando en alguna ocasión he preguntado en algún grupo de chicos/as sobre las notas positivas que destacarían en su familia, en su hogar, en el trato habitual con sus padres, me encontré con respuestas como ésta: “Nos gusta que nuestros

padres se quieran y nos quieran; aunque a veces sean exigentes con nosotros, no importa, si lo que mandan no es algo caprichoso, sino algo razonado y dialogado; nos gusta estar mucho tiempo con ellos, hablar de todo lo que pasa en el mundo y de lo que nos pasa a nosotros; ver que nos quieren, que se preocupan de nosotros, que no buscan ganar mucho dinero ni tener muchos lujos, sino que intentan que vivamos como una familia unida y feliz”.

¿Se tambalea la familia? Acabamos de ver tres manifestaciones sobre la familia: una, de un joven padre, y dos más, de varios jóvenes-adolescentes que hablan de cómo les gustaría que fuesen sus padres. Las tres, en el fondo, piden lo mismo, tienen el mismo objetivo: amor, comprensión, atención, educación, pautas claras de comportamiento... Pero, ¿cumple hoy día esas funciones la familia? ¿Acaso se ha quedado desfasada? ¿Se hunde por inútil? ¿Cómo será la familia del futuro? ¿Cómo repercute el trato con los padres en el comportamiento de los hijos, en sus referencias, planteamientos, creencias y actitudes ante la vida? Hemos de decir, en primer lugar, que la familia es una de las realidades humanas más cambiantes y dinámicas; durante las últimas décadas ha modificado su estructura tanto externa como interna. Han aparecido una serie de fenómenos sociales que han contribuida a su evolución y cambio: la posibilidad del divorcio, el uso de los anticonceptivos, la incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa, las relaciones prematrimoniales, la crítica de los roles tradicionales del hombre y la mujer, las nuevas formas de valorar la sexualidad, la desvinculación de las pautas religiosas... han sido algunas de las causas que han contribuido a que se hayan generado nuevas formas de relación entre el hombre y la mujer. Y de esta forma, nos podemos encontrar con familias monoparentales (con un solo miembro), parejas de hecho sin ningún contrato jurídico ni religioso, parejas entre homosexuales, parejas mixtas o reconstituidas tras una separación o divorcio, manteniéndose, en un número mucho

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mayor, la familia nuclear tradicional compuesta fundamentalmente por padres e hijos/as y cuyo núcleo esencial se basa en el amor, la comprensión, la comunicación, el respeto, la educación de la prole, el deseo de permanecer unidos en un proyecto común y duradero. Aunque la vida en pareja puede llegar a ser muy gratificante y humanizadora, sin embargo no por eso podemos decir que sea una aventura fácil. “El entusiasmo inicial de quienes se proponen compartir la existencia”, escribe en su interesante libro Vivir en familia el profesor José María Jiménez Ruiz, “tiende a desinflarse cuando los primeros nubarrones oscurecen los soles del enamoramiento originario, cuando surgen los primeros problemas y no se tienen recursos para superar los conflictos; entonces la comunicación entre los cónyuges, que parecía tan sin problemas, se puede ir empobreciendo, estancando, muriendo poco a poco”.

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No cabe duda de que el educar a los hijos, cuidarlos, ir configurando su personalidad es empresa harto difícil y complicada que exige habilidad, serenidad, compromiso mutuo, sacrificio... y, sobre todo, amor sin medida. Tras las primeras etapas del enamoramiento apasionado hasta la plenitud de la vejez, la pareja tiene que recorrer un largo camino, en donde pueden surgir momentos difíciles, incomprensiones, miedos, cansancios, dudas, choques de caracteres... Sin embargo, si se saben conducir y superan con inteligencia y entrega mutua estos posibles obstáculos, desembocará, sin duda, en un amor maduro, hondo y sereno, fuente de toda clase de alegrías y satisfacciones. Sin embargo, hay que decir que los tiempos que corren no son precisamente muy esperanzadores para mantener esta maravillosa aventura de la familia: “En el futuro y al paso que vamos”, escribe con bastante pesimismo el doctor Silvio Botero,

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Aun en las difíciles circunstancias que supone una separación, los padres deberían ser capaces de estar pendientes de sus hijos, de estar cerca de ellos, de hacerles ver que los siguen queriendo igual, que los van a tener siempre a su lado, aunque ya no vayan a vivir todos juntos

“la formación de la familia será casi un simple e intranscendente juego de niños, porque el compromiso será provisional, superficial, y sólo tendrá valor lo que sirva para mi interés individual, porque no contará el crecer como un verdadero ‘nosotros’, sino como el goce pasajero de cada uno de los cónyuges; en este mundo post-moderno, relativista y hedonista, en un futuro no muy lejano (ya está ocurriendo) las causas de nulidad por causas de inmadurez afectiva, por incapacidad de compromiso firme, por la inhabilidad de asumir las responsabilidades, por cualquier pequeñez, serán muy frecuentes”. Observamos, en efecto, que los matrimonios se rompen con una tremenda frivolidad y ligereza. Lo afirma el doctor Castell, psiquiatra infantil, autor del libro Separarse bien: “El divorcio es una verdadera epidemia que pagan los hijos... La mayoría de ellos no superan los efectos de la separación de sus padres. Nunca hasta ahora había habido una sociedad con tantas fracturas matrimoniales. Por supuesto

que en algunos casos, en que la convivencia es un verdadero infierno, es mejor separarse, pero un gran número de matrimonios se podrían salvar con inteligencia y serenidad, con buena voluntad y amor, con más capacidad de aguante y madurez, evitando así la catástrofe mental y emocional que se producirá con toda seguridad en sus hijos”. Esto es así: estamos contemplando todos los días cómo los chicos y chicas que sufren este trauma, que no entienden por qué su padre y su madre no pueden vivir juntos, con ellos, suelen mostrarse desconfiados, solitarios, tristes, miedosos, incapaces de exigirse una disciplina, una exigencia, sin ánimos para estudiar o para emprender cualquier actividad con alegría y empuje.

Perspectivas de la familia Desde distintos ángulos se ha venido vaticinando “el ocaso de la familia”. Hay ‘progresistas’ que atacan furibundamente a la familia tradicional como si fuera, dicen, “el último residuo del pensamiento cristiano”. Sin embargo, a pesar de los cambios de los que hemos hablado, la familia no puede morir, porque se basa en algo tan esencial, necesario y universal como es la propia naturaleza humana; la familia sobrevivirá porque se fundamenta nada menos que en el amor entre dos personas que se unen para aumentar ese amor, para transmitirlo a sus hijos, al tiempo que los van forjando para el difícil arte de vivir como personas racionales y libres. Es evidente que la familia española (y en general la familia occidental) ha evolucionado hacia nuevas formas de convivencia, pero esto no significa, ni mucho menos, su muerte. Según recientes estudios, sigue siendo el ámbito familiar tradicional el preferido por nuestros jóvenes, en el que (si todo funciona bien) se encuentran acogidos y queridos, educados y atendidos, escuchados y

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amados, por encima de otros ámbitos sociales, como pueden ser el de los amigos, el de los estudios, el del trabajo, el del ocio, el de la religión o la política... Y cuando la familia falla, o se rompe, repercute en el comportamiento de los hijos. Se da, evidentemente, una actitud crítica positiva ante la familia, un intento de “re-pensarla”, de “relanzarla”, no para destruirla, sino para darle nuevo vigor en medio de un mundo áspero y desabrido que tanto necesita de su calidez y afecto: “La familia”, proclamaba Juan Pablo II en Madrid, “es la única comunidad en la que somos amados por nosotros mismos, por lo que somos, no por lo que tenemos, por nuestra dignidad, no por placer o utilidad”.

En los momentos más duros de una separación o divorcio, tiene mucho que decir la Escuela con sus gabinetes psicológicos, tutores, orientadores, profesores, para ayudar a los padres a rescatar de su abatimiento a sus hijos y que éstos vuelvan a llevar una vida normalizada y feliz

Hijos sin referentes No hay que olvidar que cerca de 1.500.000 jóvenes-adolescentes españoles han sufrido en sus carnes la separación o el divorcio de sus padres. Entre los 13 y 18 años, cuando ocurre esta ruptura, estos chicos/as suelen presentar fuertes conflictos interiores entre el amor que sienten por su padre y por su madre y la desaprobación de su conducta; se encuentran en una situación verdaderamente angustiosa; a esas edades no suelen entender por qué se produce esa tremenda y dolorosa situación que los sitúa en medio de un fuego cruzado. Luis Rojas Marcos lo explica muy acertadamente: “Cuando un matrimonio se quiebra no sólo se pierde a quien ha sido compañero o compañera durante varios años de su vida... Se pierde, sobre todo, ese ‘nosotros’ que se había construido a lo largo de una vida en común y que había llegado a formar parte de la propia identidad”. Y eso deja una honda huella, tanto en los cónyuges como en los hijos. Es decir, aunque divorciarse puede ser, en ocasiones, una decisión acertada, inevitable, porque la pareja ya estaba destruida, minada por dentro y por fuera, este hecho origina siempre consecuencias dolorosas para los padres y para los hijos. Los padres pueden sentirse desconsolados o contentos tras la decisión, pero los hijos se sentirán siempre desolados y desorientados, sufrirán estrés, mostrarán falta de interés por la escuela, por los amigos, por la vida, dormirán poco, no tendrán apetitito, estarán distraídos y tristes...

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Y en algunos casos más graves, los hijos ya un poco mayores pueden reaccionar de forma agresiva, violenta y peligrosa: la adicción a las drogas, al alcohol, los actos vandálicos, el resentimiento, las peleas y ataques frecuentes a los compañeros, la inmadurez emocional, el comportamiento anti-social, el no asistir a clase, las actitudes destructivas en la Escuela y fuera de ella... son peligros latentes que acechan a estos chicos y chicas. Algunos autores que han estudiado el tema del divorcio han demostrado, basándose en estadísticas serias, que en los hijos de las parejas rotas se mantienen los problemas psicológicos durante mucho tiempo (en algunas ocasiones durante toda su vida), mostrándose incapaces, por ejemplo, en algunas ocasiones, de tener unas relaciones amorosos ‘normales’ por los temores derivados de la experiencia traumática de sus padres. Y ocurre también que, aunque la separación sea amistosa y la pareja mantenga una buena relación tras la separación y sigan queriendo y cuidando a sus hijos (cada uno por su lado), como apunta Elizabeth Marquardt en su libro Entre dos mundos: las vidas íntimas de los hijos del divorcio, “esto no elimina la reestructuración radical del universo del chico”, su difícil y dolorosa adaptación a su nueva situación.

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Por todo ello, debemos decir que, aun en las difíciles circunstancias que supone una separación o un divorcio, los padres deberían ser capaces de estar pendientes de sus hijos, de estar cerca de ellos, de atenderlos, de procurar que sufran lo menos posible, de hacerles ver con la palabra y con los hechos que los siguen queriendo igual, que continúan preocupándose de todas sus cosas, que los van a tener siempre a su lado, aunque ya no vayan a vivir todos juntos y hayan cambiado las circunstancias: tal vez así los chicos no se hundan definitivamente y sean capaces de rehacer su vida, de seguir estudiando, de seguir conviviendo con los demás. En esta difícil misión de ayudar a los jóvenes-adolescentes a superar el doloroso trauma del divorcio de sus padres debe estar también la Escuela, los educadores, los maestros, intentando poner su tiempo, su comprensión, su palabra, su afecto al servicio de sus alumnos/as para aliviar sus penas, para ayudarles a encontrar de nuevo el sentido de sus vidas. Si además de lo que supone un divorcio ‘normal’, los padres forman una nueva familia mixta o reconstruida, los problemas se pueden multiplicar o diversificar. Hay que tener en cuenta, para intentar ayudarles, que los miembros de ambas familias vienen de distintas experiencias, algunas muy traumáticas; que se van a juntar hijos e hijastros, padres y padrastros... cada uno con su anterior vida personal y familiar; que se pueden producir favoritismos peligrosos en relación con el trato hacia unos hijos u otros; que los chicos van a encon-

trase muy perdidos, sin saber cómo actuar, cuáles son ‘las nuevas reglas del juego’; que se puede producir un profundo desánimo para estudiar, divertirse, salir, comunicarse; que los hijos pueden mantener durante cierto tiempo el resentimiento hacia sus progenitores por haberse separado, y, sentirse, a la vez, culpables de esta separación... En esos momentos también tiene mucho que decir la Escuela con sus gabinetes psicológicos, tutores, orientadores, profesores, en el noble intento de ayudar a los padres a rescatar de su abatimiento a sus hijos, para que éstos vuelvan a llevar una vida normalizada y feliz. Creemos que, aunque los retos a los que tienen que enfrentarse estos chicos son difíciles y complejos, con esfuerzo, paciencia, buena voluntad y mucho amor por parte de padres y educadores se pueden conseguir que estos “hijos a la intemperie” se cobijen de nuevo bajo el techo de la esperanza. En definitiva, la familia se basa en los pilares de la convivencia, la intimidad, la intensidad, la profundidad de las relaciones entre padres e hijos, entre hermanos. Lo hemos dicho: la clave es el amor sin medida. Si éste desaparece, se cae el ‘edificio’. En el hogar se educa la mente y el corazón, el lenguaje y las habilidades cognitivas y motrices básicas; en el hogar se nos enseña a reír y a llorar, a cantar y a guardar silencio, a estar solos y a comunicarnos con los demás... Si la familia se derrumba, los hijos pueden quedarse ‘bajo los escombros’, a no ser que sepamos rescatarlos a tiempo.

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Los nuevos hijos CÓMO PONERSE EN EL LUGAR DEL NIÑO

Por José María Jiménez Ruiz 26

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El número de niños que viven en familias monoparentales se ha incrementado en los últimos años a un ritmo vertiginoso. Lo que antaño era un fenómeno poco frecuente y, por regla general, derivado del fallecimiento de uno de los progenitores, ha pasado a constituir hoy en día un modelo familiar absolutamente normalizado. Ya no es como consecuencia del óbito del padre o de la madre, sino, en la mayor parte de los casos, como resultado de la ruptura del vínculo conyugal. Nuevos desafíos

La paternidad adoptiva en el corazón del niño no es algo que se da, es algo que se gana con grandes dosis de templanza, discreción para no exigir afectos que, de entrada, no deben ser esperados y delicadeza para dejar claro que no existe ningún propósito de borrar del santuario emocional de los niños el afecto que estos reservan para sus padres o madres biológicos

En la década de los 90, se publicaron algunos informes reveladores: el 25% de los niños estadounidenses pasaban parte de su infancia en una familia que no era totalmente la suya. Por esas mismas fechas otros trabajos igualmente rigurosos destacaban que más del 30% de los matrimonios estaban integrados por uno, al menos, de los dos cónyuges que estuvieron casados anteriormente.

Estos nuevos arquetipos familiares, cada vez más corrientes en nuestro entorno, nos plantean no pocos interrogantes y nos sitúan ante la exigencia de extremar la prudencia para que la transición de unas estructuras, generalmente estables y bien delimitadas, a otras mucho más cambiantes y con límites bastante menos definidos, se realice sin más costes que los estrictamente necesarios. Nos va mucho en ello porque nadie discute, ni siquiera en estos tiempos de turbulencias, probaturas y desconciertos, que la familia sigue alzándose como la institución humana que mejor garantiza el bienestar emocional de las personas y, desde luego, el desarrollo afectivo, social y moral de nuestros hijos.

Familias monoparentales: los problemas del postdivorcio Decía que cada vez son más las familias con un solo progenitor como consecuencia del aumento del número de divorcios. Un elemental sentido de la responsabilidad aconsejaría no escatimar precauciones en el manejo de un proceso en sí mismo lleno de complejidad. A este respecto, adquiere una especial importancia la madurez que acrediten ambos esposos para negociar sus diferencias, ahorrando así sufrimientos añadidos a unos niños obligados a digerir una separación que, en el mejor de los casos, supone para ellos algún dolor y no poco desgarro.

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Sin embargo, los acontecimientos no siempre se desarrollan como sería deseable. El alejamiento físico de los cónyuges no pone fin automáticamente a la relación amor-odio en que habían podido irse enredando. Cuando en la fase del postdivorcio se mantiene un alto nivel de confrontación, se recurre a la descalificación y al agravio del excompañero/a y se utilizan como canales prioritarios de comunicación fórmulas descaradamente chantajistas, las primeras víctimas serán siempre los menores. Unos menores desconcertados que acabarán encontrando cobijo en los campamentos de la confusión y de la ansiedad.

Niños triangulados La situación se agrava cuando los adultos, obcecados en sus particulares carreras de despropósitos, no dudan en utilizar a sus hijos como infantería ligera de sus ruines batallas. Son los niños instrumentalizados por uno u otro de los progenitores o, con dramática frecuencia, por ambos. Insensatamente manipulados para que tomen partido, para que se conviertan en aliados de papá o de mamá. Sin comprender que se trata de un juego tan irresponsable como perverso que atrapa a los menores en un conflicto de lealtades, colocándolos ante una elección, para ellos extremadamente dolorosa cuado no emocionalmente imposible, entre su padre y su madre. Algunos autores hablan de niños afectados por el “síndrome de alienación parental” para describir la tensión extrema a que éstos son sometidos cuando se les fuerza a suscribir alianzas que los desgarran por dentro y siembran en sus almas dolorosos sentimientos de traición y de culpa.

Padres de sus padres Pero no es ése el único juego miserable al que son empujados a participar muchos de los niños que viven en sus carnes las tristes consecuencias de la impericia de los adultos para hacer frente, de la manera menos traumática posible, a los problemas que suelen seguir a la ruptura del compromiso matrimonial. En las parejas razonablemente felices y sanamente integradas, la relación con los hijos se nutre,

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de forma natural, del amor previo que se profesan los esposos. Cuando esa relación emocional se quiebra, el desconcierto que se introduce no es ciertamente menor. Aunque teóricamente ambos esposos sigan considerando como rol prioritario el ejercicio de la paternidad o maternidad, en la práctica, si no se realiza un esfuerzo sostenido en el tiempo y sumamente costoso desde el punto de vista psicológico, éste va pasando a un segundo plano. Sencillamente porque la reconstrucción de la propia vida, tras el choque emocional que supuso el divorcio, absorbe de manera natural gran parte del tiempo y la energía que antaño se canalizaba hacia los hijos. En tales circunstancias, no es infrecuente que el desvalimiento que experimentan los adultos les empuje a provocar una inversión jerárquica y a buscar en los menores el apoyo o los refuerzos que ya no encuentran en su propio compañero/a. Muchos niños se convierten así, prematuramente, en ‘padres de sus propios padres’. De llevar una vida amparada por los mayores, como corresponde a su edad, pasan a cargar sobre sus frágiles espaldas la responsabilidad de hacerse cargo de unos padres, repentinamente infantilizados y nada competentes para asumir las naturales consecuencias de su ruptura matrimonial.

Infancias robadas A los niños involucrados en este juego para ellos nada ventajoso, se les arrebata prematuramente la infancia y se les imponen tareas para las que no están preparados. Es evidente que el pre-

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cio que han de pagar por ello no es despreciable. Sentirse responsable del bienestar emocional de los propios padres, saberse irremediablemente ligados a ellos por las pesadas cadenas de una abnegación desproporcionada, de la culpa o de la compasión dificulta el desarrollo psicológico del niño y bloquea la salida hacia una vida sanamente independiente. Los menores, pues, parentalizados, protectores de unos padres abrumados por su propio fracaso, consejeros, confidentes o, incluso, esposos/as sustitutorios/as asumen una carga desproporcionada e injusta. Desproporcionada porque, como es obvio, no se corresponde a lo que por edad y madurez sería razonable; e injusta porque, con frecuencia es su respuesta a la culpa que ellos fantasean haber tenido en la ruptura de sus padres. Ningún derecho asiste a los mayores para violentar el proceso de crecimiento de los niños con cargas que les obligan a aparcar sus propias necesidades. Empujarles con torpes chantajes emocionales a representar papeles que no les corresponden no es, evidentemente, el camino más corto para que alcancen la meta de una vida adulta madura y feliz.

Familias reconstituidas Pero si éstos son alguno de los riesgos frente a los que hay que mantenerse precavidos en relación con los niños que viven en unidades monoparentales, haremos también alguna reflexión sobre la experiencia de adultos y menores en las familias reconstituidas. Se trata de un nuevo modelo fami-

liar en el que padres e hijos deben hacer un esfuerzo nada desdeñable para ejercer roles que, en principio y por lo que dicta la experiencia, no son en absoluto fáciles. Los unos porque se embarcan en una nueva aventura afectiva de resultado incierto que deberán hacer compatible, en la mayoría de los casos, con el papel nada cómodo de convertirse en padrastros o madrastras de unos niños que no son los suyos, con quienes inicialmente no tienen ningún lazo afectivo, que los perciben muy frecuentemente como adversarios y que, no obstante, se convierten en una pieza esencial para el éxito o el fracaso de la nueva relación.

En las familias reconstituidas, la madre o el padre que va a seguir viviendo con los hijos debe explicarles con claridad y con ternura que la nueva relación no es incompatible con la que ellos habían venido manteniendo y que el recién llegado no viene a restarles afectos o a desplazarles a un lugar secundario

Los menores, por su parte, se enfrentan a la llegada de un extraño con el que no contaban, con alguien con quien deben compartir espacios y afectos y cuyo papel con respecto a ellos no tienen en absoluto claro. Nada de esto, como resulta evidente, es fácil. Las posibilidades de introducirse en una dinámica de resistencias, enfrentamientos, malos entendidos y, como consecuencia de todo ello, sufrimientos no son, desde luego, desdeñables.

Conciencia de la complejidad Lo cierto es que la mayoría de los hombres y mujeres que se casan por segunda vez no tienen

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ideas muy claras acerca del rol que les va a tocar desempeñar respecto a los hijos de sus nuevos compañeros/as: ¿Deberán ser sus amigos?, ¿acaso sustituir al padre biológico?, ¿será parte de su responsabilidad la educación de los hijos de su pareja?, ¿tendrán que imponerles las normas?, si éstas no coinciden con las del padre o la madre biológica ¿cuál de ellas deberá prevalecer?...

adquirir tintes más desafiantes. Porque, como recuerda J.Wallerstein, reconocida como una de las mayores expertas en estas cuestiones, “la paternidad adoptiva en el corazón del niño no es algo que se da, es algo que se gana”.

Responder en la práctica a todas estas cuestiones no resulta sencillo. No es nada simple asumir el papel del padre/madre ausente. Con la excepción de aquellos casos en los que el desembarco en un nuevo hogar se realiza cuando los niños son muy pequeños y éstos apenas ofrecen resistencia para crear nuevos vínculos y establecer nuevas relaciones, la operación suele resultar sumamente dificultosa y exige, en consecuencia, grandes dosis de templanza, discreción para no exigir afectos que, de entrada, no deben ser esperados y delicadeza para dejar claro, desde los momentos iniciales, que no existe ningún propósito de borrar del santuario emocional de los niños el afecto que estos reservan para sus padres o madres biológicos.

Y se gana mediante un sincero ejercicio de empatía que permita ponerse en el lugar del niño para hacerse cargo de sus miedos. Porque, siguiendo una ilustrativa metáfora de la citada doctora, un padrastro/madrastra es alguien que irrumpe en escena para representar un papel que no es precisamente de figurante, cuando la obra está ya avanzada. Hasta ahora el niño se movía entre actores que le eran familiares. La llegada de un extraño le llena de inquietud, despierta sus recelos y le crea una profunda inseguridad al no tener claro en qué medida el recién llegado alterará el modelo de relación que mantenía con su padre y su madre. Por eso a la mayoría de los menores no les agrada que les cambien el guión de la obra en la que son coprotagonistas. Prefieren que sus progenitores resuelvan sus problemas y permanezcan juntos en el escenario. Incluso en aquellos casos en los que la convivencia es extremadamente conflictiva abrigan la esperanza de que los problemas se solucionarán, y papá y mamá acabarán haciendo las paces. La presencia del padrastro/madrastra liquida esas esperanzas y pone al niño frente a la dura realidad: la cosa no tiene vuelta atrás y la ruptura es ya definitiva.

Cuando a los hijos se les manipula para que tomen partido por mamá o papá, se les coloca ante una elección emocionalmente imposible que les desgarra por dentro y siembra en sus almas dolorosos sentimientos de traición y culpa Construir una relación sólida con los menores requiere tiempo, persistencia y mucha madurez. Son los adultos quienes deben realizar los mayores esfuerzos para entender, en primer lugar, las naturales resistencias de los niños a incorporar a su universo emocional a alguien que les es ajeno y, en segundo lugar, para quebrar esas resistencias con el mensaje sostenido de la comprensión, el respeto y, sobre todo, el afecto. Incluso en aquellos momentos en que su rechazo pueda

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Espantar fantasmas

De ahí que con bastante frecuencia monten estrategias para mostrar su disconformidad orientadas a boicotear la consolidación de una relación que requiere su espacio y necesita de límites bien definidos que garanticen su privacidad. Estamos, en definitiva, ante un conflicto de intereses, ambos legítimos, que deben ser salvaguardados con toneladas de tacto y grandes raciones de inteligencia.

El papel de los padres biológicos El comportamiento de los padres biológicos adquiere en estos momentos una especial relevancia. El que va a seguir viviendo con los menores

ENTRE LA INQUIETUD Y LA ESPERANZA JOSÉ LUIS ROZALÉN MEDINA

Partiendo de una reflexión serena y lúcida sobre el desconcierto, la insatisfacción y el olvido casi generalizado de valores que caracterizan nuestra época, el autor, desde sus propias vivencias, nos demuestra que hay muchas razones para vivir y actuar, para pensar y sentir, para afrontar el futuro con esperanza. Catedrático y doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, padre de tres hijos, José Luis Rozalén ha dedicado toda su vida a la Filosofía y a la Educación en Institutos de Bachillerato y en la Universidad Española. Asimismo, ha participado en numerosos congresos y cursos como conferenciante, escribe asiduamente en revistas especializadas y ha publicado más de una quincena de libros.

Bohodón Ediciones [email protected] Tel.: 610 851 844

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deberá centrar sus esfuerzos en construir puentes que faciliten que sus hijos y su flamante esposo/a inicien movimientos de aproximación que puedan desembocar en un encuentro afectivo. También en explicarles con claridad y con ternura que la nueva relación no es incompatible con la que ellos habían venido manteniendo y que el recién llegado no viene a restarles afectos o a desplazarles a un lugar secundario en el corazón de su padre o de su madre, sino a construir con ellos un nuevo hogar en el que todos puedan sentirse felices.

responsabilidades, y un padrastro competente que, sin desubicarse del papel secundario que en este caso le correspondía, había sabido ganarse la aceptación y el afecto de los hijos de su esposa.

Pero no es menos relevante la actitud que adopte el padre biológico no conviviente ante el nuevo compañero/a de su ex-esposa/o. Si se deja deslizar por el terreno resbaladizo de la descalificación o de los celos será muy difícil que el niño llegue a aceptar al hombre o la mujer que convive con su madre o su padre. Se requiere, pues, grandeza y generosidad para no vivir como algo amenazante que un ajeno viva en el que había sido su hogar con los propios hijos, disfrute a diario de su compañía y llegue a quererlos con un amor sincero. Es ése uno de los más duros quehaceres que les espera a quienes inician la etapa del postdivorcio.

Nuevas generaciones de hijos en modelos familiares hasta no ha mucho poco habituales. Corresponde a los adultos agudizar el ingenio y extremar su sensibilidad para que éstos sean funcionales y los niños sigan encontrando en la familia cimientos sólidos sobre los que alzar una vida personal emocionalmente equilibrada y razonablemente feliz.

Pasaron por mi despacho, hace ahora un par de años, una pareja de divorciados. Aún habiéndose tratado de una ruptura muy dolorosa, sobre todo para él, me admiraba el respeto con que se trataban y la honestidad con que habían resuelto sus diferencias, incluidas las económicas. Pero había algo que Carlos no podía tolerar. Se le hacía insoportable que sus cuatro hijos mantuvieran con la nueva pareja de su ex-esposa una relación llena de afectos y complicidades. Lo aceptaba a nivel racional, pero le resultaba emocionalmente indigerible. El caso era que a él sus hijos le adoraban, le respetaban y su ex-esposa, mujer de sensibilidad y de fina inteligencia, pactaba con él las pautas educativas, las normas y los principios generales de la formación de sus hijos... Hombre extremadamente educado jamás les hablaba mal a sus hijos del compañero sentimental de su mamá. Era él quien sufría, ¡y en qué grado!, por no aceptar una situación que yo, desde un punto de vista terapéutico, consideraba ideal: una familia reconstituida en la que el padre biológico no conviviente era querido y respetado en el ejercicio de sus funciones y sus

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Cuando Carlos recompuso su mundo afectivo y comprendió la irracionalidad de las ideas que le estaban torturando fue modificando paulatinamente sus actitudes y dejó de ser un obstáculo para la consolidación de una muy buena relación de la que sus propios hijos fueron los principales beneficiarios.

ENTREVISTA

“Si hay un hilo de amor, hay familia”

Por Gloria Díez Fotos: Cristina Bezanilla 34

ENTREVISTA

VIRGINIA CAGIGAL DE LA UNIDAD DE INTERVENCIÓN PSICO-SOCIAL DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS

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ENTREVISTA

“Padre a los 13” titulaba The Sun. Gran Bretaña se sintió impactada el pasado mes de febrero, al saber que, en el sureste de Inglaterra, dos adolescentes de 13 y 15 años habían sido padres de una niña. La estructura familiar, hoy más que nunca, está explorando sus límites. Hay madres precoces y madres con edad de ser abuelas, familias monoparentales y familias reconstituidas, mujeres que gestan el hijo de otra y mujeres que conciben, con o sin pareja, mediante inseminación artificial. Los psicólogos hablan de “familia nuclear intacta” para referirse a la formada por un hombre y una mujer con sus hijos, pero el abanico se abre. Virginia Cagigal es ducha en la materia, tanto en el terreno teórico -doctora en psicología y terapeuta familiar- como práctico, es madre de cuatro hijos, el menor un bebé. Desde la Unidad de Intervención psico-social de la Universidad Pontificia Comillas en Madrid habla para AVIVIR. Somera definición de familia

Sexualidad precoz

Ya que vamos a tratar el tema de la familia y sus cambios, quizá me podría dar una definición de familia, aunque sólo sea para saber de qué estamos hablando.

Empecemos por los padres adolescentes: el caso de los ingleses Alfie Patten y Chantelle Steadman, de 13 y 15 años, no es frecuente, pero, en cambio, los embarazos adolescentes son menos excepcionales. ¿Qué problema se le plantea a una familia ante un caso de sexualidad precoz?

Dentro de que la familia es una realidad en constante transformación, estamos hablando de personas que mantienen su unidad y su cohesión a través de un lazo de convivencia y amor. Y dentro de la convivencia, con distintos estilos de convivencia posible, ¿no?; pero sí hay un hilo de cohesión entre ellos, sí hay una historia común, que van construyendo y sí hay un hilo de afecto y amor que les va uniendo. Esta sería la definición más amplia y desde ahí podemos aterrizar en lo que es una familia nuclear, donde tendremos alguna figura parental y alguna figura filial. Así definida, la familia es una estructura que se ha mantenido relativamente estable a lo largo de la historia. ¿Se modifica cuando hay un cambio social? Yo creo que hay una reciprocidad. Efectivamente hay cambios sociales, movimientos que van transformando nuestras funciones dentro de la familia, pero a medida que las familias van evolucionando, eso contribuye también al cambio social, el proceso tiene una doble dirección.

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Yo creo que fundamentalmente la responsabilidad. La información está accesible para los adolescentes. A los padres se nos plantea que esa información, incluso, se la ofrezcamos nosotros, pero la mayor dificultad está en transmitir la responsabilidad. También es cierto que socialmente se ha evolucionado hacia una mirada cada vez más exigente en cuanto a la responsabilidad de los padres, porque a medida que una sociedad madura, también exige que los padres y las madres ejerzan a fondo de padres y madres. Entonces, lo que no va, digamos, “acorde”, es una sociedad que habla de una responsabilidad en el ejercicio de la parentalidad, pero no dota siempre de esa mirada de responsabilidad en el ejercicio de la sexualidad. Hay acceso a la información pero quizá falta, a veces, hacer conscientes a los adolescentes de que todo ello conlleva una responsabilidad y unas consecuencias potenciales. Pero eso, en cierto modo, también es lógico

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que suceda en una sociedad que muchas veces distancia los actos de sus consecuencias. Muchas veces en la educación no estamos cuidando lo suficiente que los chicos perciban que lo que hacen tiene consecuencias, y que esas consecuencias hay que asumirlas.

“Para un niño, la experiencia de separación de los padres siempre es un duelo”

Una decisión difícil En todo caso, a los padres precoces, y a sus propios padres, se les plantea una decisión difícil. O se permite seguir adelante un embarazo, que va a suponer una gran carga para la vida de esos adolescentes, o se enfrenta el aborto que es otro gran trauma. No hay solución buena. Claro, son situaciones en las que, una vez que estamos dentro, valorar la solución es buscar la solución menos mala o menos inadecuada. Es cierto

que ahí, en la medida que pudiésemos ofrecer más soporte, más casos podrían seguir con esa vida adelante y más casos podrían verse, al menos, atendidos, soportados, ayudados en la medida de lo necesario. La familia monoparental no es nueva, pero la existencia del divorcio hace que no se reduzca a los viudos. ¿A qué retos se enfrentan lo que ustedes llaman “familias reconstituidas”, donde uno, o los dos cónyuges aportan hijos de anteriores matrimonios?

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Las estadísticas dicen que fracasan más, pero no es porque estén predestinadas a fracasar, sino porque son familias que están sujetas a muchos más retos, y eso exige muchas habilidades. Para empezar, hay una dificultad grande y es que los que se eligen son los cónyuges, pero claro, si ya tenemos hijos, y especialmente si los hijos ya empiezan a tener algo de voz y voto, ellos lógicamente no eligen, de modo que les sobreviene una familia que, inicialmente, es impuesta.

Luego, si el duelo previo de la familia rota no estuviera hecho, todavía se complica más. Eso también hay que verlo. Al trabajar con estas familias, a veces nos encontramos con que el duelo no estaba hecho para alguno de los hijos, o para el cónyuge que ha quedado fuera. Si los hijos perciben que el que se queda fuera de esta nueva realidad no lo ha aceptado del todo, normalmente les cuesta más vincularse con la nueva pareja, porque entran en un conflicto de lealtades: si yo acepto a la nueva

“La relación de hermanos es un espacio ideal para aprender a resolver conflictos, de modo que con la reducción del número de hijos se está perdiendo esa oportunidad”

Por otro lado, hay veces que los cónyuges tienen como el mito de la aceptación; todo el deseo es que los hijos acepten a la nueva pareja, y eso requiere tiempo. En la familia llamada nuclear intacta, lo que sería un hombre y una mujer que se unen y después tienen los hijos, la relación conyugal precede a la relación paternofilial, mientras que aquí, hay una relación de padres-hijos que precede a la relación conyugal, esto supone mucha reorganización de roles, de afectos, de emociones, de la propia estructura de la familia que exige tiempo, dedicación, y tener en perspectiva que no es fácil. Además, hay que tener en cuenta en qué momento vital están esos hijos, si están en un momento más cohesivo, cuando son pequeñitos, que entre en casa otra persona a la que querer y que nos va a querer, pues siempre es bienvenida; pero si esos hijos están en un momento más hacia fuera, más de salir del nido familiar, ahí chocan dos movimientos. Hay que comprender las respuestas del hijo, que, a veces, son simplemente fruto de su momento evolutivo y no de que no acepten a la otra persona.

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pareja de papá o de mamá, de alguna forma traiciono el sentimiento del que ha quedado excluido. Es un tema de gran complejidad.

La importancia del tiempo Y el momento de ruptura, ¿requiere también apoyo? A veces lo trivializamos, a veces pensamos que, si aparentemente el niño está bien y sobre todo, si no hay un gran conflicto abierto entre los padres que se separan, tenemos la fantasía de que las cosas van a ir muy bien y no les prestamos atención. Y la ruptura de una pareja y por lo tanto, para un niño, la experiencia de separación de los padres siempre es un duelo, siempre se ha roto algo que uno deseaba que hubiese funcionado y que, de pronto, por alguna razón, no ha podido ir adelante. La historia del duelo está presente en los adultos, lo que pasa es que para los adultos, dependiendo de las circunstancias, a veces es más una liberación, es una forma de resolver situacio-

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nes que de otra forma no se resolvían, pero, para el niño, la experiencia de que su padre y su madre ya no van a estar juntos queriéndole, supone siempre una elaboración, supone un tiempo, supone un esfuerzo, y una readaptación. Si se niega esa experiencia de duelo, luego, a veces, nos encontramos con sorpresas. Incluso en niños o niñas que parecía que se habían adaptado estupendamente, pasado cierto tiempo emerge todo ese dolor bajo cualquier forma; pero cuando se da

mente abiertos, estas situaciones son más terribles todavía, porque la ruptura no solamente no ha resuelto nada, sino que ahora, gestionar todo eso, con dos estructuras familiares distintas, es mucho más complicado. Yo creo que, a veces, con esa fantasía, que también podemos tener los adultos, de que uno tiene derecho a rehacer su vida, lo cual es cierto, perdemos de vista el impacto que en el niño puede tener y que el niño o el adolescente necesita un tiempo para poder vivir eso.

“Las investigaciones hasta ahora no indican mayor nivel de problemas en los niños de parejas homosexuales, más allá de los asociados a que pudiera existir una estigmatización social”

“El ser humano necesita crecer desde el amor incondicional” Una vez que se ha roto una pareja, por cualquier circunstancia, ¿se dan más conflictos en las que se mantienen monoparentales o en las que se reconstituyen?

ese espacio y se reconoce que para el niño es una pérdida y se le permite llorar, se le permite estar triste, luego, también el niño, como en todas las situaciones de pérdida, aprende que su vida puede seguir felizmente a pesar de esa circunstancia. También es cierto que la respuesta del niño depende bastante de la respuesta de los adultos. Si pasa el tiempo y alguno de los padres sigue en el tono de víctima, para el niño es más difícil. Por último, está el tema del conflicto, porque, a veces, a pesar de la separación o el divorcio, los conflictos siguen igual-

Las estadísticas no se inclinan ni hacia un lado ni hacia otro. Como decía antes, las familias reconstituidas tienen una tarea complicada, pero también la familia monoparental, a veces, es costosa de llevar. Es distinto el perfil de familia monoparental ante la viudedad, que tiene dificultades, pero también una estructura más clara, mientras que si se ha producido la separación o el divorcio y es una familia monoparental, pero con el otro padre presente, depende muchísimo del tipo de relación que lleguen a construir estos padres. Hay parejas que llegan a construir una relación parental muy positiva para sus hijos y merece la

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“La sociedad cambia y la familia está evolucionando, nos guste o no” pena señalarlo, porque no son situaciones fáciles de resolver y pasada la etapa crítica, que decíamos antes, todo se estabiliza. Sin embargo en otros casos sigue el conflicto abierto, de forma más o menos explícita y en esas situaciones es difícil para el niño.

Las distintas tendencias sexuales han existido siempre y las distintas civilizaciones las han encajado con criterios diferentes. Lo que es más reciente es la pareja homosexual, ¿cómo se ve desde la terapia familiar, hay algún tipo de estadística al respecto?

La escuela de los hermanos

Las investigaciones hasta ahora no indican mayor nivel de problemas en los niños de parejas homosexuales, más allá de los asociados a que pudiera existir una estigmatización social. Pero nos falta perspectiva a largo plazo y un abordaje longitudinal en los estudios para poder ver con claridad el impacto de la parentalidad homosexual en los niños. Lo que sí puede darse, es la reflexión sobre el tipo de sociedad que queremos construir. Yo creo que merece la pena porque, a veces, por la idea de libertad y por aceptar, como debe ser, a todas las personas, en todas las circunstancias, podemos identificar, como igualmente positivo para nuestra construcción social, todo. La libertad es fundamental, el respeto, absolutamente necesario, pero desde ahí, la reflexión también nos tiene que hacer pensar que, cuando ofrecemos modelos a los niños y a nuestra sociedad, es importante ofrecer aquellos que más nos ayuden a construir aquello que realmente queramos construir. Yo creo que el referente masculino y el femenino son necesarios para un niño. Sabemos

El cambio de la familia numerosa al control de la natalidad ha introducido también diferencias en las familias. Ha introducido muchas novedades en las relaciones entre padres e hijos, y en las propias relaciones entre los grupos fraternos. La relación de hermanos es un espacio ideal para el aprendizaje de las relaciones con los iguales, para aprender a resolver conflictos, a negociar, a ceder, a dar espacio al otro y a reivindicar el propio. Con la reducción del número de hermanos, de hecho, se están perdiendo esas oportunidades. Yo, a veces, pienso que, en el entorno escolar, donde se detectan dificultades para resolver conflictos entre compañeros, puede que, en parte, se deba a que ha habido pocas oportunidades de aprenderlo en casa. Por otro lado, también los datos sobre familias muy numerosas nos hablan de que, a veces, la experiencia de los niños es de soledad y quizá ahí la familia más pequeña gana, hay una atención más personalizada.

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“No creo que al niño le ayuden igualmente en su desarrollo todos los tipos de referentes, yo creo que la presencia de un padre y una madre da una perspectiva de desarrollo amplia e importante”

que eso no implica que los tenga que tener siempre presentes, como vemos en las familias monoparentales, pero una cosa es ese niño concreto, que sin este referente llega a ser una persona estupenda, y por lo tanto, un niño adoptado en un matrimonio homosexual, por ejemplo, hombre y hombre, puede llegar a crecer perfectamente, y otra cosa es que, cuando abrimos ese espacio, estemos dando la posibilidad de pensar que todo nos ofrece el mismo referente para el niño. Y yo –esto es una cuestión de opinión- no lo creo, yo no creo que al niño le ayuden igualmente en su desarrollo todos los tipos de referentes, yo creo que la presencia de un padre y una madre en una familia da una perspectiva de desarrollo muy amplia y realmente importante. Eso no quita para que luego, los casos particulares, nos permitan ver niños perfectamente adaptados en otro entorno, porque el ser humano tiene esa riqueza, esa capacidad de adaptación, de vivir y de crecer en muchísimas circunstancias. Hay voces para las que la familia es una organización opresora y caduca que haría bien en desaparecer, mientras que, desde el otro extremo, se piensa que debe permanecer inmutable, porque si evoluciona se destruye. ¿Cuál sería su visión como profesional? Intento que sea equilibrada. Yo creo que, muchas veces, hay demasiado pesimismo en torno a la familia. Por un lado están los que desean su destrucción, que, en mi opinión, están marcados por un deseo de ruptura con perspectivas previas, que no ayuda a la madurez social. La familia tradicional nos ha

llevado hasta donde estamos, por tanto, hay una parte de herencia positiva, seguro. Otra cosa es que haya aspectos que van evolucionando y haya que dejar puertas a esa evolución. No es interesante romper con la estructura familiar, sin más, porque es soporte de nuestra realidad afectiva, de nuestra construcción como personas. El ser humano, en la línea del biólogo Humberto Maturana, necesita crecer desde el amor. Las relaciones familiares garantizan, o deben garantizar, que nacemos en un contexto en el que se nos quiere por el simple hecho de existir y no porque nos portemos bien o mal. Ese amor incondicional es un amor de madre, es un amor de padre. Y la falta de ese amor es algo que uno lleva de rémora durante mucho tiempo en la vida, que a veces se consigue superar, pero no sin gran esfuerzo. Por otra parte, estamos viendo que la sociedad cambia y que la familia está evolucionando, nos guste más o nos guste menos, está evolucionando. Y necesitamos dar respuestas a esa evolución de la familia, necesitamos estar atentos para ir dando las mejores pistas, para dar soluciones al hombre, para su mejor evolución.

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CINE

IMAGENES DE FAMILIA

EL CINE COMO HISTORIA DE MODELOS Y SIGNOS DE CONVIVENCIA FAMILIAR

Por Norberto Alcover 42

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Desde hace años, postulo en los ámbitos académicos que hacer cine es rehacer vida, pero desde hace menos años, he añadido que vivir es revivir en el cine. Los renacentistas, por ejemplo, experimentaban las mismas reacciones culturales cuando contemplaban las grandes obras de Leonardo o de Miguel Ángel, que les invitaban a una determinada forma de enfrentarse a la realidad pero además de recuperarla desde esas claves artísticas. Porque el Arte, el Arte verdadero, el que permanece más allá del impacto efímero, siempre ha desempeñado la misma tarea antropológica: captar lo real histórico, transformarlo artísticamente/formalmente y reentregarlo a esa misma realidad histórica como medio de revisión de la misma. A nuestros efectos y a lo largo de la historia del cine, que avanza desde 1895, la familia ha sido objeto de permanentes objetivaciones, formalizaciones y valoraciones por parte de los grandes autores cinematográficos, desde Griffith hasta Kubrick sin interrupción alguna. Más todavía, una gran parte de las más respetables obras cinematográficas, desde Lo que el viento se llevó (Víctor Fleming, 1939) hasta Volver (Pedro Almodóvar, 2006), han hecho de la estructura familiar una especie de marco envolvente de todas sus acciones como si la dinámica familiar les permitiera desarrollar todas las pasiones de los personajes. Y en este sentido, la familia en el cine puede contemplarse (y debe de hacerse así) como uno de esos referentes fundamentales a la hora de revivir la vida y de rehacerla en guiones y en imágenes audiovisuales. Todavía hoy, aunque pudiera parecer lo contrario, muchas de las películas de culto persisten en esta recurrencia familiar, pero con la novedad de introducir imágenes familiares alternativas, como fruto evidente de tiempos diversos en ética y en sus respectivas morales. Pero la familia está ahí, como si nadie pudiera ni tan sólo quisiera pasar de ella. Y es que en ella sea como sea, somos y actuamos. Y el cine, como decíamos antes, solamente ofrece esas alternati-

vas como oferta para el debate ideológico y social del momento que vivimos. Como todo Arte. Vale la pena pensar muy despacio entre esta adecuación entre problemas del mundo y problemas artísticos/cinematográficos. Vale la pena.

Tres películas de tránsito Las alternativas estructurales de la familia en el cine surgen de forma ya madura en la actualidad (desde comienzos de este milenio), pero se hace preciso recurrir a tres films anteriores en los que se dan cita una serie de elementos que configuran, desde ya, cuanto algo más tarde explosionará de forma evidente: Cabaret (Bob Fosse, 1972). Sumergidos en la estructura narrativa de un musical absolutamente rompedor, aparecen un grupo de amigos que, en los felices veinte/treinta y en Berlín, nos muestran sus pasiones afectivas/sexuales y conforman una tipología familiar diferente. No tanto en cuanto vivan en el seno de alguna familia determinada, antes bien porque desarrollan una serie de actitudes sociales y personales que tienen decisiva influencia en cualquier intento

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posterior de naturaleza familiar. Sally Bowles/ tremenda Lizza Minelli es la mujer emancipada y entregada a la veleidad, que más tarde orquestará crisis familiares de antología. Michael York, uno de los intérpretes más hieráticos que se hayan dado, vitaliza a Brian, ese escritor inglés homosexual que concita las reacciones del grupo y que introduce la pasión gay cuando ésta todavía era extraña a la cultura ambiental. Junto a él, el aristócrata alemán Max, encarnado por un digno Helmut Grien, descolocado por completo en tan extraño universo. Y en fin, la inmensa María Berenson, que da vida a la hermosa y poderosa joven judía Natalia, que contemplamos víctima de una pertenencia étnica capaz de conducirla al exilio: para una mujer judía como ella, la familia es su propia identidad. Piensen los lectores en cuántas películas posteriores han aparecido elementos familiares reproductores de alguno de estos cuatro personajes, más o menos específicos. Es una tarea que dejamos para cada uno en sus ratos de ocio.

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Otra mujer (Woody Allen, 1988). Una de las grandes películas del maestro yanqui, ahora un tanto diletante. Una mujer en la cuarentena, esa Marion que interpreta la enorme Gena Rowlands, intenta identificarse desde la barbaridad de un matrimonio vaciado de sentido, pero no menos desde una obsesión profesional que la cauteriza para todo quehacer sensible, casi perdida la capacidad de humanidad. Su relación misteriosa con una joven y aturdida chica embarazada, que nos entrega la mejor Mia Farrow que recordamos, y otros detalles también golpeantes de su emocionalidad, producen una catarsis radical que, independizándola de todo cautiverio interior y exterior, la situará en soledad... pero con ella misma como mujer y como filósofa. Podrá escribir su libro, ante el que la hemos descubierto al comienzo del film. Acabará por ser otra mujer, como reza el título de la obra. Puede que esta tipología de mujer, un tanto solitaria, independiente y madura tras los golpes de la vida, funde una geografía familiar diferen-

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te en su futuro. Nadie sabemos qué hará con su vida tras tantas experiencias, pero seguramente optará por alguien que sea capaz de complementar un tiempo de su ser y de su estar sin necesidad de menoscabar su plenitud tan crudamente conseguida... Philadelphia (Jonatham Demme, 1992). Con este film un tanto menospreciado por los críticos excelsos, se instala en el cine la personalidad del homosexual en cuanto tal, pero además su mundo gay y sus características del todo punto alternativas a la familia tradicional. Tom Hanks es Andy, el gay expulsado de su empresa por razones de discriminación sexual pero además porque padece SIDA. Por su parte, Denzel Washington es un abogado negro de medio pelo que se crece en la defensa de Andy, mientras éste se viene abajo y acaba por morir en brazos de Antonio, un Antonio Banderas en una de sus mejores interpretaciones, como amante gay. Y mientras tanto, el defensor vive con extraordinaria intensidad su relación marital y paternal, en escenas de gran belleza, a la vez que la familia de Andy se vuelca en atenderle y en protegerle. La originalidad del film, entre otras razones, radica en que se abren paso tres modelos de familia: uno absolutamente tradicional, el del abogado negro; otro mucho más avanzado en sus criterios, el del victimado Andy; y en fin, el formado por el mismo Andy y Antonio, una de esas parejas de hecho que, de haber durado, muy probablemente se hubieran convertido en matrimonio homosexual.

Una gran parte de las más respetables obras cinematográficas han hecho de la estructura familiar una especie de marco envolvente de todas sus acciones como si la dinámica familiar les permitiera desarrollar todas las pasiones de los personajes

Este film es digno de verse, además, por su capacidad de trasmitir el talante sensible y estético del universo gay, sin que para nada se golpeen otras sensibilidades familiares al uso. Realizado en 1992 cuando la homosexualidad se vinculaba al SIDA casi estrictamente, da a luz un montón de películas que, más tarde, plantearán esta problemática con mucha menos intensidad e inteligencia... De estos tres films, que cierran su cronología en 1992, se deducen estos elementos que desde ya formarán parte de las alternativas familiares contemporáneas: independencia económica femenina, crisis de la convivencia tradicional sobre todo por el trabajo de la mujer, la presencia de situa-

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ciones multiculturales de todo tipo, la confrontación entre una mujer despertada de su letargo y un hombre que no se ha movido de su machismo tradicional, la homosexualidad como una opción dominante entre otras posibles, la persistencia de esquemas xenófobos incluso en los ambientes teóricamente más avanzados, y en fin, el cambio del ambiente contextual que ya no protege como antes la familia tradicional. Pero un dato merece retenerse: tal familia tradicional puede darse, desde ahora, con sus características del todo punto conservadoras o, por el contrario, conservando lo oportuno y abriéndose a situaciones novedosas con suficiente sentido histórico. El cine, tras estos tres films y otros muchos que no aducimos, ya nunca será el mismo en esta cuestión tan emblemática de ofrecernos su peculiar contemplación de la realidad en este caso, familiar, como decíamos al comienzo del texto.

Cinco películas alternativas Tras esta gestación de una familia diferente, nos permitimos señalar cinco films en los que se nos presentan modelos familiares completamente nuevos en profundidad, pero puede que menos llamativos en su externidad: el detalle es relevante. 1. Historias del Kronen (Montxo Armendáriz, 1995). Un tipo frecuente de neofamilia radica en el hecho de que los hijos se le han escapado por completo a los padres, hasta constituir una vida paralela al del hogar familiar. Se trata de un núcleo burgués y adinerado, fundado en el trabajo de los padres y en la libertad absoluta de unos hijos que ya carecen de valores sólidos. El desastre suele ser tan tremendo como el film. 2. Mensaka (Salvador García Ruiz, 1998). He aquí una estructura familiar absolutamente actual y que se nos pasa desapercibida: seres humanos un tanto marginales en la sociedad de consumo, que han optado por vivir juntos, que se reúnen con parejas semejantes, que experiencian problemáticas tremendas y subterráneas para los demás, y que albergan fascinantes pasiones fraternales, sensibles y hasta trágicas. Cuando se confrontan con los burgueses tradicionales, se

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El arte cinematográfico revive la realidad para revisarla y de esta manera entregársela al espectador como materia de reflexión histórica; así, el cine ha sido testigo de la evolución familiar, pero también manipulador artístico de la misma sienten despreciados, y a su vez los desprecian, pero es fácil que surja el conflicto y la sangre. Es una tipología familiar muy al uso y auténtica bomba de relojería en nuestra sociedad clasista hasta el tuétano.

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3. American Beauty (Sam Mendes, 2000). En uno de los tradicionales chalets yanquis en una de esas colonias tan apacibles como edulcoradas, un acabado padre de familia recién jubilado se enamora de la jovencísima amiga de su hija y comienza el camino de perdición. Es la familia vaciada de toda motivación para permanecer unida y explosionada porque el amor propiamente se ausentó hace tiempo, y todos se sienten fracasados en sus expectativas. Realizada con exquisita precisión estética, nos invita a constatar de qué manera muchas familias tradicionales han dado a luz una nueva tipología que adultera todos los códigos éticos y morales, para instalarse en una ficción enfermiza. Estamos ante una alternativa pragmática. La estructura exterior no se rompe, pero la interior ha desaparecido. El crack de las axiologías provoca el crack de los afectos. Mirar a nuestro alrededor.

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4. La pequeña Lola (Bernard Tavernier, 2005). El caso de una pareja que va en busca de una niña oriental adoptada y las peripecias de la correspondiente aventura, mientras se relaciona con otras parejas que esperan lo mismo en un mismo ambiente. El embarazo tradicional, doloroso pero no menos gozoso, se transforma aquí en una lucha contra infinitas dificultades, hasta que la neofamilia se forma al retornar a Francia... con o sin niña, que de todo hay. El trauma que esta decisión desarrolla está tratado por Tavernier de forma detallista y con feroz realismo. Nunca critica el hecho de la adopción, pero insiste en la terribilidad afectiva y emocional que implica cuando se desarrolla según las pautas del guión fílmico. Como siempre, el realizador galo es incorrecto socialmente, lo que es un placer cultural.

ambiente, opta por integrarse en una estructura familiar tradicional hasta acabar en un caos absoluto. El choque entre la familia tradicional norteamericana, conservadora hasta el tuétano pero cruel hasta las cachas, fractura el deseo enfermizo de dos hombres enamorados pero incapaces de afrontar su situación con valentía. Parece que ‘salir del armario’ es fácil en determinados contextos, pero en otros muchos, para nada. Todo permanece igual. Y como siempre sucede, cuando se traiciona el corazón, la vida entera se destruye en lo más íntimo. Todo un código para esperanzas exageradas.

5. Brokeback mountain (Ang Lee, 2006). Uno de esos films que arrasan en taquilla pero que van mucho más allá de ese éxito momentáneo. El amor homosexual que, amedrentado por el

6. El desencanto (Jaime Chávarri, 1976).

Y añadimos para ampliar esta lista, otras cinco películas recomendadas también al lector como complementarias:

7. Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995).

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8. La edad de la ignorancia (Dennys Arcand, 2008), junto a sus anteriores El declive del imperio americano (1987) y Las invasiones bárbaras (2003). 9. La escafandra y la mariposa (Julian Schnabel, 2008). 10. Antes que el diablo sepa que has muerto (Sidney Lumet, 2008).

La familia en imágenes El arte cinematográfico (y todo Arte en fin) hemos dicho que re-vive la realidad para revisarla y de esta manera entregársela al espectador como materia de reflexión histórica.

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Así, el cine nunca es neutral, si bien pueda realizarse con una enorme dosis de objetividad casi documental. Desde esta óptica, tal y como hemos escrito al comienzo, el cine ha elegido como referente el núcleo familiar desde sus comienzos, y nunca lo ha soltado hasta el momento. Ha sido, así, testigo de la evolución familiar, pero también manipulador artístico de la misma para potenciar una u otra de sus formalidades posibles. La familia permanece, pues, en las imágenes cinematográficas. Y esperamos que el lector se anime a comprobarlo para deducir cuanto le parezca oportuno. Siempre desde necesaria actitud crítica, del todo necesaria a la hora de enfrentarse con la obra de Arte. Y es que en Arte, la realidad es la ficción y la ficción es la realidad. Todo un reto.

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A PIE DE CALLE

LA FAMILIA Y UNO MÁS: LA CRISIS Por Antonio Saugar

La familia, su cotidianeidad, ocupan poco espacio en los medios de comunicación. Pero en los últimos meses se ha convertido en protagonista de un buen número de páginas de periódicos y de los informativos de radio y televisión. La crisis ha llevado a las familias a los titulares de prensa. Las preocupaciones familiares han pasado a ser noticia. 52

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El paro es el principal problema para el 75,3 por ciento de los españoles

económicos son la principal preocupación con un 45,8 por ciento; seguidos del paro (36,6 por ciento); la vivienda, con el 13,8 por ciento; y la inseguridad ciudadana, con el 9,1 por ciento. De la importancia de cómo afecta la crisis a las familias españolas destaca que para el 40,8 por ciento de la ciudadanía la situación económica del país es mala, y muy mala para el 26,9 por ciento. Un 27,1 por ciento es regular. Problemas económicos El paro es el principal problema en España para el 75,3 por ciento de los españoles, seguido de las dificultades económicas, que ocupan el segundo lugar para el 51,6 por ciento, según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en su barómetro de enero de 2009. El terrorismo (22,2 por ciento) y la inmigración (19,3 por ciento) ocupan los puestos tercero y cuarto, respectivamente. Cuando la encuesta del CIS pidió a los ciudadanos que señalasen los tres problemas que, por orden, les afectan más directamente, los problemas

Según la encuesta del CIS, el 39,5 por ciento cree que dentro de un año la situación irá a peor; un 17,1 por ciento cree que será mejor y un 29 por ciento, que continuará igual. En España hay 827.200 hogares con todos sus miembros desempleados, casi el doble (385.500 más) que un año antes, según los datos de la última Encuesta de Población Activa. La EPA del cuarto trimestre de 2008 señala que el aumento de hogares con todos sus miembros en paro fue del 87,28 por ciento en un año y del 29,63 por ciento con respecto al trimestre anterior, al aumentar en 189.100 hogares en tres meses.

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Aunque el 78 por ciento de los padres españoles están preocupados por el uso que sus hijos hacen de Internet, los padres españoles son los que menos utilizan sistemas de filtrado de páginas webs

Por lo tanto, los ingresos de un gran número de familias españolas se están viendo mermados de manera que los préstamos hipotecarios que en su día fueron la alegría familiar para comprar un piso se están convirtiendo en una trampa difícil de afrontar. Las familias se las ven y se las desean para poder pagar sus hipotecas, aumentando el número de morosos en las listas de los bancos. La economía familiar está en peligro. La Encuesta de Presupuestos Familiares, elaborada por el Instituto Nacional de Estadística, señala que cada hogar dedicó una media de 32.000 euros a gastos de consumo en el año 2007, un 4,7 por ciento más que el año anterior. Los hogares destinaron el 25,6 por ciento de su presupuesto a gastos relacionados con la vivienda; el 14,4 por ciento al transporte; y un 14,2 por ciento a alimentos y bebidas consumidas en el hogar. El gasto total en consumo en España aumentó un 7,5 por ciento en el año 2007. Por tipos de hogar, el mayor gasto por persona (20.827 euros) se registró en los hogares formados por personas que vivían solas y con edad inferior a los 65 años, seguido de los formados por una pareja sin hijos (14.719 euros). Por su parte, las parejas con tres o más hijos tuvieron un gasto por persona de 8.849 euros. La economía es la pesadilla de las familias, que se las ven y se las desean para llegar a fin de mes. Ahorrar de la forma que sea es la consigna de todas y cada una de las personas que forman el núcleo familiar. Y esto lo empiezan a notar en las grandes superficies comerciales, que ven cómo sus clientes optan por las llamadas “marcas blancas” (más baratas), dejando de lado aquellas a las que la publicidad televisiva ha hecho famosas pero, también, más caras. Otra de las tácticas para llegar a fin de mes es la de comprar artículos de oferta, que pueden aliviar los ya muy justos bolsillos. Recortar en gastos de ocio es otra de las herramientas utilizadas por las familias para tratar de salir airosas de la crisis. Menos sesiones de cine, menos salidas a cenar o de tapas, o montarse cenas en las propias casas son ya cosas comunes en nuestro país.

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Si la situación para quienes ya están en el paro es muy difícil, los que ven que su trabajo puede peligrar comienzan a preparar a sus familias por si las cosas van a peor. Un buen número de personas se ha puesto la venda antes de la herida, y ha comenzado a controlar sus gastos, con la vista puesta en una situación económica peor a la actual.

‘Enganchados’ al ordenador Otro tema que preocupa a las familias es la situación de los hijos. Hace años, niños y adolescentes pasaban muchas horas jugando en la calle, algo que no suponía una gran preocupación para los padres. Ahora, los más jóvenes pasan mucho

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tiempo en casa, pero los padres no saben con quién se relacionan a través de sus ordenadores. El caso de la muerte de la joven Marta del Castillo – presuntamente asesinada por su ex novio- ha vuelto a poner en el candelero la utilización de las denominadas redes sociales, a las que un buen número de adolescentes están enganchados, poniendo a disposición de no se sabe quién datos, fotos e intimidades que pueden acarrear graves problemas. Quitarle a un adolescente su ordenador y sus momentos de chateo con sus amigos no parece ser la solución, pero sí lo es controlar las páginas en las que navega y los datos que coloca en Internet. Cuando ocurren hechos como la muerte de Marta, las familias se estremecen preocupadas por si a sus hijos les puede pasar lo mismo. El 78 por ciento de los padres españoles están preocupados por el uso que sus hijos hacen de Internet, según los datos del proyecto EU KidsOnline, en el que participa la Universidad el País Vasco, que además añaden que los padres españoles son los que menos utilizan sistemas de filtrado de páginas webs.

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El futuro de los hijos Los estudios de los hijos, su futuro, la carrera que estudiarán son temas de discusión dentro de la familia. La preocupación del adulto colisiona, a veces, con la actitud de los jóvenes, que pueden verse agobiados al creer que los padres les exigen demasiado. Parece que, actualmente, es más difícil hacer que los adolescentes pasen más tiempo ante los libros. Quizá la sociedad en la que vivimos –con todo al alcance de la mano o de la VISA paterna- esté convirtiendo a los jóvenes en personas asentadas en la comodidad, a las que todo les parece fácil de conseguir. Las familias constituyen una de las bases de la sociedad. De cómo se enfrenten a la vida dependerá el futuro de todos y cada uno de nosotros. Sus problemas cotidianos, sus inquietudes, sus miedos o sus alegrías son de gran importancia. Lástima que sólo en tiempos difíciles o ante noticias luctuosas sean portada de los medios de comunicación.

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