B IB LIO TECA DE HISTORIA Y FO LKLO R E VOL. I

B IB L IO TE C A DE H IS TO R IA Y F O L K L O R E VOL. I I N T R O D U C C I O N , El rancho fué la típica vivienda del gaucho, y sigue sien* '/do

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D I C I E M B R E
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I N J E R T O D E A R B O L E S
I N J E R T O D E A R B O L E S Por: Daniel Rivas Torres1 Introducción Según Calderón (1987)2, un injerto es la unión íntima que se efectúa entre

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B IB L IO TE C A DE H IS TO R IA Y F O L K L O R E VOL.

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I N T R O D U C C I O N , El rancho fué la típica vivienda del gaucho, y sigue sien* '/do en menor grado, la del campesino uruguayo, porque hoy ! tiende a desaparecer. El vocablo “ rancho” se ha sostenido que fes de origen europeo, del alto alemán, kring, círculo, según — Malaret— (x ) (Augusto Malaret, 1946, pág. 702) sería de origen gcnovés-veneciano. Tiene la misma acepción en am­ bas márgenes del Plata, en cuanto se refiere al vocablo a la construcción de techo de ramas o paja, y paredes de barro retobado. Con otro significado se le conoce en Estados Unido» y M éjico, establecimiento ganadero más pequeño que la ha­ cienda, y en Centro América y Colombia, tendría su equiva­ lente en el “ bohío” , que es una cabaña de ramas o cañas. Su fisonomía rural es innegable, de tal manera, que se le puede considerar com o la vivienda rural por excelencia. Si bien en m edio de una extensión de campo en la época del coloniaje, — y aún hoy-— se construyeron viviendas de sólida piedra, o ladrillos revestidos de argamaza, estas sólidas cons­ trucciones, que se levantan com o señeros castillos que recuer­ dan el medioevo europeo transportado al siglo X V III, son el habitáculo preferido del señor o patrón. El peón, el resero, el agregado, o el puestero, vivieron y viven en ranchos de paja y de terrón, alejados de la estancia o contiguos a ella. Desde el punto de vista social existe ya un principio de discriminación entre el estanciero y el gaucho pobre; com o en el lánguido, aunque no siempre tranquilo transcurrir del coloniaje portugués, lo fueron la Casa Grande y la Senzala, que separa a los amos de los esclavos. El hecho que el rancho se haya adherido, com o un hongo : al frondoso árbol que le sirve d e sustentación, a los pueblos o ' ciudades del interior del Uruguay, no lo urbaniza, ni le qui­ ta su fisonomía rural; porque una cosa es el rancherío y otra, el rancho rural— 5—

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El gancho no llegó a fundar ciudades y aldeas; no tuvo espíritu gregario. Y una aldea o población formada por ran­ chos, o sea por otras viviendas similares de techo de paja o ramas, salvo excepciones, sólo es admisible encontrarlas en algún lugar geográfico del centro de Africa, donde penetra escasamente la influencia civilizadora. Los llamados ranche­ ríos, cuando se hallan ubicados en los suburbios de un pueblo o de una ciudad no constituyen, por lo menos en nuestro país, conglomerados independientes. El estudio comparativo entre el rancho y la vivienda in­ dígena, que intentaremos más adelante, nos induce a admitir la influencia de la técnica europea en la elaboración del ran­ cho. Es difícil admitir que el rancho sea el resultado puro de la evolución de la vivienda indígena, es más fácil aceptar la hipótesis de su transformación p or influencia europea; pues si el gaucho heredó del indio a consecuencia del mestizaje ca­ racteres morfológicos, y adoptó de este, algunos elementos defensivos y cinegéticos, com o las boleadoras, etc., creó su forma de vivienda adaptando elementos evidentemente euro­ peos en los aborígenes. La similitud entre el rancho y la vivienda rural europea aparece evidente si la comparamos con la “ isba” ru9a, la “ jaupa” polaca, y en la antigüedad, con la primitiva cabaña de I09 pelasgos o las viviendas de los germanos; en cambio, ni la casa azteca, ni la habitación incáica, ni la tienda patagona, se asemejan al rancho en su construcción, ni en sus materiales. Estamos frente a un caso, muy común en el Folklore y la Etnología de traspaso; en el que a través del proceso del tiempo y de diversas transformaciones sociales, sufriendo al­ teraciones de forma o adaptaciones localistas, ee aclimata y se hace típico, no obstante su origen foráneo un elemento de la cultura material. Descartamos del campo de nuestro estudio loe aspectos sociológicos del rancho (el problema social que crea la exis­ tencia del rancho en condiciones insalubres); otros aspectos del rancho dentro del Folklore, el rancho en las creencias, en la poesía popular, en el refranero, para encarar su estudio —

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Jf com o expresión de la cultura material de nn pueblo, como etnografía. Por ello nuestro método más etnológico que folklórico, consiste en estudiar el rancho. I 9) Como expresión de la cul­ tura material (etnografía). Estructura del rancho. Materiales empleados en su construcción. 29) Etnografía comparada. El rancho y otras formas, afines de vivienda en América. 39) Diversos tipos y formas de construcción del rancho. 4? ) Com­ plementos del rancho: el fogón, la enramada, el pozo, el h or' no, etc.

EL RANCHO Y LOS MATERIALES EMPLEADOS EN SU CONSTRUCCION E l rancho, vivienda típica de nuestra tierra, no requiere para su construcción materiales costosísimos ni complejos. La forma más típica se construye con barro y paja — en lo que tiene de estructura exterior o revestimiento. El esqueleto del rancho es de palo, o sea de madera rús­ tica sin pulir, vale decir de troncos de monte, que se eligen cuidadosamente entre los más derechos y apropiados. Los palos principales son los horcones — y el más importante el horcón del medio— que sostienen el peso de la cumbrera, el palo que divide el techo en dos aguas- En una palabra, todo el peso del techo se sostiene sobre los horcones, por ello deben ir bien embutidos en la tierra. En la región serrana de la Argentina, se hace un hoyo y se reviste de piedra, de esa ma­ nera se hace más sólida la construcción; por otra parte, los horcones, deben ser cortados de manera que el extremo su­ perior en el que descansan los palos transversales, deben tener la forma de horqueta: (Francisco de Aparicio pág. 106). LOS M ATERIALES: Rancho de paja embarrada. — Es muy frecuente en el ñor*« argentino. Las paredes son de barro y el techo de paja mezclada con barro en proporciones variadas, que puede ser de una o dos aguas. Es la vivienda ocasional de las personas que viven poco tiempo en un lugar, y de menor consistencia que el rancho de adobe. Refiriéndose n este tipo de rancho, dice Francisco de Aparicio: (1) “ El color de las paredes se uniforma, a poco de cons­ truido, con el del techo — que contiene barro en apreciablc cantidad— y toda la casa se confunde con el paisaje circunvecino en el cual, por efecto de la sequedad del ambirntc, hasta la vegetación tiene de ordinario color de tierra, envuelta en fina capa de polvo. Precario y rústico edificio, el rancho de paja embarrada, dentro de aquel — 9—

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mulliente «le tierra pobre y vegetación raquítica o toríuiíkIii, resulta hermoso y pintoresco en su extrema sen* cllles” . — I») Rancho de adobe. — El material empleado es la paja y el adobe o terrón' bate tipo de rancho se encuentra en casi toda la república, especialmente en el campo. A ve­ ces se utilizan terrones con césped, que hacen más dura* deras las paredes. Estas se construyen con panes cu adrangulares, y tierras superpuestas, dándole un espesor que varía entre 50 y 70 centímetros. Se usan palas espe­ ciales. Se deja de ocho a diez días el barro que. se prepa­ ra para trabajar las paredes, a fin de que se pudra bien. El reboque se hace con paja bien picada, mezclada con estiércol de caballo. El último revoque se efectúa sin paja pero con bosta de caballo, casi un blanqueo. En la Ar­ gentina se llama chorizo a la masa de paja y barro con que se levantan las paredes, y en el Uruguay, palo a —- pique. En Rivera se llaman tepeg 4 los terrones. — c ) Rancho de palo a pique. — Es la form a más frecuente que se usa en el Uruguay com o material para la construc­ ción del rancho. Veánse fotos 1 y 3. En estaclas rancho, se hacen las paredes con palo a pique, o sea, con palos clavados verticalmente, colocados uno al lado del otro, retobados con barro. El techo — es generalmente— de paja quinchada — d) Rancho de piedra. — Es una forma muy rara en el Uru­ guay; pero en la vivienda serrana es muy característico (Rep. Argentina) por la abundancia de este material. Es una construcción muy sólida. ~ e ) Otras formas. — El ladrillo y la mampostería se emplean, también, en la construcción del rancho, pero el ladrillo o la mampostería son una derivación más sólida del v ie jo . tipo de rancho de terrón y paja, y una adaptación al m e-| jor “ confort” que revela la influencia europea. Heñios encontrado en plena ciudad de Montevideo, enu Malvin, (ver foto l 9) rancho construidos con el ende-f — ble material de la caña; construcciones de lata en for-* ma de rancho abundan en todos los suburbios de los pue«j! blos y ciudades del interior (la más humilde de todaág —

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y la más caliente por la irradiación solar), y otras for­ mas, de rancho con chapas de zinc, com o techo, en lugar de la quinchaf) Formas urbanas de imitación del rancho de dos aguas. — Diversas formas de vivienda imitan la forma del rancho, o sea la de un paralelogramo con techo de dos aguas, de las que la forma más elegante es el “ chalet” en forma de rancho con techo de tejas. Dos aspectos deben tenerse en cuenta en la apreciación de las variantes del rancho: la forma y el material em­ pleado. De acuerdo con el material deben considerarse como ranchos solamente los de las fotos (1, 3, 4 y 5 ) ; de acuerdo con la forma, sería rancho muy evolucio­ nado, el de la foto (9 ). Resumiendo nuestras observaciones en el Uruguay, la forma rancho puede dividirse en cuatro clases, según el ma­ terial que se emplee en las paredes, conservando com o tipo común el techo de paja. a) 1. Rancho de palo a pique 2. Rancho de ladrillo. 3. Rancho de manipostería. 4. Rancho de cañas. b ) Imitaciones del rancho suprimiendo el techo de paja: 1. Rancho de latas. 2 . Rancho de zinc. o) 1. Chalet de ladrillos con techo de paja2. Chalet de piedra con techo de paja. FORMA MAS ANTIGUA DEL RANCHO QUE ENCONTRAMOS Tu más antigua documentación del rancho que encontraFnio«, o h el rancho o casa común cubierta de “ pasa” , que desWrllir 1 1 lix de Azara (1904, pág. 14 y 15) en su “ Geografía flab'it y Kulórica de las Provincias del Paraguay y Misiones )■Btlfoi” , que según se puede observar en el esquema que Nproillioimoii del mismo, se trata de un rancho con esquinas ■I fui mu 1 —

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versales y verticales: los verticales se llaman tijeras, los trans­ versales: cañas, (véase ilustración 3 ). Cuando las, tijeras sobresalen un poco se forma el álero. Terminada esta tarea se quincha el rancho. Y terminada la quincha se procede a formar las paredes con terrón o cho­ rizos. Por en forma, no por los materiales empleados, existen varias clases de ranchos: 1) 2)

El rancho histórico que nos describe Azara, de culata ochavada. El rancho con ramada. (Véase ilustración N? 4 ).

Ilustración No 4

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El rancho común que puede ser más o menos largo en su cumbrera. 4 ) El rancho cola de pato. Este último tipo — muy común en el departamento de Rivera— , es un rancho con mojinete recubierto, se di­ ferencia del rancho común en la parte posterior, que for­ ma una saliente que le da el aspecto de una cola de pato, _ de ahí su nombre — 14 —

Ilustración NQ 5

LA QUINCHA: La operación que requiere más habilidad en la construcción del rancho es la quincha. No todos los paisanos son buenos quinchadores. Se necesita una habilidad especial para que la quincha resulte sólida y el rancho no se llueva. Una buena quincha puede durar de seis a diez años. Veamos algunos aspectos de la quincha: La palabra quincha y el verbo quinchar derivan del jun­ co o quincho, que se llama el junco con que se ata el manojo de paja. La paja que generalmente se emplea para la quincha del rancho se llama paja brava, y en algunas regiones del Uru-

guay se le llam a paja de Santa Fe, la que puede ser más o m enos gruesa, la más gruesa es la m ejor. Se llam a, paja brava, p or ser m uy espinosa y cortante su h o ja , tal com o un puñal y se encuentra en los pajonales a orilla de las lagunas. Cuando se seca tom a un color amarillen­ to y es cuando se em plea en la techum bre del rancho, porque se corta verde y se deja madurar. Quien haya visto un rancho en construcción ha podido observar ju n to al esqueleto del rancho, los m anojos de paja am ontonados en el suelo prontos para quinchar. T am bién se usa la paja mansa, la que debe tener buena caída para que n o se pudra. E n la Argentina, com o en el Uruguay se usan además, la totora, ju n co y ju n co de arenaEl paisano tiene la creencia m uy arraigada en él que cor­ tando la paja brava en menguante dura más, en caso con ­ trario, se pasma, se seca y se pudre. Se em pieza siem pre la quincha de abajo hacia arriba. Las puntadas para asegurar la paja en ol techo se hacen com un­ mente de 15 a 20 centímetros, y en algunos casos la hacen de 4 centímetros de distancia, la que resulta más resistente y es m ejor para entrar el agua. ESTILO D E QUINCHA En el cam po uruguayo se emplean en la techum bre del rancho diversos estilos de quincha. C onozco cuatro estilos: la de escalera, la de escama, la de carreta y de camisa. La más sim ple se llam a quincha de carreta. La paja de carreta n o es buena para quinchar porque echa flor y se quiebra con facilidad. Tam bién se llam a de “ camisa” cuando se coloca en sen­ tido transversal un atado al lado de otro. En la quincha de “ escalera” queda un m ontón arriba de otro, y quedan los troncos para afuera form an do escalera. La de “ escalera” es la más durable, aunque es la que lleva más paja. En la quincha de “ escama ’ — que es la más barata— y el m ejor estilo, se pone e l m ontón transversal con los travesaños hacia arriba-

O R IE N T A C IO N Se orienta el rancho en la Argentina d e m o d o qne n o lo •sote de frente el pam pero y en las regiones del sur, los vien­ to« del oeste. E l rancho de techo de dos aguas es ap ropiado para la caída de la lluvia, ya que ésta se detiene y corre con facili­ dad. En los países nórdicos d e Europa, Alem ania, Polonia, Rusia, la “ isba” , “ la jaupa” tienen la misma disposición del rancho y el techo d e dos aguas im pide que la nieve se depo­ site en é l: esto nos hace pensar en la sim ilitud del ran ch o con la casa del cam pesino europeo. ACCESORIOS D E L RA N C H O EL PISO : E l piso es generalmente d e tierra. A veces se utiliza la­ d rillo m olid o con un pisón, y más m odernam ente, cemento, y en algunos casos, en las adyacencias de las ciudades del in­ terior, piso de baldosas o mosaicos. Esta últim a form a se utiliza más frecuentem ente en el rancho urbanizado, en la casa estilo rancho. V E N TA N A S: Generalmente el rancho tiene dos ventanas, sin vidrios, generalmente, de mádera. En los ranchos m u y pobres, se tapa la ventana con una lona o un pedazo de trapo.

PUERTAS: Son escasas. Generalmente el ran ch o tiene una sola puer(ii que se cu bre con una madera sin vidrios y antiguamente se revestía de cueros. E n algunos ranchos se utilizan puertas y VOiltanas con vidrios, en una form a que demuestra el in flu jo de Id >¡vilización actualM O B IL IA R IO : El m obiliario es rústico. La sillas son generalm ente de madera con el asiento d e cuero, y ligeram ente in clin ado hariu atrás. En m uchos ranchos, se ven en lugar d e siUas, ban­ queta» o bancos rústicos. Los gauchos usaban cabezas de va­ cuno para sentarse; pero el rancho del cam pesino d e hoy, por influencia de las ciudades, se ha m odernizado. L a mesa — 17 —

es generalmente de una m adera rústica, de fabricación casera. E n la cocina se usa un fog ón sencillo y algunos utensilios, co­ m o las viejas calderas de bierro, que b o y se ven m uy p oco, de tres patas, las “ pavas” de hojalata, calderitas de hierro fu n dido, y otros utensilios. CONSTRUCCIONES SU BSIDIARIAS EL HORNO: E l h o m o , n o es solamente un ornam ento del rancho, cons­ tituye una necesidad, ya que el pan es un alim ento indispen­ sable del hom bre. E l pan criollo p or excelencia, es el llam ado pan casero, o sea el pan que se elabora en la casa, y n o es com prado en la panadería. La fabricación cascrn d el pan en nuestra cam­ paña, se explica en razón de ln distancia. E n campaña, n o existen panaderías, y la m u jer campesina, amasa ella misma la harina com prada en el almacén o pulpería, ya que la cos­ tum bre de m oler el trigo se ha perdido, y hornea el pan en su p rop io horno. Es una labor esencialmente fem enina; pues, es el ama de casa a quien se con fiorc esta cotidiana labor. E l pan casero se hace con harina mezclada con levadura y grasa; es la cantidad de grasa lo que le dn el sabor de pan casero, y lo diferencia del pan fabricado, boch o con harina, levadura, agua y sal. E l h orn o criollo es pequeño, en forma de elipsoide con un diám etro m ayor del óvalo a su base de un metro. Se cons­ truye de adobe, piedra o ladrillo, y se revoca genera’ mente con ba rro o cal. El h orn o tiene dos aberturas: la b o ca y un pequeño o rificio que sirve de chimenea. La b oca está orien­ tada hacia el norte. Una creencia arraigada en la Argentina, según refiere F élix C olu ccio (1950, pág. 185) “ D iccionario F olk lórico Argentino” , palabra “ h orn o” , es la de que al p o­ nerle al piso la últim a capa de barro, se debe hacer una cruz con sal, la que luego es cubierta posteriorm ente con m ezcla de barro. E llo se hace con el fin de que n o se quemen los ali­ m entos puestos a cocer. ORIG ENES H ISTO R ICO S D E L H O R N O : El h orn o tuvo su origen en OHente, y más tardíamente se aclim ató en Europa. Los egipcios y babilonios hacían toda — 18 —

clase de panes con harina de trigo y cebada, utilizando el h orno. Los egipcios, según R ob ert W . L ow ie (1947, pág' 6 8 ), parecen haber sido los prim eros en poner levadura a la masa, los que trasmitieron ese procedim iento a los griegos y ro­ manos. Los romanos lo adoptaron de los griegos hacia 174 a J. C. A los panaderos se les llam aba en R om a “ pistores” , porque fabricaban la pasta, con que hacían el pan. En la época de Augusto existían en R om a 329 pistores públicos. E l h o m o prim itivo fu é el de la panificación. Más tarde, com o resultado del proceso de industrialización que se inten­ sifica en el siglo X I X ; pero que tu vo sus orígenes rem otos y un proceso lento de transform ación desde la Edad M edia, com o lo demuestra Lewis M unford en “ T écnica y Civiliza­ ción” , (pág. 2 6 1 ), se inventaron las aplicaciones industriales del h o rn o ; desde el h o m o de laboratorio al h o m o de cerámica, hasta los altos hornos de la gran industria del acero, derivaciones y aplicaciones todas ellas del h orn o primitivo. LA RAM A DA O ENRAM ADA La ramada o enramada es otro accesorio del rancho La ramada puede form ar parte del rancho, siendo en ese ca­ so, la continuación del rancho para darle som bra, y se fabrica con cuatro h orcones techados de ramas, o bien se construye, ccrca del rancho a unos veinte metros, y sirve n o sólo de lu ­ gar de som bra en el verano, sino de refugio de los animales pura protegerlos contra el sol y la lluvia, ju n to a un palen­ que donde se atan. (Véase fo to 8 ). Lchm ann-Nitsche, que ha escrito una m onografía sobre la enramada (pág 6 ) , la defin e com o la construcción sencilla y primitiva, hecha de cuatro o seis palos sin paredes, cubier­ ta de techo usual, levantada a cierta distancia del rancho (ulbcrgue para el paisano y su fam ilia (F élix C oluccio, 1950, pág. 319) y destinada a dependencia de aquella habitación principal. E n Entre R íos y Corrientes, don de los materiales pura su construcción están a la mano, las ramadas son altas, espaciosas, y d eb a jo está a veces el palenque para atar los caballos, librándose así d el sol y la lluvia. A su lado hacen generalmente un techo de paja que sirve para las gentes en lux horas de descanso, especialmente en verano y cuando llue­ — 19 —

ve, para hacer allí algunos trabajos en que deb eg ocuparse los peones” . Nuestra ramadas o enramadas n o difieren e n nada de las argentinas. 1. — EL FO G O N E l fog ón , típico accesorio d el rancho es la parte esencial d e la cocina del cam pesino uruguayo. La cocin a campesina puede form ar parte d el rancho, pasando a la categoría de u n com partim ento in terior; com o en el caso que se cons­ truya com o parte d el rancho, con una o dos piezas más, destinadas a dorm itorio y cocina, ubicada en e l cuerpo del m ism o rancho, está separada de las demás piezas p or un tabiqu e; o bien la cocin a es una pieza más pequeña ad­ yacente a la casa, en el m ism o sentido que lo es un p e ­ qu eñ o excusado, co m o se le llam a al servicio h igién ico cons­ tru ido en la form a más primitiva. Si bien el fog ón es elem ento típ ico del ran ch o criollo, tiene ascendencia europea y universal indiscutida. La rústica casa del cam pesino alemán en la E dad M edia n o carecía de fogón. Era la cocin a el lugar indispensable de reunión de la fam ilia m edieval, alrededor d el fuego, qu e ofre­ cía con su calor siem pre acogedor en el invierno, u n lugar de estar siem pre apacible para la fam ilia pobre, que n o conocía la sala, la antecámara y m enos el salón. H ablar del fog ón criollo, es por otra parte hablar del fu ego, del que se hace necesario reseñar su im portancia com o m ed io de civilización, que transform ó el áspero vivir del ca­ vernícola, ya en cam ino de transformarse en el h om o faber. 2. — E L CULTO D E L FUEGO U n m ito griego atribuye a Prom eteo la invención d el fue­ g o y e l haber revelado a los hom bres un secreto que pertene­ cía a los dioses. P or e llo es castigado p or Zeus y encadenado en las rocas d e una montaña de Scitia sufre el titán u n supli­ c io que parece eterno, pero al fin a l es libertado p o r Heracles. Este m ito sé rem onta a una época cosm ogónica, y p o r consi­ guiente, al origen del m undo, y en razón de ese origen divino el fu ego fu é adorado en un culto sagrado p or los griegos, p or los persas, p or los arios védicos con e l n om bre de Agnis, y — JO —

el m ism o culto del fu ego se encuentra entre los kamtchadales, los tenguses, los turcos, los m ongoles, entre los semitas, en Asiría, Caldea, Fenicia, y los incas, adoraban a In ti el sol, fuente d e energía ígnea. Los cultos pirolátricos han existido en todos los tiempos. Los rom anos adoptaron, sin duda, d e O riente y Grecia, el cu lto d el fu ego sagrado d el hogar y de sus dioses-lares, extendiendo los cultos pirolátricos en to d o e l m undo que do­ m inaron, agregándose los que poseían los germ anos, galos, etc. D e tal manera, cuando apareció el cristianism o, lus idolatrías Daganas del fu ego existían en todas Dartes. Eta E scocia a« usó eX fu ego para encenderlo en los sacrificios hasta 1826 y en Suecia, se aplicaba co m o ritual pirogénico en caso de epid e­ m ia, de cólera o peste, y fu é a b olid o en el siglo X V III por Considerarse de origen pagano. D raper en su “ D eveloppem ent Intellectuel” (t. I. Pág- 44) h a señalado la im portancia del fu e g o : “ Sin el fu ego n o habría cocin a posible,, y p or lo tanto el h om bre habría de alimentarse principalm ente de vegetales, frutas, com o los m onos y algunas veces de pescado crudo. Estarían además confinados a las re­ giones cálidas, tam bién, co m o los m onos. Las industrias de prim er orden eran para é l invalorables especialm ente la al­ farería y después la m etalurgia. Sin e l fu ego e l h om bre n o h ubiera salido jam ás de la edad de pied ra ; la lu z artificial n o hubiera prolon gado los días d e los prim itivos, n i se hubieran fortifica d o los instintos sociales al m ism o tiem po q u e se des* arrollaba la inteligencia humana” . (D raper, D eveloppem ent Intellectuel: t. I. pág. 4 4 ). 3. — IM P O R T A N C IA D E L F O G O N E N L A V ID A CA M PE SIN A E l fog ón gaucho fu é e l centro de reunión de los peones en las estancias, quienes después d e sus cansadas y agobiantes faenas, se recogían com o en un rito sagrado, a la hora del crepúsculo vespertino a tom ar m ate, o a com er un asado im ­ provisado a las brasas, mientras en m ano del más diestro, la guitarra hace sentir sus gem idos y la im provisación, o el canto de u n “ triste” o d e una “ cifra” son la expresión de aquella convivencia A sí nace d el fo g ó n , e l folk lore, que tiene centro — 21

de irradiación en las cocinas y no en los aristocráticos salones. Esto lo saben los folklórogos que, cuando han querido recoger en investigaciones de campo algo de lo que sobrevive en la me­ moria del hombre del pueblo, del “ vulgus” han concurrido allí donde el fuego arde, y se forma la ronda de la conversación, que es también comunión, o de la charla festiva y aguda. Ya el fogón al aire libre, en los descansaderos de los via­ jes, cuando el tropero se detiene e improvisa su fogón con “ tortas de vaca” o la leña petisa, y algunas ramas secas que recoge del m onte; ya el fogón de los campamentos, o bien el otro fogón, ba jo techo, el fogón que se enciende en las cocinas y alrededor del cual se reúne la peonada para tomar mate, y relatar las novedades del campo, lo que han visto en el trabajo diario. Y así entre el relato cotidiano y los dichos y chistes so­ carrones del paisano, surge el canto y la melodía com o nece­ sario complemento. Respecto al fogón de los campamentos ha dicho Lucio V . Mansilla: “ que es la delicia del pobre soldado después de la fatiga. Alrededor de sus resplandores desaparecen las jerar­ quías militares: jefes superiores y oficiales subalternos con­ versan fraternalmente y ríen a sus anchas. Y hasta los asis­ tentes que cocinan el puchero y el asado y los que ceban el mate, meten de cuando en cuando su cucharada de charla general, apoyando o contradiciendo a sus jefes y oficiales, di­ ciendo alguna agudeza o alguna patochada” . (Coluccio, 1950, pág. 159). El fogón criollo, el de las cocinas de las estancias, o el fogón del rancho aislado y solitario, es un fogón de piedras o bien una parrilla de alambres. Encima del fogón se pone la “ pava” para el mate o la olla para cocer el puchero. Cuando el fogón es más rústico, de piedras; se acercan dos o tres piedras grandes, y el fuego se enciende entre las piedras, quedando la caldera sostenida entre éstas. En el sur de la Argentina se usaba una forma de fogón llamado, el fogón pampa, por haberlo adaptado probablemente los gauchos de los indios. Mario Ló­ pez Osornio (1940, pág. 37) nos ofrece una decripción de él: “ Con el cuchillo se extraía un volumen de tierra de forma prismática trapezoidal, cuya base mayor recibiría el combus­ tible y la menor el recipiente” . — 22

El fogón de campo abierto, el que se improvisa en el descansadero o en el campamento se hace también con pie­ dras grandes y el fuego se alimenta con leña seca y bosta de vacuno. La cocina de nuestro rancho no tiene ese aspecto de lim­ pieza y de alegría característico, salvo excepción, de la cocina campesina española. Diríamos que nuestra cocina es triste y sucia y revela la deprimente pobreza de nuestro campesino actual. No se ven com o en las modernas cocinas cantábridas las chimeneas con gran campana para que salga el ahumado característico de las cocinas norteñas españolas. Ni las cocinas con despensa o almacén de alimentos, ni los hoyos de piedra o madera, ni la alacena para guardar los cacharros, ni la amasadora con los cedazos para cercenar y amasar el pan se ven en nuestras cocinas, ni la cadena o jarrial de la que cuel­ ga el caldero, ni la hornacina para guardar la ceniza. Más frecuente es ver en la cocina campesina uruguaya un zarzo donde se cuelgan los chorizos y morcillas para ahumar, que es tan típico de la cocina española. Esta es una costumbre que nos ha venido de España. El moblaje de la cocina criolla campesina es sencillo y muy rústico. Un fogón de piedra una parrilla de alambre o una cocina modesta hecha de ladrillos' con dos hornillos, algunos bancos y banquetas de madera rústi­ ca, una mesa de madera de monte, dos o tres cacerolas, un sar­ tén y otros trebejos. Tales son los modestos ornamentos de la cocina criolla campesina. EL POZO Y OTRAS FORMAS DE PROVISION DE AGUA La forma natural de provisión de agua que tiene el hom­ bre de campo, es la cachimba u o jo de agua, com o se le lla­ ma en la república Argentina; también puede ser una cavidad artificial para recoger el agua de la lluvia. Así el Diccionario de la Academia la define com o “ el hoyo que se hace en la playa para buscar agua potable y cabo que se emplea para sacar agua de las embarcaciones, por lo que Fernándo Ortiz (1929, pág. 110) deduce que la palabra “ cachimba” , es de origen marinero y aunque se ha tomado siempre por palabra africana, emplea para explicar su origen, el neologismo de afroarabismo. La cachimba se distingue del pozo en que no

tiene brocal, y sim plem ente para señalar e l lugar codiciado en los lugares secos, se pon en algunas piedras alrededor del b o y o , o se le p on e una tapa de m adera para que los animales n o beban e l agua. E l p ozo, indispensable accesorio d el ran ch o cuando la re* ta d e agua se encuentra cerca de la casa, en caso contrario h ay que acarrearla con caballos o a pie, puede tener u n bro­ cal simplem ente d e maderas, el que en ese caso, en lugar de tener la form a característica de una circunferencia, tiene la form a de un cuadrado, form ado p o r tres palos entramados d e cada lado, y atados con sogas. D os palos verticales entrela­ zados sirven para coloca r la rondana. L a rondana y e l ba lde son los accesorios indispensables del pozo. Es m u y com ún en nuestra campaña y en la provincia de Buenos Aires, el p o zo de ladrillos d e altos pilares, con un travesaño d e m adera que sirve para colgar la rondana. Se suele agregar una represa para dar d e beber a los caballos. Otro m aterial q u e se usa para construir e l p ozo, es la piedra. Encontramos en e l departamento de Canelones (L a F lo­ resta ), otra form a d e provisión d e agua, q u e se llam a la cim* bra. Este es u n aparato rústico para extraer e l agua sin ron­ dana. Se construye un pozo de piedra o ladrillo, de brocal pequeño (d e unos cincuenta centím etros) y a escasa distan­ cia se clava un poste b ien fu erte con orqueta, y a u n extremo se coloca e l ba lde y al otro, u n contrapeso. E n la Argentina se utiliza otra form a de provisión de agua: la manga. M ario A . L ópez O soraio, y a citado, (1944, pág. 83) la describe en su o b ra : “ Viviendas de la Pam pa” , A flo ja n d o la cuerda, la manga se in trodu ce en el p o z o y se carga de agua que, al tirar de la cuerda con e l caballo, sube y vuelca el agua en el charco” . Existen otras form as d e provisión de agua naturales y artificiales, destinadas a los animales y a la agricultura, com o las acequias, p o c o usadas en e l Uruguay; pero m uy comunes e n e l n orte argentino; los jagüeles, com unes a las dos repú­ blicas, e l trueno y la represa. —

24 —

(i )

H orno d e barro, (L ascan o, R ocha)

8 ) Ramada. (La Floresta, Canelones)

10) 7)

Horno de barro visto de cerca. (Lascano, Rocha)

il)

Rancho de ladrillo con techo de paja. (La Floresta, Canelones)

Rancho de proa a pique (Pando, Canelones)

EL RANCHO Y LA VIVIENDA INDIGENA ESTUDIO COMPARATIVO Los arawak, los karibes, los motilones, construyeron sus viviendas de formas muy variadas, desde la mamparo motilona, la mediagua Karibe, la simple techumbre tropical “ cola de Guacharaca” , Waharibo de Sierra Parima, territorio Amazo­ nas, la churuata, la casa Maquitare de form a elíptica, que tiene mayor similitud con la forma primitiva cónica de la ruca araucana que con el rancho rioplatense, hasta la casa arquedda y la casa motilona (dos formas curiosas de la vi­ vienda indígena), la primera tiene la form a de una curva convexa y la segunda tiende a ser una pirámide pajiza. N o encontramos en todas estas formas de la vivienda in­ dígena de tipo circular nada que se asemeje al rancho en su estructura exterior, con excepción del boh ío arawak. Según Leturneau, (1905, pág. 119-120), la forma cilin­ drica proviene evidentemente de la choza primitiva, y tiene el grave inconveniente de no permitir grandes dimensiones. Para este autor, se realizó un progreso notabilísimo cuando se reemplazó el plano circular por el cuadrilateral: entonces fue fácil ajustar la habitación a voluntad haciendo así la casa común, la “ casa larga” de todo un clan. Este progreso arqui­ tectónico se realizó pronto, es decir, en un período poco avan­ zado de la civilización; toda vez que se encuentran casas lar­ gas de clan primeramente entre los papúas de Nueva Guinea, donde hasta son sostenidas por pilotes que baña e l mar en la orilla; y también entre los pieles rojas, donde llevan especial­ mente el nombre de “ casas largas” . La teoría de Leturneau no explicaría una supuesta evolu­ ción de la vivienda indígena a la forma criolla del rancho, por la transformación del plano circular en plano cuadri­ lateral. Según el más antiguo testimonio en América de Oviedo y Valdés, (1851, pags. 163 y 164), admite éste la coexistencia de la vivienda circular y la cuadrilateral: “ tornemos a las casasen que moraban las quales comunmente llaman buhio en estas is­ las (que quiere decir casa o m orada); pero propiamente en la lengua de Hayti el buhío o casa, se llama eracra. Estas era25 —

eras o bullios son en una d e dos maneras, en- ambas se hacían, según la voluntad del edificador, y la una form a era aquesta. H incaban m uchos postes a la redonda de buena m adera y de la groseza (cada uno conviniente, y en circuyto a quatro ó ginco passos el un poste del otro, o en el espacio que querían que oviesse de poste a poste: é sobre ellos, después de hinca­ dos en tierra, p or en-gima de las caberas en lo alto ponénles sus soleras, y sobre aquellas ponénles en torno la varagon (qu e es la templadura para la c u b ie r ta ): las cabezas o grueso de las varas sobre las soleras que es d ich o, é lo delgado para arriba, donde todas las puntas de las varas se juntan e resu­ m en en punta, a manera de pabellón. E sobre las varas ponen de través cañas, ó latas de palm o a palm o (o m en os), de dos en dos, ( ó sencillas), é sobre aquesto cubren de paja delgada o luenga: otros cubren con hojas de bih aos: otros con cogo* líos de cañas: otros con h ojas de palmas y tam bién con otras cosas. En lo baxo, en lugar de paredes desde la solera a tierra, de poste a poste, ponen cañas hincadas en tierra, some­ ras e tan juntas, co m o los dedos de la m ano ju n tos; é una a par de otra hagen pared, é átanlas m uy bien con bexucos, que son unas venas o correas redondas que se crían envueltas a los árboles (y tam bién colgando de ellos) com o la correhuela: los queales bexucos son m uy buena atadura, porqu e son flexibles é taxables, é n o se pudren, e sirven de clavaron e ligagon en lugar d e cuerdas y de clavos para atar u n m adero con otro, é para atar las cañas assi mism o. E l b u h io ó casa de tal manera fech o, llámase caney. Son m e­ jores y más seguras moradas que otras, para defensa d el ayre, porqu e n o las c o je tan de llen o” . “ Otras casas o bu h íos hagen assi m ism o los indios, y con los mesmos materiales, pero son d e otra fagion y m ejores en la vista, y de más apossento y para hom bres más principales o cágiques: hechas a dos aguas y luengas, com o las de los chripstianos, é assi de postes é paredes de cañas y maderas, com o está dich o. Estas cañas son magizas y más gruessas que las de Castilla y más altas, pero córtanlas á la m edida de la altura de las paredes que quieren hager, y á trechos en la m itad van sus horcones, que acá llam am os haytinales, que X " llegan a la cum brera é caballete a lto; y e n las pringipales — 28 —

Iingnii unos portales que sirven de zaguán o resgihim iento e riiliin tu* de paja, de la manera que y o h e visto en Flandes, ÍUblortn» las casas de los villajes o aldeas” , (pág. 10) Knlre todas las form as de la vivienda indígena primitiva, §1 b o h ío caribe-arawak, es la más sem ejante al rancho. El d lb lljo que reproducim os es copia del d ib u jo pu blicado en la lliatoria General y Natural de las Indias, de Fernández de O vlrdo y Valdés, reprodu cido p or R ob erto C astillejo en sn "E nsayo sobre e l desarrollo de la vivienda en los departa» montos de la Costa Atlántica” . B ogotá, C olom bia, Revista de F olklore N9 1.

Ilustración N f 7

“ Se le construye cuadrada, o en form a de paralelogram o, sobre un armazón de horcones y cañas, o tiras de guaduas clavadas a los h orcones o sujetas con beju cos longitudinal­ mente. L a paja se fija p or una especie de tejid o, com enzando de abajo hacia arriba. Se dobla un m a n ojo de paja d e enea de p oco más de un m etro de largo, y se pasa la punta doblada o “ cabo” p o r encim a de la segunda línea de cañas, de fuera hacia adentro. El “ cabo” se pasa por encim a de la primera línea de caña, de manera que queda hacia afuera, de m od o que el resto d el m a n ojo que cuelga p or fuera lo cubra. A sí se continúa coloca n d o m anojos hasta terminar esa hilera de

u n la d o de la casa, y entonces se continúa“ con la tercera línea de cañas. Cuando se h a term inado una pared, se continúa con las otras. Naturalmente la presión de la paja p or fuera, sujeta los cabos contra la línea de cañas. E l tech o se em paja d e la misma manera” . La influencia española n o im ita los tipos de construcción indígena: los adapta y asimila. O viedo y V aldés al referirse a las construcciones indígenas, expresa la adaptación y perfec­ cionam iento que hicieron los colonizadores españoles d e los tipos de vivienda indígena: “ Los chripstianos hagen ya estas casas en la Tierra-Firm e con sobrados o quartos altos (R o ­ berto Castillejo, 1952 Rev. de F olk lore, pág. 129) e ventanas, porque com o tienen clavaron é hagen m u y buenas tablas, y los saben m ejor edificar que los indios, hacen' algunas casas d e aquestas, tan buenas, que cualquier señor se podría aposen­ tar en algunas dellas. Y o hige una casa en la cibda d de Sancta M aría del A ntiguo d e l Darien, que n o tenía si n o maderas é cañas, é paja é alguna clavazón, y m e costó más de m ili e quinientos pesos de buen o r o : en la qual se pudiera apossentar u n príncipe, etc” . En la casa da mampostería con tech o de pa ja, en la que se m ezcla u n m aterial europeo, la m am postería, y la pa ja, de procedencia indígena, encontram os u n proceso d e aculturación que nos explica la transform ación de la vivienda indígena p or influencia europea. La utilización de la techum bre de paja, se realiza, ante tod o, p o r ser la paja fresca e n verano y caliente en invierno. En las diversas form as de vivienda que presenta e l m apa d e la distribución de la vivienda indígena d e G ilberto A ntolínez (1946, pág. 130, ver m apa de la vivienda in d íg en a ), n o hem os p o d id o encontrar u n ín dice que nos perm ita aceptar la evolución d el ran ch o, desde la form a m ás sim ple d e v i­ vienda, com o la mam para, hasta otras form as más com plejas, y resistentes a la intem perie. La única conclusión qu e hem os p o d id o sacar d e ese estudio es la de que los pueblos que usan la m am paro o la m ediagua son nóm ades, para quienes la ne­ cesidad d e cam b io d e “ habitat” los lleva a u tilizar en form a inestable el m aterial d e construcción más sim ple, ramas y tronco*.

Lo habitación hum ana, dice P ab lo V ila (1952, Revista "E ducación ” Caracas, pág. 9 3 ), pu ede ser m óvil o n óm ade que tienen habitación fija en los arenales d e la estepa y otros que «tí hallan en vías de tenerla. T a l es e l caso de ciertas tribus hciluinas de A rabia, establecidas definitivam ente en las m on liiñns del L íban o u otras co m o los A geider, d e origen Cha­ mar, que han construido aldeas e n e l A lto Eufrates, pero to­ davía m erodean periódicam ente” . E l rancho a este respecto puede considerársele pomo vivienda del tipo nóm ade cuando lo fu e d el gaucho errante que sólo en form a transitoria v ivía en el, o cuando en form a ocasional los construía con endebles materiales, com o los ran­ chos de los m onteadores y ladrilleros, que h e visto en los m on­ tos de las orilllas d el R ío N egro en 1947, en el departamento de Durazno; com o en e l caso d e l nom adism o de m uchos troperos, arrieros o quinch adores, que se pasaban meses y aún años sin convivir con la fam ilia. Cuando el paisano se afincó en él, y se dedicó permanentemente a tareas agrícolas en pequeña es­ cala, se transform ó el rancho en la típica vivienda de tipo se­ dentario. E n este sentido el nom adism o o e l sedentarismo del rancho dependía del estilo d e vidas de sus habitadores. Otra form a de la vivienda indígena que puede tener al­ guna relación con el ran ch o es la “ ruca” araucana. Según Claude, (1953,: “ Las rucas son habitaciones sencillas ordina­ riamente de base rectangular, d e costados verticales hasta la altura de uno o dos m etros, y d e techo en plano más o menos inclinado. Los araucanos la confeccionaron con materiales de sostén m acizo trabados en arm azón y con otros más livianos de rellen o: paja de gramíneas, tallos de ciperáceas y juncá­ ceas. Tienen una o dos puertas, pero carece de ventanas” . L a ruca prim itiva, d e base circular y de form a cónica, hoy probablem ente desaparecida, se ha id o transform ando paulatinamente hasta llegar a la form a rectangular actual. Existen varias form as de transición que representan las diver­ sas etapas de esa lenta ev olu ción : la de base elíptica cuyo techo llega en plano in clin ado hasta el suelo en toda la su­ perficie y las d e base idéntica con los costados levantados, etc. 29 —

Q uiero decir que el rancho, tal com o *Io construyeron los huasos chilenos in flu yó en la ruca araucana, y n o lo contrario. P o r lo que llegam os a la conclusión que nunca la ruca pu do ser la célula de origen del rancho. U n reciente trabajo del dis­ tinguido profesor com patriota, Dr. Eugenio Petit M uñoz (1950, pág. 13) s “ La vivienda charrúa” nos ilustra en form a m inucio­ sa y docum entada sobre los cinco o más tipos diferentes de vivienda charrúa estudiados desde Azara hasta Serrano.

Ilustración N9 8

E n ninguna de ellas, n i en la mampara sim ple que Se­ rrano atribuye a los charrúas com o vivienda de verano similar a la m am paro m otilona, n i la choza sin tech o d e tres paredes y una cuarta virtual o estera destinada a puerta, que sería la vista p or el m arino de L ópez de Souza, n i la vivienda charrúa de ju n cos con tech o plano in clin ado hacia atrás que sería la predom inante, n i la vivienda charrúa descripta p or Azara en su viajes p or la A m érica m eridional, o sea la cupu lifor— 30 —

mr alargada con techo sem i-cilíndrico cubierta con un cuero de vacuno, n i la descripta p o r Ferrario o Fam ín, pueden haber dado origen al rancho. Estas dos últim as form as de la vivienda indígena charrúa pertenecen a una época posterior ni descubrim iento d el R ío de la Plata p or los españoles, pues •i éstos, introdu jeron yeguarizos y vacas que eran oriundas de E uropa, el cuero de estos animales d eb ió usarse poste­ riormente al descubrim iento y colonización del R ío de la Plata. L a choza de dos aguas, — figura 4 en el trab ajo de I’ ctit M uñoz— es la que más se asemeja al rancho. Las chozas querandíes, según e l d ib u jo de Schm ídel, repro­ ducido en la obra “ Viviendas en la Pam pa” de M ario A . L ó­ pez O sornio (1944, pág. 14) eran de tech o cón ico y form a circular, con una sola abertura. Después d el examen com parativo de la vivienda indíge­ na de la A m érica M eridional y e l rancho, llegam os a las siguientes conclusiones, que n o son definitivas con vista a idteriores observaciones: l 9 E l origen eu ropeo d e la palabra “ rancho” , del antiguo alemán, K ring, círcu lo, probaría la lejana ascendencia eu­ ropea de la palabra “ rancho” . 29 L a sim ilitud d el “ rancho” con la “ isba” rusa, o la “ ja u pa” , vivienda del cam pesino polaco, demostraría que el techo de dos aguas era con ocido en Europa antes d e l des­ cubrim iento de Am érica; 39 Existe cierta afinidad entre el rancho y la barraca de la huerta valenciana, casa de paja a dos vertientes, con puer* ta en la culata y ventanas pequeñas, con la casa o p a llozas,- con tejado d e paja de origen Céltico. E n los siglos X V I y X V I I se usó p or los autores clásicos la palabra rancho, lo atestiguan los textos de Cervantes, Valbuana y E rcilla, citados en la o b ra : “ Questóes Lin­ güísticas Am ericanas” de A . T en orio D ’albuquerque, (1949, pág. 118). 59 La paja com o m aterial de techum bre es indígena americana y africana. Aculturación. L a mampostería — ladrillos— piedra, n o se usa n i se conocía entre los indígenas de A m érica, con excepción de los incas que usaban el adobe en su vivien* — 31 —

X das y la piedra en sus monumentos; y los aztecas, que utilizaban construcciones de cal y canto. 79 Cuando los españoles construyeron casas de manipostería perfeccionando la vivienda indígena, utilizando el techo de paja, realizaron en caso de aculturación, mezclando materiales europeos e indígenas. 8^ La casa caribe-arawak presenta afinidad con el rancho, puesto que tiene techo de dos aguas y es muy semejante en su construcción interior y exterior. 9^ La vivienda indígena de forma cónica no puede ser el punto de partida para la transformación del plano circu­ lar en plano cuadrilateral, por lo que la teoría de Letourneau (1905, págs. 119 y 120), con el testimonio histó* rico de Fernández Oviedo y Valdés, de la coexistencia de las dos formas de la vivienda indígena, n o tendría con­ firmación.

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VALOR FOLKLORICO DE LAS TRADICIONES PERUANAS DE RICARDO PALM A Las Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma constituyen un género original dentro de lo tradicional, en el que se her­ manan en forma inusitada el lenguaje culto de un hablista castizo, — como pocos hay en América— y el lenguaje de neto cuño popular. Ños proponemos en este trabajo estudiar un aspecto de la más conocida y reputada obra del ilustre escri­ tor peruano: el valor folklórico de sus tradiciones. En la imposibilidad de abarcar en un corto estudio, la totalidad de las Tradiciones de Palma, vamos a circunscri­ birnos a un estrecho límite, analizando solamente aquellas tradiciones que figuran en el primer volumen de la Colec­ ción de Escritores Americanos, publicada en Barcelona y que el colector, Ventura García Calderón, titula “ Las Mejores Tradiciones Peruanas” . En el citado volumen, además de una autobiografía de Ricardo Palma, figuran cincuenta y una tradiciones, a sa­ ber: “ Un predicador de lujo” , “ Las orejas del alcalde” , “ Una vida por una honra” , “ Beba, padre, que le da la vida” , “ La emplazada” , “ Muerta en vida” , “ Rudamente, pulidamente, mañosamente” , “ La gatita de Mari-Ramos, que halaga con la cola y araña con las manos” , “ A iglesia me llamo” , “ El caballe­ ro de la Virgen” . “ Capricho de limeña” , “ La niña del antojo” , “ La llorona del Viernes Santo” , “ Donde y com o el diablo per­ dió el poncho” , “ La conspiración de la saya y el manto” , “ El dmbligo de nuestro padre Adán” “ Monja y Cartujo” , “ El al­ calde de Paucarcolla” , “ Genialidades de la Perricholi” “ Mos­ quita muerta” , “ La misa negra” , “ Las clarisas de Trujillo” , “ La camisa de Margarita” , “ El príncipe del Líbano” , “ Creo que hay infierno” , “ Un drama íntimo” , “ La viudita” , “ El obis­ po de los retruécanos” , “ Los escrúpulos de Halicarnaso , “ Los mosquitos de Santa Rosa” , “ Motín de Limeñas” , “ La gran querella de los barberos” , “ La proeza de Benítes” , “ Cosas tiene el rey cristiano que parecen de pagano” , “ La venganza — 35 —

de un cura” , “ Los panecillos d e San Nicolás” ' “ U n zapato acusador” , “ D os palomitas sin h iel” , “ Una ventura amorosa d el padre Chuecas” , “ Un ten orio americano” , “ E l divorcio de la condecita” , “ E l cigarrero de H uacho” , “ Zurrón-curriche, conseja popular” , “ Altivez de una lim eña” “ Conversión d e un libertin o” , “ U n v irrrey hereje y un cam panero bellaco” , “ Pues bonita soy y o la Castellanos” , “ E l latín de una lim eña” , “ Bue­ na laya de fraile” , “ Traslado a Judas” y “ Gethsemaní” . Las especies folklóricas de las Tradiciones Peruanas son abundantes: refranes, leyendas, consejas, supersticiones, m e­ dicina popular y coplas. Para considerarlos auténticos debe­ mos apreciar en prim er térm ino su objetiv id a d : n o puede estimarse lo que sea inventiva personal d el escritor. Verdaderam ente matizada de folk lore es la obra de un Palm a, que recoge sin adulterarlos los elem entos populares que vitalizan su obra, pues lo tradicional o lo popular otor­ gan ese don d e dar vida y carácter a la obra d el escritor cuan­ d o sabe aprovecharlos. En- la prim era tradición, “ Un predicador” n o encontra­ mos nada más que la expresión común a todos los cuentos po­ pulares con la qu e se acostruinbra terminar una narración, es­ pecialm ente las infantiles: “ Y colorín , c o lo r a d o .. . este cuento se h a acabado” . E n la segunda tradición, “ Las orejas del Alcalde” , al refe­ rirse Palm a a la ciudad de Potosí, trac a cuento este refrán: “ pu eblo m inero, pu eblo vicioso y pendenciero” , que presenta la característica general de los refranes españoles. E n cuanto a la form a: es un dístico, la estrofa más simple que se conoce en la métrica castellana. Casi todos los refranes españoles están com puestos en verso, y la característica, com o se ve, es e l dístico o pareado. N o sucede lo m ism o en Am erica, donde el refrán adopta, p or lo general, la form a de la prosa; véase estos dos de procedencia cam pesina: “ E l buey solo b ien se lame” , “ A perro fla co todas son pulgas” . E n cuanto a su con ­ tenido, expresa el carácter d íscolo del elem ento serrano. En el P erú las minas se encuentran alejadas de las ciudades. La riqueza m inera que explotaron los españoles se mantuvo, co­ m o observa Mariategui (1928, pág. 9 ) , alejada de la vida ciu­ dadana, y a n o ser porqu e la explotación de las mismas fué

el m otiv o principal jle la cod icia colonizadora de España en A m érica, la vasta región de las minas h ubiera perm anecido alejada del contralor de las autoridades españolas, y h o y aún lo están d e las peruanas, p or las enorm es distancias y p or la extraña configuración orográfica que divide e l suelo del Perú en tres regiones perfectam ente diferenciadas: la costa, la sie­ rra y la montaña. L e jo s de la autoridad d e lo s virreyes y de los señores, n o es extraño que en la sierra o e n la montaña existiera la inclinación díscola o viciosa, y esta últim a ten­ dencia se acentúa en las poblaciones mineras, en cuya región u bica Palm a su narración tradicional. “ E l lo c o p or la pena es cuerdo” . Este refrán es español d e origen y explica cóm o el más lo c o le vuelve la cordura p or tem or a la pena. En esta “ tradición” com o en la m ayoría de las que escribe Palm a, se encuentran amalgamados dos ele­ m entos: el anecdótico, representado aquí p o r la curiosa narra­ ción d e las orejas d el alcalde que un día n o m u y lejan o — tie­ ne u n año de plazo— verá sus orejas cercenadas p o r su ven­ gativo enem igo, e l hidalgo de marras, y el histórico, represen­ tado p or las referencias al gobierno d e l prim er v irrey d el P e­ rú, B lasco Núñez de Vela. N o es m uy rica la “ tradición” en valores folk lóricos, pre­ dom inando en ella, com o se v e, los históricos y anecdóticos. La tercera “ tradición” , “ Una vida p o r una honra” , nos ofrece una seguidilla de evidente origen popu lar: “ N o m e m ires que miran que nos m iram os; m irem os la manera de n o mirarnos. N o nos mirem os y cuando n o nos m iren nos m irarem os.” N o encontram os ningún elem ento criollo en esta segui­ dilla, en la que abunda e l ju eg o de palabras, p oco frecuentes e n esta clase de estrofas populares. E n seguida trae a colación una conseja en form a pareada y en verso endecasílabo que resulta d ifícil clasificar: “ Conste, señor, que y o n o lo h e bu scad o; p ero en tu casa santa lo h e encontrado.” — 37 —

Com pleta Palm a el carácter de Claudia, con esta segui­ dilla de tip o antiguo y de rima asonante: “ Es la m ujer lo mismo qu e leña verde: resiste, gime y llora y al fin se enciende.” Y term ina con esta otra de rim a consonante en los verso* pares: “ Hasta para ir al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita.” E n la “ Tradición ” , “ Beba padre, que le da la vida” , n o encontram os nada de interés para nuestra investigación. E n “ La emplazada” 6e alude a un elem ento de la supers­ tición y m edicina criolla, el agua de melisa, más conocida por agua de toron jil, que se em plea com o sedativo: “ P ocos eclipses el sol y m il la luna padece, que son en desliz más prontas que los hom bres las m ujeres.” Esta coplilla de procedencia hispánica, pues n o la cree­ m os nacida en tierras de las Am éricas, expresa con una com ­ paración digna de ser anotada p o r un astrologo, la m ayor fra­ gilidad de la m u jer en materia de infidelidad. Se historia en la misma “ tradición” el gobierno d el virrey arzobispo don de M elchor de Liñán y Cisneros, b a jo cuyo go­ biern o ocurrieron hechos significativos en el virreinato del P erú : los vecinos de Lim a envían barras de oro para el cha­ p ín de la reina, asoman en la costa del Perú los filibusteros Juan Cuarín (W a rlen ) y B artolom é Chearps, y llegan a L i­ ma, b a jo su gobierno, los prim eros ejem plares de la R ecop i­ lación de Leyes de Indias. Y hay, finalm ente uno alusión a la Sajuarina, baile típico del P en i. Con el m ism o nom bre se atribuye a los soldados de Son M artín haber introducido en C hile en 1814 una danza que bien puede tener parentesco con la citada p o r Palma. — 88 —

La cop la en que Palm a quiere reprodu cir fielm ente la belleza de Gertrudis, es de corte c rio llo : “ Canela y azúcar fu e la bendita M agdalena. . . \ Quien n o h a qu erido a una china n o h a qu erido cosa buena.” En esta cop la se m ezcla la rim a consonante y e l verso libre y es, com ó las anteriores, de evidente corte popular. L a parte histórica e^tá representada aquí p o r la biografía de d on Pedro T oba r y Leyra, m arqués de M ancera, y la anecdótica p o r una curiosa historia d e venganza fem enina. La única referencia folk lórica de la tradición “ M uerta en vida” es la copla de p ie qu ebrado, que equivale a m edia es­ trofa, de la qopla llam ada de Jorge M anrique. Más rica\en elem entos folk lóricos es la “ tradición” , “ R u ­ damente, pulidam ente, mañosamente” . Leon orcica, una lim e­ ña de rom p e y rasga: “ E ra com o e l canario que v a y se baña, y lu ego se sacude ' con arte y maña.” Esta seguidilla que tanto puede ser española o adaptada en A jnérica, adopta la form a aconsonantada que se consolidó a finés d e l siglo X V I. Era casada L eonorcica con un pu lpero español “ más bes­ tia /q u e e l que asó la manteca” . E l citado refrán expresa la ignorancia y e l absurdo de quien pretende realizar l o im p o­ sible. Otras expresiones trae la misma “ tradición” , “ cébele Udi u n galgo a la honestidad” , ésta de evidente origen popu­ lar español, y “ algo tendrá e l m atrim onio, cuando necesita ben dición d e l cura” , com pletan la im presión sobre u n m atrim onio desigual, en el que e l m arido lleva la p eor parte. Trae a colación Palm a otra seguidilla, referente a la desventura de los m aridos: “ M i m u jer m e h an robado tres días h a : ya para brom a basta, devuélvanm ela.” — 3 9 —•

Y term ina con este otro decir de origen español: “ Las m ujeres son com o las ranas, qu e p o r cada una qu e zambulle saltan cuatro a flo r de agua” . / E n la “ tradición” , “ La gatita d e M ari-Ram os ,que balaga c o n la cola y araña con las manos” , además de uná cop la que recuerda e l lenguaje popular: “ N iña de los m uchos novios, que con ninguno te casas, si te guardas para u n rey cuatro tiene la baraja.”

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Encontram os u n aspecto del fo lk lo re qu e a 'm e n u d o ha ■ido desdeñado, aun p o r aquellos que afanosamente se de­ dican a estudiar la psicología del n iñ o: los juegos infantiles. Nos cuentan Palm a el origen del ju ego infantil de los huevos, que con ocen y practican lodos los niños de Lim a, cu­ y o origen se encuentra en las peripecias d e l m ayordom o del virrey T eod oro de C roix — aficionado a com er los nutritivos huevos d e la gallina— en busca del ulimento favorito de su am o. M uy interesante resultaría estudiar el origen de estos ju egos infantiles, de los que apenas conocem os có m o se rea­ lizaban. Varios refranes com pletan los valores folk lóricos de esta “ tradición” . “ La m uía y la paciencia se fatigan si hay apuVo” , es de procedencia española y d e origen campesino, “ Más ma­ tó la cena, que curó A vicena” , español tam bién, es una pro­ paganda de la dietética, y parece inventado p or un galtno, profu n do con ocedor de la im portancia d el régim en alimenti­ c io para la salud. “ A iglesia m e llam o” narra un episodio d e la M onja A l­ férez, Catalina d e Erauso, la m on ja vizcaína que abandonando e l convento a los dieciseis años salió a correr aventuras por A m érica, m atando a su p rop io herm ano, enam orando donce­ llas, prestando servicios en e l e jército español hasta alcanzar el grado d e alférez. Este persona, más que personaje fo lk ló ­ rico lo es de una novela picaresca todavía n o escrita. — 40 —

P o c o interés ofrece la “ tradición” , “ E l caballero d e la Virgen” , n i aún p or la cop lilla : “ Soy correo celestial y p o r n oticia os traía que es concebid a María sin p ecad o original.” que parece arrancada d e un auto sacramental. E n “ C apricho de lim eña” , con un refrán y una redondilla, Palm a sim boliza a la pobreza presuntuosa: “ Presunción y pobreza, to d o en una pieza” , la redondilla es ésta: “ D el hidalgo montañés D. Pascual Pérez Quiñones, eran las camisas nones y n o llegaban a tres.” Y nada más de interés folk ló rico , pues la “ tradición” re­ fiere u n episodio b a jo el régim en constitucional, e n una ép o­ ca d e escaso respeto a las leyes p or quienes están más obligados a hacerlas cum plir. “ L a n iña de los antojos” y “ Las lloronas del Viernes San­ to” evocan dos costumbres tradicionales lim eñas, la costum bre de pasear el claustro las preñadas para satisfacer e l a n tojo y la antigua institución de las plañideras españolas, q u e en A m é­ rica llámanse las lloronas. E n esta “ tradición” anotamos la expresión “ rom per e l chivato” , con cuya frase se terminaba e l largo o fic io de acompañante de la doliente, que llegaba a durar hasta un mes. Una copla popular de origen español, viene a p elo para calificar la irreverente m urm uración en los cem enterios: “ E l zapato traigo roto ¿ c o n qué lo rem endaré? con p icos d e malas lenguas que propalan lo q u e n o es.” “ D ón d e y cóm o el dia blo perdió el p on ch o” es una de las “ tradiciones” d e más su bido valor folk lórico. E n e l R ío de la Plata es harto conocida la frase “ don de el diablo perdió el pon ch o” , con que se designa un lugar m u y le ja n o ; pero a n adie se le h a ocurrido investigar cuál es el origen d e la co­ n ocid a frase que el pu eblo repite, ignorándolo. Desde luego, la leyenda existe en el P erú , y Palm a la explica d e esta ma— 41 —

ñ era: Jesús y los apóstoles salieron un d ía p or e l m undo a predicar el evangelio y llegaron a las tierras de las Am éricas, deteniéndose en el Perú, en una pob lación llamada lea. Mien­ tras pernoctaron allí to d o fu é en lea ben d ición y buenas pa­ ces, a nadie se le ocurrió molestar al vecin o y m enos “ achu­ rarlo” p o r un quítame allá esas pa jas; pero el diablo, celoso d e l b ien que prodigaban I 03 apóstoles y el Salvador, querien­ d o hacer notar su p oder, entró en lea y to d o lo convíilsionó, h u b o más pleitos que nunca, más muertes y latrocinios. Una novia, vien d o com o se mataban, le d ijo al dia b lo: ■—P e r o ,. . . señor, vea usted que se m atan. . . — ¿ a m í qué m e cuentas? — contestó e l diablo— . Y o n o soy de esta parroquia. ¡Q ué se m aten enhoram ala! M ejor para el cura y para m í que le serviré de sacristán. La m uchacha, que n o podía p or cierto calcular to d o el alcance de una frase vulgar, le contestó: — ¡Jesús! ¡Y qué malas entrañas había su m erced ten id o! [La cruz le h ago! Y u nió la acción a la palabra. N o b ien v ió e l m aligno, los dedos de la chica form ando las aspas de una cruz, cuando quiso escaparse com o perro a quien ponen maza, p ero, teniéndolo ella sujeto del pon ch o, n o le quedó al Tunante más recurso que sacar la cabeza p or la abertura, dejan do la capa de cuatro puntas en m anos de la doncella. E l diablo, personaje folk lórico p o r excelencia, recib e en A m érica diversidad de nom bres. Palma recoge los siguientes: Cachano, M aldito, Carram pempe, D em onio, C ornudo, Rabu­ do, Uñas Largas, M aligno, Tunante, Ratón. Más abundante es la term inología d el diablo en e l B rasil: Pereira Da Costa h a registrado los nom bres d e : Arrenegado, Cafute, Cafutinho, Cao, Capataz, Capeta, D em o, D roga, Excom m ungado, Ferrabraz, Furia, Fute, Inim igo, M aldito, M ofin o, Nao-sei-que diga, P e de Pato, Tigáo, T in h oso, Tisnado, S u jo, y D iach o. Añá — o Añanga— es el genio del m a l entre los guaraníes, y en el norte argentino, la llam an, Zupay. Ayacuá, — según el padre José Guevara, era e l n om bre que le daban al diablo, los in­ dios salvajes del Chaco. Añangapitanga, — según D an iel Gra­ nada— es el dia blo colora do, pitang, o ardiente p o r la simi­ litu d del r o jo y de la llam a. Juan Calalú, es el n om bre d e l — 42 —

dia blo en Puerto R ico y Cachica, entre la gente d e c o lo r ; pero es más con ocid o p o r mandinga. E n V enezuela, se le llam a, E l S u cio; así lo afirm a Juan P ab lo So j o , — en “ E l negro y la bru jería en Venezuela” . E n Tucum án, — R epública A r­ gentina— e l diablo adopta la form a del fam iliar, y se le re­ presenta generalmente com o u n gran p erro negro. R a fael Jijen a Sánchez. (1952, pag. 7 3 ). “ E l perro negro” G ualicho, es el n om bre del dia blo entre los pampas y araucanos; y en España, en e l siglo X V I se le llamaba G uineo y M ozam bique, n om bre que pasó a A m érica en e l siglo X V II. Son num erosos los refranes y dich os referentes al diablo. Recordam os, entre otros que recogim os: “ Las m ujeres ganan p or u n punto al diablo” . “ E l dia blo nunca duerme” , d ich o recog id o en La Floresta, D pto. de Canelones, y e l bien con o­ cid o de H ernández, en “ M artín F ierro” : e l dia blo sabe p or dia b lo, pero más sabe p o r v ie jo “ . Numerosas son las creen­ cias y supersticiones, relacionadas con el d ia b lo: Cuando aú­ lla un perro se dice que v e al diablo, y se ponen las zapatillas en cruz para ahuyentarlos. Las coplas son tam bién numerosas y variadas. E l diablo, tam bién perd ió el pon ch o en e l Uruguay. V ea­ m os la versión p or m í recogida en 1947 en e l Departamento de C erro Largo, y que explica la vulgarizada frase d e “ D onde el diablo perd ió e l pon ch o” . “ Un negro quería aprender a tocar la guitarra. L e acon­ sejaron que se colocara d eb a jo de una higuera un día de Viernes Santo y que en u n solo día p od ía aprender si así lo hacía. E n ese día se cree que florece la higuera y que se enloquece el que se p on e d eb a jo de la higuera a contem plar su florecim iento. (Esta creencia debe tener alguna relación con la m a ldición de la higuera p or Jesucristo). “ E l con sejo era m al intencionado, pero el negro n o tuvo m iedo y se fu e a colocar deb ajo de la higuera. Entonces se le apareció el dia blo y le d ijo : “ Y o te enseñaré y para el Viernes Santo d el año siguiente ya sabrás tocar la guitarra” . Y el trato fu e, que en cam b io de la enseñanza él le entregaría e l alm a y le d ijo al negro que tenía que m eter las manos dentro de un horm iguero y decir tres veces: “ P o r m i alm a que es d el diablo, q u iero tocar la guitarra” . — 43 —

“ E l dia blo 1c d ijo que en la prim era cruz d e cam ino que encontrara lo esperaba, y que entonces debía entregar e l al­ m a, porqu e y a sabría tocar la guitarra. P o r más esfuerzo que h izo el n egro n o pu do aprender a tocar la guitarra y todos le llam aban e l negro loco, porqu e quería aprender en u n día a tocarla. “ P asó el año y n o aprendió nada” . “ E l negro se fu e buscando una cruz d e cam ino el día d e Viernes Santo d e l añ o siguiente para encontrarse con e l dia blo y p edirle cuentas, p ero com o n o encontraba ninguna, fu é a dar a u n lugar m u y lejan o y apartado de su pago y se sentó e n una cabeza de vaca a pulsar la guitarra. “ Entonces el dia blo se le apareció vestido c o n un pon ch o, pues h acía m u cho frío. Cuando v ió el dia blo al n egro le p id ió que le entregara el alma y e l negro, fu rioso lo sacó corrien do con el facón , y al correrlo lo agarró de una d e las puntas y se qu edó con la m itad, porque el p on ch o era m u y v ie jo . Y así fu é com o e l diablo p erd ió el pon ch o” . E n la “ tradición” “ La venganza de un cura” , sólo en­ contram os algunos vocablos de procedencia quechúa, y otros d e cu ñ o popular, de los que sólo establecemos el significado, co m o “ pon go” . Se llam an “ pongos” los indiecitos que sirven de criados; “ pacham anca” : alm uerzo de despedida en las afue­ ras d e l p u e b lo ; “ taita” llam an así los indios al am o o señor, y se designa así, tam bién, a l p a d re; “ huar, huar” : florip on ­ dios encarnados: “ cham berí” , dícese de la persona ostentosa; “ Chuchum eco” , h om bre peq u eñ o de m ala figura y despre­ ciable. “ L os panecitos d e San Nicolás” recuerda una industria lim eña casera, la de los fam osos panes d e San N icolás d e la com unidad agustiha: “ Luna, lunera cascabelera, c in c o pollitos y una ternera.” — 44 —

Esta copla, con la siguiente: “ R ecotín, recotán las campanas de San Juan unas piden vino y otras piden pan.” han sido tomadas de las rondas infantiles. Tenía e l m on opo­ lio de los panes de San Nicolás doña M aría de T orre de Ur­ d a n m e , y un buen día a la buena señora se le quem aron los panes. A cu de com pungida ante los frailes y al ir éstos a cons­ tatar el h echo, se encontraron con los panes calientes y dere« chos. Y hete aquí el m ilagro del santo que h izo fam oso a lo» panes de San Nicolás y la fortuna de la fabricante. La trad ición : “ D os palomitas sin h iel” , excesivamente anecdótica, carece de valor fo lk ló r ic o ; hay apenas una copla de p oco interés, que parece de origen hispánico: “ Si hasta que n o cojea d e vez en cuando falsea y pega unos trop ezon es.. . concertadm e esas razones.” A las rubias se le llam a en el P erú “ Catiris” . Augusto M alaret afirm a en su “ D iccion ario de Am ericanos” que en Lim a se llam a así a las pelirroja, y n o a las rubias. En V enezuela, tam bién se estila la palabra “ catira” para desig­ nar a las rubias. R ecu erdo el fam oso corrido de P edro León: “ M ataron a P edro León, n o se m u rió de un lanzazo: lo hallaron ju n to a un yaguazo estirao y caritieso. M ataron a P edro L e ó n . . . Catira, tú, con un beso le arrancaste el corazón.” La trad ición : “ Una aventura amorosa del padre Chue­ cas” relata un episodio de la vida licenciosa de los frailes en el P erú, con proyecciones al pasado, aplicable a lo que escri­ biera Aguirre, en carta a F elipe I I : “ La vida d e los frailes es tan áspera, que cada u n o tiene p or cilicio y penitencia una docena de m ozas” . Las elucubraciones poéticas del padre Chuecas n o ofrecen interés fo lk ló r ic o ; sem i-poeta y sem i-im provisador-payador, — 45 —

como decimos por aquí, las composiciones del padre Chuecas no carecen de gracia y estilo, pero no caen dentro de este estudio: aquí sólo nos interesa esta copla: “ Mal hizo en tenerte sola la gran perra de tu madre: hermosuras como tú se deben tener a pares.” y la frase “ acurrutú manteca” , cuyo origen no conocemos, “ Ün tenorio americano” se refiere a una aventura amorosa del general Alvear en el Perú sin mayor interés para nuestro estudio. “ El divorcio de la condesita” nos ofrece un cuadro muy animado y pintoresco de las costumbres coloniales, de una ironía fina y maliciosa. Dos sabrosas coplas, en las que se ensaña el pueblo con “ los viejos verdes, expresan la crítica a las pretensiones de la vejez de disputar con los jóvenes la mano de una doncellita: una es una copla saludable: “ No te cases con viejo por la moneda: la moneda se gasta y el viejo queda.” La otra es expresión exacta de las consecuencias de los casamientos desiguales, que con tanta ironía satiriza Leandro Fernández de Moratín, en su comedia “ El viejo y la niña” , “ El viejo que se casa con mujer niña, él mantiene la cepa y otro vendimia.” “ El cigarrero de Huacho” es un cuento tradicional so­ bre unos amores que tuvo el diablo. Ricardo Palma, curioso siempre de investigar el origen de ciertos dichos y refranes, ha dado en encontrar el origen de tales expresiones popularmes, prestando así un señalado servicio a la ciencia folkló­ rica. El mismo lo dice, en la citada tradición: “ Yo de mío he sido siempre dado a andar de zoca en colodra con los refra­ nes y consejas populares.” El diablo es, en esta conseja, un cigarrero llamado Dio­ nisio. Al preguntársele de dónde venía, contestó: “ Del pur— 46 —

gatorio” “ ¿ Y qué piensa hacer Ud. en Huacho? {el lugar de la conseja), “ Cigarros y diabluras” ” ? “ ¿Y qué edad tiene ” “ La del Demonio” . No dudaba la buena gente de Huacho de que se trataba del demonio en pinta. Un día explotó el comer­ cio de cigarros y desapareció don Dionisio con una moza del lugar, no sin dejar antes esta seguidilla: “ El amor que tengo lo he confesado, y el confesor me ha dicho que no es pecado: que es natural quererse ellos y ellas por caridad.” Si fue o no casual el incendio, el hecho no interesa, pero un amigo de Palma conservaba uno de los “ puros” elaborados por don Dionisio, como recuerdo del diablo. Del mismo valor folklórico es la conseja “ Zurrón-curriche” . Quiso Palma investigar el origen de esta frase que había oído en boca de los hijos de San Carlos de Puno, y allí se fue a curiosearla. Data del año 1672, cuando la villa de San Carlos de Puno, aunque recientemente fundada por el virrey Conde de Lemos, conservaba restos de la opulencia que cono­ ció cinco años antes, gracias al rico mineral de Salcedo. El origen de la frase es el siguiente: Una tal doña Val- detrudes quiso atraer con hechizos a su amante, Gómez de Baena. Hallábase Gómez de Baena en la puerta de su tienda, conversando con un amigo, cuando apareció por la esquina la jamona. De pronto^ cuando doña Valdctrudes no había adelantado media cuadra, un zurrón de cocos y otro de nue/ ces empezaron a bailar la zarabanda corriendo tras de la bru­ ja (que ella era bruja o aparentaba serlo). Asustada de la gritería de los muchachos, que no perdieron la oportunidad de recoger cocos y nueces, emprendió la carrera en dirección a la laguna, y mientras más apuraba ella el paso menos se, detenían los zurrones, que con doña Valdetrudes fueron al fin a sumergirse para siempre en el Titicaca. Desde entonces (y ya hace fecha) nació el apostrofe puneño “ zurrón-curriche” . En “ Zurrón-Curriche” encontramos preciosos elementos folklóricos, historias de brujerías, remedios propios de la su— 47 —

perstición terapéutica, com o el agua de cuyana, tónico infa­ lible para hacerse amar, y el refrán: “ a caballo que se empa­ ca, darle estaca” , que también se encuentra entre nosotros y expresa la tenacidad en la acción; hasta la manera de atar la agujeta y correr el hilo respondón y quien sabe cuántas recetas para curar daños, elementos del folklore har­ to interesantes y que aún no han sido debidamente descu­ biertos y estudiados entre nosotros. “ Pues bonita soy yo, la Castellanos” trata de una anéc­ dota de Micaela Villegas, la famosa “ Perricholi” , actriz en Lima en la época del virrey Amat y vinculada por muchos motivos al folklore. E l tema de la Perricholi, eternamente, joven entre los peruanos ha dado párrafo a más de una no­ vela. La Castellanos rival de la Perricholi, que no quiso ser menos en el consenso público, y cuya belleza morena era más superlativa que la de la Villegas, más graciosa que her­ mosa, se pintó sola en esta copla: “ Com o una y una son dos por las morenas m e muero: lo blanco lo hizo un platero, lo m oreno lo hizo D ios." Pues bien: la Castellanos dió nacimiento, con una frase suya, expresiva de su petulancia y alusiva a la superioridad de que se jactaba sobre su rival, al refrán: “ Pues, no faltaba más, bonita soy y o la Castellanos” . “ E l latín de una limeña” , solo puede interesarnos por la referencia a la virtud atribuida a las oraciones cristianas. Si en aquella época pasada, se curaba con las oraciones cris­ tianas más conocidas, aplicando una salve para curar un ta­ bardillo, y e l credo com o sudorífico, hoy también se cura a la gente ignara y supersticiosa con oraciones con nombres de santos y apóstoles, combinados caprichosamente con ritua­ les paganos. Las dos últimas tradiciones: “ Gethsemaní” y “ Traslado a Judas” , se refieren a temas universales y no ofrecen, por falta de localismo, interés para el estudio del folklore del Perú. 48 —

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VALOR PRACTICO DEL FOLKLORE Pretendo abordar en form a breve y sumaria, u n tema que apasionó a los estudiosos del F olk lore, m otivando la pu­ blica ción de varios trabajos en la revista ‘ A m érica Indígena” . A la dilucidación de este tema, aún controvertido, con ­ tribuyeron con sus im portantes aportes, el D r. M anuel Gamio* — D irector de “ A m érica Indígena” — que en su artícu lo: “ E l m aterial folk lórico y el progreso social” (G am io, 1945, pág. 207) deslin dó el valor práctico d e l fo lk lo re en relación con el in dio. A rtícu lo que obed eció al deseo d e p on er en conoci­ m iento de los lectores de la Revista, el resultado de una en­ cuesta presentada a especialistas en la ciencia d e l folk lore, m exicanos y norteam ericanos, en la que se form ulan las si­ guientes preguntas: ¿C o n qué ob jeto, aparte del puramente científico, se ha elaborado ese enorm e e interesante acervo de conocim ientos que significa cuantiosísim o gasto d e energías, tiem po y din ero? ¿Q u é trascendencia h a ten ido respecto a las condiciones de vida d e los grupos investigados? A esta encuesta contestó con un interesante artículo — la más valiosa opin ión para e l D r. G am io, el profesor R alph Steele Boggs— D irector de F olk lore d e las Am éricas y uno de los más autorizados estudiosos del folk lore en los Estados Unidos. (Boggs, 1945, pág. 21 1 ). Para Boggs, el estudio del folk lore, representa una de las materias prim as d e la cultura tradicional, a las ciencias que la estudia y al arte que aplica estas materias y las conclusio­ nes científicas que se deducen de ellas a fin es prácticos. La pregunta, o preguntas d e l D r. G am io, pertenecen, de acuerdo c o n la clasificación tripartita a la tercera y últim a etapa en e l progreso de la actividad folk lórica. (V illa R ojas, 1945, pág. 29 5 ). N o m enos interesante es la opin ión del profesor A lfonso V illa R ojas (3 ) para quien el valor práctico d e l folk lore es­ tará en razón directa con e l conocim iento teórico que sirve

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de base a la investigación. R econ oce, tam bién, q u e este asun­ to está en su etapa prelim inar y que casi nada se ha hecho para establecer principios de acción concreta. Es cierto que n o pocos folkloristas demuestran simpatía hacia los indios y deseos d e contribuir a su m ejoram iento, pe­ r o casi nunca pasa del plano em ocional, n i do los im pulsos hum anitarios tan naturales en gentes de buen corazón. R eco­ nocer que e l progreso social de los indios se ve obstaculizado p o r la existencia de supersticiones, creencias y prácticas in­ com patibles con las nociones m odernas de higiene, nutrición, obstectricia y demás conquistas del h om bre sobre el m edio, es cosa im portante, pero insuficiente para alterar el curso de las cosas. Para lograr esto hace falta tener a m ano conocim ientos generales d e la conducta social d el h om bre, tales com o los que puede proporcion ar la Sociología o la disciplina conexa con ocida c o n e l n om bre de A ntropología Social. Y cita, finalm ente, un caso con creto: supongamos que luego d e varios meses de estudio un folklorista p ropon e la conveniencia de elim inar la brujería de la vida d e los indios Tzeltales, del Estado de Chiapas, M éjico. Para lograr este propósito n o bastará saber que la h e­ chicería es nociva y que la m edicina y otros productos de la ' civilización son más efectivos: n i ayudará m ucho apelar a ar­ gumentos lógicos o adoptar una actitud de respetuoso paternalism o. L o im portante y bá sico será conocer algunos puntos com o los siguientes: 1) ¿Q u é se debe entender p or brujería en este grupo particular? 2 ) ¿Q u é factores sociales contribu­ yen al sostenimiento d e ese recurso m á gico? 3 ) ¿Q u é nece­ sidad social satisface esa institución dentro de la cultura to­ tal del gru po? Una vez en posesión de las respuestas corres­ pondientes, entonces será posible proceder en form a inteli­ gente para crear una nueva institución, que satisfaciendo la necesidad social de la bru jería haga desaparecer ésta en form a gradual y espontánea. Este m od o de proceder hace innece­ saria toda m edida d e coacción sobre el grupo o la adopción de recursos administrativos que podían alterar las buenas rela­ ciones de la gente. Conviene indicar que el caso aquí citado no ha sido de creación puramente im aginaria, agrega el Sr. — 52 —

V illa R ojas, sino basada en experiencias concretas observadas p o r el autor en el curso d e estudios etnológicos llevados a cabo entre los propios indios tzeltales. E l Sr. V illa R ojas, con más acierto que Boggs, a m i m od o de ver, ha expresado en su breve estudio e l sentido práctico d el folklore. E l F olklore, com o la Sociología o la A n tropología, n o puede n i debe ser una ciencia alejada de la realidad social. C oncebirla sólo com o una especulación puram ente teórica, es condenarla a la esterilidad, o a un teoricism o ineficaz. Por consiguiente, al estudioso d el F olk lore le interesan los aportes de la Sociología y de la A n tropología, o de la Etnografía, etc.; n o debe trabajar a expensas únicam ente de sus propios

métodos. P ero en el cam po de lo folk lórico se encuentran elem en­ tos de estudio que aparentemente son un obstáculo para el progreso social: las supersticiones, las creencias, etc. Com batirlas, suprimirlas o sim plem ente prescindir de ellas, sería desdeñar su riquísim o m aterial de estudio. E l es­ tudioso del folk lore debe tender a conservar las tradiciones y las creencias: con ellas se nutre una rica experiencia d e l pa­ sado que tiende a desaparecer, y que es necesario conservar para que n o se pierda. L o que corresponde hacer es armo­ nizar esas creencias y supersticiones con los m edios actuales de la civiliza ción : sustituir en tod o caso, co m o aconseja V illa R ojas, la nueva fórm ula de la m edicina científica o la higiene p o r la vieja superstición, sin desterrarla en absoluto, pues, se corre el peligro de destruir lo básico d el carácter de un pue­ b lo , lo más profu n do de su raíz; lo que emana de su propio sentir y n o de la influencia extranjera superficial y epidérm ica. La misma acción equívoca realizaría, quen en otros as­ pectos de lo tradicional, quisiera sustituir nuestras canciones germinas p or otras extranjeras; o quien desarraigara vocablos de nuestro léx ico para sustituirlos p or neologism os extranje­ rizantes, con fines puramente noveleros. E n la M edicina P opular recordam os p o r vía d e ejem plo, una reciente experiencia en nuestro m edio. E l h ech o qu e el Laboratorio Calien haya editado m i “ M edicina P opular y F olk lore M ágico del Uruguay” en una ed ición especial — 53 —

dedicada a los m édicos, ha perm itido poner al alcance de los especialistas del interior, que están más cerca del m undo má­ g ico d e las supersticiones, algunos de los problem as d e la me­ dicina em pírica, com o el curanderism o, etc. ¿Q u é sugerencias de orden práctico han p o d id o nacer d el contacto de m i lib ro c o n la experiencia recogida en años de práctica de los me­ dios de la cam paña? Posiblem ente m uchas y m uy im portan­ tes, n o obstante, que la m ayoría, desdeñarán a los saludado­ res o manosantas, sin estudiar sus m étodos de curación. E l interés despertado p or tal obra m e ha llegado personalm ente, p o r condu cto de com isionistas que entregaron el lib ro a los donatarios, p or cartas o p or otros m edios. Sugiero al Labora­ to rio Galien una encuesta respecto a la opin ión de los lecto­ res al respecto, para darle un carácter más particular y pre­ ciso a lo que p od ía ser, o convertirse, en una interesante ex­ periencia. El estudio d el folk lore adquiere, así, valores prácticos que se hacen más visibles y aplicables en la tercera etapa de su desarrollo. En e l Uruguay n o podem os apreciar los resultados prácticos de estos ensayos porque pasamos actualmente el pri­ m er p eríod o d e su desarrollo cien tífico: el de la recolección d e l material. Nuestro atraso en materia de estudios científi­ cos relacionados con el F olk lore con respecto a países com o la Argentina, Brasil o Chile, com o lo destacamos en un in form e presentado a la Sociedad F olk lórica del Uruguay ( 5 ) , se de­ b e a varios factores: Principalm ente a nuestro escaso am or p o r la tradición (felizm ente se nota una reacción satisfacto­ r ia ) ; a nuestra falta de disciplina científica, y especialmente al confusionism o que reina respecto al fo lk lo re y sus lím ites; al predom in io de los audaces e im provisados, a través de la propaganda de la prensa, ya que e l estudio d el fo lk lo re re­ quiere especialistas y n o diletantes. Con la ayuda de los m é­ todos etnográficos y sociológicos, abarcando a la vez cuestio­ nes folklóricas y parafolklóricas (éstas últim as interesan des­ de ángulos afin es), podrem os intentar la interpretación d e la com pleja realidad social, tratando de com prenderla y tradu­ cirla a u n idiom a científico. E l estudioso del folk lore debe tener una cultura hum a­ — 54 —

nística, ser a la vez un etn ólogo y un sociólog o, para poder así acercar al cam po de lo fo lk ló r ic o otros problem as afines. E l valor práctico del fo lk lo re se refiere n o sólo a lo ma­ terial, sino a lo espiritual. Sus m edios prácticos d e divulga­ ción son la radio, el cine y e l disco. A la tarea de divulga­ ción debe preceder una profunda la b or d e investigación, de cam po, en los m edios donde el fen óm en o fo lk ló r ic o se des­ arrolla. E l folk lore es tam bién u n m ed io espiritual de com ­ prensión entre los pueblos. V am os a repetir a q u í lo qu e ya hem os d ic h o : el folk lore es víncu lo de u n ión entre los pue» blos, que se com prenden m e jo r p o r la actividad d e sus di­ vulgadores. Es vínculo dem ocrático, a pesar d e su fo n d o aris­ tocrático: la tradición. Creemos que los valores prácticos d el fo lk lo re se van a acrecentar a m edida que la ciencia del F olk lore avanza: ya que el F olk lore es ciencia nueva y en form ación . D ebe ser divulgado fundamentalmente en la escuela y en la universidad, don de m enos se le con oce, para im ponerlo n o sin lucha en los m edios cultos y eruditos, don de la incom r prensión nace del m on op olio o exclusivism o d e lo culto, con exclusión de la sabiduría popular. H acien do del F olk lore n o sólo entretenim iento de erudi­ tos, vincu lán dolo a todos los m edios, contribuirem os a tra­ tarla com o debe ser en la realidad, la ciencia p o r excelencia del pu eblo, que n o obstante su raíz popu lar n o llega a todas las capas de una nación, y nada im pide, a m i m o d o d e ver que se alcance una total com prensión de sus problem as. Su significado es vasto y lim itado a la v ez; pues con ser popular n o abarca más de lo tradicional; se refiere a las supervivencias del pasado, pero n o a su estudio m aterial; se estudia en los m edios cultos y n o obstante, es la expresión del saber popular .A unque los lím ites del F olk lore son todavía im precisos; h oy se tiende a definirlos y h a com enzado a acla­ rar sus propios métodos. D ebem os velar p or la conservación de los elem entos vivos que form an el m aterial riquísim o de la sabiduría del pu eblo, sin elaboraciones literarias que m o­ difiqu en la autenticidad, recogidos en su pureza virgen en ese contacto con el pu eblo, que vivifica la tarea fría y erudi­ ta del gabinete, p o r la convivencia d el investigador con el

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pueblo. Y así lo esperan realizar quienes con la conciencia viva de una tarea empeñosa en pro de la conservación del acervo del folklore uruguayo, luchan contra la incomprensión de los poderes públicos.

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EL CONGRESO INTERNACIONAL DE FOLKLORE DE SAN PABLO

I.

Introducción.

ni.

Temario. Hecho Folklórico. Sus característica».

IV .

Folklore Comparado.

II.

V. V I.

VII.

Vili. IX .

Música Folklórica y Música Popular. El Folklore y la Educación. Cooperación Internacional de Folkloristas. Conclusiones Personales. Bibliografía.

57 —

1.

IN TR O D U C CIO N . Con m otivo del IV centenario de la fu ndación de la ciu­ dad d e San P ab lo (B rasil) del 16 al 22 de agosto de 1954, celebróse e n dicha ciudad, patrocinado p o r la I. B. E. C. C. (instituto B rasileño de E ducación Ciencia y C ultura) con e l a p oyo de la UNESCO, el prim er Congreso Internacional de F olk lore que congregó p or prim era vez en la capital d el Esta­ d o de San P a b lo, a destacados folkloristas de todas partes del m undo. L e correspon dió la presidencia de tan im portante reunión de estudiosos del F olklore, al M inistro D r. Kenato Alm eida, con ocid o m usicólogo, autor de una excelente “ H istoria de la M úsica Brasileña” . Conjuntam ente con el Congreso I. de F olklore, se celebró la V I I Conferencia Internacional d e M úsica F olk lórica, con ­ vocada p o r e l International F olk M usic C ouncil, con sede en Londres. Asistieron al Congreso I. de F olklore representantes de las siguientes naciones, americanas, europeas y asiáticas: A r­ gentina, Brasil, Bélgica, Cuba, Chile, España, Estados Unidos, Francia, H aití, Inglaterra, ludia, M éxico, Japón, Portugal, Perú, P u erto K ico, Paraguay, Rum ania, Suiza, Uruguay, etc. C om o era ló g ico esperar, la delegación d e l Brasil fu é la más num erosa y representativa, y se destacó p or su labor eficaz en tod o m om ento: la integraban delegados de casi to ­ dos los estados del B rasil: Dr. Kenato Alm eida, Edison Carn eiro, Oneyda Alvarenga, Rossini Tavares de Lim a, Joaquín R ib eiro, Silvio Ju lio, G uilherm e Santos Neves, T h eo Brandáo, G eraldo Brandáo, D ulce M artins Lamas, Fiorivai Seraine, R e­ gina Lacerda, Laura D ella M onica, H ildegardes Cartolino V iana, Marisa Lira, etc. Inglaterra, estuvo representada p o r dos m usicólogos de fam a universal: M aup K arpeles y D ouglas K en n ed y ; Chile, p or el D irector d el M useo de A rtes Populares de Santiago, Tom ás L ago; e l Perú, p o r dos destacadas figuras del F olk lore y la arqueología peruanas: los profesores E fraín M orote Best, y Luis E. Varcárcel. A m bos tuvieron una actuación brillante en el C ongreso; el Paraguay, p or e l Presidente del Centro de Estadios A n tropológicos. (C . E. A . ) , C oron el César R am ón — 58—

B ejaran o; Francia, p or el profesor Georges H enri Rivière, re­ presentante, además, de C.I.A.P. (C om isión Internacional de Artes y Tradiciones Populares) y M ichele R ich et, asistente del M useo de Artes y Tradiciones Populares de P arís; Bélgica, por el representante del n eo-folk lore, profesor A lb ert M arinus, Cu­ ba, por el ilustre africanista D r. Fernando O rtiz, que nos d ió la despedida con elocuentes y joviales expresiones de cordia­ lidad. La delegación norteam ericana n o fu e n um erosa; pero su­ p lió en calidad, la ausencia de la cantidad. D os figuras de prestigio universal en la ciencia folk lórica nos acompañaron con su experiencia de maestros: los profesores, Stith T h om p ­ son, D ecano de la Universidad de B loom in gton (Indiana) designado Presidente de la Com isión de F olk lore Com parado, y el profesor R aph Steele Boggs, director y editor de “ F ol­ k lore de las Américas” y Presidente del Southeastern F ol­ k lore Society. La delegación española, con igual cantidad y calidad — dos m iem bros— estaba com puesta p or el D r. A n ton io Cas« tillo de Lucas, especialista en M edicina P opular y Secretario de la Sociedad Española de Etnografía y F olk lore, y Nieves de H oyos Sancho, que pertenece al Centro de Estudios de Et­ nología Peninsular, y es autora de num erosos trabajos de Etnografía y F olklore españoles, colaboradora de su ilustre padre, Luis de H oyos Sáinz, en el “ M anual de F olk lore” , fa­ m iliar a todos los folkloristas del m undo. Portugal se vió representado p or m usicólogos y etnógra­ fos de la calidad de Jorge Dias, de destacada actuación en el Congreso, A rm ando Lega, José O sorio de O liveira, Jaim e Lópes D íaz, Luis Chaves. M éxico, envió un solo delegado, pero estuvo m agnífica­ mente representado p or el m ejor de sus folkloristas, el profe­ sor V icen te T . Mendoza. H aití se h izo representar p or una figura magna en la et­ nografía del Caribe, e l D r. P rice Mars, p or jóven es investigado­ res, com o Em manuel C. Paul, A n toine E. Cherbuliez, D irector del Sem inario de M usicología de Z urich, y vice presidente del C onsejo Internacional de la M úsica P opular (L on d res), re­ presentó a Suiza. — 59 —

En la delegación japonesa, se destacó Miss Kikuko Kanai. Los argentinos estuvieron bien representados, con Félix Coluccio, Tobías Rosenberg y María Teresa Avila. La delegación uruguaya la componían com o delegados oficiales el reputado musicólogo Lauro Ayestaráu, y el que escribe, y en forma extra oficial, por un grupo de discípulos del profesor Paulo Carvalho, Neto, que acababan de fundar en Montevideo CEFU. (Centro de Estudios Folklóricos del Uru­ guay) ; Neraida Cosmides, Ramón Paradela, Esther Paradela, Maldina Pintos Bandera, Teresa Martínez Capozzolo, María Julia Silva Ubiría, con la colaboración fotográfica y cinema­ tográfica de Leopoldo Lecour Irigoyen. La delegación uru­ guaya organizó el “ stand” URUGUAY de la exposición de Artes Populares del Parque Ibirapuera, y exhibió una pelí­ cula sobre el culto de San Cono, en la ciudad de Florida (Uruguay), ambas cosas nuestras fueron muy bien recibidas por los delegados de los países amigos. Se notó la ausencia de calificados folkloristas de Brasil, Chile y Argentina, com o Luis Da Cámara Cascudo, Verísimo de Meló, Rafael Jijena Sánchez, Carlos Vega, Augusto Cortazar, Basilio de Magalhaes, Cccilia Mcirelles, Alcen Maynard Araújo, Oreste Plath, Bruno Jacovclla, Oreste Di Lullo, Juan Alfonso Carrizo y Bernardo Canal Fcijoo. Además de la experiencia que recogimos en las sesiones del Congreso y en las deliberaciones de las comisiones, pudi­ mos recoger también, ricas experiencias en las audiciones co­ mentadas de música africana, música haitiana, paraguaya y brasileña. Sin duda, la experiencia inolvidable para todos los dele­ gados, fué el festival folklórico, que congregó en el Parque de Ibirapuera, a conjuntos folklóricos seleccionados de todos los estados del Brasil, desde el lejano Ceará, hasta el vecino, Río Grande do Sul. “ Reisados” , ‘ Caiapós” , “ Maracatús”, “ O Buraba meu boi” , y otras expresiones populares del folklore del Brasil tuvieron para nosotros, que las conocíamos a través de descripciones de los folkloristas brasileños, una vivencia inolvidable en la realidad que todos anhelamos observar.

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IL

TEM ARIO DEL CONGRESO.

1®) Características del hecho folklórico. Considerar los elementos fundamentales del hecho folk lórico; hasta que pun­ to se puede prescindir del elemento tradicional y de que mo­ do se puede aceptar la aparición de un hecho folklórico. 29) Folklore y Educación Básica. Importancia del Fol­ klore en la formación de los educadores. 39) Música folklórica y miísica popular. Fronteras entre la música folklórica y la música popular. Características de la música folklórica. 4Ç) Folklore comparado. Bases que fundamentan las afi­ nidades humanas y las afinidades de un área cultural común. 59) Cooperación internacional de folklorista*. Medios y condiciones para su efectivación. Convenios entre estados y organizaciones semi oficiales y no gubernamentales. III. HECHO FOLKLORICO: sus características. Morote Best, en su comunicación sobre las características del hecho folklórico, dice que ellas son: l 9 Tradicionalidad, 29 Anonimato, 39 Funcionalidad, 49 Plasticidad, 59 Popula­ ridad, 6® Ubicabilidad. Es una redundancia hablar de funcionalidad cuando se ha dicho que la tradicionalidad es una de las características del hecho folklórico. Como muy bien lo ha explicado, el prof. Carvalho Neto en su “ Curso de Folklore” , constituye pleonas­ mo dar com o característica del hecho folklórico además del anonimato, de la vulgaridad, de lo tradicional, el ser antiguo, superviviente y funcional. Basta con decir, ser tradicional y estarán allí comprendidas la antigüedad y la supervivencia, y condicionada a esta última el funcionalismo. Para m í los ele meneos que integran el hecho folklórico, y que permiten distinguirlo y aislarlo, son tanto para la lite­ ratura oral, com o para la música, de dos clases: l 9 Funda­ mentales, 29 Secundarios. Fundamentales serían: I9 LA TRA­ DICIONALIDAD o tradición. Con esta objeción válida, que no todo lo tradicional es folklórico. 29 LA POPULARIDAD. E l ser popular es una condición “ sine qua non” del hecho folklórico, pero com o la tradicio­ nalidad, admite excepciones, por cuanto no todo lo popular — 61 —

es o pasa a ser folk lórico. E l esclarecim iento de este aspecto d e l h ech o folk lórico sirve para establecer la diferencia exis­ tente entre m úsica popu lar y m úsica folk lórica, que tratare­ m os m ás adelante. La llamada m úsica popu lar es aceptada “ momentáneamente” p or e l p u eblo, se rige b a jo e l im perativo circunstancial de la m oda, le falta la “ vigencia” que la puede in corporar al “ acervo” , ofiedece a norm as aprendidas artísti­ cam ente y carece de espontaneidad. L e falta, además, para ser folk lórica el carácter funcional. 3? A N O N IM A T O . A nonim ato, com o *lo ha d ich o Oneyda Alvarenga ( 1 ) , n o quiere d ecir que n o tenga autor, sino que n o se con oce al autor. El h ech o del olv id o del autor, o el desconocim iento de la autoría, que n o excluye la individua­ lid a d , se produce cuando e l pu eblo adopta una obra, la hace suya, y adquiere p or eso m ism o, carácter colectivo. N o hay colaboración colectiva en la creación del p u eb lo; pero si proh ijación , asim ilación y desinterés, porque el pu eblo re­ crea, m od ifica, adapta, p or placer, sin vanidad, o p o r nece­ sidad social o ritual. Este aspecto lo h a observado Oneyda Alvarenga, cuando tíice (2 ) que la música folk lórica se diferencia d e la popular p o r estar adscripta a una función social. L a creación de la m ú­ sica popu lar es interesada, comercialista y de vanidad. E l aútór firm a siempre, quiere la perduración de su n om bre, y sea popular o culta, su música nunca se divulga en form a anónima. 49 U N IV E R SA L ID A D . L a cuarta característica general del h ech o folk lórico se puede definir, com o lo hace Castillo d e Lucas ( 3 ) , com o la con d ición de que p or responder el h ech o folk lórico a universales necesidades humanas, píquicas y corporales, tiene su representación en la cultura de los de­ más pueblos. Esta es la razón del interés sociológ ico del Folklore. C A R A C T E R E S SECUNDARIOS l 9) Oralidad. Con la excepción m uy p o c o com ú n (n o m o­ difica, fundamentalmente, la regía) de que hay form as fo lk ló ­ ricas escritas, y se trasmiten d e esa m anera: papeletas, bole­ tines, etc.

29) Espontaneidad. La creación folk lórica tanto en la música com o en la poesía, es espontánea, natural, y n o ob e­ dece a una enseñanza previa, técnica. 39) Vigencia. Que sea aceptada p or la m ayoría, que ten­ ga el sello de la colectividad, con carácter de permanencia en su aceptación general. N UEVOS HECH OS FO LK LO RICO S Se acepta la existencia de nuevos hechos folk lóricos, que se están form an do o se form aron recientem ente. A este res­ pecto, vease la interesante com unicación de Nieves de H oyos Sancho. “ Nuevos hechos folklóricos” ( 4 ) , con los ejem plos de pedir la vez en las colas madrileñas, etc. L a acentación de los hechos nuevos es lo que le puede dar a lo folk lórico caracteres vivo«, de constante renovación. E l folk lore n o m ue­ re, n i se estratifica. TR E S POSICION ES F R E N T E A L H E C H O FO LK LO R IC O EN E L CONGRESO La prim era fu é la de la delegación d el Brasil, que postuvo los puntos de vista de la Carta del F olk lore Brasileño, anrobada p or el Prim pr Concreso Brasileño de F olk lore (R ío d e Janeiro) 22 al 31 de agosto de 1951. La segunda posición, sostenida ñor al'punos delegados, y especialmente ñor e^ deleeado esnañol Castillo de Lucas, nieea el carácter fie folk lórico a to d o dato que n o tenga el sello de la tradicionalidad. La tercera n os'ción establece ciertas características com o tipifioadoras del F olk lo re ; es la posición de la Universidad del Cuzco, con el esquema de M orote Best, cuya crítica ex ' presé al principio. IV .

F O L K L O R E C O M PARA D O . D e esta Com isión, la cuarta, presidida p or el em inente profesor Stith T h om pson, D ecano de la Universidad de B loo­ m ington — Indiana— form é parte y estaba integrada, entre otros, p or los siguientes destacados m iem bros: D r. F em a n d o Ortiz, el consagrado maestro africanista de C u ba; V icente T. M endoza, Presidente d e la Sociedad F olklórica de M éxico, y la prim era autoridad en el folk lore musical de su país; Jaim e — 63 —

Lopes Días, destacado folklorista portugués; Joaquín Ribeiro y Silvio Julio, do» notables estudiosos de la Historia, la Lite­ ratura y el Folklore del Brasil; Edison Cameiro, el reputado africanista brasileño; Dr. Price M an, del Bureau de Etnolo­ gía de la Universidad de Puerto Príncipe; Ralph Steele Boggs, eminente profesor de la Universidad de Miami, Emmanuel C. Paul, joven investigador haitiano, y Theo Brandao, de la delegación de Alagoas, Brasil. Ante dicha Comisión, leí mi trabajo “ Confluencias entre el folklore uruguayo y brasileño” (5) del que quiero anticipar una síntesis. (1) En la primera parte, a m odo de introdución, ofrezco un resumen histórico de la influencia luso-brasileña en el Uru­ guay, en la que distingo tres etapas: la primera de 1680 a 1777, hacia el sur, con la tentativa de ocupación de la bahía de Montevideo y la fundación de la Colonia del Sacramento. La segunda hacia el este, con la conquista de R ío Grande, y la erección del fuerte de San Miguel. Esta penetración por el este culmina con la invasión de la Banda Oriental y la creación de la Provincia Cisplatina (1821-1825), y la tercera etapa, la más importante para nuestro estudio, comprende la penetración pacífica del Norte del Río Negro y señala la in­ fluencia brasileña en los departamentos de Artigas, Rivera, Cerro Largo, Salto y Tacuarembó. Esta penetración pacifica comienza en 1830 y continúa hasta fines del siglo X IX , ha­ biendo decaído mucho en la actualidad. A continuación estudio la toponimia de origen portugués, acopiando diecisiete nombres de origen portugués en nuestros arroyos y cañadas, o lugares, señalando míe la mayor parte pertenecen en su origen a patronímicos. M e refiero al bilin­ güismo, en form a somera, por tratarse de un tema marginal, destarando los intercambios lingüístico« entre el portugués y el español. La última parte, la más importante, está dedicada al fol­ klore comparado entre ambos países, analizando las siguien­ tes especies folklóricas que tienen correspondencias y analo« gías en Brasil y Uruguay: (1)

Veáse más adelante e l trabajo que se referencia.

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ADIVINANZAS. REFRANES. SUPERSTICIONES. DANZAS. Cito com o contribuidores al estadio del folklore corapai mío entre los dos países amigos a los especialistas brasileños: Wiilier Spalding, Dante de Lnytano, Luis Da Cámara Cascu­ do, Alceu Maynard Araújo y Osvaldo Lamartine. No expon­ go ninguna tesis, ni llego a ninguna conclusión. M i trabajo fue. discutido y aprobado por la Cuarta Comisión (Folklore Com parado), interviniendo en su discusión los congresistas; Stitli Thompson, Silvio Juilo, Joaquín Ribeiro y Jaime Lopes Días. La Comisión de Folklore Comparado, llegó a las siguien­ tes recomendaciones generales: l 9 Para el estudio del folklore comparado el concepto de área es de gran importancia práctica, más una exacta defi­ nición de áreas culturales es materia de gran complejidad, pues que comprende cuestiones tales com o proximidad geográ­ fica, lenguas, algunos veces fronteras políticas, otras veces antiguas identificaciones étnicas, etc. Solamente investigadores especializados pueden determi­ nar la utilidad de las limitaciones del área. La atención de los folkloristas es dirigida hacia investigaciones de este tipo, por ser altamente útiles para todos los estudiosos del folklore comparado. Una delimitación final de áreas podrá constituir un proceso tardío con muchas posibilidades de error. 2 ° Se recomienda la realización de estudios especiales para determinar hasta que punto, en caso de pueblos vecinos el área cultural corresponde a las fronteras lingüísticas y po­ líticas. 39 Se recomienda la realización de estudios sobre las barreras para la diseminación del folklore, así com o con re­ lación a los varios elementos que pueden ayudar tal disemina­ ción, como por ejemplo, los océanos, las montañas, la movi­ lidad natural o la permanencia de las poblaciones. 49 La Comisión recomienda la perfección de los ins­ trumentos para los estudios del folklore comparado y prác­ — 65 —

ticas usuales, tales com o una ayuda ponderable para la pre* paración de bibliografías especializadas, índices generales o analíticos, guías para estudiantes y aficionados, manuales y monografías sobre particularidades significativas de un campo especial. 5* La Comisión juzga necesario afirmar que los estu­ dios comparativos deben ser hechos no solamente sobre “ items” particulares del folklore con una base internacional amplia, sino también sobre aquellos que puedan servir para delimitar las áreas de distribución en un territorio más limi­ tado: hemisferio, península, continente, etc. 6° La necesidad de ciertos tipos de trabajo de folklore comparado en las grandes bibliotecas es reconocida y por esa razón es necesario, un entrenamiento en el uso de los gran­ des libros de referencia en folklore, en cualquier lengua. V.

MUSICA FOLKLORICA Y MUSICA POPULAR. Sobre este punto tratado por la tercera comisión, el Inter­ national Folk Music Council había adoptado la siguiente de­ finición: “ Música folklórica es la música que fue sometida a un proceso de trasmisión oral. Es el producto de la evolución y depende de circunstancias, de continuidad, variación y se­ lección” . E«ta definición implica, dire Maud JCarpeles, oue la mú­ sica folklórica sea el producto de una tradición no escrito en la que los elementos oue forman o están formando la tradíe^ón sean: 1^ Continuidad míe liga el pre^nte con el pasado. 2^ Va­ riación que proviene del impulso individual n de pruno. 3^ Se­ lección por la comunidad oue determina la forma por la cual la música folklórica sobrevive. Es una cuestión siempre propuesta y de imposible res­ puesta, agrega la ilustre musicóloga, el saber que tiemno ne­ cesita una canción de autor conocido para hacerse folklórica. Cita el ejem plo, (6) muy interesante, del Tippernrv, canción que fue pooularísima en la primera guerra mundial y no se tornó folklórica, porque el pueblo nunca la recreó. El proceso de folklórización, com o lo expresa la destaca­ da musicóloga es cuestión de tiempo. — 66 —

El proceso cíe popularización es el de la «imple difusión, el de la folklorización es más profundo, más lento, más de­ cantado. Tenemos un ejem plo en la literatura gauchesca. ¿Las sextinas de “ Martín Fierro” se pueden considerar folklóricas por el hecho de que se repitan, ignorándose acaso el nombre del autor, o se canten con acompañamiento de guitarra por un payador? No. A pesar que admitimos con Augusto Raúl Cortazar (7) que respecto a algunos dichos y refranes, espe­ cialmente los consejos del Viejo Vizcacha, se ha producido un verdadero proceso de folklorización. Se trata simplemente del proceso de popularización de una obra culta inspirada en temas gauchescos. Para el proceso de folklorización, para que éste se produzca, faltan los siguientes elementos: 1? Tra­ dición. N o se repiten los sextinas de Hernández por tradi­ ción, oral, sino proceden de una lectura y es difícil que igno­ re, quien las repite o recita, que el autor es un señor Her­ nández. 2? No se modifican, no se recrean, falta el elemento variante; siempre ee repite y se repetirá el mismo texto. La V II Conferencia Internacional de Música Folklórica, adoptó la definición del International Folk Music Council, admitiendo que la música folklórica evoluciona por medio de la difusión oral y que los factores que condicionan esta oralidad son: la continuidad, la variabilidad y la selección. En cuanto a la diferencia con la música popular no puede dar lugar a dudas. Este criterio puede aplicarse a la literatura oral, a la poesía folklórica que se diferencia por sus caracte­ res de la poesía vulgar. Oneyda Alvarenga (8) define la música folklórica como la música que siendo usada anónimamente por las clases in­ cultas de las sociedades civilizadas, proviene de creación anó­ nima y colectiva de la misma, o de adopción o acomodación de obras populares o cultas que perdieron su uso vital en los medios donde ec originaron. La expresión “ Clases incultas de las naciones civilizadas” que Oneyda Alvarenga toma de Thoms, supone una impro­ piedad de expresión. Incultas, se dice al referirse al “ vuigus” , inculto es in­ compatible con cultura, y el pueblo en el sentido lato es culto, posee una cultura material o espiritual, que es la cultura po­

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pular, que se diferencia en ciertos aspectos del saber erudito. P o r eso, sería más apropiado hablar para n o incurrir en coifusiones, d e saber popular o saber culto o erudito, y n o de clases incultas o cultas. Adem ás, el folk lore n o es la expresión d e las clases, porqu e sobrepasa las clases e influyen en él tan­ t o e l pu eblo com o élites. A sí, p or ejem plo, en ciertos aspec­ tos históricos, el folk lore pu do tener su origen en los erudi­ tos. Los m isioneros, p or ejem p lo, im pusieron cantos religio­ sos a los indígenas, que éstos más tarde los adoptaron con sus peculiares maneras de ser y de sentir, y en los que resul­ taba d ifícil negar su valor folk lórico. M úsica popular, es a m i m od o de ver la música que sien­ d o compuesta con cierta técnica de factura artística p o r auto­ res conocidos es difundida y usada, con m ayor o m enor am­ plitud p or todas las clases de una sociedad. La distinguida m usicóloga brasileña D ulce M artins La­ mas, (9 ) distingue la música popular de la folk lórica, porque la prim era posee autor con ocido, presenta ciertas técnicas de factura y form a estructural más desenvuelta reveladora de conocim ientos de teoría musical, principalm ente en la armo­ nía acompañante. Propágase generalmente por la radio, cine­ ma, y tiene im presión gráfica. Sus características son la du­ ración relativamente efím era, y la folk lórica es la que se tradicionaliza casi enteramente, se preserva por las constancias, m odism os estructurales, m odalidades interpretativas, persis­ tencia de m otivos e instrumental de hechura folklórica. V I.

E L F O L K L O R E Y L A EDUCACION.

La educación fundamental, dice el profesor Oscar Núñejs del P rado (10) tiende a capacitar a los seres hum anos en la satisfacción de sus necesidades, p or m edio de una instrucción adecuada. Se v e la necesidad de preparar educadores conve­ nientemente inform ados, acerca de problem as de orden agrí­ cola, ganadero, de salubridad, pero n o se ha h ech o ningún esfuerzo para equiparlos de un conjun to de conocim ientos de orden técn ico en el estudio de la com prensión de la cultura” . Se observa que existen lagunas evidentes en la prepara­ ción del maestro para la aplicación de sus conocim ientos téc­ nicos a la realidad social, faltando la adecuada preparación

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cu Sociología Rural, Etnografía, F olk lore. M e referiré a la em eñanza de la ciencia, o la divulgación del folk lore, en dos iiKpcctos com plem entarios, en la escuela y en la Universidad. UNIVERSIDADES. D e un inform e del profesor R a lph Stecle Boggs (11) pu­ blicado en el Boletín. “ F O L K L O R E ” de Buenos Aires, en 1940, titu lado: “ El F olklore en los planes de estudio en las universidades norteamericanas” , tom o los siguientes datos: “ Para especializarse en folk lore generalmente, el estudiante tiene que matricularse en un departamento relacion ado con el F olk lore, seguir sus estudios d e su interés especial hasta el punto que lo permitan los cursos y la capacidad de los p ro­ fesores, escribir sus tesis sobre e l F olk lore con las restriccio­ nes sobredichas y p or lo demás satisfacer todos lo requisitos en general d el departamento prescindiendo de su interés es­ pecial. Varias universidades perm iten distintos grados de con ­ centración de la enseñanza especial d el F olk lore: cuatro en form a n ota b le; las universidades de Carolina del N orte, de Indiana, de C alifornia y de N uevo M éjico. En la Universidad de Indiana se perm ite una serie se­ cundaria de cursos de F olk lore, con especialización en e l de­ partam ento de Inglés para el doctorado. En la Universidad de California, en B erkeley, un Com ité se encarga de la direc­ ción de los planes de estudios y el Com ité puede recom endar cualquier com binación de cursos que convenga para el tra­ b a jo del estudiante quien satisfacerá los requisitos de su de­ partamento, los cuales se expresan en términos muy generales.” C om o se pu ede apreciar p or los párrafos citados del in­ form é d el profesor R alph Steelc Boggs — en la conferencia ófrecida en el .Instituto de Cooperación Universitaria de Bue­ nos Aires— en la m ayoría de las universidades de los Estados Unidos, se estudia e l fo lk lo re com o una disciplina indepen­ diente. Siguiendo el ejem p lo d e Europa, especialm ente de loa países septentrionales, Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia, donde existen departamentos y archivos de Folklore, las uni­ versidades norteamericanas realizaron una labor didáctica y de investigación que culm inó con las cátedras arriba señala­ — 69 —

das, y los aportes de los estudiosos de la calidad de Campa, Boggs, Thompson, Tylor, Kirkland, etc. Muchas universidades de América del Sur siguieron el ejem plo a su vez, de los Estados Unidos, creando cátedras o departamentos de Folklore: así vemos el Departamento de Folklore del Instituto de Cooperación Universitaria de Bue­ nos Aires, que editaba un Boletín; el Departamento de Fol­ klore e Investigaciones Musicales de la Universidad de la Pla­ ta, dirigido por Carlos Vega; la Universidad del Litoral con cátedra de Folklore, y la de Tucumán, con cátedra e instituto, que en un tiempo estuviera a cargo de Rafael Jijena Sánchez, el Instituto de la Tradición, de Buenos Aires, etc. ESCUELAS. E l mismo Boggs, agrega: “ Pero ahora empieza a darse al Folklore la debida importancia en las escuelas. En 1940 publicó el Concejo Nacional de Educación de la Argentina una antología Folklórica para las escuelas primarias y otra para las escuelas de adultos, para conservar la unidad y el carácter nacional. En la Escuela de Bellas Artes de Chile aprenden a imitar la alfarería indígena. En el Conservatorio Nacional de Música de Río de Janeiro se enseña el folklore, la música nacional y los niños de las escuelas públicas de Mé­ xico, aprenden las canciones de su propio folklore” . Y decimos nosotros: esto es parte de lo que se ha hecho; queda mucho por hacer y parte de lo que se ha hecho no se ha hecho bien. El ideal pedagógico no consiste en enseñar en las escue­ las o en los liceos, el Folklore com o una asignatura más, como la Geografía o la Historia, sin contar sus relaciones con la Antropología, con la Etnografía, la Geografía y la So­ ciología, sino en preparar adecuadamente a los maestros para que adquieran suficientes conocimientos técnicos para orien­ tar a sus alumnos. No 6e trata por otra parte de fomentar las creaciones de cátedras pseudos folklóricas, donde se enseñe a estropear a los niños el silabario de las canciones. No desconocemos la importancia pedagógica que tiene la música en la formación vocacional del n iño; pero iniciar­ los mal en el conocimiento dé nuestro folklore, con prejui-

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clon trad ic ion aIistas, fomentando sólo el nacionalismo y no la cooperación internacional conjuntamente, equivale a desnatunili/.ar una buena iniciativa. Hay que encarar el estudio del Folklore desde el punto de vista de la educación, con carácter general. Desde la primera experiencia con el lenguaje, ya vemos que el habla popular ofrece un vasto campo de experiencias: refranes, dichos, modismos, lenguaje coloquial, etc.; luego la literatura oral de los cuentos y adivinanzas ofrece también, otro vasto campo de acción. El cuento tiene un sentido moral, de moraleja para el niño; pero también tiene un sentido interpretativo de mito o símbolo, que hay que desentrañar, y ahondando además tiene un sentido psicoanalítico, que el profesor Paulo de Carvalho Neto ha estudiado con exhaustiva erudición en su obra recien­ te: “ Psicoanálisis y Folklore” (1 2 ). La adivinanza sirve para aguzar el ingenio y despertar de una manera muy simple y es­ quemática el sentido poético. Encarar su estudio en la escuela sería acaso una forma de proyección artística del folklore, pero así y todo es una manera de relacionar el arte y el fol­ klore. Los mitos, también tienen un profundo sentido pedagó­ gico. La mitología autóctona del área tupi-guaraní tiene bellos mitos com o el Yasiyateré, el Curupí, que analizados y expli­ cados sirven admirablemente para despertar en los niños el simbolismo de la naturaleza. Nuestra mitología y leyendas, adolecen de cierta pobreza comparadas con la riqueza de mitos del Brasil, por la doble influencia indígena y africana que los fortalecen; pero po­ seemos leyendas no desdeñables desde el punto de vista pe­ dagógico, como los negros del agua, el negrito del pastoreo, el lobisón, que constituyen material de enseñanza respecto a ciertas creencias populares, relacionadas con variados aspec­ tos de la vida. Las superticiones, por sí solas, no tienen proyección di­ dáctica, porque interesar al niño en creencias superticiosas, sería inconveniente al llenar sus mentes de temores que pue­ den crear complejos. Pero hay otro campo muy vasto y esca­ samente explotado: el de las canciones, las rimas y los juegos — 71 —

infantiles. E l ju eg o es una actividad tan im portante e n la vida cotidiana com o el trabajo, y es la actividad característica del niño. T od os los niños juegan en una ronda universal que n o tiene fin , así com o todos los pueblos tienen sus danzas, sus costum bres, y sus canciones tradicionales. E n m i “ Cancionero P opular Uruguayo” recogí muchas de nuestras canciones y ju egos infantiles que fueron pauta­ dos p or Lauro Ayestarán. En él puede encontrar el maestro u n precioso m aterial para iniciar sus búsquedas pedagógicas para orientar al n iñ o en el cam po del folk lore uruguayo. P o r consiguiente, la enseñanza del F olklore en la escuela debe ser d e carácter general, abarcar n o sólo la enseñanza de las danzas nativas, sino, tam bién los cuentos y adivinanzas, el lenguaje, el fo lk lo re m aterial de la campaña, etc. Falta aún a los maestros la preparación técnica necesa­ ria para realizar con eficiencia estos trabajos. La encuesta del C on cejo N acional de Educación de la Argentina fracasó en parte, p or la falta de preparación técnica de los maestros en la fu n ción que se les confiaba: aquellos n o entendían el sen* tido de las preguntas, o al contestarlas ,se referían a hechos ajenos al cam po del F olk lore, que tiene su3 lím ites com o toda ciencia. E l C onsejo de Enseñanza Prim aria y N orm al del Uruguay, p u b licó en 1946, p or su departamento editorial un “ Cancio­ n ero Infantil” , iniciativa bien intencionada, pero que adolece de defectos. E l fracaso de estas iniciativas consiste en la equi­ vocada selección d el material, y e l h ech o de que generalmen* te se confían estas tareas a diletantes y n o a especialistas. Confiam os que el “ Cancionero Infantil” que prepara Lauro Ayestarán, — especialista en la materia— , llenará todas estas lagunas. Las experiencias válidas son abundantes en otros países: España, p or ejem plo. Véase las realizadas p or Luis de H oyos Sainz con sus discípulos en su cátedra de la Escuela Superior del M agisterio-Sem inario de Etnografía, y las huellas segui­ das de los trabajos de su padre, p or su h ija , Nieves. Quien quiera conocer los resultados prácticos de estas experiencias consulte el trabajo d e Nieves de H oyos Sancho: “ Im portancia del F olk lore en la form ación de Educadores” , presentado al

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C. I. de F . P. (13) Congreso Internacional de F olk lore d e San Pablo. Y o atribuyo el fracaso d e las escasas iniciativas folk lórico-pedagógicas en la m ateria, realizadas en el Uruguay a los siguientes factores: l 9 im provisación y autodidactismo. 29 Falta de capacidad de los dirigentes para seleccionar el personal especializado. 3° Falta de m adurez para esta clase de estudios. E l prim er acuerdo de la Com isión d e F olk lore y Educa­ ción tíasica del Congreso internacional d e F olk lore de ¡dan l'a m o tu e: recom enuar e l estuato de ciertos hechos d e la cultura independientem ente del n om h re con que son desig­ nados en los duerentes países y solicitar a los gobiernos, uni­ versidades y otros centros de enseñanza y preparación p ri­ vados que hasta h oy n o lo tienen h ech o, la creación de cáte­ dras de estos estudios. E l segundo acuerdo de la C om isión recom ienda a los ór­ ganos interesados, la u tilización del m aterial fo lk ló r ic o en la educación de liase o E ducación Fundamental. P or ser m u y im portantes, reprodu zco aquí las conclusiones del profesor K oger tíastide, en sus notas a la ln trod u ción del F olk lore en la E du cación : (14) l 9 Es un folk lore diferen cial en e l sentido que n o se con fu n d e c o n e l de los jóvenes, de las m ujeres y de los h om ­ bres adultos, de los notables d e la com unidad (V aragn ac). 29 Se presenta, a m en u do com o un receptáculo de sobre­ vivencias de antiguas culturas desaparecidas y m antiene en el interior d e u n gru po rasgos d e civilizaciones arcaicas (D eon n a ). Z9 Es u n folk lore espontáneo q u e se trasmite d e gene­ ración en generación a través de la im itación d e los niños de edad p or los niños más jóven es a través de la influencia afec­ tiva de los padres, más particularm ente de las madres y de los abuelos. 49 T ien e u n carácter fu ncion al que perm ite a través del ju eg o, la asim ilación d e los niños a la cultura de los adultos (Florestán Fernández). — 73

V II. — CO O PE R A C IO N IN T E R N A C IO N A L D E FO LK LO R ISTA S. La Quinta C om isión trató am pliamente el tema de la cooperación internacional de folklorista.s Se in form ó sobre los organismos internacionales, que especializados e n determina­ dos aspectos: International F olk M usic C ouncil (música fo l­ k lórica) y C IA P. (Com isión Internacional de Artes y Tradi­ ciones P opulares) n o tienen en la práctica el carácter de coor­ dinadores universales de la totalidad de las actividades del fo l­ k lore. D e las actividades de otro instituto, también parcial, el “ Com ité Inter am ericano de F olklore” in form ó el D r. Luis E. V alcarcel, delegado peruano. Para obviar estos inconvenientes, se presentaron a la m e­ sa del Congreso dos proyectos de creación de un Instituto Internacional de F olk lore, uno del delegado de la Universidad del Cuzco, profesor Efrain M orote Best, y otro m ío, coinci­ dentes en m uchos puntos, com o lo reconoce e l prim ero (15) de los nom brados. La diferencia entre am bos proyectos era que e l m ío, ponía com o sede del Com ité Internacional la ciu­ dad de San P ab lo, com o un reconocim iento a la labor extra­ ordinaria d e nuestros com pañeros del Brasil en el cam po de la investigaciones folklóricas, y con el fin d e paliar la he­ gem onía europea en esta clase de órganos internacionales. C om pletaron los inform es de la Quinta Com isión, la lec­ tura del trabajo del prolesor D r. P n c e Mars sobre la influen­ cia del negro en el lolk lore am ericano; el in lorm e del p ro­ fesor Vicente T . M endoza sobre la investigación d el folk lore en M éxico, y la ponencia d el Siivio Julio, recom endando la im portancia y utilidad que para todos los folkloristas tiene la obra d e l 3r. f elix C oiuccio. D ebo destacar que frente a una obra tan eficaz com o la que realiza el Com ité Interam ericano de F olklore, que lleva publicados dos gruesos volúm enes de serios trabajos de in­ vestigación en la materia, expuse y denuncié ante la mesa del Congreso la la b or confusionista d e ios pseudos institutos inter­ am ericanos d e F olk lore, que n o son n i interam ericanos, n i nada tienen que ver con la ciencia que estudiamos. Ponencia apoyada p o r e l D r. Fernando Ortiz, que m anifestó que en — 74 —

Cuba se observaba la misma falsificación p o r parte de per­ sonas más interesadas en la auto-propaganda que en el cultivo de la ciencia. Las recom endaciones d el Plenario, derivadas de las dis­ cusiones de la C om isión fu eron las siguientes: 1" Que la UNESCO, la C ÍA P o el International F olk M usic C ouncil, y las otras organizaciones internacionales y nacionales competentes, com o el Com ité Interam ericano de Folk lore, estudien los m edios propios para estimular los con ­ tactos, la form ación de bolsas de viaje, el intercam bio de personas y otras facilidades. 2 ? Q ue las universidades y otras organizaciones com pe­ tentes mantengan o creen periódicos destinados a divulgar los resultados de sus investigaciones, concernientes al fo l­ klore y a la Etnografía en sus respectivos países, efectuadas con e l au xilio de organizaciones científicas o p o r investiga­ dores calificados, utilizando m edios propios, b ) Que se man­ tenga o cree en cada país p or lo menos un p eriód ico concer­ niente al F olk lore y a la Etnografía del m ism o, suministran­ d o inform aciones porm enorizadas; que se tienda igualmente a la creación d e una bibliografía sistemática de actualidad y si es posible una discografia y una film ografia sistemática de actualidad. 3 " Que las organizaciones y los investigadores de los diversos países, especializados en el dom in io del F olk lore y de la Etnología den su más am plio concurso en e l plan o uni­ versal y según sus dom inios concernientes a las organizacio­ nes com o la C IA P y el International F olk M usic C ouncil, en el plano internacional y en e l regional, a organizaciones com o el Com ité Interam ericano d e F olklore, así com o a otras or­ ganizaciones interesadas en estos asuntos, para que desenvuel­ van entre ellas una cooperación tan estrecha co m o fu ere p o­ sible. CONCLUSIONES PERSONALES. H ablé de lo que se h izo en el Congreso Internacional de F olk lore d e efica z; pero debo hablar tam bién d e lo que n o se h izo o qu edó com o una aspiración de d ifícil realización práctica. — 75 —

Una de las consecuencias prácticas de la reunión en una ciudad de Am érica, populosa y culta, de folkloristas ilustres de todas partes del m undo, ha sido las vinculaciones perso­ nales y el intercam bio de trabajos. Era una manera de hacer algo. F ue lamentable que habiéndose presentado tres proyectos sobre creación de un Instituto Internacional de Folklore, el del profesor M orote Best, el (17) y d el profesor Ram ón de Castro Estéves, (18) y el m ío, n o se hayan estudiado deteni­ damente, con su correspondiente repartido, y no se buscara otra resolución que recom endar el apoyo a instituciones que no reúnen las condiciones exigidas para cum plir los fines in­ ternacionales que se propiciaban por ser, si bien m uy im por­ tantes y respetables en sus com etidos, limitadas y especiali­ zadas en sus aspiraciones. Una ponencia que debió aprobarse (19) fué la del pro­ fesor Oscar Núñez del Prado, pidiendo se sustituyera la pala­ bra folklorista p or Folklorólogo. Es sabido el uso y abuso que se hace a diario de la palabra “ folklorista” . Así com o n o debe confundirse al anticuario con el arqueólogo, n o debe con­ fundirse al estudioso del folklore, con el llamado vulgarmente folklorista que suele ser un com positor de música popular pseudo folklórica, o un charlista de radio sobre temas nativos. D ebió aprobarse, también, la ponencia del Presidente de la Sociedad F olklórica de Bolivia, Dr. José Felipe Costas Arguedas (2 0 ), solicitando la creación del Calendario Universal del Folklore. Varias críticas debemos form ular al Congreso Internacio­ nal del Folklore. D ebió designarse una Com isión para selec­ cionar las ponencias. D e esa manera pudo evitarse que fraca­ saran muchas bellas iniciativas y fueran aprobadas otras que n o resultaban tan importantes. Otra crítica: sólo por tradición oral se puede saber lo que se discutió en las comisiones del Congreso. N o se recogió la versión taquigráfica de lo tratado. Un congresista que presen­ tó un trabajo y fu e discutido en com isión, n o puede conservar de m em oria lo que se d ijo en favor de su trabajo, o la crítica que se hizo. L o más medular d el Congreso se perdió p or in­ explicable om isión del Com ité Organizador. — 76 —

A tres años de celebrado el Congreso n o se han publi­ cado los trabajos presentados en form a oficial. Los qne nos hemos interesado p or el Congreso y sus re­ sultados, para documentarnos y obtener una bibliografía, nos hemos valido de las copias que conservamos de los trabajos, y en realidad, cuando releemos e l rico material de estudios que se presentó al Congreso, la labor de tan destacados folkloris­ tas del m undo aparece valorizada p or la calidad y útil ense­ ñanza que se recoge de la etapa más importante de nuestra ciencia, — que obtuvo en San Pablo— en agosto de 1954, a través de tan valiosa bibliografía, que sólo en parte citamos, un m om ento feliz y precursor de nuevos avances.

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CONFLUENCIAS ENTRE EL FOLKLORE URUGUAYO Y EL BRASILEÑO 1)

ANTECEDENTES HISTORICOS

Desde la fundación de la Colonia del Sacramento en 1680 por D . Manuel L obo, basta mediado» del siglo X IX , la pene­ tración luso-brasileña tuvo en la Banda Oriental y en el Uru­ guay más tarde, una importancia singular que se manifiesta con caracteres históricos v sociológicos y abarca diversos as­ pectos etnográficos y folklóricos. La fundación de la Colonia del Sacramento fue una pun­ ta de lanza mi* inicia la penetración política lusitana v se continua en 1723 cuando los portugueses al mando del Ma­ nuel de Freita» Fonseca intentaron ocupar el puerto de Mon­ tevideo. avtidndos por Antonio Pedro de Vasconcellos, gober­ nador de la Colonia d e l Sacramento, con tropas, víveres y ca­ ballos. Bruno Mauricio de Zavala desbarató el plan de lo« nortuirueses, y ese hecho bélico determinó la fundación de Montevideo. Gracias a la habilísima diplomacia porfnmie«n. oue heredaron más tarde los brasileños, v a la de los políticos v diplomáticos esnnfioles. pudo mantener Portu­ gal en su poder, desde 1680 a 1777, casi un sirrlo. un territorio oue n o le pertenecía por derecho y el tratado de San Ilde­ fonso

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