Bogotá está regida por seis números Por Ana Paula Tovar Medio de la pasantía : revista Semana

 ‘Bogotá está regida por seis números’ Por Ana Paula Tovar Medio de la pasantía : revista Semana. Bogotá es fría la mayor parte del año, algunos dic

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 ‘Bogotá está regida por seis números’ Por Ana Paula Tovar Medio de la pasantía : revista Semana.

Bogotá es fría la mayor parte del año, algunos dicen que es la eterna primavera, aunque parezca más un tibio invierno. En pleno verano las temperaturas no rebasan los 20 grados y la luz del sol aparece intermitentemente a lo largo del día. El ladrillo de sus edificios contrasta con el verde de la montaña y el gris del cielo. Pero ese rojo anaranjado reina en las construcciones de la zona norte y en el sur la gama de colores es más variada, menos absoluta. Como si se tratara de un Pantone el norte es número 6 y el sur es 1. Seis números o estratos dividen a la sociedad colombiana por su lugar de residencia, algo que dice más que una simple dirección. Acostumbrada a nombres de calles complicados y direcciones que abarcan dos líneas eso de ir a la 74 con 13 me parecía sencillo, pero no sabía que tan significativo era. Para un habitante de la Ciudad de México vivir en Bosques de Chapultepec o para un argentino residir en Recoleta en Buenos Aires puede que defina cierta clase social, pero es simplemente su barrio. Quizás vivan en mansiones, pero se alimenten con nada más que pan. En cambio ser bogotano y residir en la 119 con 5ta. implica ser de estrato 6 y tener suficiente plata para pagar los servicios públicos a una sobretasa, entre muchas otras cosas más. La sociedad en Bogotá, como la mayoría de las urbes de América Latina, está segregada. Es normal que las personas se agrupen, ya sea por gustos compartidos, por educación, por posibilidades económicas o por otras causas; lo extraño es que una política pública obligué a un ciudadano a vivir en cierta zona, por cuestiones económicas y, de alguna manera, defina su lugar en la pirámide social. Esto de los estratos es un producto 100% colombiano, casi como el café y la cocaína. Los estratos –del 1 al 6– son resultado de una legislación pensada en 1964 que llevó mucho tiempo instaurar en el país con el objetivo de hacer más eficientes las empresas prestadoras de servicios públicos con un modelo de impuestos cruzados. Esto quiere decir en palabras simples, que los ricos paguen más por los servicios básicos –agua, alcantarillado, aseo, luz, gas y telefonía– que los pobres. La capital colombiana tiene 19 localidades. Vivir en Ciudad Bolívar significa ser de los “privilegiados” que pagan menos por los servicios públicos. Ahí residen personas de estrato 1, 2 y, tal vez, 3 en algunos de sus barrios occidentales. El subsidio que reciben es decreciente (50%, 40% y 15% respectivamente). En cambio la gente de Teusaquillo o Fontibón desembolsa el dinero justo por lo que consume, es decir son estrato 4. Los que la pagan, literalmente, son los adinerados del estrato 5 y 6, es decir los residentes de las montañas, donde lo que vale es el paisaje y los grandes terrenos. Barrios como

los que hay en Usaquén pagan una sobretasa del 20%. Este sistema de impuestos cruzados funciona en Bogotá desde 1994, gracias a la Ley 142 (Ley de Servicios Públicos Domiciliados) y se extrapoló al resto de las ciudades colombianas. Algunas no aplican para tener estrato 5 y 6, esto, porque la política se diseño con estándares de la capital, y varias zonas rurales siguen si estar estratificadas, pero la idea es que tarde o temprano los números colonicen cualquier asentamiento del país. El objetivo principal de la política de impuestos cruzados se ha cumplido. Las empresas prestadoras de servicios públicos han logrado ser eficientes y han llevado agua y alcantarillado a muchas zonas, incluso a los lejanos cerros que comenzaron a poblarse de migrantes y desplazados de la guerrilla y el narcotráfico. Esos, que salieron huyendo del lugar donde nacieron y ahora posiblemente morirán lejos de su campo, llegaron a la capital y se asentaron en la periferia creando barrios autoconstruidos. Según un estudio realizado por Samuel Jaramillo, profesor en la Universidad de los Andes, las migraciones grandes de campesinos iniciaron en los años 60 y crearon la Teoría de la Marginalidad, donde “paralelo a la modernización exitosa crece de manera alarmante los barrios pobres habitados generalmente por recién llegados que mantienen comportamientos y valores extraños al proceso de transformación”. La mayoría de esas personas de estrato 1 habitan en los llamados “cinturones de pobreza” en todas urbes latinoamericanas. La forma en que se decide el estrato se una zona está en manos de un grupo de “auditores” que juzgan las residencias bajo ciertos lineamientos, por ejemplo: los metros de fachada, las condiciones físicas de la misma, las jardineras, las aceras, la cercanía a medios de transporte, entre otras. La unidad de medida es la manzana, así que si muchas de las casas están en buenas condiciones que se preparé aquél que rompe con la uniformidad porque el estrato lo define la mayoría. Ésta clasificación no es una ciencia exacta, ni cercana a serla. Además, las construcciones que son parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad como las casonas de arquitectura inglesa del barrio Quinta Camacho – construidas en la década de los 30 cuando la localidad Chapinero todavía era un suburbio– así como las antiguas casas de La Candelaria de la época colonial, son de estrato 1 y no así algunos de sus propietarios. La periferia es una frontera natural de la metrópoli, dentro de Bogotá hay algunas otras. La primera que crucé fue la calle 72 con la carrera 9na, si uno camina de frente a la montaña desde la avenida Caracas. El cambio se mostró en forma de grandes edificios corporativos y un ir y venir de personas en traje sastre demostró que me encontraba uno de los centros económicos de la capital colombiana. No hay un contraste tan brutal como ir de Tijuana a San Diego – donde un mismo terreno es terroso y caótico del lado mexicano y arbolado y funcional en su parte anglosajona– pero si hay variaciones. El instinto resultó cierto cuando escuché la expresión: “De la 72 hacía el sur”. Esa vía marca la

nueva frontera entre norte y sur, pues la calle primera –división original– ya ha quedado muy lejos, en el centro de la ciudad. La división norte - sur, así como la segregación, no es una novedad. Bogotá se fundó en 1560 y al modo de los españoles comenzó su historia con una catedral, una plaza y edificios de uso gubernamental y habitacionales. Poco a poco ese cuadriculado centro creció y surgieron barrios alrededor. Los pobres fueron acomodándose al sur y pronto ocuparon las calles del otro lado de la primera y los ricos comenzaron a poblar el norte. Con el Bogotazo (1948) la división se hizo más fuerte. Las familias con mayores recursos se movieron más al norte cansados de las pugnas que desestabilizaban el centro. Entonces, Chapinero comenzó a florecer y La Candelaria comenzó a apagarse. Otra enfermedad que afectó el corazón de la ciudad fue perder una de sus arterias principales, según la Dra. Consuelo Uribe-Mallarino, decana de la Universidad Javeriana de Bogotá, “a mala hora se decidió que no se necesitaba más el tranvía después de que fuese quemado durante el Bogotazo”. Las grandes distancias y los pocos medios de trasporte calaron hondo en la segregación social. Quizás hoy el único medio de transporte, un poco más peculiar, que transita por todo Bogotá sean las “zorras”. Pequeñas carretas con llantas de caucho jaladas por caballos maltrechos que recogen deshechos destinados al reciclaje, incluso sus mismos desperdicios son biodegradables. Los capitalinos sólo les prestan atención cuando causan un atolladero en medio del tráfico, como hace unos meses que un animal murió a causa de deshidratación en plena 72 con 7ma. ante los azorados financieros que andan por la zona. Hoy existen unas 2.500 zorras, pero para 2013 tienen que abandonar las calles por mandato del alcalde Gustavo Petro. Así, la capital perderá a los curiosos equinos que caminan cansados sobre el asfalto con los ojos cubiertos, aislados del motorizado entorno. Se calcula que en Bogotá circulan 1.5 millones de automóviles y el caos vial es el pan de cada día. Para dividir la pesada carga vehicular se creó el pico y placa (ley que prohíbe circular a los autos según la terminación par o impar de su placa) y se han buscado alternativas como el TransMilenio. Las vías de este medio de transporte –autobús de tránsito rápido– tienen una longitud de 108 kilómetros y abarcan gran parte de la ciudad, de hecho es el más extenso del mundo en su tipo. Fue inaugurado en el 2000 durante el gobierno de Enrique Peñalosa y ahora cuenta con 135 estaciones. Funciona como debe, aunque los cachacos (bogotanos) consideren que en hora pico es imposible subirse. La conexión norte-sur le sirve sobretodo a las miles de personas de estratos bajos que día a día van a laborar a las zonas altas. Y, sorprendentemente, a los estudiantes de estratos altos que van a escuelas lejanas de sus residencias en días en que su carro no puede circular. En cambio, los jóvenes de estratos bajos siguen usando los buses porque son los únicos que entran en las callejuelas de sus barrios.

En Colombia, no hay escuelas estrato 1 o 4, pero sí hay estudiantes que comparten estrato y acuden a los mismos centros educativos. Escuelas públicas y privadas con una brecha en su calidad educativa, una consecuencia del rezago existente en el sector público de todo el continente hispanoparlante, salvo las instituciones de educación superior. La diferencia más evidente entre centros educativos está relacionada con su calendario escolar: el A o el B. En Estados Unidos los ciclos escolares comienzan en septiembre y terminan en junio, algo que coincide con el calendario B. Así, algunos tienen la oportunidad de ir al extranjero a recibir educación. En cambio, el A comienza en enero y termina en noviembre. Toda regla tiene excepciones, entonces algunas escuelas privadas y públicas comparten calendario. Una cuestión tan aparentemente intrascendental influye directamente en la segregación. Los jóvenes no coinciden en centros vacacionales, ni recreativos. Y el nombre de su colegio se convierte en un estigma. Las universidades son el embudo por donde lograron pasar los que se esforzaron en seguir sus estudios. En Bogotá 57.000 jóvenes, aproximadamente, lo logran. Muchos apuestan por la Universidad Nacional. En su plaza Che Guevara, presidida por un esténcil del héroe revolucionario, coinciden alumnos de varias extracciones sociales. Tuvieron que cumplir los 18 años para sentarse lado a lado y escuchar al mismo profesor, aunque al terminar la clase cada quién regrese a su barrio, sin saber que tienen muchas más cosas en común de las que creen. Pues por la noche, el olor a mariguana se extiende de igual forma en el Parque de los Hippies que en una fiesta privada en la terraza de un hotel en la calle 100. aeioTu - Fundación Carulla ha intentado minimizar la distancia educativa y social entre los más pequeños. Tiene cinco instalaciones en Bogotá y en otros departamentos del interior del país como: Bolívar, Antioquia, Magdalena, Atlántico, Chocó y Cundinamarca. La organización replicó el sistema de impuestos cruzados, pero en este caso un niño rico subsidia los estudios de un niño pobre. Los profesores son los mismos y las instalaciones son de la mejor calidad, pero no asisten juntos a clases a excepción de la escuela Nogal, en la capital, donde los hijos de los docentes, del personal de limpieza y de cocina conviven con niños de mejores posibilidades económicas. Quizás el estadio de futbol Nemesio Camacho “El Campín”, es uno de los pocos lugares donde todos los estratos se juntan por la misma razón: su pasión por los Millonarios (uno de los equipos más populares de Colombia). El gol los hace vibrar y dejar atrás las diferencias. En la búsqueda de sitios de convivencia común para todos los estratos no hubo otros casos tan evidentes. Para Uribe los bogotanos tienen, “2 o 3 ciudades que no se encuentran nunca”. La Candelaria podría ser por lógica el lugar donde los cachacos se reúnen algunas veces, pero las atracciones del centro que más atraen personas son sus museos: el de Botero, el del Oro y la Casa de la Moneda. Los planes de ciclovías y varias reformas intentan rehabilitar el barrio, aunque la respuesta

hasta el momento no ha sido tan favorable y la oscuridad de la noche ausenta a las personas por el miedo a la delincuencia. También, el Parque de la 93 reúne estratos distintos, pero muy dispares. Mendigos recorren los alrededores en busca de limosnas en los jardines donde ellos creen que sobra la plata. Ese acercamiento no sirve de mucho porque acentúa las diferencias. En el estudio de la Universidad Nacional, Segregación Económica en el Espacio Urbano de Bogotá, realizado por la Alcaldía de Luis Eduardo Garzón en 2007, dice textualmente: “Bogotá es una ciudad muy segregada. Los ricos y los pobres casi no se mezclan. Y además, el espacio público y los equipamientos urbanos, que están mal distribuidos, no favorecen a los pobres. La segregación se observa claramente en la distribución geográfica de la población. La historia de desarrollo urbanístico de la ciudad ha estimulado el distanciamiento socioeconómico en el espacio”. En Medellín se dieron cuenta que, entre muchas otras razones, el acentuado problema de segregación era caldo de cultivo para la delincuencia. Los paisas tocaron fondo y decidieron repensar su ciudad. Hicieron varias intervenciones urbanísticas que no generaron milagros, sin embargo acortaron las distancias físicas y sicológicas entre la población. Alejandro Echeverri Restrepo, director de proyectos urbanos en la administración de Sergio Fajardo, dijo que “pensamos cuales eran los programas y las intervenciones que teníamos que hacer para crear cambios estructurales y de inclusión en la ciudad, esa era y es la apuesta principal”. Echeverri mencionó que sus proyectos se basaron entre otros, en las políticas de los ex alcaldes bogotanos Enrique Peñalosa y Antanas Mockus. Peñalosa impulsó varias políticas públicas para mejorar la movilidad en la capital como las ciclorrutas y el TransMilenio. Mockus, ex rector de la Universidad Nacional Colombiana, le dio continuidad e implementó otros proyectos durante su administración, sobretodo campañas de cultura ciudadana. Una de las más conocida fue “La Hora Zanahoria”, con la que restringió la venta de alcohol después de ciertas horas. Una medida exitosa que disminuyó los accidentes de tráfico y fue exportada a varias ciudades latinoamericanas. En la capital de Antioquia, Medellín, la Biblioteca Parque España ubicada en el barrio de Santo Domingo es un buen ejemplo de cómo una intervención arquitectónica puede generar cambios sociales, si se combina con otras obras y programas de educación. Se encuentra en la montaña a 460 metros de altura en un lugar al que antes era “imposible” acceder por la delincuencia y porque no había forma de hacerlo. Se conecta con la ciudad gracias a un teleférico que mueve 35.000 pasajeros al día y que está unido al metro. Antes era un lugar muy violento. Ahora, Darwin y sus amigos sirven de guías a los turistas distraídos contando historias sobre barrio, mientras otros niños corren por los pasillos de la biblioteca, presentan y presencian obras de teatro en el auditorio y utilizan su ludoteca y computadoras, aunque la mayoría lo haga para jugar

Mario Bros. El proyecto lo complementan dos nuevas escuelas públicas y el Parque Ecoturístico Arví. Los salitranos en Bogotá también han sabido sacar provecho de un proyecto urbanístico. Las azoteas del complejo habitacional Puerto Bahía en Ciudad Salitre están llenas de decenas de pequeños tinacos verdes que sobresalen, no tienen un uso decorativo, son contenedores y calentadores solares de agua de lluvia. Una tecnología creada por la Fundación Centro las Gaviotas e instalada a mediados de los ochenta por el Banco Central Hipotecario (principal institución de crédito hipotecario del país que cerró en 2000 por problemas financieros). Veinte años después funciona a la perfección como el barrio donde se encuentra. Aquí, la diferencia la hacen los habitantes. Salitre es una comunidad que, al contrario de la generalidad latinoamericana, prefiere vivir bien, que gozar de un “buen estatus”. Ellos son estrato 4 –se podría decir de clase media– y no les interesa subir. Ciudad Salitre se encuentra en la localidad de Fontibón y tiene 25 años. Su juventud es evidente en las calles bien trazadas y asfaltadas. Fue resultado de una planeación urbanística pensada en 1969, pero que realmente funcionó hasta la administración de Virgilio Barco. En el lugar residen familias bogotanas y migrantes de otras partes del país que vinieron a la capital a vivir mejor. Hace 12 años la administración de Bogotá revalorizó el barrio y comenzó un ir y venir entre autoridades y los residentes de la zona que defendían su derecho a pagar por lo que consumen, ni más ni menos. Carlos Newmann Murein, presidente de Aso Salitre –la asociación de vecinos del barrio– dijo que, “los salitranos no quieren ser más”. Por supuesto, el fondo del rechazo es la alza de precio del predial anual y el aumento en el costo de servicios públicos. La zona se puede observar cuando uno entra por primera vez a Bogotá proveniente del aeropuerto por la avenida El Dorado. Hoteles lujosos, edificios de grandes corporativos y uno coronado con el logotipo de El Tiempo –uno de los principales periódicos del país– anuncian un lugar donde se mueve dinero y se vive bien, esa es la cara de Salitre, pero lo que hay detrás es mejor. Está organizada en “supermanzanas”, es decir complejos residenciales de varias torres que, en ocasiones, revientan el concepto de manzana cuadricular. La ciudadela goza de espacios verdes como el Parque Central Sausalito, donde es común ver a personas realizando actividades deportivas o simplemente paseando, una veintena de jardines de “bolsillo” –pequeños centros recreativos entre complejos residenciales–, el Jardín Botánico José Celestino Mutis, el colegio Agustiniano y la Biblioteca Pública Virgilio Barco, entre otros. Salitre es integral. Cada intento del gobierno por revalorizar la zona se ha visto sofocado por la réplica de la comunidad. Aun así, un conjunto de cinco edificios fueron estratificados como 5 y ahora pagan más que sus vecinos, pues vivir en un lugar más lindo tiene precio. Para Heminia Herrera, gerente de la asociación, no es justo, “mantenemos la ciudadela bien porque hemos trabajado para hacerlo,

entonces nos van a castigar y nos van a poner un estrato en el que tengamos que pagar más, eso no es lógico. Nos interesa la valorización del sector, no pagar más. Sólo nos interesa vivir bien”. Y así lo hacen. Varios académicos de la Universidad Javeriana consideran que el sistema de impuestos cruzados ya ha cumplido con hacer más eficientes las empresas de servicios públicos y es hora de cambiar. En su opinión, la estratificación no relata la realidad de los hogares y ha aumentado el problema de la segregación congelando a la sociedad en ciertas zonas geográficas por cuestiones económicas. Ellos se reunieron con el gobierno y propusieron modificar la política pública: “cambiar los impuestos cruzados por el SISBEN, así nadie sabe de que estrato eres. Todo queda al interior de la casa, no genera estigma, no segrega”, dijo Uribe. El SISBEN (Sistema de Identificación de Potenciales Beneficiarios de Programas Sociales) asiste a los más necesitados por medio de una calificación de los hogares, es decir de la necesidades reales de la personas, no de sus residencias. Se usa principalmente para la asistencia médica y sólo clasifica a estratos bajos. Todos en Colombia saben a que estrato pertenecen y también de que clase social son, pues ambos conceptos no son lo mismo, aunque a veces se entremezclen. Las personas aun reconocen que la clase está relacionada directamente con la educación y los antepasados, es decir si uno nació en buena cuna “hereda la clase social de sus padres”. Y muchos relacionan el estrato con algo simplemente económico, sobre todo la gente del 5 y 6, que entiende que la clasificación se originó por una política pública. Los de la base de la pirámide consideran que la estratificación no es más que, “otra cosa para separar a los ricos de los pobres”, según el estudio de Uribe y esa respuesta fue “sorprendentemente alta”. Quizás el gobierno ha fracasado en su forma de comunicar el objetivo del modelo de estratos. La política pública se reflejó en un reality show de Cadena Caracol: Desafío 2006. La guerra de los estratos, donde los concursantes provenían de distintos extracciones socioeconómicas –los privilegiados, los rebuscados y los llevados– y pugnaban por sobrevivir en tres islas igualmente diferenciadas por sus comodidades. El exitoso programa tuvo 4.7 millones de televidentes en Colombia durante su capítulo final y demostró la asimilación social del sistema de estratos. Según Uribe, “el problema es que la gente lo ha naturalizado, por eso sólo los extranjeros lo notan”. El sistema tiene casi veinte años y ya ha creado un cambio urbano y, en ocasiones, sociológico. De clasificar las residencias en Colombia, se ha convertido en la vara que todo lo mide. Por su naturaleza, es normal que el estrato se utilice en el negocio inmobiliario. También, en la evaluación previa a la construcción de un centro comercial o cualquier negocio. Así mismo, suele ser la base de muchos estudios académicos e incluso se utilizan para esquematizar encuestas de cualquier tipo o clasificar los avisos de

ocasión. Lo inverosímil es cuando se convierte en una credencial para buscar pareja: “Yo soy estrato 3, busco chica de estrato similar”. En Bogotá nadie se asombra por el término, es tan natural como la constante lluvia que azota la ciudad la mayor parte del año. “Yo soy estrato 2”, “¿De que estrato está buscando un departamento?”, “En esa zona sólo vive gente del 5”. Las exageraciones muestran el lado ácido y simpático de la situación, “uy ahí si que son 00”, “esas gomelas son de estrato 8”. Y casi nadie sabe que sólo en su país existe este sistema, “¿Cómo así que nada más en Colombia?”.

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