BRAZILIAN LITERATURE IN TRANSLATION
Flores Azules
carola saavedra
Flores Azules carola saavedra
Traducido por Julia Tomasini Maciel
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uerido mío, Dicen que la separación nunca es un núcleo, una urgencia. Dicen que ella comienza por su contrario. Y que es justamente en el momento más tierno, el primer encuentro, la primera mirada, en que la separación comienza a existir. Yo prefiero creer que la separación nunca termina, y que el último día, la última noche, es un instante que se repite, a cada espera, a cada vuelta, cada vez que siento tu ausencia, cada vez que pronuncio tu nombre. Yo creo que, al llamarte, una estrategia, un encanto, yo soy capaz de hacer que te vuelvas y me mires y, sin darnos cuenta, se extienda entre nosotros un atajo, un puente. Pero ¿qué nombre le damos a alguien que se fue? ¿A alguien que está lejos, que no está? La distancia debería inmediatamente imponer un tono más solemne, o menos íntimo, al fin y al cabo, hay una distancia. Pero cómo tratamos con distanciamiento a alguien que recién estaba cerca, a mi lado, hace poco acostado a mi lado, en mi cama, donde todos los días, todas las noches, algo tan íntimo como compartir la cama y las sábanas de la cama cuando el día amanece y las sábanas se quedan allí, abiertas, de par en par, con sus manchas y su noche impregnada. ¿Cómo alguien sale de nuestra cama a la formalidad? Imagino que en este instante tú estás ahí, en tu casa, tu sofá, tu sillón preferido, o entonces una silla, puesta así, displicentemente, junto a la mesa de la cocina o del comedor. Tú ahí sentado, un vaso de agua, una taza de café, ¿como ahora? Esta carta en las manos y la duda, tú preguntándote, tal vez irritado, por qué esto ahora, al final ya no terminó , tú ya no te fuiste , para qué continuar así, para qué continuar yéndose, indefinidamente, tú podrías preguntarte. Yo te respondo que no sé, tal vez la necesidad de recuperar algo, algo irrecuperable, ¿qué otra razón podría haber? El intento de impedir que te levantes, vayas a cerrar la ventana, o a arreglar el interruptor, o incluso a atender el teléfono, el teléfono sonando, un viento, alguien saludando desde la otra ventana, el sonido insistente del teléfono, pero tú ahí, ajeno, mudo, esta carta en las manos, esas manos tuyas que temo y quiero tanto, y que me gustarían ahora dóciles, afables, solo la suavidad o la aspereza de estas páginas y el ondular de fibras imperceptibles que nacen y vuelven a deshacerse, el movimiento incesante. Pero tal vez las cosas sean irrecuperables. Tal vez todo sea irrecuperable, todo, no sólo el pasado, lo que se pierde en la memoria, sino el presente, el ahora que parece tan vivo, tan exacto. Y, aunque quiera, aunque me esfuerce, hasta tú, hasta yo. Triste, ¿no? Trato de imaginar la expresión de tu rostro, el rostro tuyo, tu boca, tu mirada en este momento, ahora,
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ahora, este momento que no es nada más que un espacio, un intenso vacío que nos separa, la distancia entre mis manos y las tuyas, entre mis dedos, que pasean por las teclas de esta máquina, y los tuyos, que acarician la textura del papel. Tú sentado en un sillón o en una silla o en un sofá, el apartamento que yo conozco tan bien, las letras, las palabras que elijo, el encadenamiento de las palabras, el encadenamiento que es siempre otro, calcado por el tiempo, por este constante envejecer. ¿Cómo superar esta distancia que nos separa? Este intervalo entre lo que digo y lo que tú lees, este momento que nunca llega, que nunca es. Pienso en tu rostro, ahora, o cuando frecuentemente te hacía una pregunta, a veces cualquier tontería, la lluvia, el día, la calle, tu rostro tenso, aprensivo, la inutilidad de estar siempre preguntando algo, sin darme cuenta de que preguntaba sin esperar respuesta, que preguntaba por preguntar, por la simple necesidad de confirmar que tú estabas allí conmigo, mi mano buscando la tuya, alguna caricia, algún mimo. Allí, conmigo. Como esos niños que deambulan por la casa buscando a la madre, la madre que desapareció, así, sin avisar, porque nunca hay cómo avisar, la madre que fue hasta la cocina, hasta el cuarto, o incluso hasta el balcón, a ver cómo está el tiempo o saludar a alguien, la madre que de repente, sin que ella lo sepa, pasa a ser alguien que no está, alguien que desapareció. Entonces sólo queda ese mundo del niño, y la ausencia, y alguien buscando algo en lo oscuro, alguna caricia, cada momento tratando de certificar, el niño, que solamente conoce lo que es capaz de percibir. Sí, yo soy así, solo existe lo que soy capaz de percibir. Y, aunque tú lo ocultaras, aunque intentaras esconderlo, era como si tú no estuvieras allí, como si tú te encontraras siempre en otro cuarto, en la cocina, en el balcón, saludando a alguien que pasa y que no sé quién es. Por eso mi insistencia, esta carta. Tú, aunque sólo algunos instantes, aunque una sombra, un movimiento cualquiera, y yo que doy vueltas asustada, mirando alrededor, imaginando tu presencia así, inesperada, inexplicable. Porque hay algo que te quiero decir, algo que quedó por la mitad, la casa vacía o una frase incompleta o alguna reticencia, como si las reticencias pudieran significar algo, o tal vez porque las reticencias significan lo que queramos. Porque hay algo que quedó por la mitad. Algo que viene después. Porque hay cosas que tardan en comenzar a existir. Y que es necesario repetir, una y otra vez. La separación. Hace algunos días que no salgo de casa, ya te lo dije, no, ¿no te lo dije? Hasta podría ser dramática, decirte que hace algunos días que no salgo de casa, que no como, no me baño, no me peino, ¿recuerdas? mi cabello, que a ti te gustaba suelto, ¿recuerdas?, que tú solías elogiar, decir que parecía una cortina oscura, oscura como un pájaro, oscura como la noche, ¿es que tú dijiste algo así? No, tú nunca dirías eso. Pero no, yo no voy a decir que estoy sufriendo, ¿para qué? Mejor te hablo de otras cosas. Hace algunos días que no salgo de casa, no me baño, no me peino. Hace días. ¿Estaré olvidando algo importante? Quizás, siempre tuve la sospecha de que tendemos a olvidar lo más importante, tal vez porque es una meta en constante transformación, lo más importante es siempre otra cosa, algo que se nos escapa. Como el espacio del que te hablé, ese entre lo que yo escribo y tú lees.
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Algo que molesta, sin que tome cuerpo nunca. Qué grandes peligros eso podría traer, tomar cuerpo, la transformación en una estructura que diga y que se quede y que sea, un testimonio, una señal. Al tomar cuerpo, las palabras encadenadas y las fibras imperceptibles del papel, ¿qué peligro podría haber? Y, si no hay peligro, podría fácilmente hablarte de ayer, o contarte, por ejemplo, un secreto, o un deseo muy íntimo, o algo que me revelara. Decirte, por ejemplo, ayer. Ayer pensé en ti, y en tu boca en mi boca y en tus manos en mi cabello y en tu cuerpo junto al mío. ¿Recuerdas? Nuestra geografía imaginaria. Tu cuerpo junto al mío y todo lo que él podía hacer en mí. La caída constante. El roce de tu piel, de las suavidades, de las asperezas de tu piel. Mi respiración inquieta, que es la misma que ahora, en este momento en que te escribo y recuerdo, ¿recuerdas? Tu mano en los ángulos más distantes, en los rincones más sutiles, ¿recuerdas? Mi cuerpo en caída, como ahora, porque era tuyo, tu mano que me recorría, tus dedos, habría algo así, tu mano me asustaba, y recorría la piel interna de mis muslos y me envolvía el vientre y la cintura, tu voz que me besaba la nuca, tu voz detrás de mí, y yo que me perdía y me reencontraba, en ti, como ahora, como si todo en mí fuera agua, fuera cielo. Tu nombre junto al mío, mi nombre, tu querer, y yo que me agitaba y me deshacía, y que decía sí, que yo era tuya, tu mujer, lo que tú quisieras tuyo. Pero quizá tú no recuerdes, y sólo haya restado un gesto imperfecto, una duda. Quizá no quieras toda esta revelación, toda esta intimidad. Este exceso de palabras. Quizás. Entonces me alejo y comienzo nuevamente: ayer. Ayer fui hasta el videoclub, en la esquina aquí de casa. O, mejor, yo podría decir: un día fuimos juntos al videoclub, justo aquí en la esquina de casa, mi casa, mi cama y las sábanas abiertas, ¿recuerdas? Y finalmente, tomando cuerpo: ¿recuerdas el último día? Muy de mañana, cuando fuimos juntos al videoclub, tu mano que rechazaba la mía, ¿recuerdas lo que me dijiste cuando entramos? Tal vez no recuerdes, tú allí, ahora del otro lado, tu sillón, tu taza de café, tal vez no recuerdes, pero ahora no importa. Y, como soy yo la que escribe, soy yo la que elige y te digo cómo fue, y fue así: era verano, hacía calor afuera, caminábamos uno al lado del otro, conversábamos sobre la cena de la noche anterior, algo que había sucedido y que te molestaba, ¿no?, nuestras voces apagadas por el ruido de los autos, las personas y sus diarios y panes y leches recién comprados. Algo te molestaba. Era sábado, y entramos en el videoclub, el que atendía detrás del mostrador, apenas dándose cuenta de nuestra llegada, nosotros que llegábamos, aliviados con el repentino silencio y el aire refrigerado. Tú te alejaste, y yo me quedé allí, pasé los ojos por los estantes buscando una película que hacía tiempo te quería enseñar, una película muy especial, yo agregué con aire de misterio, y tú ni siquiera pusiste mucha atención, seguiste caminando, diciendo cualquier cosa sobre la noche anterior, sobre la cena, ¿algo que te molestaba? Entonces, pasando los ojos por los estantes, yo quería que tú vieras la película, repetí, y te mostré la caja, y comenté, sin darle mucha importancia, que el personaje era muy parecido a ti, y hasta el actor también, ¿no crees? Tú te detuviste un instante, de repente serio, no dijiste nada, la caja de la película en las manos. En silencio. Después preguntaste, ¿parecido cómo?, preguntaste, y
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yo, sin prestar mucha atención, todavía con los ojos presos en los estantes, tú la expresión consternada, algo que yo no entendía. ¿Parecido cómo? La película en tus manos. Tu mirada no sólo distante, como era tu mirada algunas veces, sino tu mirada que se cerraba y guardaba en sí un relampagueo, el descubrimiento de un secreto, no sé, respondí, y recuerdo que tú dijiste, todavía intentando contener esa rabia, esa agresividad, ¿de dónde venía? ¿Parecido cómo?, insististe, y yo, casi sin pensar, para decir algo, como se parecen las personas que ya viste un día, en algún lugar y te quedas pensando que sí, que las conoces de algún lugar, sin descubrir nunca de dónde. Un déjà-vu, agregué, tú observando la tapa de la película con cuidado, la foto del actor, un hombre moreno de rostro bello aunque rudo, en contraste con una mujer rubia, extremadamente frágil, acostada sobre la cama. Tú seguiste insistiendo ¿qué es lo que quieres sugerir con esto?, seguías insistiendo, el tono agresivo. Y yo que no quería sugerir nada, porque eso no significaba nada, yo que había dicho eso por decir, ¿por qué todo debería significar algo?, te pregunté. Tú dijiste que conocías bien la película, y que no, que ustedes no se parecían en nada, tú y el personaje, mucho menos el actor, su rostro bello aunque rudo. Yo sonreí sin gracia, y fui volviendo la cara lentamente hacia otra dirección, mi imperceptible fuga. Como tantas otras veces, ahora pienso, desde el comienzo, nuestro comienzo, ese odio, esa rabia, ¿por qué? Tú, enojado, ¿hostil?, fuiste empujándome por el brazo hacia afuera del videoclub. Yo sentí mi respiración inquieta, desenfrenada. Tú empujándome hacia afuera. Yo quise insistir, volver, decir que eso no significaba nada, que yo lo había dicho por decir, y tal vez con rabia, también yo, hacer lo que me diera la gana, la película que me diera la gana, ¿oíste?, pero tú apretaste mi brazo con una fuerza inesperada, la sensación de que la sangre había dejado de circular y que el brazo era solamente una extensión, un apéndice. Tú, como si me odiaras, como si de repente me odiaras y quisieras lastimarme, sí, eso, como si quisieras lastimarme mucho, profundamente. Y así, los dedos enterrados en mi brazo, dijiste algo que no entendí, hablaste mirando a la nada, y recuerdo sólo el final de la frase, ahora no, ¿oíste? ¿Oíste? Me dijiste, gritando hacia adentro, y yo sentí entonces mi cuerpo rendirse y temblar por entero, dócil, frágil, curvándose bajo el peso de tu mano, mi cuerpo por entero, la presión de tus dedos, y tú diciendo, los labios casi cerrados, ahora no, ¿oíste? Después, en la calle, los dos caminando rápido, tú me tironeabas como si quisieras hacerme caer, yo te acompañaba, llevada por una fuerza incomprensible que me arrastraba, esta fuerza incomprensible que era tu voluntad, que eras tú. Un descuido que yo no entendía, ¿cómo podría haberte dicho algo así? ¿Cómo podría haberte revelado algo? ¿Y habría realmente algo que revelar? Yo sintiendo que en cualquier momento podría desistir, y comenzar a gritar, ahí, en el medio de la calle, llorando inconsolablemente por algo que no sabía muy bien qué era pero que, yo sabía, no había más cómo recuperar. Pero no, no fue así, es gracioso, nunca es así, no lloré, ni grité, ni dije nada, tú continuaste, tus dedos en mi brazo, los pasos rápidos y resolutos, yo continué, cada vez más dócil a tu lado, los pasos rápidos y
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resolutos. Una revelación. Nuestro último día. ¿Recuerdas? Yo lo recuerdo, y lo estoy recordando nuevamente ahora. A pesar de la espera, del tiempo, del intervalo que nos separa. Hay siempre una palabra que nos une. Ahora, mis dedos sobre las teclas. Ahora, tu lectura sobre el sofá, o la silla o el sillón, el lado que desconozco. Esta palabra que nos une. A.
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l terminar de leer la carta, la guardó nuevamente en el sobre y la dejó encima de la mesa, permaneció un tiempo en silencio, sintiéndose extraño, molesto. Miró a la niña que dibujaba recostada sobre la alfombra del living, afuera la lluvia no paraba. Decidió olvidarse de la carta y de toda aquella historia. Pensó entonces en cómo distraer a una niña en un día de lluvia, pensó que pediría una pizza, pensó que todavía era temprano para almorzar. Pensó en llamar a su ex mujer y sugerir un almuerzo en familia. Pero no, no haría eso. Ella lo malentendería, y él estaba muy bien como estaba. Pensó en llamar a Fabiane, que atendería con entusiasmo un llamado suyo. Pero no, la presencia de la niña llevaría cualquier encuentro a parecer una invitación, una posibilidad familiar. Volvió a pensar en la carta, todavía un poco confundido, la verdad es que había terminado de leer la carta destinada a otra persona, había acabado de tener acceso a la intimidad de otra persona, se sentía molesto y al mismo tiempo atraído, la correspondencia que no le pertenecía. Idea que jamás le había pasado por la cabeza, abrir correspondencia que no fuera suya, y ahora esa indiscreción, curiosidad, algún detalle que le había parecido interesante, tal vez el sobre azul, las letras en tinta negra, escritas con pluma. Lo reconoció inmediatamente, recordando una que tenía en la infancia, regalo de su abuelo, le pareció curioso que alguien todavía escribiera con pluma, que alguien escribiera cartas. En el lugar del remitente sólo la letra A. Ninguna dirección, nada. Antes de abrirla, ya imaginó que A debía ser una mujer, tal vez por la letra bonita, redonda, tal vez por la propia carta, en el momento se justificó asegurándose a sí mismo que no habría cómo devolverla, ¿devolvérsela a quién?, y la abrió para ver si había alguna pista, algún nombre, dirección, pensó, como justificándose. Siguió pensando en la carta durante algunos instantes, hasta que la niña lo llamó: – ¿Papá? –¿Qué, Manuela? –Papá, ¡mira! Ella se acercó con una hoja de papel. –Papá, mira lo que dibujé. Tomó el dibujo, lo observó con cuidado, una forma circular y algunos garabatos indefinidos que la atravesaban, sostenía un poco indeciso el papel, tal vez haya
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hecho una expresión de duda, la niña apuntó con el dedo, insistiendo: – Papá, mira. – Qué bonito, hija, ¿soy yo? –No, es Felipe. –Ah, Felipe, muy bien, realmente muy bonito. Llegó a sentir una pizca de celos, claro, Felipe, hasta el gato era más importante que el propio padre, fue lo que le vino a la cabeza. En seguida se sintió ridículo, por compararse con el gato. La niña se acercó y le extendió la mano. –Dámelo. – ¿Qué quieres? ¿El dibujo? – Sí. Él le devolvió la hoja. Se quedó pensando en Felipe, el gato que le habían regalado a la hija luego de la separación, un gato negro de ojos saltones. La ex mujer, para compensar cualquier trauma y hasta para distraerla, le buscó un animal, un gato con nombre de persona. El nombre había sido ella misma, la niña, quien lo había elegido, de dónde había sacado eso, Felipe, nunca lo entendería, cosa de niños, le había explicado la ex mujer con su sonrisa irónica. Muy bien. Felipe. Nadie le había avisado, nadie le había pedido su opinión. La ex mujer le hacía sentirse un extraño. Miró a la hija, pelirroja, muy blanca, cabello enrulado, tres años, casi no lo creía cuando pensaba en eso, era un padre de una niña de tres años, cómo pudo suceder, a veces se preguntaba, incrédulo. Ser padre era como levantarse un día en otro planeta, así, sin aviso, preparación, nada. Un día uno se despierta normalmente, y listo, se es padre con todas las exigencias de ser padre. La verdad es que nunca se acostumbraría. Y ahora la niña allí, a su lado los fines de semana. Había intentado explicar que no tenía tiempo, que el trabajo, pero la ex mujer enseguida reprochó, no olvides que esta hija es tuya también. No, él no lo olvidaba. Y ahora allí, en poco tiempo la niña se cansaría de dibujar, afuera la lluvia, en días de sol al menos estaba la playa, tenía que pensar en algo para comer, una pizza. – Manuela, ¿qué te parece si salimos a comer una pizza?
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el libro
mente agresivas, su ex esposa, su pequeña hija de tres años y su novia, quienes parecen tomar todas las decisiones por él. Al contrario de estas mujeres, A. despierta en Marcos la posibilidad de la libertad y de la adquisición de algo muy propio, algo parecido a la identidad, y al mismo tiempo la ilusión de un contacto tierno con otra persona, hasta el punto que abandona su trabajo y su familia para dedicarse al sueño de encontrarla.
Flores azules Carola Saavedra • Título original: Flores azuis • ISBN : 9788535913040 • Año de publicación: 2008 • Editora de la Publicación original: Companhia das letras • Número de páginas: 168 • Tirada total no Brasil: 4.000 ejemplares
Traducciones Português (Livros de Seda, 2010, Portugal)
Sinopsis Las cartas que una amante escribe, luego de una violenta separación, no llegan a su amado sino a Marcos, un hombre divorciado que acaba de mudarse al apartamento en el que vivía el destinatario. Sin embargo, Marcos no puede con la curiosidad y lee una por una las cartas que A. envía durante nueve días seguidos, siempre en un sobre azul escrito a mano, en las que cuenta repetida y exhaustivamente detalles del último día que los amantes estuvieron juntos, el momento de la separación, pero también su entrega absoluta y sus reflexiones sobre la posesión, la violencia y el amor. Estas cartas se vuelven un punto de fuga en la vida ordinaria de Marcos, que tiene que lidiar con mujeres demandantes, resueltas y particular-
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Reseñas en periódicos o revistas “Uma das maiores revelações da ficção em língua portuguesa recente.” José Mário Silva, Expresso (Portugal) “O fato de as cartas abrirem o livro e, a seguir, intercalarem uma narrativa linear, cuja ação se desenvolve dia a dia, cria a conseqüente quebra de foco, gerando curiosidade e envolvimento capazes de garantir atenção e perplexidade ao leitor em construção.” “Em Flores azuis, Carola Saavedra homenageia o gênero epistolar e reflete sobre a linguagem literária” Vilma Costa (Jornal Rascunho) http://rascunho.gazetadopovo.com.br/ as-formas-de-amor/ “Carola Saavedra cresce em seu segundo romance, que fala sobre a distância entre o que se escreve e o que se lê”
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“O punho firme de uma escritora que cresce nesse novo romance, tão teórico quanto táctil, tão prazeroso quanto dolorido para quem se deixar levar pela mão e o estilo da primeira letra.” Sérgio Sá (jornal O Globo) “Carola Saavedra se firma como um dos nomes mais instigantes da literatura brasileira contemporânea.” “Sua prosa é tecida com vigor juvenil e a segurança de mãos veteranas. Seus personagens nos são apresentados como pessoas de verdade e por isso ganham tanta credibilidade. Distante de malabarismos lingüísticos, ou pirotecnias narrativas, a autora mostra que a prosa meditada ainda é o que de mais forte um romance pode nos apresentar.” Alysson Oliveira (Le monde diplomatique) http://diplo.org.br/2008-12,a2686
la autora
Paisagem com dromedário, Companhia das Letras, 2010 (tiragem: 3.000 ex) - Antologias: Granta – Os Melhores Jovens Escritores Brasileiros (Alfaguara, 2012) Sam no es mi tío (Alfaguara, 2012) Geração Zero Zero (Língua Geral, 2011) Essa história está diferente – Dez contos para canções de Chico Buarque (Companhia das Letras, 2010) Um homem célebre: Machado recriado (Publifolha, 2008) • Webpage de la autora: http://carolasaavedra.wordpress.com/ • Premiaciones: - Premio APCA de melhor romance, 2008, por Flores azuis - Prêmio Rachel de Queiroz, categoria jovem autor, 2010, por Paisagem com dromedário - Finalista do Prêmio São Paulo de Literatura e Prêmio Jabuti, por Flores azuis - Finalista do Prêmio São Paulo de Literatura e Prêmio Jabuti, por Paisagem com dromedário - Vencedor da Copa de Literatura Brasileira, com Flores azuis
la traductora
Carola Andrea Saavedra Hurtado • Nombre de pluma: Carola Saavedra • Otros libros publicados - Cuentos: Do lado de fora, 7Letras, 2005 Novelas: Toda Terça, Companhia das Letras, 2007 (tiragem: 5.000 ex)
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Julia Tomasini Maciel Julia Maciel es argentina, licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y actualmente estudiante de doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Maryland. Edita la página Web especializada en traducción de literatura brasileña en español Brasil Papeles sueltos, proyecto que desarrolló con el objetivo de divulgar la literatura brasileña en el exterior. En este momento está trabajando como coeditora y traductora en una antología de nuevos escritores brasileños en español.
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