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C L A M
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V I E N T O
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P#r G R A C IA N Q U IJA N O
CANTO
PRIMERO
¡O h, aquellos días gozosos en que el n om bre de Jerusalén «era un canto de am or •que estrem ecía todos los corazones en un ansia de libertad, de y para D ios! ¡A qu ellos días, idos entre brum as de siglos, qu e co n polvaredas de odio vuelven, para traer hiel y vinagre, sudores y angustias de m uerte, a los labios del V ica rio de C risto! H ito de serenidad sobre el m ar de la vida que coron a n espum as de blanca entereza. L os buitres del tiem po desgarran hasta las entrañas del olivo, y las am apolas de los cam pos parecen heridas del cora zón de Dios. ¡O h, quién viera en nuestros días -avanzar p o r los cam inos de las horas tercios briosos, héroes de hazañas nuevas, flo r de ca ballería! ¿qu ién tuviera un paladín co m o G od ofred o,
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B O L E T IN D EL
IN S T IT U T O
DE E S T U D IO S G IE N N E N SE S
nu evo, recio y virgen, que nos llevara en palm as de vientos y horizontes, hasta logra r el bautism o de luz redentora sobre las cansadas frentes! Y a nuestros lebreles ladran de miedo,, y los halcones tienen erizadas las plum as de p ro cer estirpe. Las arm as llevan la lepra de su in a cción , y los corceles andan sin gallardía. Los h om bres se disputan las cenagosas aguas de todos los ríos,, y la raigam bre católica pierde verdad. Q uerem os y soñam os un ejército de am or, n o sólo integrado por* hom bres vivos, sino respaldado p or nuestros m uertos. N ervios y sangre, alm a y cu erpo, pensam iento y a cción , prosa y verso, se unan en círcu lo m ágico de entrega plena. A lcen su voz los poetas que dicen arm ónicas verdades y reales arm onías trenzadas en días claros, y en noches ciegas de luna. V en gan todos los que sientan de cerca o de lejos la espina de Jerusalén clavada en el corazón, en los ojos y en la entraña. ¡D espertad, hom bres, de vuestro sueño de m entidas grandezas!.' ¡S a cu did las cadenas de la carn e, y que palpite el alm a en ansias de vuelo y eternidad! N uestra palabra y nuestra inquietud n o serán piedra angular para el n u evo ed ificio de la reconquista del espíritu, p ero sí arena de todos los cam inos, lavada p o r ríos de lágrim as viriles, co m o futura argam asa para los cim ientos de un a am plia y recia actitud. C am inos de luz surcados de p á ja ros cantores serán las sendas del m undo entero, don de irem os dejando las huellas de unos pies; surcos abiertos a la siem bra virgen. ¡O h, Jerusalén! R uta de am or, cita de perdón,
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puerta de abundancias m ísticas y singulares, p u erto seguro del am or divino para los veleros del goza r y del sufrir. ¡Jerusalén, Jerusalén, Jerusalén! Así cantan una inédita letanía los labios de las flores, las vertientes de las m ontañas, los acantilados, y los ríos, las hierbas y los peces, las piedras y los luceros. S infonía del silencio. Batalla ganada al ruido. V ictoria del sentir divino ■sobre la hueca palabrería del saber hum ano. Jerusalén, Jerusalén, cuna de Cristo y cuna nuestra, ;m ecida p o r la m ano de la incertidum bre, de la inquietud de una época , am orfa y fratricida. -Jerusalén, cam ino de luz. L uz de estrella, ■estrella-guía, donde el alm a hastiada de todo, viene a dejar sobre la desnuda p a ja del pesebre, en im perfecta ofrenda de hum ilde entrega, la rosa del corazón — sin com paración posible— i'C-on el nacer de T O D O UN D IO S.
CANTO
SEGUNDO
"¡Abrios, hom bres, com o inm ensas corolas para recibir la verdad de D ios! i A branse vuestros brazos para estrechar rosas y espinas, goces y escarnios! ¡A b rios, hom bres, com o indefinidos valles, para que os sature y os ablande, os lim pie y os fecunde ■>el agua lustral de la gracia redentora! A branse los p ech os, y que el cora zón sea una rosa de los vientos,