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CAPÍTULO I COOPERACIÓN Y CONFLICTO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES Tomado de: García Pinzón, Viviana (2011) COOPERACIÓN Y SEGURIDAD EN LA GUERRA CONTRA LAS DROGAS: El Plan Colombia y la Iniciativa Mérida. Tesis. Magíster en Ciencia Política. Universidad de Chile, Santiago.
Debido a la naturaleza anárquica del sistema internacional, es decir la ausencia de un gobierno común para reforzar reglas, y por los estándares de la sociedad doméstica, la acción colectiva y el logro de la cooperación en la política mundial son dos asuntos complejos y difíciles de lograr (Axelrod y Keohane, 1985, 225). Las posibilidades y condiciones de superar este problema y lograr la cooperación entre los estados han sido centrales en el campo de las Relaciones
Internacionales,
desde
el
debate
entre
las
dos
corrientes
clásicas
(realismo/idealismo), a través del diálogo entre el neorrealismo y el neoliberalismo institucional, hasta el surgimiento y consolidación de los enfoques reflectivistas, entre los que se encuentra el constructivismo.
Junto con el racionalismo, el constructivismo es parte del eje principal del debate en el campo de las Relaciones Internacionales (Keohane, Katzenstein y Krasner, 1998). Éstos no son teorías de las Relaciones Internacionales en estricto sentido, son enfoques analíticos y metodológicos conformados por un conjunto de supuestos respecto a lo que constituye la vida social y las clases de relaciones que existen entre estos elementos. “Desde una interpretación pragmática, el racionalismo y el constructivismo son herramientas analíticas o lentes con los cuales se teoriza sobre la política mundial, más que posiciones metafísicas (…) Por lo tanto, el debate no se centra en qué son las Relaciones Internacionales, sino en cómo estudiarlas” (Fearon y Wendt, 1999: 52 y 53).
El racionalismo designa al conjunto de trabajos que aplica la teoría de la elección racional al estudio de las Relaciones Internacionales, es un método para explicar las acciones de actores en contextos estratégicos y ofrece una comprensión fundamentalmente conductista sobre los procesos y las instituciones. Su consolidación en el campo de las Relaciones Internacionales ha sido impulsada por la adopción del pensamiento economicista y la teoría de juegos para la comprensión de las relaciones de cooperación y conflicto entre los actores internacionales (Milner, 1992:487). El neorrealismo y el neoliberalismo institucional son las dos teorías que constituyen el pensamiento racionalista aplicado a la comprensión de la política mundial; el primero, ofrece explicaciones centradas en la estructura del sistema internacional (Waltz, 1979),
mientras que el neoliberalismo institucional se enfoca en la importancia de las instituciones y los regímenes internacionales (Keohane, 1989).
Respecto al neorrealismo, en el libro Theory of International Politics (1979), Kenneth Waltz mantiene los supuestos básicos del realismo clásico, por ejemplo, que los estados son los principales actores de la política internacional y son unidades racionales y autónomas y, que la anarquía es la principal característica del sistema internacional. Pero su interpretación de la política mundial parte de las condicionantes estructurales y no en las características de la unidades que lo componen: “en el nivel sistémico además de la distribución de poder, los estados experimentan constreñimientos y oportunidades debido a los cambios en los niveles de la actividad económica mundial, innovación tecnológica, giros en patrones de interacciones transnacionales y alteraciones en normas internacionales e instituciones” (Waltz citado por Nye, 1988: 250). El modelo de análisis planteado por el neorrealismo recurre al uso de la teoría microeconómica de las estructuras de mercado y de la teoría de la acción racional.
La consolidación del programa neorrealista, coincidió con una actitud conciliadora por parte de autores como Keohane y Nye, quienes renunciaron a su pretensión inicial de formular un paradigma alternativo mediante la teoría de la interdependencia compleja, para apuntar a un programa de investigación más amplio y complementario. Keohane afirma que la política internacional no solo es un estado de guerra, ya que de lo contrario no existiría la cooperación, pero cuestiona a los liberales que por su énfasis en las instituciones internacionales corren el riesgo de ser ingenuos sobre el poder y el conflicto. En After Hegemony (1984) el autor profundiza en el análisis de la cooperación y las condiciones para que ésta se desarrolle, y sostiene que las instituciones y regímenes internacionales emergen como suministradores de las condiciones favorables para la cooperación. Dada la visión optimista de la cooperación (propia del liberalismo) y el énfasis en el rol de las instituciones Keohane denomina su programa de investigación como institucionalismo liberal.1
La condición anárquica del sistema internacional (ausencia de un gobierno común) hace difícil la cooperación. Sin embargo ello no implica una condición de caos permanente, por el contario, “las relaciones entre actores pueden ser cuidadosamente estructuradas en algunas áreas, aunque permanezcan perdidas en otras” (Keohane, 1985: 227). La cooperación se diferencia de la armonía de intereses (propia del liberalismo), “ya que requiere activos esfuerzos 1
“El prefijo "neo" que transformó el nombre del programa en "institucionalismo neoliberal" o, simplemente, en "neoliberalismo" proviene de un artículo (crítico para con el enfoque) de Joseph Grieco (1988), quien lo usó no sólo para referirse a la novedad del enfoque sino para diferenciarlo del "institucionalismo liberal clásico", de las teorías funcionalistas y neofuncionalistas de la integración europea” (Salomón, 2002:5).
para ajustar las políticas para coincidir con las demandas de los otros. No solo depende de intereses compartidos sino que emerge de un patrón de discordia o de potencial discordia. Sin discordia no habría cooperación, solo armonía. La cooperación es un ajuste mutuo más que un simple reflejo de una situación en la cual los intereses comunes son superiores al conflicto” (Keohane, 1984: 12), sólo puede tener lugar en situaciones en las que hay una mezcla de intereses conflictivos y complementarios. Keohane se apoyó en la microeconomía, y en concreto en el concepto de "fallos del mercado” para explicar la compatibilidad entre la estructura anárquica del sistema internacional y la cooperación. Esta noción alude a la incapacidad de un mercado perfecto (no regulado) de proporcionar adecuadamente bienes públicos a una sociedad, así como a la posibilidad de que un mercado no regulado dé lugar a "males públicos" tales como la contaminación (Salomón, 2002:7). La analogía mercado-sistema internacional propiciará un uso importante de los modelos de las teorías de la acción racional, rasgo compartido con el neorrealismo.
Las instituciones y regímenes internacionales emergen como suministradores
de las
condiciones favorables para la cooperación. “Las instituciones internacionales incluyen todas las posibilidades de cooperación, formales e informales, y son patrones de prácticas reconocidos alrededor de los cuales las expectativas convergen” (Keohane, 1984:252); por su parte, el concepto de régimen internacional hace referencia a “los principios, normas, reglas y procedimientos de toma de decisiones, explícitos e implícitos, en torno a los cuales convergen las expectativas en un área temática concreta de las relaciones internacionales. Los principios son creencias de hecho, causación y rectitud. Las normas son estándares de comportamiento definidos en términos de derechos y obligaciones. Las reglas son prescripciones o proscripciones específicas para la acción. Los procedimientos de toma de decisión son las prácticas prevalecientes para la realización y la implementación de las elecciones colectivas (Krasner, 1983:2)”2.
Las coincidencias teóricas y metodológicas por parte del neorrealismo y el neoliberalismo institucional permitieron la constitución de lo que se conoce como diálogo “neo-neo”. El diálogo y complementariedad entre el neorrealismo y neo institucionalismo se estructuraron a partir de los siguientes puntos de convergencia: una perspectiva epistemológica positivista, por lo que también se le conoce como racionalismo; la visión de la anarquía como condición estructural determinante del sistema internacional; los estados como actores racionales y centrales del sistema internacional, y la consideración que son los intereses los que dan lugar a las identidades. Esta perspectiva integrada se enfoca tanto en la estructura de poder en un
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Sobre las críticas y la discusión en torno al concepto de régimen internacional ver Costa, 2004.
contexto de anarquía como en la interacción estratégica, dadas las diferencias de poder, preferencias, y condiciones de información.
No obstante, diálogo no quiere decir consenso y para dar cuenta de los factores o variables y condiciones que causan la cooperación las explicaciones divergen: las interpretaciones neorrealistas parten de la preocupación de los estados por la posición relativa en la escala de poder internacional y la entienden como producto de las relaciones de poder, explicando los regímenes e instituciones a partir de la hegemonía de una potencia –teoría de la estabilidad hegemónica- o de una determinada estructura de poder; mientras que el neoliberalismo parte de la idea que los estado priorizan las ganancias absolutas que la cooperación puede reportar, y que las instituciones y regímenes son resultado de la maximización de intereses de los actores y son proveedores de las condiciones que permiten el desarrollo de la conducta cooperativa.
Hay dos falencias del enfoque racionalista que son señaladas de forma recurrente en la literatura: La primera, es sobre las consecuencias que se atribuyen a la anarquía sobre el sistema internacional y la conducta del estado; y la segunda, es que si bien el diálogo “neo-neo” ha sido enriquecido por la teoría de la elección racional y la teoría de juegos, lo que ha permitido la formulación de modelos teóricos claros y parsimoniosos, este enfoque también ha transmitido ciertas limitaciones al estudio de la política mundial, entre éstos, la consideración de las preferencias de los actores involucrados en la interacción como variables exógenas de los modelos. Las preferencias se asumen como “dadas” y no se consideran los factores involucrados en su origen, pero “más que constituir causas no causadas, los intereses de los actores son en sí mismos formados en parte por supra individuos, factores colectivos, tales como las normas culturales prevalecientes e ideas, como también las estructuras institucionales” (Weyland, 2002:74). Por lo tanto, esta perspectiva es incapaz de ofrecer una explicación adecuada para los cambios sustantivos en los objetivos y propósitos sobre los cuales los estados tienen conflictos y cooperan.3
Aunque el neoliberalismo institucional ha señalado que las instituciones internacionales afectan los incentivos de los estados, permitiendo que éstos tomen acciones que de otro modo no serían posibles, “es decir, que las instituciones internacionales tienen aspectos constitutivos tanto como regulatorios, dado que ayudan a determinar cómo se definen los intereses y como se interpretan las acciones” (Keohane, 1989:20); al descansar sobre una visión realista de la anarquía y una concepción racionalista y conductista, carece de una teoría sistemática para dar 3
Cabe señalar que Snidal, Oye, Keohane y Axelrod reconocen la importancia de la política doméstica y las percepciones en los resultados de las matrices de pagos propias de la teoría de juegos, aunque no incorporan este punto en sus modelos (Milner, 1992: 489).
cuenta de la relación entre actor-estructura y la forma en que suceden los cambios en las identidades. Frente a ello, desde el liberalismo “duro” (Moravcsik, 1997) y el constructivismo (Wendt, 1992, 1995; Ruggie, 1998) se han desarrollado trabajos que buscan explicar las identidades y los intereses.
Moravcsik (1997) plantea la formulación de una teoría liberal para dar cuenta de los factores que dan lugar a la cooperación o al conflicto. Al respecto, el autor afirma que “la premisa fundamental de la teoría liberal es que la relación entre estados y la sociedad doméstica y transnacional que lo rodea y en la cual está inserto da forma a la conducta estatal al influenciar los propósitos sociales subyacentes a las preferencias (Ibíd.: 516). Aunque el autor menciona la importancia de la dimensión transnacional, su explicación se centra en los factores domésticos: “Las preferencias del estado deben ser claramente distinguidas de las estrategias y tácticas y entonces deben ser inferidas por observación de patrones consistentes de conducta estatal o por el análisis sistemático de elementos estables dentro del estado, como se revelan en documentos de decisores, historias orales confiables y memorias, patrones de apoyo de coaliciones, y la estructura de las instituciones domésticas” (Ibíd.: 544). Entre tanto, el constructivismo coincide con la postura liberal en que las identidades son construidas dentro del contexto social de las políticas domésticas e internacionales. No obstante, divergen en la definición de identidad y el peso de los contextos internacionales versus los domésticos en la formación de identidades estatales. El constructivismo de Wendt4 pone mayor énfasis en el impacto del contexto internacional (Finnermore y Sikkink, 2001:399). Para este autor, considerar que los estados pueden desarrollar intereses colectivos sólo como resultado de factores domésticos implica una visión reduccionista sobre los intereses del estado (Wendt, 1994:391).
Wendt afirma en el artículo “Anarchy is what states make of it: the social construction of power politics" (1992): “Mi objetivo es construir un puente entre estas dos tradiciones (y, por extensión, entre los debates realista-liberal y racionalista-reflectivista) desarrollando un argumento constructivista, extraído de la sociología interactivista estructuracionista y simbólica, en nombre de la reivindicación liberal sobre cómo las instituciones internacionales pueden trasformar las identidades y los intereses estatales. En contraste con el pensamiento teórico “económico” dominante en la corriente principal de los estudios en relaciones internacionales, esto implica una forma “sociológica social-psicológica” de teoría sistémica en la que las identidades y los intereses son una variable dependiente” (Ibíd.: 394). El constructivismo está basado en tres premisas básicas: a) Los estados son las principales unidades del análisis de las 4
Ruggie (1998) clasifica las variantes del constructivismo en tres grupos: a) Constructivismo neoclásico, b) Constructivismo posmoderno, y c) Constructivismo naturalista. En este último se ubica el trabajo de Alexander Wendt.
relaciones internacionales, b) las principales estructuras en el sistema son intersubjetivas, más que materiales, y c) Las identidades e intereses del estado están construidas en buena parte por las estructuras sociales más que dadas de forma externa al sistema, por la naturaleza humana o por las políticas domésticas (Wendt, 1994:385). Anarquía y cooperación en el sistema internacional Una de las premisas básicas en el campo de las Relaciones Internacionales es la anarquía que caracteriza la política mundial. Siguiendo la herencia realista, para el racionalismo la anarquía es el factor diferenciador entre la política internacional y la política doméstica, caracterizada como un ámbito que es jerárquico y ordenado; asimismo la condición anárquica es una condición constitutiva de estados egoístas en permanente competencia, lo que a su vez, configura sistemas de auto-ayuda donde la relación interestatal es una de conflicto, donde impera el dilema de seguridad, y la acción colectiva es poco probable5. No obstante, aún en medio de las asimetrías y los conflictos, la cooperación, entendida como el ajuste del comportamiento de los actores de acuerdo a las preferencias reales o previstas de los demás (Keohane, 1984; Axelrod y Keohane, 1985: 226) se desarrolla ¿Cómo explicar esto? Axelrod (1984) compara la situación de anarquía a una situación no cooperativa del Dilema del Prisionero DP, dado que en ausencia de una autoridad común los estados no pueden hacer compromisos o amenazas de sanción creíbles a la deserción; según este autor siguiendo una estrategia de reciprocidad (Toma y daca en la teoría de juegos) es posible logar la cooperación. 5
Aunque se parte de un supuesto común sobre el egoísmo del estado, hay una discrepancia entre neorrealistas y neo institucionalistas respecto a las ganancias absolutas y relativas y su rol en la conducta estatal. Desde una posición neorrealista, Joseph Grieco (1990) sostiene que estados persiguen ganancias relativas, comparando siempre sus ganancias absolutas con aquellas de los otros estados. Ello no quiere decir que las ganancias absolutas no importen, pero desde esta perspectiva el logro de la cooperación es más difícil porque aunque todos los actores logren ganancias absolutas, ninguno querrá lograr menos que los otros. Una de las críticas a la postura de Grieco, es que asume la preocupación por las ganancias relativas como una constante cuando es una variable y las condiciones estructurales son importantes. Para Robert Powell “el supuesto de las ganancias relativas versus las ganancias absolutas es menos importante que las condiciones estructurales que enfrentan los estados. El factor crítico es el costo de usar la fuerza en el sistema internacional. Si los costos son bajos, entonces las ganancias relativas predominan y es poco probable. Tal situación crea oportunidades que los estados exploten las ganancias relativas en su provecho (…) Cuando la fuerza es costosa, las ganancias relativas no pueden ser explotadas, y la cooperación emergerá, incluso en presencia de anarquía. El supuesto de la anarquía entonces no implica ganancias relativas o absolutas. La anarquía es una constante, pero los demás constreñimientos sistémicos varían (…) Cuando las condiciones mitigan el sentido de vulnerabilidad del estado, las ganancias relativas deberían interesar menos” (citado por Milner, 1992: 484). Desde el enfoque estratégico de la teoría de juegos, toda vez que los estados buscan maximizar su utilidad, la cooperación es la estrategia preferida en la situación del Dilema del Prisionero (DP), pero teniendo en cuenta el contexto anárquico de la política mundial la mejor forma de lograrlo es seguir una estrategia de reciprocidad. Sin embargo, la cuestión es cómo lograrlo debido a la trampa y a la imposibilidad de sancionarla, en The evolution of cooperation (1984), Axelrod plantea que la forma óptima para lograr ganancias absolutas es usando la estrategia de “Toma y Daca” (Tit for Tat) para inducir a la cooperación mutua. La conducta cooperativa es más probable cuando los actores persiguen una estrategia de reciprocidad, porque saben que serán castigados por desertar y recompensados por cooperar.
Por otra parte, para el neoliberalismo institucional la cooperación se explica debido a la existencia de instituciones y regímenes que afectan el flujo de información y las oportunidades de negociar, suministrando las condiciones favorables para la acción colectiva (Keohane, 1984: 252).
Contrario a lo sostenido por el racionalismo, la anarquía no implica necesariamente que los estados sean egoístas; según Milner (1992) “el egoísmo o la envidia tiene poco que ver con el hecho de que el sistema sea anárquico, ya que en la política doméstica los actores también están motivados por envidia y egoísmo, aún cuando se supone que allí no reina la anarquía” (Ibíd.: 481); la relativización de Milner sobre la anarquía y sus efectos cuestiona la consideración de los estados como actores egoístas per se. En este sentido, los argumentos de esta autora confluyen en buena medida con los de Wendt (1992), quien sostiene que el sistema de auto-ayuda y el balance de poder no son inherentes a la anarquía. Por el contrario, la autoayuda es sólo uno de los posibles escenarios y formas que ésta puede asumir, y “si aún hoy nos encontramos en un mundo de auto-ayuda, es debido al proceso y no a la estructura” (Ibíd.: 402).
Dado que el racionalismo asume como parte de la estructura el comportamiento egoísta y competitivo de los estados, no es relevante preguntarse por las identidades e intereses de los actores que son asumidos como variables exógenas. Son varios los autores que desde diferentes frentes cuestionan esto como una de las grandes falencias en el racionalismo, a saber: a) Trabajos de autores provenientes de la misma corriente ( Haas citado por Milner, 1992 y Moravcsik, 1997) señalan el problema que supone para la teoría de juegos y para la teoría de la cooperación el asumir los pagos que cada país recibe en cada juego como elementos exógenos al modelo, cuando las preferencias y percepciones de los estados no provienen simplemente de las condiciones estructurales sino que responden a las condiciones domésticas y los actores políticos presentes en esta dimensión,
b) Para el constructivismo el problema es que la
teorización basada en la teoría de los juegos no concede especial interés a las identidades y a los intereses de los participantes, sino que los trata como factores exógenos fijos, centrándose en la manera en que los actores se comportan y en los resultados de sus acciones ignorando la dimensión transnacional y la relación entre agente y estructura y, c) Una tercera serie de críticas provienen de autores que señalan las falencias de la teoría para explicar la realidad de los países del tercer mundo. En el libro International Relations Theory and the Third World, Newman (1998) junto a otros autores, cuestionan la utilidad de los principales conceptos de la disciplina para entender al tercer mundo, critican la falta de estudios que consideren los enlaces entre cultura y preferencias para entender la política exterior de los países no Occidentales, y señalan las limitaciones epistemológicas del neorrealismo y neoliberalismo para capturar la realidad fuera del primer mundo, especialmente en lo que se refiere al supuesto básico de las Relaciones
Internacionales de diferenciar la política exterior y doméstica a partir de la anarquía que caracteriza la primera y el orden dentro de la segunda (pp. 37 y 38).
Frente a las limitaciones del racionalismo y su lectura “economicista” de la política mundial, basada en una interpretación materialista de los factores que moldean las relaciones internacionales y la acción de sus actores, el enfoque constructivista presenta un análisis donde el factor fundamental en la política internacional es la distribución de ideas en el sistema, consideradas parte constitutiva de los intereses y objetivos de los actores (Wendt, 1995). Una de las preocupaciones del constructivismo como programa de investigación es observar la importancia de la conciencia humana en la política mundial (Ruggie, 1998), por lo que “se enfoca en el rol de las ideas, las normas, el conocimiento, la cultura y los argumentos en la política, enfatizando en particular el rol de las ideas sostenidas colectivamente o intersubjetivamente y la comprensión de la vida social (…) La comprensión de la forma en que los hechos sociales6 cambian y la forma como éstos influencian la política es la mayor preocupación del análisis constructivista” (Finnemore y Sikkink, 2001:392).
La construcción social de la estructura internacional El constructivismo hace parte de los enfoques disidentes de las teorías tradicionales en las Relaciones Internacionales. En 1989, Keohane identificó una fractura que, según él, dividía el campo de la disciplina: Por un lado, las teorías “racionalistas” –de las cuales hace parte el realismo, neorrealismo y neoliberalismo institucional- y por el otro las teorías “reflectivistas”– constructivismo, teoría crítica, postmodernismos y feminismos- . Las primeras se asientan en la tradición racionalista occidental; mientras que el reflectivismo se caracteriza por su consideración de las relaciones internacionales como un conjunto de fenómenos socialmente construidos (basándose en la teoría de Berger y Luckmann, 1966).
A pesar de este aspecto en común, hay una gran diversidad en la posición de los reflectivismos sobre los aspectos epistemológicos, ontológicos y axiológicos. En este sentido, el constructivismo, en cabeza de Alexander Wendt, se diferencia de su “familia original” reflectivista (Salomón, 2002) al buscar un diálogo con el racionalismo, más que una disidencia radical respecto a éste, y al restarle importancia a la discusión positivismo – post positivismo. Con relación a lo primero, Wendt afirma en el artículo “Anarchy is what states make of it: the social construction of power politics" (1992): “Mi objetivo con este artículo es construir un 6
Los hechos sociales son cosas como el dinero, la soberanía o los derechos, las cuales no tienen realidad material pero existen sólo porque la gente colectivamente cree que ellas existen y actúan en consecuencia (Finnemore y Sikkink, 2001, 392).
puente entre estas dos tradiciones (y, por extensión, entre los debates realista-liberal y racionalista-reflectivista) desarrollando un argumento constructivista, extraído de la sociología interactivista, estructuracionista y simbólica, en nombre de la reivindicación liberal sobre cómo las instituciones internacionales pueden trasformar las identidades y los intereses estatales. En contraste con el pensamiento teórico “económico” dominante en la corriente principal de los estudios en relaciones internacionales, esto implica una forma “sociológica social-psicológica” de teoría sistémica en la que las identidades y los intereses son una variable dependiente” (Ibíd.: 394).
El constructivismo otorga un estatus ontológico igualitario a las estructuras y a los agentes. La estructura, definida en términos genéricos como el conjunto de elementos internamente relacionados, existe gracias a los agentes y prácticas que la constituyen, y éstos a su vez, no pueden ser entendidos fuera de su posición dentro de la estructura; agentes y estructuras están co-determinados. Ésta es una visión contraria a la estructuralista, propia del racionalismo, donde se supeditan los procesos e instituciones a la estructura. Para el constructivismo “la anarquía no es una causa estructural de nada” (Wendt, 1995:78), lo que cuenta es la estructura social que puede variar a lo largo de las anarquías; por lo tanto, el sistema de auto-ayuda es solo una de las posibles formas de la anarquía.
Las estructuras sociales están constituidas por ideas, recursos materiales, y prácticas (Wendt, 1992 y 1995; Ruggie, 1998). Las ideas abarcan las comprensiones compartidas, las expectativas y el conocimiento. Estás definen a los actores en una situación y la naturaleza de sus relaciones, las cuales pueden ser cooperativas o conflictivas. “La dependencia de la estructura social en las ideas es el sentido en el cual el constructivismo tiene una visión ideacional de la estructura. Sin embargo, lo que hace estas ideas – y por lo tanto a la estructura“social” es su calidad intersubjetiva. En otras palabras, la socialidad – en contraste a la materialidad, en el sentido de las capacidades físicas brutas-, es sobre conocimiento compartido (Wendt, 1995:73). Los significados colectivos conforman las estructuras, y éstas organizan las acciones. Por lo tanto, aunque las estructuras sociales incluyen recursos materiales, éstos solo adquieren sentido para la acción humana a través de la estructura de conocimiento compartida en la cual están insertos.
Finalmente, las estructuras sociales están conformadas por prácticas y existen sólo por el proceso. El acto social – proceso de señalización del “otro”, interpretación de sus intenciones, y respuesta a sus acciones- crea expectativas en los actores sobre el comportamiento del otro en el futuro. “Es un mecanismo de refuerzo; la interacción refuerza determinadas ideas sobre el otro y hace rechazar otras. Si el proceso se repite durante el tiempo suficiente, éstas tipificaciones
recíprocas crearan conceptos relativamente estables del yo y del otro sobre el objetivo de la interacción (…) En otras palabras, es mediante esta interacción recíproca como se crean y se representan las estructuras sociales relativamente duraderas con las que definimos nuestras identidades y nuestros intereses” (Wendt, 1992: 411). Una institución es una estructura de identidades e intereses relativamente estable, éstas pueden ser cooperativas o conflictivas.
La estructura social de un sistema hace posibles las acciones posibles al constituir actores con ciertos intereses e identidades, y capacidades materiales con ciertos significados. A su vez, lo que los estados hacen al otro afecta la estructura social en la que están imbuidos. “En suma, las estructuras sociales son reales y objetivas, no solo “palabras.” Pero está objetividad depende del conocimiento compartido, y en ese sentido la vida social son “ideas que subyacen.” Así, preguntar “¿cuándo las ideas, en oposición a los recursos materiales e interés importan?” es formular la pregunta equivocada. Las ideas siempre importan, dado que el poder y el interés no tienen efectos aparte del conocimiento compartido que los constituye como tal” (Wendt, 1995:74). La separación de la estructura y las prácticas da lugar a la reificación, entendida como “la aprehensión de los resultados de la actividad humana como si fueran algo más que productos humanos – como hechos de la naturaleza, resultados de leyes cósmicas o manifestaciones del deseo divino. La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar su propia autoría en el mundo humano y además, que la dialéctica entre el hombre, el productos y sus productos, queda fuera del alcance de la conciencia” (Wendt, 1992:417).
Identidades, intereses e instituciones La dimensión intersubjetiva de la acción humana es la base de la perspectiva constructivista (Ruggie, 1998:856). Las identidades son inherentemente relacionales y son la base de los intereses, pero son fenómenos distintos; el primero es cognitivo y estructural, mientras el segundo es motivacional. “Los actores no tienen una “agenda” de intereses que transportan consigo independientemente del contexto social en el que estén; lo que ocurre es que los actores definen sus intereses dentro del mismo proceso en el que se definen las situaciones” (Wendt, 1992:398). A diferencia del racionalismo, que a partir de la teoría microeconómica considera las identidades e intereses del estado como dados, el constructivismo considera que éstos son endógenos al sistema estatal y son específicos a cada relación, la cual puede ser cooperativa o conflictiva; éstos son, en suma, una construcción social.7 7
Debido a que el racionalismo pretende explicar la conducta en un contexto donde la estructura y las características de los actores son pre-existentes no pueden dar cuenta de la forma en que los estados adquieren las identidades e intereses que se supone hacen parte de ellos. Según Ruggie (1998), el racionalismo sólo toma el papel de las normas regulativas para coordinar la conducta estatal, pero
Wendt (1994) establece dos tipos de identidades: corporativa y social. La identidad corporativa se refiere a “las calidades intrínsecas y auto-organizativas que constituyen la individualidad de un actor” (Ibíd.: 385). La identidad corporativa de los estados genera cuatro intereses básicos: a) La seguridad física, incluyendo su diferenciación de otros, b) la seguridad ontológica o predictibilidad de las relaciones con el mundo, que crea un deseo es identidades sociales estables, c) El reconocimiento como actor por parte de otros, y d) desarrollo, que hace referencia al deseo humano de lograr una vida mejor. Los intereses corporativos proveen energía motivacional para involucrarse en la acción, y son previos a la interacción. Pero la forma en que el estado satisface dichos intereses depende de la forma en que éste se define a sí mismo en relación con los otros, que es función de las identidades sociales en los niveles domésticos y sistémicos.
Las identidades sociales establecen los significados que un actor atribuye a sí mismo, mientras toma la perspectiva de otros; los actores tienen múltiples identidades sociales que varían en notabilidad. “Las identidades sociales tienen propiedades individuales y estructurales, siendo esquemas cognitivos que permiten al actor determinar “quién soy yo/nosotros somos” en una situación y posiciones dentro de una estructura de expectativa y conocimiento compartido. En este sentido, ellas son el lazo clave en la constitución mutua entre agente y estructura, personificando los términos de individualidad a través de los cuales los agentes se relacionan con el otro. Estos términos llevan a los actores a ver que ciertas acciones son demandadas por una situación y así definen su interés de cierta forma” (Ibíd.: 385).
Tanto las identidades como los intereses siempre están en proceso durante la interacción, se “producen” mediante acciones concretas y son específicos a cada relación, y dichas relaciones pueden ser competitivas o solidarias. Es por ello, que el constructivismo difiere de la visión causal de conflicto de la anarquía, sostenida por el racionalismo; el hecho que una relación sea conflictiva o no está dado por las identidades sociales y si los intereses generados son autointeresados o colectivos, y no porque la estructura anárquica así lo determine. “El auto-interés y el interés colectivo son efectos de la extensión y la manera en las cuales las identidades sociales envuelven una identificación con el destino del otro. La identificación es un continuo desde
carecen completamente del concepto de normas constitutivas. Mientras que las normas regulativas pretenden tener efectos causales, las normas constitutivas definen el conjunto de prácticas que forman una clase particular de actividad social conscientemente organizada; es decir, ellas especifican lo que cuenta como actividad, y su permanencia en el tiempo depende de la intencionalidad colectiva. “Las normas constitutivas son la fundación institucional de toda la vida social. Algunas de ellas son están tan profundamente sedimentadas y reificadas que los actores no las piensan como reglas en absoluto” (Ibíd.: 874). La estructura ideacional tiene un efecto constitutivo y no sólo regulativo en los actores (Copeland, 2006:3).
negativo hasta positivo – desde concebir al otro como anatema del “yo” a concebirlo como una extensión del “yo” (…) En la ausencia de una identificación positiva, los intereses serán definidos sin que importe el otro (Wendt, 1994:386), pero los intereses egoístas tienen como base las ideas sobre la relación mutua con el otro, y no son una característica esencial de la individualidad.
Por ejemplo, retomando el tema de los efectos de la anarquía, ésta puede ser un sistema de auto-ayuda y competitivo dilema de la seguridad, pero también puede ser un sistema de seguridad colectiva; cada lógica va a depender de la concepción del “yo” y del “otro”, por lo que puede haber una anarquía de amigos o una de enemigos. La anarquía por sí sola no explica mucho, lo que cuenta son las identidades e intereses que los estados traen a las interacciones y a su vez, el impacto de éstas en los primeros; en palabras de Wendt “la anarquía es lo que los estados hacen de ella” (1992, 1994 y 1995). Al considerar las identidades e intereses como endógenos a la interacción, la acción colectiva no es vista solamente como el resultado de cambiar el precio de la cooperación para los actores – como en la teoría de juegos- sino como un proceso que da lugar a la definición y redefinición de éstos. De forma concomitante, las transformaciones de identidad e intereses son transformaciones de la estructura, la cual está siendo reproducida o transformada por las prácticas.
Las instituciones son una estructura de identidades e intereses relativamente estable, la cual puede ser cooperativa o conflictiva; “son fundamentalmente entidades cognitivas que no existen independientes de las ideas de los actores sobre el funcionamiento del mundo. Esto no quiere decir que las instituciones no sean reales u objetivas (…) Las instituciones llegan a oponerse a los individuos como hechos sociales más o menos coercitivos, aunque continúan estando en función de lo que los actores “conocen” colectivamente” (Wendt, 1992:501). La institucionalización es un proceso consistente en interiorizar nuevas identidades e intereses, es un proceso cognitivo y no sólo conductual. Esas identidades e intereses dan lugar la continuidad de ciertas prácticas8 que, a su vez, tienen efecto sobre éstos. Es decir, las instituciones transforman las identidades e intereses.
La mirada constructivista a la cooperación se concentra en las expectativas producidas por el comportamiento y su impacto en las identidades y los intereses. “El proceso de construcción de identidades es un proceso de interiorización de nuevas interpretaciones del yo y del otro, de adquisición de nuevas identidades, y no sólo de creación de restricciones externas al comportamiento de actores constituidos exógenamente” (Ibíd.: 411). Las prácticas de 8
“La identidad y la institución siguen siendo dependientes de lo que los actores hacen: eliminar estas prácticas eliminará sus condiciones de existencia intersubjetivas” (Wendt, 1992:413).
cooperación repetidas tienen efectos en las identidades y los intereses; el actor involucrado cambiará gradualmente sus creencias sobre sí mismo, y de forma simultánea aprende a identificarse con el otro.