Características emocionales, funcionamiento social y satisfacción social en escolares. Resumen

Características emocionales, funcionamiento social y satisfacción social en escolares Mª JOSÉ ORTIZ*, EDURNE AGUIRREZABALA*, PELLO APODAKA*, ITZIAR ET

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Características emocionales, funcionamiento social y satisfacción social en escolares Mª JOSÉ ORTIZ*, EDURNE AGUIRREZABALA*, PELLO APODAKA*, ITZIAR ETXEBARRIA* Y FÉLIX LÓPEZ** *Universidad del País Vasco; **Universidad de Salamanca

Resumen El objetivo de esta investigación fue analizar las relaciones entre diversas variables emocionales (intensidad emocional, afecto negativo, timidez, regulación emocional, comprensión de la ambivalencia emocional, tolerancia/irritabilidad, confianza/ansiedad y tendencias depresivas) y el funcionamiento social de los escolares. Para evaluar el funcionamiento social se utilizaron las siguientes medidas: estrategias de interacción, conducta agresiva, conducta social positiva, integración en el grupo, estatus sociométrico y percepción de soledad. La muestra se compuso de 257 niños y niñas de edades comprendidas entre los 7 y los 9 años. Considerando las medidas de funcionamiento social se realizó un análisis de Cluster que identificó tres grupos: competentes, ignorados, y problemáticos. El análisis de varianza mostró diferencias significativas entre los tres grupos en la mayoría de las variables emocionales. Los niños competentes mostraron, en relación con los problemáticos, puntuaciones significativamente más altas en regulación emocional, tolerancia y confianza, y más bajas en intensidad emocional, emocionalidad negativa y tendencias depresivas. Los niños ignorados mostraban puntuaciones significativamente más altas que el resto en timidez y moderadas en el resto de las variables emocionales. Palabras clave: Escolares, emocionalidad, regulación, timidez, depresión, funcionamiento social, estatus sociométrico y soledad.

Emotional characteristics, social functioning and social satisfaction in school age children Abstract The purpose of this study was to examine the relations between a number of emotional variables (emotional intensity, negative affect, shyness, emotional regulation, understanding ambivalent emotions, tolerance/irritability, trusting/anxious, and depression) and school children’s social functioning. Social functioning was evaluated through the following measures: interaction strategies, aggressive behaviour, positive social behaviour, group integration, peer acceptance, and the child’s perception of loneliness. Participants were 257 boys and girls, aged 7 to 9 years. A cluster analysis was carried out on children’s social functioning scores identifying 3 groups: Competent, Neglected, and Problematic. Variance analysis showed meaningful differences between the groups for most emotional variables. Competent children, compared to problematic children, obtained significantly higher scores in regulation, trusting and tolerance, and lower scores in emotional intensity, negative affect, and depression. Isolated children obtained significantly higher scores in shyness and moderate scores in the remaining emotional variables. Keywords: School age, emotionality, regulation, shyness, depression, social functioning, peer status, loneliness.

Correspondencia con los autores: Universidad del País Vasco. Facultad de Psicología, Procesos Psicológicos Básicos y su desarrollo. Avda. de Tolosa, 70. 20018 San Sebastián. Tel.: 94-3015701. E-mail: [email protected] Original recibido: Septiembre, 2000. Aceptado: Enero, 2002. © 2002 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-3702

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En nuestros días existe un acuerdo unánime a la hora de considerar la relación entre iguales como un contexto evolutivo fundamental. Además del valor intrínseco que tiene la unión con los compañeros, como necesidad humana de afiliación, la reciprocidad que caracteriza a las relaciones entre pares aporta un tipo de contribución esencial en el desarrollo social, emocional e intelectual. No es de extrañar, por tanto, que el campo de las relaciones entre iguales haya sido un gran centro de interés de los investigadores en los últimos años. Uno de los objetivos fundamentales de la investigación ha sido identificar el conjunto de habilidades conductuales, cognitivas y afectivas que facilitan las relaciones sociales positivas y la aceptación por parte de los compañeros. La revisión de los trabajos que han analizado las diferencias conductuales entre los niños en relación con el grado de aceptación de sus compañeros sugiere la existencia de tres grandes tendencias conductuales –una orientación hacia los otros, que podemos definir como sociabilidad, una orientación contra el otro, que se materializa en agresividad, y una tendencia a la evitación del otro, que podemos definir como aislamiento–, tres tendencias que distinguen respectivamente tres grandes grupos sociométricos: niños aceptados, rechazados e ignorados. Cuando se perfila más detalladamente el tipo de funcionamiento social de los tres grupos, se constata que los niños más competentes y aceptados por los compañeros son sociables, amistosos, cooperativos, sensibles y prosociales con sus iguales, y disponen y aplican buenas estrategias para iniciar interacciones y para resolver los problemas sociales, considerando los puntos de vista de los otros. Los niños rechazados por sus compañeros son descritos como agresivos, poco cooperativos y egoístas; son niños que intentan llamar la atención, que hablan de ellos mismos de manera y en momentos inoportunos, que interrumpen sin motivo o critican las actividades de los otros, y que no intentan solucionar los conflictos, sino que, más bien, tienden a cristalizarlos o a reactivar la oposición. En cuanto a los rasgos conductuales de los niños ignorados, algo impopulares, destaca su tendencia a la evitación; son menos agresivos que la media, menos prosociales, menos divertidos y tienen dificultades para iniciar relaciones, así como escasas habilidades sociales para solucionar los conflictos (Asher y Coie, 1990; Coie y Dodge, 1998; Coie y Kupersmidt, 1983; Díaz-Aguado, 1986; Fabes y Eisenberg, 1992; Fuentes, 1999; Hymel, Bowker y Woody, 1993; Moreno, 1999). Estos datos sobre las características conductuales relativas a la competencia social y al estatus sociométrico son relativamente consistentes con la percepción que los niños tienen de su grado de soledad o de insatisfacción social. Los niños aceptados por sus compañeros dicen sentirse satisfechos de sus relaciones sociales; los niños que no son aceptados por sus compañeros debido fundamentalmente a su inhibición son los que se sienten más solos. Sin embargo, los niños rechazados por su comportamiento agresivo no muestran gran preocupación por sus relaciones sociales, ni tienen una percepción de soledad (Asher y Wheeler, 1985; Hymel et al., 1993). Un primer objetivo de la presente investigación fue configurar los posibles grupos que se pudieran establecer a partir de las medidas en variables conductuales como la agresividad, la conducta prosocial-egoísta, la cooperación-resistencia y las estrategias de interacción social y las medidas del grado de aceptación por los compañeros, el grado de integración en el aula y la satisfacción-insatisfacción del propio niño sobre sus relaciones sociales. Se predecía la configuración de un grupo de niños caracterizado por la conducta social positiva, la aceptación por los compañeros y la satisfacción respecto a sus relaciones sociales, un segundo grupo de niños caracterizado por la conducta social negativa y el rechazo de los compañeros, y un tercer grupo a cuya configuración contribuirán

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puntuaciones bajas en estrategias de interacción y moderadas en el resto de las medidas. Otro de los grandes retos de la investigación en el campo de las relaciones entre iguales ha sido el análisis de los diferentes predictores de la competencia y de la aceptación social en la infancia. Son numerosos los trabajos que han estudiado el papel de variables sociocognitivas, como la capacidad de toma de perspectiva, la interpretación adecuada de las situaciones, las expectativas sobre la conducta del otro, etc., demostrando todos ellos la importancia de estas capacidades. Otro tanto puede decirse de los predictores relacionados con el contexto familiar, ya que las competencias sociales de los niños dependen también de la seguridad del apego y de los aprendizajes realizados en contacto con los padres, que son importantes modelos, y que contribuyen, con sus incitaciones, explicaciones, refuerzos y sanciones al aprendizaje de las conductas socialmente adaptadas. Sin embargo, exceptuando los estudios de Eisenberg y colaboradores (Eisenberg y Fabes, 1992; Eisenberg et al., 1993; Eisenberg, Fabes, Nyman, Bernzweig y Pinuelas, 1994; Eisenberg et al., 1995; Eisenberg et al., 1997), son escasos los trabajos que han abordado el papel de los procesos emocionales en el funcionamiento social y en el grado de aceptación por parte de los compañeros. Esta omisión del estudio de la influencia de los procesos emocionales en el campo que nos ocupa es especialmente llamativa cuando, tanto las vinculaciones, como los conflictos que se establecen en las relaciones entre iguales son causa o producto de muy diversas e intensas emociones. El segundo objetivo de la presente investigación fue analizar la influencia de diversas variables emocionales en el funcionamiento social de los niños con sus iguales y en la aceptación por parte de los compañeros. Los predictores emocionales analizados fueron el tono afectivo positivo o negativo, la intensidad emocional, la regulación emocional, la timidez-desinhibición social y la comprensión de la ambivalencia emocional. Asimismo, se analizó la influencia de dos factores más ligados a la disfuncionalidad emocional, como la depresión y ansiedad. A continuación se presenta un breve resumen de la revisión del estado de la cuestión sobre la capacidad predictora de las variables citadas y se plantean las expectativas planteadas en el presente estudio. El tono emocional negativo se ha asociado positivamente en la infancia con agresión, problemas de conducta y rechazo por parte de los iguales, y negativamente con competencia social y conducta prosocial (Bates, Bayles, Bennett, Ridge y Brown, 1991; Eisenberg et al., 1995). Los niños que tienden a expresar con frecuencia afecto negativo provocan más respuestas negativas por parte de sus compañeros y también tienden a responder más negativamente a las emociones negativas de los otros. Por otra parte, los estados afectivos negativos promueven una mayor focalización en uno mismo que en los demás, lo cual permite predecir menores niveles de conducta positiva y prosocial hacia los otros (Eisenberg et al., 1994) y un menor control del comportamiento. En cuanto a la intensidad emocional, correlaciona con problemas de comportamiento en la infancia y agresión, escasas habilidades sociales de los niños, bajo estatus sociométrico y dificultades en las relaciones de amistad (Eisenberg et al., 1997; Stocker y Dunn, 1990). Con el término “regulación emocional” se hace referencia a la capacidad para iniciar, mantener y modular la ocurrencia , intensidad y duración de los estados emocionales, sus correlatos fisiológicos y sus manifestaciones conductuales. Se trata de una variable decisiva en el funcionamiento afectivo-social que interactúa con la emocionalidad y la intensidad emocional a la hora de predecir, tanto la

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competencia social general, como la popularidad. Los modos inapropiados de afrontar la propia cólera se relacionan con bajo estatus sociométrico (Coie, Dodge y Kupersmidt, 1990), mientras que la capacidad de regulación se asocia con competencia social, con bajos niveles de agresión y de envidia, con capacidad para retrasar la satisfacción, tolerancia a la frustración, con conducta prosocial y con aceptación por parte de los compañeros (Block y Block, 1980; Fabes y Eisenberg, 1992; Kliever, 1991; Losoya, Eisenberg y Fabes, 1998). Para los investigadores del temperamento la regulación disposicional hace referencia a los procesos de atención y de inhibición conductual (Derryberry y Rothbarth, 1988). Desviar la atención de un estímulo que activa emociones negativas reduce el nivel de activación y, por otra parte, la capacidad para focalizar la atención en otros estímulos permite la activación de emociones positivas o disminuye las negativas en niños y adultos (Derryberry y Rothbarth, 1988; Rothbart, Ahadi y Hershey, 1994) y se asocia con estrategias eficaces de afrontamiento del estrés y de la frustración (Eisenberg et al., 1993; 1994, 1995; Miller y Green, 1985), mientras que las deficiencias en el control de la atención lo hacen con hiperactividad, problemas de conducta y rechazo por parte de los pares (Fox, Schmidt, Calkins, Rubin y Coplan, 1996; Rubin, Coplan, Fox y Calkins, 1995). Respecto al control inhibitorio, la capacidad para regular la conducta asociada con la emoción, se relaciona con el retraso y el control consciente de los impulsos, con la capacidad para perseverar en la consecución de los objetivos deseados (Kochanska, Murray y Coy, 1997), con competencia social, con bajos niveles de conducta problemática y con aceptación por parte de los compañeros (Block y Block, 1980; Caspi, Henry, McGee, Moffitt y Silva, 1995; Coie, Dodge y Kupersmith, 1990, Eisenberg et al.., 1995). Esta capacidad de autorregulación va a ser determinante en muchos de los procesos de socialización, como la capacidad infantil para respetar las demandas de sus padres y educadores y la internalización de las normas sociales (Kochanska, Murray, Jacques, Koenig y Vandegeest, 1996; Milich y Kramer, 1984). Otra variable de interés en el tema de las relaciones entre iguales y la aceptación por parte de los compañeros es la timidez. Los niños tímidos son descritos como inhibidos, hipervigilantes y temerosos ante las situaciones sociales nuevas y fácilmente activados emocionalmente (Kagan, 1989). Sin embargo, en esta variable, por el momento, es conveniente ser cauto, porque no se ha encontrado que la timidez se asocie a problemas serios de ajuste social (Asher y Parker, 1989). La inhibición-timidez parece asociarse con rechazo por parte de los pares cuando coincide con importantes dificultades para regular las emociones y con escasas estrategias positivas de interacción social. Por su parte, la extroversión exagerada, próxima a rasgo psicopatológico, se asocia con rechazo de los iguales (Bates et al., 1991; Rubin, Bukowski y Parker, 1998). La comprensión emocional es otra importante dimensión a considerar en el funcionamiento social. Entre los diversos aspectos de la comprensión infantil de las emociones, una variable importante y poco estudiada en cuanto a sus efectos en el funcionamiento social es la comprensión de la ambivalencia emocional. Desde perspectivas dinámicas se defiende que comprender y aceptar que una misma persona puede provocar una combinación de emociones positivas y negativas es esencial en el desarrollo de las relaciones afectivas estables. Según Harter y Whitesell (1989), el comprender que en una misma situación pueden darse sentimientos positivos y negativos a la vez o en una alternancia rápida es un logro muy tardío (10-12 años). Sin embargo, otros estudios han comprobado que alrededor de los 8 años se produce un interesante avance en esta dimensión (Donaldson y Westerman, 1986).

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Finalmente, un aspecto que nos interesa analizar es la relación del funcionamiento social con los estados depresivos y con el grado de confianza-ansiedad de los niños. Aunque estas variables no se incluyen estrictamente en el campo del desarrollo emocional y se aproximan más al área de las disfunciones emocionales, es importante explorar su incidencia. Se ha sugerido por parte de algunos investigadores que los niños muy agresivos y rechazados por sus compañeros muestran niveles de depresión más elevados y, por otra parte, desde enfoques psicopatológicos se ha comprobado que los problemas de conducta y la depresión presentan una importante comorbilidad (Marriage, Fine, Moretti y Haley, 1986; Puig-Antich, 1982). En la investigación de Torres Gomez de Cadiz (1996) se pudo constatar que padres y maestros perciben a los niños deprimidos como significativamente más agresivos y problemáticos que los no deprimidos. En la misma línea se sitúan los datos obtenidos por Garber, Braafladt y Zeman (1991), constatándose que los niños depresivos eligen la evitación y la agresión como estrategias de regulación. Los conocimientos sobre el carácter primario o secundario de los problemas de conducta asociados al síndrome depresivo no son concluyentes; mientras en las investigaciones de Kovacs, Paulauskas, Gatsonis y Richards (1988) y de Puig-Antich (1982) el trastorno depresivo precedía a los problemas de conducta, en el trabajo de Marriage et al. (1986) el cuadro depresivo tenía la misma probabilidad de preceder o de seguir al trastorno conductual. Respecto a la confianza-ansiedad, no disponemos por el momento de datos que avalen su influencia en las relaciones entre compañeros. Sin embargo, cabe esperar que los niños que disponen de un importante grado de confianza y seguridad sean más capaces de iniciar y mantener relaciones sociales positivas que los niños inseguros y ansiosos. En función de este resumen del estado de la cuestión, en la presente investigación se esperaron asociaciones significativas entre las diversas variables de funcionamiento social y las variables emocionales. Concretamente, se predecía que la conducta social positiva, la integración en el grupo, la popularidad y la satisfacción respecto a las relaciones se asociaran positivamente con la regulación de la atención, el control inhibitorio y la comprensión de la ambivalencia y, negativamente, con el afecto negativo, la intensidad emocional, la ansiedad y la depresión. Asimismo, se predecían diferencias significativas entre los grupos de funcionamiento social en las variables emocionales referidas. Se espera que el grupo de los niños competentes y aceptados presente medidas significativamente más elevadas que el grupo de niños problemáticos en regulación, confianza y comprensión de la ambivalencia, y puntuaciones significativamente más bajas en afecto negativo, intensidad emocional, irritabilidad, ansiedad y depresión. En cuanto a las diferencias entre los niños competentes y el grupo de los niños ignorados se predice que éste último mostrará medidas significativamente más elevadas en timidez y más bajas en confianza. MÉTODO Muestra La muestra estuvo constituida por 257 niños (51%) y niñas (49%) de 12 aulas diferentes (7 de San Sebastián, 3 de Málaga y 2 de Salamanca, de edades comprendidas entre los 7 y los 9 años. Descripción de las pruebas A. Medidas de las variables predictoras – Emocionalidad negativa, timidez-desinhibición social y regulación emocional disposicional. Los padres respondieron a las siguientes escalas del “Child Behavior

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Questionaire” (CBQ) de Goldsmith y Rothbart (1991): “Ira-Frustración” (Alpha= ,7831), “Tristeza” (Alpha=,6341) y “Sonrisa-risa” (Alpha=,7314), Timidez/extroversión (Alpha= , 9001), “Focalización atencional” (Alpha =,7722), “Caída de la reactividad” (Alpha= ,7160), Impulsividad (Alpha=,65) y Control inhibitorio (Alpha= ,74). Con objeto de reducir las diferentes escalas de esta prueba se realizó un análisis de componentes principales, con rotación varimax. Se solicitó una solución de tres factores que se mostró teóricamente coherente. El primer factor que hemos definido como “tono emocional negativo” se caracterizó por caída de la reactividad (-,857), ira-frustración (,850) y tristeza (,690). El componente “timidez/desinhibición social” se definía por timidez (,820), sonrisa-risa (-,746) e impulsividad (-,552). Finalmente, el factor “regulación” se caracterizó por focalización atencional (,906) y control inhibitorio (,633). Para evaluar el afecto negativo se contó con una medida adicional, informada por los profesores: la escala del Profil Socio-affectif (PSA) de La Frenière, Dubeau, Capuano y Janosz: “Tolerante/Irritable” (Alpha=,9089). – Intensidad emocional. Para evaluar la intensidad emocional (positiva y negativa) los padres completaron el Cuestionario de “Intensidad Emocional” de Eisenberg et al. (1996), que presentó un índice de fiabilidad Alpha de ,8492. – La Ansiedad-depresión se midió a través de la subescala correspondiente a esta dimensión (Alpha= ,7503) del cuestionario para padres “Child Behavior Checklist” (CBC) de Achenbach (1991). – Para evaluar el nivel de confianza/ansiedad los profesores contestaron la escala “Confiado/ Ansioso” (Alpha=,7400) del Profil Socio-affectif (PSA) de La Frenière, Dubeau, Capuano y Janosz (1988). – Comprensión de la ambivalencia. Se evaluó mediante una adaptación de la prueba de Brown y Dunn (1996). Esta prueba está constituida por ocho situaciones, que reflejan tres niveles de dificultad. En las tres primeras historias (explicación), el protagonista siente a la vez dos emociones contradictorias y se pide al niño/a la explicación de ambas emociones. El segundo nivel de dificultad (detección) se evalúa con otras tres situaciones que contienen eventos elicitantes de emociones contradictorias en el protagonista, y se pide al niño que las identifique. El nivel de mayor dificultad (recuerdo) se evalúa preguntando al niño/a si recuerda alguna ocasión en que haya sentido “tristeza y alegría” y, otra, “alegría y enfado”. B. Medidas de las variables criterio – Las estrategias de interacción con los iguales se evaluaron, individualmente, con el cuestionario de “Estrategias de interacción social en la infancia” (De La Morena, 1995). Las correlaciones de Pearson interjueces en cada categoría fueron las siguientes:,9798 (“Estrategias positivas”), ,9705 (“Respuestas pasivas”), ,9691 (“Recurrencia a la autoridad”), y ,9837 (“Respuestas agresivas”). – La percepción de soledad y grado de insatisfacción social del propio niño. Se evaluó con una versión del cuestionario “Loneliness and Social Dissatisfaction Questionnaire” de Asher, Hymel y Renshaw (1984), en la que se añadieron dos ítems (en ellos, de forma positiva e invertida, el niño tenía que decir en qué medida estaba contento con su vida). El niño respondía en una escala de 4 puntos (Alpha = ,7785). – La aceptación por parte de los pares. Se midió a través de una “escala de clasificación” en la cual cada niño/a evalúa cuánto le gusta estar, hablar, jugar y hacer tareas escolares con cada uno de sus compañeros en una escala de cuatro puntos.

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– La conducta agresiva. Se evaluó con la subescala “Conducta agresiva” del cuestionario para padres “Child Behavior Checklist” (CBC) de Achenbach (1991). Alpha= ,8648. – La valoración de los maestros sobre la conducta social del niño. Los maestros respondieron (sobre cada uno de los niños) a las siguientes escalas Profil Socio-affectif (PSA) de La Frenière et al. (1988): “Integrado/Aislado” (Alpha=,8717), “Controlado/Agresivo” (Alpha=,8943), “Prosocial/Egoísta” (Alpha=,8421) y “Cooperativo/Resistente” (Alpha=,9025). Dicha prueba fue diseñada originalmente para preescolares, por lo que en esta versión, referida a niños mayores, se adaptaron algunos ítems. Con objeto de reducir el número de variables, se realizó un análisis factorial de los diferentes indicadores del funcionamiento social, que mostró la existencia de dos factores diferenciados. El primer factor, denominado “Conducta social positiva” venía definido por las dimensiones “Controlado/Agresivo” (,944), “Cooperativo/Resistente” (,923) y “Prosocial/Egoísta” (,923). El segundo factor, al que llamamos “Integración social ” venía definido por la escala “Integrado-Aislado” (,989). RESULTADOS Con objeto de configurar los posibles tipos de funcionamiento social se llevó a cabo un análisis de Cluster, en el que se introdujeron todas las variables conductuales, el estatus sociométrico y el grado de satisfacción social. Finalmente, para analizar la influencia de las variables emocionales sobre el funcionamiento social se utilizaron correlaciones de Pearson, y un ANOVA, para el análisis de las diferencias de medias de las diferentes variables emocionales entre los grupos de funcionamiento social obtenidos previamente. Grupos de funcionamiento social Tomando como base todas las variables criterio, y tras la estandarización de los datos, se realizó un cluster a fin de identificar diversos modos de funcionamiento social en los niños. Se adoptó una solución de tres grupos que se mostraba teóricamente coherente. En la tabla I se presentan los conglomerados finales. TABLA I Medias de los 3 grupos en las medidas de funcionamiento social*

Conducta social positiva Integración social Sociograma Conducta agresiva Soledad e insatisfacción social Estrategias de interacción positivas

Competentes n=115 ,34 ,29 ,60 -,55 -,64 ,41

Problemáticos n= 54 - 1,0 -,43 -1,0 ,98 ,18 -,07

Ignorados n=77 ,38 -,09 -,04 -,01 ,81 -,56

*Nota: Medias de la las desviaciones de las distancias intragrupo: Competentes: ,57, Problemáticos: ,73, Ignorados: , 60.

Atendiendo a las medias estandarizadas de las distintas variables en cada uno de los conglomerados podemos caracterizar los 3 grupos resultantes (véase Figura 1). El grupo más numeroso (n = 115), al que denominamos “Competentes”, lo componían niños muy aceptados por sus compañeros, percibidos por los profesores como bien integrados, que mostraban alta satisfacción respecto a las relacio-

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nes con sus compañeros y que presentaban puntuaciones muy bajas en conducta agresiva, según sus padres. Asimismo, estos niños mostraban estrategias positivas de interacción social y su funcionamiento social era evaluado por el profesor de forma positiva (prosociales, controlados y cooperativos). En cuanto a la composición por sexo la proporción de niños y niñas en este grupo fue de 46,1% y 53,9%, respectivamente. El segundo grupo más numeroso (n = 77), que denominamos “Ignorados”, lo componían niños que mostraban medidas muy elevadas en su propia percepción de soledad e insatisfacción respecto a sus relaciones, eran valorados positivamente por el profesor en cuanto a su conducta social, pero negativamente en su nivel de integración en el grupo, eran ignorados o algo rechazados por sus compañeros y no referían estrategias positivas de interacción. El 48,7% eran niños y el 51,3%, niñas. FIGURA 1 Grupos de funcionamiento social

El tercer grupo (n = 54), “Problemáticos”, lo componían niños percibidos muy negativamente por el profesor (poco controlados, poco cooperativos y poco prosociales), muy rechazados por sus compañeros, agresivos, según sus padres, y algo insatisfechos en el plano social. En este grupo el 63 % eran niños y el 37%, niñas.

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Análisis de la relación entre predictoras y criterios Como se puede observar en la tabla II, las diferencias individuales en variables emocionales se relacionaron estrechamente con las medidas de funcionamiento social. Concretamente, el afecto negativo y la intensidad emocional fueron variables decididamente predictoras de la conducta agresiva. La regulación disposicional se asoció positivamente con conducta social positiva y estatus sociométrico y negativamente con conducta agresiva. La dimensión confianza/ansiedad mostró un gran poder predictivo sobre todas las variables de funcionamiento social, a excepción de las estrategias de interacción. La variable tolerancia/irritabilidad se asoció muy estrechamente con la conducta social positiva y el estatus sociométrico. A destacar también la elevada correlación positiva entre depresión y conducta agresiva, ambas informadas por los padres. Respecto a la timidez/desinhibición social sólo se asoció con la conducta social positiva. Finalmente, no se hallaron asociaciones significativas entre la comprensión de la ambivalencia y las variables de funcionamiento social. TABLA II Correlaciones entre variables emocionales y variables de funcionamiento social

Afecto negativo Intensidad emocional Regulación dispos. Confianza/ansiedad Ansiedad -depresión Tolerancia/irritabilidad Timidez/deshibición social

Conducta social positiva

Integración social

Status sociométrico

Conducta agresiva

Soledad

Estrategias positivas

-,02 -,18* ,27** ,53** -,09 ,86** ,28**

-,01 -,02 ,10 ,45** -,08 ,02 -,09

-,11 -,19* ,32** ,44** -,18 ,34** ,04

,52** ,50** -,44** -,20* ,68** -,30** -,13

,14 ,14 -,07 -,22* ,17 -,07 ,10

-,08 -,05 ,01 ,10 ,03 ,08 ,02

**La correlación es significativa al nivel: 0.01. * La correlación es significativa al nivel : 0.05.

Tras este estudio correlacional, nuestro interés se centró en el análisis de las diferencias entre los grupos de funcionamiento social en las medidas emocionales. En la tabla III se presentan las medias estandarizadas de los tres grupos en las distintas variables emocionales. Con objeto de analizar en qué medida diferían los grupos obtenidos en las variables predictoras de carácter afectivo se realizó un análisis de varianza, cuyos índices de significación se presentan en la tabla IV. Las diferencias entre los tres grupos fueron significativas en la mayoría de las variables emocionales analizadas. A continuación se presentan más detalladamente dichas diferencias. En el factor “afecto negativo ”, tanto el grupo de los niños problemáticos como el de los ignorados presentan puntuaciones significativamente superiores a los niños competentes. La variable “intensidad emocional” discrimina significativamente a los grupos competente e ignorado, con puntuaciones bajas, del grupo de niños problemáticos que presentan puntuaciones muy elevadas. En cuanto a la “regulación disposicional”, el grupo de los niños problemáticos presenta puntuaciones significativamente más bajas que los grupos de niños competentes e ignorados, que no difieren entre ellos en este factor. En las dos escalas emocionales del Perfil Socioafectivo “Confiado/ansioso” y “Tolerante/irritable” el grupo de los niños problemáticos presenta puntuaciones significativamente más bajas que los de los niños competentes e ignorados, que no difieren significativa-

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TABLA III Medias estandarizadas y errores típicos de las variables emocionales en los grupos de funcionamiento social

Afecto negativo Intensidad emocional Regulación disposicional Confianza/ansiedad Ansiedad-depresión Tolerancia/irritabilidad Ambivalencia emocional Timidez/deshinibición social

M

DT

M

DT

M

DT

-,31 -,25 ,25 ,35 -,38 ,30 ,13 -,07

,10 ,10 ,10 ,08 ,10 ,08 ,09 ,10

,38 ,54 -,68 -,83 ,55 -,91 ,01 -,39

,14 ,14 ,13 ,11 ,13 ,11 ,12 ,14

,15 ,07 ,19 ,18 ,09 ,32 -,20 ,38

,15 ,12 ,12 ,10 ,12 ,10 ,12 ,12

mente entre sí. En la escala “Ansiedad-depresión” los niños problemáticos puntúan significativamente más que los ignorados y ambos grupos difieren significativamente del grupo de los niños competentes, que en esta variable presenta las puntuaciones más bajas. Respecto a la variable “timidez/deshibición social” destaca como significativa la diferencia entre el grupo de los niños ignorados, con puntuaciones significativamente más altas que las de los grupos de los niños competentes y problemáticos. TABLA IV Diferencias significativas en variables emocionales entre los grupos de funcionamiento social

Afecto negativo Intensidad emocional Regulación disposicional Confianza/ansiedad Ansiedad -depresión Tolerancia/irritabilidad Ambivalencia emocional Timidez/deshinibición social

Competentes Ignorados Sig.

Competentes Problemáticos Sig.

Ignorados Problemáticos Sig.

,017 ,510 ,924 ,455 ,010 ,995 ,089 ,021

,000 ,000 ,000 ,000 ,000 ,000 ,764 ,201

,471 ,006 ,000 ,000 ,037 ,000 ,449 ,000

Finalmente, en la comprensión de la ambivalencia destaca el grupo de niños ignorados con puntuaciones más bajas que los otros dos. DISCUSIÓN Los resultados obtenidos en este estudio confirman buena parte de nuestras predicciones. Efectivamente comprobamos la formación de un grupo caracterizado fundamentalmente por la conducta social positiva (prosocialidad, control y cooperación con el profesor), la práctica ausencia de conducta agresiva, estrategias positivas de interacción social, un muy elevado grado de aceptación por parte de los compañeros y una gran satisfacción respecto a sus relaciones sociales, lo que corrobora gran parte de la investigación previa sobre el tema. En contraposición, y también de acuerdo con la literatura sobre el tema, se presenta un grupo de niños muy rechazados por los iguales, muy agresivos y con niveles muy bajos de conducta social positiva en el aula, aunque, el grado de satisfacción respecto a sus relaciones no tiene un peso relevante en este grupo. Esta variable, sí es, por el

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contrario, un factor de gran peso en la definición de un tercer grupo de niños aislados. En este grupo se sitúan niños que se comportan de manera positiva en el aula, no son agresivos, no son populares pero tampoco altamente rechazados, pero que desconocen cómo iniciar y mantener las relaciones y resolver los conflictos sociales y que se sienten muy solos e insatisfechos respecto a sus relaciones sociales. Aunque parece lógico esperar que los niños que son rechazados por los compañeros experimenten sentimientos de insatisfacción y soledad más intensos, como demostraron Hymel y Franke (1985) y Hymel et al. (1993), la percepción de soledad entre los niños rechazados-agresivos es mucho menos intensa que entre los niños aislados. Es posible que los niños agresivos tengan dificultades socio-cognitivas para valorar su competencia social y/o que desarrollen mecanismos de defensa y negación. Por el contrario, como proponen Rubin, Chen y Hymel (1993), cuando los niños aislados reconocen sus dificultades sociales y su estatus dentro del grupo tienden a desarrollar una autopercepción negativa de sus habilidades sociales e intensos sentimientos de soledad. Los resultados concernientes al papel de las variables emocionales en el funcionamiento social de los niños ofrecen también una confirmación sólida de nuestras predicciones y permiten perfilar más detalladamente los grupos de funcionamiento social. Si atendemos a los índices de correlación en la muestra total entre las variables emocionales y las medidas de funcionamiento social hemos de señalar el elevado poder predictivo de la depresión, el afecto negativo, la intensidad emocional y la baja regulación disposicional sobre la conducta agresiva. En cuanto a los predictores afectivos de la aceptación de los compañeros hay que señalar la confianza/ansiedad, la tolerancia/irritabilidad y la regulación disposicional. Finalmente, sobresale una variable emocional –confianza/ansiedad– que muestra un importante poder predictivo sobre todas las variables de funcionamiento social, a excepción de las estrategias de interacción. Estos datos, consistentes con la investigación previa, se completan y enriquecen al analizar las diferencias entre los tres grupos de funcionamiento social. El grupo de los niños competentes se caracteriza por presentar elevadas puntuaciones en regulación disposicional, confianza y tolerancia y bajas puntuaciones en intensidad emocional, en afecto negativo y depresión. Por el contrario, los niños problemáticos se caracterizan fundamentalmente por puntuaciones extremadamente altas en emocionalidad negativa, intensidad emocional, depresión, y puntuaciones bajas en tolerancia, confianza y en regulación disposicional. En todas estas variables las diferencias entre ambos grupos son significativas. Sin embargo, aunque los niños del grupo de competentes, en comparación con los problemáticos, puntúan más alto en comprensión de la ambivalencia y en timidez/desinhibición social, las diferencias entre ambos no son significativas. El grupo de los niños ignorados destaca por puntuaciones muy altas en timidez/deshibición social, puntuaciones altas en afecto negativo, y moderadas en ansiedad/depresión y en comprensión de la ambivalencia. Sin embargo los niños de este grupo no difieren de manera significativa respecto a los niños competentes en intensidad emocional, en regulación disposicional, en confianza/ansiedad ni en tolerancia/irritabilidad. Los resultados de esta investigación son importantes en un doble sentido. Por una parte corroboran la capacidad predictora de variables emocionales como el afecto negativo, la intensidad emocional, la regulación emocional y la timidez/desinhibición social en el funcionamiento social de los niños y en la aceptación por parte de los compañeros. Tanto en el caso de las disposiciones

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temperamentales de regulación emocional, como en el papel de las diferencias individuales en intensidad emocional, afecto negativo y timidez, no debemos olvidar que son disposiciones que interactúan desde el comienzo con la historia de socialización de los niños. Una interesante línea de investigación a desarrollar en posteriores trabajos es la relativa al estudio de la interacción entre este tipo de factores y variables de socialización como la seguridad del apego, las técnicas de control de los padres sobre la conducta de los niños, y la respuesta de los padres a la expresión emocional de los niños. En segundo lugar, los datos obtenidos revelan los graves costes que suponen para los niños, tanto el rechazo por agresividad como el aislamiento. Como hemos podido comprobar los niños problemáticos rechazados presentan unos niveles muy elevados de ansiedad y de depresión. Ciertamente, como se expuso en la introducción, es difícil establecer el carácter primario o secundario de estos trastornos respecto a los problemas de conducta. No podemos saber si el afecto negativo, la depresión y la falta de confianza de estos niños es antecedente o consecuencia de los problemas de conducta y del rechazo social, pero son factores a considerar en las diversas intervenciones que se lleven a cabo. Respecto a los niños aislados o ignorados, nuestros datos sugieren que el problema fundamental se sitúa en su inhibición o timidez y en la falta de estrategias de interacción social. Son niños que muestran niveles de intensidad emocional semejantes a los competentes y disponen de suficiente control de la atención y capacidad para controlar los impulsos. Debido probablemente a que no generan una problemática intensa en el aula, este tipo de niños no han centrado en interés de la investigación y de las intervenciones en el ámbito escolar. Sin embargo, a tenor de los datos obtenidos se puede asegurar que sí es un factor de riesgo psicológico importante. En primer lugar la tendencia a la evitación constituye un riesgo para el rechazo social, y en segundo lugar, se asocia con sentimientos intensos de soledad y tristeza. Para terminar hemos de hacer referencia a la práctica ausencia de una asociación significativa entre la comprensión de la ambivalencia y el funcionamiento social infantil. Solamente se ha constatado que los niños aislados tienen más dificultades para comprender la coexistencia de emociones contrarias, un dato que vendría a corroborar la idea de déficits en las habilidades socio-cognitivas en este tipo de niños.

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Extended Summary The purpose of this study was to examine the relations between a number of emotional variables (emotional intensity and negative affect, shyness, emotional regulation, understanding ambivalent emotions, tolerance/irritability, trusting/anxious and depression) and school children’ social functioning. Social functioning was evaluated through the following measures: interaction strategies, aggressive behaviour, positive social behaviour, group integration, peer acceptance, and the child’s perception of loneliness. Participants were 257 children (51% boys and 49% girls) who were approximately between 7 and 9 years old. Teachers completed a children’s social-affective questionnaire, parents answered some profiles about emotionality, regulation, emotional intensity, aggressive behaviour, and depression. The children individually filled in some profiles related to sociometric testing, understanding ambivalence and interaction strategies. Regarding children’s social functioning scores, a cluster analysis identified 3 different groups: The first group, called “Competent ” (N = 115), was made up by children who were very much accepted by their peers, with very low scores in the loneliness and social dissatisfaction measures, and also perceived as being well integrated by the teacher. These children also had positive interaction strategies, the teacher evaluated their social behaviour as positive, and they did not show aggressive behaviour. The second group (N = 77), called “Neglected”, grouped children who were positively evaluated in social behaviour by their teacher and did not display aggressive behaviour. However, they did not use positive interaction strategies, and they were ignored or slightly rejected by their peers. From the teacher’s point of view they were not integrated in the group and they viewed themselves as very lonely and socially dissatisfied. Finally, a third group N = 54), called “Problematic”, was constituted by children clearly rejected by their peers. Although they obtained low scores in positive social behaviour and the highest scores in aggressive behaviour, they did not get high scores in the loneliness and social dissatisfaction questionnaire. Analyses of variance were carried out to find out to what extent the three groups differed in the emotional variables. The results showed meaningful differences among the groups in most of the emotional predictor variables. Competent children obtained high scores in dispositional regulation (focusing attention and inhibitory control), trusting and tolerance, and low scores in emotional intensity, negative affect and depression. Rejected children obtained very high scores in negative affect, emotional intensity, and depressive tendencies, and lower scores in emotional regulation, tolerance, trusting and shyness. Neglected children obtained very high scores in shyness and negative affect, and moderate scores in the rest. These results support the idea that individual differences in dispositions and capacities that enable positive social relationships, peer acceptance, and one’s own social satisfaction are related, at least in part, to differences in emotional factors. It seems that emotional intensity, negative affect, difficulty to focus attention, and scarce inhibitory control are a serious handicap for peer relations, even if we take into account the temperamental base of these dispositions. Therefore, emotional education should be a factor to bear in mind in any intervention programme aimed at promoting social competence in children.

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