caran la iglesia una vez más: información de Joaquín Bustamante suministrada al autor por Enrique Carabaza Bravo

1939-1945. Iglesia de Santiago el Mayor. Castaño de Robledo. Huelva. Tras la mutilación de la imagen de Santiago “matamoros”, una talla barroca de fin
Author:  Carlos Toro Lucero

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Enrique Ynaraja. J. Alberto Montoya Alonso, DVM, MS, PhD
Enrique Ynaraja J. Alberto Montoya Alonso, DVM, MS, PhD e-mail: [email protected] Licenciado y Dr. en Veterinaria por la Universidad Complutense

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1939-1945. Iglesia de Santiago el Mayor. Castaño de Robledo. Huelva. Tras la mutilación de la imagen de Santiago “matamoros”, una talla barroca de finales del siglo XVIII, se considera para su restauración cambiar la imagen del sarraceno herido por la de un “rojo” o un “ruso”, que finalmente aparece representado con traje de campaña de la guerra de 1914, la estrella roja con el símbolo de la hoz y el martillo, portando en su mano izquierda una encendida tea incendiaria. En los años cuarenta decidió retirarse la imagen postrada, mostrándose ahora a Santiago montado a caballo lanzando su sable al espacio vacío. Imagen del “ruso” almacenada en el coro alto de la Iglesia. Fotografía de Manuel Flores en 1992. Colección fotográfica de Mario Rodríguez.

En Cañaveral de León, Castaño del Robledo y Corteconcepción. En el cuadro general de laicismo y apostasía, que por entonces presentaban los pueblos de la serranía, poco difieren entre sí estas tres villas. Escasamente contaba cada una de ellas con mil quinientos habitantes: menos aún Cañaveral de León. Los fieles que practicaban una vida cristiana no sobrepasaban ordinariamente el diez por ciento de la población. También menudearon los entierros y matrimonios civiles. En 1932 y en Corteconcepción ya se habían celebrado unos diez matrimonios de esta naturaleza, sin contar los simples concubinatos públicos, fruto de la propaganda del “amor libre”. Entierros laicos contaban por la misma fecha más de quince. Posteriormente, a medida que avanzaba la campaña laicista republicana, cundieron más aún. Algo menos, pero en creciente progreso, se difundía también esta lacra por Cañaveral y el castaño. Apenas si tienen originalidad los acuerdos que adoptaron aquellas Corporaciones Municipales; todas acusaban un origen común, el espíritu laicista de la Constitución y su aplicación por el marxismo. La iglesia parroquial de Santiago, del Castaño del Robledo, fue asaltada y saqueada el 28 de julio de 1936, perdiéndose cuanto encerraba dentro. Era una parroquia modesta, pero sin que le faltaran algunas obras notables.

Asimismo, los nacionales hicieron esfuerzos por restar importancia a la iconografía de la Reconquista medieval española, para no ofender a sus nuevos aliados. En el capítulo 3 de la segunda parte se ha hecho mención de la iglesia católica de la ciudad marroquí de Nador que en los años veinte, según dijeron los hermanos Abdel Krim, mostraba una escultura de san Jaime (o Santiago Apóstol) pasando a cuchillo a los moros. En julio de 1936 un grupo de obreros y mineros de la región quemaron el enorme retablo de una iglesia del pueblo de Castaño de Robledo, en la sierra de Aracena (Andalucía), como protesta contra el alzamiento militar. Cuando las tropas de los nacionales tomaron el pueblo, el obispo de Pamplona, que era originario de allí, ordenó la creación de una estatua dedicada a Santiago Ajusticiador de los Moros, para reemplazar el retablo. Pero en lugar de la clásica obra del santo matando al moro, el obispo ordenó al escultor que sustituyera al moro por la efigie de Lenin portando una antorcha encendida en una mano y protegiéndose con el otro brazo de la espada de Santiago, en la misma pose que la tradicional del moro. Durante la transición a la democracia en la segunda mitad de los años setenta, la figura de Lenin fue sustituida por una efigie del moro, con el consentimiento del cura de la parroquia y de los dignatarios locales, por temor a que los comunistas ata-

caran la iglesia una vez más: información de Joaquín Bustamante suministrada al autor por Enrique Carabaza Bravo.

Y dicen que lo pusieron aquí para que no se ofendieran las tropas moras que habían liberado a este pueblo, y que el obispo que era de aquí, se dijo que mejor pusieran uno de los “rojos” que eran ya los enemigos de España y no los regulares de Marruecos, que eran nuestros amigos. Duró, al menos hasta que entramos en las Naciones Unidas o en el Mercado Común, vamos, hasta que se establecieron relaciones con los rusos, otra vez. Y se quedó el santo sin nadie debajo, vacío, sin que pudiese darle con la espada a nadie. Dejaron así la iglesia de Santiago, con este vacío.

Lo que creo recordar. Pues vera usted, el Apóstol Santiago, espada en mano, en actitud de “matamoros”. Efectivamente, nadie tiene debajo. Por lo visto fue famosa la figura de un ruso. El párroco mandó cambiar al sarraceno que habitualmente soporta el castigo de la espada por un soldado “ruso”. No se si a punto, también, de ser decapitado. Antes un “moro”, ahora un “ruso”. Pero lo que yo recuerdo es que no había nadie, No había nada. Bajo las patas del caballo aquello estaba vacío. Y es que parece que quitaron al “ruso”. El “ruso” quería ser un “rojo”. Era un “ruso” comunista. Era un “ruso” que en realidad debía de haber sido un “rojo”. Un “rojo” español. Un “rojo” antiespañol, que se decía entonces. Pues debía de haber sido un “rojo”. Un miliciano. Un minero. En el pueblo decían que habían sido los mineros los que habían quemado la iglesia. Al menos, los que saquearon la iglesia. Un “ruso” es lo que había en vez de un “rojo”. Y paso después que quitaron al “rojo”, que quitaron al “ruso”. Quedó este vacío debajo de Santiago “matamoros”, el Apóstol. Que dicen que era de Santiago de Compostela y que desde allí trajeron al “ruso”. Y así se entiende lo del abrigo largo. La iglesia, que dicen que fueron los mineros los que la quemaron, fue atacada en agosto, o antes, en julio. Pero con calor. Por eso si se hubiera puesto un minero no podía llevar un abrigo largo. Por eso dicen que lo trajeron de Santiago de Compostela, que puede que allí se entienda mejor por la lluvia y el frío. Y como el Apóstol era de allí, de Santiago de Compostela. Lo que no se es cuando dejaron este vacío. Yo volví un verano desde Francia y ya encontré que lo habían quitado. Y me fije en eso y por eso lo recuerdo más, así, de vacío.

Parece ser que los mineros habían destrozado por completo las imágenes y enseres de la iglesia de Santiago en Castaño del Robledo, entre otras cosas un valioso órgano del siglo XVIII que estuvieron tocando ruidosamente mientras se hacía, en forma festiva, leña y ceniza de todo aquello. Don Tomas Muñiz, natural de este pueblo de Castaño del

Robledo y por entonces Arzobispo en Santiago de Compostela, tuvo la ocurrencia de cambiar la figura del moro debajo del Apóstol Santiago por la de un “rojo” o un “ruso”. Y así se hizo. Y la cosa se quedo así hasta muy entrados los años cuarenta o cincuenta, que ya entonces se quito.

Durante la guerra civil el culto a Santiago es relanzado en su dimensión patrióticomilitar, acompañada por todas las creencias que habían hecho de él un santo de fama nacional e internacional: su martirio, el poder taumatúrgico de sus reliquias, España como tierra elegida para la predicación, el vindex hostium. En particular, se le invoca como defensa los “nuevos sarracenos”. La antigua Ofrenda, suspendida en 1931 por el gobierno republicano, es restablecida por decreto ley en 1937 con motivo de la proclamación del Año Santo para la conmemoración festiva del santo. La ceremonia tiene su origen en la decisión de Felipe IV, institucionalizada en la Real Cédula de 1643, de ofrecer al patrono, con ocasión de su fiesta, que se celebra el 25 de julio, un tributo anual de mil escudos de oro como reconocimiento por su protección al reino. A lo largo de los siglos la ofrenda material se transformó en la ceremonia de la “invocación” y “respuesta” por parte de las autoridades políticas y religiosas. La Ofrenda del 25 de julio de 1937 la hicieron, en la “invocación” y en la “respuesta”, respectivamente, el general Dávila, en representación de Franco, y el cardenal Gomá. El discurso del general, construido con una retórica que recoge antiguas definiciones –Hijo del Trueno, Señor de las Batallas, Patrón de los Caballeros, Sembrador de nuestra fe, Mantenedor de nuestro espírituexalta al Apóstol Santiago como guía para el restablecimiento de la antigua unidad de España, quebrada por el “laicismo ateo” y por la masonería judaizante”. La “respuesta”, más articulada, del cardenal Gomá insiste en el abismo entre la España “materialista” y “positivista” y la España espiritual, e ilustra los valores sobre los cuales edificar la “Nueva España”. Entre ellos –confiando en la magnanimidad de Franco- se incluye el de una paz no caracterizada por el revanchismo de los vencedores: “...la revolución quiso cambiarnos el alma y el pueblo español se ha opuesto con las armas en la mano, porque esto hubiera sido someternos a la servidumbre definitiva de un pueblo extranjero. La contrarrevolución, en cuyo nombre hacéis la ofrenda, debe aspirar a la restauración del alma nacional, a la revalorización radical de todos los hechos humanos, a su reajuste según las exigencias de nuestra historia”.

El arzobispo de Santiago, Tomás Muniz Pablos, emitió el 14 de septiembre de 1936 una circular de la que el siempre ponderado Álvarez Bolado comenta: “Hay que reconocer que las prescripciones del arzobispo de Santiago eran severas (y, para nuestra sensibilidad, odiosas)”. Venía a decir, en efecto, el prelado gallego que lo escandaloso no era que un sacerdote sentenciara prácticamente a muerte a un feligrés suyo, sino que le salvara la vida con un certificado generoso. “Se han acercado a esta curia eclesiástica varias personas escandalizadas de la facilidad con que algunos párrocos extienden certificados

de catolicismo y religión a favor de funcionarios que estuvieron afiliados al comunismo u otras entidades marxistas. Absténganse, pues, los párrocos de dar certificados de buena conducta religiosa a los afiliados a sociedades marxistas por el tiempo que estuvieron afiliados o en concomitancia con tales sociedades que son anticristianas, y aun de los demás, tampoco expidan certificados, si éstos han de surtir efectos ante las autoridades civiles o militares, esperando ellos, los párrocos, que las mismas autoridades civiles o militares se los pidan de palabra o por escrito; y entonces certificarán en conciencia, sin miramiento alguno, sin tender a consideraciones humanas de ninguna clase.”

En consecuencia, el Poema de Mío Cid presenta a Santiago totalmente popularizado: “Vierais allí tanta lanza hundir y alzar / traspasar y romper tantas adargas / quebrantar y desmallar tantas lorigas / salir tintos en sangre tantos pendones blancos, / ya tantos caballos espléndidos trotar sin sus dueños. / Los moros gritan “¡Mahoma!”, y los cristianos “¡Santiago!” / en muy poco espacio cayeron muertos al menos mil trescientos”. En señal de agradecimiento por la ayuda prestada a las tropas cristianas, el rey Ramiro decide “ofrendar al mismo [Santiago un] don perpetuo”: el denominado “Voto de Santiago”. Se trata de un privilegio falsificado en el siglo XII, cuya primera mención explícita aparece en la bula Iustitiae ac rationis ordo que el papa Pascual II concede al obispo de Compostela Gelmírez en el año 1101. “Por eso, sigue narrando el «Voto», establecemos para toda España y lugares que Dios permita liberar de los sarracenos, y en nombre del apóstol Santiago que se dé cada año ya modo de primicia una medida de grano y otra de vino por cada yunta de tierra para sostenimiento de los canónigos que residan y oficien en la iglesia de Santiago. También concedemos y confirmamos que cuando los cristianos de toda España invadan la tierra de los moros, den del botín obtenido la parte que le corresponda a un guerrero montado”. En realidad, con el relato fantástico de la batalla de Clavijo se trataba de justificar los fabulosos derechos que se arrogaba la Iglesia apostólica a recaudar un sustancioso tributo nacional. Sin embargo, el establecimiento del Voto no tuvo efectos directos: no se pagó al principio, aunque sí comenzó a hacerse eficaz su cobro con los monarcas castellanos Alfonso XI y Pedro I. A partir del siglo XV, esta renta se fue extendiendo a diversas comarcas del reino castellano hasta alcanzar incluso las tierras de Granada. Por contra, los problemas comienzan, en primer lugar, cuando se plantean las cuestiones de la estancia y patronazgo del apóstol en España, unido a las ambiciones de la Iglesia de Compostela en su ansia expansiva territorial de la renta; y en segundo, por la presencia de un clima ideológico que irá ganando adeptos, y que llevará a la abolición del Voto en las Cortes de Cádiz y definitivamente en 1834.

Es este entorno ideológico el que explica la manifiesta intervención divina en las incidencias de la vida humana. Cuando Santiago aparece en su caballo blanco en la legendaria batalla de Clavijo, Dios no hace más que manifestarse explícitamente de modo similar a como lo venían haciendo desde la aparición del Islam en favor de las

distintas facciones en lucha: bien al lado de los Shi`´ies, bien dirimiendo la sucesión del mahdí almohade, Ibn Túmart, bien enviando a Abú Ya’qúb un ángel antes de la batalla de Alarcos.

El belicoso Santiago Matamoros, que fustiga con su espada los turbantes del infiel, deaparecerá del templo erigido sobre su supuesta tumba. En pleno año xacobeo, el cabildo de la catedral de Santiago de Compostela ha anunciado la inmediata retirada de una escultura del siglo XVIII que muestra la imagen emblemática del apóstol como martillo de musulmanes. Los responsables del templo tomaron la decisión para “no herir a otras etnias”. El cabildo asegura que el acuerdo estaba tomado desde hace meses, mucho antes de la matanza del 11-M. La escultura, una talla de madera policromada de José Gambino, ocupa una pequeña capilla protegida por una reja y muy visible cuando se accede a la catedral por uno de sus pórticos laterales, el de la plaza de la Azabachería, gremio que encargó la obra en el siglo XVIII. El emblema del Santiago Matamoros dejará su sitio a la versión más cosmopolita del apóstol, el Santiago peregrino, cuya imagen, esculpida en otra talla del mismo Gambino, ocupará a partir de ahora la capilla. Los responsables de la catedral compostelana aseguran estar convencidos de que la mayoría de los visitantes sabe situar “en su momento histórico” la efigie del Santiago guerrero, pero, aun así, han decidido retirar la talla para “no herir sensibilidades”. La difusión del mito de Santiago, “el hijo del trueno” y “patrón de las Españas”, está muy vinculada a los siglos de la reconquista, cuando se popularizó la leyenda del apóstol supuesto evangelizador de la Península y pretendidamente enterrado en Galicia, adonde su cadáver habría llegado desde Palestina atravesando el Mediterráneo en una lancha de piedra. Una historia fantástica, pero un símbolo eficaz para la lucha contra el invasor musulmán que alcanzaría su apoteosis en el siglo IX, cuando se atribuyó la victoria cristiana en la batalla de Clavijo a la fantasmagórica aparición del apóstol en medio del combate a lomos de un caballo blanco. Ésa es la imagen que recrea la obra de José Gambino. Santiago Zebedeo, anacrónicamente ataviado con el sombrero y la capa de peregrino, blande su espada contra las cabezas de varios musulmanes con turbante tendidas a los pies de su cabalgadura. Una efigie triunfal, muy repetida en la imaginería religiosa y que puede verse en otros lugares de la ciudad de Santiago, incluso a muy pocos metros de la catedral donde aparece esculpida sobre la fachada del Palacio de Raxoi, sede del Ayuntamiento.

De la carta enviada al obispado de Huelva: Ilmo. y Rvdmo. Dr. Ignacio Noguer Carmona. La Fundación ICO está organizando la exposición Imágenes de historia, que tendrá lugar en el museo Colecciones ICO, en Madrid, del 31 de mayo al 19 septiembre de 2004, dentro de la Sección Oficial del Festival PHotoEspaña2004. La exposición Imágenes de historia está comisariada por Horacio Fernández, Director Artístico de PhotoESpaña 2004. La hipótesis de la que parte Imágenes de historia es formular la historia contemporánea, a partir de imágenes que puedan generar otras historias a través de las distintas lecturas posibles; se trata de leer en un espacio expositivo la historia y/o las historias que las imágenes van presentando. Para mayor información adjunto el texto

del comisario donde se presenta el proyecto. Por mi parte, quiero invitarle a participar en este proyecto y le agradecería que accediera al préstamo de la talla policromada del Apóstol Santiago, conocida como “El Ruso” de autor desconocido, depositada en la Iglesia de Santiago, de Castaño del Robledo, Parroquia de Jabugo, así como al acceso a la documentación de la citada talla. De la presente petición está al corriente D. Manuel Carrasco Terrisa, encargado del Patrimonio del Obispado, así como Doña Remedios Gamiz, de Patrimonio de la Junta de Andalucía. Por supuesto la Fundación ICO se hará cargo de todo los costes derivados del embalaje, transporte y seguros de su obra, en la modalidad de “clavo a clavo”. Estoy segura que la exposición despertará gran interés y espero que sea su deseo contribuir a incrementar la calidad de la muestra con la presencia de esta talla. Si tuviera cualquier duda al respecto, no dude en ponerse en contacto con Diana Saldaña, Coordinadora de exposiciones, o con Javier Chavarría, coordinador de la exposición. Agradeciendo de antemano su consideración y esperando tener noticias suyas muy pronto, reciba un cordial saludo. Y de su respuesta: En relación con su escrito referente a la exposición Imágenes de Historia dirigido al Sr. Obispo de Huelva, lamento comunicarle, en su nombre, que no podemos atender a su petición. Tras la oficial carta de petición y el escueto rechazo, intentamos otras vías de acercamiento que hicieran posible la muestra de esta pieza singular, el “ruso”, que tan celosamente se guarda en la parroquia de Santiago el Mayor de Castaño del Robledo, en Huelva. Mediaron en esta cuita el secretariado del Cardenal de Sevilla y el obispado de Ibiza. Se logró una cita personal con el Obispo de Huelva, no sin mediar antes en tensas conversaciones con el secretario canciller del obispado y encargado de patrimonio, D. Manuel Carrasco Terrisa. Este señor interpretaba la solicitud de préstamo de la citada pieza, el “ruso”, como la obtención de una prueba por parte de no se sabe quién, prueba, repito, que justificaría los desmanes iconoclastas de Huelva y otras provincias, como la reacción lógica de los más débiles contra la institución eclesiástica cruzada para la destrucción de las organizaciones obreras de signo anarquista o comunista. Ante tamaño despropósito nuestra conversación con el obispo se centro en asuntos, si se quiere, más formales. El discurso era, más o menos, el que sigue: “Tengo a bien informarle que la idea básica que consideramos al solicitar este préstamo pasa, además de por completar el display expositivo de la misma con las fotografías actuales que de dicha pieza disponemos –fotografías de la escultura, datos apócrifos de la misma, testimonios orales, etc.-, por cotejar de alguna manera los distintos datos que de la misma tenemos –origen de la pieza, instalación y desinstalación, avatares anecdóticos, etc.- con los que la propia Iglesia pueda darnos. No queríamos exponer estos materiales sin solicitar a la propia Iglesia su opinión respecto a estos, puesto que aunque se trate de un suceso anecdótico, nos parece obligado incluir claramente el punto de vista de quién fue su actor principal. En un momento en el que el significado de las imágenes es tan importante para la propia Iglesia, demostrado con gestos como el retiro de la imagen de Apóstol Santiago en la actitud “Matamoros” de su actual capilla en la Catedral compostelana, no podíamos incurrir en el error de no solicitarle a esta misma institución su versión de los hechos que en torno a la pieza conocida como el “ruso” van a enseñarse en esta misma exposición de Imágenes de historia.” El obispo, que regresaba de un largo viaje a Roma, nos atendió correctamente y mantuvo una larga conversación telefónica con D. Manuel Carrasco Terrisa. Éste, además de lanzar infundadas sospechas sobre nuestras intenciones, acabó sugiriendo que, en cualquier caso, la decisión del préstamo debía de tomarla la Conferencia Episcopal Española. Ante tal sugerencia, el Obispo repitió la imposibilidad del préstamo. Volvimos a exponer nuestras razones y no conseguimos más que alguna razonable ironía del Obispo sobre estas cuitas por las imágenes y la promesa de profundizar la conversación con el tal D. Manuel Carrasco Terrosa. No hemos obtenido más respuesta, si exceptuamos un comunicado amigo que relaciona al tal D. Manuel Carrasco Terrosa con la floreciente in-

dustrial editorial –recordemos a Pío Moa, Cesar Vidal, Nicolás Salas, etc.- que pretende denunciar propagandísticamente la “barbarie roja”, la misma barbarie que con la escultura del “ruso” se representa.

Así, el sistema político de Occidente parece ser una máquina doble, basada en la dialéctica entre dos elementos heterogéneos y, en cierto modo, antitéticos: el nómos y la anomia, el derecho y la violencia pura, la ley y las formas de vida cuya articulación pretende garantizarse mediante el estado de excepción. Mientras estos elementos permanecen separados, su dialéctica puede funcionar, pero cuando tienden a la indeterminación recíproca y a coincidir en un poder único con dos caras, cuando el estado de excepción se hace regla, el sistema político se transforma en un aparato de muerte. Nos preguntamos, por lo tanto: ¿por qué necesita el nómos la anomia de manera tan constitutiva?, ¿por qué debe medirse la política occidental con este vacío interior?, ¿cuál es, pues, la sustancia de lo político cuando queda esencialmente asignado a este vacuum jurídico? Mientras no seamos capaces de responder a estas preguntas, no podremos tampoco responder a esta otra cuyo eco atraviesa la historia entera de la política occidental: ¿qué significa actuar políticamente?

Evidentemente un vacío, un hueco, lo que puede ser ocupado por otra cosa u otra persona. Un vacío siempre es potencia. Hacer evidente ese vacío es hacer evidente el momento en que volverá a ser ocupado. El enemigo, el mal, el terror, el otro, la muerte, figuras que una y otra vez han aspirado a cubrir ese hueco. Puede existir, siempre existirá, el temor a saber quién o qué cosa, próximamente, ocuparan ese vacío. Saber vivir, pensar, actuar con ese vacío, a sabiendas de la oquedad, sin consuelo, es tarea ética. La tarea a la que se enfrenta el hombre moderno. Siempre existirá la tentación de colocar ahí al próximo enemigo, al prójimo. No se trata, tampoco, de acertar con este amigo enemigo. Se trata de mantener vacío el hueco y ser capaz de soportarlo: vivir, pensar, actuar.

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