CHARLES EISENMANN y LOS MONSTRUOS VICTORIANOS

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CHARLES EISENMANN y LOS MONSTRUOS VICTORIANOS Lorena Gómez Mostajo

El puente de Brooklyn ya estaba terminado. La gente iba y venía por esa inmensa estructura colgante de acero y piedra que José Martí describió con furor a sus lectores del periódico La América en 188} El peaje costaba un centavo, lo suficiente para que inmigrantes y nativos se fundieran en un tránsito frenético que convertía al puente de cinco vías en un mapa de países sin territorio. Por el piso de madera desfilaban "hebreos de perfil agudo y ojos ávidos , irlandeses jovi.ales, alemanes carnosos y recios, escoceses sonrosados y fornidos, húngaros bellos, negros lujosos, rusos de ojos que queman, noruegos de pelo rojo, japoneses elegantes, enjutos e indiferentes chinos". Estos hombres dejaron atrás tierra y familia con la certeza de que encontrarían El Dorado, sólo tenían que navegar hasta Nueva York. Charles Eisemann (después le agregaría una n. por razones fono-comerciales) fue uno de los tantos aventureros alemanes que llegaron a la isla en 1868. A los dieciocho años firmó la carta de naturalización que le permitió conseguir un empleo rápidamente. Después de trabajar como impresor en la calle Mott -donde aprendió el oficio de fotógrafo y grabador- , eligió establecerse al igual que la mayoría de sus compatriotas en una calle bastante peculiar; algunos viajeros de la época la describieron como un reino aparte, como un territorio que nada tenía en común con la ciudad que lo había delineado, y mucho menos con el país al que pertenecía . The Bowery Street. Die Bowery Stra~e. La calle Bowery

Desde el siglo XVII I una de las atracciones para los alcoholizados parroquianos de las tabernas -y también para la gente de los pequeños pueblos y ciudades- consistió en admirar a seres deformes, salvajes y prodigios de la naturaleza, que, por unos cuantos pesos, un ambulante presentaba en una pequeña tienda atrás del local o en la plaza principal. Estos espectáculos semiclandestinos dejaron de serlo con la aparición de empresarios como P.T. Barnum, quien los llevó del anonimato a la sofisticada Bowery Street y después a la iluminada pista de circo. Los dueños o "agentes artísticos " de los freaks eligieron esta calle para formar la extravagante legión de los dime museums1 (alrededor de 1880), trasuntos en menor escala del Ameri.can Museum de Barnum. Era común que afuera de los dime museums hubiera un "profesor" (o merolico en la versión nacional) que explicaba el origen de un pedazo de mandíbula del espeluznante hombre-rata, guardado en un frasco lleno de formol (pickled pun.ks). La arqueología teratológica , que durante un tiempo tuvo un lugar importante en los museos, fue un elemento indispensable en los espectáculos callejeros. Las litografias de enfermedades de todo tipo también causaban furor. Un reporte de la época señalaba que de más de cien atracciones ofrecidas en esa calle, sólo 14 eran respetables.2 Reverso de una tarjeta de visita en que aparece el emblema del fotógrafo Charles Eisenmann, ' 884. Tomado del libro

Monsters. Human Freaks in America's Gilded Age. The Photographs of Chas. Eisenmann. Compilación y edición de Michael Mitchell , ECW PRESS, Toronto, 20 0 2.

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En las escenografias de Eisenmann se percibe una tensión entre el mundo civilizado y el mundo salvaje; entre el mundo burgués y la ensoñación y opulencia orientales; entre los negros y los blancos. La gente de color aparecía casi siempre en exteriores, semidesnudos, retratados como salvajes. En cambio algunos salvajes (como Jo Jo o Waino & Plutano) tenían una fotografia en versión civilizada. Jo Jo, cuya historia fabricada contaba que había sido capturado en estado salvaje, se hizo fotografiar con un traje de domingo y una escopeta en la mano, como buen burgués. En uno de los retratos que Eisenmann les tomó, Máximo y Bartola aparecen con un traje supuestamente azteca, y en otra fotografia , los dos están vestidos con elegantes atuendos. Había que ser un salvaje, pero civilizado. Los freaks de Eisenmann no sólo se mostraron como victorianos distinguidos sino que también hicieron de esa representación una suerte de inventario (a veces podría parecer una parodia involuntaria) de las convenciones de la época. Aunque se intente creer que esos retratos corresponden a personas de la alta sociedad, hay algo que impide sostener la ilusión (algo que está presente en la foto): la deformidad. Esos artistas vivían desplazados, marginados , a causa de sus malformaciones (con excepciones claro está, no hay que olvidar a Tom Thumb) , difícilmente se trataba de gente adinerada o con algún abolengo, y menos si trabajaban en el circo, por lo que resulta más fácil darse cuenta del engaño, de los trucos. Las fotografias de Eisenmann, vistas con nuestros ojos, revelan con una fuerza inusual el último momento en que los freaks fueron buscados por la mirada de la sociedad de una manera distinta a la actual; se trataba de una mirada que no los repudiaba, ni los acechaba sólo con curiosidad morbosa. Se sabe que muchas de las fotografías se imprimieron como postal es que algún interesado compraba para después enviarla a algún pariente al otro lado del mundo. La mujer barbuda en bicicleta llegó , con la ayuda de algunos timbres postales, a varios lugares del planeta. En estos días mirar a un hombre-perro está muy cerca del amarillismo, por eso resultan extrañas estas fotografías en las que esa intención de escandalizar está ausente; la situación se enrarece todavía más cuando se ve a un hombre-perro vestido de burgués cazador. Para la gente de la época, que compartía esos estereotipos, la ilusión sí se completaba. Losfreaks pasaban la prueba de la respetabilidad , y una vez que los códigos embonaban entre los dos bandos, la gente miraba lo que hacía delfi'eak un producto del espectáculo circense (y finalmente de lo que vivían): su anormalidad. Del siglo XIX y un tramo del XX resulta sorprendente esa relación con lo grotesco, con lo anormal. Si bien se puede hablar de morbo, es poco probable que éste fuera el motor para que lugares como la calle Bowery existieran. Había algo más. Los espectadores decimonónicos, testigos de la revolución industrial y del crecimiento urbano, se divertían con uno de los últimos vestigios de una época mucho más lejana que la Edad Media: el monstruo. Éste, como lo señaló Foucault, combina lo imposible y lo prohibido, lo humano y lo animal. Es una mezcla de vida y muerte. 10 El monstruo es una alteración, una anomalía. La anomalía era traducida en maravilla, en algo exótico. La gente de la ciudad asistía a estos espectáculos que mezclaban ciencia y gusto popular porque sentían que Última mirada

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