Ciudades, personas, planeta

Ciudades, personas, planeta Herbert GIRARDET Ecologista Urbano, Escritor y Presidente de la Sociedad Schumacher, Reino Unido La cuestión principal qu

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EL PLANETA URBANO. las ciudades aseguran nuestro futuro
EL PLANETA URBANO ' Como las ciudades aseguran nuestro futuro EL PLANETA URBANO ' Como las ciudades aseguran nuestro futuro Autor y editor Consej

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Ciudades, personas, planeta Herbert GIRARDET Ecologista Urbano, Escritor y Presidente de la Sociedad Schumacher, Reino Unido

La cuestión principal que quiero abordar en esta presentación es la relación compleja entre ciudades, personas y nuestro planeta al principio del nuevo milenio. Ahora que las áreas urbanas son nuestro hábitat principal —se proyecta que en al año 2050 tres cuartas partes de la población humana vivirá en ciudades [1]— tiene una importancia clave saber si se puede establecer una relación sostenible entre las ciudades y el planeta. La urgencia de esta tarea es demasiado evidente: el tamaño de las ciudades de hoy, en términos del número de sus habitantes y su escala física, no tiene precedentes. En 1800 sólo había una ciudad con un millón de habitantes, Londres. Entonces las 100 ciudades más grandes del mundo tenían 20 millones de habitantes, y cada ciudad en general ocupaba solo unos miles de hectáreas. En 1990 las 100 ciudades más grandes del mundo albergaban 540 millones de personas, de las que 220 millones vivían en las 20 ciudades más grandes, mega-ciudades de más de 10 millones de habitantes; algunas ocupaban cientos de miles en hectáreas. Además, había 35 ciudades de más de 5 millones y cientos de más de un millón de habitantes [2]. El crecimiento urbano desmedido es una preocupación clave para ecologistas. Este crecimiento es típico de las ciudades de afluencia creciente en las que sus habitantes a menudo prefieren el espacio de las afueras a los centros de ciudad más densos. La población de la Nueva York Metropolitana, por ejemplo, ha crecido en sólo un 5% en los últimos 25 años; sin embargo su área de superficie ha crecido en un 61%, consumiendo bosques y campos en el proceso. Hoy en EE.UU. y Europa, el crecimiento urbano desmedido es sobre todo el resultado del empleo rutinario del automóvil. Los Ángeles es famoso por su manera de extenderse a lo largo de una red complejísima de autopistas. El 90% de sus habitantes llegan al trabajo en coche y muchos viven en casas individuales rodeadas por grandes espacios abiertos. Una ciudad de 11 millones de personas, cubre tres ve-

Un jardín en la península de Zorrozaurre (R. Alcock)

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ces el área de Londres, que tiene una población de 7 millones. El mismo Londres, donde casas adosadas son la norma en las afueras, es varias veces más grande que Hong Kong, que tiene 6 millones de habitantes, donde la mayoría de la gente vive en edificios altos. No es de sorprender que Hong Kong usa el espacio de una manera mucho más eficiente que LA o Londres. Hoy, el crecimiento urbano más rápido del mundo está pasando en China y principalmente sobre las escasas tierras de cultivo de este país. Con un crecimiento económico de 10% cada año, el número de ciudades de China se va a duplicar, de unas 600 a más de 1200 antes del 2010. Se proyecta que unos 300 millones de personas se van a mudar a las ciudades, cambiando la vida campesina por modos de vida urbanos-industriales. La urbanización en gran escala es un proceso profundamente exigente de recursos —para construir y para mantener las ciudades—. Cuando los habitantes de países como China pasan de ser campesinos a ser trabajadores urbanos, su uso de combustibles fósiles, metales, madera, carne y productos fabricados aumenta dramáticamente, aproximadamente en un 50%. Ciudades modernas son las estructuras más grandes jamás creadas por la humanidad. Aglomeraciones enormes como Tokio, con más de 25 millones de personas, o San Paulo, con unos 18 millones de habitantes, imposibles de imaginar antes de la edad de carbón, petróleo, acero, producción industrial masiva y comercio global, ahora se consideran normales. Todas estas enormes estructuras urbanas, horizontales y verticales, dependen de un suministro continuo de energía —para sistemas de transporte internos y externos y, desde luego, para levantar las estructuras de acero, cemento y cristal que no pueden funcionar sin ascensores que suben y bajan sin cesar—. Las mega-ciudades de hoy dependen de mega-infraestructuras para el suministro de energía, agua y alimentos. Al principio del nuevo milenio, las ciudades y su uso de recursos dominan la vida en la Tierra, impactando cada vez más en la integridad del medio ambiente global. En los últimos 100 años, la población humana se ha multiplicado por cuatro, mientras la economía mundial y la población urbana se han multiplicado por quince [3]. Hoy, una de cada dos personas vive en una ciudad, mientras la otra mitad depende cada vez más de mercados urbanos para su supervivencia económica. Debido a la urbanización global, unida al crecimiento económico y al aumento de población, el uso de recursos sigue aumentando. En el año 2000, la humanidad, que es solo una de millones de especies, ya usa el 50% de toda la producción anual de la naturaleza. ¿Cuánto más puede crecer esta cifra? ¿Qué será del mundo natural si esto continua? Una humanidad cada vez más urbana e industrializada está cambiando rápidamente la manera de funcionar de la misma «red de la vida». Hace poco tiempo, la vida sobre la tierra consistió en la interacción geográficamente aislada de millares de especies, a las que las culturas humanas lo-

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cales han sido unidas íntimamente. Ahora nos movemos hacia una nueva realidad —una asamblea de centros urbanos y sus exigencias de recursos domina toda la vida en la Tierra para el beneficio de una sola especie—. Cada vez más, la humanidad canaliza en las ciudades, los recursos de toda la biosfera: actualmente las ciudades ocupan solamente un 2% de la superficie del planeta, pero utilizan más del 75% de sus recursos y descargan un porcentaje parecido de sus desechos [4]. Las ciudades también son centros de comunicación, y los nuevos sistemas tecnológicos han incrementado dramáticamente este papel. Las tecnologías de la información permiten que las ciudades tengan un alcance global que no lo habían tenido antes, ampliando sobre todo el poder financiero de instituciones urbanas. El vaivén financiero diario de Tokio a Londres, a Nueva York, a Los Angeles… es el ejemplo más asombroso de este fenómeno. «… La nueva economía se organiza alrededor de las redes mundiales de capital, administración, e información; en el acceso de estas redes al conocimiento tecnológico está la raíz de la productividad y la competitividad» [5]. ¿Pero alguna vez este poder va a ser ejercido con el sentido de la responsabilidad apropiada a una edad urbana? ¿Si esto es la sociedad mundial de redes, quien controla su creciente poder? Desarrollar una relación sostenible entre las personas y el planeta en los próximos años es uno de los desafíos más grandes de la humanidad para el nuevo milenio. Tenemos que conceptualizar como: —Parar las tendencias mundiales de urbanización; —Mantener una relación equitativa entre las ciudades y las áreas rurales; —Diseñar estructuras y sistemas urbanas para funcionar de una manera sostenible; —Beneficiar el desarrollo sostenible utilizando los sistemas de comunicación urbanos. ¿Cómo actuaremos de manera diferente en el futuro, si el marco de referencia primario para la planificación de espacios, estructuras y procesos urbanos es la sostenibilidad? El proceso de urbanización a gran escala comenzó en el Reino Unido. El rápido crecimiento de Londres, de un millón de habitantes en 1800 a ocho millones en 1930, era un fenómeno sin precedentes. Antes de ese rápido crecimiento, habían existido pocas ciudades con alrededor de un millón de personas —Roma Antigua, Constantinopla, Shajahanabad (el viejo Delhi), Edo (el precursor del Tokio) y el viejo Pekín—. Todas eran capitales y centros nacionales de cultura, artesanía e industria. Comercializaban con alimentos y madera por tierra, río y mar, utilizando fuentes de energía renovables como la leña, el viento y el poder animal. Sólo la introducción hace poco de tecnologías basadas en los combustibles fósiles hizo posible la aparición de ciudades mucho más grandes, de varios millones de personas, con un alcance global.

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Nunca en la historia ha existido una ciudad de más de un millón de personas que no funcione con carbón, petróleo o gas. El crecimiento asombroso de Londres fue impulsado por tecnologías de combustible fósil promovidas por la revolución industrial —el carbón de coque usado para la fundición de hierro; el poder del vapor y su uso en la producción, el transporte y luego la generación de electricidad—. Juntos, hicieron posible los procesos de urbanización sin precedentes que todavía continúan hoy. La tecnología de combustibles fósiles y el uso del coque en la producción de acero eran acontecimientos revolucionarios porque, hasta entonces, menas metálicas habían sido fundidas en cantidades pequeñas, usando las cantidades limitadas disponibles de carbón vegetal. A los nuevos centros de producción acudieron legiones de mineros y trabajadores industriales, muchos de ellos desplazados de las granjas. A comienzos del siglo XIX, cuando el uso de coque se extendio, grandes cantidades de acero estuvieron disponibles por primera vez. Esto causó una revolución en la minería, la producción industrial, la construcción de edificios, el transporte y la guerra. El acceso sin precedentes a las reservas de recursos de la Tierra, y la enorme gama de nuevos productos industriales hechos en Europa y América, causó una nueva prosperidad para muchos, pero también cambió profundamente la manera en la que habitamos este planeta. Ya en los años 1850, Londres, para entonces la ciudad más grande jamás vista, contando con aproximadamente 4 millones de personas, tenía un alcance cada vez más global. En su libro The Coal Question, John Jeavons escribió: «Las llanuras de Norteamérica y Rusia son nuestros maizales; Chicago y Odesa nuestros graneros; Canadá y el Báltico son nuestros bosques de madera; Australasia contiene nuestras granjas de ovejas; y en Argentina y sobre las praderas occidentales de Norteamérica están nuestras manadas de bueyes; Perú envía su plata, y el oro de África del Sur y Australia fluye a Londres; los hindúes y los chinos cultivan el té para nosotros. Y nuestras plantaciones de café, azúcar y especias están todos en las Indias. España y Francia son nuestros viñedos y en el Mediterráneo están nuestros huertos, y nuestras tierras de algodón, que durante tanto tiempo han ocupado los Estados Unidos del Sur, ahora se amplían por todas las regiones calientes de la Tierra». La globalización económica, tópico de principios del siglo XXI, en realidad se estrenó a mitades del siglo XIX. El uso prolífico de recursos importados causó sus propios problemas locales. Londres tuvo que aprender a resolver los efectos de su uso extravagante de recursos. Afrontó tres principales tipos de contaminación: la niebla tóxica de un millón de fuegos de carbón, la contaminación del suelo y del agua causada por la actividad industrial, y la acumulación de cada vez más excrementos humanos. Éste último problema era particularmente agudo: la filtración de excre-

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mentos en las aguas subterráneas y su descarga a los ríos causó brotes del cólera y fiebre tifoidea, así como condiciones ambientales intolerables. 1858 era el año del «gran hedor» —el Támesis estaba tan contaminado con aguas residuales que los olores espantosos pararon los debates en las Casas de Parlamento durante días—. Había que hacer algo: ¿cómo podría Londres tratar las aguas residuales de tantas personas? Se discutieron varias propuestas. Uno era un sistema de reciclaje circular, diseñado como los rayos de una rueda, donde las aguas residuales se conducirían al borde de la ciudad, para ser recogidos y convertidos en fertilizante para los campos alrededor de Londres. Llamaron a Justus Liebig, entonces el químico más famoso del mundo, desde Alemania para aconsejar al gobierno británico, y él favoreció éste esquema. Si la mayoría estaban preocupados por el hedor del Támesis y los peligros sanitarios de la contaminación del agua potable, Liebig se preocupaba por la pérdida de sustancias nutritivas de los campos que alimentaban Londres, cuando las aguas residuales urbanas se perdían en el mar. Habiendo estudiado la historia ambiental de Roma antigua, él dijo que esta ciudad había importado la fertilidad del norte de África durante 200 años, importando unas 500,000 toneladas de grano a Roma cada año. Los excrementos de un millón de Romanos se tiraron por la cloaca máxima al Mediterráneo. En una carta al primer ministro sir Robert Peel, escribió: «La causa del agotamiento del suelo, se busca en las costumbres y hábitos de los ciudadanos, es decir, en la construcción de inodoros, que no admiten la colección y la preservación del excremento líquido y sólido. Estos en Gran Bretaña no vuelven a los campos, sino que se llevan por los ríos al mar. El equilibrio en la fertilidad del suelo se ve destruido por este retiro incesante de fosfatos y sólo puede ser restaurado por un suministro equivalente… Si fuera posible devolver a los campos de Escocia y Inglaterra todos aquellos fosfatos que han sido tirados al mar en los últimos 50 años, las cosechas se duplicarían en comparación con años anteriores».

Liebig se hizo la siguiente pregunta: si muchas de las ciudades de Europa crecieran como Londres, y sus aguas residuales no se devolvieran a la tierra, ¿no se agotaría rápidamente la fertilidad de los campos que los alimentan? Cuando Londres decidió construir dos tuberías masivas para tirar las aguas residuales en el estuario del Támesis en vez de reciclarlas, Liebig respondió comenzando a trabajar en el desarrollo de fertilizantes artificiales. En su opinión esto era la única manera de mantener la productividad de los campos que alimentan las ciudades. Estas decisiones, tomadas en el siglo XIX, todavía hoy tienen un efecto profundo en el mundo entero. La mayor parte de las ciudades del mundo han construido sistemas para la eliminación en vez del reciclaje de aguas residuales, y la productividad de los campos se mantiene artificialmente

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Las ciudades de hoy convierten recursos naturales en desechos, que traen problemas ambientales: Gaviotas en un vertedero de Adelaide del Sur, Australia (H. Girardet)

mediante fertilizantes químicos. Pero todos pueden ver las consecuencias: Hoy los ríos y las aguas costeras de todo el mundo llevan la carga doble de aguas residuales urbanas y agentes contaminadores industriales, junto con el fertilizante y el pesticida de los campos. Pero como siempre, ojos que no ven, corazón que no siente. En las granjas británicas del siglo XIX, con guano de Chile y de Perú, se hizo la fuente primaria de fertilizante hasta que los fertilizantes artificiales, constituidos por fosfatos, nitratos y potasa, se desarrollaron por completo. Mientras tanto, la abolición de las «leyes de grano» en Gran Bretaña implicaba que los alimentos, y sobre todo los granos, se importaban cada vez más de países como Canadá y EE. UU en vez de ser cultivados en casa. Cuando los barcos refrigerados fueron inventados, hasta la carne se importaba de países lejanos como Nueva Zelanda. Se puso en marcha un sistema de «globalización» para alimentar ciudades. En un mundo de ciudades, es crucial mirar de nuevo cómo funcionan los sistemas urbanos, de donde vienen sus recursos, y donde terminan sus desechos —en la atmósfera, en vertederos o en ríos y aguas costeras—. Es esencial buscar modos de reducir al mínimo los impactos urbanos sobre bosques, campos, ambientes acuáticos y la atmósfera. ¿Cómo reducir las enormes cantidades de consumo urbano de recursos naturales y la producción enorme de materiales superfluos? Se precisan urgentemente métodos

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factibles para crear una relación sostenible entre las ciudades y el ambiente global. Consideren el abastecimiento de agua de una ciudad como Londres. Antiguamente se bombeaba del nivel freático subterráneo, hasta que durante 150 años las actividades de fábricas causaron acumulaciones de metales pesados y sustancias químicas en el suelo, haciendo cada vez más problemático el uso de aguas subterráneas para beber. Londres tiene la suerte de tener al alcance de la mano otro abastecimiento de agua: el río Támesis. Sin embargo, otras ciudades no tienen esta suerte. La urbanización en lugares áridos en todo el mundo ha significado la extracción de cantidades enormes de agua de grandes presas construidas en ríos lejanos. Los Angeles trae su agua del río Colorado y otros ríos a distancias de centenares de kilómetros. En China y India, donde la urbanización ocurre con una velocidad vertiginosa, presas enormes se están construyendo para suministrar el agua y la electricidad necesarias. A menudo se privan poblaciones rurales de agua mientras crecen ciudades lejanas. Hay historias parecidas en muchas partes del mundo. Más que cualquier otro factor, la demanda de energía define las ciudades modernas. Sin embargo, la mayor parte de los ciudadanos tienen una comprensión muy restringida del origen de sus provisiones de energía. Nuestros antepasados tenían la tarea diaria de asegurar provisiones de leña, nosotros conseguimos la electricidad o el gas con solo tocar un botón. Somos poco conscientes de la central eléctrica, la refinería o el campo de gas a los que nuestras casas están enchufadas. Pocos reflexionan sobre los impactos ambientales de nuestro uso diario de energía, a no ser que nos ahoguemos en gases de escape en una calle local. Pocas veces nos enfrentamos con el hecho de que hay un precio global que pagar: que la mayor parte del aumento del dióxido de carbono en la atmósfera se atribuye a la combustión dentro de o por parte de nuestras ciudades. Irónicamente, la subida del nivel de mar, uno de los efectos primarios de calentamiento global, tendrá un efecto grave en las ciudades: muchas de ellas se sitúan sobre tierras bajas cerca de la costa. El suministro de comida es otro ejemplo. La mayoría estamos acostumbrados a hacer nuestra cosecha en el supermercado, y esperamos que los alimentos se presenten empaquetados y marcados para su mejor reconocimiento. Pero pocos conocemos los orígenes de aquel alimento y el impacto de su producción sobre la fertilidad de campos o la energía necesaria para producirlo, tratarlo y transportarlo a nuestras tiendas. Una proporción cada vez mayor de la fruta y verduras que comemos viene en avión. Hay gastos grandes que se deben considerar que no se incluyen en el precio. Cuando una fruta como un mango, llega en avión desde África del Este a la mesa de una cocina en Londres, habrá consumido hasta 600 veces más energía de lo que en realidad contiene en valor calorífico. Muchos otros productos de alimentación que comemos requieren

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de diez a centenares de veces más energía que el alimento mismo en realidad contiene. Sin embargo, el coste ambiental del alimento que comemos simplemente no se refleje en el precio que pagamos en el supermercado. Podemos decir que ya no vivimos en una civilización. Vivimos en una movilización —de personas, recursos y productos—. La mayor parte de las rutas de transporte del mundo comienzan y terminan en ciudades. Su modelo de consumo, dependiente del transporte, define impactos humanos en el medio ambiente global más que cualquier otro factor. ¿Son realmente necesarios cada vez más autopistas y aeropuertos? ¿Podemos hacer nuestros sistemas urbanos menos dependientes del transporte? ¿Se debe restringir el crecimiento del comercio global para conseguir el desarrollo sostenible? Hace unos años pasé varias semanas estimando la huella ecológica de Londres (ver Anexo). El concepto de huella ecológico proviene del trabajo del ecologista canadiense William Rees. Él se centró en tres categorías: las áreas necesarias para alimentar una ciudad; suministrar su madera y necesidades de papel; y la superficie de vegetación que sería necesaria para absorber su producción de CO2. Si se reúnen estas tres áreas, Londres tiene una huella ecológica del tamaño de todo el Reino Unido —aproximadamente 125 veces más grande que Londres mismo— aunque Londres tiene sólo el 12% de la población del Reino Unido [4]. En realidad, por supuesto, la huella del Londres se encuentra distribuida por todo el mundo. William Rees y sus co-investigadores sugirieron que si otros países adoptaran el modelo de consumo de Europa urbanizada y Norteamérica, necesitaríamos tres planetas en vez del único planeta en el que en realidad vivimos [6]. Entonces, sería imposible para el resto del mundo copiar los modos de vivir occidentales: haría falta más o menos 3 hectáreas por persona en vez de las 1,5 hectáreas de suelo productivo disponible por persona en el mundo. Mientras el mundo se industrializa y se urbaniza, surge un desequilibrio creciente entre la demanda humana y la capacidad del planeta para suministrarla. Tenemos que encontrar modos de reorganizar nuestros sistemas urbanos, económicos y técnicos. Esto requiere cambios importantes en regímenes de impuestos y subsidios, en el uso técnico de recursos así como en la administración de nuestras ciudades. Me interesó la sostenibilidad urbana sobre todo porque estuve interesado en los bosques. Comprendí que los bosques de todo el mundo desaparecen en las ciudades, o son substituidos por campos de cultivo para el forraje de animales, o ranchos de ganado, para suministrar la demanda urbana de carne. Y junto con la destrucción de los bosques, se hace mucho daño también a las culturas forestales que forman la parte más antigua de nuestra herencia cultural.

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A pesar de ver programas de televisión sobre los enormes incendios forestales provocados en áreas de selva tropical como Amazonas, Malasia y Indonesia, pocas veces hacemos la conexión con nuestras vidas urbanas cotidianas. Sin embargo, a medida que las ciudades se extienden y sus exigencias aumentan, los bosques retroceden, y con ellos su población vegetal, animal y humana. Muchas veces estos bosques no se repoblan, y en cualquier caso, selvas tropicales vírgenes y sus especies únicas no pueden ser substituidas una vez quemadas o reducidas. Aunque se repoblan bosques en países del norte como Suecia, Canadá o Siberia, su biodiversidad original diminuye substancialmente. En el Mato Grosso en la franja sur de Amazonas, grandes impactos en la sabana y en el bosque están teniendo lugar. Allí los bosques están siendo despoblado para crear campos para la producción y exportación de sojas a Rótterdam, Tokio, y cada vez más Shangai o Beijing, para cubrir la creciente demanda de carne que es resultado del incremento de riqueza. El ganado, los cerdos y el pollo en Asia y Europa cada vez comen más sojas de las áreas selváticas tropicales de Brasil. Cuando se aumentan los ingresos disponibles, el consumo de carne también se incrementa. Por tanto, estamos viendo crecer las huellas ecológicas de nuestras ciudades en el mundo. Los sistemas comerciales basados en el transporte y las tecnologías de comunicación cada vez más sofisticados hace posible establecer estos eslabones globales. El impacto de las ciudades no es únicamente terrestre. La atmósfera se ha convertido en el vertedero para los gases superfluos, con consecuencias terribles. Desde el inicio de la revolución industrial, el nivel de CO2 en la atmósfera ha crecido aproximadamente un 30%. El cambio climático se hace una realidad irrefutable, relacionado con la incidencia creciente de tormentas, inundaciones y los patrones irregulares meteorológicos. En general, los impactos ambientales generados por la urbanización global necesitan enfrentarse con una amplia gama de respuestas creativas. ¿Es la urbanización global inevitablemente un camino de destrucción ambiental? ¿O podemos transformar ciudades en lugares muchos menos exigentes y dañinos de lo que son hoy?¿Es posible diseñar sistemas urbanos para asegurar una relación sostenible entre personas urbanizadas y el planeta? Considerando los enormes impactos ambientales de la urbanización, sería bien aconsejable que las ciudades remodelaran su funcionamiento imitando ecosistemas naturales. Estos generalmente son permanentes, mientras que sistemas artificiales actuales como ciudades son caracterizadas por niveles altos de entropía. Sistemas naturales como bosques o arrecifes de coral funcionan de una manera bastante diferente. Todos sus materiales superfluos se reabsorben beneficiosamente en su red de vida, contribuyendo a la viabilidad a largo plazo del sistema entero. Si queremos ciudades sostenibles en el futuro, sería mejor que estudiáramos con

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cuidado como los ecosistemas naturales parecen ser capaces de existir indefinidamente, impulsados sólo por la luz del sol. En los últimos años he tenido la oportunidad de estudiar el metabolismo de Londres, cuantificando los recursos que entran en esta ciudad y los desechos que salen de ella. El metabolismo de ciudades como Londres, ahora con siete millones de habitantes, es básicamente linear —los recursos se toman de algún sitio, y los desecho se vierten en la biosfera—. Cada año 14 millones de toneladas de basura sólida no biodegradable son vertidos en vertederos, como Mucking en Essex, donde llevarán miles en años en desintegrarse. Mientras muchas ciudades hoy tienen un metabolismo linear, los ecosistemas de la propia naturaleza tiene un metabolismo esencialmente circular. Cada salida de un organismo individual es también una entrada que renueva el ambiente vivo entero del cual es una parte: la red de la vida se hace coherente en una cadena de beneficio mutuo. Para hacerse sostenibles, las ciudades tienen que desarrollar un metabolismo circular parecido a éste, usando y reutilizando recursos de manera tan eficiente como es posible y reduciendo al mínimo el uso de materiales y los vertidos al ambiente natural. El concepto de la ciudad como un súper-organismo dinámico y siempre evolucionando nos ayuda a formular estrategias para un futuro urbano sostenible. Nuevos sistemas de comunicación y modelos informatizados nos pueden ayudar a reinventar la ciudad. En este contexto, individuos y comunidades deberían tener un papel importante en la toma de decisiones. La sostenibilidad implica sistemas cibernéticos de realimentación que nos ayudan a ajustar continuamente nuestras relaciones el uno con el otro y con el mundo exterior. El cambio ocurrirá a diferentes niveles y escalas de impacto, de la acción individual a la interacción de la comunidad y la política de gobierno. Pensar comprensivamente sobre nuestras ciudades es un punto de partida importante en el proceso de remodelarlas. Para repensar la ciudad, primero debemos aceptar su complejidad, y los millares de relaciones mutuas que la definen. El verdadero desafío, sin embargo, es el de actuar de una manera diferente. Una vez que empezamos a luchar para el desarrollo de una interacción más beneficiosa con sistemas naturales, habrá un impacto profundo en su aspecto y funcionamiento. Es evidente que no puede haber desarrollo sostenible sin desarrollo sostenible urbano. En un mundo de ciudades, políticas apropiadas para transformar el funcionamiento de ciudades son un aspecto clave. Esto es reconocido en documentos esenciales de UN como la Agenda 21, preparado en la Cumbre de Río en 1992, y la Agenda de Hábitat, firmado por las naciones del mundo en la UN Cumbre de Ciudades en Estambul en 1996. Se puede decir que en términos ambientales, tiene sentido que las personas se congreguen en ciudades. Tienen el potencial para la diversidad,

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la mutualidad, y la eficacia de recursos por economías circulares. Bienestar económico no necesariamente implica un crecimiento en el consumo de recursos. El desarrollo sostenible requiere nuevas soluciones técnicas y de organización para asegurar el uso eficiente de recursos, reduciendo al mínimo la contaminación y los desechos. Es cada vez más evidente que esto también puede traer grandes ventajas sociales y económicas: nuevos sistemas de energía renovables, por ejemplo, pueden ser substituidos por suministro de combustibles fósiles que vienen de fuera, creando muchos nuevos empleos locales. ¿Qué es, pues, una ciudad sostenible? Utilizo la siguiente definición: «Una ciudad “sostenible” permite a todos sus ciudadanos cubrir sus propias necesidades y aumentar su bienestar sin hacer daño al mundo natural o poner en peligro las condiciones de vida de otras personas, ahora o en el futuro».

Para poner en práctica el desarrollo sostenible urbano, sistemas circulares y altamente productivos tienen que ser puestos en marcha, haciendo un uso eficiente de recursos y de superficies de tierra. Entre otras cosas esto implica reducir distancias entre la oferta y demanda de recursos: la sostenibilidad requiere que introduzcamos de nuevo el concepto de proximidad para aumentar la eficacia del consumo urbano —aunque esto se contrapone al «evangelio» económico de ventaja competitiva—. ¿Por ejemplo, podría al menos una parte de los alimentos que consumimos en nuestras ciudades venir de zonas urbanas? El crecimiento de la agricultura urbana es una tendencia significativa en ciudades de todo el mundo, ricas y pobres. En La Habana, Cuba, por ejemplo, surgió una emergencia económica como consecuencia del derrumbamiento de la Unión Soviética y la pérdida de ventas de azúcar a Rusia. Las autoridades municipales de La Habana se ocuparon de ello de una manera muy creativa. Utilizando abono orgánico hecho del bagazo, un producto derivado de la industria de caña de azúcar, crearon los llamados «organoponicos», un sistema de cultivo basado en arriates levantados que se extendían dentro de la misma ciudad. La Habana es una ciudad espaciosa y los ciudadanos podían utilizar las miles de hectáreas para cultivar una gama amplia de frutas y verduras. Los nuevos jardines penetran la ciudad y los jardineros venden sus productos a través de tiendas cooperativas. Shangai, también, estaba impregnado con huertas pero su crecimiento rápido ha reducido los campos disponibles dentro de la ciudad. La agricultura «intra-urbana» ha sido substituida por agricultura «peri-urbana» en los últimos años: la agricultura urbana se está transferiendo a las afueras de la ciudad. Las autoridades municipales del Shangai administran un total de 600,000 hectáreas de campos, de las cual la mitad consiste en zonas

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muy urbanizadas mientras la otra mitad son campos usados para suministrar una gran proporción de las necesidades de alimentos de la ciudad. Sistemas parecidas funcionan en muchas otras ciudades chinas. Esto es un sistema alimentario muy rentable y con alta eficacia de energía que las autoridades chinas no tienen ninguna intención de abandonar. Solo en Shangai emplea a 270,000 personas de una población total de 13 millones. La agricultura urbana no es sólo un fenómeno de los países en vías de desarrollo. Huertas prosperan en las comunidades pobres de Nueva York y muchas otras ciudades de EE.UU. La agricultura peri-urbana se está ampliando rápidamente. En los últimos diez años, más de 4000 nuevos mercados de granjeros han sido creados en ciudades americanas, principalmente suministradas por cultivadores peri-urbanos, ya que cada vez más consumidores compran sus alimentos de granjeros locales que conocen personalmente. En todo el mundo hay muchas iniciativas en marcha para localizar provisiones y crear sistemas urbanos eficientes y circulares. El reciclaje del acero y el aluminio, por ejemplo, reduce la necesidad de menas vírgenes. Lo mismo se aplica al papel. En EE.UU. en los últimos años las fábricas de papel tienden a ser construidos cerca de ciudades, no de bosques, porque las ciudades suministran cantidades enormes de papel basura, reduciendo el uso de árboles para fabricar papel. Muchos de estos acontecimientos son impulsados por el mercado, pero pueden ser acelerados por la política gubernamental. Por ejemplo, cambiando el sistema fiscal basado en impuestos sobre el trabajo a impuestos sobre el uso de recursos puede ayudar a cambiar una «sociedad de usar y tirar» en una que reutiliza y recicla. En Gran Bretaña en 1995, «el impuesto de vertederos» fue introducido, haciendo más caro verter la basura. Por consecuencia, el modelo de comportamiento de empresas se cambia, promoviendo nuevas iniciativas de reciclaje. Por ejemplo, hasta hace poco las empresas de construcción de carreteras del Reino Unido no tenían en cuenta los costes ambientales. Gastos más altos para deshacerse de la grava de superficies de carreteras viejas, debido al impuesto de vertederos; por esto es más económico raspar y reciclar estas superficies viejas, lo que hace la actividad mucho más sostenible. Actualmente en el Reino Unido sólo se recicla el 8% de la basura domestica. Sin embargo la Unión Europea insiste en tasas de reciclaje cada vez más altas. En Europa continental, tasas de 40% son la norma general. En EE.UU., estamos hablando de 30 al 35%. En Europa o EE.UU. tenemos la costumbre de usar métodos de reciclaje con uso intensivo de capital. En cambio, en ciudades del tercer mundo se alcanzan tasas de reciclaje más altas que en Europa o EE.UU. La mayor parte de materiales superfluos son reutilizados, reciclados y refabricados. Colectores de basura son muy evidentes, empujando sus carros por las calles y usando métodos en los que se emplea mucha mano de obra para el reciclaje.

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Reciclaje de basura en Curitiba, Brasil (H. Girardet)

Algunas ciudades del tercer mundo han puesto en marcha políticas innovadoras de gestión de desechos. En la ciudad de Curitiba en el sur de Brasil, las autoridades municipales vieron más rentable y socialmente beneficioso involucrar las comunidades en recoger y reciclar en vez de enviar camiones pesados. La gente en las fabelas recoge y separa su propia basura y en cambio recibe verduras frescas, cultivadas sobre basura orgánica municipal. Así los ciudadanos no sólo participan en limpiar sus vecindarios, sino también consumen alimentos sanos suministrados gratuitamente por las autoridades municipales. En general, este sistema es más eficiente que el uso de camiones pesados que recogen y vierten la basura en vertederos. Los métodos alternativos para tratar las aguas residuales también se extienden por todo el mundo. Hace poco Wessex Water en Bristol, RU decidió secar las aguas residuales de la ciudad y convertirlas en forma de pequeños gránulos, llamados Biogran. Esto se vende a granjeros como acondicionador de suelo y fertilizante. Las antiguas montañas de escoria en Merthyr Tydfil en el Sur País de Gales, que seguían siendo monstruosidades después de que las minas de carbón habían sido cerradas, han sido repoblados con vegetación utilizando las aguas residuales de Bristol, que son secadas y granuladas. En vez del vertir aguas residuales al mar, un

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sistema circular para la reutilización de aguas residuales urbanas ha sido puesto en marcha. Este sistema no es perfecto: sólo captura parte de los nitratos y fosfatos contenidos en las aguas residuales, y las pelotillas pueden contener cantidades pequeñas de metales pesados. Sin embargo, es un comienzo en la mejora de la tecnología del tratamiento de aguas residuales. Una cuestión crítica para el futuro es saber si los sistemas urbanos que han sido creados utilizando combustibles fósiles (y la energía nuclear) pueden funcionar con energías renovables. Hasta los años 1960, ciudades como Londres traían carbón desde fuera de la ciudad para quemar en estufas y centrales eléctricas locales. La consecuente niebla tóxica causaba problemas graves de salud. Como resultado del Clean Air Act (Ley de Aire Limpio), aprobada a principios de los 60s, las centrales eléctricas fueron trasladadas cientos de kilómetros fuera de las ciudades, descargando sus penachos de humo desde altas chimeneas. Esto resolvió problemas locales de contaminación del aire en las ciudades, pero en cambio causó problemas graves de lluvia ácida en otros lugares. También implica un uso muy ineficaz de combustibles fósiles ya que sólo el 30% de la energía contenida en el carbón o el gas se convierte en electricidad. Pero hoy tenemos alternativas realistas. Mejorar el uso eficaz del suministro de energía en nuestras ciudades y en el consumo urbano de energía, juntos, son condiciones previas para mejorar el rendimiento urbano de energía. Es crucial encontrar modos de poner en práctica alternativas energéticas no contaminantes dentro de las propias ciudades. ¿Podemos crear sistemas de energía renovables, más sostenibles, más locales, para nuestras ciudades? Muchas alternativas pueden ser citadas. En el Mercado de Smithfield, en Londres, una antigua cámara frigorífica ha sido convertida en una central de calor y poder combinado (CHP) que ahora suministra electricidad a la red. Opera con una eficacia del 90% prácticamente sin salidas de gases ácidos, haciendo un uso mucho más eficiente de combustibles fósiles, produciendo no sólo electricidad sino también agua caliente y refrigerada para usos locales. Hay pocos sistemas CHP en el Reino Unido pero son comunes en la mayoría de las ciudades de Escandinavia, reduciendo enormemente el consumo de energía por persona. Hoy la producción anual de CO2 de un ciudadano de Estocolmo (cinco toneladas por año) es la mitad de la de un Londinense. Una nueva tecnología energética incluso más importante son las células fotovoltaicas (PV). Hasta hace pocos años sólo se usaban en calculadoras o satélites. La electricidad PV es todavía cuatro a cinco veces más cara que la convencional, pero se espera que el coste baje rápidamente dentro de los próximos años debido a la demanda rápidamente creciente y la producción cada vez más automatizada de las células PV. Hay programas de apoyo institucional a gran escala en Japón, Europa y América.

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El proyecto de viviendas BedZED, en Sutton, Sur de Londres, integra muchas estrategias de construcción sostenible, desde tejados verdes y tratamiento ecológico de aguas residuales, hasta paneles PV y ventilación pasiva (Bill Dunster Architects)

Dan incentivos significativos a individuales y empresas para instalar células PV sobre los tejados y las paredes de edificios. Por consiguiente, el uso de células fotovoltaicas ya está en marcha. Urbanizaciones, estadios deportivos y edificios públicos en todo el mundo provienen de paneles PV para no depender en gran parte del suministro de la electricidad. Según una investigación de la empresa PB Solar, ciudades nubladas como Londres podrían ser en gran parte autosuficientes gracias a superficies cubiertas en paneles PV. La tecnología de células de fuel ha comenzado otra revolución energética. Esta tecnología sumamente eficiente convierte el hidrógeno directamente en electricidad sin combustión, mediante un proceso electroquímico. Autobuses, camiones y coches propulsados por células de fuel serán producidos de forma masiva dentro de unos años. Una ventaja importante que tienen para ciudades es la no-utilización de combustible cuando están inmóviles en atascos del tráfico o delante de semáforos. Células de fuel también pueden servir para barcos, edificios y distritos urbanos enteros. En varias ciudades de Europa y América, las centrales eléctricas con células de fuel ahora se están poniendo en marcha, haciendo uso muy eficiente del hidrógeno puro, así como el gas natural o el metanol. Es claro que los sistemas de energía que impulsan nuestras ciudades pueden ser mejorados dramáticamente y su dependencia en combustibles fósiles reducida enormemente. Londres es un ejemplo. Actualmente consume alrededor de 20 millones de toneladas-equivalente del petróleo cada

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año y descarga aproximadamente 60 millones de toneladas de CO2. A través del uso eficaz de la energía, el CHP y la tecnología de células PV y de fuel, esa cifra podría ser reducida a la mitad dentro de unas décadas. Hay también un potencial enorme para la creación de empleo y de negocio. Decenas de miles de nuevos empleos serían creados re-localizando los sistemas de energía de una ciudad como Londres. Sin embargo, para crear sistemas de energía urbanos sostenibles, es vital poner en práctica las políticas institucionales apropiadas a nivel estatal y local. El transporte integrado para ciudades es otro ejemplo. Se ha hablado de este tema a menudo, pero resulta difícil encontrar buenos ejemplos. Aquí, otra vez, la ciudad de Curitiba en Brasil ha tomado iniciativas de política significativas. Creciendo rápidamente a 1.6 millón de personas en 30 años, la ciudad ha organizado un sistema de autobús muy eficiente y sumamente integrado para servir a toda la ciudad; moverse resulta agradable y rápido sin el enorme costo de construir un sistema de metro. Curitiba creó una jerarquía de servicios de autobús —de los que sólo sirven un barrio hasta autobuses articulados rápidos que cruzan la ciudad en rutas dedicadas—. Substituyendo paradas de autobús convencionales con los llamadas «tubos de carga» acelera los viajes en autobús: los viajeros sacan su billete al entrar en los tubos y cuando llega el autobús, todos pueden subir y bajar al instante. Pero tan importante como la creación de sistemas integrados de transporte es la creación de los modos de vida locales que no requieren el transporte motorizado en primer lugar. En Holanda y en otros lugares en el continente europeo, el ciclismo es una forma normal de viajar, y se organizan los modos de vida alrededor de viajes cortos siempre que sea posible. Las zonas peatonales son otro ejemplo que se esta poniendo en practica extensamente. El poder de músculo que nos permite andar en bici o pasear proviene del alimento y la bebida: qué manera más simple y práctica de impulsar el transporte sostenible urbano. Parte del problema actual de nuestras ciudades es que estas son percibidas por muchas personas como sitios no hospitalarios de los que quieren escapar, si tienen oportunidad. Mucha gente sueña con zonas verdes y agradables y con las afueras de la ciudad, donde creen que pueden acercarse a la naturaleza y, tal vez, conseguir más paz mental. Esto es un gran desafío para la planificación urbana. Es crucial que aprendamos a crear ciudades que sean sedentarias, que no sean centros de movilización, sino de civilización, de cultura urbana y del intercambio urbano y creativo entre las personas. Es sumamente importante encontrar modos de convertir nuestras ciudades en sitios realmente hospitalarios, cordiales, con una gama amplia de instalaciones para comunidad, lugares de encuentro, plazas, parques y jardines vecinales. Tenemos que crear condiciones para que la gente pueda sentirse orgullosa de su barrio, y disfrutar de sus vidas diarias urbanas.

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Esto también significa mejorar la arquitectura de nuestras ciudades, alejándose de los ángulos rectos repetitivos y líneas rectas que caracterizan tantos edificios recientes. Debemos crear edificios con fachadas solares que son sumamente eficientes en términos energéticos; pero también deben ser hermosos, imaginativos y hasta excéntricos. Muchas ciudades tienen algunos edificios recientes insólitos, como las creaciones de Gaudi en Barcelona, o los edificios de Hundertwasser en Viena, que resultan ser sumamente populares entre vecinos y visitantes. Ciudades modernas se benefician enormemente del diseño menos estándar de edificios, animando el ambiente urbano. Hay una creatividad enorme encerrada en todas las ciudades. Técnicas como foros de vecinos, la creación de acuerdos generales y la planificación de acciónes deberían ser usadas para liberar esta creatividad porque invariablemente conduce a la mejora de la interacción social. El diálogo activo entre los ciudadanos sobre intereses compartidos refuerza procesos democráticos y amplia horizontes. Esto es crucial ya que creo que no puede existir sostenibilidad sin participación. Tenemos que desarrollar nuevos mecanismos de retroalimentación cultural, permitiendo a los ciudadanos aprender sobre condiciones e impactos ambientales, o sobre nuevos ejemplos de desarrollo sostenible de «mejor práctica» que pueden ser relevantes a sus ciudades. Podemos hacer mucho para cambiar la manera de diseñar y manejar nuestras ciudades. Muchas personas se hacen cada vez más conscientes de que nuestros esfuerzos para mejorar el ambiente «vivo» deben enfocarse en ciudades y modos de vida urbanos. Las ciudades de todo el mundo no pueden evitar participar en una economía de globalización; sin embargo, podemos ayudar a crear sistemas urbanos que sean sumamente eficientes en su uso de recursos y menos dependientes de fuentes de suministro insostenibles globales. Conseguir el desarrollo urbano más ecológico e independiente es uno de los desafíos más grandes del siglo XXI . Las herramientas para esto son la política, la tecnología y la participación. Soy, desde luego, consciente de muchos otros problemas que afrontan las ciudades a principios del nuevo milenio: profundos desigualdades sociales, pobreza y condiciones marginales de millones de personas, personas que viven sin techo, en paro, la contaminación intra-urbana del agua, el aire y el suelo. Estos problemas son agudos sobre todo en las ciudades en países en vías de desarrollo que están creciendo rápidamente. He tocado estas cuestiones en más detalle en otros lugares [7]. Muchos esfuerzos han sido dirigidos a enfrentarlas por numerosas iniciativas a niveles local, nacional y global. En este artículo me he centrado principalmente en la cuestión de la sostenibilidad ambiental de ciudades, o la carencia actual de ella, porque esta cuestión, a menudo urgente, se ignora en el debate sobre el futuro de

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ciudades. Creo, pues, que en un mundo urbano, hay que comprender que no puede haber desarrollo sostenible sin desarrollo sostenible urbano. Este artículo quiere contribuir a la discusión sobre este problema clave que nos afronta en el siglo XXI. Bibliografía [1] WORLDWATCH INSTITUTE (2000), State of the World 2000. Washington, D.C. [2] SATTERTHWAITE, D. (1996), An Urbanising World, the second global report on human settlements. Oxford University Press, Oxford. [3] WORLDWATCH INSTITUTE (1999), State of the World 1999. Washington, D.C. [4] GIRARDET, H. (1999), Creating Sustainable Cities. Green Books, Dartington. [5] CASTELLS, M. (1996), The Network Society. Blackwells, Oxford. [6] REES, W. y WACKERNAGEL, M. (1992), Our Ecological Footprint. New Society Publishers, Gabriola Island, BC, Canada. [7] GIRARDET, H. (1996), The Gaia Atlas of Cities: New directions of sustainable urban living. Gaia Books, London.

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Anexo El metabolismo de Londres Metropolitano, Población 7.000.000 Toneladas (T) por año

1. Consumos Combustible total (T de petróleo equivalente) Oxígeno Agua Alimentos Madera Papel Plásticos Cristal Cemento Ladrillos, bloques, arena y asfalto Metales (total)

20.000.000 40.000.000 1.002.000.000 2.400.000 1.200.000 2.200.000 2.100.000 360.000 1.940.000 36.000.000 1.200.000

2. Desechos CO2 SO2 NOx Aguas residuales digeridas Desechos de demolición e industriales Desechos cívicos, comerciales y domésticos

60.000.000 400.000 280.000 7.500.000 11.400.000 3.900.000

Compilado por el autor, 1995 y 1996. Fuentes disponibles.

La huella ecológica de Londres Metropolitano Área

Área de superficie Área requerida para la producción de alimentos Área forestal requerida para productos de madera Área de vegetación necesaria para el secuestro de carbón Huella ecológica total de Londres Área de superficie de Gran Bretaña Tierra productiva en Gran Bretaña * 125 veces su superficie. Compilado por el autor, 1996. Fuentes disponibles.

Hectáreas

Ha por persona

158.000 8.400.000 768.000 10.500.000 19.700.000* 24.400.000 21.000.000

0,023 1,2 0,11 1,5 2,81

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