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COMENTARIO BÍBLICO DE WILLIAM MacDONALD Editorial CLIE
LUCAS William MacDonald Título original en inglés: Believer’s Bible Commentary Algunos de los materiales de esta obra fueron editados previamente por Harold Shaw Publishers y Walterick Publishers, y han sido empleados con su permiso. No obstante, han sido revisados, expandidos y editados considerablemente. Publicado originalmente en dos tomos, Antiguo y Nuevo Testamento. Traductores de la versión española del Antiguo Testamento: Neria Díez, Donald Harris, Carlos Tomás Knott, José Antonio Septién. Editor y revisor de traducciones: Carlos Tomás Knott. Traductor de la versión española del Nuevo Testamento: Santiago Escuain. Copyright © 2004 por CLIE para esta edición completa en español. Este comentario se basa en la traducción Reina Valera, revisión de 1960. Copyright © 1960 Sociedades Bíblicas Unidas. Todas las citas bíblicas, a menos que se indique lo contrario, están tomadas de esta versión. «BAS » indica que la cita es de la versión Biblia de las Américas, Copyright © 1986 The Lockman Foundation. Los esquemas y otros gráficos son propiedad de William MacDonald. Depósito Legal: ISBN: 978-84-8267-410-0 Clasifíquese: 98 HERMENÉUTICA: Comentarios completos de toda la Biblia C.T.C. 01-02-0098-04 Referencia: 22.45.73
Prefacio del autor El propósito del Comentario Bíblico de William MacDonald es darle al lector cristiano medio un conocimiento básico del mensaje de la Sagrada Biblia. También tiene como propósito estimular un amor y apetito por la Biblia de modo que el creyente deseará profundizar más en sus tesoros inagotables. Confío en que los eruditos encuentren alimento para sus almas, pero deberán tener en consideración y comprender que el libro no fue escrito primariamente para ellos. Todos los libros han sido complementados con introducciones, notas y bibliografías. A excepción de Salmos, Proverbios y Eclesiastés, la exposición del Antiguo Testamento se presenta principalmente de párrafo en párrafo en lugar de versículo por versículo. Los comentarios sobre el texto son aumentados por aplicaciones prácticas de las verdades espirituales, y por un estudio sobre tipos y figuras cuando es apropiado. Los pasajes que señalan al Redentor venidero reciben trato especial y se comentan con más detalle. El trato de los libros de Salmos, Proverbios y Eclesiastés es versículo por versículo, porque no se prestan a condensación, o bien porque la mayoría de los creyentes desea estudiarlos con más detalle. Hemos intentado enfrentar los textos problemáticos y cuando es posible dar explicaciones alternativas. Muchos de estos pasajes ocasionan desesperación en los comentaristas, y debemos confesar que en tales textos todavía «vemos por espejo, oscuramente». Pero la misma Palabra de Dios, iluminada por el Espíritu Santo de Dios, es más importante que cualquier comentario sobre ella. Sin ella no hay vida, crecimiento, santidad ni servicio aceptable. Debemos leerla, estudiarla, memorizarla, meditar sobre ella y sobre todo obedecerla. Como alguien bien ha dicho: «La obediencia es el órgano del conocimiento espiritual». Willian McDonald
Introducción del editor «No menospreciéis los comentarios». Éste fue el consejo de un profesor de la Biblia a sus alumnos en Emmaus Bible School (Escuela Bíblica Emaús) en la década de los 50. Al menos un alumno se ha acordado de estas palabras a lo largo de los años posteriores. El profesor era William MacDonald, autor del Comentario Bíblico. El alumno era el editor de la versión original del Comentario en inglés, Arthur Farstad, quien en aquel entonces estaba en su primer año de estudios. Sólo había leído un comentario en su vida: En los Lugares Celestiales (Efesios) por H. A. Ironside. Cuando era joven leía ese comentario cada noche durante un verano, y así Farstad descubrió qué es un comentario.
¿Qué es un comentario? ¿Qué es exactamente un comentario y por qué no debemos menospreciarlo? Un editor cristiano hizo una lista de quince tipos de libros relacionados con la Biblia. No debería extrañar, entonces, si algunas personas no saben describir la diferencia entre un comentario,
una Biblia de estudio, una concordancia, un atlas, un interlineal y un diccionario bíblico, nombrando sólo cinco categorías. Aunque sea una perogrullada, un comentario comenta, es decir, hace un comentario que ayuda a entender el texto, versículo por versículo o de párrafo en párrafo. Algunos cristianos desprecian los comentarios y dicen: «sólo quiero leer la Biblia misma y escuchar una predicación». Suena a piadoso, pero no lo es. Un comentario meramente pone por impreso la mejor (y más difícil) clase de exposición bíblica: la enseñanza y predicación de la Palabra de Dios versículo por versículo. Algunos comentarios (por ejemplo, los de Ironside) son literalmente sermones impresos. Además, las más grandes exposiciones de la Biblia de todas las edades y lenguas están disponibles en forma de libro en inglés (tarea que todavía nos incumbe en castellano). Desafortunadamente, muchos son tan largos, tan antiguos y difíciles que el lector cristiano corriente se desanima y no saca mucho provecho. Y ésta es una de las razones de ser del Comentario Bíblico de William MacDonald.
Tipos de comentarios Teóricamente, cualquier persona interesada en la Biblia podría escribir un comentario. Por esta razón, hay toda una gama de comentarios desde lo muy liberal hasta lo muy conservador, con todos los matices de pensamientos en el intermedio. El Comentario Bíblico de William MacDonald es un comentario muy conservador, que acepta la Biblia como la Palabra de Dios inspirada e inerrante, y totalmente suficiente para la fe y la práctica. Un comentario podría ser muy técnico (con detalles menudos de la sintaxis del griego y hebreo), o tan sencillo como una reseña. Este comentario está entre estos dos extremos. Cuando hacen falta comentarios técnicos, se hallan en las notas al final de cada libro. El escritor comenta seriamente los detalles del texto sin evadir las partes difíciles y las aplicaciones convincentes. El hermano MacDonald escribe con una riqueza de exposición. La meta no es producir una clase de cristianos nominales con comprensión mínima y sin mucho compromiso, sino más bien discípulos. Los comentarios también suelen distinguirse según su «escuela teológica»: conservadora o liberal, protestante o católico romano, premilenial o amilenial. Este comentario es conservador, protestante y premilenial.
Cómo emplear este libro Hay varias formas de acercarse al Comentario Bíblico de William MacDonald. Sugerimos el siguiente orden como provechoso: Hojear: Si le gusta la Biblia o la ama, le gustará hojear este libro, leyendo un poco en diferentes lugares y disfrutándolo así de forma rápida, apreciando el sentido general de la obra. Un Pasaje específico: Puede que tengas una duda o pregunta acerca de un versículo o párrafo, y que necesites ayuda sobre este punto. Búscalo en el lugar apropiado en el contexto y seguramente hallarás material bueno. Una doctrina: Si estudia la creación, el día de reposo, los pactos, las dispensaciones, o el ángel de JEHOVÁ, busque los pasajes que tratan estos temas. El índice indica los ensayos que hay sobre esta clase de tema. En el caso de algo que no aparezca en el índice, use una
concordancia para localizar las palabras claves que le guiarán a los pasajes centrales que tratan el punto en cuestión. Un libro de la Biblia: Quizá en su congregación estudian un libro del Antiguo Testamento. Será grandemente enriquecido en sus estudios (y tendrá algo que contribuir si hay oportunidad) si durante la semana antes de cada estudio lee la porción correspondiente en el comentario. Toda la Biblia: Tarde o temprano cada cristiano debe leer toda la Biblia, comenzando en el principio y continuando hasta el final, sin saltar pasajes. A lo largo de la lectura se encontrarán textos difíciles. Un comentario cuidadoso y conservador como éste puede ser de mucha ayuda. El estudio de la Biblia puede parecerle al principio como «trigo molido», es decir: nutritivo pero seco, pero si persevera y progresa, ¡vendrá a ser como «tarta de chocolate»! El consejo del hermano MacDonald, dado hace tantos años: «no menospreciéis los comentarios», todavía es válido. Habiendo estudiado cuidadosamente sus comentarios sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, puedo decir lo siguiente: «¡disfrútelo!».
Abreviaturas Abreviaturas de libros de la Biblia Libros del Antiguo Testamento Gn. Éx. Lv. Nm. Dt. Jos. Jue. Rt. 1 S. 2 S. 1 R. 2 R. 1 Cr. 2 Cr. Esd. Neh. Est. Job Sal. Pr. Ec. Cnt. Is. Jer.
Génesis Éxodo Levítico Números Deuteronomio Josué Jueces Rut 1 Samuel 2 Samuel 1 Reyes 2 Reyes 1 Crónicas 2 Crónicas Esdras Nehemías Ester Job Salmos Proverbios Eclesiastés Cantares Isaías Jeremías
Lm. Ez. Dn. Os. Jl. Am. Abd. Jon. Mi. Nah. Hab. Sof. Hag. Zac. Mal.
Lamentaciones Ezequiel Daniel Oseas Joel Amós Abdías Jonás Miqueas Nahúm Habacuc Sofonías Hageo Zacarías Malaquías Libros del Nuevo Testamento
Mt. Mr. Lc. Jn. Hch. Ro. 1 Co. 2 Co. Gá. Ef. Fil. Col. 1 Ts. 2 Ts. 1 Ti. 2 Ti. Tit. Flm. He. Stg. 1 P. 2 P. 1 Jn. 2 Jn. 3 Jn. Jud. Ap.
Mateo Marcos Lucas Juan Hechos Romanos 1 Corintios 2 Corintios Gálatas Efesios Filipenses Colosenses 1 Tesalonicenses 2 Tesalonicenses 1 Timoteo 2 Timoteo Tito Filemón Hebreos Santiago 1 Pedro 2 Pedro 1 Juan 2 Juan 3 Juan Judas Apocalipsis
Abreviaturas de versiones de la Biblia, traducciones y paráfrasis ASV BAS FWG JBP JND KJV KSW LB La Biblia al Día) NASB NEB NIV NKJV R.V. RSV RV RVR RVR77 V.M.
American Standard Version Biblia de las Américas Biblia Numérica de F. W. Grant Paráfrasis de J. B. Phillips New Translation de John Nelson Darby King James Version An Expanded Translation de Kenneth S. Wuest Living Bible (paráfrasis de la Biblia, que existe en castellano como New American Standard Bible New English Bible New International Version New King James Version Revised Version (Inglaterra) Revised Standard Version Reina-Valera, revisión de 1909 Reina-Valera, revisión de 1960 Reina-Valera, revisión de 1977 Versión Moderna de H. B. Pratt
Otras abreviaturas a.C. Aram. AT c. cap. caps. CBC cf. d.C. e.g. ed. eds. et al. fem. Gr. i.e. ibid. ICC lit. LXX
Antes de Cristo Arameo Antiguo Testamento circa, alrededor capítulo capítulos Comentario Bíblico confer, comparar después de Cristo exempli gratia, por ejemplo editado, edición, editor editores et allii, aliæ, alia, y otros femenino griego id. est, esto es ibidem, en el mismo lugar International Critical Commentary literalmente Septuaginta (antigua versión gr. del AT)
M marg. masc. ms., mss., MT NCI NT NU p.ej. pág., págs. s.e. s.f. TBC Trad. v., vv. vol(s). vs.
Texto Mayoritario margen, lectura marginal masculino manuscrito(s) Texto Masorético Nuevo Comentario Internacional Nuevo Testamento NT griego de Nestle-Aland/S. Bíblicas Unidas por ejemplo página(s) sin editorial, sin lugar de publicación sin fecha Tyndale Bible Commentary Traducido, traductor versículo(s) volumen, volúmenes versus, frente a
Transliteración de palabras hebreas El Comentario al Antiguo Testamento, habiendo sido hecho para el cristiano medio que no ha estudiado el hebreo, emplea sólo unas pocas palabras hebreas en el texto y unas cuantas más en las notas finales.
El Alfabeto Hebreo Letra hebrea
Nombre
Equivalente en inglés
Álef
´
Bet
b (v)
Guímel
g
Dálet
d
He
h
Vau
w
Zain
z
Chet
h
Tet
t
Yod
y
Caf
k (kh con la h aspirada)
Lámed
l
Mem
m
Nun
n
Sámec
s
Ayín
´
Pe
p (ph)
Tsade
ts
Cof
q
Resh
r
Sin
s
Shin
sh (con la h aspirada)
Tau
t (th)
El hebreo del Antiguo Testamento tiene veintidós letras, todas consonantes; los rollos bíblicos más viejos no tenían vocales. Estos «puntos vocales», como se les llama, fueron inventados y colocados durante el siglo VII d.C. El hebreo se escribe de derecha a izquierda, lo opuesto a idiomas occidentales tales como español e inglés. Hemos empleado un sistema simplificado de transliteración (similar al que usan en el estado de Israel en tiempos modernos y las transliteraciones populares). Por ejemplo, cuando «bet» es pronunciado como la «v» en inglés, ponemos una «v» en la transliteración.
Transliteración de palabras griegas Nombre griego
Letra griega
Equivalente en inglés
alfa
α
a
beta
β
b
gamma
γ
g, ng
delta
δ
d
épsilon
ε
e (corta)
tseta
ζ
ts
eta
η
e (larga)
zeta
θ
z
iota
ι
i
kappa
κ
k
lambda
λ
l
mu
μ
m
nu
ν
n
xi
ξ
x
ómicron
ο
o
pi
π
p
rho
π
r
sigma
σ
s
tau
τ
t
ípsilon
υ
u, y
fi
φ
f
ji
χ
j
psi
ψ
ps
omega
ω
o (larga)
EL EVANGELIO SEGÚN LUCAS Introducción «Le plus beau livre qu’il y ait.»
Ernest Renan
I. Su singular puesto en el Canon «El libro más hermoso que existe»: esta frase es ciertamente una gran alabanza, especialmente cuando viene de un escéptico. Y ésta es la valoración que hace el crítico francés Renan del Evangelio de Lucas. ¿Y cuál creyente sensible que lea la inspirada obra maestra del evangelista querría contradecir estas palabras? Lucas es posiblemente el único lector gentil escogido por Dios para plasmar Sus Escrituras, y esto puede en parte explicar su especial atracción sobre nosotros, los herederos occidentales de la cultura grecorromana. Espiritualmente, quedaríamos muy empobrecidos en nuestra apreciación del Señor Jesús y Su ministerio sin el singular énfasis del doctor Lucas. El amor de nuestro Señor para con nosotros y Su ofrecimiento de salvación a todos, no solamente a los judíos, Se destacan su especial interés por cada persona, sí, también por los pobres y marginados. Lucas da también un intenso énfasis a la alabanza (dándonos ejemplos de los más antiguos «himnos» en Lucas 1 y 2), a la oración y al Espíritu Santo.
II. Paternidad Lucas, que era antioqueño de raza y médico de profesión, fue durante mucho tiempo compañero de Pablo, y tuvo una prolija comunicación con los otros apóstoles, y en dos libros nos dejó ejemplos de la medicina para almas que consiguió de ellos. Esta evidencia externa de Eusebio en su Historia Eclesiástica tocante a la paternidad del Tercer Evangelio (III, 4) concuerda con la universal tradición cristiana. Ireneo cita extensamente el Tercer Evangelio como de Lucas. Otros antiguos apoyos a la paternidad lucana incluyen Justino Mártir, Hegesipo, Clemente de Alejandría y Tertuliano. En la edición cuidadosamente partidista y condensada de Marción, Lucas es el único evangelio aceptado por aquel notorio hereje. El fragmentario Canon de Muratori llama «Lucas» a este Tercer Evangelio. Lucas es el único evangelista que escribe una secuela a su Evangelio, y es en base de este libro, Hechos, que aparece con la mayor claridad la paternidad lucana. Las secciones de Hechos en primera persona del plural, «nosotros», son pasajes en los que el escritor estuvo personalmente involucrado (16:10; 20:5, 6; 21:15; 27:1; 28:16; cf. 2 Ti. 4:11). Mediante el proceso de eliminación, sólo Lucas concuerda con todos estos periodos. Queda bien claro por las dedicatorias a Teófilo y por el estilo de redacción que Lucas y Hechos son del mismo autor.
Pablo llama a Lucas «el médico amado» y lo nombra por separado de los cristianos judíos (Col. 4:14), lo que haría de él el único escritor gentil del NT. En cuanto a su tamaño, Lucas-Hechos es más extenso que todas las epístolas de Pablo reunidas. La evidencia interna fortalece la documentación externa y la tradición de la iglesia. El vocabulario (a menudo más preciso en sus términos médicos que los otros escritores del NT), junto con su depurado estilo griego, apoyan la paternidad de un doctor cristiano gentil, pero totalmente familiarizado con los temas judaicos. La repetida mención de fechas por parte de Lucas y su precisión en la investigación (p.ej., 1:1–4; 3:1), hacen de él el primer historiador de la iglesia.
III. Fecha La fecha más probable de Lucas es en los primeros años de la década de los 60 del primer siglo. Mientras que algunos ponen a Lucas entre el 75–85 (o incluso el siglo II), esto se debe generalmente, al menos en parte, a la negación de que Cristo pudiese predecir con exactitud la destrucción de Jerusalén. La ciudad fue destruida en el año 70 d.C., de modo que la profecía del Señor tuvo que quedar registrada antes de esta fecha. Por cuanto hay un acuerdo prácticamente total de que Lucas ha de preceder a Hechos en el tiempo, y Hechos termina alrededor del 63 d.C. con Pablo en Roma, la fecha ha de ser anterior. Difícilmente habría omitido el primer historiador de la iglesia el gran fuego de Roma y la persecución de los cristianos por Nerón como cabezas de turco, si estas cosas ya hubiesen acontecido. Por ello, lo más probable parece una fecha de alrededor del 61–62 d.C.
IV. Trasfondo y tema Los griegos buscaban un ser humano perfectamente divino —uno que tuviese las mejores características tanto del hombre como de la mujer, pero sin ninguno de sus fallos— . Ésta es la presentación que hace Lucas de Cristo como Hijo del Hombre —fuerte, pero compasivo—. Su humanidad aparece en primer plano. Su vida de oración, por ejemplo, es mencionada con mayor frecuencia que en cualquiera de los otros Evangelios. Su simpatía y compasión se mencionan una y otra vez. Quizá sea por eso que las mujeres y los niños ocupan un lugar tan destacado. Al Evangelio de Lucas se lo conoce también como el Evangelio misionero. Aquí el evangelio sale a los gentiles, y Jesús es presentado como el Salvador del mundo. Finalmente, este Evangelio es también un manual de discipulado. Seguimos el camino del discipulado en la vida de nuestro Señor, y lo oímos expuesto en Su instrucción de Sus seguidores. Es en este rasgo que seguiremos de manera particular nuestra exposición. En la vida del Hombre Perfecto encontraremos los elementos que constituyen la vida ideal para todos los hombres. En Sus palabras incomparables encontraremos también el camino de la cruz al que nos llama. Que al pasar a estudiar el Evangelio de Lucas prestemos atención y demos oído al llamamiento del Salvador, abandonándolo todo para seguirle. La obediencia es el órgano del conocimiento espiritual. El significado de las Escrituras se nos va haciendo cada vez más claro al entrar en las experiencias descritas.
BOSQUEJO I. PREFACIO: EL PROPÓSITO DE LUCAS Y SU MÉTODO (Cap. 1:1–4) II. EL ADVENIMIENTO DEL HIJO DEL HOMBRE Y SU PRECURSOR (Caps. 1:5–2:52) III. LA PREPARACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE PARA MINISTRAR (Caps. 3:1– 4:30) IV. EL HIJO DEL HOMBRE DEMUESTRA SU PODER (Caps. 4:31–5:26) V. EL HIJO DEL HOMBRE EXPLICA SU MINISTERIO (Caps. 5:27–6:49) VI. EL HIJO DEL HOMBRE EXPANDE SU MINISTERIO (Caps. 7:1–9:50) VII. AUMENTA LA OPOSICIÓN CONTRA EL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 9:51– 11:54) VIII. ENSEÑANZA Y CURACIÓN CAMINO DE JERUSALÉN (Caps. 12–16) IX. EL HIJO DEL HOMBRE INSTRUYE A SUS DISCÍPULOS (Caps. 17:1–19:27) X. EL HIJO DEL HOMBRE EN JERUSALÉN (Caps. 19:28–21:38) XI. LA PASIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 22, 23) XII. EL TRIUNFO DEL HIJO DEL HOMBRE (Cap. 24)
Comentario I. PREFACIO: EL PROPÓSITO DE LUCAS Y SU MÉTODO (Cap. 1:1–4) En su prefacio, Lucas se revela como historiador. Describe los materiales fuente a los que ha tenido acceso y los métodos que sigue. Luego explica su propósito por escrito. Desde la perspectiva humana tenía ambos tipos de materiales fuente: relatos escritos de la vida de Cristo e informes orales de parte de aquellos que fueron testigos oculares de los acontecimientos de Su vida. 1:1 Los relatos escritos se describen en el versículo 1: Puesto que muchos han tomado a su cargo el compilar un relato ordenado de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, … No sabemos quiénes eran estos escritores. Puede que Mateo y Marcos estuviesen entre ellos, pero los demás, evidentemente, no estaban inspirados. (Juan escribió con posterioridad.) 1:2 Lucas también se apoyó en relatos orales de los que desde el principio fueron testigos oculares y servidores de la Palabra, y que ellos nos la transmitieron. Lucas mismo no pretende ser testigo ocular, pero tuvo entrevistas con los que sí lo eran. Describe a estos asociados de Jesús como testigos oculares y servidores de la Palabra. Aquí emplea él la Palabra como nombre de Cristo, igual que Juan en su Evangelio. El «principio» significa aquí el principio de la era cristiana proclamada por Juan el Bautista. El hecho de que Lucas emplease relatos escritos y orales no constituye ninguna negación de la inspiración verbal de lo que él escribió. Sencillamente significa que el Espíritu Santo lo condujo en la elección y disposición de sus materiales. Comenta James S. Stewart: Lucas deja perfectamente en claro que los escritores inspirados no quedaron milagrosamente liberados de la necesidad de una prolija investigación histórica… La
inspiración no era que Dios trascendiese de manera mágica las mentes y facultades humanas; era Dios expresando Su voluntad por medio de la dedicación de las mentes y facultades humanas. No sustituye la propia personalidad del escritor sagrado, haciéndole una máquina de Dios; refuerza su personalidad y hace de él un testigo viviente de Dios. 1:3 Lucas da una breve declaración de su motivo y del método que emplea: me ha parecido bien también a mí, después de haber investigado todo con esmero desde su origen, escribirte ordenadamente, excelentísimo Teófilo. En cuanto a su motivación, dice sencillamente que me ha parecido bien también a mí. Al nivel humano, había la sosegada convicción de que debía escribir este Evangelio. Sabemos, naturalmente, que el constreñimiento divino estaba intrincadamente mezclado con esta decisión humana. En cuanto a su método, él siguió primero el curso de todo con precisión desde su origen, y luego lo escribió todo en orden. Su tarea involucró una cuidadosa y científica investigación del curso de los acontecimientos en la vida de nuestro Salvador. Lucas comprobó la precisión de sus fuentes, eliminó todo lo que no era históricamente cierto ni espiritualmente relevante, y luego recopiló sus materiales en orden tal como los tenemos en la actualidad. Cuando dice Lucas que escribió ordenadamente no se refiere necesariamente a un orden cronológico. Los acontecimientos en este Evangelio no están siempre dispuestos en el orden en que tuvieron lugar. Están más bien en un orden moral o espiritual, esto es, están vinculados de forma temática y con un criterio de instrucción moral más que por cronología. Aunque este Evangelio y el libro de Hechos fueron dirigidos a Teófilo, sabemos sorprendentemente poco acerca de él. Su título de excelentísimo sugiere que era un funcionario del gobierno. Su nombre significa amigo de Dios. Es probable que fuese un cristiano que tenía un puesto de honor y responsabilidad en la administración exterior del Imperio Romano. 1:4 El propósito de Lucas era el de dar a Teófilo un relato escrito que confirmaría la valía de todo lo que le había sido enseñado acerca de la vida y del ministerio del Señor Jesús. El mensaje escrito daría una fijeza que lo preservaría de las inexactitudes de la transmisión oral continuada. De este modo, en los versículos del uno al cuatro nos presentan un trasfondo breve pero iluminador acerca de las circunstancias humanas bajo las que fue escrito este libro de la Biblia. Nosotros sabemos que Lucas escribió por inspiración. Él no menciona aquí este extremo, aunque lo implica con las palabras desde su origen (v. 3), que también puede traducirse como desde lo alto.
II. EL ADVENIMIENTO DEL HIJO DEL HOMBRE Y SU PRECURSOR (Caps. 1:5–2:52) A.
Anuncio del Nacimiento del Precursor (1:5–25)
1:5–6 Lucas comienza su narración presentándonos a los padres de Juan el Bautista. Vivían en la época en que el malvado Herodes el Grande era rey de Judea. Este rey era idumeo, esto es, un descendiente de Esaú. Zacarías (que significa Jehová recuerda) era un sacerdote perteneciente al turno de Abías, uno de los veinticuatro turnos en el que David había dividido el sacerdocio judío (1 Cr. 24:10). Cada turno era llamado a servir en el templo en Jerusalén dos veces al año de sábado en sábado. Había tantos sacerdotes en esta época que el privilegio de quemar
incienso en el Lugar Santo venía una vez en toda la vida, si es que podía accederse al mismo. Elisabet (que significa el juramento de Dios) descendía también de la familia sacerdotal de Aarón. Ella y su marido eran devotos judíos, solícitos en su observancia de las Escrituras del AT, tanto en lo moral como en lo ceremonial. Naturalmente, no eran sin pecado, pero cuando pecaban, se aseguraban de ofrecer un sacrificio u obedecer en la forma apropiada la demanda ritual. 1:7 Esta pareja no tenían hijo, lo que para cualquier judío era una condición oprobiosa. El doctor Lucas observa que la causa radicaba en la esterilidad de Elisabet. El problema estaba agravado por el hecho de que ambos eran de edad avanzada. 1:8–10 Un día, Zacarías estaba cumpliendo sus deberes sacerdotales en el santuario. Éste era un día magno en su vida, porque había sido escogido por suertes para quemar incienso en el Lugar Santo. Toda la multitud del pueblo estaba reunida afuera del santuario, y estaban orando. Nadie parece saber de manera concreta qué hora era la llamada hora del incienso. Es inspirador observar que este Evangelio comienza con el pueblo orando en el templo, y que termina con el pueblo alabando a Dios en el templo. Los capítulos en medio enseñan cómo hubo respuesta a las oraciones en la Persona y obra de Jesús. 1:11–14 Con el sacerdote y el pueblo dedicados a la oración, era un momento y marco apropiados para una revelación divina. Se apareció un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar —el lugar de favor—. Al principio, Zacarías se sintió aterrado; ninguno de sus coetáneos había jamás visto un ángel. Pero el ángel le tranquilizó con nuevas maravillosas. Le nacería un hijo a Elisabet, que sería llamado Juan (el favor o la gracia de Jehová). Además de traer gozo y júbilo a sus padres, sería para bendición de muchos. 1:15 Este niño iba a ser grande a los ojos del Señor (la única clase de grandeza que realmente importa). Ante todo, sería grande en su separación personal a Dios: no bebería jamás vino (hecho de uva) ni licor (hecho de grano). Segundo, sería grande en sus dotes espirituales; sería lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre. (Esto no puede significar que Juan fuese salvo o convertido desde su nacimiento, sino sólo que el Espíritu de Dios estaba en él desde el principio para prepararlo para su especial misión como precursor de Cristo.) 1:16–17 En tercer lugar, sería grande en su papel como heraldo del Mesías. A muchos del pueblo judío haría volver al Señor. Su ministerio sería como el del profeta Elías, tratando de llevar al pueblo a una recta relación con Dios por medio del arrepentimiento. Como observa G. Coleman Luck: Su predicación volvería el corazón de padres descuidados a un verdadero interés espiritual por sus hijos. También volvería los corazones de hijos desobedientes y rebeldes a la «sabiduría de los justos». En otras palabras, él se esforzaría por reunir del mundo una compañía de creyentes listos para encontrarse con el Señor cuando Él apareciese. Éste es un ministerio digno para cualquiera de nosotros. Observemos cómo queda implicada la deidad de Cristo en los versículos 16 y 17. En el versículo 16 se dice que Juan haría volver, con su ministerio, a muchos de los hijos de Israel… al Señor su Dios. Luego, en el versículo 17 se dice que Juan irá delante de él [Gr.; RV; cf. Besson]. ¿A quién se refiere este él? Evidentemente, al Señor su Dios en el
versículo precedente. Y, sin embargo, sabemos que Juan fue el precursor de Jesús. La inferencia es entonces clara. Jesús es Dios. 1:18 El anciano Zacarías quedó abrumado ante la absoluta imposibilidad de la promesa. Tanto él como su mujer eran demasiado viejos para ser padres de un niño. Su quejosa pregunta expresaba todas las dudas que atesoraba en su corazón. 1:19 El ángel le respondió primero presentándose como Gabriel (fuerte de Dios). Aunque comúnmente descrito como arcángel, es mencionado en la Escritura sólo como uno que está de continuo en la presencia de Dios y que lleva mensajes de Dios al hombre (Dn. 8:16; 9:21). 1:20 Por cuanto Zacarías había dudado, perdería el habla hasta el nacimiento del niño. Siempre que un creyente abriga dudas acerca de la palabra de Dios, pierde su testimonio y su cántico. La incredulidad sella los labios y permanecen sellados hasta que vuelve la fe y prorrumpe en alabanza y testimonio. 1:21–22 En el exterior, el pueblo estaba aguardando con impaciencia; generalmente, el sacerdote que quemaba el incienso salía mucho más pronto. Cuando ya por fin Zacarías se presentó fuera, tuvo que comunicarse con ellos haciéndoles señas. Entonces supieron que había visto una visión en el santuario. 1:23 Después de haber cumplido su turno de servicio sacerdotal, Zacarías se volvió a su casa, todavía incapaz de hablar, tal como había predicho el ángel. 1:24–25 Cuando Elisabet quedó encinta, se encerró en su casa durante cinco meses, regocijándose de que el Señor hubiese visto bueno liberarla del oprobio de ser estéril.
B.
Anuncio del Nacimiento del Hijo del Hombre (1:26–38)
1:26–27 Al sexto mes después de haber aparecido a Zacarías (o después que Elisabet quedase embarazada), Gabriel volvió a aparecerse —esta vez a una virgen llamada María que vivía en la ciudad de Nazaret, en el distrito de Galilea. María estaba desposada con un hombre llamado José, un descendiente directo de David, que era heredero legal del trono de David, aunque él mismo fuese un carpintero. El desposorio era considerado entonces como un contrato mucho más vinculante que hoy día el compromiso. De hecho, sólo podía disolverse mediante un documento legal similar a un divorcio. 1:28 El ángel se dirigió a María como una que era muy favorecida, una a la que el Señor estaba visitando con un privilegio especial. Aquí deberían observarse dos puntos: (1) El ángel no adoró a María ni oró a ella; sencillamente, la saludó. (2) No dijo que era «llena de gracia», sino muy favorecida. 1:29–30 María quedó comprensiblemente turbada ante esta salutación; se preguntaba qué significaría. El ángel calmó sus temores, y luego le dijo que Dios la escogía a ella como madre del tan esperado Mesías. 1:31–33 Observemos las importantes verdades incluidas en la anunciación: La verdadera humanidad del Mesías —concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Su deidad y Su misión como Salvador —y llamarás su nombre Jesús (lo que significa Jehová es el Salvador). Su intrínseca grandeza —será grande, tanto en cuanto a Su Persona como a Su obra. Su identidad como el Hijo de Dios —será llamado Hijo del Altísimo. Su derecho al trono de David —El Señor Dios le dará el trono de su padre David. Esto le establece como el Mesías.
Su reino eterno y universal —Reinará sobre la casa de Jacob para siempre; y su reino no tendrá fin. Los versículos 31 y 32a hacen evidentemente referencia a la Primera Venida de Cristo, mientras que los versículos 32b y 33 describen Su Segunda Venida como Rey de reyes y Señor de señores. 1:34–35 La pregunta de María, ¿Cómo será esto?, se debía a la maravilla, no a ninguna duda. ¿Cómo podría tener un niño cuando no había tenido relaciones algunas con ningún varón? Aunque el ángel no lo dijo explícitamente, la respuesta era una concepción virginal. Sería un milagro del Espíritu Santo. Él iba a venir sobre ella, y el poder del Altísimo la iba a cubrir. Para el problema que tenía María acerca de «¿cómo?» —parecía imposible humanamente hablando— la respuesta de Dios es «el Espíritu Santo». Por lo cual también lo santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. Aquí, pues, tenemos una sublime declaración de la encarnación. El Hijo de María sería Dios manifestado en carne. El lenguaje no puede agotar el misterio que está aquí envuelto. 1:36–37 El ángel dio entonces las nuevas a María de que Elisabet, su parienta, estaba ya de seis meses de gestación —¡ella, la que había sido estéril!—. Este milagro debería asegurar a María de que ninguna cosa será imposible para Dios. 1:38 Con una hermosa sumisión, María se entregó al Señor para el cumplimiento de Sus maravillosos propósitos. Luego el ángel se fue de su presencia.
C.
María visita a Elisabet (1:39–45)
1:39–40 No se nos dice por qué María se fue a visitar a Elisabet esta vez. Puede haber sido para evitar el escándalo que inevitablemente habría surgido en Nazaret cuando se conociese su estado. Si es así, entonces la bienvenida recibida de parte de Elisabet y la bondad que le era mostrada habría sido doblemente dulce. 1:41 En el momento en que Elisabet oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre —una respuesta misteriosa e involuntaria del precursor no nacido aún a la llegada del Mesías tampoco aún nacido—. Elisabet fue llena del Espíritu Santo, es decir, Él tomó control de ella, conduciendo su habla y acciones. En este capítulo primero se menciona a tres personas llenas con el Espíritu Santo: Juan el Bautista (v. 15); Elisabet (v. 41) y Zacarías (v. 67). Una de las marcas de una vida llena de Espíritu es hablar en salmos e himnos y cánticos espirituales (Ef. 5:18, 19). Por tanto, no nos sorprende encontrar tres cánticos en este capítulo, así como dos en el siguiente. Cuatro de estos cánticos son conocidos generalmente por sus títulos latinos, que se toman de las primeras líneas: (1) La Salutación de Elisabet [1:42–45]; (2) el Magnificat (Engrandece) [1:46–55]; (3) Benedictus (Bendito) [1:68–79]; (4) Gloria in Excelsis Deo (Gloria a Dios en lo más alto) [2:14]; y (5) Nunc Dimittis (Puedes dejar que se vaya) [2:29–32]. 1:42–45 Hablando por inspiración especial, Elisabet saludó a María como la madre de mi Señor. No había en su corazón ni una traza de celos: sólo gozo y deleite porque el bebé aún no nacido era su Señor. María fue bendita … entre las mujeres por cuanto recibió el privilegio de dar a luz al Mesías. El fruto de su vientre es bendito por cuanto es el Señor y Salvador. La Biblia nunca se refiere a María como «la madre de Dios». Aunque es cierto que fue la madre de Jesús y que Jesús es Dios, es sin embargo un absurdo doctrinal decir que Dios
tiene madre. Jesús existía desde toda la eternidad, mientras que María era una criatura finita con una fecha concreta de inicio de su existencia. Ella fue la madre de Jesús sólo en Su Encarnación. Elisabet refirió el aparente entusiasmo intuitivo de su hijo aún sin nacer cuando María dejó oír su voz. Luego aseguró a María que su fe sería abundantemente recompensada. Sus expectativas se cumplirían. Ella no había creído en vano. Su Bebé nacería tal como había sido prometido.
D.
María engrandece al Señor (1:46–56)
1:46–49 El Magnificat se parece al cántico de Ana (1 S. 2:1–10). En primer lugar, María alabó al Señor por lo que Él había hecho por ella (vv. 46b–49). Observemos que dijo (v. 48) me tendrán por dichosa todas las generaciones. No sería una que confiriese bendiciones, sino que sería bendita. Se refiere a Dios como su Salvador, refutando la idea de que María era sin pecado. 1:50–53 En segundo lugar, alabó al Señor por su misericordia, que alcanza de generación en generación a los que le temen. Él abate a los arrogantes y a los potentados, y exalta a los de humilde condición y a los hambrientos. 1:54–55 Finalmente, ella magnificó al Señor por Su fidelidad a Israel al mantener las promesas que Él había hecho a favor de Abraham y de su descendencia. 1:56 Después de quedarse con Elisabet unos tres meses, María regresó a su propia casa en Nazaret. No estaba aún casada. Es indudable que vino a ser objeto de sospechas y calumnias por parte de la vecindad. Pero Dios la vindicaría; podía esperar.
E.
Nacimiento del Precursor (1:57–66)
1:57–61 Cuando se le cumplió a Elisabet el tiempo de dar a luz, dio a luz un hijo. Sus vecinos y amigos se regocijaron. Al octavo día, cuando vinieron a circuncidar al niño, pensaron que era evidente que tenía que llamarse Zacarías, como su padre. Cuando su madre les dijo que el nombre del hijo sería Juan quedaron sorprendidos, porque ninguno de su parentela se llamaba así. 1:62–63 Para tener la decisión final, hicieron señas a Zacarías. (Esto indica que no sólo había enmudecido, sino que también estaba sordo.) Pidiendo una tablilla para escribir decidió la cuestión —el nombre del pequeño era Juan—. Todos se asombraron. 1:64–66 Pero fue aún más sorprendente darse cuenta de que Zacarías había vuelto a recibir la capacidad de hablar en el momento en que escribió «Juan». Las noticias se esparcieron rápidamente en toda la zona montañosa de Judea, y la gente se preguntaba acerca de la obra futura de este insólito bebé. Sabían que estaba con él el favor especial del Señor.
F.
La Profecía de Zacarías tocante a Juan (1:67–80)
1:67 Liberado ahora de las cadenas de la incredulidad y lleno del Espíritu Santo, Zacarías fue inspirado para pronunciar un elocuente himno de alabanza, rico en citas del AT.
1:68–69 Alabanzas a Dios por lo que había hecho. Zacarías se daba cuenta de que el nacimiento de su hijo Juan indicaba la inminencia de la llegada del Mesías. Se refirió al advenimiento de Cristo como hecho consumado antes que sucediese. La fe le capacitó para decir que Dios había ya visitado y efectuado redención para su pueblo enviando al Redentor. Jehová había suscitado un cuerno (lit.) de salvación en la casa real de David. (Un cuerno se empleaba para contener el aceite para ungir reyes; por ello, aquí podría significar un Rey de salvación de la línea regia de David. O podría denotar un símbolo de poder, y significar así «un poderoso Salvador».) 1:70–71 Alabanzas a Dios por cumplir la profecía. La venida del Mesías había sido predicha por los santos profetas… desde antiguo. Esto significaba salvación de los enemigos y seguridad frente a los aborrecedores. 1:72–75 Alabanzas a Dios por Su fidelidad a Sus promesas. El Señor había hecho un pacto incondicional de salvación con Abraham. Esta promesa fue cumplida por la venida de la simiente de Abraham, esto es, el Señor Jesucristo. La salvación que Él trajo fue a la vez externa e interna. Externamente, significaba liberación de mano de sus enemigos. Internamente, significaba poderle servir sin temor en santidad de vida y rectitud de conducta. G. Campbell Morgan expone dos pensamientos notables de este pasaje. Primero, señala la destacada relación entre el nombre de Juan y el tema del cántico —ambos son la gracia de Dios—. Luego encuentra alusiones a los nombres de Juan, Zacarías y Elisabet en los versículos 72 y 73. Juan —misericordia prometida (v. 72). Zacarías —recordar (v. 72). Elisabet —el juramento (v. 73). El favor de Dios, tal como lo anuncia Juan, resulta de que Él recuerda el juramento de Su santo pacto. 1:76–77 La misión de Juan, el heraldo del Salvador. Juan sería el profeta del Altísimo, y prepararía los corazones del pueblo para la venida del Señor, y proclamaría a su pueblo conocimiento de salvación, por el perdón de sus pecados. Una vez más vemos aquí que las referencias a Jehová en el AT se aplican a Jesús en el Nuevo. Malaquías predijo un mensajero que prepararía el camino delante de Jehová (3:1). Zacarías identifica a Juan como el mensajero. Sabemos que Juan vino para preparar el camino delante de Jesús. La evidente conclusión es que Jesús es Jehová. 1:78–79 La venida de Cristo es asemejada al amanecer. Durante siglos, el mundo había estado sumido en tinieblas. Ahora, por medio de las entrañas de misericordia de nuestro Dios, estaba a punto de romper el alba. Vendría en la Persona de Cristo, que resplandecería sobre los gentiles, que estaban sentados en tinieblas y en sombra de muerte, y conduciendo los pies de Israel hacia un camino de paz (véase Mal. 4:2). 1:80 El capítulo concluye con una sencilla declaración de que el niño crecía física y espiritualmente, permaneciendo en lugares desiertos hasta el día de su aparición pública ante la nación de Israel.
G.
El nacimiento del Hijo del Hombre (2:1–7)
2:1–3 César Augusto promulgó un edicto ordenando que se hiciera un censo por todo el imperio. Este censo se hizo primeramente cuando Cirenio gobernaba Siria. Durante muchos años se puso en tela de juicio la exactitud del Evangelio de Lucas, a causa de esta
referencia a Cirenio. Pero posteriores descubrimientos arqueológicos tienden a confirmar este registro. Desde su perspectiva, César Augusto estaba con ello demostrando su dominio sobre el mundo grecorromano. Pero desde la perspectiva de Dios, el emperador gentil era simplemente una marioneta impulsando el programa divino (véase Pr. 21:1). 2:4–7 El decreto de Augusto llevó a José y a María a Belén precisamente en el tiempo oportuno para que el Mesías naciese allí en cumplimiento de la profecía (Mi. 5:2). Belén estaba abarrotada cuando llegaron desde Galilea. El único lugar que pudieron encontrar donde quedarse fue en un establo de un mesón. Esto era una premonición de cómo los hombres iban a recibir a su Salvador. Fue mientras que la pareja de Nazaret se encontraba allí que María dio a luz a su hijo primogénito. Entonces lo envolvió en pañales, y amantemente lo acostó en un pesebre. Así visitó Dios nuestro mundo en la Persona de un Bebé indefenso, y en la pobreza de un hediondo establo. ¡Qué maravilla! Darby lo expresó de una manera impactante: Comenzó en un pesebre, y acabó en una cruz, y a todo lo largo del camino no encontró donde posar Su cabeza.
H.
Los Ángeles y los Pastores (2:8–20)
2:8 La primera indicación de este singular nacimiento no fue dada a los guías religiosos de Jerusalén, sino a unos contemplativos pastores en los montes de Judea, hombres humildes y fieles en sus tareas cotidianas. Observa James S. Stewart: ¿No hay acaso todo un universo de significado en el hecho de que los que primero vieron la gloria de la venida del Señor fueron gente ordinaria, ocupados en tareas muy ordinarias? Esto significa, primero, que el puesto del deber, por humilde que sea, es el lugar de la visión. Y en segundo lugar significa que es a aquellos que se han mantenido en las profundas y sencillas piedades de la vida, y que no han perdido el corazón de niño, a los que se les abren más rápidamente las puertas del Reino. 2:9–11 Un ángel del Señor se presentó a los pastores, y una brillante luz los rodeó con su resplandor. Al llenarse ellos de pavor, el ángel los alentó y les comunicó las noticias. Eran buenas noticias de gran gozo para todo el pueblo. Aquel mismo día, en la cercana Belén, había nacido un Bebé. Y este Bebé era un Salvador, que es Cristo el Señor. Aquí tenemos una teología en miniatura. Primero de todo, Él es un Salvador, lo que se expresa con Su nombre, Jesús. Luego, Él es el Cristo, el Ungido de Dios, el Mesías de Israel. Finalmente, Él es el Señor, Dios manifestado en carne. 2:12 ¿Cómo lo reconocerían los pastores? Los ángeles les dieron una doble señal. Primero, el Bebé estaría envuelto en pañales. Ellos ya habían visto antes a bebés en pañales. Pero los ángeles acababan de anunciar que este Bebé era el Señor. Nadie jamás había visto al Señor como un recién nacido envuelto en pañales. La segunda parte de la señal era que estaría acostado en un pesebre. Es dudoso que los pastores hubiesen visto jamás a un recién nacido acostado en un lugar tan poco propio. Esta indignidad estaba reservada para el Señor de la vida y de la gloria cuando vino a nuestro mundo. Nos da vértigo pensar que el Creador y Sustentador del universo entró en la historia humana no como un héroe militar conquistador, sino como un pequeño Bebé. Pero ésta es la verdad de la Encarnación. 2:13–14 De repente todo el entusiasmo hasta entonces contenido del cielo estalló en alabanza. Una multitud del ejército celestial apareció junto al ángel, que alababa a Dios.
Su cántico, conocido generalmente en la actualidad con el título Gloria in Excelsis Deo, captura el pleno significado del nacimiento de aquel Bebé. Su vida y ministerio traerían gloria a Dios en lo más alto de los cielos, y sobre la tierra paz, buena voluntad para con los hombres, o quizá a hombres en los que Él se agrada. Los hombres en los que Dios se agrada son los que se arrepienten de sus pecados y reciben a Jesucristo como Señor y Salvador. 2:15–19 Tan pronto como los ángeles desaparecieron, los pastores se apresuraron a ir a Belén y encontraron juntamente a María, a José y a Jesús acostado en el pesebre. Ellos refirieron la visita del ángel, causando enorme sorpresa entre los que se habían reunido en el establo. Pero María tenía un entendimiento más profundo de lo que estaba pasando; y atesoraba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón. 2:20 Los pastores regresaron a sus rebaños, llenos de júbilo por todo lo que habían oído y visto, y rebosando en su adoración a Dios.
I.
La Circuncisión y Dedicación de Jesús (2:21–24) En este pasaje se describen al menos tres ritos distintos:
1. Primero, hubo la circuncisión de Jesús. Esto tuvo lugar cuando tenía ocho días. Era una prenda del pacto que Dios había hecho con Abraham. Este mismo día se impuso nombre al Niño, según la costumbre judía. El ángel había ya dado instrucciones a María y a José para que le llamasen JESÚS. 2. La segunda ceremonia trataba de la purificación de María. Tuvo lugar cuarenta días después del nacimiento de Jesús (véase Lv. 12:1–4). De ordinario, los padres habían de llevar un cordero para holocausto, y una tórtola o un palomino para ofrenda por el pecado. Pero en el caso de los pobres, se les permitía traer dos tórtolas o dos palominos (Lv. 12:6– 8). El hecho de que María no trajese un cordero, sino sólo dos palominos, es una ilustración de la pobreza en la que nació Jesús. 3. El tercer rito era la presentación de Jesús en el templo en Jerusalén. Originalmente, Dios había decretado que el primogénito le pertenecía; habían sido designados para constituir la clase sacerdotal (Éx. 13:2). Más tarde, separó a la tribu de Leví para que sirviesen como sacerdotes (Éx. 28:1, 2). Entonces se les permitió a los padres «rescatar» o «redimir» a sus primogénitos por la cantidad de cinco siclos. Esto lo hicieron cuando lo dedicaron al Señor.
J.
Simeón vive hasta ver al Mesías (2:25–35)
2:25–26 Simeón era uno del remanente fiel de los judíos que estaba aguardando la venida del Mesías. El Espíritu Santo le había comunicado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo o Ungido del Señor. «El secreto de Jehová es para los que le temen» (Sal. 25:14). Hay una misteriosa comunicación de conocimiento divino a aquellos que caminan en una sosegada y contemplativa comunión con Dios. 2:27–28 Sucedió que entró en el área del templo el mismo día que los padres de Jesús le presentaban a Dios. Simeón fue informado sobrenaturalmente de que este Niño era el
Mesías prometido. Tomando a Jesús en sus brazos, pronunció el memorable cántico ahora conocido como el Nunc Dimittis (Ahora… puedes dejar que tu siervo se vaya). 2:29–32 La carga del cántico es como sigue: Señor, ahora me vas a dejar que me vaya. He visto… tu salvación en la persona de este Bebé, el prometido Redentor, tal como me habías prometido. Tú lo has designado para proveer salvación para toda clase de gente. Él será luz para revelación a los gentiles (Su Primera Venida) y para resplandecer en gloria sobre tu pueblo Israel (en Su Segunda Venida). Simeón estaba preparado para morir tras haberse encontrado con el Señor Jesús. Había desaparecido el aguijón de la muerte. 2:33 Lucas mantiene cuidadosamente la doctrina del nacimiento virginal con su frase cuidadosamente escrita José y su madre, tal como se lee en la tradición de Reina-Valera (RV, RVR), siguiendo a la mayoría de manuscritos (M). 2:34–35 Después de su inicial estallido de alabanza a Dios por el Mesías, Simeón se dirigió a los padres y los bendijo. Acto seguido, se dirigió proféticamente a María. La profecía que pronunció se componía de cuatro partes: 1. Éste Niño estaba puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel. Aquellos que fuesen arrogantes, no arrepentidos e incrédulos iban a experimentar caída y castigo. Los que se humillasen, se arrepintiesen de sus pecados y recibiesen al Señor Jesús experimentarían levantamiento y bendición. 2. Este Niño estaba puesto… para señal que es objeto de disputa. Había una especial significación en la Persona de Cristo. Su misma presencia sobre la tierra resultó ser una intensa reprensión al pecado y a la impiedad, y por ello suscitó la acerba enemistad del corazón humano. 3. Y una espada traspasará tu misma alma. Simeón predecía con estas palabras el dolor que embargaría el alma de María cuando viese la crucifixión de su Hijo (Jn. 19:25). 4. … de forma que queden al descubierto los pensamientos de muchos corazones. La manera en la que una persona reacciona ante el Salvador es una prueba de sus motivos y afectos internos. De esta manera, el cántico de Simeón incluye las ideas de piedra de toque, de piedra de tropiezo, de piedra de subida y de espada.
K.
La Profetisa Ana (2:36–39)
2:36–37 Lo mismo que Simeón, Ana, la profetisa, era miembro del remanente fiel de Israel que esperaba el advenimiento del Mesías. Pertenecía a la tribu de Aser (que significa feliz, bienaventurado), una de las diez tribus que habían sido llevadas al cautiverio por los asirios en el 721 a.C. Ana debía tener entonces más de cien años, porque había estado casada durante siete años y luego viuda durante ochenta y cuatro años. Como profetisa, es indudable que recibía revelaciones divinas y que servía como portavoz de Dios. Era fiel en su asistencia a los servicios públicos en el templo, adorando con ayunos y súplicas de día y de noche. Su edad muy avanzada no le impedía servir al Señor.
2:38 Mientras Jesús estaba siendo presentado al Señor y Simeón estaba hablando con María, Ana se acercó a este pequeño corro de gente. Comenzó también a expresar su reconocimiento a Dios por el prometido Redentor, y luego empezó a hablar de Jesús a los fieles que aguardaban la redención en Jerusalén. 2:39 Después que José y María acabaron de cumplir los ritos de la purificación y dedicación, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Lucas omite mencionar la visita de los sabios o la huida a Egipto.
L.
La Infancia de Jesús (2:40–52)
2:40 El crecimiento normal del Niño Jesús se expone de la siguiente manera: Físicamente, crecía, y se iba fortaleciendo en espíritu (V.M.). Pasó por las etapas usuales de desarrollo físico, y aprendió a andar, a hablar, a jugar y a trabajar. Por esto, Él puede simpatizar con nosotros en cada etapa de nuestro crecimiento. Mentalmente, fue llenándose de sabiduría. No sólo aprendió el abecedario, los números y todo el conocimiento de aquel tiempo, sino que fue creciendo en sabiduría, esto es, en la aplicación práctica de este conocimiento a los problemas de la vida. Espiritualmente, el favor de Dios estaba sobre él. Anduvo en comunión con Dios y en dependencia del Espíritu Santo. Estudiaba la Biblia, pasaba tiempo en oración y se deleitaba en hacer la voluntad de Su Padre. 2:41–44 Un muchacho judío llega a ser hijo de la ley a los doce años. Cuando cumplió doce años de edad, su familia emprendió su peregrinación anual subiendo a Jerusalén para la pascua. Pero cuando partieron para regresar a Galilea, no se dieron cuenta de que Jesús no se encontraba en la caravana. A nosotros puede parecernos extraño, si no nos damos cuenta de que la familia probablemente viajaba con una caravana muy numerosa. Sin duda, pensaban que Jesús estaba andando con otros de Su propia edad. Antes de condenar a José y a María, deberíamos recordar lo fácil que es para nosotros viajar un día de camino y suponer que Jesús va en la caravana, cuando en realidad hemos perdido el contacto con Él por el pecado no confesado en nuestras vidas. Para restablecer el contacto con Él debemos volver donde se interrumpió la comunión, y confesar y abandonar nuestro pecado. 2:45–47 Los angustiados padres regresaron a Jerusalén, y encontraron a Jesús en el templo, sentado en medio de los maestros, no sólo escuchándoles, sino también haciéndoles preguntas. No hay sugerencia aquí de que actuase como un niño precoz, discutiendo con Sus mayores. Más bien, tomó el puesto de un niño normal, aprendiendo con humildad y quietud de Sus maestros. Y, sin embargo, en el curso de estas actividades, debieron hacerle algunas preguntas, porque los que le estaban oyendo, quedaban atónitos ante su inteligencia y sus respuestas. 2:48 Incluso Sus padres se sorprendieron al ver a Jesús participando en forma tan inteligente en una conversación con los que eran mucho mayores en años que Él. Sin embargo, su madre expresó su ansiedad acumulada e irritación reprendiéndole. ¿Acaso no sabía que habían estado preocupados por Él? 2:49 La respuesta del Señor, las primeras palabras que se registran de Él, muestran que estaba plenamente consciente de Su identidad como el Hijo de Dios, así como de Su misión divina. ¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en los asuntos de mi Padre? Ella había dicho, «tu padre y yo». Él respondió: Los asuntos de mi Padre.
2:50 En aquel tiempo ellos no comprendieron lo que Él quería decir con aquella críptica observación. ¡Era algo insólito en boca de un Muchacho de doce años! 2:51 En todo caso, quedaron reunidos, y pudieron volver juntos a Nazaret. La excelencia moral de Jesús aparece en estas palabras: Y continuaba sumiso a ellos. Aunque era el Creador del universo, tomó sin embargo Su puesto como Hijo obediente en esta humilde familia judía. Y, con todo, su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón. 2:52 Una vez más se nos describe la verdadera humanidad y el crecimiento de nuestro Señor: 1. Su crecimiento mental
—progresando en sabiduría.
2. Su crecimiento físico
—en vigor.
3. Su crecimiento espiritual
—en gracia ante Dios.
4. Su crecimiento social
—en gracia ante los hombres.
Él fue absolutamente perfecto en cada aspecto de Su crecimiento. Aquí la narración de Lucas pasa en silencio más de dieciocho años que el Señor Jesús pasó en Nazaret como el Hijo de un carpintero. Estos años nos enseñan la importancia de la preparación e instrucción, de la necesidad de paciencia y el valor del trabajo cotidiano. Nos advierten en contra de la tentación de saltar del nacimiento espiritual al ministerio espiritual. Los que no han tenido una infancia y adolescencia espirituales normales cortejan el desastre en su vida y testimonio posteriores.
III. LA PREPARACIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE PARA MINISTRAR (Caps. 3:1–4:30) A.
El Precursor prepara el camino (3:1–20)
3:1–2 Como historiador, Lucas identifica el año en que Juan comenzó a predicar nombrando a las autoridades políticas y religiosas que entonces estaban en el poder —un emperador (César), un gobernador, tres con el título de tetrarca y dos sumos sacerdotes—. Los gobernantes políticos mencionados implican el dogal de hierro que sujetaba a la nación de Israel. El hecho de que hubiese dos sumos sacerdotes indica que la nación estaba en desorden religioso, además de político. Aunque estos eran grandes en la estima del mundo, eran hombres malvados y carentes de escrúpulos en la estima de Dios. Así, cuando quiso hablar con los hombres, Él pasó por alto el palacio y la sinagoga y envió Su mensaje a Juan el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. 3:3 Inmediatamente, Juan viajó a toda la comarca del río Jordán, probablemente cerca de Jericó. Allí llamó a la nación de Israel a arrepentirse de sus pecados para recibir perdón, y prepararse así para la venida del Mesías. También llamó al pueblo a ser bautizado como señal externa de que se habían arrepentido en verdad. Juan era un verdadero profeta, una conciencia encarnada, clamando contra el pecado y llamando a la renovación espiritual. 3:4 Su ministerio dio de esta manera cumplimiento a la profecía en Isaías 40:3–5. Él era voz de uno que clama en el desierto. Espiritualmente hablando, en este tiempo Israel
era un desierto. Como nación, era árida e inhóspita, y no daba fruto para Dios. Para estar dispuestos para la venida del Señor, el pueblo había de hacer un cambio moral. En aquellos tiempos, cuando un rey iba a hacer una visita regia, se hacían complejos preparativos para allanar los caminos y para hacer su llegada lo más fácil posible. Y esto es a lo que Juan llamó al pueblo; sólo que no se trataba de una reparación de caminos literales, sino de preparar sus corazones para recibirle. 3:5 Los efectos de la venida de Cristo se describen como sigue: Todo valle será rellenado — los que estén verdaderamente arrepentidos y son humildes serían salvados y quedarían satisfechos. Todo monte y collado será rebajado —la gente como los escribas y fariseos, que eran orgullosos y arrogantes, serían humillados. Lo tortuoso se hará recto —los que eran faltos de honradez, como los recaudadores de impuestos, verían su carácter corregido. Lo áspero se convertirá en caminos suaves —los soldados y otros con temperamentos duros y crudos serían domados y afinados. 3:6 El resultado final sería que toda carne —tanto judíos como gentiles— vería la salvación de Dios. En Su Primera Venida la oferta de salvación salió a todos los hombres, aunque no todos le recibieron. Cuando vuelva para reinar, este versículo tendrá su pleno cumplimiento. Entonces todo Israel será salvo, y los gentiles compartirán también de las bendiciones de Su glorioso reino. 3:7 Cuando las multitudes salieron para ser bautizadas por Juan, él se dio cuenta de que no todos eran sinceros. Algunos eran meros profesantes, sin hambre ni sed de justicia. Es a éstos que se dirigió Juan como engendros de víboras. La pregunta, ¿quién os advirtió que huyeseis de la ira inminente? implica que no era Juan quien lo había hecho; su mensaje se dirigía a aquellos que estaban dispuestos a confesar sus pecados. 3:8 Si realmente querían tener tratos con Dios, deberían mostrar que se habían arrepentido de verdad manifestando una vida transformada. El arrepentimiento genuino produce frutos. No debían comenzar a pensar que el hecho de descender de Abraham era suficiente; la relación con personas piadosas no hace piadoso a nadie. Dios no estaba limitado a la descendencia física de Abraham para cumplir Sus propósitos; Él podía tomar las piedras junto al río Jordán y suscitar hijos a Abraham. Piedras aquí es probablemente una imagen de los gentiles, a los que Dios podría transformar, mediante un milagro de la gracia divina, en creyentes con una fe semejante a la de Abraham. Esto es precisamente lo que sucedió. La descendencia física de Abraham, como nación, rechazó al Cristo de Dios. Pero muchos gentiles le recibieron como Señor y Salvador, y llegaron así a ser la descendencia espiritual de Abraham. 3:9 El hacha está puesta junto a la raíz de los árboles es una expresión figurada, significando que la venida de Cristo pondría a prueba la realidad del arrepentimiento del hombre. Aquellos individuos que no manifestasen los frutos del arrepentimiento serían condenados. Las palabras y frases de Juan salían de su boca como espadas: «generación de víboras», «ira venidera», «hacha», «se corta», «se echa al fuego». Los profetas del Señor nunca fueron de lengua blanda: eran grandes moralistas, y con frecuencia sus palabras se abatían sobre la gente como las hachas de batalla de nuestros antepasados sobre los yelmos de sus enemigos (Notas Diarias de la Unión Bíblica).
3:10 Heridos por la convicción de pecado, las multitudes pedían a Juan que les diese sugerencias prácticas acerca de cómo exhibir la realidad de su arrepentimiento. 3:11–14 En los versículos 11–14, les muestra maneras específicas en las que podrían demostrar su sinceridad. En general, deberían amar a su prójimo como a sí mismos compartiendo su vestido y lo que tuviesen que comer con los pobres. Respecto a los cobradores de impuestos, habían de ser estrictamente honrados en todos sus tratos. Ya que como clase eran notoriamente carentes de escrúpulos, esto constituiría una evidencia muy concreta de la genuinidad de su arrepentimiento. Finalmente, les dijo a los soldados en activo que evitasen tres pecados comunes a los militares: la extorsión, la calumnia y el descontento. Es importante darse cuenta de que estos hombres no fueron salvados por hacer estas cosas; más bien, se trataba de evidencias externas de que sus corazones eran verdaderamente rectos para con Dios. 3:15–16a La modestia de Juan es destacable. Por un tiempo, al menos, pudo haber asumido el papel de Mesías y haber atraído muchos seguidores. Cosa bien contraria a ello, se comparó a sí mismo de la manera más desfavorable con el Cristo. Explicó que su bautismo era externo y físico, mientras que el de Cristo sería interior y espiritual. Dijo que no era apto para desatar al Mesías la correa de sus sandalias. 3:16b–17 El bautismo de Cristo sería con Espíritu Santo y fuego. Su ministerio sería doble. Primero, bautizaría a los creyentes con Espíritu Santo —una promesa de lo que ocurriría en el Día de Pentecostés, cuando los creyentes fueron bautizados en el cuerpo de Cristo—. Pero, en segundo lugar, Él bautizaría con fuego. Por el versículo 17 parece claro que el bautismo de fuego es un bautismo de juicio. Ahí, el Señor es presentado como un aventador de grano. Al echar las paladas de grano al aire, la paja es arrastrada a los lados de la era. Luego, es barrida y quemada. Cuando Juan estaba hablando con una multitud mezclada —creyentes e incrédulos— mencionó ambos bautismos, el del Espíritu y el de fuego (Mt. 3:11 y aquí). En cambio, cuando se dirigía sólo a creyentes (Mr. 1:5), omitió el bautismo de fuego (Mr. 1:8). Ningún verdadero creyente experimentará jamás el bautismo de fuego. 3:18–20 Lucas está ahora listo para dirigir la atención de Juan a Jesús. Por esto, en estos versículos sumariza el resto del ministerio de Juan y nos lleva adelante a la época de su encarcelamiento por parte de Herodes. El encarcelamiento de Juan tuvo realmente lugar unos dieciocho meses después. Él había reprendido a Herodes por vivir en una relación de adulterio con su cuñada. Herodes culminó luego todas sus otras maldades encerrando a Juan en la cárcel.
B.
Preparación por medio del bautismo (3:21, 22)
Al apartarse Juan de nuestra atención, el Señor Jesús pasa a la posición central. Y Él inaugura Su ministerio público, siendo de alrededor de treinta años, siendo bautizado en el río Jordán. Hay varios puntos de interés en este relato de Su bautismo: 1. En él aparecen las tres Personas de la Trinidad: Jesús (v. 21); el Espíritu Santo (v. 22); el Padre (v. 22b).
2. Sólo Lucas registra el hecho de que Jesús oraba en Su bautismo (v. 21). Esto concuerda con la intención de Lucas de presentar a Cristo como el Hijo del Hombre, siempre dependiente de Dios Padre. La vida de oración de nuestro Señor es un tema dominante en este Evangelio. Él oró aquí, al comienzo de Su ministerio público. Oró cuando estaba llegando a ser bien conocido y le seguían multitudes (5:16). Pasó toda una noche orando antes de escoger a los doce discípulos (6:12). Oró antes del acontecimiento de Cesarea de Filipos, el punto culminante de Su ministerio de enseñanza (9:18). Oró en el Monte de la Transfiguración (9:28). Oró en presencia de Sus discípulos, suscitando un discurso acerca de la oración (11:1). Oró por el recaído Pedro (22:32). Oró en el huerto de Getsemaní (22:41, 44). 3. El bautismo de Jesús es una de las tres ocasiones en las que Dios habló del cielo en relación con el ministerio de Su amado Hijo. Durante treinta años, la mirada de Dios había examinado aquella intachable Vida en Nazaret; aquí, Su veredicto fue: En ti he puesto mi complacencia. Las otras dos veces en las que el Padre habló públicamente desde el cielo fueron: Cuando Pedro sugirió levantar tres tabernáculos en el Monte de la Transfiguración (Lc. 9:35) y cuando los griegos acudieron a Felipe, que deseaban ver a Jesús (Jn. 12:20– 28).
C.
Preparación por la participación de la humanidad (3:23–28)
Antes de entrar en el ministerio público de nuestro Señor, Lucas se detiene para dar su genealogía. Si Jesús es verdaderamente humano, entonces ha de descender de Adán. Esta genealogía demuestra que así fue. Está muy difundida la creencia de que aquí se da la genealogía de Jesús a través de la línea de María. Observemos que el versículo 23 no dice que Jesús fuese hijo de José sino, siendo hijo, según se suponía, de José. Si esta postura es correcta, entonces Elí (v. 23) era suegro de José y padre de María. Los eruditos creen mayoritariamente que ésta es la genealogía del Señor a través de María por las siguientes razones: 1. La más evidente es que la línea familiar de José se da en el Evangelio de Mateo (1:2– 16). 2. En los primeros capítulos del Evangelio de Lucas, María se destaca más que José, mientras que en Mateo es al revés. 3. Los nombres de las mujeres no solían emplearse entre los judíos como vínculos genealógicos. Esto explicaría la omisión del nombre de María. 4. En Mateo 1:16 se expresa de manera clara que Jacob engendró a José. Aquí en Lucas no se dice que Elí engendró a José; dice que José era hijo de Elí. Hijo puede significar hijo político o yerno. 5. En el lenguaje original, el artículo determinado (tou) en forma genitiva (del) aparece delante de cada nombre en la genealogía, excepto en un caso. Este caso es el nombre de
José. Esta singular excepción sugiere enérgicamente que José fue incluido sólo por su matrimonio con María. Aunque no es necesario examinar la genealogía de una manera detallada, es útil observar varios puntos importantes. 1. Esta lista muestra que María descendía de David a través de su hijo Natán (v. 31). En el Evangelio de Mateo, Jesús hereda el derecho legal al trono de David por medio de Salomón. Como hijo legal de José, el Señor cumplía aquella parte del pacto con David que le prometía que su trono permanecería para siempre. Pero Jesús no podía ser el verdadero hijo de José sin caer bajo la maldición de Dios sobre Jeconías, que decretaba que ningún descendiente de aquel malvado rey prosperaría jamás (Jer. 22:30). Como verdadero Hijo de María, Jesús cumplía aquella parte del pacto de Dios con David que prometía que su descendencia se sentaría en su trono para siempre. Y al descender de David por medio de Natán, no estaba bajo la maldición que había sido pronunciada contra Jeconías. 2. Adán es descrito como el hijo de Dios (v. 38). Esto significa sencillamente que había sido creado por Dios. 3. Parece evidente que la línea mesiánica terminó con el Señor Jesús. Nadie más puede jamás presentar una pretensión legal válida al trono de David.
D.
Preparación mediante la prueba (4:1–13)
4:1 Nunca hubo un tiempo en la vida de nuestro Señor en que no estuviese lleno del Espíritu Santo, pero se menciona aquí de manera específica en relación con Su tentación. Estar lleno del Espíritu Santo significa estar totalmente entregado a Él y ser totalmente obediente a cada palabra de Dios. Una persona llena del Espíritu está vacía de pecado conocido y del yo y en ella habita ricamente la Palabra de Dios. Cuando Jesús regresaba del Jordán, donde había sido bautizado, fue conducido por el Espíritu al desierto — probablemente el Desierto de Judea, junto a la costa occidental del Mar Muerto. 4:2–3 Allí estuvo por cuarenta días, siendo tentado por el diablo —y en estos días el Señor no comió nada—. Al final de los cuarenta días sufrió la triple tentación con la que estamos más familiarizados. En realidad, esta triple tentación tuvo lugar en tres lugares diferentes —el desierto, un monte y el templo en Jerusalén—. La verdadera humanidad de Jesús queda reflejada en las palabras tuvo hambre. Éste fue el blanco de la primera tentación. Satanás sugirió que el Señor emplease Su poder divino para dar satisfacción a Su hambre física. La sutileza de la tentación residía en que el acto en sí mismo era perfectamente legítimo. Pero Jesús no habría hecho bien en hacerlo en obediencia a Satanás; debía actuar conforme a la voluntad del Padre. 4:4 Jesús resistió a la tentación citando la Escritura (Dt. 8:3). Más importante aún que la satisfacción del apetito físico lo es la obediencia a la palabra de Dios. Jesús no discutió. Dice Darby: «Un solo texto sirve para silenciar cuando se emplea con el poder del Espíritu. Todo el secreto del poder en el conflicto es emplear la palabra de Dios de forma recta».
4:5–7 En la segunda tentación, el diablo … mostró a Jesús en un momento todos los reinos de la tierra habitada. Satanás no precisa de mucho tiempo para mostrar todo lo que tiene que ofrecer. No era el mundo mismo lo que le ofreció, sino los reinos de este mundo. Hay un sentido en el que tiene poderío sobre los reinos de este mundo. Debido al pecado del hombre, Satanás ha venido a ser «el príncipe de este mundo» (Jn. 12:31; 14:30; 16:11), «el dios de este siglo» (2 Co. 4:4) y «el príncipe de la potestad del aire» (Ef. 2:2). Dios se ha propuesto que «los reinos de este mundo» vendrán a ser un día «los reinos de nuestro Señor y de su Cristo» (Ap. 11:15). De modo que Satanás le estaba ofreciendo a Cristo lo que de todos modos un día iba a ser Suyo. Pero no podía haber atajos para el trono. La cruz tenía que venir en primer lugar. En los consejos de Dios, el Señor Jesús había de sufrir antes de poder entrar en Su gloria. No podía conseguir un fin legítimo con medios ilegítimos. Bajo ninguna circunstancia estaba dispuesto a postrarse ante el diablo, fuese cual fuese la recompensa. 4:8 Por ello, el Señor citó Deuteronomio 6:13 para mostrar que como Hombre había de adorar y servir sólo a Dios. 4:9–11 En la tercera tentación, Satanás llevó a Jesús a Jerusalén, al alero del templo, y le sugirió que se echase abajo. ¿No había prometido Dios en el Salmo 91:11–12 que Él guardaría al Mesías? Tal vez Satanás trataba de inducir a Jesús a presentarse como el Mesías a través de un prodigio sensacional. Malaquías había predicho que el Mesías se presentaría en Su templo de forma instantánea (Mal. 3:1). Aquí, pues, estaba la oportunidad de Jesús de conseguir fama y notoriedad como el Liberador prometido, sin tener que ir al Calvario. 4:12 Por tercera vez resistió Jesús a la tentación con una cita de la Biblia. Deuteronomio 6:16 prohíbe poner a Dios a prueba. 4:13 Repelido por la espada del Espíritu, el diablo dejó a Jesús hasta un tiempo oportuno. Las tentaciones vienen en espasmos, no de forma continua. Se deberían mencionar varios puntos adicionales en relación con la tentación: 1. El orden en Lucas difiere del de Mateo. La segunda y tercera tentaciones aparecen en orden inverso; la razón de ello no está clara. 2. En los tres casos, el fin propuesto era perfectamente legítimo, pero el medio para obtenerlo era ilegítimo. Siempre está mal obedecer a Satanás, darle culto, o a cualquier otro ser creado. Es malo tentar a Dios. 3. La primera tentación tenía que ver con el cuerpo, la segunda con el alma y la tercera con el espíritu. Apelaban respectivamente a la concupiscencia de la carne, a la concupiscencia de los ojos y a la soberbia de la vida. 4. Las tres tentaciones giran alrededor de tres de los más poderosos impulsos de la existencia humana el apetito físico, el deseo de poder y posesiones y el deseo de reconocimiento público—. ¡Cuán a menudo los discípulos son tentados a escoger un camino de comodidad y molicie, a buscar un puesto de importancia en el mundo y a alcanzar una posición elevada en la iglesia! 5. En las tres tentaciones, Satanás empleó un lenguaje religioso y así revistió las tentaciones con un ropaje de respetabilidad externa. Incluso citó la Escritura (vv. 10, 11).
Stewart observa apropiadamente: El estudio de la narración de la tentación ilumina dos puntos importantes. Por una parte demuestra que ser tentado no es necesariamente pecar. Por otra parte, la narración ilumina el gran dicho de un discípulo posterior: «Pues por lo mismo que él ha padecido, siendo tentado, puede también socorrer a los que son tentados» (Hebreos 2:18, V.M.). Se sugiere a veces que la tentación habría carecido de significado si Jesús no hubiese sido capaz de pecar. El hecho es que Jesús es Dios, y que Dios no puede pecar. El Señor Jesús nunca cedió ninguno de los atributos de la deidad. Su deidad fue velada durante Su vida en la tierra, pero no podía ser dejada de lado y no lo fue. Algunos dicen que como Dios no podía pecar, pero que como Hombre sí podía. Pero Él sigue siendo aún Dios y Hombre, y es impensable que pudiese pecar hoy. El propósito de la tentación no era ver si Él iba a pecar o no, sino demostrar que Él no podía pecar. Sólo un Hombre santo y sin pecado podía ser nuestro Redentor.
E.
Preparación por la enseñanza (4:14–30)
4:14–15 Entre los versículos 13 y 14 hay un intervalo de alrededor de un año. Durante este tiempo, el Señor ministró en Judea. El único registro de este ministerio se encuentra en Juan 2–5. Cuando Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu para comenzar el segundo año de Su ministerio público, Su fama se extendió por toda la comarca circunvecina. Era ampliamente aclamado mientras enseñaba en las sinagogas judías. 4:16–21 En Nazaret, la ciudad donde había transcurrido su infancia y juventud, Jesús iba regularmente a la sinagoga cada sábado. Había otras dos cosas que leemos que hacía con regularidad. Oraba con regularidad (Lc. 22:39) y era Su hábito enseñar a otros (Mr. 10:1). En una visita a la sinagoga, … se levantó a leer de las Escrituras del AT. El asistente le entregó el rollo sobre el que estaba escrita la profecía de Isaías. El Señor desenrolló el volumen abriéndolo por lo que conocemos ahora como Isaías 61, y leyó el versículo 1 y la primera mitad del versículo 2. Este pasaje siempre había sido reconocido como una descripción del ministerio del Mesías. Cuando Jesús dijo: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír, estaba diciendo de la manera más clara posible que Él era el Mesías de Israel. Observemos las implicaciones revolucionarias de la misión del Mesías. Él había venido para afrontar los enormes problemas que han afligido a la humanidad a lo largo de la historia: La pobreza. Para predicar el evangelio a los pobres. Dolor. A sanar a los quebrantados de corazón. Esclavitud. A proclamar liberación a los cautivos. Sufrimiento. Y recuperación de la vista a los ciegos. Opresión. A poner en libertad a los oprimidos. En suma, vino a proclamar un año favorable del Señor —el amanecer de una nueva era para las multitudes gimientes y sollozantes de este mundo—. Se presentó como la
respuesta a todos los males que nos atormentan. Y esto es cierto tanto si se piensa en estos males en un sentido físico o espiritual. Cristo es la respuesta. Es significativo que se detuvo al leer estas palabras: … a proclamar un año favorable del Señor. No añadió el resto de las palabras de Isaías: «… y el día de la venganza de nuestro Dios». El propósito de Su Primera Venida era predicar el año favorable del Señor. Esta actual era de la gracia es el tiempo aceptable y el día de la salvación. Cuando regrese a la tierra por segunda vez, será para proclamar el día de la venganza de nuestro Dios. Observemos que el tiempo favorable es descrito como un año, y el tiempo de venganza como un día. 4:22 La gente quedó evidentemente impresionada. Hablaban bien de Él, habiéndose sentidos atraídos a Él por Sus palabras de gracia. Para ellos era un misterio cómo el hijo de José, el Carpintero, se había desarrollado tan bien. 4:23 El Señor sabía que esta popularidad era superficial. No había una real apreciación de Su verdadera identidad o valía. Para ellos, se trataba de otro de sus muchachos del pueblo que había prosperado en Capernaúm. Predijo que le iban a decir este refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Generalmente, este dicho significaba: «Haz por ti mismo lo que has hecho para otros. Cura tu propia condición, ya que afirmas curar la de otros». Pero aquí el significado es un poco diferente. Es explicado en las palabras que siguen: Todo cuanto hemos oído que se ha hecho en Capernaúm, hazlo también aquí en tu pueblo, es decir, en Nazaret. Era un burlón reto para que hiciese milagros en Nazaret, como lo había hecho en otras par-tes, y librarse así del ridículo. 4:24–27 El Señor contestó enunciando un principio profundamente arraigado en los asuntos humanos: los grandes hombres no son apreciados en su propio vecindario. Luego citó dos incidentes apropiados del AT en los que unos profetas de Dios no eran apreciados por el pueblo de Israel, y que por ello fueron enviados a los gentiles. Cuando una gran hambre se cernió sobre todo Israel, Elías no fue enviado a ninguna viuda judía —aunque había muchas de ellas— sino que fue enviado a Sidón, a una viuda gentil. Y aunque había muchos leprosos en la tierra de Israel cuando Eliseo estaba ministrando, no fue enviado a sanar a ninguno de ellos. En lugar de ello, fue el gentil Naamán, el general del ejército de Siria, quien fue limpiado. Imaginemos el impacto de las palabras de Jesús sobre las mentes de Jesús. Ellos ponían a las mujeres, a los gentiles y a los leprosos al fondo de la escala social. ¡Pero aquí el Señor puso con toda la intención a estos tres grupos por encima de los judíos incrédulos! Lo que estaba diciendo era que la historia del AT estaba a punto de volverse a repetir. Él iba a ser rechazado, a pesar de Sus milagros, no sólo por la ciudad de Nazaret, sino también por toda la nación de Israel. Él se volvería entonces a los gentiles, tal como habían hecho Elías y Eliseo. 4:28 La gente de Nazaret se dieron cuenta exactamente de lo que les quería decir. Se sintieron soliviantados por la mera sugerencia de que se les fuese a mostrar favor a los gentiles. Comenta el Obispo Ryle: El hombre aborrece acerbamente la doctrina de la soberanía de Dios que Cristo acababa de declarar. Dios no estaba obligado a obrar milagros en medio de ellos. 4:29–30 Los que le escuchaban le echaron fuera de la ciudad… hasta un borde escarpado de la colina, con la intención de despeñarle. Es indudable que esto era bajo la instigación de Satanás, en otro intento por destruir al Heredero real. Pero Jesús,
milagrosamente, pasó por en medio de la multitud y abandonó la ciudad. Sus enemigos se vieron impotentes para detenerle. Hasta allí donde podamos saber, nunca volvió a Nazaret.
IV. EL HIJO DEL HOMBRE DEMUESTRA SU PODER (Caps. 4:31–5:26) A.
Poder sobre un espíritu inmundo (4:31–37)
4:31–34 La pérdida de Nazaret fue la ganancia de Capernaúm. El pueblo en esta otra ciudad reconoció que Su enseñanza era con autoridad. Sus palabras eran convincentes y motivadoras. Los versículos 31–41 describen un sábado típico en la vida del Señor. Le revelan como Amo sobre los demonios y las enfermedades. Primero fue a la sinagoga y allí se encontró con un hombre con un demonio inmundo. El adjetivo inmundo se emplea con frecuencia para describir a malos espíritus. Significa que ellos mismos son impuros y que producen impureza en las vidas de sus víctimas. La realidad de la posesión demoniaca se ve en este pasaje. Primero, hubo un grito de terror —¿Qué tenemos que ver contigo? Luego el espíritu mostró un claro conocimiento de que Jesús era el Santo de Dios que iba finalmente a destruir las huestes de Satanás. 4:35 Jesús dio una doble orden al demonio: Cállate y sal de él. Y el demonio obedeció, después de echar al hombre al suelo, pero sin hacerle daño alguno. 4:36–37 Los espectadores quedaron sobrecogidos de estupor. ¿Qué había en las palabras de Jesús para que los espíritus inmundos le obedeciesen? ¿Cuál era aquella indefinible autoridad y aquel poder con el que hablaba? ¡No es de extrañar que su fama se extendiese por todos los lugares de los contornos! Todos los milagros físicos de Jesús son imágenes de milagros similares que Él lleva a cabo en el reino espiritual. Por ejemplo, los siguientes milagros en Lucas comunican las lecciones espirituales que se detallan: Arrojamiento de espíritus inmundos (4:31–37) —liberación de la impureza y contaminación del pecado. Curación de la fiebre de la suegra de Pedro (4:38, 39) —alivio de la agitación y debilidad causadas por el pecado. Curación del leproso (5:12–16) —extracción de la abominación y desesperanza del pecado (véase también 17:11–19). El paralítico (5:17–26) —liberación de la parálisis del pecado y equipamiento para servir a Dios. La resurrección del hijo de la viuda (17:11–17) —los pecadores están muertos en delitos y pecados y necesitan recibir vida (véase también 8:49–56). El acallamiento de la tempestad (8:22–25) —Cristo puede controlar las tempestades que se abaten sobre las vidas de Sus discípulos. Legión, el endemoniado (8:26–39) —el pecado produce violencia y locura y aísla a las personas de la sociedad civilizada. El Señor devuelve la decencia, la cordura y la comunión consigo mismo. La mujer que tocó el borde de Su manto (8:43–48) —el empobrecimiento y la depresión que causan el pecado.
La alimentación de los cinco mil (9:10–17) —un mundo de pecado hambriento del pan de Dios. Cristo satisface la necesidad a través de Sus discípulos. El hijo endemoniado (9:37–43a) —la crueldad y violencia del pecado, y el poder sanador de Cristo. La mujer con el espíritu de enfermedad (13:10–17) —el pecado deforma y paraliza, pero el toque de Jesús da perfecta restauración. El hombre hidrópico (14:1–6) —el pecado produce incomodidad, angustia y peligro. El mendigo ciego (18:35–43) —el pecado ciega a los hombres a las realidades eternas. El nuevo nacimiento proporciona ojos abiertos.
B.
Poder sobre la fiebre (4:38, 39)
A continuación, Jesús visitó la casa de Simón, donde estaba la suegra de Simón… aquejada de una fiebre muy alta. Tan pronto como el Señor increpó a la fiebre, ésta la dejó. La curación fue no sólo inmediata, sino también completa, por cuanto pudo levantarse y servir a la familia. Generalmente, una fiebre alta deja a la persona débil y poco atenta. (Los defensores del celibato sacerdotal encuentran poco apoyo en este pasaje. ¡Pedro estaba casado!)
C.
Poder sobre enfermedades y demonios (4:40, 41)
4:40 Al llegar el sábado a su fin, la gente quedaba liberada de la inactividad obligatoria; trajeron a él una gran cantidad de inválidos y endemoniados. Ninguno de ellos acudió en vano. Sanaba a cada uno de los que estaban enfermos, y echaba los demonios. Muchos de los que actualmente pretenden ser sanadores de fe limitan sus milagros a candidatos seleccionados de antemano. Jesús los sanaba a todos. 4:41 Los demonios que habían sido expulsados sabían que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. Pero Él no quería aceptar el testimonio de demonios. Habían de ser silenciados. Sabían que él era el Mesías, pero Dios tenía otros y mejores instrumentos para anunciar aquel hecho.
D.
Poder por medio de la predicación itinerante (4:42–44)
Al día siguiente, Jesús se retiró a un lugar solitario cerca de Capernaúm. Las multitudes le buscaron hasta encontrarle. Trataron de retenerle, pero Él les recordó que había de obrar en las otras ciudades… de Galilea. Y así, de sinagoga en sinagoga, fue predicando las buenas nuevas tocantes al reino de Dios. Jesús mismo era el Rey. Él deseaba reinar sobre ellos, pero primero debían arrepentirse. Él no iba a reinar sobre un pueblo que se aferrase a sus pecados. Éste era el obstáculo. Ellos querían ser salvados de sus problemas políticos, pero no de sus pecados.
E. Poder por medio de la instrucción a otros: llamamiento de los discípulos (5:1–11) De este sencillo relato del llamamiento de Pedro surgen importantes lecciones.
1. El Señor empleó la barca de Pedro como púlpito desde el que enseñar a la multitud. Si entregamos todas nuestras propiedades y posesiones al Salvador, es maravilloso cómo las emplea y también cómo nos recompensa. 2. Le dijo a Pedro exactamente dónde encontrar abundancia de peces —después que Pedro y los otros hubiesen estado bregando a lo largo de toda la noche sin éxito—. El omnisciente Señor sabe dónde están los peces. El servicio llevado a cabo con nuestra propia sabiduría y fuerza no tendrá utilidad. El secreto del éxito en la obra cristiana reside en estar conducidos por Él. 3. Aunque él mismo era un pescador con amplia experiencia, Pedro aceptó el consejo de un Carpintero, y el resultado es que las redes quedaron llenas. Sobre tu palabra, echaré la red. Esto muestra el valor de la humildad, de la susceptibilidad a la enseñanza y de la obediencia implícita. 4. Fue en las aguas mar adentro que la red quedó llena hasta el punto de que se les rompía. Del mismo modo, debemos dejar de seguir cerca de la costa y lanzarnos a las aguas profundas de la total entrega. La fe tiene sus aguas profundas, lo mismo que el sufrimiento y el dolor y la pérdida. Es así que se llenarán las redes con resultados. 5. La red comenzó a romperse, y las barcas comenzaban a hundirse (vv. 6, 7). El servicio dirigido por Cristo produce problemas; ¡pero qué maravillosos problemas! Son la clase de problemas que entusiasman el corazón de un verdadero pescador. 6. Esta visión de la gloria del Señor Jesús produjo en Pedro una sensación abrumadora de su propia indignidad. Así fue en el caso de Isaías (6:5); así es con todos los que ven al Rey en Su hermosura. 7. Fue mientras Pedro estaba dedicado a su empleo ordinario que Cristo le llamó a que fuese pescador de hombres. Mientras esperes ser guiado, haz todo aquello que tus manos encuentren para hacer. Hazlo con toda tu fuerza. Hazlo de corazón como para el Señor. Así como un timón conduce a la nave sólo cuando hay movimiento, así Dios guía a los hombres cuando se mueven. 8. Cristo llamó a Pedro de pescar peces a pescar hombres, o, más literalmente, a «tomar hombres vivos». ¿Qué son todos los peces en el océano en comparación con el privilegio incomparable de ver una alma ganada para Cristo y para la eternidad? 9. Pedro, Jacobo y Juan dejaron las barcas en la playa y lo dejaron todo y … siguieron a Jesús en uno de los mejores días que habían tenido en su vida en su negocio de pesca. ¡Y cuánto dependía de aquella decisión! Probablemente, nunca más habríamos oído hablar de ellos si hubiesen decidido quedarse en sus barcas.
F.
Poder sobre la lepra (5:12–16)
5:12 El doctor Lucas hace una especial mención del hecho de que este hombre estaba lleno de lepra. Era un caso avanzado y, humanamente hablando, totalmente desesperado. La fe del leproso era notable. Dijo: Si quieres, puedes limpiarme. No podría habérselo dicho a ninguna otra persona en el mundo. Pero tenía una completa confianza en el poder del Señor. Cuando dijo Si quieres, no estaba con ello expresando duda alguna acerca de la disposición de Cristo. Más bien, acudía como suplicante, sin derecho inherente a ser sanado, sino acogiéndose a la misericordia y gracia del Señor. 5:13 Tocar un leproso era clínicamente peligroso, religiosamente contaminante y socialmente degradante. Pero el Salvador no contrajo contaminación alguna. En lugar de ello, penetró en el cuerpo del leproso una tromba de sanidad y salud. No era una curación gradual: Al instante se marchó de él la lepra. ¡Pensemos qué debe haber significado para este desesperado e impotente leproso el ser totalmente sanado en un abrir y cerrar de ojos! 5:14 Jesús le encargó que no contase a nadie la curación recibida. El Salvador no quería atraer una nube de curiosos ni agitar un movimiento popular para hacerle Rey. En lugar de esto, el Señor mandó al leproso que fuese a mostrarse al sacerdote y presentase la ofrenda prescrita por Moisés (Lv. 14:4). Cada detalle de esta ofrenda hablaba de Cristo. Era función del sacerdote examinar al leproso y determinar si había sido realmente sanado. El sacerdote no podía sanar; todo lo que podía hacer era pronunciar sano a alguien. Este sacerdote nunca había visto antes a un leproso sanado. Era un acontecimiento único; y esto debería hacer que se diese cuenta de que el Mesías había por fin aparecido. Debería ser un testimonio para todos los sacerdotes. Pero los corazones de ellos estaban cegados por la incredulidad. 5:15–16 A pesar de las instrucciones del Señor de que no difundiese el milagro, las noticias se difundieron rápidamente, y grandes multitudes acudían a Él para ser sanadas. Jesús se retiraba con frecuencia a los lugares solitarios para dar tiempo a la oración. Nuestro Salvador era un hombre de oración. Es apropiado que este Evangelio, que lo presenta como el Hijo del Hombre, tenga más que decir acerca de Su vida de oración que cualquier otro.
G.
Poder sobre la parálisis (5:17–26)
5:17 Al extenderse las noticias del ministerio de Jesús, los fariseos y maestros de la ley se iban volviendo más y más hostiles. Aquí los vemos reuniéndose en Galilea, con el evidente propósito de encontrar algo de qué acusarle. El poder de Jesús estaba presente para sanar a los enfermos. En realidad, siempre tenía el poder para sanar, pero las circunstancias no siempre le eran favorables. En Nazaret, por ejemplo, no pudo hacer muchas obras poderosas a causa de la incredulidad de la gente (Mt. 13:58). 5:18–19 Cuatro hombres trajeron a la casa donde Jesús estaba enseñando a un paralítico en una camilla. No podían introducirle, a causa de la multitud, por lo que subieron al tejado por las escaleras exteriores. Luego bajaron al hombre por medio de una abertura que hicieron quitando algunas tejas del tejado. 5:20–21 Jesús observó la fe que iba hasta tales extremos para llevar a un caso necesitado a Su atención. Al ver la fe de ellos, es decir, la fe de los cuatro y la del inválido, dijo al paralítico: Hombre, tus pecados te quedan perdonados. Esta declaración sin precedentes provocó a los escribas y a los fariseos. Ellos sabían que nadie sino Dios podía
perdonar pecados. No dispuestos a reconocer que Jesús era Dios, levantaron la acusación de blasfemia. 5:22–23 El Señor pasó acto seguido a demostrarles que Él había realmente perdonado los pecados de aquel hombre. Primero, les preguntó si era más fácil decir: Te quedan perdonados tus pecados, o decir: Levántate y anda. En cierto sentido, es tan fácil decir lo uno como lo otro, pero otra cosa es hacer ambas cosas, por cuanto ambas cosas son humanamente imposibles. El argumento aquí parece ser que es más fácil decir: Te quedan perdonados tus pecados, porque no hay forma de saber si ha sucedido realmente. Si se dice: Levántate y anda, entonces es fácil ver si el paciente ha sido sanado. Los fariseos no podían ver que los pecados de aquel hombre hubiesen sido perdonados, por lo que no estaban dispuestos a creer. Por este mismo motivo Jesús efectuó un milagro que podrían ver para demostrarles que verdaderamente había perdonado los pecados de aquel hombre. Le dio capacidad al paralítico para poder caminar. 5:24 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico), a ti te digo: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa— el título el Hijo del Hombre enfatiza la perfecta humanidad del Señor—. En cierto sentido, todos somos hijos del hombre, pero este título «el Hijo del Hombre», distingue a Jesús de cualquier otro hombre que haya jamás vivido. Le describe como un Hombre conforme a la imagen de Dios, como Aquel que es moralmente perfecto, como Aquel que iba a padecer, derramar Su sangre y morir en una cruz, y Aquel que ha sido puesto como cabeza sobre todas las cosas. 5:25 En obediencia a Su palabra, el paralítico se levantó, cargó su camilla, y se fue a casa glorificando a Dios. 5:26 La multitud quedó literalmente sobrecogida de estupor; también ellos glorificaban a Dios reconociendo que aquel día habían visto cosas increíbles, es decir, el pronunciamiento del perdón y el milagro que lo demostraba.
V. EL HIJO DEL HOMBRE EXPLICA SU MINISTERIO (Caps. 5:27–6:49) A.
El llamamiento de Leví (5:27–28)
Leví era un cobrador de impuestos judío al servicio del gobierno romano. Estos hombres eran aborrecidos por sus compatriotas, no sólo debido a esta colaboración con Roma, sino debido a sus prácticas faltas de honradez. Un día, mientras Leví estaba trabajando, Jesús pasó a su lado y le invitó a que se hiciese seguidor de Él. Con una sorprendente presteza, Leví lo dejó todo, se levantó y comenzó a seguirle. Pensemos en las inmensas consecuencias que surgieron de esta sencilla decisión. Leví, o Mateo, vino a ser el escritor del Primer Evangelio. Vale la pena oír Su llamamiento y seguirle.
B.
Por qué el Hijo del Hombre llama a pecadores (5:29–32)
5:29–30 Se ha sugerido que Leví tenía tres propósitos al preparar este gran banquete. Quería honrar públicamente al Señor, testificar públicamente acerca de su nueva adhesión y quería presentar a sus amigos a Jesús. La mayoría de los judíos no habrían comido con un
grupo de cobradores de impuestos y con pecadores. Él, naturalmente, no confraternizaba con ellos en sus pecados, ni hacía nada que pudiese poner en un compromiso Su testimonio, sino que empleaba estas ocasiones para enseñar, reprender y bendecir. Los escribas y los Fariseos (RV) criticaron a Jesús por asociarse con esta gente despreciada, la hez de la sociedad. 5:31 Jesús respondió que su acción estaba en perfecta armonía con Su propósito al venir al mundo. Los sanos no necesitan médico, sino sólo los que están mal. 5:32 Los fariseos se consideraban justos. No tenían un profundo sentimiento de pecado ni de necesidad. Por ello, no podrían beneficiarse del ministerio del Gran Médico. Pero estos cobradores de impuestos y pecadores se daban cuenta de que eran pecadores y de que necesitaban ser salvados de sus pecados. Era para personas como ellas que había venido el Salvador. En realidad, los fariseos no eran justos. Necesitaban la salvación tanto como los cobradores de impuestos. Pero no estaban dispuestos a confesar sus pecados ni a reconocer su culpa. Y de ese modo, criticaban al Médico por ir a gente que estaba gravemente enferma.
C.
Explicación del no ayuno de los discípulos de Jesús (5:33–35)
5:33 La siguiente táctica de los fariseos fue interrogar a Jesús acerca de la costumbre del ayuno. A fin de cuentas, los discípulos de Juan el Bautista seguían la vida ascética de su maestro. Y los seguidores de los fariseos observaban varios ayunos ceremoniales. Pero no era así con los discípulos de Jesús. ¿Por qué no? 5:34–35 El Señor respondió en efecto que no había razón alguna para que Sus discípulos ayunasen mientras que Él estaba con ellos. Aquí Él asocia el ayuno con duelo y lamentación. Cuando él les fuese arrebatado, esto es, violentamente, por la muerte, entonces ayunarían como expresión de su dolor.
D.
Tres parábolas acerca de la nueva dispensación (5:36–39)
5:36 Siguen tres parábolas que enseñan que había empezado una nueva dispensación, y no podría mezclarse lo nuevo con lo viejo. En la primera parábola, el vestido viejo se refiere al sistema o dispensación legal, mientras el vestido nuevo representa la era de la gracia. Ambas son incompatibles. El intento de mezclar ley y gracia resulta en estropear ambas cosas. Si sacamos un pedazo de un vestido nuevo, estropeamos el nuevo, y además no armonizará con el viejo, ni en apariencia ni en resistencia. J. N. Darby lo expresa bien: «Jesús no iba a hacer una cosa como hacer que el cristianismo fuese un apéndice del judaísmo. La carne y la ley van juntas, pero la gracia y la ley, la justicia de Dios y la del hombre, jamás se mezclarán». 5:37–38 La segunda parábola enseña la insensatez de poner vino nuevo en odres viejos. La acción de la fermentación del vino nuevo origina una presión sobre las pieles de los odres, que ya no son ni flexibles ni elásticas para soportarla. La presión reventará los odres, y el vino se derramará. Las formas, ordenanzas, tradiciones y ritos del judaísmo, todo ello tan antiguo, eran elementos demasiado rígidos para contener el gozo, la exuberancia y la energía de la nueva dispensación. El vino nuevo se ve en este capítulo en los métodos no convencionales de los cuatro hombres que llevaron el paralítico a Jesús. Se
ve en el gozo y celo de Leví. Los odres viejos representan la rigidez y el frío formalismo de los fariseos. 5:39 La tercera parábola dice que nadie que haya bebido del vino añejo prefiere el nuevo, porque dice: El añejo es mejor. Esto representa la natural desgana de los hombres para abandonar lo viejo por lo nuevo, el judaísmo por el cristianismo, la ley por la gracia, ¡las sombras por la sustancia! Como dice Darby: «A un hombre acostumbrado a las formas, a los arreglos humanos, a la religión de su padre, etc., nunca le gusta el nuevo principio y poder del reino».
E.
El Hijo del Hombre es Señor del Sábado (6:1–11)
6:1–2 Ahora se nos presentan dos incidentes acerca del sábado, para mostrar que la creciente oposición de los líderes religiosos estaba llegando a un punto culminante. El primero tuvo lugar en el «sábado segundo del primero» (traducción literal). Esto se explica de la siguiente manera: el primer Sábado era el primero después de la Pascua. El segundo era el siguiente después de éste. En el segundo sábado tras el primero, el Señor y Sus discípulos pasaban a través de unos sembrados. Los discípulos arrancaban algunas espigas, frotaban el grano con las manos y se las comían. Los fariseos, que no podían reprenderles por tomar el trigo, porque ello estaba permitido por la ley (Dt. 23:25), dirigieron sus críticas a que lo hiciesen en sábado. A veces designaban el acto de arrancar trigo como segar, y el de restregarlo como trillar. 6:3–5 La respuesta del Señor, empleando un incidente de la vida de David, fue que la ley del sábado nunca fue dada para impedir un trabajo necesario. Rechazado y perseguido, David y sus hombres estaban con hambre. Entraron en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición, que de ordinario estaba reservado a los sacerdotes. Dios hizo una excepción en el caso de David. Había pecado en Israel. El rey estaba rechazado. La ley acerca del pan de la proposición nunca fue dada con la intención de que fuese seguida incondicionalmente hasta el punto de dejar que el rey de Dios muriese de hambre. Aquí teníamos una situación similar. Cristo y Sus discípulos tenían hambre. Los fariseos preferirían verlos morir de hambre antes que recoger trigo en sábado. Pero El Hijo del Hombre es dueño hasta del sábado. Él había dado la ley en primer lugar, y nadie estaba más bien calificado que Él para interpretar su verdadero significado espiritual y salvarlo de malos entendidos. 6:6–8 Un segundo incidente que aconteció también en otro sábado tuvo que ver con una curación milagrosa. Los escribas y los fariseos … acechaban a Jesús para ver si se ponía a sanar en sábado a un hombre que tenía atrofiada la mano derecha. Por las anteriores experiencias y por lo que sabían de Él, tenían buenas razones para creer que así lo haría. El Señor no los defraudó. Primero pidió al hombre que se levantase y se pusiese en medio de la multitud en la sinagoga. Esta dramática acción hizo fijar la atención de todos en lo que estaba a punto de suceder. 6:9 Entonces Jesús preguntó a Sus críticos si era lícito en sábado hacer el bien, o hacer el mal. Si respondían correctamente, tendrían que decir que era lícito hacer el bien en sábado, e ilícito hacer el mal. Si era lícito hacer el bien en sábado, entonces estaba haciendo lo bueno al sanar a aquel hombre. Si era ilícito hacer el mal en sábado, entonces ellos estaban quebrantando el sábado al tramar dar muerte al Señor Jesús.
6:10 No hubo respuesta alguna de parte de sus adversarios. Jesús mandó entonces al hombre que extendiese su mano derecha (sólo el doctor Lucas menciona que era la mano derecha.) Con el mandamiento se aplicó el poder necesario. Al obedecer el hombre, su mano quedó enteramente restablecida. 6:11 Los fariseos y los escribas se llenaron de furor. Querían condenar a Jesús por quebrantar el sábado. Todo lo que había hecho era pronunciar unas pocas palabras y el hombre había sido sanado. No estaba involucrada ninguna obra servil. Pero ellos tramaban entre ellos cómo podrían «atraparle». El sábado había sido dispuesto por Dios para el bien del hombre. Cuando se entiende rectamente, no prohíbe ni obras de necesidad ni obras de misericordia.
F.
Elección de Doce Discípulos (6:12–19)
6:12 Jesús pasó la noche entera en oración antes de escoger a los doce. ¡Qué reprensión para nuestra impulsividad e independencia de Dios! Lucas es el único evangelio que menciona esta noche de oración. 6:13–16 Los doce a los cuales escogió de entre el círculo más amplio de los discípulos fueron: 1. Simón, a quien también puso por nombre Pedro, hijo de Jonás, y uno de los principales entre los apóstoles. 2.
Andrés su hermano. Fue Andrés quien presentó a Pedro al Señor.
3. Jacobo hijo de Zebedeo. Tuvo el privilegio de ir con Pedro y Juan al Monte de la Transfiguración. Fue muerto por Herodes Agripa I. 4. Juan hijo de Zebedeo. Jesús llamó a Jacobo y a Juan «hijos del trueno». Fue este Juan el que escribió el Evangelio y las Epístolas que llevan su nombre, y el libro de Apocalipsis. 5. Felipe, natural de Betsaida, que presentó a Natanael a Jesús. No debería confundirse con el evangelista Felipe, en el libro de los Hechos. 6. Bartolomé, generalmente considerado como otro nombre para Natanael. Es mencionado sólo en las listas de los Doce. 7. Mateo, el recaudador de impuestos, también llamado Leví. Escribió el Primer Evangelio. 8. Tomás, también llamado el Gemelo [Dídimo]. Dijo que no creería que el Señor había resucitado hasta que viese evidencias concluyentes. 9. Jacobo el hijo de Alfeo. Puede que fuese el que tenía el papel de responsabilidad en la iglesia en Jerusalén, después que Jacobo, el hijo de Zebedeo, fuese muerto por Herodes.
10. Simón el llamado Zelote. Poco es lo que se sabe de él por lo que toca al registro sagrado. 11. Judas el hermano de Jacobo. Quizá el mismo que Judas autor de la Epístola, y que comúnmente es considerado como Lebeo, cuyo sobrenombre era Tadeo (Mt. 10:3; Mr. 3:18). 12. Judas Iscariote, que se supone era de Queriot, en Judá, y por ello el único de los apóstoles que no era de Galilea. El traidor que entregó a nuestro Señor, y que fue llamado por Jesús «el hijo de perdición». Los discípulos no eran todos hombres de gran intelecto o capacidad. Constituían una muestra representativa de la humanidad. Lo que les hizo grandes fue su relación con Jesús y su consagración a Él. Cuando el Señor los escogió eran probablemente jóvenes en sus veintitantos años. La juventud es la edad en la que los hombres son más celosos y susceptibles a la enseñanza y más capaces de soportar penalidades. Seleccionó sólo a doce discípulos. Estaba más interesado en la calidad que en la cantidad. Con hombres de rasgos apropiados, podría enviarlos y, mediante el proceso de la reproducción espiritual, podría evangelizar el mundo. Una vez los discípulos fueron escogidos, era importante que fuesen bien instruidos en los principios del reino de Dios. El resto de este capítulo da un sumario del tipo de carácter y conducta que debía ser hallado en los discípulos del Señor Jesús. 6:17–19 El siguiente discurso no es idéntico al Sermón del Monte (Mt. 5–7). El registrado en Mateo fue pronunciado en un Monte; el registrado aquí fue pronunciado en un lugar llano. El primero tenía bendiciones pero no ayes; éste tiene ambas cosas. Hay otras diferencias: en los términos empleados, en longitud, en énfasis. Observemos que este mensaje de consagrado discipulado fue dado a la multitud además de a los Doce. Parece que siempre que una gran multitud seguía a Jesús, Él ponía a prueba su sinceridad hablándoles sin ambages. Como alguien ha dicho: «Cristo primero atrae, y luego criba». Una gran multitud había acudido de todas partes de Judea, de Jerusalén en el sur, de Tiro y de Sidón en el noroeste, gentiles y judíos. Enfermos y endemoniados se apiñaban para tocar a Jesús; sabían que salía de él un poder sanador. Es muy importante darse cuenta de cuán revolucionarias son las enseñanzas del Señor. Recordemos que se estaba dirigiendo a la cruz. Iba a morir, a ser sepultado, a resucitar al tercer día y a regresar al cielo. Las buenas nuevas de la gratuita salvación habían de salir al mundo. La redención de los hombres dependía de que oyesen el mensaje. ¿Cómo podría ser el mundo evangelizado? Lo que harían los astutos líderes de este mundo sería organizar un enorme ejército, proveer mucha financiación, generosas provisiones, entretenimientos para mantener la moral de sus hombres, y buenas relaciones públicas.
G.
Bienaventuranzas y Ayes (6:20–26)
6:20 En cambio, Jesús escogió a doce discípulos y los envió pobres, hambrientos y perseguidos. ¿Puede el mundo ser evangelizado de esta manera? Sí, ¡y de ninguna otra! El Salvador comenzó con cuatro bienaventuranzas y cuatro ayes. Bienaventurados vosotros
los pobres. No que los pobres sean bienaventurados, sino bienaventurados vosotros los pobres. La pobreza en sí no es una bienaventuranza; más frecuentemente es una maldición. Aquí Jesús se estaba refiriendo a una pobreza autoimpuesta por causa de Él. No estaba refiriéndose a los que son pobres por su pereza, tragedia o razones más allá de su control. Se refería más bien a los que deciden ser pobres a fin de compartir a su Salvador con otros. Y cuando piensas en esto, es el único enfoque racional y razonable. Supongamos que los discípulos hubiesen salido como gente rica. Las multitudes se habrían apiñado en torno a la bandera de Cristo con la esperanza de enriquecerse. Tal como estaba la situación, los discípulos no podían prometerles ni plata ni oro. Si acudían, tendría que ser en pos de bendición espiritual. Además, si los discípulos hubiesen sido ricos, se habrían perdido la bendición de la dependencia constante del Señor, y de gustar Su fidelidad. El reino de Dios pertenece a aquellos que están satisfechos con la provisión de sus necesidades actuales de modo que todo lo que esté por encima de ello pueda ir a la obra del Señor. 6:21 Bienaventurados los que ahora pasáis hambre. Otra vez, esto no se refiere a las grandes multitudes de la humanidad que sufren de desnutrición. Se refiere más bien a los discípulos de Jesucristo que deliberadamente adoptan una vida de negación propia a fin de ayudar a aliviar las necesidades humanas, tanto espirituales como físicas. Se trata de personas dispuestas a seguir una dieta llana y barata antes que privar a otros del evangelio debido a su autoindulgencia. Toda abnegación así será recompensada en un día futuro. Bienaventurados los que ahora lloráis. No que la tristeza en sí misma sea una bienaventuranza; el lloro de los inconversos no comporta en sí ningún beneficio. Aquí, Jesús se refiere a las lágrimas que se derraman por causa de Él. Lágrimas por la humanidad perdida y que perece. Lágrimas por el estado dividido e impotente de la iglesia. Todo dolor soportado para servir al Señor Jesucristo. Los que siembran con lágrimas segarán con gozo. 6:22 Bienaventurados sois cuando os odien los hombres, cuando os aparten de sí, os injurien y desechen vuestro nombre como malo. Esta bienaventuranza no es para aquellos que sufren a causa de sus propios pecados o insensatez. Es para aquellos que son menospreciados, excomulgados, injuriados y calumniados debido a su lealtad a Cristo. La clave a la comprensión de estas cuatro bienaventuranzas se encuentra en la frase por causa del Hijo del Hombre. Cosas que en sí mismas serían una maldición se tornan en bendición cuando se soportan con buen ánimo por Él. Pero el motivo ha de ser el amor a Cristo. En caso contrario, son sin valor los sacrificios más heroicos. 6:23 La persecución por causa de Cristo es motivo de gran regocijo. Primero, comportará recompensa… grande en el cielo. Segundo, asocia al sufriente con Sus fieles testigos de las edades pasadas. Las cuatro bendiciones describen a la persona ideal en el reino de Dios —a aquel que vive de forma abnegada, austera, sobria y paciente. 6:24 Pero, por otra parte, los cuatro ayes representan a los que son de menor estima en la nueva sociedad de Cristo. ¡Trágicamente, son aquellos que son considerados como grandes en el mundo en la actualidad! ¡Ay de vosotros los ricos! Hay problemas graves y morales relacionados con el atesoramiento de riquezas en un mundo en el que varios miles de personas mueren a diario de hambre y donde una de cada dos personas está privada de las buenas nuevas de la salvación por medio de la fe en Cristo. Estas palabras del Señor Jesús deberían ser ponderadas cuidadosamente por los cristianos tentados a guardar tesoros en la tierra, a acumular y arrinconar para un futuro incierto. Hacer esto es vivir para el mundo equivocado. De otro lado, este ay sobre los ricos demuestra de manera concluyente que cuando el Señor dice en el versículo 20 «Bienaventurados vosotros los pobres», no se
refiere a los pobres en espíritu. En caso contrario, el versículo 24 tendría que significar «ay de vosotros los ricos en espíritu», y este significado está fuera de consideración. Los que tienen riquezas y no las emplean para el enriquecimiento eterno de otros ya han recibido la única recompensa que jamás tendrán —la egoísta gratificación actual de sus deseos. 6:25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! Aquellos creyentes que comen en restaurantes caros, que viven de las mejores comidas de gourmet, que no reparan en gastos cuando se trata de su comida. Su lema es: «¡Nada es demasiado bueno para el pueblo de Dios!» El Señor dice que ellos habrán de pasar hambre en un día venidero, esto es, cuando se den recompensas por un discipulado fiel y sacrificado. Ay de vosotros, los que reís ahora. Este ay se dirige a aquellos cuyas vidas constituyen un ciclo continuo de diversión, entretenimiento y placer. Actúan como si la vida hubiese sido hecha para divertirse y juguetear y parecen olvidarse de la condición desesperada de los hombres apartados de Jesucristo. Los que ríen ahora se lamentarán y llorarán cuando contemplen las oportunidades malgastadas, la indulgencia egoísta y su propio empobrecimiento espiritual. 6:26 Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros. ¿Por qué? Porque es una señal segura de que no estás viviendo la vida o proclamando el mensaje con fidelidad. Está en la misma naturaleza del evangelio ofender a los impíos. Los que reciben el aplauso del mundo son compañeros de viaje de los falsos profetas del AT, que acariciaban los oídos de la gente, diciéndoles lo que querían oír. Estaban más interesados en el favor de los hombres que en la alabanza de Dios.
H.
El arma secreta del Hijo del Hombre: el Amor (6:27–38)
6:27–29a Ahora el Señor Jesús desvela a Sus discípulos un arma secreta del arsenal de Dios —el arma del amor—. Ésta será una de sus armas más eficaces para evangelizar al mundo. Sin embargo, cuando habla de amor, no se está refiriendo a la emoción humana que recibe este nombre. Se trata del amor sobrenatural. Sólo aquellos que han nacido de nuevo pueden conocerlo o exhibirlo. Es totalmente imposible para todo aquel en quien no habita el Espíritu Santo. Un asesino puede amar a sus propios hijos, pero no es el amor al que se refiere Jesús. Lo primero es afecto humano; lo segundo es amor divino. Lo primero precisa sólo de vida física; lo segundo demanda vida divina. Lo primero es mayormente asunto de emociones; lo segundo es principalmente asunto de la voluntad. Cualquiera puede amar a sus amigos, pero se precisa de un poder sobrenatural para amar a los propios enemigos. Y éste es el amor (gr.: agapë) del NT. Significa hacer bien a los que os odian; bendecir a los que os maldicen; orar por los que os maltratan, y siempre y en toda ocasión volver la otra mejilla. F. B. Meyer explica: En el sentido más profundo, el amor es el requisito previo del cristianismo. Sentir hacia los enemigos lo que otros sienten hacia los amigos; descender como lluvia y luz del sol sobre los injustos lo mismo que sobre los justos; ministrar a los que son poco atractivos o repelentes tal como otros ministran a los atractivos y agradables; ser siempre los mismos, no sujetos a cambios de humor, caprichos o veleidades; tener longanimidad; no tener en cuenta el mal; regocijarse con la verdad; soportar, creer, esperar y sobrellevar todas las
cosas, nunca fallar —esto es el amor, y un amor así es el logro del Espíritu Santo. No podemos alcanzarlos por nosotros mismos. Un amor así es invencible. El mundo puede generalmente vencer al hombre que se revuelve. Está acostumbrado a la guerra de la jungla y al principio de la venganza. Pero no sabe cómo tratar a aquella persona que contesta a cada mal con un acto de bondad. Se queda totalmente confundido y desorganizado por una conducta tan fuera de este mundo. 6:29b–31 Cuando le roban su abrigo, el amor ofrece también el traje. Nunca deja de lado ningún caso genuino de necesidad. Cuando se ve injustamente privado de su propiedad, no pide que se le devuelva. Su regla dorada es tratar a los demás con la misma bondad y consideración que querría recibir. 6:32–34 Los inconversos pueden amar y aman a los que les aman. Es una conducta natural, y es tan común que no hace impacto alguno en el mundo de los inconversos. Los bancos y las compañías de préstamos prestan dinero con la expectativa de cobrar intereses. Esto no demanda una vida divina. 6:35 Por ello, Jesús repitió que debíamos amar a nuestros enemigos, hacer el bien y prestar sin esperar nada a cambio. Esta conducta es distintivamente cristiana y marca a aquellos que son los hijos del Altísimo. Naturalmente, no es de esta manera en que los hombres llegan a ser hijos del Altísimo; esto sólo puede suceder recibiendo a Jesucristo como Señor y Salvador (Jn. 1:12). Pero ésta es la forma en que verdaderos creyentes se manifiestan al mundo como hijos de Dios. Dios nos trató de la manera descrita en los vv. 27–35. Él es bondadoso para con los ingratos y malvados. Cuando actuamos como Él, manifestamos la semejanza de familia. Mostramos que hemos nacido de Dios. 6:36 Ser misericordiosos significa perdonar cuanto está en nuestra mano vengarnos. El Padre nos mostró misericordia al no aplicarnos el castigo que merecíamos. Él quiere que mostremos misericordia a otros. 6:37 Hay dos cosas que el amor no hace: no juzga y no condena. Jesús dijo: No juzguéis, y no seréis juzgados. Ante todo, no hemos de juzgar los motivos de la gente. No podemos leer el corazón y por ello mismo no podemos saber por qué una persona actúa como actúa. Luego, no debemos juzgar la administración o servicio de otro cristiano (1 Co. 4:1–5). Dios es el Juez en tales casos. Y en general no debemos ser hipercríticos. Un espíritu crítico, que busca faltas, viola la ley del amor. Pero sí hay ciertas áreas en las que los cristianos deben juzgar. Hemos de juzgar con frecuencia si otras personas son verdaderos cristianos; en caso contrario, nunca podríamos reconocer un yugo desigual (2 Co. 6:14). El pecado ha de ser juzgado en el hogar y en la asamblea. En resumen, hemos de juzgar entre el bien y el mal, pero no debemos atribuir motivos ni asesinar el carácter de nadie. Perdonad, y seréis perdonados. Esto hace que nuestro perdón dependa de nuestra buena disposición a perdonar. Pero otras Escrituras parecen enseñar que cuando recibimos a Cristo por la fe somos perdonados de manera libre e incondicional. ¿Cómo podemos conciliar esta aparente contradicción? La explicación es que estamos hablando de dos clases diferentes de perdón: judicial y paterno. El perdón judicial es el concedido por Dios el Juez a todo aquel que cree en el Señor Jesucristo. Significa que la pena por los pecados ha sido satisfecha por Cristo y que el pecador que cree no tendrá que pagarla. Es incondicional. El perdón paterno es el que da Dios el Padre a Su hijo errante cuando confiesa y abandona su pecado. Tiene como resultado la restauración de la comunión en la familia de
Dios y no tiene nada que ver con la pena del pecado. Como Padre, Dios no puede perdonarnos cuando nosotros no queremos perdonarnos unos a otros. Él no actúa como nosotros, y entonces nosotros no podemos andar en comunión con aquellos que sí lo hacen. Es al perdón paterno al que se refiere Jesús con las palabras y seréis perdonados. 6:38 El amor se manifiesta dando (véase Jn. 3:16; Ef. 5:25). El ministerio cristiano es un ministerio de dar. Aquellos que dan generosamente son recompensados generosamente. La imagen es la de un hombre con un gran pliegue como un delantal formado por su ropa. Lo emplea para echar semilla. Cuanto más esparce la semilla, tanto mayor su cosecha. Es recompensado con una medida buena, apretada, remecida y rebosante. La recibe en el regazo, es decir, en el pliegue de su manto. Es un principio fijo de la vida que segamos conforme a nuestra siembra, que nuestras acciones recaen sobre nosotros, que la misma medida que empleamos para medir a otros, con ella nos volverán a medir. Si sembramos cosas materiales segamos tesoros espirituales de un valor inestimable. Es también cosa cierta que lo que guardamos lo perdemos, y que lo que damos lo tenemos.
I.
Parábola del hipócrita ciego (6:39–45)
6:39 En la anterior sección el Señor Jesús enseñó que los discípulos habían de tener un ministerio de dar. Ahora les advierte que la magnitud en que pueden ser para bendición de otros queda limitada por la propia condición espiritual de ellos. Un ciego no puede guiar a otro ciego; ambos caerán en un hoyo. No podemos dar a otros lo que nosotros mismos no tenemos. Si somos ciegos a ciertas áreas de la Palabra de Dios, no podremos ayudar a alguien en las mismas. Si hay puntos ciegos en nuestra vida espiritual, podemos estar seguros de que habrá puntos ciegos en las vidas de los que reciben de nosotros. 6:40 Un discípulo no está por encima de su maestro; pero todo el que esté bien preparado, será como su maestro. Una persona no puede enseñar lo que no conoce. No puede conducir a sus estudiantes a un nivel más elevado que aquel al que él mismo haya llegado. Cuanto más les enseña, tanto más ellos se vuelven como él. Pero su propia etapa de crecimiento constituye el límite superior al que podrá llevarlos. Un discípulo está perfectamente bien preparado como tal cuando llega a ser como su maestro. Las deficiencias en la doctrina o vida del maestro pasarán a las vidas de sus discípulos, y cuando la instrucción haya quedado completada, no se puede esperar de los discípulos que sean más que el maestro. 6:41–42 Esta importante verdad queda más notablemente expuesta en la ilustración de la paja y la viga. Un día un hombre está andando por una era donde están batiendo el grano. Un golpe de viento repentino levanta una pequeña paja de la era y se posa en su ojo. Se frota el ojo para librarse de ella, pero cuanto más se frota, tanto más se irrita el ojo. Precisamente en aquel momento acude otro hombre y ve el problema del otro y se ofrece a ayudarlo. Pero este hombre ¡tiene una viga que le sobresale del ojo! Difícilmente puede ayudarle porque no puede ver lo que está haciendo. La lección evidente es que un maestro no puede hablar a sus discípulos acerca de tachas en sus vidas si él tiene las mismas y en grado exagerado en las suya, y sin verlas. Si hemos de servir de ayuda a los demás, nuestras vidas han de ser ejemplares. Si no, nos dirán: «Médico, ¡cúrate a ti mismo!». 6:43–45 La cuarta ilustración que usa el Señor es la del árbol y su fruto. Un árbol dará fruto, bueno o malo, dependiendo de lo que sea en sí mismo. Juzgamos un árbol por la
clase y cualidad del fruto que da. Y así sucede en el área del discipulado. Un hombre moralmente puro y espiritualmente sano puede dar bendición para otros del buen tesoro de su corazón. Por otra parte, un hombre básicamente impuro sólo saca lo malo. De modo que en los versículos 39–45 el Señor muestra a los discípulos que su ministerio debe ser un ministerio de carácter. Lo que son es más importante que lo que jamás vayan a decir o hacer. El resultado final de su servicio será determinado por lo que ellos son en sí mismos.
J.
El Señor demanda Obediencia (6:46–49)
6:46 ¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que digo? La palabra Señor significa Maestro; significa que Él tiene una total autoridad sobre nuestras vidas, que le pertenecemos, y que estamos obligados a hacer todo aquello que nos dice. Llamarle Señor y luego no obedecerle es algo absurdamente contradictorio. No hay suficiente con una mera confesión de Su señorío. El verdadero amor, la verdadera fe, involucran una sincera obediencia. No le amamos con realidad y no creemos verdaderamente en Él si no hacemos lo que Él dice. El «Camino» me llamáis y no transcurrís por mí. La «Vida» me llamáis y no me vivís, «Maestro» me llamáis y no me obedecéis, Si te condeno, la culpa no me has de dar. «Pan» me llamáis y no me coméis, La «Verdad» me llamáis y no me creéis, «Señor» me llamáis y no me servís, Si te condeno, la culpa no me has de dar. Geoffrey O’Hara 6:47–49 Para aplicar con mayor fuerza esta importante verdad, el Señor da la historia de dos edificadores. Generalmente, aplicamos esta historia al evangelio; decimos que el sabio es aquel que cree y es salvo; y que el insensato es el que rechaza a Cristo y se pierde. Naturalmente, esta es una aplicación válida. Pero si interpretamos la historia en su contexto, encontramos que hay un significado más profundo. El sabio es aquel que viene a Cristo (salvación), que ha oído Sus palabras (instrucción) y las pone en práctica (obediencia). Es aquel que edifica su vida sobre los principios de discipulado práctico que se establecen en este capítulo. Ésta es la forma válida de edificar una vida. Cuando la casa es azotada por las avenidas de agua y las corrientes, se mantiene firme porque está fundada sobre la roca, Cristo y Sus enseñanzas. El insensato es aquel que oye (instrucción) pero que descuida seguir la enseñanza (desobedece). Edifica su vida sobre lo que cree que es lo mejor, siguiendo los principios carnales de este mundo. Cuando rugen las tempestades de la vida, su casa, que está sin cimientos, es barrida. Su alma puede ser salva, pero su vida se pierde. El sabio es aquel que es pobre, hambriento, que llora y está perseguido —todo ello por causa del Hijo del Hombre—. El mundo llamaría insensata a una persona así. Jesús la llama sabia.
El insensato es aquel que es rico, que banquetea lujosamente, que vive alegremente y que es popular con todos. El mundo lo llama sabio. Jesús lo llama necio.
VI. EL HIJO DEL HOMBRE EXPANDE SU MINISTERIO (Caps. 7:1–9:50) A.
Curación del Siervo del Centurión (7:1–10)
7:1–3 Al concluir Su discurso, Jesús dejó a la multitud y entró en Capernaúm. Allí se vio rodeado por los ancianos de los judíos, que habían acudido para pedir ayuda para el siervo de un centurión gentil. Parece que este centurión era especialmente bondadoso para con el pueblo judío, incluso hasta haberles construido una sinagoga. Lo mismo que los otros centuriones del NT, es presentado favorablemente (Lc. 23:47; Hch. 10:1–48). Es cosa más bien insólita que un amo fuese tan bondadoso para con un esclavo como lo era este centurión. Cuando el siervo cayó enfermo, el centurión pidió a los ancianos de los judíos que rogasen a Jesús que lo sanase. Hasta donde sepamos, este oficial romano es la única persona que buscase bendición de Jesús para un siervo. 7:4–7 Para los ancianos del pueblo, ésta era una situación extraña en la que encontrarse. Ellos no creían en Jesús, pero su amistad con el centurión les obligaba a acudir a Jesús en un momento de necesidad. Del centurión, ellos dijeron que era digno. Pero el centurión, cuando se encontró con Jesús, dijo: No soy tan importante. Según Mateo, el centurión acudió personalmente a Jesús. Aquí en Lucas, envía a los ancianos. Ambos relatos son ciertos. Primero envió a los ancianos y luego él mismo se presentó ante Jesús. La humildad y fe del centurión son dignas de señalar. Él no se consideraba tan importante como para que Jesús entrase bajo su techo. Tampoco se consideraba siquiera digno de venir a Jesús personalmente. Pero tenía fe para creer que Jesús podía sanar sin estar corporalmente presente. Una palabra pronunciada por Él quitaría la enfermedad. 7:8 El centurión prosiguió explicando que él sabía algo acerca de la autoridad y responsabilidad. Tenía una considerable experiencia en este ámbito. Él mismo estaba bajo la autoridad del gobierno romano y era responsable de cumplir sus órdenes. Además, tenía soldados bajo sus órdenes que obedecían inmediatamente sus órdenes. Él reconoció que Jesús tenía la misma clase de autoridad sobre las enfermedades que el gobierno romano tenía sobre él y que él mismo tenía sobre sus subordinados. 7:9–10 No es sorprendente que Jesús se quedó maravillado de la fe de este centurión gentil. Nadie en Israel había hecho una confesión tan abierta de la autoridad absoluta de Jesús. Esta fe tan grande no podía quedar sin recompensa. Cuando volvieron a la casa del centurión, hallaron sano al siervo. Ésta es una de las dos ocasiones en los Evangelios en que leemos que Jesús se quedó maravillado. Se quedó maravillado ante la fe de este centurión gentil, y se asombró de la incredulidad de Israel (Mr. 6:6).
B.
La resurrección del hijo de la viuda (7:11–17)
7:11–15 Naín era una pequeña población al sudoeste de Capernaúm. Al aproximarse Jesús, vio una procesión funeraria que salía de la ciudad. Era el entierro de un hijo único de su madre… viuda. El Señor fue movido a compasión sobre la desolada madre. Tocando la camilla mortuoria sobre la que llevaban el cuerpo —evidentemente para detener la procesión— Jesús ordenó al joven que se levantase. Inmediatamente, volvió la vida al cadáver, y el muchacho se incorporó. De esta manera, Aquel que es Señor sobre la muerte así como sobre las enfermedades restauró el muchacho a su madre. 7:16–17 El temor se apoderó de todos. Habían sido testigos de un gran milagro. El muerto había sido resucitado. Creyeron que Jesús era un gran profeta enviado por Dios. Pero cuando dijeron: Dios ha visitado a su pueblo, probablemente no comprendían que Jesús mismo era Dios. Más bien pensaron que el milagro era evidencia de que Dios estaba obrando en medio de ellos de una manera impersonal. Su relato del milagro quedó divulgado por toda la Judea y por toda la región circunvecina. La historia clínica del doctor Lucas registra la restauración por parte de Jesús de tres «hijos únicos»: el hijo de la viuda; la hija de Jairo (8:42); y el niño endemoniado (9:38).
C.
El Hijo del Hombre tranquiliza a Su Precursor (7:18–23)
7:18–20 Las nuevas de los milagros de Jesús llegaron a oídos de Juan el Bautista en la cárcel de la fortaleza de Maqueronte, sobre la ribera oriental del Mar Muerto. Si Jesús era verdaderamente el Mesías, ¿por qué no ejercitaba Su poder liberando a Juan de manos de Herodes? De modo que Juan envió a dos de sus discípulos para que preguntasen a Jesús si Él era realmente el Mesías, o si el Cristo aún había de venir. ¡Nos puede parecer extraño que Juan pudiese jamás dudar de que Jesús era el Mesías. Pero debemos recordar que los mejores de los hombres pueden sufrir breves lapsos de fe. Además, el sufrimiento físico puede llevar a una grave depresión mental. 7:21–23 Jesús respondió a la pregunta de Juan recordándole que estaba haciendo milagros como los que los profetas habían predicho del Mesías (Is. 35:5, 6; 61:1). Luego añadió, como coletilla para Juan: Bienaventurado es cualquiera que no halla en mí ocasión de tropiezo. Esto se puede comprender como una reprensión. Juan había tenido ocasión de tropiezo porque Jesús no había asumido las riendas de la autoridad y no se había manifestado de la forma que la gente esperaba. Pero se puede interpretar también como una exhortación a Juan a no abandonar su fe. Dice G. C. Moore: No sé de ningunos momentos que ponen más la fe a prueba que aquellos en los que Jesús multiplica evidencias de Su poder y no lo emplea. … Hay necesidad de mucha gracia cuando llegan los mensajeros y dicen: «Sí, tiene todo el poder, y es todo lo que Tú pensabas; pero no ha dicho ni una palabra acerca de sacarte de la cárcel. …» No hay explicación alguna. Se alimenta la fe; las puertas de la cárcel quedan cerradas, y recibe el mensaje: «Bienaventurado es cualquiera que no halla en mí ocasión de tropiezo.» ¡Y esto es todo!
D.
El Hijo del Hombre encomia a Su Precursor (7:24–29)
7:24 Fuese lo que fuese que Jesús dijese a Juan en privado, no tenía más que encomio para él en público. Cuando la gente compareció en masa ante él en el desierto cerca del Jordán, ¿a quién esperaban ver? ¿A un veleidoso oportunista? Nadie jamás podría acusar a Juan de ser una caña sacudida por el viento. 7:25 ¿Habían esperado quizá encontrarse con un hombre cortesano, elegantemente vestido y entregado a los lujos y a la molicie? No; éste es el tipo de persona que merodea alrededor de los palacios reales, buscando gozar de todos los placeres del palacio y hacer buenos contactos para su propio provecho y gratificación. 7:26 Lo que habían salido a ver era un profeta —una conciencia encarnada que declaraba la palabra del Dios viviente, sin importarle lo que le pudiese costar—. Y desde luego, era superior a un profeta. 7:27 Él mismo era tema de profecía, y había tenido el privilegio de introducir al Rey. Jesús citó de Malaquías 3:1 para mostrar que Juan había sido prometido en el AT, pero al hacerlo dio un cambio muy interesante en los pronombres. En Malaquías 3:1 leemos: «He aquí que yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí». Pero Jesús citó: He aquí que envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti. El pronombre mí es cambiado a ti. Godet explica este cambio de la siguiente manera: Desde la perspectiva del profeta, Aquel que estaba enviando y Aquel ante quien se había de preparar el camino, eran una y la misma persona, Jehová. Por esto tenemos delante de mí en Malaquías. Pero Para Jesús, que al referirse a Sí mismo nunca se confunde con el Padre, se hacía necesaria una distinción. No es Jehová quien habla de Sí mismo, sino Jehová hablando a Jesús; por ello la forma delante de ti. Por medio de esta evidencia, ¿no sigue de esta cita de que en la idea del profeta, así como en la de Jesús, la aparición del Mesías es la aparición de Jehová? 7:28 Jesús continuó alabando a Juan declarando que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista. Esta superioridad no se refería a su carácter personal, sino a su posición como precursor del Mesías. Hubo otros hombres tan grandes como él en celo, honra y devoción. Pero nadie más tuvo el privilegio de anunciar la venida del Rey. En esto, Juan fue singular. Sin embargo, el Señor añadió que el que es menor en el reino de Dios es mayor que Juan. Gozar de las bendiciones del reino de Dios es mayor que ser el precursor del Rey. 7:29 Es probablemente Jesús quien sigue hablando en el versículo 29, y por ello el «le escuchó» se refiere a que habían escuchado a Juan, no como algunas versiones que giran la referencia hacia Jesús. Está aquí el Señor recordando la recepción dada a la predicación de Juan. El común del pueblo y los pecadores reconocidos, como los cobradores de impuestos, se arrepintieron y fueron bautizados en el Jordán. Al creer el mensaje de Juan y actuar en conformidad al mismo, reconocieron la justicia de Dios, es decir, consideraron que Dios era justo al demandar que el pueblo de Israel se arrepintiese primero antes que el Cristo pudiese reinar sobre ellos. Literalmente es justificaron a Dios. Este uso del término justificar demuestra claramente que no puede significar hacer justo; nadie puede hacer justo a Dios. Más bien significa considerar justo a Dios en Sus decretos y exigencias.
E.
El Hijo del Hombre critica a Su propia generación (7:30–35)
7:30–34 Los fariseos y los maestros de la ley rechazaron someterse al bautismo de Juan, y por ello rechazaron el programa de Dios para la bendición de ellos. De hecho, era imposible complacer a la generación que ellos guiaban. Jesús los asemejó a los muchachos que juegan en la plaza. No querían jugar ni a bodas ni a funerales. Eran perversos, errantes, impredecibles y recalcitrantes. No importaba qué forma de ministerio Dios diese en favor de ellos, le encontraban falta. Juan el Bautista les dio un ejemplo, de austeridad, ascetismo y abnegación. No les gustó y le trataron de endemoniado. El Hijo del Hombre comía y bebía con cobradores de impuestos y pecadores, es decir, se identificó con aquellos a los que vino a bendecir. Pero los fariseos seguían insatisfechos: le llamaron hombre glotón y bebedor de vino. Ni ayunos ni fiestas, ni funerales ni bodas, ni Juan ni Jesús —¡nada ni nadie los podía complacer! Ryle amonesta: Hemos de abandonar la idea de intentar complacer a todos. Es imposible, y el intento es una pérdida de tiempo. Hemos de contentarnos con andar tras las pisadas de Cristo y dejar que el mundo diga lo que quiera. Hagamos lo que hagamos, jamás lo satisfaremos, ni acallaremos sus malignas críticas. Primero encontró falta con Juan el Bautista y luego con su bendito Maestro. Y proseguirá con sus cavilaciones y hallando faltas con los discípulos de aquel Maestro mientras quede uno solo sobre la tierra. 7:35 Y la sabiduría ha sido justificada por todos sus hijos. La sabiduría representa aquí al Salvador mismo. La pequeña minoría de discípulos que le honran son los hijos de la sabiduría. Aunque la masa del pueblo le rechace, Sus verdaderos seguidores vindicarán Sus demandas con vidas de amor, santidad y dedicación.
F.
Una pecadora unge al Salvador (7:36–39)
7:36 En el incidente que sigue tenemos una ilustración de la sabiduría justificada por uno de sus hijos, la mujer pecadora. Como dijo de manera tan aguda el doctor H. C. Woodring, «Cuando Dios no consigue que líderes religiosos aprecien a Cristo, hará que lo hagan las prostitutas». Simón el fariseo había pedido a Jesús que comiera con él, quizá por curiosidad, o quizá por hostilidad. 7:37–38 Una mujer pecadora apareció entonces en la estancia. No sabemos quién era; la tradición de que era María Magdalena carece de apoyo escriturario. Esta mujer trajo un frasco de perfume, de alabastro. Mientras Jesús estaba reclinado en un diván y comía, con la cabeza cerca de la mesa, ella se puso atrás junto a sus pies. Ella le lavó los pies … con sus lágrimas y comenzó a enjugarlos con los cabellos de su cabeza; y los besaba una y otra vez. Luego los ungió con el costoso perfume que había traído. Una adoración y sacrificio así revelaron su convicción de que no había nada suficientemente bueno para Jesús. 7:39 La actitud de Simón era muy diferente. Él pensaba que los profetas, como los fariseos, habían de mantenerse separados de los pecadores. Si Jesús fuera profeta, concluyó él, no dejaría que una pecadora le hiciese objeto de tal afecto.
G.
La parábola de los dos deudores (7:40–50)
7:40–43 Jesús leyó sus pensamientos y con cortesía le pidió permiso a Simón para decirle algo. Con consumada destreza, el Señor le contó la historia del prestamista y de los dos deudores. Uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, él canceló ambas deudas. En este punto, Jesús preguntó a Simón cuál de los dos deudores le amará más. El fariseo contestó de manera correcta: Supongo que aquel a quien perdonó más. Al admitir esto, se condenó a sí mismo, tal como Jesús pasó a mostrarle acto seguido. 7:44–47 Desde que el Señor había entrado en la casa, la mujer le había expresado afecto. En cambio, el fariseo le había dado una acogida muy fría, no dando atención siquiera a las más elementales cortesías, como lavar los pies del invitado, besarle la mejilla y dándole aceite para ungirse la cabeza. ¿Por qué había actuado de esta manera? La razón era que la mujer tenía la conciencia de que se le había perdonado mucho, mientras que Simón no tenía ninguna sensación de haber sido un gran pecador. Pero aquel a quien se le perdona poco, ama poco. Jesús no sugirió que el fariseo no fuese un gran pecador. Más bien, enfatizó que Simón nunca había reconocido su gran culpa para ser perdonado. Si lo hubiera hecho, habría amado al Señor tan profundamente como la prostituta. Todos somos grandes pecadores. Todos podemos conocer un gran perdón. Todos podemos amar al Señor en gran medida. 7:48 Jesús anunció entonces públicamente a la mujer que sus pecados habían sido perdonados. No había sido perdonada debido a su amor por Cristo, sino que su amor era resultado del perdón que había recibido. Ella amó mucho porque había sido perdonada mucho. Jesús aprovecho esta ocasión para anunciar públicamente el perdón de sus pecados. 7:49–50 Los otros invitados comenzaron a cuestionar entre sí el derecho de Jesús de perdonar pecados. El corazón natural odia la gracia. Pero de nuevo Jesús aseguró a la mujer que su fe la había salvado y que podía ir en paz. Esto es algo que los psiquiatras no pueden hacer. Puede que intenten racionalizar complejos de culpa, pero nunca podrán dar el gozo y la paz que da Jesús. La conducta de nuestro Señor al comer en la mesa de este fariseo es empleada erróneamente por algunos cristianos en defensa de la práctica de tener amistades íntimas con personas inconversas, de ir a diversiones y de darse a sus placeres. Ryle da esta advertencia: Los que emplean un argumento así harían bien en recordar la conducta de nuestro Señor en esta ocasión. Estuvo llevando a cabo los «asuntos de Su Padre» en la mesa de aquel fariseo. Testificó contra el pecado definitorio del fariseo. Explicó al fariseo la naturaleza del libre perdón de los pecados y el secreto del verdadero amor a Él. Declaró la naturaleza salvadora de la fe. Si los cristianos que argumentan a favor de mantener amistades íntimas con inconversos visitan sus casas con el espíritu de nuestro Señor y hablan y se comportan como Él, que prosigan, desde luego, con tal práctica. Pero, ¿hablan y se comportan a la mesa de sus amigos inconversos como lo hizo Jesús a la mesa de Simón? Ésta es una pregunta que harán bien en responder.
H.
Ciertas mujeres sirven a Jesús (8:1–3)
Es bueno recordar que los Evangelios contienen sólo unos pocos incidentes de la vida y del ministerio de nuestro Señor. El Espíritu Santo seleccionó aquellos temas que quiso
incluir, pero pasó muchos otros por alto. Aquí tenemos una sencilla declaración de que Jesús ministró con Sus discípulos en las ciudades y las aldeas de Galilea, que recorrió una por una. Mientras predicaba y anunciaba las buenas nuevas del reino de Dios, era servido, probablemente con suministros de alimento y alojamiento, por mujeres que habían sido bendecidas por Él. Por ejemplo, estaba María la llamada Magdalena. Algunos creen que se trataba de una dama de la nobleza de Magdalá (Migdol). En todo caso, había sido maravillosamente liberada de siete demonios. Estaba Juana, cuyo marido era intendente de Herodes. Otra era Susana, y había muchas otras. Su bondad para con nuestro Señor no pasó desapercibida ni quedó sin registrar. Poco pensaban, al compartir sus posesiones con Jesús, que los cristianos de todas las edades posteriores leerían acerca de la generosidad y hospitalidad de ellas. El tema del ministerio del Señor era las buenas nuevas del reino de Dios. El reino de Dios significa el reino, visible o invisible, en el que se reconoce el gobierno de Dios. Mateo emplea la frase «el reino de los cielos, pero el pensamiento es básicamente el mismo. Sencillamente significa que «el Altísimo es dueño del reino de los hombres» (Dn. 4:17), o que «el cielo gobierna» (Dn. 4:26). En el NT hay varias etapas del desarrollo del reino. 1. En primer lugar, el reino fue anunciado por Juan el Bautista como cercano (Mt. 3:1, 2). 2. Luego, el reino vino a estar realmente presente en la Persona del Rey («el reino de Dios está en medio de vosotros», Lc. 17:21). Ésta era la buena nueva del reino que Jesús anunció. Él se ofreció a Sí mismo como Rey de Israel (Lc. 23:3). 3.
Luego vemos el reino de Dios rechazado por la nación de Israel (Lc. 19:14; Jn. 19:15).
4. En la actualidad el reino está en forma de misterio (Mt. 13:11). Cristo, el Rey, está temporalmente ausente, pero Su reinado es reconocido en los corazones de algunas personas en la tierra. En cierto sentido, el reino abarca en la actualidad a todos aquellos que simplemente profesen aceptar el gobierno de Dios, aunque no estén verdaderamente convertidos. Esta esfera de la profesión externa se ve en la parábola del sembrador y de la semilla (Lc. 8:4–15), del trigo y la cizaña (Mt. 13:24–30) y de los peces en la red barredera (Mt. 13:47–50). Pero en su sentido más profundo y verdadero, el reino incluye sólo a los que han sido convertidos (Mt. 18:3) o nacidos de nuevo (Jn. 3:3). Ésta es la esfera de la realidad interna. (Véase el diagrama en Mateo 3:1, 2.) 5. El reino será un día establecido en un sentido literal aquí en la tierra y el Señor Jesús reinará durante mil años como Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 11:15; 19:16; 20:4). 6. La fase final es la que se conoce como el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 P. 1:11). Éste es el reino en su estado eterno.
I.
La Parábola del Sembrador (8:4–15)
8:4–8 La parábola del sembrador describe el reino en su aspecto presente. Nos enseña que el reino de Dios incluye profesión además de realidad. Y constituye la base para cada solemne advertencia en cuanto a cómo oímos la palabra de Dios. No es cosa ligera oír las Escrituras predicadas y enseñadas. Los que oyen son hechos más responsables que jamás lo fuesen antes. Si menosprecian el mensaje, o consideran la obediencia como algo optativo, lo hacen para su propia pérdida. Pero si oyen y obedecen, se sitúan en una posición de recibir más luz de parte de Dios. La parábola fue pronunciada aquí ante un gran gentío, y luego la explicó a los discípulos. La parábola trataba de un sembrador, su semilla, cuatro clases de tierra que recibieron la semilla, y cuatro resultados. CLASE DE TIERRA
RESULTADO
1. Junto al camino
Pisoteada por los hombres y devorada por las aves.
2. Roca
Secada por falta de humedad.
3. Abrojos
Crecimiento ahogado por los abrojos.
4. Tierra buena
Llevó fruto al ciento por uno.
El Señor terminó la parábola con las palabras: El que tenga oídos para oír, que oiga. En otras palabras, cuando uno oye la palabra de Dios, debe poner cuidado acerca de qué recepción le da. La semilla ha de caer en buena tierra para poder llevar fruto. 8:9–10 Cuando sus discípulos le preguntaron acerca del significado de esta parábola, el Señor Jesús explicó que los misterios del reino de Dios no debían ser entendidos por todos. Debido a que los discípulos estaban dispuestos a confiar y a obedecer, a ellos les sería concedido el comprender las enseñanzas de Cristo. Pero Jesús presentó a propósito muchas verdades en forma de parábolas, para que viendo, no viesen, y oyendo, no entendiesen. En un sentido, vieron y oyeron. Por ejemplo, sabían que Jesús había hablado de un sembrador y su semilla. Pero no comprendieron el sentido más profundo de la ilustración. No se dieron cuenta de que sus corazones eran tierra dura, inflexible y llena de abrojos, y que ellos no se beneficiaban de la palabra que habían oído. 8:11–15 Sólo a los discípulos expuso el Señor la parábola. Ellos ya habían aceptado la enseñanza que habían recibido, y por ello recibirían más. Jesús explicó que la semilla es la palabra de Dios, es decir, la verdad de Dios —Su propia enseñanza. Los oyentes de a lo largo del sendero oyen la voz, pero sólo de una forma superficial, por encima. Queda en la superficie de sus vidas. Esto hace fácil para el diablo (las aves del cielo) arrebatarla. Los de sobre la roca también oyeron la palabra, pero no dejaron que les quebrantase. Permanecieron no arrepentidos. No se le dio ningún aliento (humedad) a la semilla, por lo que se secó y murió. Quizá habían hecho al principio una hermosa profesión de fe, pero no había realidad. Parecía haber vida, pero no había raíz debajo de la superficie. Cuando vinieron pruebas, abandonaron su profesión cristiana. Los oyentes de entre los abrojos parecían ir bien por un tiempo, pero mostraron que no eran creyentes genuinos cuando abandonaron el camino. Las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida asumen el control, y la palabra queda ahogada.
La tierra buena representa a los buenos creyentes con corazón bueno y recto. No sólo recibieron la palabra sino que dejaron que moldease sus vidas. Eran susceptibles a la enseñanza y obedientes, y desarrollaron un verdadero carácter cristiano, y produjeron fruto para Dios. Darby recapitula el mensaje de esta sección de la siguiente manera: Si al oír tomo posesión de aquello que oigo, no meramente tengo gozo al recibirlo, sino que lo poseo como propio, entonces viene a formar parte de la sustancia de mi alma, y obtendré más; porque cuando la verdad ha llegado a ser una sustancia en mi alma, hay capacidad para recibir más.
J.
La responsabilidad de aquellos que oyen (8:16–18)
8:16 A primera vista no parece haber demasiada relación entre esta sección y lo que hay antes. Pero la realidad es que hay una corriente continua de pensamiento. El Salvador sigue enfatizando la importancia de qué hacen los discípulos con Sus enseñanzas. Él se asemeja a un hombre que enciende una lámpara, no para que sea cubierta con una vasija ni puesta debajo de una cama, sino sobre un candelero para que todos vean la luz. Al enseñar a los discípulos los principios del reino de Dios, estaba encendiendo una lámpara. ¿Qué debían hacer ellos con ella? Ante todo, no debían cubrirla con una vasija. En Mateo 5:15; Marcos 4:21 y Lucas 11:33 se menciona la vasija con el nombre de un almud. Se trataba de una unidad de medida empleada en los círculos comerciales. De modo que esconder la lámpara bajo un almud podría hablar de uno permitiendo que su testimonio quedase oscurecido o eliminado por el tráfago de la vida comercial. Sería mejor poner la lámpara sobre el almud, es decir, practicar el cristianismo en el mercado y emplear el propio negocio como púlpito para propagar el evangelio. 8:17 El versículo 17 parece sugerir que si dejamos que el mensaje quede limitado a causa de nuestras actividades o pereza, nuestro descuido y fracaso quedarán expuestos ante todos. El ocultamiento de la verdad será manifestado, y su mantenimiento como secreto saldrá a plena luz. 8:18 Por ello deberíamos tener cuidado acerca de cómo escuchamos. Si somos fieles en compartir la verdad con otros, entonces Dios nos revelará nuevas y más profundas verdades. Si, en cambio, no tenemos este espíritu de celo evangelístico, Dios nos privará de la verdad que pensamos que poseemos. Aquello que no empleamos, lo perdemos. G. H. Lang comenta: Los discípulos escuchaban con una mente que anhelaba comprender y que estaba dispuesta a creer y a obedecer; los otros escuchaban bien sin atención o bien con mera curiosidad, o con una resuelta oposición. A los primeros se les daría más conocimiento; los otros serían privados de aquel conocimiento que pareciesen tener. Pues hemos de compartir si queremos guardar El bien que de arriba se nos da; Dejando de dar dejamos de tener; Esta es la ley del amor. R. C. Trench
K.
La verdadera madre y los verdaderos hermanos de Jesús (8:19–21)
Al llegar a este punto de Su discurso, dijeron a Jesús que Su madre y Sus hermanos estaban fuera y querían verle. No podían llegar hasta él a causa del gentío. La respuesta del Señor fue que la verdadera relación con Él no depende de vínculos naturales, sino de la obediencia a la palabra de Dios. Él reconoce como miembros de Su familia a todos los que tiemblan ante la Palabra, a los que la reciben con mansedumbre y a los que la obedecen implícitamente. Ningún gentío puede impedir que Su familia espiritual tenga Su compañía.
L.
El Hijo del Hombre apacigua la tempestad (8:22–25)
8:22 En el resto de este capítulo vemos a Jesús ejerciendo Su señorío sobre los elementos, sobre los demonios, sobre las enfermedades e incluso sobre la muerte. Todas estas cosas obedecen a Su voz; sólo el hombre rehúsa obedecerla. En el Mar de Galilea se desatan tempestades violentas repentinamente, lo que hace peligrosa la navegación. Pero es posible que esta tempestad particular fuese de origen satánico; puede haberse tratado de un intento de destruir al Salvador del mundo. 8:23 Jesús estaba dormido cuando se desató la tempestad. El hecho de que Él estuviese durmiendo es un testimonio de su genuina humanidad. La tempestad se fue a dormir cuando Jesús habló; este hecho da testimonio de Su absoluta deidad. 8:24 Los discípulos despertaron al Señor, expresando temores angustiados por su propia seguridad. Con perfecta calma, increpó al viento y a las olas; y todo quedó en perfecta calma. Lo que hizo al Mar de Galilea puede hacerlo en la actualidad a las circunstancias azarosas del discípulo angustiado y azotado por la tormenta. 8:25 Les preguntó Él a los discípulos: ¿Dónde está vuestra fe? No debían haberse preocupado. No tenían que haberle despertado. «Ninguna agua puede hacer zozobrar la barca donde yace el Señor del océano, de la tierra y de los cielos.» Estar con Cristo en la barca es estar totalmente a salvo y seguro. Los discípulos no valoraban suficientemente la magnitud del poder de su Señor. Le valoraban de manera incompleta. Estaban asombrados de que los elementos le obedeciesen. No eran diferentes de nosotros en esto. En las tempestades de la vida, frecuentemente nos sobrecoge el temor. Entonces, cuando el Señor viene en nuestra ayuda, nos sentimos atónitos ante la exhibición de Su poder. Y nos preguntamos por qué no confiamos más plenamente en Él.
M.
La liberación del endemoniado gadareno (8:26–39)
8:26–27 Cuando Jesús y Sus discípulos llegaron a la ribera, se encontraron en el distrito de los gadarenos. Allí se encontraron con cierto hombre que estaba endemoniado. Mateo cita a dos endemoniados, mientras que Marcos y Lucas hablan sólo de uno. Estas aparentes discrepancias podrían indicar que se tratase en realidad de dos ocasiones distintas, o que un escritor dio una relación más completa que los otros. Este caso particular de posesión demoniaca hacía que la víctima se despojase de su ropa, se apartase de la sociedad y viviese entre las tumbas. 8:28–29 Al ver a Jesús, comenzó a gritar rogando que le dejase solo. Naturalmente, era el espíritu inmundo el que hablaba a través de aquel pobre hombre.
La posesión demoniaca es una cosa real. Estos demonios no eran meras influencias. Eran seres sobrenaturales que moraban en aquel hombre, controlando sus pensamientos, habla y conducta. Estos demonios concretos producían una extremada violencia en el hombre, y ello hasta el punto que cuando sufría una de aquellas violentas convulsiones, rompía las cadenas con las que querían sujetarle y se lanzaba hacia los lugares solitarios. No es sorprendente cuando nos damos cuenta de que en aquel hombre anidaban suficientes demonios para destruir unos dos mil cerdos (véase Mr. 5:13). 8:30–31 El nombre de aquel hombre era Legión, porque estaba poseído por una legión de demonios. Estos demonios reconocían a Jesús como el Hijo del Dios Altísimo. Sabían también que su condenación era ineludible, y que Él haría que se cumpliese. Pero buscaban un aplazamiento, y le rogaron que no les ordenara marcharse al abismo en el acto. 8:32–33 Pidieron permiso, cuando fueron echados del hombre, para entrar en una piara de bastantes cerdos en un monte cercano. Les fue dado el permiso, con el resultado de que los cerdos se lanzaron por el precipicio al lago, y se ahogaron. En la actualidad se critica al Señor por la destrucción de propiedad ajena. Pero si los guardianes de los cerdos eran judíos, estaban dedicados a un negocio inmundo e ilegal. Y tanto si eran judíos como gentiles, deberían haber dado mucho más valor a un hombre que a dos mil cerdos. 8:34–39 Las nuevas se extendieron rápidamente por toda aquella región. Se reunió con ello un gran gentío, y pudieron ver al que había estado endemoniado, totalmente restaurado a la cordura y a la decencia. Los gadarenos se atemorizaron tanto que pidieron a Jesús que se marchara de ellos. Valoraban más a los cerdos que al Salvador; más a sus animales que a sus almas. Darby observa acerca de este incidente: El mundo ruega a Jesús que se aparte, deseando su propia comodidad, que queda más perturbada por la presencia y el poder de Dios que por una legión de demonios. Él se va. El hombre que había sido sanado … hubiese querido seguirle; pero el Señor le envía de vuelta … para que sea testigo de la gracia y del poder que ha actuado en favor suyo. Más tarde, cuando Jesús visitó Decápolis, una multitud favorable acudió a Su encuentro (Mr. 7:31–37). ¿Podría tratarse del resultado del fiel testimonio del endemoniado sanado?
N.
Sanando a los incurables y resucitando a los muertos (8:40–56)
8:40–42 Jesús volvió a la ribera occidental atravesando el Mar de Galilea. Allí le estaba esperando otra multitud. Había allí un hombre, Jairo, un jefe de la sinagoga, que tenía un especial deseo de encontrarle, porque tenía una hija única, de unos doce años, que estaba muriendo. Le rogó con apremio a Jesús que le acompañase. Pero … la muchedumbre lo apretujaba, impidiendo su rápido avance. 8:43 En medio del gentío había una mujer tímida, pero desesperada, que había estado sufriendo de una hemorragia desde hacía doce años. El médico Lucas admite que la mujer había gastado en médicos todo cuanto tenía sin haber podido conseguir ayuda alguna. (¡Marcos añade el toque no profesional de que en realidad había empeorado!) 8:44–45 Ella se había dado cuenta de que en Jesús había poder para sanarla, por lo que se abrió paso a través de la multitud hasta donde Él se encontraba. Agachándose, tocó el borde de su manto, el fleco que constituía la parte inferior de la ropa de un judío (Nm. 15:38, 39; Dt. 22:12). Al instante se detuvo su hemorragia y quedó totalmente sana.
Luego, intentó irse desapercibida, pero su movimiento quedó interrumpido por una pregunta de Jesús: ¿Quién es el que me ha tocado? Pedro y los otros discípulos pensaron que era una pregunta carente de sentido; ¡todos le estaban empujando, estrujando y tocando! 8:46 Pero Jesús había reconocido un toque diferente. Como alguien ha dicho: «la carne apretuja, pero la fe toca». Sabía que la fe le había tocado, pues era consciente de una salida de poder —el poder para sanar a la mujer—. Había notado que había salido un poder de Él. No se trataba, claro, de que ahora le quedase menos poder que antes, sino sencillamente que le había costado algo sanar. Había gasto. 8:47–48 La mujer… vino temblando… delante de él y dio una explicación defensiva de por qué le había tocado, junto con un agradecido testimonio de lo que había sucedido. Su confesión pública fue recompensada con un encomio público de su fe por parte de Jesús, y una declaración pública de Su paz sobre ella. Nadie jamás toca a Jesús por fe sin que Él lo sepa y sin recibir una bendición. Nadie jamás le confiesa abiertamente sin ser fortalecido en la certidumbre de la salvación. 8:49 Es probable que la curación de la mujer con la hemorragia no detuviese mucho tiempo a Jesús, pero sí que fue lo suficiente para que llegase un mensajero con las nuevas de que la hija de Jairo había muerto, y que por ello mismo ya no eran necesarios los servicios del Maestro. Había fe de que podía sanar, pero ninguna de que podía levantar de los muertos. 8:50 Sin embargo, Jesús no iba a dejarse despedir tan deprisa. Le contestó con palabras de consolación, aliento y promesa: No temas; cree solamente, y será sanada. 8:51–53 En cuanto llegó a la casa, entró en la estancia, acompañado sólo por Pedro, Jacobo y Juan, junto con los padres. Todos estaban llorando desconsolados, pero Jesús les dijo que no llorasen, porque la muchacha no había muerto, sino que dormía. Esto los llevó a ridiculizarle, porque estaban seguros de que estaba muerta. ¿Estaba realmente muerta, o en un profundo sueño, como un coma? La mayoría de los comentaristas afirman que estaba muerta. Observan que Jesús se refirió a Lázaro como dormido, significando que estaba muerto. Sir Robert Anderson dice que la muchacha no estaba realmente muerta. Sus argumentos son como sigue: 1. Jesús dijo que la muchacha «sería sanada». La palabra empleada es la misma que se usa en el versículo 48 de este capítulo, donde se refiere a sanidad, no a resurrección. Este término no se emplea nunca en el NT acerca de resucitar a los muertos. 2.
Jesús empleó una palabra diferente para dormir en el caso de Lázaro.
3. La gente pensaba que estaba muerta, pero Jesús no quiso aceptar el crédito de haberla resucitado de los muertos cuando sabía que estaba durmiendo. Anderson dice que es sencillamente una cuestión de a quién uno quiera creer. Jesús dijo que la muchacha estaba dormida. Los otros creían que sabían que estaba muerta. 8:54–56 En todo caso, Jesús le dijo: Niña, levántate. Y ella se levantó inmediatamente. Después de restaurarla y entregársela a sus padres, Jesús les dijo que no publicasen el milagro. No estaba interesado en ninguna notoriedad, en ningún entusiasmo veleidoso del público, ni en vacías curiosidades.
Así termina el segundo año del ministerio público del Señor. El capítulo 9 da comienzo al tercer año con la Misión de los Doce.
O.
El Hijo del Hombre envía a Sus Discípulos (9:1–11)
9:1–2 Este incidente se asemeja de cerca al envío de los doce en Mateo 10:1–15, pero hay destacadas diferencias. Por ejemplo, en Mateo los discípulos recibieron la orden de ir sólo a los judíos, y se les dijo que resucitasen a los muertos, además de sanar a los enfermos. Hay evidentemente alguna razón para la versión condensada de Lucas, pero no aparece a primera vista. El Señor no sólo tenía poder y autoridad para hacer milagros, sino que confirió este poder y autoridad a otros. Poder significa fuerza o capacidad. Autoridad significa el derecho a emplearlo. El mensaje de los discípulos fue confirmado mediante señales y maravillas (He. 2:3, 4) en ausencia de una Biblia completa en forma escrita. Dios puede sanar milagrosamente, pero desde luego es cuestionable que la sanidad debiera seguir acompañando la predicación del evangelio. 9:3–5 Ahora los discípulos iban a tener una oportunidad para practicar los principios que el Señor les había enseñado. Debían confiar en Él para la provisión de sus necesidades materiales —ni alforja, ni alimento ni dinero—. Habían de vivir de manera muy sencilla —ni un bastón de más ni una túnica de más—. Debían quedarse en la primera casa donde se les acogiese —no pasar de casa en casa con vistas a conseguir un mejor alojamiento—. No debían prolongar su estancia ni ejercer presión sobre los que rechazasen el mensaje, sino que tenían órdenes de sacudir el polvo de sus pies en testimonio contra ellos. 9:6 Se supone que fue en las aldeas de Galilea que los discípulos predicaron el evangelio y sanaron enfermos. Se debería mencionar que su mensaje era respecto al reino —el anuncio de la presencia del Rey en medio de ellos y de Su disposición a reinar sobre un pueblo arrepentido. 9:7 Herodes Antipas era tetrarca de Galilea y Perea entonces. Reinaba sobre una cuarta parte del territorio incluido en el reino de su padre, Herodes el Grande. Le llegaron noticias de que Alguien estaba obrando poderosos milagros en su territorio. Inmediatamente, su conciencia comenzó a traerle recuerdos. La memoria de Juan el Bautista seguía agitándole. Herodes había silenciado aquella voz indómita decapitando a Juan, pero seguía acosado por el poder de aquella vida. ¿Quién era el que hacía que Herodes pensara continuamente en Juan? Decían algunos: Juan ha resucitado de los muertos. 9:8–9 Otros daban suposiciones de que se trataba de Elías o de algún profeta del Antiguo Testamento. Herodes intentó acallar su ansiedad recordando a otros que él había hecho decapitar al Bautista. Pero permanecía el temor: ¿Quién era éste, de todas formas? Y procuraba verle, pero nunca lo logró hasta poco antes de la crucifixión del Salvador. ¡El poder de una vida llena del Espíritu! El Señor Jesús, el desconocido Carpintero de Nazaret, hacía temblar a Herodes sin que éste siquiera se hubiese encontrado con Él. Nunca subestimemos la influencia de una persona llena del Espíritu Santo. 9:10 Cuando los apóstoles regresaron, contaron los resultados de su misión directamente al Señor Jesús. Quizá ésta sería una buena política para todos los obreros cristianos. Demasiadas veces los informes de la obra llevan a celos y a divisiones. Y G. Campbell Morgan comenta que «nuestra pasión por la estadística es egocéntrica, y es de la carne, no del Espíritu». Nuestro Señor tomó a los discípulos aparte, a un lugar desierto
cerca de Betsaida (casa de pesca). Parece que había dos Betsaidas en esta época, una en la ribera occidental del Mar de Galilea, y ésta en la oriental. Se desconoce su emplazamiento preciso. 9:11 Pronto se desvaneció toda esperanza de un tiempo de reposo en compañía. Pronto se reunió un gran gentío. El Señor Jesús siempre estaba a disposición de los demás. No consideró esto como una enojosa interrupción. Nunca estaba demasiado ocupado para dar bendición. De hecho, dice de manera específica que les recibió (o, dio la bienvenida), enseñándoles acerca del reino de Dios y sanando a los que lo necesitaban.
P.
Alimentación de los Cinco Mil (9:12–17)
9:12 Al caer la tarde, los doce comenzaron a inquietarse. ¡Tanta gente con necesidad de comer! Era una situación imposible. De modo que le pidieron al Señor que despidiese a la gente. ¡Cuán semejante a nuestros corazones! En cuestiones que nos atañen personalmente, decimos como Pedro: «Mándame ir a ti…». Pero cuán fácil nos es decir acerca de otros: Despide a la gente. 9:13 Jesús no estaba dispuesto a enviarlos a las aldeas de alrededor para conseguir comida. ¿Por qué debían los discípulos ir a ministrar a los demás y descuidar a los que estaban a su propia puerta? Que los discípulos alimentasen a la multitud. Ellos protestaron que sólo tenían cinco panes y dos peces, olvidando que podían recurrir a los recursos ilimitados del Señor Jesús. 9:14–17 Él ordenó simplemente a los discípulos que hiciesen sentar a la multitud de cinco mil hombres además de mujeres y niños. Luego, después de haber dado gracias, partió el pan y comenzó a repartirlo a sus discípulos. Éstos, a su vez, los distribuían a la gente. Hubo suficiente comida para todos. De hecho, cuando terminó la comida, quedó más sobrante que lo que habían tenido en el comienzo. Los sobrantes llenaron doce cestas, una para cada uno de los discípulos. Los que intentan racionalizar este milagro llenan páginas de confusión. Este incidente está lleno de significación para los discípulos, que están encargados de la evangelización del mundo. Los cinco mil representan a la humanidad perdida, hambrienta del pan de Dios. Los discípulos dan la imagen de cristianos pobres, con unos recursos aparentemente limitados, pero mal dispuestos a compartir lo que tienen. El mandamiento del Señor, «Dadles vosotros de comer», es sencillamente una declaración de la gran comisión. La lección es que si damos a Jesús aquello que tenemos, Él puede multiplicarlo para alimentar a la multitud espiritualmente hambrienta. ¡Aquel anillo de diamantes, aquella póliza de seguros, aquella cuenta bancaria, aquel equipo deportivo! Todo esto puede convertirse en literatura evangelística, por ejemplo, lo que puede a su vez resultar en la salvación de almas, que a su vez serán adoradores del Cordero de Dios por toda la eternidad. El mundo podría ser evangelizado en esta generación si los cristianos rindiesen a Cristo todo lo que son y tienen. Ésta es la lección permanente de la alimentación de los cinco mil.
Q.
La gran confesión de Pedro (9:18–22)
9:18 Acto seguido de la alimentación milagrosa de la multitud, tenemos la gran confesión de Cristo por parte de Pedro en Cesarea de Filipos. ¿Abrió el milagro de los
panes y los peces los ojos de los discípulos, para ver la gloria del Señor Jesús como el Ungido de Dios? Este incidente en Cesarea de Filipos es comúnmente reconocido como el punto de inflexión del ministerio de enseñanza del Salvador hacia los Doce. Hasta este punto los ha estado conduciendo hacia una apreciación de lo que Él es y de lo que podría hacer en y por medio de ellos. Ahora ha alcanzado esta meta, y por esto, desde este momento, se dirige decididamente a la cruz. Jesús oró aparte. No se registra que el Señor Jesús jamás orase con los discípulos. Oraba por ellos, oraba en presencia de ellos, y les enseñó a orar, pero Su propia vida de oración estaba separada de la de ellos. Después de una de estas ocasiones de oración, preguntó a los discípulos acerca de qué decía la gente que Él era. 9:19–20 Ellos informaron de la diferencia de opiniones que se daba: algunos decían que Juan el Bautista; otros decían que Elías; aun otros decían que era algún profeta del AT que había resucitado. Pero cuando lo preguntó a los discípulos, Pedro confesó confiado que Él era el Cristo (o Mesías) de Dios. Los comentarios de James Stewart acerca de este incidente en Cesarea de Filipos son tan excelentes que los citamos ampliamente: Comenzó con una pregunta impersonal: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Esta pregunta, ciertamente, no era de difícil respuesta. Porque la gente decía todo tipo de cosas acerca de Jesús. Había una docena de opiniones contrapuestas. Había en el aire todo tipo de rumores y posturas. Jesús estaba en todas las bocas. Y no sólo la gente decía cosas acerca de Jesús, sino que estaban diciendo grandes cosas acerca de él. Algunos pensaban que era Juan el Bautista resucitado de los muertos. Otros decían que les recordaba a Elías. Otros se referían a Jeremías o a otro de los profetas. En otras palabras, aunque las opiniones coetáneas no eran en absoluto unánimes acerca de la identidad de Jesús, sí que eran unánimes respecto a que era alguien grande. Su puesto se encontraba entre los héroes de su raza. Vale la pena observar que la historia está volviéndose a repetir. Una vez más Jesús está en todas las bocas. Hoy está siendo discutido mucho más allá del círculo de la iglesia cristiana. Y grande es la diversidad de veredictos acerca de Él. Papini, contemplando a Jesús, ve al Poeta. Bruce Barton ve al Hombre de Acción. Middleton Murray ve al Místico. Gentes sin ortodoxia están dispuestas a exaltar a Jesús como parangón de santos y cabeza de todos los líderes morales para siempre. «Incluso en la actualidad», dijo John Stuart Mill, «no sería fácil siquiera para un incrédulo encontrar una mejor traducción de la norma de la virtud de lo abstracto a lo concreto que tratar de vivir de tal manera que Cristo aprobase nuestra vida». Lo mismo que los hombres de su propia época que le llamaban Juan, Elías, Jeremías, del mismo modo los hombres de nuestra época están de acuerdo en que Jesús se mantiene supremo entre los héroes y santos de todos los tiempos. Pero Jesús no se sentía satisfecho con este reconocimiento. La gente decía que él era Juan, Elías, Jeremías. Pero esto significaba que él era uno de una serie. Significaba que había precedentes y paralelos, y que incluso si estaba en primer lugar, seguía siendo sólo un primus inter pares, un primero entre iguales. Pero desde luego no es esto lo que el Cristo del Nuevo Testamento reivindicaba ser. Los hombres pueden estar en desacuerdo con la reivindicación de Cristo, o puede que disientan de ella; pero acerca del hecho de la reivindicación misma, no hay sombra de duda. Cristo declaró ser algo y alguien sin precedentes, sin paralelo, sin rival, singular (p.ej. Mt. 10:37; 11:27; 24:35; Jn. 10:30; 14:6).
9:21–22 Acto seguido de la histórica confesión de Pedro, el Señor les mandó que a nadie dijesen esto; nada debía interrumpir Su camino a la cruz. Luego, el Salvador les desveló Su propio e inmediato futuro. Él había de padecer, había de ser desechado por los guías religiosos de Israel, había de ser muerto y resucitaría al tercer día. Éste era un asombroso anuncio. No olvidemos que estas palabras fueron pronunciadas por el único Hombre justo y sin pecado que jamás haya vivido sobre esta tierra. Fueron pronunciadas por el verdadero Mesías de Israel. Eran las palabras de Dios manifestado en carne. Nos muestran que la vida de cumplimiento, la vida perfecta, la vida de obediencia a la voluntad de Dios, involucra sufrimiento, rechazo, muerte en una u otra forma, y una resurrección a una vida sin muerte. Es una vida derramada por otros. Esto, naturalmente, era precisamente lo contrario al concepto popular del papel del Mesías. Los hombres esperaban un caudillo belicoso, destructor del enemigo. Esto debió sacudir a los discípulos. Pero, si como confesaban ellos, Jesús era verdaderamente el Cristo de Dios, no tenían, pues, razón alguna para desilusionarse ni desalentarse. Si Él es el Ungido de Dios, entonces Su causa no puede jamás fallar. No importa lo que pueda sucederle a Él ni a ellos; están del lado de los vencedores. La victoria y la vindicación eran inevitables.
R.
Invitación a tomar la Cruz (9:23–27)
9:23 Habiendo así bosquejado Su propio futuro, el Señor invitó a los discípulos a seguirle. Esto significaría negarse a sí mismos y tomar cada uno su propia cruz. Negar el yo significa renunciar voluntariamente a todo pretendido derecho a planificar o a escoger, y a reconocer Su señorío en todas las áreas de la vida. Tomar la cruz significa escoger deliberadamente la clase de vida que Él vivió. Esto involucra: —La oposición de seres queridos. —El vituperio del mundo. —Abandonar familia y casa y tierras y las comodidades de esta vida. —Una total dependencia de Dios. —Obediencia a la conducción del Espíritu Santo. —La proclamación de un mensaje impopular. —Un camino de soledad. —Ataques organizados de parte de guías religiosos establecidos. —Sufrimiento por causa de la justicia. —Calumnias y oprobio. —Derramar la vida por otros. —Muerte al yo y al mundo. ¡Pero también involucra asirse de la vida que es verdaderamente vida! Significa encontrar por fin la razón de nuestra existencia. Y significa un galardón eterno. Instintivamente, retrocedemos ante una vida de llevar la cruz. Nuestras mentes tienen desgana a creer que pudiese ser la voluntad de Dios para nosotros. Pero las palabras de Cristo, Si alguno quiere venir en pos de mí, significan que nadie queda excusado ni exceptuado.
9:24 La tendencia natural es salvar nuestras vidas con existencias egoístas, autocomplacientes, rutinarias y pequeñas. Puede que demos indulgencia a nuestros placeres y apetitos viviendo en comodidad, lujo y confort, viviendo para el presente, dando nuestros mejores talentos al mundo a cambio de unos años de falsa seguridad. Pero con eso mismo perdemos nuestras vidas, es decir, ¡perdemos el verdadero propósito de la vida y el profundo placer espiritual que debería ir con ella! Por otra parte, podríamos perder nuestras vidas por causa del Salvador. La gente nos considera locos si abandonamos nuestras propias ambiciones egoístas al viento, si buscamos primeramente el reino de Dios y Su justicia; si nos damos sin reservas a Él. Pero esta vida de abandono es una vida genuina. Participa de un gozo, de una santa ausencia de ansiedad y de una profunda satisfacción interna que desafía a toda descripción. 9:25 Mientras el Salvador hablaba con los Doce, sabía que el deseo por las riquezas materiales podrían ser un poderoso freno contra la plena entrega. Por esto dijo: «Supongamos que pudieseis guardar todo el oro y la plata de todo el mundo, que pudieseis poseer todas las fincas y propiedades, todo el capital y los bonos —todo lo que tenga valor material— y supongamos que en vuestro frenético esfuerzo por adquirir todo esto os perdieseis el verdadero propósito de la vida, ¿de qué os habría servido? Sólo lo gozaríais por un tiempo muy breve, y luego lo dejaríais para siempre. Sería una elección muy desafortunada vender esta única y breve vida por unos cuantos juguetes terrenales». 9:26 Otro freno contra la total entrega a Cristo es el temor a la vergüenza. Pero es algo absolutamente irracional para una criatura avergonzarse de su Creador, y para un pecador avergonzarse de su Salvador. Y con todo, ¿quién de nosotros está libre de esta culpa? El Señor reconoció la posibilidad de la vergüenza y advirtió solemnemente en contra de ella. Si evitamos la vergüenza viviendo vidas cristianas nominales, conformándonos al hacer de la multitud, el Hijo del Hombre se avergonzará de nosotros cuando venga en su gloria, y en la del Padre, y de los santos ángeles. Él enfatiza aquí la gloria en triple esplendor de Su Segunda Venida como diciendo que si soportamos alguna vergüenza o vituperio por causa de Él en el presente, nos parecerá una nadería cuando Él aparezca en gloria en comparación con la vergüenza que sufrirán los que ahora le niegan. 9:27 Esta mención de Su gloria forma el vínculo con lo que sigue. Ahora Él predice que algunos de los que estaban presentes allí verían el reino de Dios antes de morir. Sus palabras encuentran cumplimiento en los versículos 28–36, el incidente en el Monte de la Transfiguración. Los discípulos eran Pedro, Jacobo y Juan. En el Monte, ellos vieron anticipadamente cómo será cuando el Señor Jesús establezca Su reino sobre la tierra. Pedro viene en efecto a decir esto en su Segunda Epístola: Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas ingeniosamente inventadas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honor y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Éste es mi Hijo amado, en el cual he puesto mi complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo (1:16–18). Observemos la continuidad de la enseñanza del Señor en este pasaje. Él acababa de anunciar Su propio e inminente rechazamiento, sufrimiento y muerte. Él había llamado a Sus discípulos a seguirle en una vida de abnegación, padecimiento y sacrificio. Ahora Él viene a decirles, más o menos: «¡Pero recordad esto! Si sufrís conmigo, reinaréis conmigo. Más allá de la cruz está la gloria. La recompensa está fuera de toda proporción con el costo».
S.
La Transfiguración del Hijo del Hombre (9:28–36)
9:28–29 Fue al cabo de como ocho días después que Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Se desconoce la situación de este monte, aunque el elevado y nevado Monte Hermón es un candidato probable. Mientras el Señor oraba, Su apariencia comenzó a cambiar. Una verdad intrigante es que entre las cosas que la oración cambia es el rostro de la persona. Su rostro resplandecía con un brillo radiante y su vestido se hizo blanco y resplandeciente. Como se ha mencionado antes, esto prefiguraba la gloria que le pertenecería durante Su reino venidero. Mientras Él estaba aquí en la tierra, Su gloria estuvo ordinariamente velada en Su cuerpo de carne. Él estuvo aquí en humillación, como un Siervo. Pero durante el Milenio, Su gloria quedará plenamente revelada. Todos lo verán en todo Su esplendor y majestad. El Profesor W. H. Rogers lo expresa bien: En la transfiguración tenemos en miniatura todos los rasgos destacados del futuro reino en su manifestación. Vemos al Señor revestido de gloria y no en los harapos de la humillación. Contemplamos a Moisés en estado glorificado, el representante de los regenerados que han pasado por la muerte al reino. Observamos a Elías cubierto de gloria, el representante de los redimidos que han entrado en el reino por medio del traslado. Hay tres discípulos, Pedro, Jacobo y Juan, que no están glorificados, los representantes de Israel en la carne durante el milenio. Luego hay la multitud al pie del monte, representando a las naciones que serán introducidas en el reino tras su inauguración. 9:30–31 Moisés y Elías hablaban con Jesús de su partida (lit., éxodo) que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. Observemos que Su muerte es aquí expuesta como un cumplimiento. Observemos también que la muerte es sencillamente un éxodo —no un dejar de existir sino un movimiento de un lugar a otro. 9:32–33 Los discípulos estaban soñolientos mientras todo esto estaba sucediendo. Dice el Obispo Ryle: Observemos que precisamente los mismos discípulos que vemos aquí durmiendo durante una visión de gloria se encontraron dormidos también durante la agonía en el huerto de Getsemaní. Desde luego, la carne y la sangre deben cambiar antes de poder entrar en el cielo. Nuestros pobres y débiles cuerpos no pueden ni velar con Cristo en Su tiempo de prueba ni mantenerse despiertos con Él en Su glorificación. Nuestra constitución física ha de ser enormemente alterada antes que podamos gozar del cielo. Cuando estuvieron bien despiertos, vieron la gloria de Jesús resplandeciendo alrededor. En un esfuerzo por preservar el carácter sagrado de aquella ocasión, Pedro propuso levantar tres tabernáculos o tiendas, una en honor de Jesús, una para Moisés, y una para Elías. Pero esta idea se basaba en un celo carente de conocimiento. 9:34–36 Vino la voz de Dios desde la nube que les envolvía, reconociendo a Jesús como Su Hijo amado, y que les mandaba que le oyesen u obedeciesen a él. Tan pronto como cesó la voz, Moisés y Elías habían desaparecido. Jesús estaba allá solo. Y así será en el reino; Él tendrá la preeminencia en todas las cosas. No compartirá Su gloria.
Los discípulos quedaron tan profundamente maravillados que no trataron este acontecimiento con los demás.
T.
Curación de un muchacho endemoniado (9:37–43a)
9:37–39 Desde el monte de la gloria, Jesús y los discípulos volvieron al día siguiente al valle de la necesidad humana. La vida tiene sus momentos de exaltación espiritual, pero Dios los equilibra con la diaria rutina de trabajo y esfuerzo. De la multitud que les salió al encuentro vino un atribulado padre, rogándole a Jesús que ayudase a su hijo endemoniado. Era su único hijo y por ello el deleite de su corazón. ¡Qué dolor más inenarrable para el padre ver a su hijo poseído de convulsiones demoniacas. Estos ataques le sobrevenían sin aviso previo. El muchacho gritaba y luego le salía espuma por la boca. El demonio sólo lo dejaba tras una terrible lucha, dejándolo totalmente quebrantado. 9:40 El abatido padre había ya ido a los discípulos por ayuda, pero ellos no habían podido hacer nada. ¿Por qué esta falta de poder para ayudar a aquel muchacho? Quizá se habían vuelto profesionales en su ministerio. Quizá pensaban que podían contar con un ministerio lleno del Espíritu sin un ejercicio espiritual constante. Quizá estaban dándolo todo por descontado. 9:41 El Señor Jesús se sintió entristecido ante todo aquello. Sin nombrar a nadie en particular, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa…! Esto puede que se dirigiese a los discípulos, a la gente, al padre o a todos ellos juntos. ¡Eran todos tan impotentes ante la necesidad humana, a pesar de que podían recurrir a Sus infinitas fuentes de poder! ¿Hasta cuándo habría Él de estar con ellos y soportarlos? Luego le dijo al padre: Trae acá a tu hijo. 9:42–43a Mientras el muchacho se acercaba a Jesús, fue atacado por el demonio y echado al suelo con violencia. Pero Jesús no se quedó impresionado por la exhibición del poder de un espíritu malo; era la incredulidad de los hombres lo que le estorbaba, no el poder de los demonios. Entonces echó al espíritu inmundo, y sanó al muchacho, y se lo devolvió a su padre. Todos los que vieron esto se admiraban. Reconocían que Dios había obrado un milagro. Y vieron en este milagro una exhibición de la grandeza de Dios.
U.
El Hijo del Hombre predice su muerte y resurrección (9:43b–45)
9:43b–44 Los discípulos podrían sentirse inclinados a creer que su Señor iba a proseguir obrando milagros hasta que toda la nación le aclamase como el Rey. Para evitar que sus mentes se llenasen de este concepto, el Señor volvió a recordarles que el Hijo del Hombre había de ser entregado en manos de hombres, es decir, debía ser muerto. 9:45 ¿Por qué no entendían ellos estas palabras? Sencillamente, porque recaían en el concepto del Mesías como héroe popular. Su muerte significaría la derrota para la causa, según el pensamiento de todos ellos. Sus propias esperanzas eran tan intensas que no podían mantener ningún concepto contrario. No era Dios quien les ocultaba esta verdad, sino su decidido rechazo a creer. Además, temían preguntarle para clarificar sus ideas — ¡casi como si tuviesen miedo de que les confirmase sus temores!
V.
La verdadera grandeza en el Reino (9:46–48)
9:46 Los discípulos no sólo esperaban que el glorioso reino fuese introducido en breve, sino que aspiraban también a posiciones de gloria en el reino. Ya estaban discutiendo entre ellos quién iba a ser el mayor. 9:47–48 Sabiendo lo que agitaba sus corazones, Jesús tomó a un niño a Su lado y les explicó que todo aquel que recibiese a un niño en Su nombre le recibía a Él. A primera vista, esto no parece tener ninguna relación con la cuestión de quién era el mayor entre los discípulos. Pero aunque no sea evidente, la relación parece ser ésta: la verdadera grandeza se ve en un amante cuidado para con los pequeños, por los indefensos, por aquellos que el mundo deja de lado. Así, cuando Jesús dijo que el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es grande, se estaba refiriendo al que se humillaba para asociarse con creyentes no conocidos, insignificantes y menospreciados. En Mateo 18:4 el Señor dijo que el mayor en el reino de los cielos es aquel que se humilla como un niño pequeño. Aquí en Lucas es cuestión de identificación con el menor de los hijos de Dios. En ambos casos involucra asumir un puesto de humildad, como lo hizo el mismo Salvador.
W.
El Hijo del Hombre prohíbe el sectarismo (9:49–50)
9:49 Este incidente parece ilustrar la conducta contra la que el Señor acababa de advertir a Sus discípulos. Habían encontrado a uno que echaba fuera demonios en el nombre de Jesús. Ellos se lo habían prohibido, porque era uno que no iba con ellos. En otras palabras, habían rehusado recibir a un hijo del Señor en Su nombre. Eran sectarios y estrechos. Deberían haberse sentido complacidos por el hecho de que el demonio había salido del hombre. Nunca deberían sentirse celosos de ningún hombre o grupo que echase más demonios fuera que ellos. Pero lo cierto es que cada discípulo ha de guardarse en contra de este deseo de exclusivismo —de querer monopolizar el poder y prestigio espirituales. 9:50 Jesús le dijo: No se lo prohibáis; porque el que no está contra vosotros, está de vuestra parte. Por lo que respecta a la Persona y obra de Cristo, no puede haber neutralidad. Si los hombres no están por Cristo, están contra Él. Pero cuando se trata del servicio cristiano, como dice A. L. Williams: Los cristianos ecuánimes han de recordar que cuando los de fuera hacen algo en Nombre de Cristo, ello, en conjunto, es un impulso a Su causa. … La contestación del Maestro contenía una verdad amplia y de gran alcance. Ninguna sociedad terrenal, por santa que sea, podrá pretender en exclusiva los poderes divinos inseparablemente vinculados a un uso veraz y fiel de Su Nombre.
VII. AUMENTA LA OPOSICIÓN CONTRA EL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 9:51–11:54) A.
Samaria rechaza al Hijo del Hombre (9:51–56)
9:51 Se estaba aproximando el tiempo de la Ascensión de Jesús al cielo. Él lo sabía bien. Sabía también que antes estaba la cruz, por lo que emprendió resueltamente el camino a Jerusalén y a lo que allí le esperaba.
9:52–53 Una aldea samaritana en el camino se mostró inhospitalaria para el Hijo de Dios. La gente allí sabía que iba a Jerusalén y esto era razón suficiente para excluirle, por lo que a ellos tocaba. A fin de cuentas, había un intenso odio entre los samaritanos y los judíos. Su espíritu sectario y fanático, su actitud segregacionista, su orgullo racial, les indispuso a recibir al Señor de la Gloria. 9:54–56 Jacobo y Juan se encolerizaron de tal manera ante esta falta de cortesía que se ofrecieron a mandar fuego del cielo para destruir a los ofensores. Jesús en el acto los reprendió. Él no había venido para destruir las almas de los hombres, sino para salvarlas. Éste era el año aceptable del Señor, y no el día de venganza de nuestro Dios. Ellos deberían haberse caracterizado por la gracia, no por un espíritu vengativo.
B.
Dificultades para el Discipulado (9:57–62)
9:57 En estos versículos nos encontramos con tres candidatos al discipulado que ilustran tres de los principales obstáculos para un discipulado entregado. El primer hombre estaba bien seguro de que quería seguir a Jesús adondequiera que fuese. No esperó a ser llamado, sino que se ofreció de manera impetuosa. Estaba confiado en sí mismo, indebidamente deseoso, y sin tener en cuenta el costo. No conocía el significado de lo que decía. 9:58 Al principio, la respuesta de Jesús no parece relacionada con el ofrecimiento de aquel hombre. En realidad, hay una estrecha vinculación. Jesús le estaba diciendo: «¿Sabes lo que realmente significa seguirme? Significa abandonar las comodidades y ventajas de la vida. Yo no tengo un hogar que llamar mío. Esta tierra no me da reposo alguno. Las zorras y las aves del cielo poseen más comodidades y seguridad natural que yo. ¿Estás dispuesto a seguirme, aunque signifique dejar aquellas cosas que la mayoría de los hombres consideran como sus derechos inalienables?» Cuando leemos que el Hijo del Hombre no tiene donde recostar la cabeza podemos tener la propensión a compadecerle. Un comentarista observa: «No es nuestra compasión lo que necesita. Compadécete a ti mismo si tienes un hogar que te retiene cuando Cristo te quiere fuera, en los lugares difíciles del mundo». No oímos ya más de este hombre, y sólo podemos suponer que no estaba bien dispuesto a abandonar las comunes comodidades de la vida para seguir al Hijo de Dios. 9:59 El segundo hombre oyó el llamamiento de Cristo para seguirle. Y estaba dispuesto en cierta forma, pero había algo que quería hacer primero. Quería primero ir a enterrar a su padre. Observemos lo que dijo: Señor, déjame que primero vaya… En otras palabras, Señor, déjame primero, «Primero yo». Designó a Jesús como Señor, pero en realidad ponía en primer lugar sus propios deseos e intereses. Las palabras «Señor» y «déjame primero» están totalmente opuestas entre sí. Hemos de escoger entre lo uno o lo otro. No importa si el padre había muerto o si el hijo pensaba esperar en el hogar hasta que muriese: era la misma cuestión —estaba dejando que otra cosa tomase precedencia sobre el llamamiento de Cristo—. Es perfectamente legítimo y apropiado mostrar respeto a un padre muerto o moribundo, pero cuando se permite a nadie o a cualquier cosa que rivalice con Cristo, entonces se torna en positivamente pecaminoso. Este hombre tenía alguna otra cosa que hacer —digamos que un trabajo o actividad— y esto le apartó del camino de un discipulado sin reservas. 9:60 El Señor reprendió su indecisión con estas palabras: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia por doquier el reino de Dios. Los
espiritualmente muertos pueden enterrar a los físicamente muertos, pero no pueden predicar el evangelio. Los discípulos no deberían dar prioridad a cuestiones que los incon—versos puedan hacer tan bien como los cristianos. El creyente debería estar seguro de que es indispensable en lo que toca al principal énfasis de su vida. Su principal ocupación debería ser la de impulsar la causa de Cristo en la tierra. 9:61 El tercer candidato al discipulado se parecía al primero en que se presentó voluntariamente para seguir a Cristo. Era como el segundo en que expresó la contradicción Señor… déjame … primero. Quería primero despedirse de su familia. En sí misma, la petición era razonable y apropiada, pero incluso las cortesías más comunes de la vida quedan fuera de lugar si se ponen por delante de una obediencia pronta y completa. 9:62 Jesús le dijo que una vez estaba puesta la mano en el arado del discipulado, no se debía mirar hacia atrás; en tal caso, no se es apto para el reino de Dios. Los seguidores de Cristo no están hechos de un material medio cocido ni de sentimentalismos de ensoñación. No pueden dejar que ninguna consideración hacia la familia o los amigos, por muy legítima que sea en sí misma, los aparte de una total y completa entrega a Él. La expresión no es apto para el reino no se refiere a la salvación, sino al servicio. No se trata en absoluto de una cuestión de entrada al reino, sino de servicio en el reino después de haber entrado en el mismo. Nuestra idoneidad para entrar en el reino reside en la Persona y obra del Señor Jesús. Y se hace nuestra por la fe en Él. Y así tenemos tres obstáculos cardinales al discipulado ilustrados en estas tres experiencias que protagonizaron estos hombres: 1. 2. 3.
Comodidades materiales. Un trabajo o actividad. Familia y amigos.
Cristo tiene que reinar en nuestros corazones sin rival alguno. Todos los otros amores y todas las otras lealtades han de estarle subordinados.
C.
La misión de los Setenta (10:1–16)
10:1–12 Éste es el único registro en los Evangelios del envío de los setenta discípulos por parte del Señor. Se asemeja mucho a la comisión de los doce en Mateo 10. Pero, allí los discípulos fueron enviados a las regiones del norte, mientras que los setenta son ahora enviados al sur a lo largo de la ruta que el Señor estaba siguiendo hacia Jerusalén. Esta misión parecía dispuesta para preparar el camino del Señor en Su viaje de Cesarea de Filipos en el norte a través de Galilea y Samaria, a través del Jordán, al sur a través de Perea, y luego otra vez a través del Jordán a Jerusalén. Aunque el ministerio y oficio de los setenta fue sólo temporal, sin embargo las instrucciones de nuestro Señor a estos hombres sugieren muchos principios vitales que son de aplicación a los cristianos en cada época. Algunos de estos principios pueden ser recapitulados de la siguiente manera: 1. Los envió de dos en dos (v. 1). Esto sugiere un testimonio competente. «Por boca de dos o tres testigos se decidirá todo asunto» (2 Co. 13:1).
2. El siervo del Señor debería rogar constantemente que Él envíe obreros a su mies (v. 2). La necesidad es siempre mayor que el suministro de obreros. Evidentemente, al orar pidiendo obreros, hemos de estar dispuestos a ir nosotros mismos. Observemos rogad (v. 2), id (v. 3). 3. Los discípulos de Jesús son enviados a un medio hostil (v. 3). Bajo todas las apariencias, son como indefensos corderos en medio de lobos. No pueden esperar ser tratados bien por el mundo, sino ser perseguidos e incluso muertos. 4. No se deben permitir consideraciones de comodidad personal (v. 4a). No llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado. La bolsa de dinero se refiere a reservas financieras. Las alforjas sugieren reservas de alimentos. El calzado puede hacer referencia bien a un par extra o a un tipo de zapatos que dé comodidad suplementaria. Estas tres cosas nos hablan de aquella pobreza que aunque no tiene nada, sin embargo todo lo posee y hace ricos a muchos (2 Co. 6:10). 5. A nadie saludéis por el camino (v. 4b). Los siervos de Cristo no deben malgastar el tiempo en saludos largos y ceremoniosos como los que eran comunes en el Oriente. Aunque deben ser corteses y educados, han de emplear su tiempo en la gloriosa proclamación del evangelio y no en palabras sin provecho. No hay tiempo para retardos innecesarios. 6. Deberían aceptar la hospitalidad donde les fuese ofrecida (vv. 5, 6). Si su salutación inicial es favorablemente recibida, entonces el anfitrión es un hijo de paz. Es un hombre caracterizado por la paz, y que recibe el mensaje de paz. Si los discípulos son rechazados, no deberían sentirse desalentados; su paz se volverá a ellos, es decir, no ha habido malgasto ni pérdida, y otros la recibirán. 7. Los discípulos deberían permanecer en aquella misma casa que les ofrezca alojamiento al principio (v. 7). Ir cambiando de casa en casa podría caracterizarlos como buscadores de lujosos alojamientos, mientras que deberían vivir de una manera sencilla y agradecida. 8. No deberían dudar en comer el alimento y la bebida que les fuese ofrecido (v. 7). Como siervos del Señor, tienen derecho a su manutención. 9. Las ciudades y los pueblos adoptan posición por el Señor, o en contra, igual que las personas individualmente (vv. 8, 9). Si un área es receptiva a su mensaje, los discípulos deben predicar allí, aceptar su hospitalidad y traer allá la bendición del evangelio. Los siervos de Cristo deberían comer lo que les pongan delante, no exigentes en la comida ni causando problemas en el hogar. La comida no es lo principal en sus vidas. Las poblaciones que acojan a los mensajeros del Señor siguen viendo la sanidad de sus enfermos de pecado. También el Rey se acerca mucho a ellos (v. 9). 10. Una ciudad puede rechazar el evangelio y luego ver negado el privilegio de volverlo a oír (vv. 10–12). Llega un momento en los tratos de Dios en los que se oye el mensaje por última vez. Nadie debería frivolizar acerca del evangelio, porque puede ser retirado para
siempre. La luz rechazada es luz negada. Ciudades y aldeas que tienen el privilegio de oír las buenas nuevas y que rehúsan serán juzgadas mucho más severamente que la ciudad de Sodoma. Cuanto mayor sea el privilegio, tanto mayor la responsabilidad. 10:13–14 Mientras Jesús hablaba estas palabras, recordó tres ciudades de Galilea que habían tenido mucho mayor privilegio que ningunas otras. Le habían visto llevar a cabo Sus poderosos milagros en sus calles. Habían oído Su enseñanza llena de gracia. Pero le habían rechazado de plano. Si los milagros que había hecho en Corazín y Betsaida… se hubieran hecho en las antiguas Tiro y Sidón, aquellas ciudades costeras se habrían sumido en el más profundo arrepentimiento. Por cuanto las ciudades de Galilea no fueron movidas por las obras de Jesús, su juicio sería más severo que el de Tiro y Sidón. De hecho, Corazín y Betsaida han sido destruidas hasta tal punto que en la actualidad no se conoce su emplazamiento exacto. 10:15 Capernaúm vino a ser la ciudad de residencia de Jesús después de mudarse de Nazaret. Aquella ciudad fue levantada en privilegio hasta los cielos. Pero menospreció a Su más notable Ciudadano y perdió su oportunidad. Por ello, hasta el Hades será abatida en juicio. 10:16 Jesús terminó Sus instrucciones a los setenta con una declaración de que ellos eran Sus embajadores. Rechazarlos a ellos era rechazarle a Él, y rehusarlo a Él era rehusar a Dios Padre. Ryle comenta aquí: Probablemente no hay un lenguaje más intenso que éste en el Nuevo Testamento acerca de la dignidad del oficio de un fiel ministro, y de la culpa en que incurren aquellos que rehúsan oír su mensaje. Es un lenguaje, hemos de recordar, que no se dirige a los doce apóstoles, sino a setenta discípulos, acerca de cuyos nombres y carrera posterior nada sabemos. Scott observa: «Rechazar a un embajador, o tratarle con menosprecio, es una afrenta contra el príncipe que lo ha comisionado y enviado y a quien representa. Los apóstoles y los setenta discípulos eran los embajadores y representantes de Cristo; y quienes los rechazaron y menospreciaron, de hecho lo rechazaron y menospreciaron a Él».
D.
El regreso de los Setenta (10:17–24)
10:17–18 Volvieron los setenta de su misión, y estaban llenos de gozo que aun los demonios se les sometían a ellos. La contestación de Jesús ha de comprenderse de dos formas. Primero, puede significar que vio en el éxito de ellos una prenda de la final caída de Satanás… del cielo. Jamieson, Fausset y Brown parafrasean Sus palabras: Os he seguido en vuestra misión y he contemplado sus triunfos; mientras vosotros os maravillabais ante la sujeción a vosotros de los demonios por mi Nombre, ante mi vista se abría un espectáculo más grandioso. Tan de repente como un destello de un rayo del cielo a la tierra, vi a Satanás cayendo del cielo. Esta caída de Satanás es aún futura. Será echado del cielo por Miguel y sus ángeles (Ap. 12:7–9). Esto tendrá lugar durante el Periodo de la Tribulación, y antes del glorioso reinado de Cristo sobre la tierra.
Una segunda posible interpretación de las palabras de Jesús es como advertencia en contra de la soberbia. Es como si estuviese diciendo: «Sí, os sentís entusiasmados porque hasta los demonios os han estado sujetos. Pero recordad —la soberbia es el pecado primordial—. Fue la soberbia lo que hizo caer a Lucifer y que sea echado del cielo. Ved que evitéis este peligro». 10:19 El Señor había dado a Sus discípulos potestad contra las fuerzas del mal. Habían recibido inmunidad de todo daño durante su misión. Esto es cierto de todos los siervos de Dios; todos están protegidos. 10:20 Sin embargo, no debían regocijarse por su poder sobre los espíritus, sino en su propia salvación. Éste es el único caso registrado en el que el Señor les dijo a Sus discípulos que no se regocijasen. Hay sutiles peligros conectados con el éxito en el servicio cristiano, mientras que el hecho de que nuestros nombres están escritos en los cielos nos recuerda nuestra infinita deuda a Dios y a Su Hijo. Hay seguridad en regocijarse en la salvación por la gracia. 10:21 Rechazado por la masa del pueblo, Jesús contempló a Sus humildes seguidores y se regocijó en el Espíritu, agradeciendo al Padre Su incomparable sabiduría. Los setenta no eran los sabios y entendidos de este mundo. No eran ni los intelectuales ni los eruditos. ¡Eran como los niños de pecho! Pero eran como bebés con fe, devoción e implícita obediencia. Los intelectuales eran demasiado sabios, demasiado penetrantes, demasiado inteligentes para su propio bien. Su soberbia los cegaba a la verdadera valía del amado Hijo de Dios. Es por medio de los bebés que Dios puede obrar con la mayor eficacia. Nuestro Señor se sentía feliz por todos aquellos que el Padre le había dado, y por este éxito inicial de los setenta, que predecía la eventual caída final de Satanás. 10:22 Todas las cosas fueron entregadas al Hijo por el Padre, sean las cosas del cielo, de la tierra o de debajo de la tierra. Dios ha puesto todo el universo bajo la autoridad de Su Hijo. Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre. Hay un misterio relacionado con la Encarnación que nadie sino el Padre puede sondear. Cómo Dios pudo llegar a ser Hombre y a morar en un cuerpo humano está más allá de la comprensión de la criatura. Nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Dios también está más allá de la comprensión humana. El Hijo lo conoce perfectamente, y el Hijo lo ha revelado a los débiles, a los pobres y a los menospreciados que tienen fe en Él (1 Co. 1:26–29). Los que han visto al Hijo han visto al Padre. El Hijo unigénito que está en el seno del Padre, Él ha revelado plenamente al Padre (Jn. 1:18). Kelly dice: «El Hijo revela al Padre; pero la mente del hombre siempre se fragmenta cuando intenta desentrañar el insoluble enigma de la gloria personal de Cristo». 10:23–24 Aparte, el Señor les dijo a los discípulos que estaban viviendo en una época de privilegio sin precedentes. Los profetas y reyes del AT desearon ver los días del Mesías, pero no los vieron. Aquí, el Señor Jesús declara ser Aquel que esperaban los profetas del AT —el Mesías—. Los discípulos tenían el gran privilegio de ver los milagros y oír la enseñanza de la Esperanza de Israel.
E.
El intérprete de la ley y el Buen Samaritano (10:25–37)
10:25 El intérprete de la ley, un experto en las enseñanzas de la Ley de Moisés, probablemente no fue sincero en su pregunta. Estaba intentando atrapar al Salvador,
ponerle en un apuro. Quizá pensaba que el Señor iba a repudiar la ley. Para él, Jesús era únicamente un Maestro, y la vida eterna era algo que podría ganarse o merecerse. 10:26–28 El Señor tuvo todo lo anterior en consideración para responderle. Si el intérprete de la ley hubiese sido humilde y hubiese mostrado un corazón arrepentido, el Salvador le habría respondido de manera más directa. Bajo aquellas circunstancias, Jesús dirigió su atención a la ley. ¿Qué demandaba la ley? Demandaba que el hombre ame al Señor, y a su prójimo como a sí mismo. Jesús le dijo que si hacía esto, viviría. En principio puede parecer que el Señor estaba enseñando la salvación por la observancia de la ley. Pero no es éste el caso. Dios nunca tuvo la intención de que nadie fuese a salvarse jamás guardando la ley. Los Diez Mandamientos fueron dados a un pueblo que era ya pecador. El propósito de la ley no era salvar del pecado, sino producir el conocimiento del pecado. La función de la ley es mostrar al hombre cuán culpable y pecador es. Es imposible para el hombre pecador amar a Dios con todo su corazón ni a su prójimo como a sí mismo. Si pudiese hacer esto desde el nacimiento hasta la muerte, no necesitaría la salvación. No estaría perdido. Pero incluso en este caso su recompensa sería sólo una dilatada vida en la tierra, no una vida eterna en el cielo. Mientras viviese sin pecado seguiría viviendo. La vida eterna es sólo para los pecadores que reconocen su condición de perdición y que son salvados por la gracia de Dios. De este modo, la declaración de Jesús, haz esto, y vivirás, era sólo hipotética. Si Su referencia a la ley hubiese tenido el efecto deseado sobre el intérprete de la ley, él habría tenido que decir: «Si esto es lo que Dios demanda, entonces estoy perdido, sin remedio ni esperanza. Sólo puedo recurrir a Su amor y misericordia. ¡Sálvame por tu gracia!» 10:29 En lugar de esto, trató de justificarse a sí mismo. ¿Por qué? Nadie le había acusado. Había una conciencia de fracaso y su corazón se levantó con orgullo para resistir. Preguntó: ¿Y quién es mi prójimo? Era una táctica evasiva de su parte. 10:30–35 Fue como respuesta a esta pregunta que el Señor Jesús contó la historia del Buen Samaritano. Los detalles de la historia son conocidos. El hombre asaltado y robado (casi seguramente un judío) yacía medio muerto en el camino a Jericó. El sacerdote y el levita judíos rehusaron ayudar; quizá temieron que fuese una trampa, o pensaron que si se detenían también ellos serían asaltados. Fue un odiado samaritano el que acudió al rescate, quien aplicó los primeros auxilios, que llevó la víctima a un mesón, y que dio provisión para que fuese cuidado. Para el samaritano, un judío necesitado era su prójimo. 10:36–37 Luego el Salvador hizo la ineludible pregunta: ¿Quién, pues, de estos tres fue quien demostró ser prójimo del necesitado? Naturalmente, el que usó de misericordia con él. Sí, claro. Y por ello mismo, el intérprete de la ley había de ir, y hacer él lo mismo. «Si un samaritano podía resultar un verdadero prójimo para con un judío mostrando misericordia para con él, entonces todos los hombres son prójimos.» No nos resulta difícil ver en el sacerdote y el levita una figura de la impotencia de la ley para ayudar al pecador muerto; la ley mandaba: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo», pero no daba el poder para obedecer. Tampoco es difícil identificar al Buen Samaritano con el Señor Jesús, que vino a donde nosotros estábamos, nos salvó de nuestros pecados e hizo una provisión plena para nosotros de la tierra al cielo y para toda la eternidad. Los sacerdotes y los levitas pueden fallarnos, pero el Buen Samaritano jamás lo hará. La historia del Buen Samaritano tuvo un giro inesperado. Comenzó para responder la pregunta de «¿Quién es mi prójimo?», pero terminó proponiendo la pregunta, «¿Con quién actúas tú como prójimo?».
F.
María y Marta (10:38–42)
10:38–41 El Señor centra ahora Su atención en la palabra de Dios y la oración como los dos grandes medios de bendición (10:38–11:13). María… sentándose a los pies de Jesús, oía su palabra, mientras Marta se preocupaba con muchos preparativos para el Regio Huésped. Marta quería que el Señor reprendiese a su hermana por dejar de ayudarla, ¡pero Jesús, con ternura, reprendió a Marta por su inquietud! 10:42 Nuestro Señor valora nuestro afecto por encima de nuestro servicio. El servicio puede quedar manchado de orgullo y propia importancia. La una cosa necesaria es ocuparnos con Él mismo, la parte buena, la cual no será quitada. «El Señor quiere convertirnos de Martas en Marías», comenta C. A. Coates, «del mismo modo que quiere convertirnos de intérpretes de la ley en prójimos». Charles R. Erdman escribe: Aunque el Maestro aprecia todo aquello que emprendemos por Su causa, Él sabe que nuestra primera necesidad es que nos sentemos a Sus pies y aprendamos Su voluntad; luego, en nuestras tareas tendremos serenidad, paz y bondad, y al final nuestro servicio alcanzará la perfección del de María cuando, en una escena posterior, ella derrama sobre los pies de Jesús el ungüento, el perfume del cual sigue llenando el mundo.
G.
La oración de los Discípulos (11:1–4)
Entre los capítulos 10 y 11 hay un intervalo de tiempo que queda cubierto por Juan 9:1– 10:21. 11:1 Ésta es otra de las frecuentes referencias que hace Lucas a la vida de oración de nuestro Señor. Concuerda con el propósito de Lucas de presentar a Cristo como el Hijo del Hombre, siempre dependiente de Dios Su Padre. Los discípulos se daban cuenta de que la oración era una fuerza real y vital en la vida de Jesús. Al oírle orar, se suscitaban en ellos también los deseos de orar. De modo que uno de sus discípulos le pidió que les enseñase a ellos a orar. No dijo: «Enséñanos cómo orar», sino Enséñanos a orar. Sin embargo, esta petición incluye desde luego tanto el hecho en sí como el método. 11:2 La oración modelo que el Señor Jesús les dio en esta ocasión es algo diferente de la llamada Oración del Señor en el Evangelio de Mateo. Estas diferencias tienen todas su propósito y su significado. Ninguna de ellas carece de relevancia. Primero de todo, el Señor enseñó a los discípulos a dirigirse a Dios como Padre nuestro. Esta íntima relación familiar no era conocida por los creyentes en el AT. Significa sencillamente que los creyentes deben dirigirse ahora a Dios como un amante Padre celestial. Luego, se nos enseña a orar que el nombre de Dios sea santificado. Esto expresa el anhelo del corazón del creyente de que Él sea reverenciado, ensalzado y adorado. En la petición Venga tu reino tenemos una oración de que llegue pronto el día en que Dios abatirá las fuerzas del mal y, en la Persona de Cristo, reinará supremo sobre la tierra, donde Su voluntad se hará como en el cielo. 11:3 Habiendo ante todo buscado el reino de Dios y Su justicia, se enseña al peticionario a que exprese sus necesidades y deseos personales. Se presenta la constante
necesidad de alimento, tanto físico como espiritual. Debemos vivir cada día en dependencia de Él, reconociéndole como la fuente de todo bien. 11:4 Luego tenemos la oración para el perdón de pecados, en base del hecho de que hemos mostrado un espíritu de perdón para con otros. Evidentemente, esto no hace referencia al perdón de la pena del pecado. Tal perdón se basa en la obra consumada de Cristo en el Calvario, y se recibe por la sola fe. Pero aquí estamos tratando acerca del perdón paterno o gubernamental. Tras nuestra salvación, Dios nos trata como hijos. Si Él halla en nuestros corazones un espíritu duro o implacable, nos castigará hasta que seamos quebrantados y devueltos a la comunión con Él mismo. Este perdón tiene que ver con la comunión con Dios, no con la relación como tal. El ruego, Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal, presenta dificultades para algunos. Sabemos que Dios nunca tienta a nadie al pecado. Pero Él sí permite que experimentemos pruebas y dificultades en la vida, y que todo ello está dispuesto para nuestro bien. Aquí, el pensamiento parece ser que deberíamos estar constantemente conscientes de nuestra propia propensión a ir errantes y a caer en pecado. Deberíamos pedir al Señor que nos guarde de caer en pecado, aunque nosotros mismos podamos quererlo. Deberíamos orar que nunca coincidan la oportunidad para pecar y el deseo de cometer pecado. Esta oración expresa una sana desconfianza frente a nuestra propia capacidad para resistir la tentación. La oración termina con un ruego de ser librados del maligno.
H.
Dos parábolas acerca de la Oración (11:5–13)
11:5–8 Prosiguiendo con el tema de la oración, el Señor da una ilustración con el designio de mostrar la buena disposición de Dios para oír y dar respuesta a las peticiones de Sus hijos. La historia tiene que ver con un hombre al que le llegan visitas a medianoche. Por desgracia, no tenía suficiente comida disponible; éste fue entonces a su vecino, llamó a su puerta y le pidió tres panes. Al principio, el vecino se enfadó porque le hubiesen despertado y no quería levantarse. Sin embargo, debido a la insistencia en el llamar y gritar del preocupado anfitrión, finalmente se levantó y le dio todo lo necesario. Al aplicar esta ilustración, hemos de tener precaución para evitar ciertas conclusiones. No significa que Dios se irrite por nuestras frecuentes peticiones. Y no sugiere que la única forma de conseguir respuesta a nuestras oraciones sea la persistencia. Sí que nos enseña que si un hombre está dispuesto a ayudar a su amigo a causa de su importunidad, que Dios está mucho más dispuesto a dar oído a los clamores de Sus hijos. 11:9 Nos enseña que no deberíamos fatigarnos ni desalentarnos en nuestra vida de oración. «Seguid pidiendo… seguid buscando … seguid llamando …» Hay veces en que Dios responde a nuestras oraciones la primera vez que pedimos. Pero en otros casos nos responde sólo tras insistentes peticiones. Dios responde a las oraciones: A veces, cuando los corazones débiles están, Da los mismos dones que los creyentes buscan; Mas muchas veces la fe ha de aprender, A reposar y confiar en Dios cuando Él callado está; Porque Aquel que es amor lo mejor enviará; Pueden las estrellas apagarse, y desmoronarse las montañas altivas,
Mas Dios es fiel; ciertas Sus promesas. Él nuestra fuerza es. M. G. P. Esta parábola parece enseñar crecientes grados de importunidad: de pedir, a buscar, a llamar. 11:10 Nos enseña que todo aquel que pide, recibe, todo el que busca, halla; y a todo el que llama, se le abrirá. Ésta es una promesa de que cuando oramos, Dios siempre nos da lo que pedimos o bien algo mejor. Una respuesta negativa significa que Él sabe que lo que pedimos no sería lo mejor para nosotros; entonces, Su negativa es mejor que nuestra petición. 11:11–12 Nos enseña que Dios nunca nos engañará dándonos una piedra cuando le pedimos pan. El pan, en aquellos tiempos, tenía una forma como de torta redonda plana, parecida a la de una piedra. Dios nunca se burlará de nosotros dándonos algo incomible cuando le pedimos alimento. Si pedimos un pez, no nos dará una serpiente; algo que pudiese destruirnos. Y si pedimos un huevo, no nos dará un escorpión; algo que causaría un dolor atroz. 11:13 Un padre humano no daría malos dones; aunque tenga una naturaleza pecaminosa, sabe dar buenas dádivas a sus hijos. ¿Cuánto más nuestro Padre celestial estará dispuesto a dar el Espíritu Santo a los que se lo pidan? Dice J. G. Bellett: «Es significativo que el don que Él selecciona como el que más necesitamos, y el que más deseos tiene de dar, es el Espíritu Santo». Cuando Jesús pronunció estas palabras, el Espíritu Santo no había sido dado todavía (Jn. 7:39). No deberíamos orar hoy que el Espíritu Santo nos sea dado como Persona para morar en nosotros, porque viene a morar en nosotros en el momento de nuestra conversión (Ro. 8:9b; Ef. 1:13, 14). Pero desde luego es apropiado y necesario que oremos por el Espíritu Santo en otras formas. Deberíamos orar que estemos dispuestos a aprender del Espíritu Santo, que seamos conducidos por el Espíritu y que Su poder sea derramado sobre nosotros en todo nuestro servicio para Cristo. Es bien posible que cuando Jesús enseñó a los discípulos a pedir el Espíritu Santo, estaba refiriéndose al poder del Espíritu capacitándoles para vivir el tipo de discipulado abnegado que había estado enseñando en los anteriores capítulos. Para este tiempo, estaban dándose ya cuenta, probablemente, de cuán imposible les era cumplir el criterio del discipulado con sus propias fuerzas. Y, naturalmente, así es. El Espíritu Santo es el poder que nos capacita para vivir la vida cristiana. De modo que Jesús presenta a Dios como anhelando dar este poder a aquellos que lo piden. En el griego original, el v. 13 no dice que Dios dará el Espíritu Santo, sino que «dará Espíritu Santo» (sin el artículo). El profesor H. B. Swete señala que cuando está presente el artículo, se refiere a la misma Persona, pero que cuando no está el artículo, se refiere a Sus dones u operaciones en nuestro favor. Así, en este pasaje no se trata tanto de una oración por la Persona del Espíritu Santo, sino de Su ministerio en nuestras vidas. Esto queda también reforzado por el pasaje paralelo de Mateo 7:11, que dice: «… cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le pidan».
I.
Jesús responde a Sus críticos (11:14–26)
11:14–16 Echando fuera un demonio que había hecho que su víctima fuese mudo, Jesús suscitó maravilla entre la gente. Mientras que la gente se maravilló, otros reaccionaron con mayor encono contra el Señor. La oposición adoptó dos formas distintas. Algunos de ellos le acusaban de echar los demonios por Beelzebú, príncipe de los demonios. Otros sugerían que debía hacer señal del cielo; quizá la idea que tenían era que esto podría refutar la acusación que se había hecho contra Él. 11:17–18 La acusación de que echaba demonios porque estaba poseído por Beelzebú recibe respuesta en los versículos 17–26. La demanda de una señal recibe respuesta en el versículo 29. Primero, el Señor Jesús les recordó que todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. Si Él era un instrumento de Satanás para echar demonios, entonces Satanás estaba luchando contra sus propios subordinados. Es ridículo creer que el diablo se opondría a sí mismo y obstruiría sus propios propósitos. 11:19 Segundo, el Señor recordó a Sus críticos que algunos de sus propios compatriotas estaban en aquel tiempo echando malos espíritus. Si Él lo hacía por el poder de Satanás, la consecuencia necesaria era que ellos debían estarlo haciendo por el mismo poder. Naturalmente, los judíos nunca iban a querer admitir tal cosa. Pero, ¿cómo podrían negar la fuerza del argumento? El poder de echar demonios venía o bien de Dios o bien de Satanás. Tenía que ser de uno u otro origen; no podría ser de ambos. Si Jesús actuaba por el poder de Satanás, entonces los exorcistas judíos también dependían del mismo poder. Condenarle a Él era condenarlos también a ellos. 11:20 La verdadera explicación es que Jesús echaba fuera los demonios por el dedo de Dios. ¿Qué significaba esto? En el relato del Evangelio de Mateo (12:28) leemos: «Pero si yo echo fuera los demonios en virtud del Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios». De modo que concluimos que el dedo de Dios es lo mismo que el Espíritu de Dios. El hecho de que Jesús estuviese echando demonios fuera mediante el Espíritu de Dios era ciertamente una evidencia clara de que el reino de Dios había llegado a la gente de aquella generación. El reino había venido en la Persona del mismo Rey. El hecho mismo de que el Señor Jesús estuviese allí, obrando tales milagros, era prueba clara de que el Gobernante Ungido de Dios había aparecido sobre el escenario de la historia. 11:21–22 Hasta ahora, Satanás era el hombre fuerte armado, con un dominio indisputado sobre su palacio. Los que eran poseídos por demonios estaban bajo su dominio, y no había quien le desafiase. Lo que poseía estaba en paz, es decir, nadie tenía poder para discutir su influencia. Pero entonces vino el Señor Jesús, que era más fuerte que Satanás, y le venció, le quitó todas sus armas y repartió el botín. Ni siquiera Sus críticos negaron que Jesús echase fuera malos espíritus. Esto sólo podría significar que Satanás había sido vencido y que sus víctimas estaban siendo liberadas. Éste es el argumento de estos versículos. 11:23 Luego Jesús añadió que el que no está con Él, contra Él está, y que todo aquel que con Él no recoge, desparrama. Como alguien ha dicho, «uno está andando en el camino o se interpone en el camino». Ya hemos mencionado la aparente contradicción entre este versículo y 9:50. Si se trata de la Persona y obra de Cristo, no puede haber neutralidad. Quien no está por Cristo, está contra Él. Pero cuando se trata del servicio cristiano, los que no están contra los siervos de Cristo están por ellos. En el primer caso se trata de la cuestión de la salvación; en el segundo, de la del servicio. 11:24–26 Parece que el Señor está volviendo las tablas a sus críticos. Ellos le habían acusado de ser endemoniado. Ahora él asemeja la nación de ellos con un hombre que había sido liberado temporalmente de posesión demoniaca. Esto fue cierto en su historia. Antes
del cautiverio, la nación de Israel había quedado poseída por el demonio de la idolatría. Pero el cautiverio los liberó de aquel mal espíritu, y desde entonces los judíos nunca se han dado a la idolatría. Su casa ha sido dejada barrida y en orden, pero han rehusado dejar entrar al Señor Jesús para que tomase posesión. Por ello, Él predijo que en un día venidero el espíritu inmundo tomará consigo otros siete espíritus peores que él; y entrarán para habitar allí. Esto hace referencia a la terrible forma de idolatría que adoptará la nación judía durante el periodo de la Tribulación. Ellos reconocerán como Dios al Anticristo (Jn. 5:43) y el castigo por este pecado será mayor que lo que la nación haya soportado hasta el presente. Aunque esta ilustración se refiere primariamente a la historia nacional de Israel, también señala a la insuficiencia del mero arrepentimiento o reforma en la vida de un individuo. No es suficiente con girar una nueva página. Se ha de dar la bienvenida al Señor Jesucristo en la vida y en el corazón. En caso contrario, la vida queda abierta a la invasión de más viles formas de pecado que aquellas a las que jamás se hubiese entregado en el pasado.
J.
Más bienaventuranza que María (11:27, 28)
Una cierta mujer salió de entre la multitud para saludar a Jesús con estas palabras: Bienaventurado el vientre que te llevó, y los senos que te criaron. La contestación del Señor fue muy significativa. No negó Él que María, Su madre, era bienaventurada, pero fue más allá de esto y dijo que aún más importante era oír la palabra de Dios, y guardarla. En otras palabras, incluso la Virgen María era más bienaventurada por creer en Cristo y seguirle que por ser Su madre. La relación natural no es tan importante como la espiritual. Esto debería ser suficiente para silenciar a los que querrían hacer de María objeto de culto.
K.
La señal de Jonás (11:29–32)
11:29 En el versículo 16 algunos habían tentado al Señor Jesús, pidiéndole señal del cielo. Ahora responde a esta petición adscribiéndola a una generación mala. Estaba hablando primariamente acerca de la generación judía que estaba viviendo en aquel tiempo. La gente había tenido el privilegio de la presencia del Hijo de Dios. Habían oído Sus palabras y habían sido testigos de Sus milagros. Pero no estaban satisfechos con esto. Ahora pretendían que si sólo veían una obra poderosa y sobrenatural en los cielos, creerían en Él. La respuesta del Señor fue que ninguna señal adicional les será dada, sino la señal de Jonás. 11:30 Con esto se refería a Su propia resurrección de entre los muertos. Así como Jonás fue librado del mar tras haber estado en el vientre de la ballena por tres días y tres noches, así el Señor Jesús iba a resucitar de entre los muertos tras estar en el sepulcro durante tres días y tres noches. En otras palabras, el último y concluyente milagro en el ministerio terrenal del Señor Jesús iba a ser Su resurrección. Jonás vino a ser una señal para los ninivitas. Cuando salió a predicar a la metrópolis gentil de Nínive, salió como uno que, al menos en figura, había resucitado de los muertos. 11:31–32 La reina del Sur, la reina gentil de Sebá, viajó una gran distancia para oír la sabiduría de Salomón. Ella no había visto un solo milagro. Si hubiese tenido el privilegio de vivir en los días del Señor, ¡cuán bien dispuesta lo habría recibido! Por ello ella se levantará en el juicio contra los malvados hombres de aquella generación que tenían el
privilegio de ver las obras sobrenaturales del Señor Jesús, y que sin embargo le rechazaban. Uno mayor que Jonás y uno mayor que Salomón había entrado en el escenario de la historia humana. En tanto que los hombres de Nínive… se arrepintieron ante la predicación de Jonás, los hombres de Israel rehusaron arrepentirse ante la predicación de uno mayor que Jonás. La incredulidad se burla hoy en día de la historia de Jonás, caracterizándola como una leyenda hebrea. Jesús se refirió a Jonás como una persona real de la historia, lo mismo que Salomón. Aquellos que dicen que creerían si pudiesen ver un milagro se equivocan. La fe no se basa en las evidencias de los sentidos, sino en la palabra viviente de Dios. Si alguien no quiere creer la palabra de Dios, no creerá aunque alguien resucite de los muertos. La actitud que demanda una señal no es agradable para Dios. No es fe, sino vista. La incredulidad dice: «Deja que vea, y creeré». Dios dice: «Cree, y verás».
L.
La Parábola de la Lámpara Encendida (11:33–36)
11:33 Al principio podríamos pensar que no hay relación entre estos versículos y los anteriores. Pero al examinarlos un poco más de cerca, encontramos un vínculo muy vital. Jesús recuerda a Sus oyentes que nadie pone una lámpara encendida en un sitio oculto ni bajo un almud. La pone sobre el candelero, donde se verá y donde dará luz para todos los que entren. La aplicación es ésta: Dios es Aquel que ha encendido la lámpara. En la Persona y obra del Señor Jesús, Él ha dado una luz resplandeciente para el mundo. Si alguien no ve la Luz, no es por culpa de Dios. En el capítulo 8 Jesús se refería a la responsabilidad de los que eran ya Sus discípulos para propagar la fe y no ocultarla bajo un recipiente. Aquí en 11:33 denuncia la incredulidad de Sus críticos que demandaban señales como causada por la codicia y temor a la vergüenza que los poseía. 11:34 Su incredulidad era consecuencia de sus motivos impuros. En el ámbito físico, el ojo es lo que da luz a todo el cuerpo. Si el ojo es sano, entonces la persona puede ver la luz. Pero si el ojo está enfermo, es decir, ciego, la luz no puede penetrar. Lo mismo sucede con el ámbito espiritual. Si una persona es sincera en su deseo de conocer si Jesús es el Cristo de Dios, entonces Dios se lo revelará. Pero si sus motivos no son puros, si quiere aferrarse a su codicia, si sigue temiendo qué dirán los demás, entonces queda cegado al verdadero valor del Salvador. 11:35 Los hombres a los que Jesús se dirigía se consideraban muy sabios. Suponían que tenían mucha luz. Pero el Señor Jesús les advirtió a que considerasen el hecho de que la luz que estaba en ellos era en realidad tinieblas. Su propia y pretendida sabiduría y superioridad los mantenía apartados de Él. 11:36 La persona con motivos puros, que abre todo su ser a Jesús, la Luz del mundo, queda inundada de iluminación espiritual. Su vida interior queda iluminada por Cristo así como su cuerpo queda iluminado cuando se sienta bajo la luz directa de una lámpara.
M.
Pureza exterior e interior (11:37–41)
11:37–40 Cuando Jesús aceptó la invitación de un fariseo para comer, Su anfitrión se extrañó que no se hubiese lavado antes de comer. Jesús leyó sus pensamientos y lo reprendió extensamente por tal hipocresía y externalismo. Jesús le recordó que lo que
realmente cuenta no es la limpieza de lo de fuera del vaso, sino lo de adentro, y está interesado en que nuestras vidas interiores sean puras. «El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 S. 16:7). 11:41 El Señor se daba cuenta de cuán codiciosos y egoístas eran estos fariseos, de modo que le dijo a Su anfitrión que primero diese limosna de lo que tenía. Si podía pasar esta prueba básica de amor hacia otros, entonces todo le sería limpio. H. A. Ironside comenta: Cuando el amor de Dios llena el corazón de modo que uno se interese en las necesidades de otros, sólo entonces estas observancias externas tendrán un valor verdadero. Aquel que está constantemente recogiendo para sí mismo, en absoluta indiferencia hacia los pobres y necesitados que le rodean, da evidencia de que en él no mora el amor de Dios. Un escritor desconocido recapitula así: Las siete cosas que se dicen en los versículos 39–52 contra los fariseos e intérpretes de la ley se dijeron a la mesa de un fariseo (v. 37). Lo que llamamos «buen gusto» se da a menudo como sustituto de lealtad a la verdad; sonreímos cuando deberíamos fruncir el ceño; y nos callamos cuando deberíamos hablar. Mejor romper una invitación a comer que romper la fidelidad a Dios.
N.
Los fariseos, reprendidos (11:42–44)
11:42 Los fariseos eran externalistas. Eran puntillosos acerca de los más nimios detalles de la ley ceremonial, como el diezmo de pequeñas hierbas. Pero eran negligentes en sus relaciones con Dios y con el hombre. Oprimían a los pobres y no amaban a Dios. El Señor no les reprendió por diezmar la menta y la ruda y cada hierba, sino sencillamente les observó que no tenían que mostrar tanto celo en este particular y descuidar los deberes básicos de la vida, como la justicia y el amor de Dios. Ellos enfatizaban lo subordinado y pasaban por alto lo primario. Descollaban en lo que los otros podían ver pero eran descuidados acerca de lo que sólo Dios podía ver. 11:43 Les gustaba exhibirse, ocupar posiciones de prominencia en las sinagogas, y atraer tanta atención como pudiesen en las plazas de mercado. Así, se hacían culpables no sólo de externalismo, sino también de orgullo. 11:44 Finalmente, el Señor los comparó con sepulcros sin señalar. Bajo la Ley de Moisés, quien tocase un sepulcro era inmundo por siete días (Nm. 19:16), incluso si lo hacía con desconocimiento de que se trataba de un sepulcro. Exteriormente, los fariseos daban toda apariencia de ser unos consagrados guías religiosos. Pero debían haber llevado una señal advirtiendo al pueblo que era contaminante entrar en contacto con ellos. Eran como sepulcros que no se ven, llenos de corrupción e impureza, e infectando a otros con su externalismo y soberbia.
O.
Denuncia de los intérpretes de la ley (11:45–52)
11:45 Los intérpretes de la ley eran los escribas —expertos en explicar e interpretar la ley de Moisés—. Sin embargo, su capacidad se limitaba a enseñar a otros qué debían hacer. No lo practicaban por sí mismos. Uno de los intérpretes de la ley había sentido el cortante
filo de las palabras de Jesús, y le recordó que al criticar a los fariseos, estaba con ello también insultando a los expertos legales. 11:46 El Señor empleó esto como ocasión para atacar algunos de los pecados de los intérpretes de la ley. Primero, oprimían al pueblo con todo tipo de cargas legales, pero no les ayudaban en nada a llevar las cargas. Como observa Kelly: «Eran notorios por su menosprecio de la misma gente de la que derivaban su importancia». Muchas de sus normas eran de factura humana y se relacionaban con cuestiones carentes de importancia. 11:47–48 Los intérpretes de la ley eran unos hipócritas asesinos. Pretendían admirar a los profetas de Dios. Llegaban al extremo de erigir monumentos sobre los sepulcros de los profetas del AT. Esto ciertamente parecía prueba de su profundo respeto. Pero Jesús sabía que no era así. Si bien se disociaban en lo externo de sus antepasados judíos que mataron a los profetas, estaban en realidad siguiendo sus pasos. Precisamente mientras edificaban sepulcros para los profetas, estaban tramando la muerte del mayor Profeta de Dios, el Señor mismo. Y seguirían dando muerte a los fieles profetas y apóstoles de Dios. 11:49 Al comparar el versículo 49 con Mateo 23:34, se verá que el mismo Jesús es la sabiduría de Dios. Aquí Él cita la sabiduría de Dios como diciendo: «Les enviaré profetas». En Mateo no da esto como una cita del AT ni de ninguna otra fuente, sino que lo presenta como Su propia declaración. (Véase también 1 Co. 1:30, donde Cristo es también designado como sabiduría.) El Señor Jesús prometió que enviaría… profetas y apóstoles a los hombres de Su generación, y que éstos a unos los matarían y a otros los perseguirían. 11:50–51 Él demandaría de aquella generación la sangre de todos los enviados de Dios, comenzando desde el primer caso registrado en el AT, la de Abel, hasta el último caso, la de Zacarías, que pereció entre el altar y el templo (2 Cr. 24:21). Segunda Crónicas era el último libro en el orden judaico de los libros del Antiguo Testamento. Por lo tanto, el Señor Jesús incluye todo el número de mártires al mencionar Abel y Zacarías. Mientras pronunciaba estas palabras, sabía bien que la generación que vivía entonces le daría muerte en la cruz, llevando así a una terrible culminación toda su anterior persecución de los hombres de Dios. Era a causa que le iban a dar muerte a Él que la sangre de todos los anteriores periodos sería demandada de ellos. 11:52 Finalmente, el Señor Jesús denunció a los intérpretes de la ley por haber quitado la llave del conocimiento, esto es, por retener la Palabra de Dios de la gente. Aunque externamente profesaban lealtad a las Escrituras, sin embargo rehusaban con terquedad recibir a Aquel de quien hablaban las Escrituras. E impedían a otros acudir a Cristo. Ellos mismos no le querían, y no querían que otros le recibiesen.
P.
Respuestas de los escribas y de los fariseos (11:53–54)
Los escribas y los fariseos evidentemente se airaron por las directas acusaciones del Señor. Comenzaron a acosarle en gran manera, esforzándose por atraparle en Sus palabras. Intentaron por todos los medios inducirle a decir alguna palabra por la cual pudiesen condenarle a muerte. Al hacer esto, sólo demostraban cuán exactamente había Él leído el carácter de ellos.
VIII. ENSEÑANZA Y JERUSALÉN (Caps. 12–16)
CURACIÓN
CAMINO
DE
A.
Advertencias y alientos (12:1–12)
12:1 Fue juntándose por miles y miles la multitud, mientras Jesús estaba condenando a los fariseos e intérpretes de la ley. Por lo general, una disputa o un debate atraerán a una multitud, pero indudablemente esta multitud fue también atraída por la intrépida denuncia que hacía Jesús de todos aquellos hipócritas guías religiosos. Aunque una actitud sin contemporizaciones frente al pecado no es siempre popular, sí que se recomienda al corazón del hombre como cosa recta. La verdad siempre conlleva su propia confirmación. Volviéndose a sus discípulos, Jesús les advirtió: Guardaos de la levadura de los fariseos. Les explicó que la levadura es un símbolo o imagen de hipocresía. Un hipócrita es uno que lleva una máscara, alguien cuya apariencia externa es radicalmente diferente de lo que es por dentro. Los fariseos se proponían como pautas de virtud, pero en realidad eran maestros del disfraz. 12:2–3 Llegaría el día en que se manifestaría su verdadera realidad. Todo lo que ellos habían encubierto habría de descubrirse, y todo lo que habían hecho en tinieblas sería llevado a la luz. Igual de inevitable que el desenmascaramiento de la hipocresía es el triunfo de la verdad. Hasta entonces, el mensaje proclamado por los discípulos había sido pronunciado en relativa oscuridad y a audiencias limitadas. Pero después del rechazamiento del Mesías por parte de Israel y de la venida del Espíritu Santo, los discípulos saldrían valerosamente en el nombre del Señor Jesús y proclamarían las buenas nuevas por todas partes. Luego, en comparación, sería proclamado en las azoteas. «Aquellos cuya voz no puede ahora encontrar quien preste atención excepto dentro de círculos limitados y oscuros, llegarán a ser los maestros del mundo.» 12:4–5 Empleando las alentadoras y cálidas palabras amigos míos, Jesús advierte a Sus discípulos que no se avergüencen de esta maravillosa amistad bajo ningunas pruebas. La proclamación universal del mensaje cristiano atraería persecución y muerte sobre los leales discípulos. Pero había un límite a lo que los hombres como los fariseos podrían hacerles. La muerte física era el límite. Esto no deberían temerlo. Dios visitaría a sus perseguidores con un castigo mucho peor, la muerte eterna en el infierno. Por eso, los discípulos debían temer a Dios y no a los hombres. 12:6–7 Para enfatizar la atención protectora de Dios sobre los discípulos, el Señor les menciona el cuidado que el Padre tiene por los pajarillos. En Mateo 10:29 leemos que se venden dos pajarillos por una moneda de cobre. Aquí vemos que cinco pajarillos valen dos cuartos o monedas de cobre. En otras palabras, cuando se compran cuatro pajarillos se añade uno de más gratuitamente. Sin embargo, ni siquiera este pajarillo de más sin valor comercial alguno es olvidado por Dios. Si Dios se cuida de este pajarillo de más, ¡cuánto más se cuidará de aquellos que salen con el evangelio de Su Hijo! Él tiene numerados aun los cabellos de su cabeza. 12:8 El Salvador dice a los discípulos que todo aquel que me confiese delante de los hombres ahora será confesado por Él delante de los ángeles de Dios. Aquí se está refiriendo a todos los verdaderos creyentes. Confesarle es recibirle como único Señor y Salvador. 12:9 Todo aquel que le niegue delante de los hombres será negado delante de los ángeles de Dios. La referencia primaria aquí parece ser los fariseos, pero naturalmente el
versículo incluye a todos los que rehúsan a Cristo y se avergüenzan de reconocerle. En aquel día, Él dirá: «Nunca os conocí». 12:10 A continuación el Señor explica a los discípulos que hay una diferencia entre críticas contra Él y la blasfemia contra el Espíritu Santo. Aquel que hable contra el Hijo del Hombre podrá ser perdonado si se arrepiente y cree. Pero la blasfemia contra el Espíritu Santo es el pecado imperdonable. Éste es el pecado del que eran culpables aquellos fariseos (véase Mt. 12:22–32). ¿Cuál es este pecado? Es el pecado de atribuir los milagros del Señor Jesús al diablo. Es blasfemia contra el Espíritu Santo porque Jesús llevó a cabo todos Sus milagros en el poder del Espíritu Santo. Por eso, era venir a decir que el Espíritu Santo de Dios es el diablo. No hay perdón para este pecado ni en esta era, ni en la era venidera. Este pecado no puede ser cometido por un verdadero creyente, aunque algunos se sienten atormentados por el temor de haberlo cometido por haber recaído. La recaída no es el pecado imperdonable. Un recaído puede ser restaurado a la comunión con el Señor. El mismo hecho de que una persona esté inquieta es evidencia de que no ha cometido el pecado imperdonable. Tampoco el rechazamiento de Cristo por parte de un incrédulo es el pecado imperdonable. Una persona puede rechazar una y otra vez al Salvador, y sin embargo al final volverse al Señor y ser convertido. Naturalmente, si muere incrédulo, no puede ser convertido jamás. Su pecado, entonces, se vuelve imperdonable. Pero el pecado que nuestro Señor describió como imperdonable es el pecado que los fariseos cometieron diciendo que Él hacía Sus milagros por el poder de Beelzebú, príncipe de los demonios. 12:11–12 Era inevitable que los discípulos fuesen llevados ante las autoridades gubernativas para ser juzgados. El Señor Jesús les dijo que era innecesario que se preparasen por adelantado qué habrían de responder en defensa propia. El Espíritu Santo pondría las palabras adecuadas en sus bocas siempre que fuese necesario. Esto no significa que los siervos del Señor no deban pasar tiempo en oración y estudio antes de predicar el evangelio o enseñar la Palabra de Dios. ¡No debería emplearse como excusa para la pereza! Sin embargo, sí es una promesa concreta del Señor de que aquellos que son llevados a juicio por su testimonio de Cristo recibirán una especial ayuda del Espíritu Santo. Y es una promesa general dada a todo el pueblo de Dios de que si andan en el Espíritu, recibirán las palabras adecuadas que decir en los momentos críticos de la vida.
B.
Advertencia en contra de la codicia (12:13–21)
12:13 Al llegar a este punto, un hombre salió de la multitud y le pidió al Señor que solucionase una disputa entre su hermano y él mismo acerca de una herencia. Se ha dicho con frecuencia que donde hay un testamento aparecen muchos parientes. Y éste parece ser un ejemplo de esto. No se nos dice si a este hombre se le estaba privando de una parte legítima de la herencia, o si codiciaba más de lo que le pertenecía. 12:14 El Salvador le recordó rápidamente que no había venido al mundo a tratar de cuestiones tan triviales. El propósito de Su venida tenía que ver con la salvación de hombres y mujeres pecadores. No le iban a desviar de esta grandiosa y gloriosa misión para dividir una lastimera herencia. (Además, Él no tenía autoridad legal para juzgar de cuestiones acerca de herencias. Sus decisiones no habrían sido oficialmente vinculantes.)
12:15 Pero el Señor sí aprovechó este incidente para advertir a Sus oyentes en contra de uno de los más insidiosos males en el corazón humano: la codicia. El insaciable deseo de posesiones materiales es uno de los más intensos impulsos de toda la vida. Y sin embargo deja a un lado, totalmente, el propósito de la existencia humana. La vida del hombre no consiste en la abundancia que tenga a causa de sus posesiones. Como observa J. R. Miller: Ésta es una de las banderas rojas de peligro que el Señor izó y que la mayoría de la gente en la actualidad no parece considerar en mucho. Cristo dijo mucho acerca del peligro de las riquezas; pero no hay demasiadas personas que le tengan miedo a las riquezas. La codicia no es considerada en la práctica como un pecado en nuestros tiempos. Si alguien quebranta el sexto o el octavo mandamiento, es marcado como un criminal y queda cubierto de oprobio. Pero puede quebrantar el décimo, y está sólo haciendo empresa. La Biblia dice que el amor del dinero es raíz de todo mal; pero cada persona que cita este dicho pone un enorme énfasis sobre la palabra «amor», explicando que no es el dinero, sino el amor al mismo, la tan prolífica raíz. Si miramos a nuestro alrededor, uno pensaría que la vida del hombre sí consiste en la abundancia de las cosas que posee. Los hombres creen que se engrandecen en proporción a la riqueza que atesoran. Y así lo parece, porque el mundo mide a la gente por su cuenta bancaria. Pero nunca ha habido un error más fatal. Un hombre se mide realmente por lo que es, no por lo que posee. 12:16–18 La parábola del rico insensato ilustra el hecho de que las posesiones no son lo principal en la vida. Este hombre, que había tenido una cosecha excepcional, se vio con lo que le parecía un problema angustioso. No sabía qué hacer con todo el trigo. Todos sus graneros y depósitos estaban atestados. Entonces tuvo una genial idea. Había resuelto el problema. Decidió derribar sus graneros, y edificar otros más grandes. Podría haberse ahorrado este gasto e inquietud debidos a este inmenso proyecto de construcción si sólo hubiese mirado el mundo necesitado que le rodeaba, y hubiese empleado estas posesiones para dar satisfacción al hambre, tanto la espiritual como la física. «Los senos de los pobres, las casas de las viudas y las bocas de los niños son los graneros que duran para siempre», dijo Ambrosio. 12:19 Planeaba retirarse tan pronto como hubiese edificado sus nuevos graneros. Observemos su espíritu de independencia: mis graneros, mis frutos, mis bienes, mi alma. Tenía todo el futuro planeado. Iba a descansar, comer, beber y divertirse. 12:20–21 «Pero cuando comenzó a pensar del tiempo como si fuese su propia posesión, chocó con Dios, y ello para su eterna ruina.» Dios le dijo que esa misma noche moriría. Perdería todas sus propiedades materiales. Vendrían a ser de alguna otra persona. Alguien ha definido al necio como aquel cuyos planes terminan en el sepulcro. Este hombre era desde luego un necio. Lo que has provisto, ¿para quién será?, le preguntó Dios. Bien podríamos nosotros hacernos también esta pregunta. «Si Cristo viniese hoy, ¿de quién vendrían a ser todas mis posesiones?» ¡Cuánto mejor emplearlas para Dios hoy que dejar que caigan mañana en manos del diablo! Puedes atesorar para el cielo ahora con tus posesiones, y de esta manera ser rico para con Dios. O puedes malgastarlas en tu carne, y de la carne segar corrupción.
C.
Ansiedad frente a fe (12:22–34)
12:22–23 Uno de los grandes peligros en la vida cristiana es que la adquisición de alimentos y vestido se convierta en el primero y principal objetivo de nuestra existencia. Nos quedamos tan absortos con ganar dinero para estas cosas que la obra del Señor queda relegada a un lugar secundario. El énfasis del NT es que la causa de Cristo debería tener el primer puesto en nuestras vidas. La comida y el vestido deberían ser cosas subordinadas. Deberíamos trabajar duro para la provisión de nuestras actuales necesidades, y confiar en Dios para el futuro en tanto que nos dedicamos a Su servicio. Ésta es la vida de la fe. Cuando el Señor Jesús dijo: No os afanéis por la comida ni por el vestido, no quería decir que teníamos que sentarnos a holgazanear y esperar que estas cosas nos fuesen dadas. ¡El cristianismo no alienta a la pereza! Pero sí que quería decir que en el proceso de ganar dinero para las necesidades de la vida no habíamos de permitir que estas cosas adquiriesen una importancia indebida. Después de todo, hay cosas más importantes en la vida que lo que comemos y lo que vestimos. Estamos aquí como embajadores del Rey, y todas las consideraciones de comodidad personal y de apariencia han de quedar subordinadas a la gloriosa tarea de darle a conocer. 12:24 Jesús empleó los cuervos como ejemplo de cómo Dios se cuida de Sus criaturas. Los cuervos no pasan su vida en una ansiosa búsqueda de alimento ni para proveer para necesidades futuras. Viven en una dependencia constante de Dios. El hecho de que ni siembran, ni siegan no debería ser extendido para demostrar que los hombres deberían dejarse de ocupaciones seculares. Todo lo que significa es que Dios conoce las necesidades de aquellos que Él ha creado, y que las suplirá si andamos en dependencia de Él. Si Dios… alimenta a los cuervos, tanto más alimentará a aquellos a los que Él ha creado, a los que ha salvado por Su gracia y a los que ha llamado para que sean Sus siervos. Los cuervos no tienen graneros ni despensas, pero Dios provee para ellos sobre una base diaria. Entonces, ¿por qué hemos de malgastar nuestras vidas edificando mayores graneros y despensas? 12:25–26 ¿Y quién de vosotros podrá con afanarse —pregunta Jesús— añadir a su estatura un codo? Esto indica la insensatez de preocuparse por cosas (como el futuro) sobre las que no tenemos control. Nadie podrá con afanarse añadir a su peso, ni a la longitud de su vida. (La expresión «su estatura» puede también traducirse «la longitud de su vida».) Si esto es así, ¿para qué preocuparse por el futuro? Más bien, empleemos todas nuestras fuerzas y tiempo sirviendo a Cristo, y dejémosle el futuro a Él. 12:27–28 Los lirios son introducidos a continuación para mostrar la insensatez de invertir los mejores talentos de uno en la obtención de vestidos. Los lirios son probablemente la anémona coronaria escarlata. No trabajan ni hilan; pero tienen una belleza natural que rivaliza con Salomón con toda su gloria. Si así reviste Dios de belleza a unas flores que hoy florecen y mañana son quemadas, ¿se despreocupará Él acerca de las necesidades de Sus hijos? Demostramos ser de poca fe cuando nos preocupamos, agitamos y nos lanzamos a una lucha incesante por obtener más y más posesiones materiales. Malgastamos nuestras vidas haciendo lo que Dios habría hecho por nosotros, si tan sólo hubiésemos dedicado más a Él nuestro tiempo y talentos. 12:29–31 En realidad, nuestras necesidades diarias son pequeñas. Es maravilloso cuán sencillamente podemos vivir. ¿Para qué entonces vamos a darle a la comida y al vestido un puesto tan importante en nuestras vidas? ¿Y por qué estar en ansiosa inquietud, preocupándonos del futuro? Así es como viven los inconversos. Las gentes del mundo que
no conocen a Dios como su Padre se concentran en el alimento, el vestido y los placeres. Estas cosas constituyen el mismo centro y circunferencia de su existencia. Pero Dios nunca tuvo la intención de que Sus hijos pasasen el tiempo en una loca precipitación en pos de los placeres cotidianos. Él tiene una obra que llevar a cabo en la tierra, y ha prometido cuidar de aquellos que se den de corazón a Él. Si buscamos Su reino, Él nunca nos dejará hambrientos ni desnudos. ¡Cuán triste sería llegar al final de la vida para darnos cuenta de que la mayor parte de nuestro tiempo lo pasamos esclavizados en aquello que estaba ya incluido en el billete de ida al cielo! 12:32 Los discípulos eran una manada pequeña de ovejas indefensas, enviada en medio de un mundo inamistoso. Era cierto que no tenían medios visibles de apoyo o defensa. Pero este patético grupo de jóvenes estaba destinado a heredar el reino con Cristo. Un día reinarían con Él sobre toda la tierra. A la vista de esto, el Señor les alentó a no temer, porque si el Padre tenía unos honores tan gloriosos en reserva para ellos, entonces ellos no deberían preocuparse por el camino que habían de recorrer. 12:33–34 En lugar de acumular posesiones materiales y planear para el tiempo, podrían poner estas posesiones a la obra para el Señor. De esta manera estarían invirtiendo para el cielo y la eternidad. Los estragos del tiempo no harían mella sobre sus posesiones. Los tesoros celestiales están totalmente asegurados contra robo y despojo. El problema con las riquezas materiales es que generalmente no puedes poseerlas sin confiar en ellas. Por eso dijo el Señor Jesús: Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Si enviamos nuestro dinero por delante, entonces nuestros afectos quedarán desligados de las cosas perecederas de esta tierra.
D.
La Parábola del Siervo Vigilante (12:35–40)
12:35 No sólo debían los discípulos confiar en el Señor para sus necesidades, sino que debían vivir en constante expectación de Su regreso. Debían tener ceñidos sus lomos, y sus lámparas encendidas. En las tierras orientales, cuando alguien quería andar rápido o correr, se ceñía un cinto alrededor de los lomos para sujetar los largos y sueltos ropajes. Los lomos ceñidos nos hablan de una misión que cumplir y la lámpara encendida nos habla de un testimonio que debe ser mantenido. 12:36 Los discípulos habían de vivir en una expectativa constante del regreso del Señor, como si Él fuese un hombre volviendo de las bodas. Kelly comenta: Habían de quedar libres de todas las ataduras terrenales, de modo que el momento en que el Señor llame, según esta figura, le puedan abrir inmediatamente, sin distracciones y sin tener que prepararse entonces. Sus corazones están esperándole a Él, a su Señor; le aman, le están aguardando. Él llama y ellos le abren de inmediato. Los detalles de la historia tocantes al hombre que vuelve de las bodas no deberían ser apremiados por lo que toca al futuro profético. No deberíamos identificar aquí las bodas con la Cena de las Bodas del Cordero ni el regreso del hombre con el Arrebatamiento. Esta historia del Señor tenía el propósito de enseñar una sencilla verdad: la vigilancia acerca de Su regreso. No tenía la intención de exponer el orden de los acontecimientos en Su venida.
12:37 Cuando el hombre regresa de las bodas, sus siervos están cuidadosamente velando por él, listos a actuar a sus órdenes. Él queda tan complacido por su actitud vigilante que por así decirlo vuelve las tablas. Él se ciñe con el delantal del siervo, hace que ellos se sienten a la mesa, y les sirve una comida. Ésta es una sugerencia muy conmovedora de que Aquel que vino una vez a este mundo en forma de un siervo condescenderá en Su gracia a servir a Su pueblo otra vez en su hogar celestial. El devoto erudito bíblico alemán Bengel consideraba el versículo 37 como la más grande promesa en toda la Palabra de Dios. 12:38 La segunda vigilia de la noche era desde las nueve hasta la medianoche. La tercera era desde la medianoche hasta las tres de la madrugada. No importaba qué vigilia fuese cuando el Señor volvió, sus siervos estaban esperándole. 12:39, 40 El Señor cambia la imagen aludiendo a un padre de familia cuya casa fue horadada en un momento en que estaba desprevenido. Si supiese el padre de familia a qué hora iba a venir el ladrón, no habría permitido que horadasen su casa. La lección es que el momento de la venida de Cristo es incierto; nadie conoce ni el día ni la hora en que Él aparecerá. Cuando el Señor llegue, los creyentes que han amontonado tesoros en la tierra los perderán todos, porque, como alguien ha dicho: «Un cristiano o bien deja sus riquezas, o bien va a ellas». Si realmente estamos esperando el regreso de Cristo, venderemos todo lo que tenemos y atesoraremos las riquezas en el cielo, donde ningún ladrón puede llegar a ellas.
E.
Siervos fieles e infieles (12:41–48)
12:41–42 Al llegar a este punto, Pedro preguntó si la parábola de Cristo sobre la vigilancia se dirigía solamente a los discípulos, o también a todos. La respuesta del Señor fue que es para todos aquellos que profesan ser mayordomos de Dios. El mayordomo fiel y prudente es aquel que está puesto sobre la casa del Señor y que da ración a Su pueblo. La principal responsabilidad del mayordomo aquí tiene que ver con personas, no con cosas materiales. Esto concuerda con todo el contexto, en el que se advierte a los discípulos contra el materialismo y la codicia. Lo importante son las personas, no las cosas. 12:43–44 Cuando el Señor venga y encuentre a Su siervo actuando con un genuino interés en el bienestar espiritual de hombres y mujeres, Él lo recompensará con liberalidad. La recompensa probablemente tiene que ver con el gobierno con Cristo durante el Milenio (1 P. 5:1–4). 12:45 El siervo profesa estar trabajando para Cristo, pero en realidad es un incrédulo. En lugar de alimentar al pueblo de Dios, abusa de ellos, los roba y vive de manera regalada. (Esto puede que sea una referencia a los fariseos.) 12:46 La venida del Señor expondrá su falsedad, y será castigado con todos los otros infieles. La expresión le cortará puede también ser traducida «le azotará severamente» (AV margen). 12:47–48 Los versículos 47 y 48 establecen un principio fundamental con respecto a todo el servicio. Este principio es que cuanto mayor sea el privilegio, tanto mayor es la responsabilidad. Para los creyentes, esto significa que habrá grados de recompensa en el cielo. Para los incrédulos, significa que habrá grados de castigo en el infierno. Los que han llegado a conocer la voluntad de Dios tal como se revela en las Escrituras están bajo una gran responsabilidad de obedecerlas. Se les ha dado mucho; mucho se les exigirá. Los
que no han tenido un privilegio tan grande serán también castigados por sus malas acciones, pero su castigo será menos severo.
F.
El efecto de la Primera Venida de Cristo (12:49–53)
12:49 El Señor Jesús sabía que Su venida a la tierra no traería paz al comienzo. Primero habría de causar división, lucha, persecución, derramamiento de sangre. Él no había venido con el propósito expreso de echar esta clase de fuego en la tierra, pero éste fue el resultado o efecto de Su venida. Aunque se desataron aflicciones y disensiones durante Su ministerio terrenal, no fue hasta la cruz que el corazón del hombre quedó plenamente manifestado. El Señor sabía que todo esto había de suceder, y estaba dispuesto a que el fuego de la persecución se desatase tan pronto como fuese necesario en contra de Él mismo. 12:50 Él tenía un bautismo de que ser bautizado. Esto se refiere a Su bautismo hasta el punto de la muerte en el Calvario. Él estaba abrumadoramente constreñido a ir a la cruz para cumplir la redención por la humanidad perdida. La vergüenza, el sufrimiento y la muerte eran la voluntad del Padre para Él, y Él estaba anhelando obedecer. 12:51–53 Él sabía muy bien que Su venida no traería paz sobre la tierra en aquel tiempo. Por eso advirtió a los discípulos que cuando los hombres acudiesen a Él, sus familias los perseguirían y los echarían fuera. La introducción del cristianismo en un hogar promedio de cinco personas dividiría a la familia. ¡Es una curiosa característica de la pervertida naturaleza humana que los parientes inconversos preferirían tener a su hijo como borracho y disoluto antes que verle tomar una postura pública como discípulo de Jesucristo! Este párrafo refuta la teoría de que Jesús vino a unir a toda la humanidad (piadosa e impía) en una sola «hermandad universal de los hombres». Al contrario, ¡la dividió como jamás lo había estado antes!
G.
Las señales de los tiempos (12:54–59)
12:54–55 Los versículos anteriores fueron dirigidos a los discípulos. Ahora el Salvador se dirige a la multitud. Les recuerda la destreza que ellos tienen para predecir el tiempo. Ellos sabían que cuando veían una nube que sale del poniente (sobre el Mediterráneo), que se avecinaba una lluvia. En cambio, un viento del sur traería un calor abrasador y sequía. La gente tenía inteligencia para conocer esto. Pero había más que inteligencia. Había la disposición de conocer. 12:56 En cuestiones espirituales, las cosas eran distintas. Aunque tenían una normal inteligencia humana, no se daban cuenta del importante tiempo que había llegado en la historia humana. El Hijo de Dios había llegado a esta tierra, y estaba en medio mismo de ellos. El cielo nunca había estado antes tan cercano. Pero ellos no conocieron el tiempo de su visitación. Tenían la capacidad intelectual de conocer, pero no tenían disposición para conocer, y por ello habían caído en el autoengaño. 12:57–59 Si se dieran cuenta de la significación del día en que vivían, se darían prisa en hacer la paz con su adversario. Aquí se emplean cuatro términos legales —adversario, magistrado, juez, alguacil— y todo ello puede referirse a Dios. En aquel tiempo Dios estaba entrando y saliendo en medio de ellos, rogándoles, dándoles una oportunidad para ser salvos. Ellos debían arrepentirse y poner su fe en Él. Si rehusaban, tendrían que quedar
delante de Dios como Juez de ellos. Y en tal caso con toda seguridad la sentencia les sería contraria. Serían hallados culpables y condenados por su incredulidad. Serían metidos en la cárcel, es decir, en el castigo eterno. No saldrían de allí hasta que hubiesen pagado el último céntimo lo que significa que nunca podrían salir, porque nunca podrían pagar una deuda tan enorme. De modo que Jesús estaba diciendo que debían discernir el tiempo en el que vivían. Debían hacer la paz con Dios arrepintiéndose de sus pecados y dándose a Él en plena rendición.
H.
La importancia del arrepentimiento (13:1–5)
13:1–3 El capítulo 12 concluía con el fracaso de la nación judía, que no discernía el tiempo en que vivían, y con la advertencia del Señor a arrepentirse con presteza o a perecer eternamente. El capítulo 13 prosigue este tema general, y se dirige mayormente a Israel como nación, aunque los principios sean de aplicación a las personas individuales. Dos calamidades nacionales constituyen la base de la conversación resultante. La primera era la matanza de algunos galileos que habían acudido a Jerusalén para adorar. Pilato, el gobernador de Judea, había ordenado que fuesen muertos mientras ofrecían sacrificios. No se sabe nada más acerca de esta atrocidad. Suponemos que las víctimas eran judíos procedentes de Galilea. Los judíos de Jerusalén pueden haber estado bajo el engaño de que esos galileos habrían cometido terribles pecados, y que la muerte de los mismos era evidencia del desagrado de Dios. Sin embargo, el Señor Jesús corrigió esta impresión advirtiendo al pueblo judío que si no se arrepentían, todos perecerían igualmente. 13:4–5 La otra tragedia tenía que ver con el derrumbamiento de una torre en Siloé, que causó la muerte de dieciocho personas. No se sabe nada más acerca de este accidente, excepto lo que se registra aquí. Afortunadamente, no es necesario conocer detalles adicionales. El extremo que aquí el Señor enfatiza es que esta catástrofe no debería ser interpretada como un juicio especial por una maldad grave. Más bien, había de ser contemplada como una advertencia a toda la nación de Israel de que si no se arrepentían, todos sufrirían una suerte semejante. Esta sentencia se cumplió en el 70 d.C., cuando Tito invadió Jerusalén.
I.
Parábola de la Higuera Estéril (13:6–9)
En estrecha conexión con lo precedente, el Señor Jesús refirió la parábola de la higuera. No es difícil identificar la higuera como Israel, plantada en la viña de Dios, es decir, en el mundo. Dios buscó fruto en el árbol, pero no lo halló. De modo que le dijo al viñador (al Señor Jesús) que había estado buscando fruto en vano en aquella higuera hacía tres años que la cortase. La interpretación más sencilla de esto la refiere a los primeros tres años del ministerio público de nuestro Señor. El pensamiento del pasaje es que la higuera había tenido suficiente tiempo para producir fruto, si es que iba jamás a producirlo. Si no aparecía ningún fruto en tres años, entonces era razonable llegar a la conclusión de que no iba a aparecer ninguno. Debido a su ausencia de fruto, Dios ordenó que fuese cortada. Sólo estaba inutilizando tierra que podría ser empleada de manera más productiva. El viñador intercedió por la higuera, pidiendo que le fuese dado otro año. Si al final de aquel año seguía sin dar fruto, entonces la cortaría. Y esto es lo que sucedió. Fue
después de comenzar el cuarto año que Israel rechazó y crucificó al Señor Jesús. El resultado fue que su capital fue destruida y el pueblo esparcido. G. H. Lang lo expresaba de esta manera: El Hijo de Dios conocía la mente de Su Padre, el Dueño de la viña, y que se había dado aquella temida orden, «Córtala»; Israel había vuelto a rebasar la paciencia divina. Ni nación alguna ni ninguna persona tiene razón alguna para gozar del cuidado de Dios, si no da los frutos de justicia para gloria y alabanza de Dios. El hombre existe para el honor y placer del Creador: cuando no sirve a este justo fin, ¿por qué no habría de recaer sentencia de muerte sobre este pecaminoso fracaso, y ser eliminado de su puesto de privilegio?
J.
La curación de la mujer encorvada (13:10–17)
13:10–13 La verdadera actitud de Israel para con el Señor Jesús se ve en el principal de la sinagoga. Este funcionario objetó que el Salvador había sanado a la mujer en sábado. La mujer sufría de una severa deformación de la columna desde hacía dieciocho años. Su deformidad era grande; no se podía enderezar. Sin que nadie se lo pidiese, el Señor Jesús había pronunciado la palabra sanadora, había puesto las manos sobre ella, y le había enderezado la espalda. 13:14 El principal de la sinagoga, indignado, dijo a la gente que acudiesen para ser sanados durante los seis días … en que se debe trabajar, pero no en el séptimo. Era un religionista profesional, sin ningún profundo interés en los problemas de las personas. Aunque ellos hubiesen venido los seis primeros días de la semana, él no habría podido hacer nada para ayudarles. Era muy minucioso acerca de los puntos técnicos de la ley, pero su corazón estaba vacío de amor o misericordia. Si él hubiese padecido de encorvamiento de la espalda durante dieciocho años, ¡no le habría preocupado en qué día le enderezaban! 13:15–16 El Señor reprendió su hipocresía y la de los otros líderes. Les recordó que ellos no dudaban en desatar en sábado su buey o su asno del pesebre para llevarlos a beber. Si ellos mostraban tal consideración a los animales mudos en el sábado, ¿estaba acaso mal que Jesús efectuase un acto de curación sobre esta mujer que era hija de Abraham? La expresión «hija de Abraham» indicaba que no sólo era judía, sino también una verdadera creyente, una mujer de fe. El encorvamiento de la espalda había sido causado por Satanás. Sabemos por otras partes de la Biblia que algunas enfermedades son resultado de actividad satánica. Las úlceras de Job le fueron infligidas por Satanás. El aguijón de Pablo en la carne era un mensajero de Satanás para abofetearle. Pero el diablo no puede hacer esto a un creyente sin permiso del Señor. Y Dios predomina sobre cualquier enfermedad o sufrimiento así para Su propia gloria. 13:17 Los críticos de nuestro Señor se avergonzaban ante Sus palabras. El común del pueblo, por su parte, se regocijaba porque había hecho cosas gloriosas, y ellos lo sabían.
K.
Las Parábolas del Reino (13:18–21)
13:18–19 Después de ver este maravilloso milagro de sanidad, la gente podría haberse sentido tentada a pensar que el reino iba a ser establecido de inmediato. El Señor Jesús corrigió este pensamiento con dos parábolas del reino de Dios que lo describen tal como iba a existir entre el tiempo del rechazamiento del Rey y Su regreso a la tierra a reinar.
Presentan el crecimiento de la cristiandad e incluyen la mera profesión lo mismo que la realidad (ver notas sobre 8:1–3). En primer lugar, asemeja el reino de Dios a un grano de mostaza, una de las semillas más diminutas. Al echarlo en tierra produce un arbusto, pero no un árbol. Por esto, cuando Jesús dijo que esta semilla produjo un árbol grande, indicaba que el crecimiento era muy anormal. Era lo suficientemente grande para que las aves del cielo anidasen en sus ramas. El pensamiento aquí es que el cristianismo tuvo un comienzo humilde, pequeño como un grano de mostaza. Pero al crecer fue popularizándose, y se desarrolló la Cristiandad tal como la conocemos en la actualidad. La Cristiandad se compone de todos los que profesan adhesión al Señor, tanto si han nacido de nuevo como si no. Las aves del cielo son buitres o aves de presa. Son símbolos del mal, y simbolizan el hecho de que la Cristiandad ha venido a ser nido de varias formas de corrupción. 13:20–21 La segunda parábola asemejaba el reino de Dios a la levadura que una mujer puso en tres medidas de harina. Creemos que en la Escritura la levadura es siempre un símbolo del mal. Aquí, el pensamiento es que la mala doctrina ha sido introducida en el alimento puro del pueblo de Dios. Esta mala doctrina no es algo estático; tiene una insidiosa capacidad para extenderse.
L.
La puerta estrecha del Reino (13:22–30)
13:22–23 Iba siguiendo Jesús su camino hacia Jerusalén, cuando alguien de entre la multitud le preguntó si eran pocos los que se salvan. Puede que fuese una pregunta ociosa, suscitada por la mera curiosidad. 13:24 El Señor respondió a una pregunta especulativa con un mandamiento directo. Le dijo al indagador que se asegurase que él mismo entraba por la puerta angosta. Cuando Jesús dijo: Esforzaos a entrar por la puerta angosta, no se refería a que la salvación demande esfuerzo de nuestra parte. La puerta angosta es el nuevo nacimiento —la salvación por la gracia por medio de la fe—. Jesús estaba advirtiendo al hombre que se asegurase de que entraba por esta puerta. Muchos procurarán entrar, y no podrán, cuando la puerta se cierre. Esto no significa que ellos vayan a tratar de entrar por la puerta de la conversión, sino que en el día del poder y gloria de Cristo querrán ser admitidos a Su reino, pero será demasiado tarde. El día de la gracia en el que vivimos habrá llegado a su fin. 13:25–27 El padre de familia se levantará y cerrará la puerta. La nación judía es presentada como llamando a la puerta y pidiendo al Señor que abra. Él rehusará, sobre la base de que nunca los conoció. Ellos protestarán ante esto, pretendiendo que habían vivido con Él en términos de intimidad. Pero Él no se moverá por estas pretensiones. Ellos son hacedores de maldad, y no les permitirá entrar. 13:28–30 Su rechazo causará llanto y el crujir de dientes. El llanto indica remordimiento, y el crujir de dientes habla de un violento odio contra Dios. Esto muestra que los sufrimientos del infierno no cambian el corazón del hombre. Los israelitas incrédulos verán a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios. Ellos mismos esperaban estar allí simplemente porque estaban relacionados con Abraham, Isaac y Jacob, pero serán echados fuera. Los gentiles viajarán al resplandor del reino de Cristo desde todos los rincones de la tierra, y gozarán de sus maravillosas bendiciones. De esta manera, muchos judíos que estaban primeros en el plan de Dios para la bendición serán
rechazados, mientras que los gentiles, que eran considerados como perros, gozarán de las bendiciones del Reinado Milenial de Cristo.
M.
Los profetas perecen en Jerusalén (13:31–35)
13:31 En este tiempo, el Señor Jesús estaba evidentemente en el territorio de Herodes. Se acercaron unos fariseos y le advirtieron que saliese de allí, porque Herodes le quería matar. Los fariseos estaban totalmente fuera de su carácter al pretender interesarse en la integridad física de Jesús. Quizá se habían unido en un complot con Herodes para atemorizarlo e inducirlo a ir a Jerusalén, donde con toda certeza sería apresado. 13:32 Nuestro Señor no se inmutó ante la amenaza de violencia física. La reconoció como una trama por parte de Herodes y les dijo a los fariseos que fuesen y le llevasen un mensaje a ese zorro. Algunas personas sienten dificultades por el hecho de que Jesús se refiriese a Herodes como una zorra (la forma es femenina en el original). Sienten que era en violación de la Escritura que prohíbe hablar mal de un príncipe del pueblo (Éx. 22:8). Sin embargo, esto no era un mal, sino la absoluta verdad. El sentido del mensaje enviado por Jesús era que Él tenía aún obra que hacer por un breve tiempo. Él iba a echar fuera demonios y a hacer curaciones durante los breves días que le quedaban. Luego, al tercer día, es decir, en el último día, habría terminado la obra relacionada con Su ministerio terrenal. Nada le estorbaría en el cumplimiento de Sus deberes. Ningún poder sobre la tierra podría dañarle hasta el tiempo señalado. 13:33 Además, no podría ser muerto en Galilea. Esta prerrogativa quedaba reservada para la ciudad de Jerusalén. Era esa ciudad la que característicamente había asesinado a los siervos del Dios Altísimo. Jerusalén tenía más o menos el monopolio de la muerte de los portavoces de Dios. Esto es lo que significaba el Señor Jesús al decir que no es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén. 13:34–35 Habiendo dicho así la verdad acerca de esta malvada ciudad, Jesús se conmovió y lloró sobre ella. Esta ciudad que mata a los profetas, y apedrea a los que le son enviados de parte de Dios era el objeto de Su tierno amor. Cuántas veces quiso Él juntar a sus ciudadanos como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisieron. La dificultad residía en su terca voluntad. Así, su ciudad, su templo y su tierra serían dejados desiertos. Pasarían a través de un largo periodo de exilio. De hecho, de ningún modo verían al Señor hasta que cambiasen de actitud respecto a Él. El versículo 35b se refiere a la Segunda Venida de Cristo. Un remanente de la nación de Israel se arrepentirá en aquel tiempo y dirá: Bendito el que viene en nombre del Señor. Su pueblo se le ofrecerá entonces bien dispuesto en el día de Su poder.
N.
Curación de un hombre hidrópico (14:1–6)
14:1–3 Aconteció un sábado que uno de los principales de los fariseos invitó al Señor a su casa para una comida. No se trataba de un sincero gesto de hospitalidad, sino más bien de un intento por parte de los guías religiosos de encontrar falta en el Hijo de Dios. Jesús vio a un hombre hidrópico, esto es, sufriendo una enfermedad causada por una acumulación de agua en los tejidos. El Salvador leyó las mentes de Sus críticos y les preguntó con agudeza si era lícito sanar en sábado.
14:4–6 Por mucho que hubiesen querido decir que no, no podían apoyar su respuesta, y por ello callaron. Por tanto, Jesús sanó al hombre y le despidió. Para Él se trataba de una obra de misericordia, y el amor divino nunca cesa en sus actividades, ni en día de sábado (Jn. 5:17). Volviéndose luego hacia los judíos, les recordó que si uno de sus animales caía en algún pozo, que ciertamente lo sacarían inmediatamente, aunque sea en sábado. Era en el propio interés de ellos hacerlo así. El animal valía dinero. En el caso de un prójimo que sufría, no se preocupaban, y habrían condenado al Señor Jesús por ayudarlo. Aunque no le podían replicar a este razonamiento del Salvador, podemos estar seguros de que se sintieron tanto más llenos de cólera contra Él.
O.
Parábola del Invitado Ambicioso (14:7–11)
Al entrar el Señor en la casa del fariseo, quizá había visto a los invitados maniobrando en pos de los primeros asientos alrededor de la mesa. Buscaban posiciones de eminencia y honor. El hecho de que Él también era un invitado no le impidió hablar con franqueza y rectitud. Les advirtió en contra de esta forma de autoexaltación. Cuando fuesen convidados a una comida, debían tomar el último lugar y no el primero. Cuando buscamos un puesto elevado para nosotros mismos, siempre hay la posible vergüenza de ser depuesto. Si somos verdaderamente humildes delante de Dios, hay sólo una dirección en la que podemos movernos, y es hacia arriba. Jesús nos enseña que es mejor ser promovidos a un puesto de honra que aferrarnos a este puesto y tener que dejarlo después. Él mismo es el ejemplo viviente de renuncia propia (Fil. 2:5–8). Él se humilló a Sí mismo, y Dios lo exaltó hasta lo sumo. Cualquiera que se enaltece, será humillado por Dios.
P.
La lista de Invitados que Dios honra (14:12–14)
Este principal de los fariseos había invitado indudablemente a las celebridades locales para esta comida. Jesús se dio cuenta de esto en el acto. Observó que las personas no privilegiadas de la comunidad no estaban incluidas. Por ello, aprovechó la ocasión para enunciar uno de los grandes principios del cristianismo: que deberíamos amar a aquellos que no son atractivos, y que no pueden compensarnos. La manera en que la gente suele actuar es invitar a sus amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos, siempre con la esperanza de ser vueltos a convidar. No se precisa de una nueva vida para actuar de esta manera. Pero es positivamente sobrenatural mostrar bondad a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. Dios reserva una especial recompensa para los que muestran caridad a estas clases. Aunque estos invitados no te pueden recompensar, sin embargo el mismo Dios promete recompensar en la resurrección de los justos. Esto se conoce en las Escrituras como la primera resurrección, resurrección que incluye a todos los verdaderos creyentes. Tiene lugar en el Arrebatamiento y también, creemos, al final del Periodo de la Tribulación. Es decir, la primera resurrección no es un acontecimiento singular, sino que tiene lugar en etapas.
Q.
La Parábola de las Excusas (14:15–24)
14:15–18 Uno de los invitados reclinados a la mesa con Jesús observó lo maravilloso que sería participar en las bendiciones del reino de Dios. Quizá se sentía impresionado por
los principios de la conducta que el Señor Jesús acababa de enseñar. O quizá se trataba sólo de una observación en general, dada sin mucha reflexión. En todo caso, el Señor contestó que por maravilloso que fuese comer pan en el reino de Dios, lo triste es que muchos de los que son convidados inventan toda clase de excusas insensatas para negarse a aceptar. Presenta Él a Dios como Un hombre que hizo una gran cena, y convidó a muchos. Cuando la comida estuvo lista, pidió a su siervo que notificase a los convidados que ya todo estaba preparado. Esto nos recuerda el magno hecho de que el Señor Jesús acabó la obra de la redención en el Calvario, y que la invitación del evangelio es dada sobre la base de aquella obra consumada. Una persona que había sido invitada se excusó porque había comprado un campo y quería ir a verlo. Lo normal sería que primero lo hubiese visto, y luego lo hubiese comprado. Pero aun en este caso, estaba poniendo su amor por las cosas materiales por encima de la invitación llena de gracia. 14:19–20 El siguiente había comprado cinco yuntas de bueyes, y quería ir a probarlos. Presenta a aquellos que ponen los trabajos, las actividades o los negocios por delante del llamamiento de Dios. El tercero dijo que acababa de casarse, y por tanto no podía ir. Los vínculos familiares y las relaciones sociales a menudo impiden a los hombres aceptar la invitación del evangelio. 14:21–23 Cuando el siervo hubo notificado a su señor que la invitación estaba siendo rechazada a diestra y a siniestra, el padre de familia lo envió a la ciudad para que invitase a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos. «Tanto la naturaleza como la gracia aborrecen el vacío», dijo Bengel. Quizá los primeros invitados representan a los líderes del pueblo judío. Cuando ellos rechazaron el evangelio, Dios lo envió al común de la gente de la ciudad de Jerusalén. Muchos de estos respondieron al llamamiento, pero aún había lugar en la casa del padre de familia. Y de este modo, el señor le dijo al siervo que saliese a los caminos y a los vallados, y que los forzase a entrar. Esto indudablemente da la historia del evangelio presentado a los pueblos gentiles. No debían ser compelidos por la fuerza de las armas (como se ha hecho en la historia de la cristiandad) sino por la fuerza de la argumentación. Se debía emplear una amante persuasión en un esfuerzo de hacerlos entrar, a fin de que la casa del señor se llenase.
R.
El coste del verdadero discipulado (14:25–35)
14:25 Ahora grandes multitudes seguían al Señor Jesús. La mayoría de maestros se habrían sentido entusiasmados ante un interés tan extendido. Pero el Señor Jesús no estaba buscando a gente que le siguiese por curiosidad, y sin un verdadero interés sincero. Estaba buscando a los que estuviesen dispuestos a vivir una vida devota y apasionada por Él, e incluso a morir por Él si ello era necesario. Y de esta manera comenzó a cribar a la multitud presentándoles las exigentes condiciones del discipulado. En ocasiones, el Señor Jesús atraía a los hombres a Sí mismo, pero después que comenzaban a seguirle, los cribaba. Y esto es lo que vemos sucediendo aquí. 14:26 Primero, dijo a los que le seguían que para ser verdaderos discípulos habrían de amarle de manera suprema. Jamás sugirió que los hombres deberían tener un acerbo odio en sus corazones contra padre, madre, mujer, hijos, hermanos y hermanas. Lo que estaba enfatizando era que el amor para con Cristo había de ser tal que todos los otros amores fuesen odio en comparación (cf. Mt. 10:37). Nunca se debe permitir que la
consideración a los vínculos familiares desvíe a un discípulo de un camino de plena obediencia al Señor. En realidad, la parte más difícil de este primer enunciado del discipulado se halla en las palabras y aun también su propia vida. No se trata sólo de amar menos a nuestros parientes; ¡también hemos de odiar nuestra propia vida! En vez de vivir vidas egocéntricas, hemos de vivir vidas cristocéntricas. En lugar de preguntar cómo nos afectará cada una de nuestras acciones, hemos de tener cuidado en valorar cómo afectará a Cristo y a Su gloria. Las consideraciones de bienestar personal y de seguridad han de quedar subordinadas a la gran tarea de glorificar a Cristo y de darle a conocer. Las palabras del Salvador son absolutas. Él dijo que si no le amamos supremamente, más que a nuestra familia y que a nuestras propias vidas, no podríamos ser Sus discípulos. No hay medias tintas. 14:27 En segundo lugar, Él enseñaba que un verdadero discípulo había de llevar su cruz e ir en pos de Él. La cruz no es alguna debilidad física o angustia mental, sino un camino de oprobio, sufrimiento, soledad e incluso muerte, que una persona escoge voluntariamente por causa de Cristo. No todos los creyentes llevan la cruz. Es posible evitarla viviendo una vida cristiana nominal. Pero si nos decidimos a vivir enteramente para Cristo, experimentaremos la misma clase de oposición satánica que el Hijo de Dios afrontó cuando estuvo en la tierra. Esto es la cruz. El discípulo ha de seguir en pos de Cristo. Esto significa que ha de vivir la vida que vivió Cristo cuando estaba aquí en la tierra: una vida de propia renuncia, humillación, persecución, vituperio, tentación y contradicción de pecadores contra Sí mismo. 14:28–30 Luego el Señor Jesús empleó dos ilustraciones para enfatizar la necesidad de contar los gastos antes de emprender el camino en pos de Él. Asemeja Él la vida cristiana a un proyecto de edificación y luego a una empresa bélica. Un hombre que quiere edificar una torre … se sienta primero y calcula los gastos. Si no tiene suficiente para acabarla, no prosigue. En caso contrario, cuando ha puesto el cimiento, y no pueda acabarla, los que pasan hacen burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. Así sucede con los discípulos. Deberían primero calcular los gastos, si realmente están decididos a abandonar sus vidas de corazón a Cristo. En caso contrario, podrían comenzar con un destello de gloria, y luego apagarse. Si es así, los espectadores se burlarán de ellos por comenzar bien y terminar ignominiosamente. El mundo no tiene más que menosprecio por los cristianos tibios. 14:31–32 Un rey, al marchar a la guerra contra fuerzas superiores en número, ha de considerar con cuidado si con sus fuerzas menos numerosas puede hacer frente al enemigo. Se da perfecta cuenta de que se trata o bien de darse totalmente o de rendirse abyectamente. Y así es en la vida del discipulado cristiano. No puede haber medias tintas. 14:33 El versículo 14:33 es probablemente uno de los versículos más impopulares en toda la Biblia. Dice explícitamente que cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. No hay forma de evadir el sentido de estas palabras. No dicen que una persona ha de estar dispuesta a dejarlo todo. Más bien, dicen que debe abandonarlo todo. Hemos de reconocer al Señor Jesús que sabía lo que estaba diciendo. Él sabía que la obra jamás se llevaría a cabo de ninguna otra manera. Quiere a hombres y mujeres que le valoren por encima de cualquier otra cosa en este mundo. Observa Ryle: El hombre que es realmente próspero es aquel que lo da todo por causa de Cristo. Consigue el mejor de los beneficios; lleva la cruz unos cuantos años en este mundo, y en el
mundo venidero tiene la vida eterna. Obtiene la mejor de las posesiones; lleva sus riquezas con él más allá del sepulcro. Es rico aquí en gracia, y es rico en gloria en el más allá. Y lo mejor de todo es que lo que obtiene por la fe en Cristo, jamás lo pierde. Es «la parte buena, la cual no le será quitada». 14:34–35 La sal es una imagen de un discípulo. Hay algo sano y encomiable en una persona que está viviendo de forma devota y abnegada para el Señor. Pero luego leemos de sal que se vuelve insípida. La moderna sal de mesa no puede perder su sabor, porque es sal pura. Pero en las tierras de la Biblia, la sal estaba a menudo mezclada con varias formas de impureza. Por ello, era posible que la sal se desvaneciese y que quedase un residuo en el salero. Pero este residuo para nada valía. No podía usarse siquiera para fertilizar la tierra. Se tenía que tirar. La imagen es la de un discípulo que comienza con brillantez y que luego se vuelve dejando sus votos. El discípulo tiene una razón básica para su existencia; si fracasa en cumplir esta razón, es entonces algo lastimoso. Leemos acerca de la sal que la arrojan fuera, esto es, pisotean el testimonio de aquel que comenzó a edificar y no pudo acabar. Kelly observa: Se muestra el peligro de aquello que comienza bien y termina mal. ¿Qué cosa hay más inútil en el mundo que la sal que ha perdido la única característica que la hacía de valor? Es peor que inútil para cualquier otro propósito. Igual con el discípulo que deja de ser discípulo de Cristo. No es idóneo para los propósitos del mundo, y ha abandonado los de Dios. Tiene demasiada luz o conocimiento para entrar en las vanidades y pecados del mundo, y no tiene el goce de la gracia y de la verdad para mantenerle en el camino de Cristo. … La sal sin sabor viene a ser objeto de menosprecio y de juicio. El Señor Jesús termina el mensaje sobre discipulado con estas palabras: El que tiene oídos para oír, oiga. Estas palabras implican que no todos tendrán la buena disposición para dar oído a las exigentes condiciones del discipulado. Pero si una persona está dispuesta a seguir al Señor Jesús, sea cual sea el coste, entonces debería oír y seguir. Juan Calvino dijo en cierta ocasión: «Lo he dado todo por Cristo, ¿y qué he encontrado? Lo he encontrado todo en Cristo». Henry Drummond comentó: «La cuota de entrada al reino es cero; la suscripción anual es todo».
S.
La Parábola de la Oveja Perdida (15:1–7)
15:1–2 El ministerio de enseñanza de nuestro Señor en el capítulo 14 parecía atraer a los menospreciados cobradores de impuestos y a otros que eran exteriormente pecadores. Aunque Jesús reprendía sus pecados, sin embargo muchos de ellos reconocían que tenía razón. Se pusieron del lado de Cristo y en contra de sí mismos. En verdadero arrepentimiento, le reconocieron como Señor. Allí donde Jesús encontraba a gente dispuesta a reconocer sus pecados, Él se dirigía a ellos y les otorgaba ayuda espiritual y bendición. Los fariseos y los escribas se resentían del hecho de que Jesús fraternizase con gente que eran abiertamente pecadores. Ellos no mostraban gracia alguna a estos leprosos sociales y morales y abrigaban resentimiento a Jesús por hacerlo. Y por ello le lanzaron esta
acusación: Éste recibe a los pecadores, y come con ellos. Y esta acusación era cierta. Ellos creían que se trataba de algo condenable, ¡pero en realidad era en cumplimiento del mismo propósito para el que el Señor Jesús había venido al mundo! Fue en respuesta a la acusación de ellos que el Señor Jesús refirió las parábolas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo perdido. Estas historias apuntaban de forma directa a los escribas y fariseos, que nunca habían quedado quebrantados delante de Dios ni admitido su condición perdida. En realidad, ellos estaban tan perdidos como los publicanos y pecadores, pero rehusaban firmemente admitirlo. El argumento en las tres historias es que Dios tiene gran gozo y satisfacción cuando ve a pecadores arrepintiéndose, mientras que no tiene agrado alguno en los hipócritas que se pretenden justos y que son demasiado orgullosos para admitir su mísera pecaminosidad. 15:3–4 Aquí el Señor Jesús es presentado bajo el símbolo de un pastor. Las noventa y nueve ovejas representan a los escribas y fariseos. La oveja perdida representa a aquel recaudador de impuestos o al pecador arrepentido. Cuando el pastor se da cuenta de que una de sus ovejas está perdida, deja a las noventa y nueve en el desierto (no en el redil) y sale tras la perdida hasta encontrarla. Por lo que a nuestro Señor tocaba, este viaje incluyó Su descenso a la tierra, Sus años de ministerio público, Su rechazo, sufrimiento y muerte. ¡Cuán ciertas son las líneas del himno «Las Noventa y Nueve»!: Mas jamás ningún redimido conoció Cuán hondas fueron las aguas que cruzó, Ni cuán negra la noche que el Señor pasó, Hasta que a su perdida oveja halló. Elizabeth C. Clephane 15:5 Habiendo encontrado a la oveja, la puso sobre sus hombros y la llevó a su hogar. Esto sugiere que la oveja salvada gozaba de un lugar de privilegio e intimidad que nunca había conocido mientras estaba contada entre las otras. 15:6 El pastor llamó a sus amigos y vecinos para que se gozasen con él por la salvación de la oveja que se había perdido. Esto nos habla del gozo del salvador al ver a un pecador arrepentido. 15:7 La lección queda clara: Hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, pero no hay gozo por las noventa y nueve que nunca han quedado convictas acerca de su perdida condición. El versículo 7 no significa que haya algunas personas que no necesiten arrepentimiento. Todos los hombres son pecadores, y todos deben arrepentirse para ser salvos. El versículo describe a aquellos que, tal como ellos se ven a sí mismos, no necesitan de arrepentimiento.
T.
La Parábola de la Moneda Perdida (15:8–10)
La mujer en esta historia puede representar al Espíritu Santo, que busca a los perdidos con la lámpara de la Palabra de Dios. Las nueve dracmas representan a los no arrepentidos, mientras que la dracma perdida sugiere al hombre dispuesto a confesar que está fuera de relación con Dios. En el anterior relato, la oveja se fue errante por su propia voluntad. Una moneda es un objeto inanimado, y podría sugerir la condición sin vida del pecador. Está muerto en pecados.
La mujer busca con diligencia la moneda de plata hasta encontrarla. Luego llama a sus amigas y vecinas para que celebren el hallazgo con ella. La moneda perdida que ha encontrado le ha traído más verdadero placer que las nueve que nunca se habían perdido. Así es con Dios. El pecador que se humilla y confiesa su condición perdida da gozo al corazón de Dios. Él no consigue este gozo de parte de los que nunca han sentido la necesidad de arrepentimiento.
U.
La Parábola del Hijo Perdido (15:11–32)
15:11–16 Dios Padre es aquí presentado como un hombre que tenía dos hijos. El menor de ellos tipifica al pecador arrepentido, mientras que el hijo mayor ilustra a los escribas y fariseos. Estos últimos son hijos de Dios por creación, aunque no por redención. El hijo menor también se conoce como el hijo pródigo. Un pródigo es una persona irreflexiva y extravagante, y que gasta el dinero de manera fastuosa. Éste se cansó de la casa de su padre y decidió marcharse. No podía esperar a que su padre muriese, y por ello le pidió por adelantado la parte de los bienes que le correspondía. Y el padre entregó a ambos hijos sus partes. Poco después, el hijo menor se marchó a una provincia apartada y gastó pródigamente su dinero en placeres pecaminosos. Tan pronto hubo gastado todo su dinero, aquella tierra cayó bajo una dura depresión económica, y se encontró sin medios de subsistencia. El único trabajo que pudo encontrar fue de cuidador de cerdos —trabajo éste que habría sido de lo más odioso para un judío común—. Mientras contemplaba los cerdos comiendo sus algarrobas, los envidiaba. Ellos tenían más para comer que él mismo, y nadie parecía dispuesto a ayudarle. Los amigos que tenía cuando estaba gastando su dinero con prodigalidad habían desaparecido enteramente. 15:17–19 El hambre resultó ser una bendición enmascarada. Le hizo reflexionar. Recordó que los jornaleros en casa de su padre estaban viviendo mucho mejor que él. Tenían abundante comida, y él en cambio estaba muriéndose de hambre. Pensando en esto, decidió actuar. Tomó la determinación de ir a su padre con arrepentimiento, reconociendo su pecado y buscando su perdón. Se daba cuenta de que ya no era digno de ser llamado hijo de su padre, y decidió pedir trabajo como jornalero. 15:20 Mucho antes de llegar a su casa, lo vio su padre, y fue movido a compasión, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó efusivamente. Éste es probablemente el único versículo de la Biblia donde el apresuramiento se emplea de Dios en un buen sentido. Stewart ilustra esto de manera adecuada: De manera atrevida Jesús presenta a Dios no esperando a que su avergonzado hijo se introdujese furtivamente en el hogar, ni manteniéndose en su dignidad cuando llegó, sino corriendo a recibirle en sus brazos, en todo su estado de vergüenza, en sus harapos y suciedad. Este mismo nombre de «Padre» oscurece a la vez el color del pecado y destaca la espléndida gloria del perdón. 15:21–24 El hijo hizo su confesión hasta el punto en que iba a pedir trabajo. Pero el padre lo interrumpió ordenando a los esclavos que pusieran el mejor vestido a su hijo, le pusiesen también anillo en su mano, y calzado en sus pies. También mandó que se preparase un gran banquete para celebrar el regreso de su hijo que había estado perdido y que ahora había sido hallado. Por lo que al padre se refería, el hijo había estado muerto,
pero ahora había revivido. Alguien ha dicho: «Aquel joven estaba deseando pasárselo bien, pero no lo logró en la provincia apartada. Sólo lo logró cuando tuvo el buen sentido de volver a la casa de su padre». Se ha señalado que comenzaron a regocijarse, pero no se dice que el gozo acabase. Así es con la salvación del pecador. 15:25–27 Cuando el hijo mayor volvió del campo y oyó todo el son de la fiesta, preguntó a uno de los criados qué estaba pasando. Éste le dijo que su hermano menor había vuelto a casa, y que su padre estaba rebosante de gozo. 15:28–30 El hijo mayor se llenó de un celo lleno de ira. Rehusó participar en el gozo de su padre. J. N. Darby lo expresó bien: «Allí donde está la dicha de Dios no puede entrar el fariseísmo, la pretensión de justicia propia. Si Dios es bueno para con el pecador, ¿de qué sirve mi justicia?» Cuando su padre le apremió a que participase en los festejos, él rehusó, quejándose de que su padre nunca le había recompensado por su fiel servicio y obediencia. Nunca le había sido dado ni un cabrito, por no decir nada de un becerro engordado. Se quejó de que cuando el hijo pródigo volvió tras gastar el dinero de su padre en rameras, el padre no lo dudó en hacer una gran fiesta. Observemos que dijo este tu hijo, y no «mi hermano». 15:31–32 La respuesta del padre indicaba que hay gozo relacionado con la restauración de uno que estaba perdido, mientras que un hijo obstinado, ingrato y no reconciliado no da causa para una celebración. El hijo mayor es una elocuente imagen de los escribas y fariseos. Ellos se resentían de que Dios mostrase misericordia a pecadores escandalosos. Para su forma de pensar, si no para la de Dios, ellos le habían servido fielmente, jamás habían transgredido Sus mandamientos, y sin embargo nunca habían sido apropiadamente recompensados por todo ello. Pero la verdad era que eran hipócritas religiosos y pecadores culpables. Su soberbia los cegaba a la distancia a que estaban de Dios, y al hecho de que Él los había cubierto de bendiciones. Si tan sólo hubiesen estado dispuestos a arrepentirse y a reconocer sus pecados, entonces el corazón del Padre se habría alegrado y ellos también habrían dado motivo para una gran celebración.
V.
La Parábola del mayordomo injusto (16:1–13)
16:1–2 El Señor Jesús pasa ahora de los fariseos y escribas a sus discípulos, para darles una lección de administración. Está generalmente admitido que esta sección es una de las más difíciles de Lucas. La razón de la dificultad es que la historia del mayordomo injusto parece encomiar la falta de honradez. Pero veremos que no es así, según seguimos la parábola. El rico en esta historia representa al mismo Dios. Un mayordomo es aquella persona a la que se ha confiado la administración de la propiedad de otra persona. Por lo que toca a esta historia, cualquier discípulo del Señor es también un mayordomo. Este mayordomo en particular fue acusado de disipador de los fondos de su señor. Fue llamado a rendir cuentas y se le notificó que iba a ser despedido. 16:3–6 El mayordomo pensó con rapidez. Se dio cuenta de que había de proveer para su futuro. Pero era demasiado mayor para dedicarse a labores físicas, y era demasiado orgulloso para mendigar (aunque no demasiado orgulloso para robar). ¿Cómo iba él a proveer a su seguridad social? Y pensó en un plan mediante el que se ganaría amigos que serían luego bondadosos con él cuando tuviese necesidad. El plan era éste: Fue a uno de los
clientes de su amo, y preguntó cuánto le debía. Cuando el cliente dijo que cien barriles de aceite, el mayordomo le dijo que pagase cincuenta y que la deuda se consideraría saldada. 16:7 Otro cliente debía cien medidas de trigo. El mayordomo le dijo que pagase ochenta, y él marcaría la factura como «pagada». 16:8 La parte chocante de esta historia aparece cuando el amo alaba al mayordomo por haber obrado sagazmente. ¿Por qué iba alguien a aprobar tal falta de honradez? Lo que el mayordomo había hecho era injusto. Los versículos que siguen muestran que el mayordomo no recibió el encomio por su actuación tortuosa, sino más bien por su previsión. Había actuado con prudencia. Miraba hacia delante y hacía provisión para el futuro. Sacrificaba los beneficios presentes para conseguir una compensación en el futuro. Al aplicar esto a nuestras propias vidas hemos de tener sin embargo un punto muy claro: el futuro del hijo de Dios no está en esta tierra, sino en el cielo. Así como el mayordomo tomó pasos para asegurar que tendría amigos aquí abajo durante su retiro, del mismo modo el cristiano debería emplear los bienes de su Señor de tal manera que se asegure una fiesta de bienvenida cuando llegue al cielo. El Señor dijo: Los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. Esto significa que los impíos e inconversos muestran más sabiduría en proveer para su futuro en este mundo que los verdaderos creyentes muestran en guardar tesoros en el cielo. 16:9 Deberíamos ganarnos amigos por medio de las riquezas injustas. Es decir, deberíamos emplear el dinero y las otras cosas materiales de tal manera que ganemos almas para Cristo y que así hagamos amistades que durarán para toda la eternidad. Pierson lo expresaba con claridad: El dinero se puede emplear en comprar Biblias, libros, tratados y por tanto, de manera indirecta, las almas de los hombres. Así, lo que era material y temporal se torna en inmortal, no material, espiritual y eterno. Aquí tenemos a un hombre que tiene cien dólares. Puede gastárselo todo en un banquete o en una fiesta nocturna, y al día siguiente no tendrá nada por todo ello. En cambio, puede comprar Biblias a un dólar. Compra cien copias de la Palabra de Dios. Luego las siembra de manera juiciosa como semilla del reino, y esta semilla germina en una cosecha, no de Biblias sino de almas. De aquello que es injusto ha hecho amigos inmortales, que cuando él abandona su vida terrenal le reciben en moradas eternas. Así, ésta es la enseñanza de nuestro Señor. Mediante la prudente inversión de posesiones materiales podemos tener parte en la bendición eterna de hombres y mujeres. Podemos asegurar que cuando lleguemos a las puertas del cielo, habrá un comité de bienvenida de aquellos que fueron salvados por medio de nuestros abnegados dones y oraciones. Estas personas nos expresarán su gratitud diciendo: «Tú fuiste quien me invitaste aquí». Darby comenta: El hombre en general es mayordomo de Dios; y en otro sentido y en otra forma Israel era mayordomo de Dios, puesto en la viña de Dios, habiéndosele confiado la ley, las promesas, los pactos, el culto. Pero en todo esto se descubrió que Israel había disipado los bienes de Dios. El hombre, contemplado como mayordomo, ha resultado plenamente infiel. Ahora bien, ¿qué se debía hacer? Dios aparece y en gracia soberana torna en medio de fruto
celestial aquello que el hombre ha abusado en la tierra. Las cosas que en este mundo están en manos del hombre no deben ser empleadas para el presente goce de este mundo, que está totalmente apartado de Dios, sino con vistas al futuro. No hemos de tratar de poseer las cosas ahora, sino que por el recto uso de estas cosas hemos de hacer provisión para otros tiempos. Es mejor darlo todo a un amigo para otro día que tener el dinero ahora. El hombre aquí abajo ha ido a la destrucción. Ahora, por ello mismo, el hombre es un mayordomo fuera de sitio. 16:10 Si somos fieles en nuestra administración de lo muy poco (nuestro dinero), entonces seremos fieles en lo mucho (en los tesoros espirituales). Por otra parte, quien es injusto en su uso del dinero que Dios le ha confiado es injusto cuando están en juego consideraciones de mayor entidad. Queda destacada la relativa poca importancia del dinero con la expresión lo muy poco. 16:11 Todo aquel que no sea honrado en su empleo de las riquezas injustas para el Señor, difícilmente podrá esperar que el Señor le confíe lo verdadero (esto es, las verdaderas riquezas). Al dinero se le llama las riquezas injustas porque se emplea característicamente para propósitos distintos de la gloria de Dios. Y se contrasta con lo verdadero. El valor del dinero es inseguro y temporal; el valor de las realidades espirituales es fijo y eterno. 16:12 El versículo 12 distingue entre lo ajeno y lo que es nuestro. Todo lo que tenemos, nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestros talentos, todo ello pertenece al Señor y debemos emplearlo para Él. Aquello que es nuestro hace referencia a las recompensas que conseguimos en esta vida y en la venidera como resultado de nuestro fiel servicio para Cristo. Si no hemos sido fieles en lo que es de Él, ¿cómo va a darnos Él lo que es nuestro? 16:13 Es absolutamente imposible vivir para las cosas y para Dios a la vez. Si somos dominados por el dinero, no podremos realmente servir al Señor. A fin de acumular dinero, hemos de dedicar nuestros mejores esfuerzos a la tarea. En el mismo acto de emprender esto le robamos a Dios de lo que en derecho le pertenece. Es una cuestión de una división de lealtades. Los motivos están divididos. Las decisiones no son imparciales. Allá donde está nuestro tesoro, allá estará nuestro corazón. En el esfuerzo por conseguir riquezas, servimos a las riquezas. Es totalmente imposible servir a Dios a la vez. Las riquezas nos exigen todo lo que tenemos y somos —nuestras tardes, nuestros fines de semana, el tiempo que deberíamos estar dando al Señor.
W.
Los avaros fariseos (16:14–18)
16:14 Los fariseos no eran sólo orgullosos e hipócritas, sino que eran además avaros. Creían que la piedad era una forma de conseguir ganancia. Habían escogido la religión como alguien escogería una profesión lucrativa. El servicio de ellos no estaba dirigido a glorificar a Dios y ayudar a sus semejantes, sino a enriquecerse ellos mismos. Al oír al Señor Jesús enseñar que debían abandonar las riquezas en este mundo y atesorar sus riquezas en el cielo, se burlaban de él. Para ellos, el dinero era más real que las promesas de Dios. Nada iba a detenerlos de acumular riquezas. 16:15 Exteriormente, los fariseos parecían piadosos y espirituales. Se contaban como rectos a la vista de los hombres. Pero por debajo de su engañoso exterior, Dios veía la avaricia de sus corazones. A Él no le engañaban con sus falsas pretensiones. El tipo de vida
que ellos exhibían y que otros aprobaban (Salmo 49:18) era abominación para Dios. Ellos se consideraban personas de éxito porque combinaban una profesión religiosa con riqueza financiera; pero para Dios, eran adúlteros espirituales. Profesaban amar a Jehová, pero en realidad su dios era Mamón (las riquezas). 16:16 Es muy difícil comprender la continuidad de los versículos 16–18. En la primera lectura parecen muy carentes de relación con lo que sigue. Sin embargo, creemos que se pueden comprender mejor si recordamos que el tema del capítulo 16 es la avaricia y la infidelidad de los fariseos. Los mismos que alardeaban de una cuidadosa observancia de la ley son denunciados como avaros e hipócritas. El espíritu de la ley está en acusado contraste con el espíritu de los fariseos. La ley y los profetas eran hasta Juan. Con estas palabras el Señor describió la dispensación legal que había comenzado con Moisés y concluyó con Juan el Bautista. Ahora se estaba inaugurando una nueva dispensación. Desde la época de Juan, se predicaba el evangelio del reino de Dios. El Bautista salió anunciando la llegada del Rey de derecho de Israel. Le dijo a la gente que, si se arrepentían, el Señor Jesús reinaría sobre ellos. Como resultado de su predicación y de la posterior predicación del mismo Señor y de los discípulos, hubo una bien dispuesta respuesta de parte de muchos. Todos se esfuerzan por entrar en él significa que aquellos que sí respondieron al mensaje literalmente asaltaron el reino. Los recaudadores de impuestos y los pecadores, por ejemplo, tuvieron que saltar por encima de los obstáculos que habían levantado los fariseos. Otros tuvieron que tratar violentamente con el amor al dinero en sus propios corazones. Se tenían que vencer los prejuicios. 16:17–18 Pero la nueva dispensación no significaba que se estuviesen descartando las verdades morales básicas. Sería más fácil… que pasasen el cielo y la tierra, que se frustrase una tilde de la ley. Una tilde de la ley se podría comparar con la rayita horizontal de la «t» o el punto en la «i». Los fariseos pensaban que estaban en el reino de Dios, pero el Señor les vino a decir: «No podéis descuidar las grandes leyes morales del reino y pretender un puesto en el reino». Quizá ellos iban a preguntar: «¿Qué gran precepto moral estamos descuidando?». El Señor les señaló entonces la ley del matrimonio como una que nunca iba a desvanecerse. Cualquier hombre que repudia a su mujer, y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada del marido, comete también adulterio. Esto es exactamente lo que los fariseos estaban haciendo en el plano espiritual. Los judíos habían sido introducidos en la posición del pacto por Dios. Pero estos fariseos estaban ahora volviendo la espalda a Dios en su loca prosecución de la riqueza material. Y quizá este versículo sugiere que se habían hecho culpables de adulterio literal además de espiritual.
X.
El Rico y Lázaro (16:19–31)
16:19–21 El Señor llega a la conclusión de Su discurso acerca de la mayordomía en las cosas materiales mediante este relato de dos vidas, dos muertes y dos más allás. Se debería observar que esto no es narrado como una parábola. Mencionamos esto porque algunos críticos parecen racionalizar las solemnes implicaciones de esta historia clasificándola como parábola. De entrada, se debería clarificar que el anónimo rico no fue condenado a la Gehena debido a su riqueza. La base de la salvación es la fe en el Señor, y los hombres son
condenados por rehusar creer en Él. Pero este rico concreto mostró que no tenía verdadera fe salvadora por su descuidada indiferencia frente al mendigo… echado a su puerta. Si hubiese tenido en su corazón el amor de Dios, no habría vivido en lujo, comodidad y holganza cuando un semejante estaba echado a su puerta, mendigando unos pocos mendrugos de pan. Habría entrado violentamente en el reino abandonando su amor al dinero. También es cierto que Lázaro no fue salvado porque era pobre. Había confiado en el Señor para la salvación de su alma. Observemos ahora el retrato del rico, a veces llamado Dives (Latín para «rico»). Sólo vestía las ropas más caras, hechas a medida, y su mesa estaba repleta de los más deliciosos alimentos de gourmet. Vivía para él mismo, gratificando sus apetitos corporales y dándose a los placeres. No tenía un genuino amor para con Dios ni solicitud para con sus semejantes. Lázaro presenta un radical contraste. Era un mísero mendigo, que yacía cada día delante de la casa del rico, lleno de llagas y acosado por inmundos perros que venían y le lamían las llagas. 16:22 Cuando murió el mendigo… fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Muchos cuestionan si los ángeles participan realmente en llevar las almas de los creyentes al cielo. Pero nosotros no vemos razón alguna para dudar del sentido llano de estas palabras. Los ángeles ministran a los creyentes en esta vida, y no parece haber razón alguna para dudar que lo hagan en el momento de la muerte. El seno de Abraham es un término simbólico para denotar el lugar de la bendición. Para cualquier judío, el pensamiento de gozar de comunión con Abraham le sugeriría una gloria inefable. Entendemos que el seno de Abraham es lo mismo que el cielo. Cuando murió también el rico, su cuerpo fue sepultado —aquel cuerpo que tanto había mimado y por el que tanto había gastado. 16:23–24 Pero esto no era todo. Su alma, su yo consciente, fue al Hades. Hades es el término griego que traduce la palabra hebrea Seol en el Antiguo Testamento, el estado de los espíritus de los difuntos. En el periodo del AT se designaba como la morada tanto de salvos como de perdidos. Aquí es designado como la morada de los perdidos, porque leemos que el rico estaba en tormentos. Los discípulos debieron sobresaltarse cuando Jesús les dijo que este judío rico fue al Hades. Siempre habían aprendido del AT que las riquezas eran una señal de la bendición y favor de Dios. Un israelita que obedeciese al Señor tenía prometida la prosperidad material. ¿Cómo podía pues un judío rico ir al Hades? El Señor Jesús acababa de anunciar que con la predicación de Juan se había inaugurado un nuevo orden de cosas. De entonces en adelante las riquezas no son una señal de bendición. Son una prueba de la fidelidad de su poseedor en su administración. A quien mucho le es dado, mucho le será demandado. El versículo 23 refuta la idea del «sueño del alma», la teoría de que el alma no está consciente entre la muerte y la resurrección. Demuestra que hay una existencia consciente más allá del sepulcro. De hecho, nos sentimos sacudidos ante el mucho conocimiento que tenía el rico. Vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Podía incluso comunicarse con Abraham. Llamándole Padre Abraham, rogó por compasión, pidiendo que Lázaro le llevase una gota de agua para refrescar su lengua. Naturalmente, hay la cuestión de cómo puede un alma sin cuerpo experimentar sed y angustia en una llama. Sólo podemos concluir en que se trata de un lenguaje figurado, pero esto no significa que el sufrimiento no sea real.
16:25 Abraham se dirigió a él como hijo, lo que sugiere que era un descendiente físico, aunque evidentemente no espiritual. El patriarca le recordó su vida de lujo, comodidad y disfrute. También le recordó la pobreza y los padecimientos de Lázaro. Ahora, más allá del sepulcro, se habían vuelto las tornas. Se habían invertido las desigualdades de la tierra. 16:26 Aprendemos aquí que las decisiones tomadas en esta vida determinan nuestro destino eterno, y que cuando la muerte ha tenido lugar, este destino queda fijado. No hay forma de pasar de la morada de los salvos a la de los condenados, y viceversa. 16:27–31 Al morir, el rico de repente se volvió de ánimo evangelístico. Quería que alguien fuese a sus cinco hermanos para que les advirtiese acerca de aquel lugar de tormento. La réplica de Abraham era que estos cinco hermanos, al ser judíos, tenían las Escrituras del AT, y que éstas debían ser suficientes para advertirles. El rico contradijo a Abraham, diciendo que si alguno va a ellos de entre los muertos, se arrepentirían. Sin embargo, Abraham tuvo la última palabra. Dijo que negarse a prestar oído a la Palabra de Dios es decisivo. Si la gente no presta atención a la Biblia, tampoco creerán si una persona resucita de entre los muertos. Esto queda concluyentemente demostrado en el caso del Señor Jesús mismo. Él resucitó de entre los muertos, y los hombres siguen sin creer. En base del NT, sabemos que cuando muere un creyente, su cuerpo va al sepulcro, pero su alma pasa a estar con Cristo en el cielo (2 Co. 5:8; Fil. 1:28). Cuando un incrédulo muere, su cuerpo es asimismo sepultado, pero su alma va al Hades. Para él, el Hades es un lugar de sufrimiento y remordimiento. En el momento del Arrebatamiento, los cuerpos de los creyentes resucitarán del sepulcro y serán reunidos con sus espíritus y almas (1 Ts. 4:13–18). Luego morarán eternamente con Cristo. Para el Juicio del Gran Trono Blanco, los cuerpos, espíritus y almas de los incrédulos serán reunidos (Ap. 20:12, 13). Luego serán echados al lago de fuego, un lugar de castigo eterno. Y de esta manera el capítulo 16 termina con una advertencia de gran solemnidad a los fariseos y a todos los que quieran vivir para el dinero. Lo hacen corriendo grave peligro para sus propias almas. Mejor mendigar pan en la tierra que mendigar agua en el Hades.
IX. EL HIJO DEL HOMBRE DISCÍPULOS (Caps. 17:1–19:27) A.
INSTRUYE
A
SUS
Tocante al peligro de poner tropiezo (17:1–2)
La continuidad o el fluir del pensamiento en este capítulo no se ve fácilmente. Casi parece como si Lucas une varios temas desconectados. Sin embargo, las declaraciones iniciales de Cristo acerca del peligro de poner tropiezo pueden ser encadenadas con el final del capítulo 16. Vivir en lujo, complacencia y comodidad bien podría resultar ser una piedra de tropiezo para otros que son jóvenes en la fe. Especialmente si alguien tiene reputación de ser cristiano, su ejemplo será seguido por otros. ¡Qué cosa más grave es conducir de este modo a prometedores seguidores del Señor Jesucristo a vidas de materialismo y de culto a las riquezas. Naturalmente, este principio es de aplicación de una forma muy general. Se puede hacer tropezar a los pequeños alentándolos a la mundanalidad. Se les puede hacer tropezar con
involucración en el pecado sexual. Se les puede hacer tropezar mediante cualquier enseñanza que diluya el sentido llano de las Escrituras. Cualquier cosa que los aparte de un camino de una sencilla fe, devoción y santidad es un tropiezo. Conociendo la naturaleza humana y las condiciones del mundo, el Señor dijo que era inevitable que viniesen tropiezos. Pero esto no disminuye la culpa de aquellos que ponen tropiezos. Mejor les sería a los tales que se les atase al cuello una piedra de molino y que pereciesen ahogados en lo profundo del mar. Parece claro que un lenguaje tan enérgico como éste quiere presentar no sólo la muerte física sino también la condenación eterna. Cuando el Señor Jesús habla de hacer tropezar a uno de estos pequeños, probablemente incluye más que a niños. La referencia parece también ser a discípulos jóvenes en la fe.
B.
Tocante a la necesidad de un Espíritu Perdonador (17:3–4)
En la vida cristiana hay no sólo el peligro de hacer tropezar a otros, sino también el de abrigar rencores, e incluso de rehusar perdonar cuando una persona que ha ofendido pide perdón. Y de esto es lo que trata el Señor aquí. El NT enseña el siguiente procedimiento en relación con este tema: 1. Si un cristiano es ofendido por otro, debería ante todo perdonar en su corazón al ofensor (Ef. 4:32). Esto guarda su propia alma libre de resentimiento y malicia. 2. Debería luego ir privadamente al ofensor y reprenderle (v. 3; también Mt. 18:15). Si se arrepiente, se le debería dejar claro que está perdonado. Incluso si peca repetidamente, si dice que se arrepiente, debería ser perdonado (v. 4). 3. Si la reprensión en privado no resulta eficaz, entonces la persona contra la que se ha pecado debería tomar uno o dos testigos (Mt. 18:16). Si no escucha a éstos, entonces el asunto debería ser llevado ante la iglesia. La negativa a escuchar a la iglesia debería tener como resultado la excomunión (Mt. 18:17). El propósito de las reprensiones y de otras acciones disciplinarias no es el de ajustar las cuentas ni humillar al ofensor, sino restaurarle a la comunión con el Señor y con sus hermanos. Todas las reprensiones deberían ser hechas con espíritu de amor. No tenemos manera de juzgar si el arrepentimiento de un ofensor es genuino o no. Hemos de aceptar su propia palabra de que se ha arrepentido. Por esta causa Jesús dice: Y si peca contra ti siete veces al día, y vuelve a ti siete veces al día, diciendo: Me arrepiento; perdónale. De esta manera llena de gracia nos trata el Padre. No importa cuántas veces le fallamos, seguimos teniendo la certidumbre de que «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Jn. 1:9).
C.
Tocante a la Fe (17:5–6)
17:5 El pensamiento de perdonar siete veces al día presentaba una dificultad a los apóstoles, por no decir que una imposibilidad. Sentían que no eran suficientes para tal exhibición de gracia. Por eso le pidieron al Señor que les aumentase la fe.
17:6 La réplica del Señor indicaba que no se trataba tanto de una cantidad de fe como de calidad. Tampoco no se trataba de conseguir más fe, sino de usar la fe que ya tenían. Es nuestra propia soberbia y la importancia que nos atribuimos a nosotros mismos lo que nos impide perdonar a nuestros hermanos. Esta soberbia ha de quedar desarraigada y ha de ser echada fuera. Si la fe del tamaño de un grano de mostaza puede desarraigar un sicómoro y plantarlo en el mar, puede más fácilmente aún darnos la victoria sobre la dureza y falta de quebrantamiento que nos llevan a dejar indefinidamente sin perdón a un hermano.
D.
Tocante a siervos inútiles (17:7–10)
17:7–9 El verdadero esclavo de Cristo no tiene razón para enorgullecerse. La propia importancia ha de quedar arrancada de raíz y en su lugar ha de haber un verdadero sentimiento de indignidad. Ésta es la lección que encontramos en la historia del esclavo. Este siervo había estado arando o apacentando ganado todo el día. Al volver del campo tras un día de duro trabajo, el amo no le dice que se siente a la mesa para comer. Más bien le ordena que se ciña el delantal y que sirva la cena. Sólo después el esclavo puede comer y beber su propia cena. El amo no le da las gracias por hacer todo esto Es lo que se espera de un esclavo. A fin de cuentas, un esclavo pertenece a su amo, y su deber primario es obedecer. 17:10 Así, los discípulos son esclavos del Señor Jesucristo. Le pertenecen: en espíritu, alma y cuerpo. A la luz del Calvario, nada de lo que puedan hacer para el Salvador será suficiente para recompensarle por lo que Él ha hecho. Así que después que el discípulo haya hecho todo lo que le ha sido ordenado en el NT, debe seguir admitiendo que sigue siendo un siervo inútil que sólo ha hecho lo que debía hacer. Según Roy Hession, las cinco marcas del esclavo son: 1. Ha de estar dispuesto a que se le ponga trabajo sobre trabajo, sin que se le dé consideración alguna. 2. Al hacer esto, ha de estar dispuesto a que no se le den las gracias. 3. Habiéndolo hecho, no tiene que achacar egoísmo a su amo. 4. Ha de confesar que es un siervo inútil. 5. Ha de admitir que al hacer y soportar su tarea con gentileza y humildad, no ha hecho ni un poco más de lo que era su deber hacer.
E.
Jesús limpia a Diez Leprosos (17:11–19)
17:11 El pecado de ingratitud es otro peligro en la vida del discípulo. Esto queda ilustrado en la historia de los diez leprosos. Leemos que el Señor Jesús estaba dirigiéndose a Jerusalén por los límites entre Samaria y Galilea. 17:12–14 Al entrar en una aldea le vieron diez hombres leprosos. Debido a su condición enferma, no se acercaron a Él, pero clamaron a distancia, rogándole que los sanase. Él recompensó la fe de ellos diciéndoles que fuesen y se mostrasen a los sacerdotes. Esto significaba que cuando llegasen al sacerdote, estarían ya sanos de la lepra. El sacerdote no tenía poder para sanarlos, pero estaba designado para pronunciarlos limpios. Obedientes a la palabra del Señor, los leprosos emprendieron el camino hacia la morada sacerdotal, y mientras iban, fueron milagrosamente limpiados de su enfermedad.
17:15–18 Todos ellos tenían fe para ser sanados, pero sólo uno de los diez se volvió para dar gracias al Señor. Y éste, cosa interesante, era samaritano, una de las menospreciadas naciones vecinas de los judíos, y con quienes ellos no tenían tratos. Él se postró rostro en tierra —la verdadera postura de adoración— a los pies de Jesús —el verdadero lugar de adoración—. Jesús le preguntó si no eran diez los que habían sido limpiados, y que sólo uno, «este extranjero», había vuelto a dar las gracias. ¿Dónde estaban los otros nueve? Ninguno de ellos volvió a dar gloria a Dios. 17:19 Volviéndose al samaritano, el Señor Jesús le dijo: Levántate y prosigue tu camino; tu fe te ha sanado. Sólo el diez por ciento agradecido heredan las verdaderas riquezas de Cristo. Jesús recompensa nuestro volvernos (v. 15) y nuestro agradecimiento (v. 16) con nuevas bendiciones. Tu fe te ha sanado sugiere que mientras que los nueve fueron sanados de la lepra, ¡el décimo fue sanado además del pecado!
F.
Tocante a la venida del Reino (17:20–37)
17:20–21 Es difícil saber si los fariseos eran sinceros en la pregunta acerca del reino de Dios, o si estaban sólo burlándose. Pero sí sabemos que como judíos tenían esperanzas acerca de un reino que iba a ser introducido con gran poder y gloria. Ellos esperaban señales externas y grandes convulsiones políticas. El Salvador les dijo: El reino de Dios no viene con advertencia, esto es, en su presente forma, al menos, el reino de Dios no vino con una manifestación externa. No fue un reino visible, terrenal y temporal que pudiese ser señalado como estando aquí o allí. Más bien, dijo el Salvador, el reino de Dios estaba en medio de ellos. La traducción gramaticalmente posible dentro de vosotros no es una verdadera alternativa porque el Señor no podía significar que el reino estuviese en realidad dentro del corazón de los fariseos, porque aquellos endurecidos hipócritas religiosos no tenían en sus corazones lugar para Cristo el Rey. Pero sí significaba que el reino de Dios estaba presente en presencia de ellos, en medio. Él era de derecho el Rey de Israel y había llevado a cabo Sus milagros y presentado Sus credenciales a la vista de todos. Pero los fariseos no tenían deseo alguno de recibirle. Y por esto, aunque el reino de Dios les había sido presentado a ellos, les había pasado totalmente desapercibido. 17:22 Hablando con los fariseos, el Señor describió el reino como algo que había ya llegado. Cuando se volvió a los discípulos, habló del reino como un acontecimiento futuro que sería establecido en Su Segunda Venida. Pero primero describió el periodo que habría entre Su Primera y Su Segunda Venida. Vendrían los días en que ansiarían ver uno de los días del Hijo del Hombre, pero no lo verían. En otras palabras, anhelarían uno de los días en que Él estaba con ellos en la tierra y gozaban de grata comunión con Él. Aquellos días eran, en cierto sentido, paladeos del tiempo en que Él volverá con poder y gran gloria. 17:23–24 Muchos falsos cristos se iban a levantar, y gobernantes que proclamarían que el Mesías había llegado. Pero Sus seguidores no debían ser engañados por ninguna de estas falsas alarmas. La Segunda Venida de Cristo sería tan visible e inconfundible como el relámpago que resplandece de una a otra parte del cielo. 17:25 De nuevo el Señor Jesús dijo a los discípulos que antes que nada de esto sucediese, Él mismo padecería mucho, y sería desechado por aquella generación. 17:26–27 Volviendo al tema de Su venida para reinar, el Señor enseñó que los días que precederían inmediatamente a aquel glorioso acontecimiento serían como los días de Noé. Las gentes comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento. Estas cosas no estaban
mal; son actividades humanas normales y legítimas. El mal era que la gente vivía para estas cosas y no tenía ni pensamientos ni tiempo para Dios. Después que Noé y su familia entraron en el arca… vino el diluvio y destruyó al resto de la población. De esta manera la Segunda Venida de Cristo significará juicio para aquellos que rechazan Su ofrecimiento de misericordia. 17:28–30 Una vez más, el Señor dijo que los días precediendo a Su Segunda Venida serían como los días de Lot. La civilización había avanzado algo en aquella época. Los hombres no solamente comían y bebían, sino que compraban, vendían, plantaban, edificaban. Era el esfuerzo del hombre por introducir una era dorada de paz y prosperidad sin Dios. Mas el día mismo en que Lot salió de Sodoma, junto con su mujer y sus hijas, llovió del cielo fuego y azufre, y … destruyó a la malvada ciudad. Lo mismo será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste. Los que se concentran en los placeres, en la gratificación de sus deseos y en el comercio, serán destruidos. 17:31 Será un día en el que el apego a las cosas terrenales pondrá en peligro la vida. Si está en la azotea, no debería intentar salvar ninguna posesión de su casa. Si está fuera en el campo, no debería volver atrás a su casa. Debería huir de estos lugares donde el juicio está a punto de caer. 17:32 Aunque la mujer de Lot fue sacada casi a la fuerza de Sodoma, su corazón permaneció en la ciudad. Esto se indica por el hecho de que se volvió para mirar atrás. Ella estaba fuera de Sodoma, pero Sodoma no estaba fuera de ella. El resultado es que Dios la destruyó transformándola en un pilar de sal. 17:33 Todo el que procure salvar su vida cuidándose únicamente de su seguridad física, pero no de su alma, la perderá. En cambio, todo aquel que pierda su vida durante este periodo de tribulación debido a su fidelidad al Señor, en realidad la conservará para toda la eternidad. 17:34–36 La venida del Señor será un tiempo de separación. Estarán dos en una cama; el uno será tomado en juicio. El otro, creyente, será dejado para que entre en el reino de Cristo. Dos mujeres estarán moliendo juntas; la una, incrédula, será tomada en la tempestad de la ira de Dios; y la otra, una hija de Dios, será dejada para que goce de las bendiciones mileniales con Cristo. Incidentalmente, los vv. 34 y 35 concuerdan con la redondez de la tierra. El hecho de que será de noche en una parte de la tierra y de día en otra, como lo indican las actividades citadas, exhibe un conocimiento científico no descubierto hasta muchos años después. 17:37 Los discípulos comprendieron plenamente, por las palabras del Salvador, que Su Segunda Venida sería un juicio cataclísmico derramado desde el cielo sobre un mundo apóstata. De modo que preguntaron al Señor acerca de dónde caería este juicio. Su respuesta fue que donde esté el cadáver, allí se juntarán también las águilas. Las águilas, o más correctamente buitres, simbolizan los inminentes juicios. La respuesta, por tanto, es que los juicios caerán sobre toda forma de incredulidad y rebelión contra Dios, no importa donde se encuentre. En el capítulo 17, Jesús había advertido a los discípulos que les esperaban aflicciones y persecuciones. Antes del tiempo de Su gloriosa manifestación, habrían de pasar por profundas pruebas. Para prepararlos, el Señor les da instrucciones adicionales sobre la oración. En los versículos que siguen, encontramos a una viuda que ora, a un fariseo que ora, a un publicano que ora y a un mendigo que ora.
G.
La Parábola de la Viuda Insistente (18:1–8)
18:1 La parábola de la viuda que ora enseña la necesidad de orar siempre, y no desmayar. Es cierto en un sentido general, y de todo tipo de oración. Pero el sentido especial en que se emplea aquí es el de la oración pidiendo liberación en un tiempo de prueba. Es una oración sin desmayar durante el largo y fatigoso intervalo entre la Primera y Segunda Venidas de Cristo. 18:2–3 Esta parábola muestra a un juez injusto que generalmente no era movido ni por el temor a Dios ni por respeto a hombre alguno. Había también una viuda que estaba siendo oprimida por un adversario que no se nombra. Esta viuda venía constantemente al juez, pidiéndole justicia, para ser librada de aquel trato inhumano. 18:4–5 Al juez no le afectaba la validez de la causa de la mujer; el hecho de que estuviese siendo injustamente tratada no le movió a actuar en favor de ella. Sin embargo, la constancia con la que acudía ante él le impulsó a actuar. Su importunidad y persistencia suscitaron una decisión en favor de ella. 18:6–7 Y dijo el Señor entonces a Sus discípulos que si un juez injusto actuaba en favor de una pobre viuda a causa de la importunidad de la misma, cuánto más el justo Dios intervendrá en favor de sus escogidos. Los escogidos en este pasaje podría ser una referencia en un sentido especial al remanente judío durante el Periodo de la Tribulación, pero es también cierto de todos los creyentes oprimidos en todas las edades. La razón por la que Dios no ha intervenido hace ya tiempo es Su longanimidad para con los hombres, pues no quiere que ninguno perezca. 18:8 Pero viene el día en que Su Espíritu dejará de contender con los hombres, y en que hará justicia castigando a los que persiguen a Sus seguidores. El Señor Jesús terminó la parábola con esta pregunta: Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? Esto probablemente se refiere a la clase de fe que tenía la pobre viuda. Pero puede que también indique que cuando el Señor regrese, sólo habrá un remanente que le sea fiel. Mientras tanto, cada uno de nosotros debería ser estimulado a aquella clase de fe que clama a Dios de día y de noche.
H.
La Parábola del fariseo y del publicano (18:9–14)
18:9–12 La siguiente parábola se dirige a personas que confían en sí mismos como justos, y que menosprecian a todos los otros como inferiores. Al designar al primero como fariseo, el Salvador no dejó ninguna duda acerca de a qué clase particular de persona se estaba dirigiendo. Aunque el fariseo actuaba como en oración, en realidad no estaba hablando con Dios. Estaba más bien jactándose de sus propios logros morales y religiosos. En lugar de compararse con la perfecta norma de Dios y de ver cuán pecaminoso era él en realidad, se comparaba con otros en la comunidad y se enorgullecía de que era mejor. Su frecuente mención de sí mismo revela el verdadero estado de su corazón como vanidoso y autosuficiente. 18:13 El publicano, o recaudador de impuestos, ofrece un notable contraste. De pie delante de Dios, se daba cuenta de su total indignidad. Se humillaba hasta el polvo. No quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y clamaba a Dios pidiendo misericordia: Dios, sé propicio a mí, pecador. No se consideraba como un
pecador entre muchos otros, sino como el pecador que era indigno de toda cosa de parte de Dios. 18:14 El Señor Jesús recordó a Sus oyentes que lo aceptable ante Dios es este espíritu de propia humillación y arrepentimiento. En contra de lo que pudiesen indicar las apariencias humanas, fue el cobrador de impuestos quien descendió a su casa justificado. Dios enaltece a los humildes, pero humilla a los que se enaltecen.
I.
Jesús y los pequeñitos (18:15–17)
Este incidente refuerza lo que acabamos de ver, esto es, que se precisa de la humildad de un niñito para entrar en el reino de Dios. Las madres se apiñaron en torno al Señor Jesús con sus pequeñuelos a fin de que pudiesen recibir una bendición de Su parte. Sus discípulos se enojaron ante esta intrusión en el tiempo del Salvador. Pero Jesús los reprendió, y les dijo así: Dejad a los niños venir a mí… porque de los tales es el reino de los cielos. Los niños pueden ser salvos en una edad muy tierna. Esta edad probablemente varía individualmente de niño en niño, pero por pequeño que sea, se debería permitir a cualquier niño acudir a Jesús, y se le debería alentar en su fe. Los niños no necesitan llegar a ser adultos para poder ser salvos, pero los adultos precisan de una sencilla fe y humildad como un niño para entrar en el reino de Dios.
J.
El rico joven principal (18:18–30)
18:18–19 Esta sección ilustra el caso de un hombre que no estaba dispuesto a recibir el reino de Dios como un niño pequeño. Un día, un hombre principal acudió al Señor Jesús, dirigiéndose a Él como Maestro bueno, y preguntándole qué debía hacer para heredar la vida eterna. El Salvador primero le interrogó acerca de por qué usaba el título de Maestro bueno. Le recordó que sólo Dios es bueno. No estaba nuestro Señor negando que Él fuese Dios, sino que estaba tratando de llevar al joven principal a reconocer este hecho. Si Él era bueno, entonces había de ser Dios, por cuanto sólo Dios es esencialmente bueno. 18:20 Entonces Jesús afrontó la cuestión de ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Sabemos que la vida eterna no se hereda, y que no se gana haciendo buenas obras. La vida eterna es el don de Dios por medio de Jesucristo. Al llevar al joven principal de vuelta a los diez mandamientos, el Señor Jesús no estaba implicando que jamás podría salvarse guardando la ley. Más bien, estaba empleando la ley en un esfuerzo por redargüir a este hombre de pecado. El Señor Jesús recitó los cinco mandamientos que tienen que ver con nuestros deberes con nuestros semejantes, la segunda tabla de la ley. 18:21–23 Es evidente que la ley no tenía un poder de convicción en la vida de este hombre, porque con arrogancia pretendió haber guardado estos mandamientos desde su juventud. Jesús le dijo que aún le faltaba una cosa: el amor al prójimo. Si realmente hubiese guardado estos mandamientos, entonces ya habría vendido todo lo que tenía y lo habría repartido entre los pobres. Pero en realidad él no amaba a su prójimo como a sí mismo. Estaba viviendo una vida egoísta, sin verdadero amor para con los demás. Esto queda demostrado por el hecho de que oyendo esto, se puso muy triste, porque era sumamente rico.
18:24 Observando el Señor Jesús su reacción, comentó acerca de la dificultad de los que tienen riquezas para poder entrar en el reino de Dios. La dificultad reside en poseer riquezas sin amarlas ni confiar en ellas. Toda esta sección suscita cuestiones perturbadoras para los cristianos así como para los incrédulos. ¿Cómo se puede decir que amamos de verdad a nuestros vecinos cuando vivimos con riquezas y comodidades mientras otros están pereciendo por carecer del evangelio de Cristo? 18:25 Jesús dijo que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios. Se han ofrecido muchas explicaciones para esta declaración. Algunos han sugerido que un ojo de aguja es un pequeño portillo interior en la muralla de una ciudad, y que un camello podría entrar por ella sólo arrodillándose. Sin embargo, el doctor Lucas emplea un término que significa específicamente el ojo de una aguja de cirujano, y el significado de la declaración del Señor parece ser bien llano. En otras palabras, así como es imposible que un camello entre por el ojo de una aguja, del mismo modo es imposible que un rico entre en el reino de Dios. No es suficiente explicar esto como significando que un rico no puede mediante sus propios esfuerzos entrar en el reino; esto es cierto tanto de los ricos como de los pobres. El significado es que es imposible para alguien entrar en el reino de Dios como rico; en tanto que haga un dios de su riqueza, deja que se mantenga entre él y la salvación de su alma, no puede ser convertido. La sencilla realidad es que no se salvan muchos ricos, y que los que sí se salvan han de quedar primero quebrantados delante de Dios. 18:26–27 Mientras los discípulos reflexionaban acerca de todo esto, comenzaron a preguntarse acerca de quién puede ser salvo. Para ellos, las riquezas habían sido siempre una señal de la bendición de Dios (Dt. 28:1–8). Si los judíos ricos no son salvos, ¿quién puede serlo entonces? El Señor respondió que Dios podía hacer lo que el hombre no podía. En otras palabras, Dios puede tomar a un codicioso, avariento e implacable materialista, destruir su amor al oro, y poner en su lugar un amor genuino para el Señor. Es un milagro de la gracia divina. Una vez más, toda esta sección suscita cuestiones perturbadoras para el hijo de Dios. El siervo no es más que su Señor; el Señor Jesús abandonó Sus riquezas celestiales para salvar nuestras almas culpables. No es cosa apropiada para nosotros ser ricos en un mundo en el que Él fue pobre. El valor de las almas, la inminencia del regreso de Cristo, el amor de Cristo constriñéndonos, todo ello debería llevarnos a invertir todas nuestras posibles posesiones materiales en la obra del Señor. 18:28–30 Cuando Pedro le recordó al Señor que los discípulos habían dejado sus hogares y familias para seguirle, el Señor contestó que una vida de sacrificio así tiene una generosa recompensa en esta vida, y que tendrá la adicional recompensa en el estado eterno. La última parte del versículo 30 (y en el siglo venidero la vida eterna) no significa que la vida eterna se consiga abandonándolo todo; más bien se refiere a la capacidad aumentada de gozar de las glorias del cielo, además de un aumento en las recompensas en el reino celestial. Significa «la plena consecución de la vida que había sido recibida en el momento de la conversión, esto es, la vida en su plenitud».
K.
Jesús vuelve a predecir Su muerte y resurrección (18:31–34)
18:31–33 Por tercera vez, el Señor tomó a los doce y les advirtió de forma detallada lo que le esperaba (véase 9:22, 44). Predijo Su pasión como cumplimiento de las profecías del AT. Con presciencia divina, profetizó serenamente que Él sería entregado a los gentiles. «Era más probable que Él fuese asesinado en privado, o apedreado hasta la muerte entre un tumulto.» Pero los profetas habían predicho Su entrega a traición, que sería escarnecido, afrentado, escupido, y así había de ser. Sería azotado y muerto, pero al tercer día resucitaría. Los restantes capítulos desarrollan el drama que Él tan maravillosamente conocía por anticipado, y predijo: Subimos a Jerusalén (18:35–19:45). El Hijo del Hombre será entregado a los gentiles (19:47–23:1). Será escarnecido, afrentado, y escupido (23:1–32). Le matarán (23:33–56). Al tercer día resucitará (24:1–12). 18:34 Lo chocante es que los discípulos nada comprendieron de estas cosas. Sus palabras les quedaban ocultas de modo que no comprendían su significado. Nos parece difícil comprender que fuesen tan obtusos acerca de esta cuestión, pero la razón es probablemente como sigue: Sus mentes estaban tan llenas de pensamientos de un libertador temporal que iba a rescatarlos del yugo de Roma y a establecer el reino de forma inmediata, que rehusaron contemplar ningún otro programa. A menudo creemos lo que queremos creer, y resistimos a la verdad si no concuerda con nuestras ideas preconcebidas.
L.
La curación de un mendigo ciego (18:35–43)
18:35–37 El Señor Jesús había ahora abandonado Perea al cruzar el Jordán. Lucas dice que el incidente que sigue sucedió habiendo entrado Jesús en Jericó. Mateo y Marcos dicen que sucedió cuando salía de Jericó (Mt. 20:29; Mr. 10:46). También Mateo dice que había dos ciegos; Marcos y Lucas hablan de uno. Es posible que Lucas se refiera a la ciudad nueva y que Mateo y Marcos hablen de la ciudad vieja. También es posible que hubiese más de un milagro de ciegos recibiendo la vista en aquel lugar. Sea cual sea la verdadera explicación, estamos confiados en que si nuestro conocimiento fuese mayor, las aparentes contradicciones desaparecerían. 18:38 El mendigo ciego reconoció de alguna manera a Jesús como el Mesías, porque se dirigió a Él como el Hijo de David. Le pidió al Señor que tuviese misericordia de él, es decir, que le restaurase la visión. 18:39 A pesar de los intentos de algunos de silenciar al ciego, éste clamaba mucho más al Señor Jesús. La gente no estaba interesada en aquel mendigo; pero Jesús sí. 18:40–41 Jesús entonces se detuvo. Darby comenta penetrantemente: «Josué ordenó una vez al sol que se detuviese en el cielo, pero aquí el Señor del sol y de la luna y de los cielos todos se detiene por petición de un ciego mendigo». A la orden de Jesús, el mendigo fue traído a su presencia. Jesús le preguntó qué quería. Sin dudas ni generalizaciones, el mendigo contestó que quería recobrar la vista. Su oración fue breve, específica y llena de fe.
18:42–43 Jesús le concedió entonces su petición al ciego, que al instante recobró la vista. No sólo esto, sino que emprendió seguir en pos del Señor, glorificando a Dios. Podemos aprender de este incidente que deberíamos osar creer a Dios para lo imposible. La fe grande le honra. Como ha escrito el poeta: A un Rey tú ahora acudes; Trae pues grandes peticiones; Pues Su gracia y poder tales son Que nadie jamás puede demasiado pedir. John Newton
M.
La conversión de Zaqueo (19:1–10)
La conversión de Zaqueo ilustra la verdad de Lucas 18:27. «Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios.» Zaqueo era un hombre rico, y ordinariamente es imposible que un rico entre en el reino de Dios. Pero Zaqueo se humilló ante el Salvador, y no dejó que su riqueza se interpusiera entre su alma y Dios. 19:1–5 Fue cuando el Señor iba pasando por Jericó en su tercero y último viaje a Jerusalén que Zaqueo… procuraba ver quién era Jesús; indudablemente se trataba de la búsqueda de la curiosidad. Aunque era un jefe de los cobradores de impuestos, no se avergonzó de hacer algo fuera de lo convencional para ver al Salvador. Debido a que era pequeño de estatura, se dio cuenta de que le impedirían ver bien a Jesús. Y corriendo delante, subió a un sicómoro a lo largo del camino que el Señor tenía que pasar. Este acto de fe no quedó inadvertido. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, vio a Zaqueo. Entonces le ordenó que descendiese aprisa, y se invitó a posar en la casa del cobrador de impuestos. Éste es el único caso registrado en el que el Salvador se invitase él mismo a una casa. 19:6 Zaqueo hizo lo que se le había mandado, y recibió gozoso al Señor. Casi con toda certeza podemos fijar su conversión en este punto. 19:7 Todos los críticos del Salvador murmuraban contra Él porque había ido a hospedarse con un hombre pecador. ¡Pasaban por alto que habiendo venido a un mundo como el nuestro, quedaba limitado exclusivamente a hogares así! 19:8 La salvación había introducido un cambio radical en la vida del recaudador de impuestos. Manifestó al Señor que ahora iba a dar a los pobres la mitad de sus bienes. (Hasta este momento había estado quitando a los pobres todo lo que había podido.) También planeaba restituir por cuadruplicado todo dinero que hubiese ganado de manera fraudulenta. Esto era más que lo que demandaba la ley (Éx. 22:4, 7; Lv. 6:5; Nm. 5:7). Esto muestra que ahora Zaqueo estaba movido por el amor, mientras antes estaba dominado por la codicia. Hay pocas dudas de que Zaqueo había conseguido bienes de forma fraudulenta. Wuest traduce el versículo 8: «Y por cuanto he defraudado…» No hay aquí una cláusula «si» condicional. Casi suena como si Zaqueo estuviese jactándose de su filantropía y confiando en esto para su salvación. Pero no se trata de esto en absoluto. Estaba diciendo que su nueva vida
en Cristo le llevaba a desear hacer restitución por el pasado, y que en gratitud a Dios por su salvación, ahora quería usar su dinero para la gloria de Dios y bendición de sus semejantes. El versículo 8 es uno de los más enérgicos de la Biblia acerca de la restitución. La salvación no exime a nadie de rectificar los males del pasado. Las deudas contraídas durante el tiempo anterior a la conversión no quedan canceladas por el nuevo nacimiento. Y si se robó dinero antes de la salvación, entonces el verdadero sentido de la gracia de Dios demanda que este dinero sea restituido después que esta persona haya llegado a ser hijo de Dios. 19:9 Jesús anunció de manera llana que la salvación había venido a la casa de Zaqueo, porque era hijo de Abraham. La salvación no llegó a Zaqueo porque él fuese judío de nacimiento. Aquí la expresión «hijo de Abraham» indica más que el linaje natural; significa que Zaqueo ejerció la misma clase de fe en el Señor que Abraham. Asimismo, la salvación no llegó a la casa de Zaqueo por su caridad y restitución (v. 8). Estas cosas son el efecto de la salvación, no su causa. 19:10 Como respuesta a los que le criticaban por alojarse en casa de un pecador, Jesús dijo: El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
N.
La Parábola de las Diez Minas (19:11–27)
19:11 Al irse aproximando el Salvador a Jerusalén después de haber partido de Jericó, muchos de Sus seguidores pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente. En la parábola de las diez minas enfrió estas esperanzas. Mostró que iba a haber un intervalo entre Su Primera y Segunda Venida, durante el cual Sus discípulos habían de estar activos en Sus asuntos. 19:12–13 La parábola del hombre noble tenía un verdadero paralelo en la historia de Arquelao. Había sido escogido por Herodes como su sucesor pero había sido rechazado por el pueblo. Fue a Roma para que le confirmasen el nombramiento, después volvió, recompensó a sus siervos y destruyó a sus enemigos. En esta parábola, el mismo Señor Jesús es el hombre noble que se fue al cielo para esperar al tiempo en que iba a volver y establecer Su reino sobre la tierra. Los diez siervos tipifican a Sus discípulos. A cada uno de ellos le dio una mina y les ordenó que negociasen con la mina hasta que Él volviese. Aunque hay diferencias en los talentos y capacidades de los siervos del Señor (véase la parábola de los talentos, Mt. 25:14–30), hay algunas cosas que tienen en común, como el privilegio de compartir el evangelio y de representar a Cristo en el mundo, y el privilegio de la oración. Es indudable que las minas se refieren a estas cosas en común. 19:14 Los conciudadanos representaban a la nación judía. No sólo lo rechazaron, sino que tras Su partida enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. La embajada podría tener su cumplimiento en el tratamiento aplicado a los siervos de Cristo, como Esteban y otros mártires. 19:15 Aquí se ve al Señor, en tipo, volviendo para establecer Su reino. Luego él pasará cuentas con aquellos a los cuales había confiado el dinero. Los creyentes en esta presente edad deberán dar cuentas acerca de su servicio ante el Tribunal de Cristo. Esto tiene lugar en el cielo, después del Arrebatamiento.
El remanente judío fiel que será testigo de Cristo durante el Periodo de la Tribulación dará cuentas en la Segunda Venida de Cristo. Éste es el juicio que parece estar primordialmente a la vista en este pasaje. 19:16 El primero de los siervos había ganado diez minas con la que le había sido confiada. Era consciente de que el dinero no era suyo (tu mina) y la empleó tan bien como pudo para provecho de su señor. 19:17 El amo lo encomió como fiel en lo poco —recordatorio de que tras haber hecho lo mejor de nuestra parte, somos sólo siervos inútiles—. Su recompensa sería tener autoridad sobre diez ciudades. Las recompensas por el servicio fiel están aparentemente ligadas al gobierno en el reino de Cristo. La magnitud en la que un discípulo gobernará va determinada por la medida de su devoción y entrega propia. 19:18–19 El segundo siervo había ganado cinco minas con su mina original. Su recompensa sería la de estar sobre cinco ciudades. 19:20–21 El tercero vino sin nada más que excusas. Devolvió la mina cuidadosamente guardada en un pañuelo. No había ganado nada con ella. ¿Por qué no? Como contestación le dio la culpa al hombre noble. Dijo que el noble era hombre exigente que espera beneficios sin inversión. Pero sus propias palabras lo condenaban. Si pensaba que el noble era así, al menos tendría que haber puesto la mina en un banco para ganar algún interés. 19:22 Al citar las palabras del noble, Jesús no estaba admitiendo que fuesen verdaderas. Era sencillamente el corazón pecaminoso del siervo el que para excusar su propia pereza acusaba al amo. Pero si realmente creía esto, debía haber actuado en consecuencia. 19:23 El versículo 23 parece sugerir que deberíamos dirigir todo lo que tenemos para la obra del Señor o bien pasarlo a alguien que lo pueda emplear para Él. 19:24–26 El veredicto del hombre noble sobre el tercer siervo fue que le quitasen la mina, y la diesen al que tenía diez minas. Si no usamos nuestras oportunidades para el Señor, nos serán quitadas. Por otra parte, si somos fieles en lo muy poco, Dios se cuidará de que nunca carezcamos de medios para servirle aún más. Puede que a más de uno le parezca injusto que aquella mina le fuese dada al que ya tenía diez, pero es un principio permanente en la vida espiritual que aquellos que le aman y sirven apasionadamente reciben áreas de oportunidad que se van ampliando más y más. Y dejar de aprovechar las oportunidades da como resultado una pérdida de todo. El tercer siervo sufrió la pérdida de recompensa, pero no se especifica otro castigo. Aparentemente, aquí no hay cuestión acerca de su salvación. 19:27 Los ciudadanos que no querían al hombre noble como rey sobre ellos son denunciados como enemigos y son condenados a muerte. Ésta era una triste predicción de la suerte de la nación que había rechazado al Mesías.
X. EL HIJO DEL HOMBRE EN JERUSALÉN (Caps. 19:28– 21:38) A.
La Entrada Triunfal (19:28–40)
19:28–34 Era ahora el domingo antes de Su crucifixión. Jesús había llegado cerca de la ladera oriental del Monte de los Olivos, dirigiéndose a Jerusalén. Y… llegando cerca de Betfagé y de Betania … envió dos de sus discípulos a una aldea para que consiguiesen
un pollino para Su entrada en Jerusalén. Les precisó de manera exacta dónde encontrarían el animal y qué dirían sus dueños. Después que los discípulos hubieron explicado su misión, los dueños parecieron bien dispuestos a dejar el pollino para que Jesús lo emplease. Quizá habían recibido alguna bendición antes por el ministerio del Señor y se habían ofrecido para ayudarle siempre que lo necesitase. 19:35–38 Los discípulos hicieron una silla para el Señor con sus mantos. Otros tendían sus mantos por el camino delante de Él al ir subiendo por la base occidental del Monte de los Olivos hacia Jerusalén. Luego, todos a una, los seguidores de Jesús prorrumpieron en alegres alabanzas a Dios a grandes voces por todas las maravillas que le habían visto hacer. Lo aclamaban como el Rey de parte de Dios, y entonaban que el efecto de Su venida era paz en el cielo, y gloria en las alturas. Es significativo que clamasen Paz en el cielo en lugar de «paz en la tierra». No podría haber paz en la tierra, porque el Príncipe de la Paz había sido rechazado e iba a ser pronto muerto. Pero habría paz en el cielo como resultado de la inminente muerte de Cristo en la cruz del Calvario y de Su ascensión al cielo. 19:39–40 Los fariseos se indignaron de que Jesús fuese aclamado y honrado públicamente de esta forma. Le sugirieron que debía reprender a Sus discípulos. Pero Jesús respondió que esta aclamación no era posible evitarla. Si los discípulos no le aclamaban, las piedras aclamarían. Con estas palabras reprendió a los fariseos por ser más duros e insensibles que las piedras inanimadas.
B.
El Hijo del Hombre llora sobre Jerusalén (19:41–44)
19:41–42 Cuando Jesús llegó cerca de Jerusalén, pronunció un lamento sobre la ciudad que había perdido su dorada oportunidad. Si tan sólo el pueblo le hubiese recibido como el Mesías, esto habría significado la paz para ellos. Pero no reconocieron que Él era la fuente de la paz. Ahora era demasiado tarde. Ellos ya habían decidido qué iban a hacer con el Hijo de Dios. Debido a que le habían rechazado, sus ojos habían quedado cegados. Por cuanto no querían verle, ya no podrían verle más en adelante. Detengámonos aquí, y reflexionemos acerca de la maravilla de las lágrimas del Salvador. Como ha dicho W. H. Griffith Thomas, «Sentémonos a los pies de Cristo hasta que aprendamos el secreto de Sus lágrimas, y al contemplar los pecados y dolores de la ciudad y del campo, lloremos también por ellos». 19:43–44 Jesús dio un solemne anuncio profético del asedio de Jerusalén por Tito — cómo aquel general romano iba a rodear la ciudad con vallado, atrapando a los habitantes en el interior, y haciendo una matanza de jóvenes y viejos, y cómo la ciudad sería derribada a ras de tierra, murallas y edificios, todo. No iba a quedar piedra sobre piedra. Y todo ello se debía a que Jerusalén no conoció el tiempo de su visitación. El Señor había visitado la ciudad con Su ofrecimiento de salvación. Pero la gente no le quería. No tenían lugar para Él en su programa.
C.
La segunda purificación del Templo (19:45–46)
Jesús había purificado el templo al comienzo de Su ministerio público (Jn. 2:14–17). Ahora, al precipitarse el fin de Su ministerio, entró en los sagrados recintos y comenzó a echar fuera a todos los que estaban haciendo de aquella casa de oración una cueva de
ladrones. El peligro de introducir el comercialismo en las cosas de Dios está siempre presente. La actual cristiandad está leudada por este mal: Bazares eclesiales y sociales, campañas económicas dirigidas, predicación por beneficio; y todo ello en nombre de Cristo. Cristo citó las Escrituras (Is. 56:7 y Jer. 7:11) para apoyar Su acción. Toda reforma de abusos en la iglesia se ha de fundamentar en la Palabra de Dios.
D.
Enseñando a diario en el Templo (19:47–48)
Jesús estaba enseñando a diario en el área del templo —no en su interior, sino en los atrios donde podía estar el común de la gente—. Los guías religiosos anhelaban una excusa para matarle, pero todo el pueblo estaba todavía cautivado por el Nazareno obrador de milagros. Todavía no había llegado Su tiempo. Sin embargo pronto iba a llegar la hora, y entonces los principales sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo actuarían y cumplirían sus deseos. Estamos ya en lunes. El día siguiente, martes, el último día de Su enseñanza pública, se describe en 20:1–22:6.
E.
La autoridad del Hijo del Hombre, cuestionada (20:1–8)
20:1–2 ¡Qué imagen! El Maestro y Señor proclamando infatigable las buenas nuevas en el recinto del templo, mientras los guías de Israel desafiaban con insolencia Su derecho a enseñar. Para ellos Jesús era un rudo carpintero de Nazaret. Tenía poca educación formal, y ningún grado académico, y carecía de acreditación de un cuerpo eclesiástico. ¿Cuáles eran sus credenciales? ¿Quién le había dado esta autoridad para enseñar y predicar a otros y para purificar el templo? ¡Querían saberlo! 20:3–8 Jesús les respondió haciéndoles una pregunta; si ellos le respondían correctamente, respondería a su propia pregunta. El bautismo de Juan, ¿era con aprobación divina, o meramente de autoridad humana? Se vieron atrapados. Si reconocían que la predicación de Juan tenía la unción de Dios, entonces, ¿por qué no obedecieron Su mensaje arrepintiéndose y recibiendo al Mesías que él había proclamado? Pero si decían que Juan era meramente otro predicador profesional, esto suscitaría la ira de las masas, que seguían reconociendo a Juan como profeta de Dios. Y respondieron que no sabían de dónde Juan había recibido su autoridad. Jesús les dijo: «Bueno, en este caso tampoco yo os diré con qué autoridad enseño». Si ellos no podían decirlo acerca de Juan, ¿por qué cuestionaban la autoridad de uno que era mayor que Juan? Este pasaje muestra que el gran condicionante esencial para enseñar la palabra de Dios es estar lleno del Espíritu Santo. El que tenga esta dotación puede triunfar sobre aquellos cuyo poder está envuelto en grados académicos, títulos humanos y honores. «¿Dónde conseguiste tu diploma? ¿Quién te ordenó?» Estas antiguas preguntas, posiblemente nacidas de los celos, siguen haciéndose hoy en día. El predicador del evangelio eficaz que no ha entrado en los atrios académicos teológicos de alguna distinguida universidad o similar es cuestionado tocante a los puntos de su idoneidad y de la validez de su ordenación.
F.
La Parábola de los Viñadores Malvados (20:9–18)
20:9–12 El insistente anhelo del corazón de Dios sobre la nación de Israel es narrado otra vez en esta parábola de la viña. Dios es el hombre que arrendó la viña (Israel) a los labradores (los guías de la nación, véase Is. 5:1–7). Luego envió siervos a los labradores, para que le diesen del fruto de su viña. Estos siervos eran los profetas de Dios, como Isaías y Juan el Bautista, que querían llamar a Israel al arrepentimiento y a la fe. Pero los gobernantes de Israel invariablemente persiguieron a los profetas. 20:13 Finalmente, Dios envió a Su hijo amado, con el pensamiento expreso de que le tendrían respeto (aunque, naturalmente, Dios sabía que Cristo sería rechazado). Observemos que Cristo se distingue de todos los otros. Ellos eran siervos: Él es el Hijo. 20:14 Fieles a su historia pasada, los labradores decidieron librarse del heredero. Querían derechos exclusivos como guías y maestros del pueblo —para que la heredad sea nuestra—. Ellos no querían ceder su posesión religiosa a Jesús. Si le mataban, el poder de que ellos disfrutaban en Israel no se vería desafiado —o esto pensaban ellos. 20:15–17 Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. En este punto, Jesús preguntó a Sus oyentes judíos qué iba a hacer el señor de la viña con aquellos malvados labradores. En Mateo, los principales sacerdotes y ancianos se condenaron a sí mismos contestando que los mataría (Mt. 21:41). Aquí, el mismo Señor da la respuesta: Vendrá y destruirá a estos labradores, y dará su viña a otros. Esto significa que los judíos que rechazaban a Cristo serían destruidos, y que Dios daría a otros el puesto de privilegio. Los «otros» puede que se refiera a los gentiles o al Israel regenerado de los últimos días. Los judíos se sintieron horrorizados por esta sugerencia: ¡Que no suceda tal cosa! El Señor les confirmó esta predicción citando el Salmo 118:22. Los edificadores judíos desecharon a Cristo, la Piedra. Ellos no tenían puesto en sus planes para Él. Pero Dios había decidido que Él tendría el puesto preeminente, haciendo de Él la piedra angular, la piedra indispensable y en el puesto de mayor honor. 20:18 Las dos venidas de Cristo quedan indicadas en el versículo 18 Su Primera Venida es descrita como una piedra en el suelo; los hombres tropezaron en Él en Su humillación con que había velado Su gloria, y quedaron quebrantados a trozos por haberle rechazado. En la segunda parte del versículo se ve a la piedra cayendo del cielo y quebrantando a los incrédulos, desmenuzándolos.
G.
Dando a César y a Dios (20:19–26)
20:19–20 Los principales sacerdotes y los escribas se dieron cuenta de que Jesús había estado hablando contra ellos, por lo que decidieron más aún echarle mano. Enviaron entonces espías para inducirle a decir algo por lo cual pudiese ser arrestado y juzgado por el gobernador romano. Estos espías primero le encomiaron como uno que era fiel a Dios a toda costa y sin temer a los hombres —esperando que hablaría contra César. 20:21–22 Le preguntaron si estaba bien para los judíos dar tributo a César. Si Jesús decía que no, entonces lo acusarían de traición y lo entregarían a los romanos para que fuese juzgado. Si decía que sí, se enajenaría a los herodianos (y también a la gran masa de los judíos). 20:23–24 Jesús se dio cuenta de la trama que habían planeado en contra de Él. Les pidió entonces que le mostrasen un denario; quizá no tenía uno Él mismo. El hecho de que ellos poseyesen y empleasen estas monedas mostraba la esclavitud de ellos a un poder
gentil. ¿De quién tiene la imagen y la inscripción?, preguntó Jesús. Ellos admitieron que era de César. 20:25–26 Entonces Jesús los silenció con este mandamiento: Pues dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Estaban aparentemente muy preocupados por los intereses de César pero no estaban ni de cerca tan entregados a los intereses de Dios. «El dinero pertenece a César y vosotros pertenecéis a Dios. Que el mundo tenga sus monedas, pero que Dios tenga a Sus criaturas.» Es muy fácil entretenerse en cuestiones secundarias mientras que se descuidan las cosas principales de la vida. Y es muy fácil pagar nuestras deudas a nuestros semejantes mientras que robamos a Dios lo que le debemos.
H.
Los saduceos y su enigma acerca de la resurrección (20:27–44)
20:27 Habiendo fracasado el intento de atrapar a Jesús en una cuestión política, algunos de los saduceos se acercaron entonces con una sofistería teológica. Ellos negaban la posibilidad de que los cuerpos de los muertos volviesen jamás a levantarse, y buscaron una ilustración extrema para ridiculizar la doctrina de la resurrección. 20:28–33 Le recordaron a Jesús que en la Ley de Moisés se suponía que un soltero tenía que casarse con la viuda de su hermano para dar continuidad al nombre de la familia y preservar la propiedad de dicha familia (Dt. 25:5). Según la historia que ellos proponían, una mujer se casó sucesivamente con siete hermanos. Tras morir el séptimo, ella no había aún tenido hijo alguno. Finalmente, murió también la mujer. En la resurrección, pues — querían saber ellos—, ¿de cuál de ellos será mujer? Ellos pensaban que eran muy inteligentes al proponer un problema irresoluble. 20:34 Jesús les respondió que la relación matrimonial era sólo para este siglo, esta vida; no proseguiría en el cielo. No dijo que maridos y mujeres no se reconocerían en el cielo, sino que su relación allí tendría una base totalmente diferente. 20:35 La expresión los que sean tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo no sugiere que nadie sea personalmente digno del cielo: la única dignidad que pueden tener los pecadores es la dignidad del Señor Jesucristo. «Los que son tenidos por dignos son los que se juzgan a sí mismos, los que vindican a Cristo, y los que reconocen que toda dignidad pertenece a Él.» La frase la resurrección de entre los muertos hace referencia a la resurrección sólo de los creyentes. El término «de entre» es traducción de la preposición griega ek. No aparece en la Biblia la idea de una resurrección general en la que todos, salvos y perdidos, resuciten a la vez. 20:36 En el versículo 36 se añade acerca de la superioridad del estado celestial. Ya no hay más muerte; a este respecto, los hombres serán como ángeles. Además, serán manifestados como hijos de Dios. Los creyentes son ya hijos de Dios, pero no de una manera patente a los sentidos. En el cielo serán visiblemente manifestados como hijos de Dios. El hecho de tener participación en la Primera Resurrección asegura esto. «Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Jn. 3:2). «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col. 3:4). 20:37–38 Para demostrar la resurrección, Jesús se refirió a Éxodo 3:6, donde Moisés cita al Señor llamándose a Sí mismo Dios de Abraham… de Isaac y … de Jacob. Ahora bien, si los Saduceos se querían parar a reflexionar, se darían cuenta de que: (1) Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. (2) Abraham, Isaac y Jacob estaban ya muertos
entonces. La necesaria conclusión es que Dios tiene que resucitarlos de los muertos. El Señor no dijo «Yo era el Dios de Abraham…», sino, «Yo soy …» El carácter de Dios, como Dios de vivos, exige la resurrección. 20:39–44 Algunos de los escribas tuvieron que admitir la fuerza de este argumento. Pero Jesús no había terminado; una vez más apeló a la Palabra de Dios. En el Salmo 110:1 David llama al Mesías su Señor. Por lo general, los judíos reconocían que el Mesías sería el Hijo de David. ¿Cómo podía ser a la vez el Señor de David e Hijo de David? El mismo Señor Jesús era la respuesta a esta pregunta. Él descendía de David como Hijo del Hombre; pero era el Creador de David. Mas ellos eran demasiado ciegos para darse cuenta de esto.
I.
Advertencia contra los escribas (20:45–47)
Jesús advirtió públicamente a la multitud contra los escribas. Llevaban ropas largas, afectando piedad. Les gustaba que se dirigiesen a ellos con títulos distintivos en las plazas. Procuraban conseguir las primeras sillas en las sinagogas y en los banquetes. Pero robaban a las indefensas viudas todos sus ahorros, y cubrían su maldad con largas oraciones. Esta hipocresía sería castigada tanto más severamente.
J.
Las Dos Blancas de la viuda (21:1–4)
Mientras Jesús contemplaba a unos ricos echar sus ofrendas en el arca del tesoro del templo, se sintió afectado por el contraste entre los ricos y una viuda pobre. Ellos daban algo, pero ella lo había dado todo. En la estima de Dios, ella dio más que todos ellos juntos. Ellos daban de lo que les sobra; ella, en cambio, dio de su pobreza. Ellos daban lo que les costaba poco o nada; ella dio todo el sustento que tenía. «El oro de la riqueza que se da porque no se necesita, lo echa Dios al abismo sin fondo, pero el cobre teñido de sangre lo levanta Él y lo besa transformándolo en el oro de la eternidad.»
K.
Bosquejo de acontecimientos futuros (21:5–11)
Los versículos 5–33 son un gran discurso profético. Aunque se parece al Discurso del Olivete en Mateo 24 y 25, no es idéntico al mismo. Una vez más deberíamos recordar que las diferencias en los Evangelios tienen un profundo significado. En este discurso, encontramos al Señor refiriéndose alternativamente a la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C. y luego a las condiciones que precederán a Su Segunda Venida. Es una ilustración de la ley de la doble referencia —Sus predicciones iban a tener pronto un cumplimiento parcial en el asedio de Tito, pero tendrán un posterior pleno cumplimiento al final del Periodo de la Tribulación. El bosquejo del discurso parece ser como sigue: 1. Jesús predijo la destrucción de Jerusalén (vv. 5, 6). 2. Los discípulos preguntaron cuándo iba a suceder esto (v. 7). 3. Jesús dio primero una imagen general de los acontecimientos que iban a preceder a Su propia Segunda Venida (vv. 8–11). 4. Luego dio en grandes rasgos la caída de Jerusalén y de la era que seguiría (vv. 12–24).
5. Finalmente, les refirió las señales que precederían a Su Segunda Venida, y apremió a Sus seguidores que viviesen esperando Su regreso (vv. 25–26). 21:5–6 Mientras algunos de la gente admiraban la magnificencia del templo de Herodes, Jesús les advirtió que no se concentrasen en los objetos materiales que pronto pasarían. Llegarían los días en que el templo quedaría totalmente arrasado. 21:7 Los discípulos sintieron inmediatamente curiosidad por saber cuándo iba a suceder aquello, y qué señal indicaría su inminencia. Su pregunta se refería indudablemente a la destrucción de Jerusalén. 21:8–11 La respuesta del Salvador parecía al principio llevarlos hacia adelante al fin de la era, cuando el templo sería destruido de nuevo antes del establecimiento del reino. Habría falsos mesías y falsos rumores, guerras y sublevaciones. No sólo habría conflictos entre las naciones, sino también grandes cataclismos de la naturaleza —terremotos,… hambres y pestilencias, terrores y grandes señales en el cielo.
L.
El periodo antes del fin (21:12–19)
21:12–15 En la sección precedente, Jesús había descrito acontecimientos inmediatamente anteriores al fin de la era. El versículo 12 es introducido con la siguiente expresión: Pero antes de todas estas cosas… De modo que creemos que los versículos 12–24 describen el periodo entre la época del discurso y la futura Tribulación. Sus discípulos serían arrestados, perseguidos, juzgados ante poderes religiosos y civiles, y encarcelados. Podría parecerles un fracaso y una tragedia a ellos, pero en realidad el Señor predominaría para hacer de todo aquello un testimonio para Su gloria. Ellos no debían preparar su defensa por adelantado. En la hora crítica, Dios les daría una especial sabiduría para decir cosas que dejarían totalmente confusos a los que se les opusiesen. 21:16–18 Habría perfidia en las familias; los parientes inconversos entregarían a los cristianos, y algunos serían incluso muertos debido a su testimonio de Cristo. Hay una aparente contradicción entre el versículo 16, matarán a algunos de vosotros, y el versículo 18, Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Esto sólo puede significar que aunque alguno de ellos muriesen como mártires por Cristo, su preservación espiritual sería completa. Morirían, pero no perecerían. 21:19 El versículo 19 indica que los que resistan pacientemente por Cristo en lugar de renunciar a Él demostrarán así la realidad de su fe. Los que sean genuinamente salvos se mantendrán fieles y leales a toda costa. La RSV lee: «Por vuestra persistencia ganaréis vuestras vidas».
M.
La sentencia sobre Jerusalén (21:20–24)
Ahora el Señor toma con claridad el tema de la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C. Este acontecimiento quedaría señalado por el hecho de que la ciudad sería rodeada por los ejércitos de Roma. El cristiano de aquellos primeros tiempos —el año 70 d.C— tenía una señal específica para introducir la destrucción de Jerusalén y el arrasamiento del hermoso templo de mármol: «Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed que su desolación ha llegado». Ésta debía ser una señal positiva de la destrucción de Jerusalén, y ante la señal
debían huir. La incredulidad podría argüir que con un ejército rodeando las murallas de la ciudad, la huida sería imposible; pero la Palabra de Dios nunca falla. El general romano retiró sus tropas por un breve periodo de tiempo, dando así oportunidad a los judíos creyentes para escapar. Y lo hicieron; se fueron a un lugar llamado Pella, donde fueron preservados. Cualquier intento penetrar nuevamente en la ciudad sería fatal para ellos. La ciudad estaba para ser castigada por haber rechazado al Hijo de Dios. Las mujeres encinta y las que estuviesen criando se encontrarían en franca desventaja; se verían dificultadas de escapar del juicio de Dios sobre la tierra de Israel y sobre el pueblo judío. Muchos serían los muertos, y los sobrevivientes serían llevados cautivos a otras tierras. La última parte del versículo 24 es una notable profecía de que la antigua ciudad de Jerusalén quedaría sujetada al gobierno gentil desde aquel entonces hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan. No significa que los judíos no pudiesen controlarla por algún breve periodo; el pensamiento es que estaría constantemente sometida a invasión e interferencia por parte de los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles. El NT distingue entre las riquezas de los gentiles, la plenitud de los gentiles y los tiempos de los gentiles. 1. Las riquezas de los gentiles (Ro. 11:12) se refiere al puesto de privilegio de que gozan los gentiles en el tiempo presente mientras Israel está temporalmente puesto de lado por Dios. 2. La plenitud de los gentiles (Ro. 11:25) es la época del Arrebatamiento, cuando la novia gentil de Cristo será completada y tomada de la tierra y cuando Dios reanudará Sus tratos con Israel. 3. Los tiempos de los gentiles (Lc. 21:24) comenzaron en realidad con el cautiverio babilónico, 521 a.C., y se extenderán hasta el momento en el que las naciones gentiles dejen de ejercer el control sobre la ciudad de Jerusalén. A lo largo de los siglos desde la época de las palabras del Salvador, Jerusalén ha sido mayormente controlada por las potencias gentiles. El Emperador Julián el Apóstata (331– 363 d.C.) trató de desacreditar el cristianismo intentando refutar esta profecía del Señor. Por esta causa alentó a los judíos a reconstruir el templo. Ellos se dedicaron de buena gana a la tarea, incluso empleando palas de plata en su despilfarro. Pero mientras trabajaban, se vieron interrumpidos por un terremoto y por bolas de fuego que surgían del subsuelo. Tuvieron que abandonar el proyecto.
N.
La Segunda Venida (21:25–28)
Estos versículos describen las convulsiones de la naturaleza y los cataclismos en la tierra que precederán a la Segunda Venida de Cristo. Habrá perturbaciones implicando el sol, la luna y las estrellas, perturbaciones que serán claramente visibles desde la tierra. Los cuerpos celestes se moverán de sus órbitas. Esto podría hacer que el eje de la tierra se inclinase. Habrá grandes olas de agua que barrerán regiones de los continentes. El pánico se apoderará de la humanidad a causa de cuerpos celestes en un curso de casi colisión con la tierra. Pero hay esperanza para los piadosos:
Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria. Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.
O.
La higuera y todos los árboles (21:29–33)
21:29–31 Otra señal que indicará la inminencia de Su regreso será que brotarán la higuera y todos los árboles. Aquí, la higuera es un buen símbolo de la nación de Israel; en los últimos días comenzará a dar evidencia de una nueva vida. Desde luego, no carece de significación que después de siglos de dispersión y oscuridad, la nación de Israel fue restablecida en 1948, y es ahora reconocida como miembro de la familia de las naciones. El hecho de que los otros árboles también brotan puede significar el enorme crecimiento del nacionalismo y el surgimiento de muchos nuevos gobiernos en nuevos países del mundo en desarrollo. Estas señales significarían que el glorioso reino de Cristo sería pronto establecido. 21:32 Jesús dijo que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca. Pero, ¿qué significa para él «esta generación»? 1. Algunos creen que se refería a la generación viviendo en la época en la que pronunció estas palabras, y que todo se cumplió en la destrucción de Jerusalén. Pero esto no puede ser, porque Cristo no volvió en una nube con poder y gran gloria. 2. Otros creen que «esta generación» se refiere a las personas viviendo cuando estas cosas comiencen a suceder, y que los que vivan para ver el comienzo de las señales vivirían para ver el regreso de Cristo. Todos los acontecimientos predichos sucederían dentro de una generación. Ésta es una posible explicación. 3. Otra posibilidad es que «esta generación» se refiera al pueblo judío en su actitud de hostilidad contra Cristo. El Señor estaba diciendo que la raza judía sobreviviría, esparcida pero indestructible, y que esta actitud para con Él no cambiaría a través de los siglos. Quizá los dos puntos 2 y 3 sean ciertos. 21:33 Los cielos atmosférico y estelar pasarán. También pasará la tierra en su forma presente. Pero estas predicciones del Señor Jesús no dejarán nunca de ser cumplidas.
P.
Advertencia a Velar y a Orar (21:34–38)
21:34–35 Mientras tanto, Sus discípulos deberían guardarse de quedar tan ensimismados en comer, beber y en las preocupaciones mundanas, que Su venida tuviese lugar de repente. Así es como vendrá sobre todos los que piensan en la tierra como su morada permanente. 21:36 Los verdaderos discípulos deberían velar y orar en todo tiempo, separándose de esta forma del mundo impío que está condenado a experimentar la ira de Dios, e identificándose con los que van a estar en pie aceptados delante del Hijo del Hombre. 21:37–38 Cada día el Señor enseñaba en el área del templo, pero salía a pasar las noches en el Monte de los Olivos, sin hogar en el mundo que Él había hecho. Y todo el pueblo venía a él de madrugada, anhelantes de oírle en el templo.
XI. LA PASIÓN DEL HIJO DEL HOMBRE (Caps. 22, 23) A.
El complot para matar a Jesús (22:1–2)
22:1 La fiesta de los panes sin levadura designa aquí el periodo que comienza con la pascua y que se extiende durante siete días más, durante los que no se comía ningún pan leudado. La pascua se celebraba el día catorce del mes de Nisán, el primer mes del año judío. Los siete días desde el decimoquinto del mes hasta el vigésimo primero se conocían como la fiesta de los panes sin levadura, pero en el versículo 1, este nombre incluye toda la fiesta. Si Lucas hubiese estado escribiendo para judíos, no habría tenido necesidad de mencionar la conexión entre la fiesta de los panes sin levadura y la pascua. 22:2 Los principales sacerdotes y los escribas estaban intrigando sin cesar cómo podrían acabar con el Señor Jesús, pero se daban cuenta de que habían de hacerlo sin causar tumulto, porque temían al pueblo, y sabían que muchos seguían estimando en mucho a Jesús.
B.
La perfidia de Judas (22:3–6)
22:3 Entró Satanás en Judas, por sobrenombre Iscariote, uno de los doce discípulos. En Juan 13:27, se dice que esta acción tuvo lugar después que Jesús le diese el bocado de pan durante la comida de la Pascua. Concluimos bien que esto tuvo lugar en etapas sucesivas, o que Lucas está enfatizando el hecho más que el momento exacto en que tuvo lugar. 22:4–6 En cualquier caso, Judas hizo un arreglo con los principales sacerdotes, y con los jefes de la guardia, esto es, los oficiales de la guardia del templo. Había trazado un cuidadoso plan mediante el que podría entregárselo sin causar un levantamiento popular. Este plan resultó enteramente aceptable, y convinieron en darle dinero —treinta piezas de plata, como sabemos por otros pasajes. De modo que Judas salió para preparar los detalles de su pérfido plan.
C.
Preparativos para la Pascua (22:7–13)
22:7 Hay problemas concretos en relación con los varios periodos de tiempo mencionados en estos versículos. El día de los panes sin levadura sería normalmente considerado como el trece de Nisán, cuando se había de eliminar toda la levadura de los hogares judíos. Pero aquí dice que era el día en el que se debía sacrificar el cordero de la pascua, y esto lo haría el catorce de Nisán. Leon Morris, junto con otros académicos, sugiere que se empleaban dos calendarios para la pascua, uno oficial y otro seguido por Jesús y otros. Creemos que los acontecimientos del último jueves comienzan aquí y prosiguen hasta el versículo 53. 22:8–10 El Señor envió a Pedro y a Juan a Jerusalén para que hiciesen los preparativos para celebrar la comida de la pascua. En las instrucciones que les dio hizo patente Su perfecto conocimiento de todas las cosas. Cuando llegasen a la ciudad les saldría al encuentro un hombre con un cántaro de agua. Esto era algo insólito en una ciudad oriental. Por lo general eran las mujeres las que llevaban los cántaros de agua. Este
hombre es aquí una buena imagen del Espíritu Santo, que conduce buscando almas al lugar de la comunión con el Señor. 22:11–13 El Señor no sólo sabía anticipadamente la situación y camino de este hombre, sino que conocía también que cierto padre de familia estaría dispuesto a poner su gran aposento alto amueblado a disposición Suya y de Sus discípulos. Quizá este hombre conocía al Señor y había puesto ya su persona y bienes a disposición de Él. Hay diferencia entre el aposento para albergue de huéspedes del versículo 11 que pidieron los discípulos y el gran aposento alto ya dispuesto (amueblado). El generoso anfitrión les proveyó de una mejor estancia que la que esperaban los discípulos. Cuando Jesús nació en Belén, no hubo lugar para Él en el mesón (Gr.: kataluma). Aquí Él dijo a los discípulos que pidiesen un aposento (Gr.: kataluma, esto es, un albergue para huéspedes), pero recibieron algo mejor: un gran aposento alto amueblado. Todo sucedió como Él lo había predicho, y los discípulos prepararon la pascua.
D.
La última Pascua (22:14–18)
22:14 Durante siglos, los judíos habían celebrado la fiesta de la pascua, que conmemoraba su gloriosa liberación de Egipto y de la muerte por medio de la sangre del cordero sin tacha. ¡Cuán vívidamente debió esto haberse presentado a la mente del Salvador cuando se sentó a la mesa con Sus apóstoles para celebrar la fiesta por última vez! Él era el verdadero Cordero Pascual, cuya sangre iba a ser pronto derramada para la salvación de todos los que confiasen en Él. 22:15–16 Esta pascua en particular tenía para él un sentido inenarrable, y había deseado con anhelo comerla antes de padecer. No iba Él a celebrarla otra vez hasta que volviese a la tierra y estableciese Su glorioso reino. La construcción ¡cuánto he deseado …! (Gr.: «Con deseo he deseado») comunica el sentido de un anhelo ardiente, apasionado. Estas palabras reveladoras invitan a los creyentes de cada edad y lugar a considerar cuán apasionadamente anhela Jesús la comunión con nosotros a Su mesa. 22:17–18 Cuando hubo tomado la copa de vino que formaba parte del ritual de la pascua, dio gracias por ella y la pasó a los discípulos, recordándoles otra vez que no bebería ya más del fruto de la vid, hasta que viniera el reino milenial. La descripción de la comida de la Pascua termina con el versículo 18.
E.
La primera Cena del Señor (22:19–23)
22:19–20 La última pascua fue inmediatamente seguida por la Cena del Señor. El Señor Jesús instituyó este sagrado memorial para que Sus seguidores a lo largo de los siglos le recordaran así en Su muerte. Primero de todo les dio pan, símbolo de Su cuerpo que pronto iba a ser dado por ellos. Luego, la copa hablaba elocuentemente de Su preciosa sangre que iba a ser derramada en la cruz del Calvario. Se refirió a ella como la copa del nuevo pacto en Su sangre, que fue derramada por los Suyos. Esto significa que el nuevo pacto, que había hecho primariamente con la nación de Israel, fue ratificado con Su sangre. El pleno cumplimiento del Nuevo Pacto tendrá lugar durante el reino de nuestro Señor Jesucristo en la tierra, pero como creyentes, nosotros entramos en sus beneficios en el tiempo presente.
No es preciso insistir en que el pan y el vino son tipos o representación de Su cuerpo y sangre. Su cuerpo no había sido todavía entregado, ni había sido aún derramada Su sangre. Por ello, es absurdo sugerir que los símbolos fuesen cambiados milagrosamente a las realidades. Al pueblo judío le estaba prohibido comer sangre, y los discípulos sabían por tanto que Él no se estaba refiriendo a sangre literal, sino a aquello que tipificaba Su sangre. 22:21 Parece evidente que Judas estuvo realmente presente en la última cena. Sin embargo, en Juan 13 se ve con igual claridad que el traidor abandonó el lugar después que Jesús le diese el bocado mojado en la salsa del plato. Por cuanto esto tuvo lugar antes de la institución de la Cena del Señor, muchos creen que Judas no estaba realmente presente cuando se pasaron el pan y el vino. 22:22 Los padecimientos y muerte de Jesús eran algo que estaba determinado, pero Judas le traicionó con el pleno consentimiento de su propia voluntad. Por esta causa dijo Jesús: ¡Ay de aquel hombre por quien es entregado! Aunque Judas era uno de los doce, no era un verdadero creyente. 22:23 El versículo 23 revela algo de la sorpresa y desconfianza propia de los discípulos. No sabían quién de ellos sería culpable de un acto tan vil.
F.
La verdadera grandeza está en Servir (22:24–30)
22:24–25 ¡Es una terrible denuncia contra el corazón humano que inmediatamente después de la Cena del Señor los discípulos discutiesen entre ellos acerca de quién de ellos era el mayor! El Señor Jesús les recordó que en Su economía, la grandeza era lo totalmente opuesto a la idea del hombre. Los reyes que reinaban sobre las naciones eran comúnmente considerados como grandes personas; de hecho, eran llamados bienhechores. Pero se trataba de un mero título. En realidad eran crueles tiranos. Tenían el nombre de lo bueno, pero sin rasgos personales para concordar con ellos. 22:27 En la estima de los hombres, era mayor ser invitado a una comida que servirla. Pero el Señor Jesús vino como siervo de los hombres, y todos los que quisiesen seguirle deberían imitarle en esto. 22:28–30 Fue una muestra de bondad de parte del Señor encomiar a los discípulos por haber permanecido con Él en Sus pruebas. Acababan de pelearse entre sí. Muy pronto, todos lo abandonarían y huirían. Y sin embargo, Él sabía que en sus corazones le amaban, y que habían soportado oprobio por causa de Su nombre. Su recompensa sería que se sentarían en tronos juzgando a las doce tribus de Israel cuando Cristo vuelva a sentarse en el trono de David y reine sobre la tierra. Con tanta certidumbre como el Padre había prometido este reino a Cristo, así de seguro reinarían con Él sobre el Israel renovado.
G.
Jesús predice la negación de Pedro (22:31–34)
Ahora viene el último en una serie de tres tenebrosos capítulos de la historia de la infidelidad humana. El primero fue la perfidia de Judas. El segundo fue la egoísta ambición de los discípulos. Ahora tenemos la cobardía de Pedro. 22:31–32 La repetición Simón, Simón, habla del amor y de la ternura en el corazón de Cristo para con Su vacilante discípulo. Satanás había pedido tener a todos los discípulos en su poder para sacudirlos como trigo. Y Jesús se dirigió a Pedro como representante de todos ellos. Pero el Señor había rogado por Simón que su fe no se eclipsara. («Yo he
rogado por ti» son unas palabras de un valor incalculable.) Después de haber vuelto a Él, él debería fortalecer a sus hermanos. Este volver no se refiere a la salvación, sino a la restauración de una caída. 22:33–34 Con una autoconfianza fuera de lugar, Pedro expresó su disposición a acompañar a Jesús a la cárcel y a la muerte. Pero tuvo que oír que antes que hubiese amanecido plenamente, ¡habría negado tres veces que siquiera conocía al Señor! En Marcos 14:30, se cita al Señor diciendo que antes de que el gallo cantase dos veces, Pedro le negaría tres veces. En Mateo 26:34; Lucas 22:34 y Juan 13:38, el Señor dice que antes que cantase el gallo, Pedro le negaría tres veces. Es desde luego difícil conciliar esta aparente contradicción. Es posible que hubiese más de un canto de gallo, uno durante la noche y otro al amanecer. También se debería observar que el registro del Evangelio registra al menos seis tipos diferentes negaciones de Pedro. Él negó a Cristo ante: 1. Una muchacha (Mt. 26:69, 70; Mr. 14:66–68). 2. Otra muchacha (Mt. 26:71, 72). 3. La muchedumbre que estaba alrededor (Mt. 26:73, 74; Mr. 14:70, 71). 4. Un hombre (Lc. 22:58). 5. Otro hombre (Lc. 22:59, 60). 6. Un siervo del sumo sacerdote (Jn. 18:26, 27). Por sus palabras, este hombre es probablemente diferente de los otros: «¿No te vi yo en el huerto con él?» (v. 26).
H.
Nuevas órdenes de marcha (22:35–38)
22:35 Con anterioridad en Su ministerio, el Señor había enviado a Sus discípulos sin bolsa, sin alforja, y sin calzado —lo mínimo, lo más esencial, iba a ser suficiente para ellos—. Y así había resultado. Tuvieron que confesar que nada les había faltado. 22:36 Pero ahora estaba a punto de dejarlos, y ellos iban a entrar en una nueva fase del servicio. Iban a quedar expuestos a la pobreza, al hambre y al peligro, y les sería necesario hacer provisión para sus necesidades presentes. Ahora deberían tomar bolsa, alforja o saco de alimentos, y si carecían de una espada, habrían de vender el manto y comprar una. ¿Qué quería decir cuando les dijo que comprasen una espada? Parece claro que no puede haber querido decir que tendrían que utilizar la espada como instrumento ofensivo contra otras personas. Esto habría sido una violación de Su enseñanza en pasajes como: «Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían» (Jn. 18:36). «Todos los que empuñen espada, a espada perecerán» (Mt. 26:52). «Amad a vuestros enemigos …» (Mt. 5:44). «A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mt. 5:39; véase también 2 Co. 10:4). Entonces, ¿a qué se refería Jesús por «la espada»? 1. Algunos sugieren que se estaba refiriendo a la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios (Ef. 6:17). Esto es posible, pero entonces deberían espiritualizarse la bolsa, la alforja y el vestido.
2. Williams dice que la espada se refiere a la protección de un gobierno ordenado, observando que en Romanos 13:4 hace referencia al poder del magistrado. 3. Lange dice que la espada es para defensa contra enemigos humanos, pero no para ataque. Pero Mateo 5:39 parece eliminar el uso de la espada, incluso para propósitos defensivos. 4. Algunos creen que la espada era para defensa sólo contra animales feroces. Esto es una posibilidad. 22:37 El versículo 37 explica por qué era ahora necesario que los discípulos tomasen dinero, bolsa de comida y espada. El Señor había estado hasta ahora con ellos, proveyendo a sus necesidades temporales. Pronto se apartaría de ellos, en conformidad a la profecía de Isaías 53:12. Las cosas que concernían a él tenían cumplimiento; esto es, Su vida y ministerio terrenales llegarían a su fin al quedar Él contado con los inicuos. 22:38 Los discípulos no comprendieron en absoluto al Señor. Sacaron dos espadas, implicando que serían suficiente defensa para los problemas que surgiesen por delante. Jesús concluyó la conversación diciendo: ¡Basta! Aparentemente, lo que ellos comprendieron era que podrían frustrar el intento de Sus enemigos blandiendo las espadas. ¡Nada más lejos de Su pensamiento!
I.
La agonía en Getsemaní (22:39–46)
22:39 El Huerto de Getsemaní estaba situado en la ladera occidental del monte de los Olivos. Jesús iba allí frecuentemente para orar, y los discípulos, incluyendo naturalmente al traidor, lo sabían. 22:40 Al terminar la Cena del Señor, Jesús y los discípulos salieron del aposento alto y se dirigieron al huerto. Al llegar allí, les advirtió Él que orasen, que no entrasen en tentación. Quizá la tentación particular que tenía Él en mente era la presión de abandonar a Dios y a Su Cristo cuando se aproximasen los enemigos. 22:41–42 Luego Jesús dejó a los discípulos y se dirigió más hacia el interior del huerto donde se puso a orar a solas. Su oración era que si el Padre quería, que apartase de Él aquella copa; pero que no se hiciese Su voluntad, sino la de Dios. Comprendemos esta oración como significando: Si hay alguna otra forma por la que los pecadores puedan ser salvos que yendo yo a la cruz, revela ahora esta forma. Los cielos estuvieron callados, porque no había otra forma. No creemos que los sufrimientos de Cristo en el huerto formasen parte de Su obra expiatoria. La obra de la redención fue cumplida durante las tres horas de tinieblas en la cruz. Pero Getsemaní fue una anticipación del Calvario. Allí, el solo pensamiento del contacto con nuestros pecados fue causa del agudo sufrimiento del Señor Jesús. 22:43–44 Su perfecta humanidad se ve en la agonía que acompañó a Su oración. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Sólo Lucas registra esto, así como que su sudor era como grandes gotas de sangre engrumecidas que caían sobre la tierra. Este último detalle atrajo la atención de este cuidadoso médico. 22:45–46 Cuando Jesús volvió a sus discípulos, éstos estaban durmiendo, pero no de indiferencia, sino de agotamiento debido a la tristeza. Los apremió a que se levantasen y orasen, porque se estaba acercando la hora de la crisis, y se verían tentados a negarle delante de las autoridades.
J.
Jesús, negado y arrestado (22:47–53)
22:47–48 Para este momento, Judas había llegado con un grupo de los principales sacerdotes, ancianos y jefes de la guardia del templo para arrestar al Señor. Por previo acuerdo, el traidor debía señalar quién era Jesús besándole. Stewart comenta: Éste es el punto culminante del horror, el último punto de infamia más allá de la que no podría llegar infamia humana alguna, cuando en el huerto Judas traicionó a su maestro, no con un grito, ni con un golpe ni una puñalada, sino con un beso. Con un profundo sentimiento, Jesús preguntó: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre? 22:49–51 Los discípulos se dieron cuenta de lo que había de acontecer, y se dispusieron a actuar. De hecho, uno de ellos, Pedro, para ser específicos, blandió una espada y cortó la oreja derecha al siervo del sumo sacerdote. Jesús le reprendió por emplear medios carnales para luchar una batalla espiritual. Había llegado Su hora, y se debían cumplir los predeterminados consejos de Dios. Lleno de gracia, Jesús tocó la oreja del herido, y le sanó. 22:52–53 Volviéndose a los guías y oficiales judíos, Jesús les preguntó por qué habían salido contra él con espadas y palos como si Él fuese un ladrón fugitivo. ¿Acaso no había estado enseñando cada día en el área del templo, y sin embargo no le habían detenido entonces? Pero sabía cuál era la respuesta. Ésta era la hora de ellos, y la potestad de las tinieblas. Era ahora alrededor de la medianoche del jueves. Parece que el juicio religioso de nuestro Señor tuvo tres etapas. Primero, compareció ante Anás. Luego, ante Caifás. Finalmente, fue juzgado ante todo el Sanedrín. Los acontecimientos desde este punto hasta el versículo 65 tuvieron lugar probablemente entre la una y las cinco de la madrugada del viernes.
K.
Pedro niega a Jesús y llora amargamente (22:54–62)
22:54–57 Cuando el Señor fue llevado a casa del sumo sacerdote, Pedro seguía de lejos. Ya dentro, se mezcló con los que se calentaban al fuego en el centro del patio. Entonces una criada… se fijó en Pedro y dijo a todos que se trataba de uno de los seguidores de Jesús. De una forma lastimosa, Pedro negó conocerle. 22:58–62 Poco después, otro señaló acusadoramente a Pedro como uno de los seguidores de Jesús de Nazaret. Otra vez Pedro lo negó. Pasada como una hora, alguien más reconoció a Pedro como galileo, y también como discípulo del Señor. Pedro negó saber de qué estaba hablando aquel hombre. Pero esta vez su negación quedó marcada por el canto de un gallo. En ese oscuro momento, se volvió el Señor y miró a Pedro; y Pedro se acordó de la predicción de que Antes que el gallo cante, él le negaría tres veces. La mirada del Hijo de Dios envió a Pedro fuera, a la noche, para llorar amargamente.
L.
Los soldados se burlan del Hijo del Hombre (22:63–65)
Fueron los oficiales asignados al templo sagrado de Jerusalén los que habían apresado a Jesús. Ahora, estos supuestos guardianes de la santa casa de Dios comenzaron a burlarse de Jesús y a golpearle. Después de vendarle los ojos, le golpeaban el rostro, y le preguntaban luego quién había sido el que lo había hecho. Esto no es todo lo que hicieron, pero Él soportó con paciencia esta contradicción de pecadores contra Sí mismo.
M.
El juicio matutino delante del Sanedrín (22:66–71)
22:66–69 Al hacerse de día (entre las cinco y las seis de la madrugada), los ancianos llevaron a Jesús al lugar de su sanedrín. Los miembros del Sanedrín le preguntaron directamente si Él era el Mesías. Jesús les vino a decir que de nada serviría discutir el asunto con ellos. Ellos no estaban abiertos a recibir la verdad. Pero les advirtió que Aquel que estaba ahora ante ellos en humillación estaría un día sentado a la diestra del poder de Dios (véase Salmo 110:1). 22:70–71 Entonces ellos le preguntaron llanamente si Él era el Hijo de Dios. No hay duda alguna acerca de qué querían decir. Para ellos, el Hijo de Dios era Aquel que era igual con Dios. El Señor Jesús les dijo: Vosotros lo decís; lo soy (véase Mr. 14:62). Esto era todo lo que ellos necesitaban. ¿No le habían oído decir una blasfemia, pretendiendo la igualdad con Dios? No había necesidad ya de testimonio. Pero había un problema. En la ley de ellos, la pena por blasfemia era la muerte. Pero los judíos estaban bajo la autoridad de Roma y no tenían autoridad para aplicar la pena de muerte. Para ello tendrían que llevar a Jesús ante Pilato, y él no estaría en absoluto interesado en una acusación religiosa como la de blasfemia. De modo que tenían que presentar acusaciones políticas contra Él.
N.
Jesús ante Pilato (23:1–7)
23:1–2 Después de Su comparecencia ante el Sanedrín (toda la muchedumbre de ellos), Jesús fue llevado precipitadamente ante Pilato, el gobernador romano, para ser juzgado por la potestad civil. Ahora los guías religiosos presentaron tres acusaciones políticas. Primero de todo, le acusaron de que había estado pervirtiendo a la nación, esto es, de apartar al pueblo de la lealtad debida a Roma. En segundo término, dijeron que prohibía a los judíos dar tributo a César. Finalmente, lo acusaron de hacerse a sí mismo rey. 23:3–7 Cuando Pilato le preguntó si Él era el Rey de los judíos, el Señor contestó que así era. Pilato no interpretó este reconocimiento como una amenaza contra el Emperador de Roma. Después de una entrevista privada con Jesús (Jn. 18:33–38a), se volvió a los principales sacerdotes, y a la gente, diciéndoles que no hallaba en Él ningún delito. La muchedumbre se volvió más insistente, acusando a Jesús de incitar a la rebelión, comenzando desde la menospreciada Galilea y llegando hasta Jerusalén. Cuando Pilato oyó la palabra Galilea, pensó que había encontrado una vía de escape para sí mismo. Galilea era jurisdicción de Herodes, y de esta manera Pilato trató de evitar involucrarse más en este caso entregando a Jesús a Herodes. Sucedía que en aquellos mismos días estaba Herodes de visita en Jerusalén. Herodes Antipas era hijo de Herodes el Grande, el asesino de los pequeñuelos de Belén. Era Antipas el que había asesinado también a Juan el Bautista por condenar su ilícita
relación con la mujer de su hermano. Éste es el Herodes a quien Jesús llama «aquel zorro» en Lucas 13:32.
O.
El arrogante interrogatorio de Herodes (23:8–12)
23:8 Herodes se alegró mucho de que Jesús compareciese ante él. Había oído muchas cosas acerca de él, y hacía mucho tiempo que deseaba verle hacer algún milagro. 23:9–11 Pero por muchas preguntas que le hacía Herodes al Salvador, éste no respondía. Los judíos se volvían más violentos en sus acusaciones, pero Jesús no abría la boca. Todo lo que Herodes pudo hacer, pensaba, era dejar que sus soldados maltratasen a Jesús, y burlarse de Él vistiéndole de una ropa espléndida y volviendo a enviarle a Pilato. 23:12 Antes, Pilato y Herodes habían estado enemistados, pero ahora la enemistad se volvió en amistad. Los dos pertenecían al mismo bando, contra el Señor Jesús, y esto los unía. Teofilacto se lamenta por esto: «Es una vergüenza para los cristianos que mientras que el diablo puede persuadir a los malvados a dejar a un lado sus diferencias para hacer el mal, los cristianos no pueden siquiera mantener la amistad para hacer el bien».
P.
El veredicto de Pilato: Inocente pero condenado (23:13–25)
23:13–17 Por cuanto había fracasado en actuar con rectitud absolviendo a su regio prisionero, Pilato se encontraba ahora atrapado. Convocó una apresurada reunión de los líderes judíos y les explicó que ni … Herodes ni él mismo habían podido encontrar evidencia alguna de deslealtad por parte de Jesús. Nada digno de muerte ha hecho él. De modo que propuso azotar al Señor y luego dejarlo marchar. Como señala Stewart: Naturalmente, esta mísera contemporización era totalmente injustificable e ilógica. Fue el débil intento de un alma impulsada por el miedo de hacer por una parte su deber para con Jesús y complacer a la vez a la muchedumbre. Pero no consiguió ni lo uno ni lo otro, y no es sorprendente que los enfurecidos sacerdotes no aceptasen aquel veredicto a ningún precio. 23:18–23 Los principales sacerdotes y los ancianos se encolerizaron. Demandaban la muerte de Jesús y la liberación de Barrabás, un notorio criminal que había sido echado en la cárcel por sedición ocurrida en la ciudad, y por un homicidio. Una vez más, Pilato intentó débilmente exonerar al Señor, pero las feroces exigencias de la muchedumbre instigada por los sacerdotes ahogaron sus intentos. No importaba lo que dijese él; ellos persistían e instaban a grandes voces, exigiendo la muerte del Hijo de Dios. 23:24–25 Y aunque ya había declarado inocente a Jesús, Pilato le condenó ahora a muerte para complacer a la multitud. Al mismo tiempo, les soltó a Barrabás.
Q.
El Hijo del Hombre llevado al Calvario (23:26–32)
23:26 Era ahora aproximadamente las nueve de la mañana del viernes. De camino a la escena de la crucifixión, los soldados mandaron a un cierto Simón de Cirene … que llevase la cruz. No se sabe mucho acerca de este hombre, pero parece que sus dos hijos llegaron más adelante a ser unos conocidos cristianos (Mr. 15:21).
23:27–30 Una multitud de compasivos seguidores lloraba por Jesús mientras era llevado fuera. Dirigiéndose a las mujeres de la muchedumbre como hijas de Jerusalén, les dijo que no debían compadecerse de Él, sino de sí mismas. Se refería con ello a la terrible destrucción que iba a sobrevenir a Jerusalén en el 70 d.C. El sufrimiento y dolor de aquellos días sería tan grande que las mujeres estériles, hasta entonces objeto de oprobio, serían consideradas especialmente afortunadas. Los horrores del asedio de Tito iban a ser tales que los hombres desearían que los montes cayesen sobre ellos y que los collados los cubriesen. 23:31 Luego el Señor Jesús añadió las palabras: Porque si en el leño verde hacen estas cosas, ¿qué sucederá con el seco? Él mismo era el árbol verde, y el incrédulo Israel era el seco. Si los romanos hacían sufrir tanto oprobio y padecimiento al intachable e inocente Hijo de Dios, ¡cuán terrible sería el castigo que se abatiría sobre los culpables asesinos del amado Hijo de Dios! 23:32 Acompañando a Jesús había también otros dos, que eran malhechores, que habían de ser ejecutados.
R.
La Crucifixión (23:33–38)
23:33 El lugar de la ejecución se llamaba de la Calavera (traducción del Gr. kranion). Quizá la configuración del terreno se parecía a un cráneo, o quizá llevaba este nombre porque era un lugar de ejecuciones, y la calavera se emplea a menudo como símbolo de muerte. Se debe destacar la sobriedad de la Escritura al describir la crucifixión. No se detiene en los terribles detalles. Hay sólo la sencilla declaración: allí le crucificaron. Una vez más son oportunas las observaciones de Stewart: Que el Mesías fuese a morir era algo difícil de aceptar, pero que fuese a morir una muerte como aquella, esto era más allá de toda posibilidad. Pero así era. Todo lo que Cristo jamás tocó —incluyendo la cruz— lo adornó, transfiguró y dejó con un halo de esplendor y hermosura; pero nunca olvidemos de qué abrumadoras honduras elevó él la cruz. Enséñame el sentido De aquella cruz que se levanta Con aquel Varón de dolores, Condenado a desangrarse y morir. Lucy A. Bennett Hubo tres cruces aquel día en el Calvario, la cruz de Jesús en medio, y una cruz de criminal a cada lado. Esto cumplió Isaías 53:12 —«Fue contado con los pecadores». 23:34 Con un amor y misericordia infinitos, Jesús clamó desde la cruz: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¡Quién sabe cuán poderoso Niágara de ira divina detuvo esta oración! Morgan comenta acerca del amor del Salvador: En el alma de Jesús no había resentimiento; no había ira, ni deseo alguno de castigo sobre los que le estaban maltratando. Los hombres han hablado con admiración de la mano dura. Cuando oigo a Jesús hablar de esta manera, sé que el único lugar para el puño de malla es el infierno.
Luego vino la división de sus vestidos entre los soldados, y echar suertes sobre Su túnica sin costura. 23:35–38 Los gobernantes estaban ante la cruz, burlándose de Él, y desafiándole con las palabras sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios. También los soldados le escarnecían, acercándose y ofreciéndole vinagre y desafiando Su capacidad de salvarse a Sí mismo. También pusieron un título sobre Su cabeza: ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS. De nuevo citamos a Stewart: No podemos perder la relevancia del hecho que la inscripción fuese escrita en tres idiomas, griego, latín y hebreo. Es indudable que se hizo así para que todos los espectadores pudiesen leerla; pero la Iglesia de Cristo siempre ha visto en esto —y con toda razón— un símbolo del señorío universal de su Señor. Porque estos eran los tres grandes idiomas del mundo, cada uno de ellos sirviendo de instrumento a una idea dominante. El griego era el lenguaje de la cultura y del conocimiento; en aquel reino, decía la inscripción, ¡Jesús era el rey! El latín era el lenguaje de la ley y del gobierno; ¡Jesús era el rey ahí! El hebreo era el lenguaje de la religión revelada; ¡Jesús era el rey ahí! Por ello, incluso mientras colgaba muriendo, era cierto que «sobre su cabeza había muchas diademas» (cf. Ap. 19:12).
S.
Los dos bandidos (23:39–43)
23:39–41 Aprendemos de las otras narraciones evangélicas que al comienzo, los dos bandidos injuriaban a Jesús. Si Él era el Cristo, ¿por qué no los salvaba a todos? Pero luego uno de ellos recapacitó. Volviéndose a su compañero, lo reprendió por su irreverencia. A fin de cuentas, ellos dos estaban sufriendo por los crímenes que habían cometido. Su castigo era merecido. Pero éste no había hecho nada impropio. 23:42 Volviéndose a Jesús, el malhechor le pidió al Señor que se acordase de él cuando volviese y estableciese Su reino en la tierra. Una fe así es digna de destacar. Aquel malhechor moribundo creyó que Jesús se levantaría de los muertos y que llegaría a reinar sobre el mundo. 23:43 Jesús recompensó su fe con la promesa de que aquel mismo día estaría con Él en el paraíso. El paraíso es lo mismo que el tercer cielo (2 Co. 12:2, 4), y su significado es la morada de Dios. Hoy —¡qué presteza!—. Conmigo —¡qué compañía!—. En el paraíso —¡qué dicha!—. Charles R. Erdman dice así: Esta historia nos revela la verdad de que la salvación está condicionada al arrepentimiento y a la fe. Pero también contiene otros importantes mensajes. Nos declara que la salvación es independiente de los sacramentos. El malhechor nunca había sido bautizado, ni había participado de la Cena del Señor. … De hecho, profesó su fe abiertamente en presencia de una multitud hostil y entre los escarnios y las burlas de los gobernantes y de los soldados, y sin embargo fue salvado sin ningún rito formal. Es además evidente que la salvación es independiente de las buenas obras. … Vemos asimismo que no
hay «sueño del alma». El cuerpo puede que duerma, pero tras la muerte se está consciente. También queda evidente que no hay «purgatorio». Saliendo de una vida de pecado y oprobio, el malhechor penitente pasó inmediatamente a un estado de bendición. De nuevo se puede observar que la salvación no es algo universal. Había dos malhechores; sólo uno fue salvado. Finalmente, se puede observar que la misma esencia del gozo que se extiende tras la muerte consiste en la comunión personal con Cristo. El núcleo de la promesa al ladrón moribundo era esto: «Estarás conmigo.» Ésta es nuestra bienaventurada certidumbre, que partir es «estar con Cristo», lo cual es «muchísimo mejor». Del lado de Jesucristo, uno puede ir al cielo, y otro al infierno. ¿A qué lado de la cruz te encuentras tú?
T.
Tres horas de tinieblas (23:44–49)
23:44 Las tinieblas cubrieron toda la tierra desde la hora sexta … hasta la hora novena, desde mediodía hasta las tres de la tarde. Esto era una señal a la nación de Israel. Ellos habían rechazado la luz, y ahora serían cegados judicialmente por Dios. 23:45 El velo del templo se rasgó por la mitad, de arriba abajo. Esto exponía el hecho de que por medio de la muerte del Señor Jesucristo se había abierto un camino de allegamiento a Dios para todos los que acudan por la fe (He. 10:20–22). 23:46–47 Fue durante estas tres horas de tinieblas que Jesús llevó la pena de nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero. Después, encomendó Su espíritu en manos de Dios, Su Padre, y voluntariamente entregó Su vida. Un centurión romano quedó tan abrumado por la escena que dio gloria a Dios, diciendo: Realmente, este hombre era justo. 23:48–49 Toda la multitud quedó vencida por un terrible sentimiento de dolor y presagios. Algunos de los fieles seguidores de Jesús, incluyendo las mujeres que le habían seguido desde Galilea, estaban de pie… mirando esta escena tan crucial en la historia del mundo.
U.
La sepultura en el sepulcro de José (23:50–56)
23:50–54 Hasta este momento, José había sido un discípulo secreto de Jesús. Aunque era miembro del Sanedrín, no estaba de acuerdo con su veredicto en el caso de Jesús. José se presentó ahora abiertamente a Pilato, y pidió el privilegio de quitar el cuerpo de Jesús de la cruz y de darle una sepultura apropiada. (Era entre las tres y las seis de la tarde.) Le fue concedido el permiso, y con presteza José lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro excavado en una roca, y que nunca había sido usado hasta ahora. Esto sucedió en viernes, el día de la Preparación. Cuando se dice que estaba para comenzar el sábado, debemos recordar que el sábado judío comienza el viernes al ponerse el sol. 23:55–56 Las fieles mujeres… de Galilea siguieron a José, y vieron cómo ponía el cuerpo del Señor en el sepulcro. Y regresando, prepararon especias aromáticas y ungüentos para poder volver y embalsamar el cuerpo de Aquel a quien amaban. Al sepultar el cuerpo de Jesús, José también, en cierto sentido, se sepultó a sí mismo. Aquel acto le separó para siempre de la nación que crucificó al Señor de la vida y de la gloria. Nunca
volvería a formar parte del judaísmo, sino que viviría en separación moral de él y testificando en contra. El sábado, las mujeres descansaron, obedeciendo el mandamiento del sábado.
XII. EL TRIUNFO DEL HIJO DEL HOMBRE (Cap. 24) A.
Las mujeres y el sepulcro vacío (24:1–12)
24:1 Muy de mañana del domingo, las mujeres se dirigieron al sepulcro, llevando las especias aromáticas que habían preparado para el cuerpo de Jesús. Pero, ¿cómo esperaban ellas llegar a Su cuerpo? ¿No sabían acaso que la entrada del sepulcro estaba cerrada por una enorme piedra? No se nos da la respuesta. Todo lo que sabemos es que le amaban profundamente, y que el amor a menudo se olvida de las dificultades para poder llegar a su objeto. «El amor de ellas era madrugador (v. 1) y fue ricamente recompensado (v. 6). Sigue habiendo un Señor resucitado para quien madruga (Pr. 8:17).» 24:2–10 Cuando llegaron, hallaron que había sido retirada la piedra de la entrada del sepulcro. En cuanto entraron, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No es difícil imaginar su perplejidad. Mientras trataban de comprender aquello, dos ángeles (véase Jn. 20:12) con vestiduras resplandecientes se aparecieron a ellas y las tranquilizaron diciéndoles que Jesús vive; de nada les serviría buscarlo en el sepulcro. Había resucitado, tal como lo había prometido cuando aún estaba en Galilea. ¿O no les había predicho que el Hijo del Hombre había de ser entregado en manos de hombres pecadores, que había de ser crucificado, y resucitar al tercer día? (Lc. 9:22; 18:33). Todo aquello se hizo entonces presente en la memoria de ellas. Volviendo apresuradamente a la ciudad, refirieron todas estas cosas a los once discípulos. Entre estas primeras proclamadoras de la resurrección estaban María Magdalena, y Juana, y María madre de Jacobo. 24:11–12 Los discípulos no las creían en absoluto. Era sencillamente un cuento de viejas. ¡Increíble! ¡Una locura! Esto es lo que ellos pensaban… hasta que Pedro visitó personalmente el sepulcro y vio las vendas de amortajar puestas allí solas. Eran los lienzos que habían sido arrollados apretados alrededor del cuerpo. No se nos dice si estaban desenrollados o si todavía presentaban la forma del cuerpo, pero estamos en buen terreno si suponemos esto último. Parece que Jesús pudo abandonar los lienzos mortuorios como si hubiesen sido la envoltura de un gusano de seda. El hecho de que los lienzos mortuorios quedasen atrás demostraba que el cuerpo no había sido robado; los ladrones no se habrían tomado el tiempo de quitarlos. Pedro volvió a su casa, intentando comprender el misterio. ¿Qué significaba todo aquello?
B.
El camino de Emaús (24:13–35)
24:13 Uno de los dos discípulos era un hombre llamado Cleofas; no conocemos la identidad de la otra persona. Puede que se tratase de su mujer. Una tradición afirma que era el mismo Lucas. Todo lo que podemos saber con certeza es que no se trataba de uno de los doce discípulos originales (véase v. 33). En todo caso, los dos estaban hablando con tristeza
acerca de la muerte y sepultura del Señor mientras volvían de Jerusalén a Emaús, un viaje de alrededor de once kilómetros. 24:14–18 Mientras andaban, un extraño se acercó y se puso al lado de ellos; era el Señor resucitado, pero ellos no lo reconocieron. Les preguntó de qué estaban hablando. Al principio se callaron, como la imagen misma de la más abyecta desdicha. Luego Cleofás expresó su sorpresa de que incluso un forastero en Jerusalén no se hubiese enterado de lo que había acontecido. 24:19–24 Jesús les hizo hablar más preguntándoles, ¿Qué cosas? Ellos respondieron rindiendo primero tributo a Jesús, y explicando luego Su juicio y crucifixión. Explicaron sus esperanzas rotas y luego le contaron los rumores de que su cuerpo no estaba ya en el sepulcro. Y algunos ángeles habrían dado seguridades de que él vivía. 24:25–27 Entonces, Jesús les reprendió afectuosamente por no darse cuenta de que éste era justo el camino que los profetas del AT habían predicho acerca del Mesías. Primero, había de sufrir; luego, sería glorificado. Comenzando en Génesis y pasando por todos los libros de los profetas, el Señor repasó todas las Escrituras en lo referente a él, el Mesías. Fue un maravilloso estudio bíblico, ¡y cuánto hubiésemos querido estar entonces con Él! Pero tenemos el mismo AT, y tenemos al Espíritu Santo para enseñarnos, así que también nosotros podemos descubrir en todas las Escrituras lo referente a él. 24:28–29 Por ahora, los discípulos estaban acercándose a su casa. Invitaron a su compañero de viaje a que pasase la noche con ellos. Al principio, Él actuó cortésmente como si fuese a proseguir Su viaje; no quería forzar Su entrada. Pero le constriñeron para que se quedase con ellos, ¡y cuán ricamente fueron recompensados! 24:30–31 Cuando se sentaron para la comida de la sobretarde, el Huésped tomó el puesto del Anfitrión. Aquella frugal comida se tornó en un sacramento, y el hogar devino una Casa de Dios. Esto es lo que hace Cristo allí donde va. Los que le agasajan serán bien agasajados. Los dos le habían abierto su hogar, y ahora Él les abre los ojos (Notas Diarias de la Unión Bíblica). Al partir él el pan y darlo a ellos, le reconocieron por primera vez. ¿Acaso habrían visto las marcas de los clavos en Sus manos? Sólo sabemos que sus ojos habían sido milagrosamente abiertos para ello. En el momento en que esto tuvo lugar, él desapareció de su vista. 24:32 Luego retrocedieron el camino andado. No es sorprendente que sus corazones estuviesen ardiendo dentro de ellos mientras … hablaba con ellos y les abría las Escrituras. Porque su Maestro y Compañero había sido el Señor Jesucristo resucitado. 24:33 En lugar de pasar la noche en Emaús, se fueron a la carrera a Jerusalén donde hallaron a los once y a otros reunidos. «Los once» es aquí un término general para indicar el grupo original de discípulos, excluyendo a Judas. En realidad, no estaban todos los once, como vemos en Juan 20:24, pero el término se emplea en un sentido colectivo. 24:34 Antes que los discípulos de Emaús pudiesen compartir sus gozosas nuevas, los discípulos de Jerusalén anunciaron con júbilo que Jesús había realmente resucitado y se había aparecido a Simón Pedro. 24:35 Entonces les tocó a los dos de Emaús decir: «Sí, lo sabemos, porque Él anduvo con nosotros, entró en nuestra casa, y se nos reveló al partir el pan».
C.
La aparición a los Once (24:36–43)
24:36–41 El cuerpo de resurrección del Señor Jesús era un cuerpo literal y tangible de carne y huesos. Era el mismo cuerpo que había sido sepultado, pero había cambiado en el sentido de que ya no estaba sujeto a la muerte. Con este cuerpo glorificado, Jesús podía entrar en una estancia con las puertas cerradas (Jn. 20:19). Esto es lo que hizo aquella noche del primer domingo. Los discípulos miraron y le vieron, y luego le oyeron decir: Paz a vosotros. Ellos se sintieron embargados de terror, pensando que era un fantasma. Sólo cuando les mostró las señales de Su pasión en las manos y los pies comenzaron a comprender. Pero aun así, era demasiado maravilloso para creerlo. 24:42–43 Entonces, para mostrarles que se trataba realmente del mismo Jesús, comió algo de un pez asado y un trozo de panal de miel.
D.
El entendimiento abierto (24:44–49)
24:44–47 Estos versículos puede que sean un sumario de la enseñanza del Señor entre Su resurrección y ascensión. Explicó que Su resurrección era el cumplimiento de Sus propias palabras a ellos. ¿Acaso no les había dicho que era necesario que se cumpliese todo lo que estaba escrito de Él? La ley de Moisés, los profetas y los salmos eran las tres grandes secciones del AT. Tomadas en conjunto, son todo el AT. ¿Cuál era el sentido de las profecías del Antiguo Testamento acerca de Cristo? Decían que: 1. Era necesario que padeciese (Sal. 22:1–21; Is. 53:1–9). 2. Era necesario que resucitase de los muertos al tercer día (Sal. 16:10; Jon. 1:17; Os. 6:2). 3. Era necesario que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados a toda nación, empezando desde Jerusalén. Jesús les abrió la mente, para que comprendiesen estas Escrituras. De hecho, éste es un capítulo lleno de cosas abiertas: un sepulcro abierto (v. 12), un hogar abierto (v. 29), ojos abiertos (v. 31), Escrituras abiertas (v. 32), labios abiertos (v. 35), mente abierta (v. 45) y cielos abiertos (v. 51). 24:48, 49 Los discípulos eran testigos de la resurrección. Debían salir como heraldos de este mensaje glorioso. Pero primero debían esperar la promesa del Padre, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Entonces serían revestidos de poder para dar testimonio de Cristo resucitado. La promesa del Espíritu Santo está en pasajes del AT como Isaías 44:3; Ezequiel 36:27; Joel 2:28.
E.
La Ascensión del Hijo del Hombre (24:50–53)
24:50–51 La Ascensión de Cristo tuvo lugar cuarenta días después de Su resurrección. Sacó a Sus discípulos fuera hasta Betania, en la ladera oriental del Monte de los Olivos, y alzando sus manos, los bendijo. Mientras hacía esto, fue llevado arriba al cielo. 24:52–53 Ellos, después de haberle adorado, se volvieron a Jerusalén con gran gozo. Durante los siguientes diez días pasaron mucho tiempo en el templo, alabando y bendiciendo a Dios.
El Evangelio de Lucas comienza con unos creyentes devotos en el templo, orando por el Mesías que tanto anhelaban. Termina en el mismo lugar con unos devotos creyentes alabando y bendiciendo a Dios por la respuesta a la oración y por la redención consumada. Es una maravillosa culminación a lo que Renán llamó el libro más hermoso del mundo. Amén.
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