Comer bien es un estilo de vida

rx | entrevista Melania Izquierdo “Comer bien es un estilo de vida” De dilatada trayectoria en el campo de la nutrición, esta investigadora y docent

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Melania Izquierdo

“Comer bien es un estilo de vida” De dilatada trayectoria en el campo de la nutrición, esta investigadora y docente evalúa los hábitos de alimentación del país. Asegura que comer se aprende en familia, pero hay que promover la buena mesa con campañas nacionales de largo alcance Teresa De Vincenzo | Fotografía Roberto Mata

El país a la mesa “Hace falta intervenir a favor de la buena alimentación con campañas de salud a gran escala. Si no hay políticas nacionales no podemos hacer nada en los consultorios”.

Más allá de saciar el hambre, ¿qué significa comer bien? Comer es como llenar el tanque de gasolina del carro: es indispensable para respirar, levantarse y salir a trabajar. Según su edad, estatura, masa corporal y actividad física, el ser humano necesita cierta cantidad de macro y micro nutrientes para funcionar. Si se excede, empiezan los problemas, y si no los consume, también. ¿Quién enseña a comer? La casa. La alimentación está determinada por lo que se aprende en el hogar y por cierta predisposición genética.

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“Hay personas que asocian la comida con distintos estados de ánimo: depresión, frustración, ira, euforia”

Los hábitos de familia son importantísimos y los nutricionistas tenemos que lidiar con ellos, porque hay patrones que se van transmitiendo y cada persona come de manera distinta.

¿Cómo fomentar buenos hábitos de alimentación? Hay que empezar por los bebés. La lactancia materna es fundamental para establecer el patrón nutricional del individuo y debe ser el único alimento durante los primeros seis meses. ¿Por qué la lactancia marca el patrón de nutrición? Porque es el primer alimento y es ideal para el aparato digestivo y el sistema inmunológico del niño. Los productos maternizados podrán estar mejorados, pero tienen proteínas y azúcares con componentes alergénicos que pueden alterar la respuesta del organismo infantil. Cuando la madre dice “no me sale leche” y ofrece el tetero para

“complementar” la alimentación, generalmente supera las necesidades del pequeño y fomenta malos hábitos. La subjetividad materna asocia tetero con afecto, pero en vez de amor está dando calorías de más.

¿Qué factores determinan la forma de comer de una población? Depende del nivel de desarrollo del país, el clima, la actividad económica y, por supuesto, la historia cultural y educación de sus pobladores. En Venezuela hemos pasado de ser una sociedad rural a una industrial y eso ha influido en la forma de comer, especialmente en las grandes ciudades. ¿Hay patrones de consumo por regiones del país? Sí. El andino come más carbohidratos y proteínas que vegetales. En Occidente consumen muchas calorías en forma

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“La figura materna como eje aglutinador de la mesa se está perdiendo”

de grasa. En Oriente comen más sano por su acceso al pescado, pero abusan de los carbohidratos. En Los Llanos tienen predilección por la carne y el queso.

En general, ¿cómo come el venezolano? Imitamos muchos patrones foráneos desacertados. Estamos perdiendo la costumbre de ingerir alimentos nuestros –como las caraotas– y los hemos sustituido por perros calientes, hamburguesas y papas fritas. Nuestros hábitos eran buenos, aunque no por consumir vegetales, sino por comer menos grasa y porciones más pequeñas. ¿Cuál es el error más común del venezolano en la mesa? En líneas generales no balancea bien los grupos de alimentos fundamentales (lípidos, proteínas y carbohidratos), pero lo más grave es que combina grasa con carbohidratos: tequeño, pasta con margarina o mayonesa, arepa, empanada y plátano fritos. Esos alimentos son populares y extremadamente dañinos, porque desde el punto de vista calórico duplican la ingesta requerida: en una comida se consumen todas las calorías necesarias de un día. ¿Tener dinero supone comer mejor? No necesariamente. Se ven casos de mala alimentación en todos los estratos sociales. Hay quienes argumentan que no tienen dinero para comprar buena comida, pero adquieren refrescos y chucherías que cuestan más que los vegetales. Otros se deciden por los carbohidratos porque son más rendidores: un kilo de pasta alcanza para varios y sacia más que un kilo de tomates. También hay gente de altos ingresos que consume comida rápida por comodidad y muchos que van de restaurante en restaurante probando diferentes propuestas por seguir los caprichos de la moda. También influye la publicidad: algunos consumen lo que proponen la televisión y las vallas. ¿Influyen los estados emocionales en el buen comer? Claro, porque hay personas que asocian la comida con distintos estados de ánimo: depresión, frustración, ira, euforia. La gente come por esas razones y eso amerita un tratamiento. ¿Qué se le puede decir a una persona de 100 kilos que se sienta frente al nutricionista y espera que ocurra una especie de magia que le permita adelgazar

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mientras sigue consumiendo dulces con desesperación? Vamos a estar dando vueltas sobre lo mismo.

¿Por qué se le atribuye tanto valor social al bajo peso? Porque la delgadez se asocia con éxito y belleza y la gordura con descuido y fracaso. Lo importante es rescatar el término salud. El buen comer es saludable y equilibrado: ni demasiado ni tan poco y, mucho menos, por moda. Si una paciente me plantea que quiere adelgazar porque en dos meses tiene una fiesta y necesita ponerse un vestido más pequeño, le digo que se equivocó de consultorio. Estamos hablando de cosas distintas. Comer bien es un estilo de vida. ¿Cómo influye el patrón de imagen que promueven los medios? Afecta muchísimo. Por un lado, los medios le dicen a la gente “come”, y por el otro promocionan a mujeres y hombres delgadísimos como modelos de felicidad. Son dos cosas absolutamente contradictorias y dos industrias muy poderosas: la que invita a comer y la que promete hacer bajar de peso. ¿El resultado? Crean expectativas a quienes quieren participar en el festín sin engordar. Es importante regular eso. ¿Es la nutrición vulnerable a la intervención inescrupulosa? Sin duda. Aquí cualquier persona monta un negocio, prescribe dietas y nadie lo controla. Las revistas están llenas de ofertas irreales para bajar de peso: que si “pierda 10 kilos en un mes” o “baje de peso sin dejar de comer”. Nada de eso es posible. Siempre digo a mis pacientes que esas dietas “maravillosas” afectan el metabolismo y merman su capacidad de recuperación y funcionamiento. Lo que hay que hacer es aprender a comer. ¿Qué falta hacer en Venezuela a favor del buen comer, y qué se ha logrado? Hace falta intervenir con campañas de salud a gran escala a favor de la buena alimentación. Si no hay políticas nacionales no podemos hacer nada en los consultorios. En cuanto a logros, por lo menos tenemos el etiquetado de los productos, pero aún hay mucho que perfeccionar. Lo bueno es que ahora cada envase ofrece más información y la gente tiende a evaluar mejor lo que está comprando.

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Consulta de peso “La gente dice: ‘me canso subiendo las escaleras’, ‘repito mucho la comida’, ‘me lleno de gases’. Es el cuerpo que está hablando, pero no lo escuchan”.

Comer era un ritual familiar. ¿Qué consecuencias tiene que la mesa haya perdido su carácter de lugar de encuentro? Es muy lamentable. Ojalá mantuviéramos los ritmos europeos que respetan la hora del almuerzo. Aquí se ha

“americanizado” mucho el horario y hay una competencia muy insana entre el trabajo y la comida. Eso es grave, porque quien sale apurado no desayuna, al mediodía almuerza cualquier cosa y en la noche ingiere una cantidad desproporcionada de calorías. Y si a eso le sumamos la ausencia de un patrón familiar porque ambos padres están en la calle trabajando, imagínese. La figura materna como eje aglutinador de la mesa se está perdiendo, y sin la madre los hijos comen cualquier cosa.

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¿Quién es mejor paciente? El hombre recibe con interés la indicación y suele sostener por más tiempo el tratamiento. La mujer es más propensa a buscar otras opiniones y probar opciones. Hoja de vida Melania Izquierdo Rodríguez es caraqueña. En 1972 se graduó de Nutricionista en la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuando la especialidad apenas se iniciaba en el país. Cursó una maestría en Boston University y a su regreso empezó a trabajar en el Servicio de Endocrinología del Hospital Universitario de Caracas. En el año 2002 realizó en la UCV un doctorado en Nutrición mención Nutrición Clínica. Pasa consulta privada en el Hospital de Clínicas Caracas (HCC) desde 1985. Docente desde hace 23 años, es profesora titular en la Escuela de Nutrición y Dietética de la UCV. Allí dirigió –entre 1999 y 2007– el Postgrado de Nutrición Clínica. Hoy coordina el Programa de Pasantías en Nutrición Clínica del HCC. Es coautora de cuatro libros y articulista sobre la especialidad. Recibió la Orden José María Vargas de la UCV en su segunda categoría. En sus ratos libres lee e investiga: le apasiona la nutrición como disciplina, a la que hace seguimiento dentro y fuera de la consulta o del aula de clases. Asegura que se alimenta bien y que tiene el pensamiento del flaco: “no me acuerdo de lo que como y lo hago en pocas cantidades”. Salir de casa desayunada, evitar saltarse el almuerzo y compartir los dulces es su estrategia para mantener el peso.

¿Qué circunstancias ameritan consultar a un nutricionista? Cada caso es muy particular y depende del paciente, pero en líneas generales hay que acudir ante el aumento de la circunferencia abdominal –que está asociado con problemas cardiovasculares–, diabetes y obesidad. ¿Qué llevan los pacientes a la consulta? Las mujeres suelen ir porque quieren bajar de peso para verse más atractivas. El hombre va más por motivos de salud: porque ya no respira bien, no se puede amarrar los zapatos o le subió la presión arterial.

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¿Cuál es la patología nutricional más frecuente? La obesidad. Y también es la más difícil de tratar, porque es la consecuencia de un desajuste que involucra aspectos físicos, psicológicos, sociales y económicos del paciente. Hay muy poco que ofrecer para revertir esa condición: se debe estar dispuesto a hacer ejercicio, entender la importancia de adoptar un estilo de vida saludable y cambiar la forma de relacionarse con la comida. Quien hace eso, tiene buen pronóstico. En cuanto al comer, ¿qué distingue a gordos y flacos? Cuando evalúo a una persona gorda y le pregunto lo que come, responde vinculando excusas con la comida. Por ejemplo: “ayer me comí un trozo pequeño de torta de chocolate, pero normalmente no lo hago. Es que estaba en un cumpleaños”. Un flaco no dice nada de eso, ni siquiera se acuerda de lo que come. El flaco no tiene plato preferido y puede comer cualquier cosa, porque sabe medirse. ¿Es posible alcanzar el equilibrio en la alimentación? Sí, pero hay que analizar el tipo de vida que se lleva y discriminar los factores que inciden en el aumento de peso. Se debe internalizar lo que se come con seriedad y llegar a conclusiones individuales, en consonancia con la propia realidad: hay que ser capaz de salirse del guión de los medios, los amigos y la familia. ¿Es necesario hacerlo de la mano del nutricionista? Va más allá de un especialista. Tratar la obesidad o fijar un plan de nutrición requiere de un equipo integrado para lograr que la persona se involucre totalmente: el nutricionista, el endocrino, el psicólogo, el entrenador. La buena salud es un trabajo multifactorial. ¿Qué no debe faltar en una nevera? Comida sana y nutritiva. Siempre hay que balancear: lípidos, proteínas y carbohidratos (especialmente vegetales, frutas y alimentos ricos en fibra). •

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