Como cuando el gato no se moría. Carlos Rojas Martínez Gabriela Mandujano Braulio David Hernández Rita Sedano José Garriba

Como cuando el gato no se moría Carlos Rojas Martínez | Gabriela Mandujano Braulio David Hernández | Rita Sedano | José Garriba 2 Prólogo Carlos

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Como cuando el gato no se moría

Carlos Rojas Martínez | Gabriela Mandujano Braulio David Hernández | Rita Sedano | José Garriba

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Prólogo

Carlos Rojas, escritor moreliano, nos cuenta un poco de “Como cuando el gato no se moría”

Autores

Carlos Rojas

Gabriela Mandujano

Braulio David

Rita Sedano

José Garriba

Nació en Morelia, Michoacán, México, en 1983. A los diecisiete años decidió cambiar su nombre por el de Caliche Caroma. Caliche es una piedra caliza, también es una forma poco común para nombrar a los llamados Carlos (bastardos). Caroma es un acrónimo mal hecho y una marca de productos para baño en Australia. Colabora en revistas y periódicos, bajo el nombre de Carlos Rojas Martínez.

Es médico del deporte y se enfoca a la terapia integral. Explora los espacios artísticos como una necesidad de expresión para reflejar y ver en el otro lo que hay dentro de ella misma. Es miembro de la Sociedad de Escritores Michoacanos y ha participado y publicado en algunas revistas de circulación estatal. En sus textos destaca una percepción fantástica de la vida en lo cotidiano y en situaciones sociales y políticas.

Nació en Morelia Michoacán el año de 1970. Es profesor de Educación Secundaria y Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas, egresado de la UMSNH. Es un convencido de que nunca se deja de aprender y por consiguiente procura llevar a la práctica la frase “adelante, siempre adelante”. Inició sus pininos literarios improvisando porras y “cánticos” para la banda de guerra “Michoacán” del PDMU.

Nació el 16 de julio de 1994. Es estudiante de la Licenciatura en Derecho en la UMSNH. Se acercó al arte a la edad de trece años, donde tuvo la oportunidad de incursionar en las artes escénicas en la casa de la cultura bajo la dirección del Maestro Jesús del Río. Formó parte de grupos teatrales como “Uno más otro teatro”, “La Casona del Teatro” y actualmente en “El Corral de la Comedia”.

Nació en Morelia, Michoacán, un otoño del 93. Ha caminado por los suburbios más impredecibles de su ciudad natal, pero actualmente radica en las entrañas de un laberinto llamado Cuévano. Estudia la licenciatura en Letras Españolas de la Universidad de Guanajuato y ha publicado en las revistas Clarimonda y Semen. . Representa la oralidad en todas sus posibles vertientes: oratoria, teatro, rap y spoken word.

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Parte 1 T

e amo con todo mi corazón encarcelado, estas palabras me parecieron las precisas para comenzar la carta que te escribo desde Mil Cumbres, ignoro si algún día la leerás, seguramente será revisada por ojos ajenos, pero me ilusiono pensando que son los tuyos los que se posarán sobre este montón de letras que intentan ser un abrazo, un beso de esa boca que hoy siento tan lejana. ¡Basta Cristina!, me digo para no hacerme caso, porque aquí sigo, escribiendo lo que pasó aquel veintiuno de marzo, mi crimen de primavera. Supe que los vecinos quemaron la casa esa noche, según ellos, fue para eliminar los malos espíritus, gente estúpida sin vida propia, les di motivos para hablar, un poco de emoción en sus aburridas vidas. Cholita la de la tienda me lo contó, ha venido a verme tres veces, ella entiende: "Son cosas que pasan, mija, nadie está libre de tropezar"; me confesó que varias veces estuvo a punto de hacer lo mismo, aunque ella nunca tuvo el valor, yo también la comprendo. Te extraño más de lo que te extrañaba antes, y bueno, el encierro conduce a la melancolía. Asesiné a las niñas para que estuviéramos juntos, sólo los dos, solos en la soledad de la pareja, sabes que me gusta mucho la poesía, a ti nunca te gustó, no importa, lo dijo Cholita, no somos perfectos. Creí que si ellas se iban tú regresarías, fallé en mi cálculo. Aunque no me arrepiento de nada, arrepentirse es hipócrita, lo hice y ya. Estaba harta del llanto y los berrinches, no podía más con las peleas por el control de la televisión, que si las muñecas, la caca del perro, la tarea. Sin ti hasta el pan con leche de las ocho me daba náuseas, el papel de mujer resignada me venía muy mal, era demasiado para alguien como yo. El trabajo me volvía loca, la rutina me comía las ganas: maestra por la mañana, dentista por la tarde, mamá de noche. Y lo peor era que todo me alejaba de ti. Tú te ausentaste porque ojos que no ven, y ya ves, ahora soy una mala madre, loca e insensible, bruja del demonio, me he convertido en una historia nota roja, en una primera plana que nadie recordará después de dos semanas, cuando ocurra alguna otra tragedia. No quería que nuestras hijas sufrieran, en serio, les ahorré miles de penas, simplemente no llorarán más, comparado con lo que les esperaba,

Carlos Rojas Martínez lo sé, sangre fría. Si hubieras estado para detenerme, tampoco es que te culpe, ni siquiera sé dónde estás ahora, te digo que te amo sin saber si leerás esto, con tu presencia las cosas serían de otro modo. Tarde es, anocheció en la esperanza, sigo con este poetizar lo horrible. ¿Que cómo las maté? Las llamé a la sala y les dije que tenía preparada una sorpresa para ellas, la condición era que se tiraran en el piso y cerraran los ojos, se emocionaron tanto. Acostadas por tamaño, en orden descendente, de grande a chica: Ana, Lucía e Itzel, con sus diez, ocho y seis años, se veían tan bonitas. Primero les di fuerte en el cráneo con el martillo que saqué de tu herramienta, dejaste tantas cosas; para que no se escaparan les rompí las rodillas, tuve que actuar rápido pues los gritos las asustarían más, no soy una insensible, además de que no quería llamar la atención de los vecinos, tú sabes lo chismosos que son. Se convulsionaban del dolor, no hubo resultados, ninguna de las tres murió al instante como lo había planeado. Decidí repetir la dosis, cabeza y nuca, incluso garganta. Sus cuerpos se retorcían como si hubieran recibido una descarga eléctrica, pero la muerte no llegó. A Lucía le tocaron más martillazos, tal vez porque siempre fue la más gritona, o quizá por gordita, dicen que la grasa les amortigua los golpes, pobrecita. Le di tan duro como pude, utilicé la parte del martillo con la que se sacan los clavos, la piel se le desgarró, la policía encontró los jirones de su piel regados por todos lados. Es muy difícil matar a alguien, el cine nos engaña. Como cuando quisimos dormir al gato que nos envenenó la vecina, a pesar de que estaba moribundo no cedía, tuviste que romperle el cuello, ¿te acuerdas?, es que tú eres más fuerte, yo soy débil, siempre lo fui. Por eso utilicé la bufanda que me regalaste, la morada con elefantes, cómo me gustaba esa prenda, no pude traerla conmigo, no me dejaron traer nada a la cárcel. Tardó como veinte minutos en dejar de respirar, pobre Lucy, se aferró tanto a la vida, la ahorqué durante cinco minutos o más, o no sé, uno pierde la noción del tiempo, ¿por qué mejor no les di veneno como al gato? Anita vio morir a sus dos hermanas más pequeñas, no se movía, era una espectadora muda, quedó como desmayada, con los ojos abiertos, me

Ilustración: Frenily Herrera dio miedo verla así. Cuando asfixié a Itzel sentí que Ana quería decirme algo, tal vez sólo fue mi imaginación, de su boca salía sangre y en uno de sus estertores escuché la palabra mamá, ¿intentó detenerme? Antes de terminar con ella tomé un respiro, matar cansa, te digo que no es fácil ser un verdugo. Por un momento consideré dejarla viva, no por arrepentimiento sino porque las fuerzas me fallaban. Después del breve descanso le

dije creyendo que me escuchaba: "Hija, esto que hago no es malo, sólo apresuro lo inevitable, tu papi nos dejó y no quiero que ustedes repitan la historia de abandono que hoy vivo, te quiero mucho, mi chiquita", siguió empecinada en su silencio, parecía inerte, no parpadeó, sin embargo aún respiraba. Puse la bufanda en el cuello de Ana y apreté duro, con ella fue rápido, adquirí algo de experiencia. Mira lo que hice, estoy contando esto como si fuera cualquier cosa.

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Parte 2

Y

te digo, amor, que las manos que mecen ya no son las que matan, algo las posee y entonces son una especie de dedos con navajas, de cuerdas apretadas, de amasijo de serpientes coléricas que se comen entre ellas, y tú no estabas y yo quería estar contigo, y tú querías estar conmigo pero sin ellas, y yo quería quererlas, queriéndote. Cuando llegué, ya se había regado el chisme. Los insultos y los escupitajos fueron primero, después, vinieron los golpes y las patadas; y por último, las incisiones y la penetración; es la bienvenida para quienes estamos aquí por matar hijos, nos llaman “las malnacidas de la chingada”, no sé si lo merezco, no me importa, porque sólo pienso en ti, amor y me tranquilizo. Nada es mejor que la celda, aquí encuentro paz y descanso. A veces alguna celadora logra quitarme a las reclusas de encima, pero yo veo que no les importa, yo creo que hasta lo disfrutan y fingen que no ven o que no escuchan las palizas que nos dan. Nadie simpatiza con una mujer que ha matado a sus hijas. Un señor viene de vez en cuando, no sé qué día, ni a qué hora, dice que es mi defensor, yo le creo a todos y a nadie, pero me mira como si le interesara lo que le digo, él dice que me van a trasladar, que a mi cabeza le hace falta algo. Le pregunté por qué caían tantas plumas en mi celda y él me dijo que hay un campo abierto fuera del reclusorio y que algunas plumas deben colarse por las rendijas, por los grandes respiraderos de los pasillos. Insistí en que dentro de mi celda todos los días encuentro plumas, que tal vez no son de aves sino de ángeles, que intentan llegar a mí a través de los barrotes. No le interesó mi explicación, me dijo que pronto regresaría con unos papeles para que los firmara. He llegado a creer que son ellas, amor. Sí, sí, las niñas. Lucía se volvió un ángel o un ave, no importa, que viene a tirarme cada uno de los fragmentos que le deshice con el martillo. Mi gorda. Yo creo que sí es ella porque tenía carita de ángel. No era normal, era como de porce-

Gabriela Mandujano Chávez

Ilustración: Cristina Bustamante lana. Ella buscaba siempre ser la más fuerte, la más lista, y hasta decía que podíamos vender limonada en la calle, le gustaba ir a la estética de la esquina y pasar el tiempo viendo cómo peinaban y maquillaban a las jóvenes de la colonia, yo creo que iba a ser estilista, una de las meras buenas, pero a veces tardaba mucho tiempo y, entonces, la reprendía y me la traía de la oreja. Insistía en trenzarme el cabello. Sus jalones me enloquecían, así que pocas veces dejé que me tocara, ella me decía que me veía bonita, aunque me veía horrible. Me daba miedo su mirada de ángel: sus ojos eran como los de las figuras de los templos, siempre leyendo tus pensamientos y juzgándote. Así miraba, con ganas de hacerte cosas malas. Sabrá Dios a dónde habría llegado esta niña si la hubiera dejado vivir. No era normal tanta pasión por la belleza, por los disfraces,

por verse bien, por transformar lo feo en algo bello, la vida no es así, no es bella… nunca lo ha sido. En mi celda han caído plumas grandes, blancas como de gaviota, mi compañera de celda me sugirió que hiciera un atrapasueños. Lo empecé a tejer pero no pude terminarlo, a la mitad lo deshice, porque vi en aquellas plumas los jirones de la piel de Ana. Y es que en esta celda un atrapasueños no sirve de nada porque las pesadillas empiezan justo cuando uno despierta. He visto en mis sueños caer una lluvia granizada de cálamos de plumas que se clavan en mi pecho diciendo “te perdonamos, mamita, te perdonamos”, después, ya despierta, me he puesto a recoger las plumas del suelo. Ana desde chiquita fue la más mona, la que siempre sonreía, la que sabía qué hacer, me apoyaba con sus hermanas, las cuidaba, se

daba a querer entre la gente. Los vecinos la buscaban a cada rato para platicar en la banqueta y tú la veías con unos ojos que me daban celos. Su cuerpo apenas mostraba unos pequeños pezones infantiles y unas caderas rectas, unas nalgas muy levantadas; ella soñaba con bailar como Shakira, siempre lo intentaba, y yo le veía más encanto. Era arrebatada pero al mismo tiempo dulce; tarareaba “La loba”, me acuerdo, y la letra la hacía reír mucho. Estoy segura de que terminaría de teibolera. Cada quien es lo que es, eso no lo quita nadie. Recuerdo los grandes ojos desorbitados de Ana al ver morir a sus hermanas, me pedía que me detuviera, pero no le hice caso, yo seguí y seguí hasta que dejó de hacer ruido, como un pajarito que espera que su madre le dé de comer y, en lugar de eso, lo empuja al vacío.

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Parte 3 H

Braulio David Hernández Gaona

oy me levanté y deseaba escribirte algo nuevo, mas mi mente divagó en los recuerdos y mi tren detuvo su viaje en la rutina de siempre, esa que nos separó y llevó a fingir el olvido. Hablar de ellas, discutir de todo, olvidar nuestro cariño. Incluso la vida de nuestro pobre gato era más agradable que la que tú y yo tuvimos. Saltar la barda, subirse a las tejas, ronronear por las noches, cazar un grillo. Siempre igual, siempre solitario. Por ello se aferraba tanto a la gata de nuestra vecina y creo que poco le importó la muerte, tras haber logrado su meta aquella noche, bajo el triste concierto de ardientes maullidos. Lo nuestro era monotonía pura, por eso me dejaste sola. Al igual que todos, juzgaste mis acciones, te convertiste en juez, me condenaste al cadalso. Al sumirte en tu sufrimiento jamás supiste lo que yo sentía. Preparaba trabajos para mi próxima clase, llegar a la escuela, recibir regaños de mis directivos: “otra vez viene retrasada”, “se pasó la fecha”, “no entregó los planes”, y yo a gritar sin medida: ¡Calla Juanito, trabaja ya! ¡Espera Lupita, no llores más! Señor don Alfonso, ¡qué bueno que viene! Su niña María, no quiere aprender. Y así sucesivamente, doscientos días con cuarenta alumnos y el mismo estribillo. Tan pronto llegaba a la casa resonaban los ansiosos gritos de mis tres chiquillas: “Mami, quiero un paseo”, “Mami, juega conmigo, solo un poco, anda”. “Mami, mi cuerpo cambia, siento temor, no sé qué me pasa”. Te juro que no podía, aunque deseaba complacerlas, siempre faltaba mucho por calificar. Y así se llegaba la noche, mientras mis hijas jugaban solas y tus ojos destellaban de furia. Cuántas veces me quedé dormida sobre trabajos y tareas, sin tocar siquiera las de mis tres criaturas. Hoy me juzgan las vecinas y el resto de la sociedad con su torpe argumento: “¡Pero era maestra!”. Como si ser maestra no me diera derecho a equivocarme, como si ser maestra me deshumanizara y me despojara de mis sentimientos. Irónicamente intentan marcar mi piel con el sello pulcro que conciben sus mentes podridas, pues quieren limpiar su miseria y acuden a la misa dominical para fingir ser buenas personas. ¡Ah! Vienen a mi mente cada una de ellas. Caminaban en grupo, la cabeza gacha y rumbo a la iglesia, ¡sin faltar una sola vez! Pero al llegar a su casa las cosas cambiaban: doña Chela, a mentarle la madre a todos sus retoños; Luisa, a criticar a cualquier vecino: Mariana, a leer a hurtadillas los recados del

Ilustración: Víctor Solorio curita nuevo; Leticia, a esperar el momento propicio para fugarse por la noche con el esposo de Natalia; y así, cada una: rezaban y volvían a pecar. Por eso las maté, para que no sufrieran bajo el yugo de una sociedad de mierda. Y es que tú no lo viste, amor, ya no estabas. A veces pienso que mejor hubiera hecho lo mismo que tú, largarme al día siguiente y sin mediar motivo. Todavía recuerdo cómo murmuraste a la almohada y a mi oído: “Mañana me voy”. Según tú, estabas harto de mi apatía. Allí se incrementó mi pena. ¿Sabes? Después de mis largas jornadas de trabajo era un aliciente encontrarte dormido. Te contemplaba largo tiempo y cuidaba que las niñas no hicieran el más mínimo ruido para evitar que te despertaran, luego, te cobijaba con un beso y un abrazo. Era un pequeño momento, pero para mí, un mar de alivio. A tu partida, todo cambió, la cama

se enfrío con tu ausencia, mis hijas exigían tu figura paterna, y yo siempre hice mi mejor esfuerzo, pero no podía. Lavar los trastes, planchar, barrer, trapear, servirles a las nenas y preparar comida para el día siguiente y, sobre todo, pagar las deudas que crecían día con día; y es que todo mundo pensaba que por ser maestra, también era millonaria. Al día siguiente repetía mis tareas y veía con ternura, tristeza y dolor cómo en el rostro de Itzel, mi niñita más pequeña, se formaba una máscara de interrogación: “¿por qué nuestra vida ha cambiado tanto?”. Así miraba tras la reja de la escuela, mientras yo, portándome recia, partía con grandes zancadas a fin de no sentir el remordimiento… Y que no me viera llorar. Al contrario de sus hermanas, ella era frágil, era la triste y la más callada. Estoy segura que su corazón no habría resistido muchos años. Si no eras tú con el abandono ni yo con lo que

hice, alguien más le iba a hacer daño. No podía dejarla viva. Tú nunca supiste porque ya te habías ido. Mi corazón se partía cuando llegaba al hogar y encontraba a mis hijas vagando en la calle o en casa ajena. Al principio las reprendí tras pensar que pedían de comer y ello me causaba mucha molestia, pues bien sabían que yo dejaba todo listo. Con el paso del tiempo entendí que buscaban compañía, nuestra casa era bastante helada para proteger a nuestras hijas. Ellas necesitaban consejos, cariños y consuelo, pero papá no estaba y mamá… Mamá no pudo. Por eso las maté y no lo digo en mi descargo, sé que no merezco el perdón de nadie y no lo pido, porque soy consciente de que vivo en un mundo incapaz de comprender que mi vida era una bomba de tiempo y que el hilo se reventó por lo más delgado. Ahora, ellas descansan, y yo, aquí sigo con mi pena.

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Ilustración: Paulina Jiménez

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icen que el tiempo es bálsamo para el dolor, y el tiempo que he pasado aquí me ha embalsamado. Cada día que paso en esta celda, me convence más la idea de que no fui para ti una buena esposa, o la mujer que tú necesitabas, eso sí, fui una magnifica mamá. Tú no tienes derecho a reprocharme nada, nadie puede hacerlo, yo detuve el dolor que les provocaste con tu partida. Se les terminaba el tiempo de ser unas niñitas ingenuas para convertirse en mujeres como yo, capaces de amar y entregarse de verdad a un pobre gato como tú. Estoy segura que se pudieron enfrentar tarde o temprano al abandono, a la soledad y al desamor. Cada minuto que transcurre para mí ya es pasado, ya no soy presente y sin ti no tiene caso ser futuro. Hoy soy pasado, el pasado de tus besos y caricias cuando hacíamos el amor, el pasado de tus manos en mi rostro. Recuerdo el momento donde me pediste que formara parte de tu vida para siempre, ¿muy irónico no? Nunca entendí por qué te fuiste, todo nuestro matrimonio fui por ti y para ti, entregándome plenamente a mis

Rita Ivonne Sedano Domínguez sentidos que se habían desarrollado a tu lado. De seguro ahora estarás amando a alguien más, pidiéndole que forme parte de tu vida para siempre y eso me hace enloquecer, pierdo los estribos y me ahogo en los tic tac del reloj que me impiden ir a matarte ahora mismo con mis propias manos. He pensado infinidad de veces cómo matarte; esta vez no sería una muerte improvisada y fuera de control como lo hice con mis hijas; no cariño mío, tu muerte será más dolorosa, más lacerante, cuidando hasta el más pequeño factor. Creo que me volvería a producir placer matarte como cuando te hice el amor por primera vez. Nunca entendí tu concepto “para siempre”, a lo mejor en unos años me encontraré por estos rumbos a tu otra mujer, acusada de homicidio quizá. Pero no tu asesinato, ese será mi delito personal, yo soy la mujer indicada para matarte como muchas veces lo he soñado en esta celda. Hace unos días comencé a burlarme de lo que el fiscal, el juez, las celadoras y las reclusas dicen de mí; estúpidos todos. Dicen que estoy des-

quiciada y que no debo permanecer más en esta celda en la que te retengo a ti y a las niñas, que me encerrarán en un lugar diferente “para personas como yo”. No quiero dejar esta celda, estoy tan acostumbrada a este lugar, aquí te reencontré, te hice mío y ahora planeo tu muerte, es un lugar especial. Además, las niñas no me encontrarán y no podrán dejarme sus hermosas plumas que aparecen en la ventana de mi celda. Me atormenta dejar este lugar, no me puedo imaginar cómo será el otro recinto y presiento que no me dejarán escribirte estas letras que nunca leerás, pero que siempre son reposo. Comienza de nuevo mi intranquilidad y se lleva mis noches de sueño. Mi mente se ha llenado de los atroces gritos de las niñas y del reflejo de tus ojos. Sabías que Ana heredó tus ojos, por eso no podía dejar de verlos antes de asesinarla. Me decían tantas cosas, me imagino que tendrás la misma mirada cuando te asesine, me rogarás piedad silenciosamente y yo me burlaré de ti. Por eso no puedo permitir que me lleven a otro lugar. Estos pensamientos a los que me he aferrado se

quedarán aquí. La última vez que Cholita vino a verme me dijo que ya no la dejarán verme nunca más. Ella es tan buena y siempre se preocupó por mí. Piensa que el nuevo lugar será mejor y que necesito de mucha ayuda “especial”. Le han lavado el cerebro, pobre loca, de todos modos le di instrucciones para que regresara cuando yo ya no estuviera aquí, para que le diga a las niñas que me busquen. Ellas sabrán encontrar el camino, sobre todo Itzel que siempre fue la más curiosa e intuitiva. Mi “defensor” vino a verme y me dijo que no había nada que hacer. En el nuevo lugar estaré completamente sola. Me aseguró que tendré una nueva oportunidad para encontrarme conmigo misma. De todos modos empiezo a reconfortarme, porque estoy completamente segura que en el nuevo lugar encontraré una manera más fresca de encontrarte y matarte y espero que eso sea pronto, porque dicen que el tiempo es bálsamo para las heridas y cada noche que pasa, el tiempo se encarga de embalsamar las mías.

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Parte 5 José Garriba Es miércoles, amor, te escribo a escondidas. En una intimidad obligada. Los días de escribir cartas son los domingos, pero no estoy segura que ese día llegue antes de mi posible traslado —a un sitio más tranquilo según las celadoras. Ahora corro un leve riesgo porque si me vuelven a sorprender escribiendo otro día que no sea domingo, no me dejarán bañar y comeré frijoles agrios y las náuseas volverán y después las arcadas y los vómitos hasta escupir sangre y los ojos lacrimosos y la cabeza a punto de estallar en mil papelitos y en los papelitos tu nombre, una y otra vez, hasta quedarme dormida sobre esta cama, más dura que el silencio. A veces me pregunto si alguien se acordará de mí allá afuera. No lo creo. Estoy convencida que la hoja de periódico donde apareció mi rostro inmaculado ahora está dentro de una jaula de pájaros o bien, sirve de cobija a algún vagabundo de los que duermen cerca del mercado de dulces. ¿Alguien me nombrará, amor? Aquí dentro nadie habla conmigo. Soy otra sábana en esta litera. Ya no salgo a caminar al patio del reclusorio y es que hasta en las cárceles tus iguales te miran con despectiva superioridad. Todas las mujeres aquí hacen garabatos para sus hijos. Unas tejen con punto de cruz, otras tallan vírgenes o cristos en el taller de madera y las más hábiles dibujan querubines y flores junto al nombre de sus engendros. Me miran como si fuera peor que María Magdalena, y eso que nunca te fui infiel. Antier, Esperanza vio por primera vez a su hijo en el horario de visitas y Rebeca recibió la noticia de que al más grande se lo habían matado en una riña allá por Ventura Puente. Estúpidas. Todas aferrándose a su sangre como queriendo volver el tiempo con las mismas fuerzas con que ahora odian a los hombres por los que robaron y traficaron. ¿Será que les queda algo a qué aferrarse?, o tal vez ¿el arrepentimiento es un invento de la religión? Yo nunca fui devota y ya no me queda nada. Comienzo a pensar que ni tú ni nadie leerá estas palabras y esto no es sino una fe inútil. La insistencia de escribir para nombrarme a mí misma. Las hendiduras que le hago a mi memoria son profundas para poder encontrarte y al mismo tiempo vomitarte los recuerdos, a ver si así te duelen aunque sea un poco. Pero a ti nunca te dolió nada, no te inmutabas por nada. No sé si envidiarte o compadecerte. Recuerdo

Ilustración: Jorge Gutiérrez cuando éramos novios y yo estudiaba en la Escuela Normal, me entusiasmaba que llegaran los viernes para ir a tomar café al Jardín de las Rosas y escuchar a los trovadores. A ti te fastidiaba pero lo sabías fingir con tu serenidad hipócrita, misma que nos daba un aire de bohemios o intelectuales, aunque en el fondo estábamos destinados al fracaso rotundo. Además, mi único momento de lucidez en la vida fue la idea de asesinar a las niñas y así evitarles su desgraciado porvenir. Lo del gusto por la poesía se me dio después de que Itzel naciera. Al fin había espacio para mí dentro de mi propio cuerpo. Mi emoción se desbordaba cuando llegaba a casa con un libro nuevo para leerte y tú no querías otra cosa sino dormir. Me prohibías encender la luz para no despertarte y con paso sigiloso, huía a la cocina a leer entre cucarachas nocturnas y trastes sucios de días anteriores porque no me ayudabas a

nada. Ni tu pene querías ya darme. ¿Pero sabes algo? Tuve manos que supieron moverse mejor. Manos con las que me complací y asesiné. Ahora sé que mi gusto por la poesía brotó de entre los rincones más pútridos de mi existencia. También, comprendo ahora un par de versos de un poema de Francisco Hernández del que tanto te hablaba y te morías de celos: “Si castras a un gato, se convierte en cantante de ópera. / Si azotas a una gata, se transforma en tu sombra.” Fui eso, una gata arañando la luna que nunca existió. Falta poco para que todas las reclusas regresen a su celda y se haga el conteo rutinario. No he dejado de escuchar el murmullo de mi traslado y pienso que es verdad porque carezco de una declaración de sentencia. Pero bueno, no desperdiciaré los últimos minutos en esto, amor. Te odio. Te amo. ¡Te no sé qué, carajo! Sólo de algo estoy segura, que todos los hombres son tú, todos los

hombres con rostro de perro son tú, todos los perros con tu rostro son tú ahuyentando y persiguiendo pequeños gatos… ¡Todos los hombres son tú! ¡Todos los hombres son tú! ¡Todos los hombres son…! El traslado, para quien lo ignore, pese a todo, es complicado. El proceso requiere de cuatro hombres que sujeten bien a la mujer sin ser lastimada. Debe llamarse a la reclusa a la sala de visitas para que salga. Hacerle creer que alguien ha venido a verla. Luego aprehendérsele por el cuello, derribarla con vigor y con los tres hombres restantes asegurar con la misma fuerza brazos y pies. La carta ha sido encontrada en el interior de la vagina de la reclusa durante la revisión para ingresar al Centro de Salud Mental de Morelia. Los estudios indican que la paciente de sexo femenino padece síntomas de una enfermedad denominada Gatarsis.

Actividad CULTURAL 2016

Presentación de Daniel Olmos JUEVES 30 DE JUNIO Extensión del XXVI Festival Internacional de Guitarra de Morelia Presentación de Daniel Olmos 19:00 horas / Entrada libre Teatro Coatepec / ACUITZIO DEL CANJE.

Viernes Culturales VIERNES 1 DE JULIO Presentación del libro “Así sucedió, así te lo cuento”, de Arturo Echenique Santibáñez Comentaristas: Jorge Luis Echenique Santibáñez, Eduardo Arduendo Arreola y Ciro Artemio Constantino Álvarez 19:00 horas / Entrada libre

Dueto de Guitarra Clásica SÁBADO 2 DE JULIO Extensiones del XXVI Festival Internacional de Guitarra de Morelia Programa / Actividades con entrada libre -Presentación de Juan Ramón Zalapa 17:00 horas Casa de la Cultura / PANINDÍCUARO

Viernes de Escritores VIERNES 1 DE JULIO Escritores Michoacanos Programa -Participación musical de Beatriz Villicaña 17:30 horas -Presentación de Editorial Paraíso Perdido, Colección Instantáneas 18:00 horas

Eventos especiales SÁBADO 2 DE JULIO “La Corunda Escénica”. Encuentro de poéticas jóvenes en torno a la teatralidad y la violencia*** Talleres-laboratorio y puestas en escena. Foros de diálogo y conferencias magistrales. Intervenciones. Conversatorios Del 2 al 9 de julio

Eventos especiales DOMINGO 3 DE JULIO Extensiones del XXVI Festival Internacional de Guitarra de Morelia Programa / Actividades con entrada libre -Presentación de Miguel Ángel Castellanos 19:00 horas Parroquia del Carmen / TLALPUJAHUA

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