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CONVERSATORIO LIBRO ANTIMATERIA, MAGIA Y POESÍA Debo comenzar esta breve presentación haciendo un gesto de reconocimiento a los autores del libro. Es del todo destacable la disposición a acercar el mundo de las ciencias a una comunidad lectora que no necesariamente se reconoce como especialista en el tema. Tal es el caso del quien les habla. Más allá de algunas referencias, del todo imprescindibles dentro del mundo del pensamiento filosófico -qué duda cabe-, hay una serie de nociones y conceptos propios del campo de la física que me resultan nuevos, más allá de una cuantas referencias de las que uno se entera por la contingencia de los avances en el campo de la ciencia. Es en esta línea que agradezco a los autores y a los organizadores la posibilidad de estar presente en este conversatorio. No obstante lo anterior, intentaré presentar brevemente algunos elementos que han captado mi atención del texto en cuestión. Algunos de ellas constituyen referencias a temas que ahí aparecen; otros tienen que ver con un análisis de segundo orden respecto del ejercicio escritural que aparece contenido en estas páginas; otros, lisa y llanamente, son ocurrencias que me surgen a partir de temas que me convocan personalmente. En primer término, realizar una constatación respecto de lo que aquí acontece: hay un intento de presentar un texto de física en un lenguaje que no corresponde propiamente al de la disciplina. Algunos epistemólogos dirán que lo que aquí ocurre es un evento metacientífico que interpela a la ciencia en sus condiciones de emergencia y posibilidad. En otras palabras, logro atisbar en este ejercicio un nutrido intento por mostrar que los desarrollos de la física, principalmente la moderna, se constituyen en base a una serie de experiencias y prácticas de científicos, personas que han marcado hitos dentro de sus respectivas épocas y cuyos resultados han transformado de manera definitiva la realidad o, más bien, aquello que entendemos por realidad. Una primera constatación, por lo tanto, es que la ciencia o los desarrollos no podrían ser situados fuera de las condiciones históricosociales, culturales y materiales que han construido el edificio del conocimiento científico. Uno de los aspectos generales que más me han llamado la atención es la manera en que los autores muestran la construcción de un saber sobre a la física a partir de una serie de hechos históricos. Una serie de relatos en donde convergen subjetividades que dialogan, intercambian posiciones, disputan la hegemonía del saber-poder, y reconocen las
aportaciones de sus predecesores para la constitución del espacio disciplinar. Al mismo tiempo, y aquí emerge una posición interesante entre los autores citados, dichas convergencias y divergencias no emergen necesariamente dentro de una cronología histórica secuencial. Esto que podríamos denominar arbitrariamente como una “historia del pensamiento de las relaciones científicas” surge como un espacio de comprensión de las intersecciones, los cruces de historias que se sincronizan para luego separarse, muy en la lógica de la comprensión del devenir como espacio fundamental del desarrollo científico. Lo anterior nos permite dejar de pensar la ciencia como espacio del progreso y comenzar a interpretarlo como espacio de los intersticios o de las imbricaciones. Es más, en este impulso por proponer un espacio de traducción entre la mirada del físico y el del lector/espectador novel, emergen las metáforas que permiten conectar los personajes principales del relato con sujetos pertenecientes a una contemporaneidad (nótese, por ejemplo, el capítulo que referencia el problema de la inducción magnética de Faraday con la escena del recital de Clapton). La metáfora obedece al modo en que los significantes, en relación con el significado, se sustituyen unos por otros dentro de la cadena asumiendo, una vez más, que esto es posible dado que no existe un carácter de exclusividad ni naturalidad en la asociación sgte-sgdo. En esta línea me surge la pregunta respecto de las posibilidades que nos da nuestro pensamiento para poder generar una representación del mundo, a partir de una serie de formas lingüísticas que entrecruzan temporalidades y proponen una reflexión desde el presente respecto de una serie de fenómenos que, tal y como reconocen los autores, en el mundo de la ciencia no se nos dan necesariamente de manera intuitiva. Este ejercicio de traducción muestra, más allá de lo aparente, la capacidad humana de poder repensarnos en relación con nuevos límites que nos abren determinados saberes, aspecto que incide de manera radical sobre el modo en que habitamos el mundo. Este interesante ejercicio, más allá de la intención evidente de mostrar de qué manera la física permitiría fundar explicaciones causales sobre el funcionamiento de los sujetos/objetos en la vida cotidiana, contiene en su narrativa una posibilidad singular, a saber, la de relevar el problema de la representación del mundo desde prismas que, aún cuando aparentemente diversos, permiten encontrar puntos de conjunción en elementos que aparentemente no están necesariamente anudados. Al referirnos a la representación,
invocamos el problema de una episteme propiamente moderna. Podemos entender episteme como un sistema que posibilita la aparición de discursos y que responde a un conjunto de reglas que configuran su transformación. Es, en el decir de Foucault, “(...) el nombre que puede darse a un entrecruzamiento de continuidades y discontinuidades, de modificaciones internas de positividades, de formaciones discursivas que aparecen y desaparecen”. En el caso de la episteme moderna, dentro de la filosofía, se puede reconocer a Kant como el principal precursor, en tanto que su Crítica cuestiona las condiciones de validez de las representaciones, lo que implica estar fuera de ellas. En tal medida, el hombre aparece como figura unificada y unificante de representaciones, como una exigencia de dicha episteme, “(...) con su posición ambigua de objeto de un saber y de sujeto que conoce: soberano sumiso, espectador contemplado”. La racionalidad propia de la episteme moderna porta una particularidad fundamental, puesto que es ella la que ilumina el camino de un saber sobre el hombre, invocándolo a dar cuenta de sí mismo como exigencia de la propia razón. En estos términos, dicho ‹‹dar cuenta de sí›› no puede disociarse de las tecnologías a partir de las que se dispone el haz de luz, es decir, de la disposición y transformación de los mecanismos de mirada que habrán de visibilizar determinados espacios e invisibilizar otros. En esta línea consideramos que el libro comporta un valor particular: el de abrir la interrogante sobre las formas en que nos disponemos y nos constituimos como ‹‹sujetos de conocimiento››. En este sentido, no podemos evitar mencionar el fuerte impacto que ha tenido para la filosofía el desarrollo de precursores de las llamadas revoluciones científicas: personajes de la talla de Copérnico, Galileo, y, principalmente Newton, quien constituirá un soporte fundamental para la construcción del modelo gnoseológico crítico de Kant. La idea de un Universo posible de ser ordenado matemáticamente, en perfecta armonía y de una naturaleza que ama lo simple serán los principios que orientarán la acción de un nuevo modo de cartografiar el mundo: una visión mecánica de la naturaleza. Por lo tanto, logro esbozar en esto una doble disposición del texto: la propiamente pedagógica (tal como señalé, la de aproximar un lenguaje espeso técnicamente al mundo de la vida), pero el texto admite tal vez una segunda entrada: la de considerar que existen mecanismos de mirada humanos que permiten cartografiar el mundo a partir del reconocimiento de una conciencia racional que se encuentra inscrita en dichos procesos. Y
pienso que es precisamente esto lo que marca el desarrollo del presente libro. A propósito de esto resulta particularmente gráfica la referencia que hacen los autores a Roger Penrose, quien, aún cuando no lo lograra de manera definitiva, intentara explicar el fenómeno de la conciencia a partir de la gravitación cuántica, aquella que permite explicar las singularidades de los agujeros negros y el origen del universo. Sin duda que en estas posiciones subsiste una cuestión ontológica fundamental que busca responder al problema de la existencia humana y el sentido de la misma frente al misterio que encierra. En la línea de este gesto propiamente moderno, es decir, el lugar que le compete al hombre en el proceso de comprender el mundo, parece también interesante recurrir a la metáfora que realizan los autores respecto del comportamiento de la mosca al encontrarse frente a un vidrio. A pesar lo paradójico que pueda parecer esto, -en esta narración analógica que busca explicar el proceso de reflexión de la luz-, la conducta de la mosca (pensando que en realidad se encuentra realizando una reflexión antropocéntrica respecto de sus imposibilidades de cruzar el vidrio aún cuando el haz de luz pareciera, en parte, lograrlo) podría comprenderse como los procesos modernos de reflexión humana en su relación con el mundo. Sería, por decirlo de modo un poco vago, la manera en que los seres humanos se ven limitados por su propia condición de seres racionales, a traspasar ciertas barreras respecto de un mundo que permanentemente se les escapa en términos de sus posibilidades de aprehensión, proponiéndoseles de vuelta una imagen especular que les lleva a preguntarse por la condiciones que el ser humano aporta a dicho proceso de conocimiento. En otras palabras, la imagen especular reflectada por la luz en su choque con el vidrio podría pensarse como la metáfora del hombre moderno confrontado consigo mismo a partir de su experiencia con el mundo. A propósito del problema del límite me parece interesante constatar la reflexión sobre la posibilidad de pensar en la idea de la NADA como energía oscura en su doble dimensión, tanto de vacío como de entropía. Esta referencia nos remite a una concepción de la naturaleza según la que existe una simetría original que se rompe y que instala una segunda simetría temporal, un ALGO. Esto podemos interpretarlo en relación como un trasfondo a una dimensión existencial de la vida humana. Pensamos, por ejemplo, como en el campo de la filosofía moderna y contemporánea la idea de la nada nos ha propuesto una relación insalvable, irrepresentable, con un espacio originario, el de la muerte como el
espacio del TODO, lo indiferenciado, siendo la vida justamente el acontecimiento que emerge frente a la posibilidad de la distinción, a partir de la producción de un pensamiento sobre el mundo de acuerdo a una construcción simbólico-lingüística. Este ALGO espaciotemporal, que tal y como propone la física, rompe con la simetría original de la nada, a saber, una alteridad absoluta, podría ser comprendido como el momento de la emergencia, ‹‹parto absoluto›› de la vida humana como lo que surge de un entre dentro de un circuito dialéctico. Recordamos con esto la propuesta hegeliana en la Ciencia de la Lógica, en que: “El puro ser y la pura nada es lo mismo. Lo que es la verdad no es ni el ser ni la nada, sino el hecho de que el ser, no es que pase, sino que ha pasado a nada, y la nada a ser. Pero, justamente en la misma medida, la verdad no es su indiferencialidad, sino el que ellos sean absolutamente diferente; pero justamente con igual inmediatez desaparece cada no dentro de su contrario. Su verdad es pues este movimiento del inmediato desaparecer del uno en el otro: el devenir; un movimiento en donde ambos son diferentes, pero mediante una diferencia disuelta con igual inmediatez”. A partir de esta referencia quiero destacar la dimensión del movimiento que se puede esbozar como núcleo del mundo (sub)atómico y que, a su vez, permite conectarlo con el sentido de la experiencia antropológica. Y, además, marcar la performatividad del libro en tanto realiza un ejercicio similar: la narrativa contenida en él permite dar cuenta de los tránsitos, los movimientos que van y vienen dentro de un espacio representacional entre el mundo de las partículas y la cotidianeidad. Otra referencia interesante podría establecerse a partir del comportamiento social de los seres humanos a partir del comportamiento de las partículas. Por ejemplo, la referencia a los femiones, en referencia al comportamiento dentro de un estadio de fútbol, permite establecer una etiología de lo que podría ser leído como un comportamiento basado en una solidaridad orgánica, es decir, como el resultado de un comportamiento colectivo de sus átomos: “vemos que el comportamiento de la ola depende crucialmente de propiedades que involucran a la totalidad de la tribuna (…) a pesar de que su gestación se apoya en el comportamiento de espectadores que sólo prestan atención a los que tienen inmediatamente al lado, y que no tienen por qué saber de las características globales de la tribuna”. Esto permitiría establecer una suerte de isomorfismo entre los modos en que se comporta la naturaleza en su dimensión sub-atómica y la vida social. Es decir, instala un problema de índole político: el problema de la distinción entre el individuo y la comunidad.
En síntesis, parece que el ejercicio propuesto por los autores intenta restituir los planos de la comprensión del mundo a partir de una inversión de los lenguajes. Si la física, como disciplina que estudia los comportamientos de la materia y la energía, se ha instituido como un modo de comprensión del mundo en sus dimensiones particulares y moleculares, los autores intentan generar un modelo comprensivo del mundo físico relevando, en sus reflexiones, la posibilidad de pensar la física desde las interacciones humanas. Esta narratividad sin duda que posee un valor para todo aquel que quiera comprender los puntos de intersección de un pensamiento que no cesa de expandirse en términos de sus posibilidades de responder a cuestiones que permanente nos pemanecen veladas.