CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD I. POR QUÉ CREER 1. Introducción: la pregunta sobre Dios 2. ¿Qué es el ser humano? 2.1. El ser humano, un ser

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CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

I. POR QUÉ CREER 1. Introducción: la pregunta sobre Dios 2. ¿Qué es el ser humano?

2.1. El ser humano, un ser abierto 2.2. El ser humano, un ser trascendente 2.3. El ser humano un ser agraciado 3. Recordando

3.1. Se tú mismo 3.2. Historia de un hombre que bajó al sótano 3.3 Desiderata

II. COMO VIVIR 1. Vivir en la presencia de Dios

1.1. Dios en el gozo (y en el dolor) de la vida 1.2. Dios en la praxis del amor 2. La alegría de Dios

2.1. Recuperación de la alegría cristiana 2.2. La inversión del ascetismo 2.3. Del equívoco del “peso” a la alegría de la salvación 3. La realización de la alegría

3.1. Los tres ejes fundamentales 3.2. El “mucho más” cristiano

III. CONCLUSIÓN: VIVIR EN POSITIVIDAD 

GUÍAS DE LECTURA Y REFLEXIÓN PERSONAL

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CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

I. POR QUÉ CREER

1. Introducción: la pregunta sobre Dios La pregunta sobre Dios debe arrancar de la pregunta sobre el ser humano; de otro modo, el hombre puede pensar que Dios no entra en su vida hasta el momento en que le inculcan, desde fuera, que algo así como lo que llaman Dios existe o puede existir. Si la pregunta por Dios está situada en el ser mismo de la persona o en su experiencia, Dios no sería el nombre de una realidad “añadida” a mi vida en un momento dado y sobre cuyo hipotético sentido puedo interrogarme, sino algo connatural sobre lo que el ser humano debe saber espontáneamente y desde siempre. De no ser así, cualquier intento de justificación de una existencia de Dios llegaría demasiado tarde. 2. ¿Qué es el ser humano?

2.1. El ser humano, un ser abierto El hombre es un ente abierto.

Más, es la esencia misma de la “ apertura” y, como tal,

básicamente indefinible. ¿Qué se entiende por “apertura”? Nadie puede considerarse ser humano en plenitud. Nadie es ser humano completo. Siempre le quedan conocimientos por adquirir, preguntas a que responder.

Por numerosas que sean sus

experiencias, el ser humano se sabe abierto a una mayor plenitud, a nuevas realizaciones. No hay amor cuya medida no pueda incrementarse en intensidad o tiempo. No existe fidelidad humana que se sienta definitivamente segura. ¿Qué es el ser humano? Se pregunta el teólogo Rahner. “Por lo que a mí toca, contestaré sin rodeos. Pienso que el hombre es la pregunta sin respuesta. Es cierto, por de pronto, que en cada uno de nosotros se da un cúmulo de experiencias que le permiten saber algo de sí mismo. Es cierto también que, constantemente y a ritmo cada vez más acelerado, van surgiendo numerosas disciplinas antropológicas que proporcionan nuevos datos y conocimientos sobre el ser humano... Pero todas esas cosas, jamás pueden llegar a resumirse en una fórmula definitiva del ser humano”. Si queremos entender realmente al hombre debemos concebirlo como un ser de ilimitada transcendentalidad; como el sujeto espiritual que sin cesar interroga a cada objeto (limitado) y lo supera; como el ser que no puede alcanzar en nada una cuota definitiva. El granero donde ha de almacenar la ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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mies de la experiencia, la vida, el saber, la dicha, el dolor, y tantas otras cosas, no conoce límite, quedándose siempre medio vacío (en la visión más optimista). Esta apertura del hombre no es una mera laguna de conocimientos, sino algo fundamental en el ser humano, y que, por tanto, pertenece a la definición de su esencia, confiriéndole su carácter “inagotable”. El hombre, por consiguiente, jamás puede definirse o decir “quién es” de modo categórico, a menos que incluya en tal definición la apertura hacia lo siempre nuevo y hacia la plenitud que nunca llega a consumarse.

PRIMERA CONCLUSIÓN: SOY UN SER ABIERTO. Sólo cuando el hombre acaba por aceptarse como ser fundamentalmente abierto e indelimitable puede hablarse de religiosidad. Únicamente si el hombre no se sustrae a esa apertura e indefinibilidad de su propio ser le es posible comprender lo que se esconde tras la Palabra “Dios”. 2. 2. El ser humano, un ser trascendente El ser humano tiene una serie de experiencias que le son necesariamente dadas ya desde siempre, como una especie de horizonte y como condición de posibilidad para poder decidir y actuar. Son las “experiencias transcendentales”, que manifiestan la única vivencia primordial del hombre, allí donde la apertura de su existir desemboca en el misterio sin fondo, donde el hombre se da cuenta por fin de que no es sino un prisionero en su limitación, pero que está llamado a ser otra cosa. Hay “lugares privilegiados” de la experiencia transcendental. Lugares donde la experiencia transcendental se produce de manera más clara, donde los quehaceres y problemas cotidianos se pasan y el ser humano se encuentra proyectado hacia su propio interior y no puede ya seguir haciéndose el ciego, dejando de ver lo que es y lo que está llamado a ser. K. Rahner pone algunos ejemplos de dichos lugares: “Cuando el hombre se encuentra de repente sólo; cuando todo se “vuelve problemático”; cuando el silencio retumba con más fuerza en el ajetreo de la vida cotidiana... Cuando

nos

sentimos

dominados

implacablemente

por

nuestra

propia

libertad

y

responsabilidad, cuando ésta no tolera ningún escape, ningún pretexto; cuando no podemos contar con el apoyo de ninguna aprobación, ni esperar reconocimiento o gratitud de nadie; cuando solos, cara a cara, nos hallamos ante esa responsabilidad muda, inversa, inapelable de nuestra libertad, como un tribunal que no deja de juzgarnos aunque lo neguemos o rehuyamos... Cuando, de pronto, experimentamos el amor personal, el encuentro; cuando sin esperarlo y sobrecogidos de dicha, vemos cómo somos absoluta e incondicionalmente aceptados, por mucho que no veamos más que nuestra limitación y fragilidad y no encontremos fundamento de ese amor sin ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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condiciones por parte del otro; y cuando descubrimos que nosotros mismos podemos amar así a otro que es lo más íntimo de nosotros mismos y, al mismo tiempo, totalmente distinto... Deberíamos así hablar de la alegría, la lealtad, la angustia suprema, la nostalgia de todas y cada una de las cosas que anhelamos; de la experiencia de lo bello; del sentimiento de una culpa radical e irreparable, de la vigencia de una experiencia pasada que perdura como suceso definitivo; de la visión de un porvenir abierto al infinito, de una promesa inagotada”. Todas esas variantes y muchas otras manifiestan la vivencia profunda y primordial del hombre, su existir abierto a un misterio sin fondo frente al cual se da cuenta de su propia limitación.

SEGUNDA CONCLUSIÓN: SOY UN SER TRANSCENDENTE. Si traemos en este momento la idea de Dios a nosotros, podemos decir que Dios es “sólo” el nombre de esa transcendencia experimentada, de ese misterio que nos conmociona al descubrir el límite de nuestra vida y junto a él el anhelo de superarlo. Todas esas experiencias son, de alguna manera, experiencia de Dios. 2.3. El ser humano un ser agraciado Nosotros, los cristianos, afirmamos no sólo que el hombre está abierto a Dios, sino que Dios tiene una relación “directa” y viva con el hombre.

Para la fe cristiana Dios actúa sobre cada ser

humano, derramando esperanza y confianza radical como una oferta a nuestra libertad. Pero ¿cuándo y cómo se dan en el hombre las experiencias de gracia, de oferta del Espíritu de Dios? Rahner afirma que hay experiencias concretas de la vida que, lo sepamos o no de un modo consciente, son experiencias concretas del Espíritu. En cada ser humano se da una experiencia única, según la propia situación histórica e individual de su vida también única. Para cada vida humana hay una experiencia del Espíritu, de la libertad y de la gracia. ¡En cada ser humano!. Pero es preciso que cada uno le facilite el paso, la sepa desenterrar de entre los escombros del trajín diario; que no huya de ella, cuando se le presenta con claridad, ni la rechace iracundo, como si fuese un elemento de inseguridad y perturbación en la evidencia de su rutina cotidiana. He aquí algunas de ellas: 

“Donde, por encima de todas las esperanzas particulares, se da la única esperanza total, que como promesa extiende su manto sobre nuestros vuelos eufóricos, pero también sobre nuestras caídas...



Donde se acepta y asume una responsabilidad libre, sin que pueda ya justificarse por el éxito o la utilidad propia...



Donde un ser humano experimenta y hace suya la libertad suprema con la convicción de que ninguna violencia podrá desposeerlo de ella...

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Donde la caída en las tinieblas de la muerte se acepta serenamente y se transforma en espera de una promesa...



Donde la suma de todos los debes y haberes de la vida, en la medida que pueden calcularse, es

aceptada y dada por buena por otro incomprensible, aunque no pueda demostrarse el resultado... 

Donde la experiencia fragmentaria del amor, la belleza, la alegría, se acoge y vive como promesa de

AMOR, BELLEZA y ALEGRÍA, sin que un cínico escepticismo lo haga por consuelo... 

Donde se soporta con ánimo, hasta el final, una existencia diaria amarga, desengañada, fugaz...



Donde uno se atreve a orar frente a una oscuridad muda, creyendo que su oración es escuchada aunque no parece hallar ninguna respuesta que se pueda razonar o discutir...



Donde uno se abandona totalmente, sin condiciones, y lo experimenta como victoria



Donde el caer se convierte en levantarse.



Donde el ser humano se confía, sin saber y sin problemas, al misterio sagrado.



Donde nuestro quehacer diario no nos hace olvidar la muerte, pero tratamos de vivir con paz y

serenidad... 

Donde...” AHÍ ESTÁ DIOS; AHÍ EXPERIMENTAMOS LO QUE LOS CRISTIANOS LLAMAMOS EL ESPÍRITU DE

DIOS. Es ésta una experiencia ineludible en nuestra vida, aún cuando se reprima; es una oferta a nuestra libertad, que nos pone ante la opción de aceptar esa gracia o de atrincherarnos contra ella.

TERCERA CONCLUSIÓN: SOY UN SER AGRACIADO. En la experiencia concreta de la vida, en todo lo que hacemos y nos sucede, el Dios encarnado se nos revela y ofrece. El Espíritu de Dios no es ajeno a nuestro diario vivir. Quienes piensan o esperan sólo momentos mágicos o señales especiales para creer y aceptar la presencia de Dios viven en un horizonte reduccionista, que tergiversa tanto la imagen de Dios como su propia identidad humana. Para el cristiano, todo es gracia; todo tiene sentido y es una invitación a vivir en la positividad, aunque haya momentos y acontecimientos que se nos presenten oscuros, dolorosos y sin sentido. Ahí está la mística de la rutina diaria: el encontrar a Dios en todas las cosas. 3. Recordando Hay tres textos que suelen usarse con frecuencia entre nosotros y que muestran bien todo lo anterior. Bueno es recordarlos. Quizá sea el momento de hacer la experiencia que ellos proponen, o de ahondarla, si ya estamos viviéndola.

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3.1. Se tú mismo Hay un hombre nuevo que quiere NACER dentro de ti, una mujer NUEVA. Hay una criatura VIRGEN encerrada en la cárcel de tu yo. Y tú la escondes, la CIERRAS con cinco llaves, y la tienes callada con MORDAZA. La tienes APLASTADA y oprimida. Pero es TU VERDADERO YO, tu verdadera personalidad. Tienes MIEDO a dejarla LIBRE, un miedo completamente IRRACIONAL. Un miedo tonto, puesto que serías otra persona, tendrías otra calidad. Tienes miedo a dejarla NACER. Y cuando se mueve, o grita con voz apagada a pesar de la mordaza, la haces callar con voz FASCISTA, y la GOLPEAS brutalmente, y la cierras en un cuarto todavía más estrecho. Tienes miedo a que NAZCA y crezca. Y, sin embargo, es TU VERDADERO YO, tu verdadera personalidad. Porque tú no eres tú mismo, no eres el que tenías que ser, no eres el que tus seres queridos ESPERABAN, el que todos los hombres ESPERÁBAMOS y necesitábamos. Tú eres... OTRO, y eres... de otros. UN POBRE ESCLAVO del dinero, de la mentira, del qué dirán, y de la apariencia. Estás AHOGANDO tu verdadero yo, lo agarras por el cuello, y no le dejas respirar. Y dices que eres FELIZ, pero es mentira. Y dices que te estás REALIZANDO, pero es mentira. Y dices que tienes LO QUE DESEAS, pero es mentira. TU NO ERES TU MISMO, y llevas dentro el GERMEN de un ser nuevo, ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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y lo sabes. Pero lo aplastas, lo oprimes, lo golpeas, le pones mordaza, y lo cierras con otra llave más cada día. Serías MUCHO MAS FELIZ si la dejaras libre. ¡Esa criatura NUEVA que quiere nacer en ti! ¡AY! Serías mucho más feliz, si la dejaras NACER Y CRECER. Serías OTRA COSA. Tendrías otra calidad...

3.2. Historia de un hombre que bajó al sótano Me da miedo el sótano, decía el hombre. Me da miedo ese subterráneo tan oscuro, tan profundo, donde no voy a tener luz ni suelo en que posarme... Y le invadió un susto ciego ante aquella negrura sin fondo, cuando descendió en vertical por la empinada escalera, sin saber si haría pie. ¿Quién anda por ahí?, gritó con la voz afónica del que teme hallar respuesta. Sólo se oyó el silencio, y el silencio no disminuyó su espanto. Palpando palmo a palmo con las manos, sus ojos vencieron la oscuridad presente, y volviéndose hacia atrás, empezaron a tocar pilas de vivencias, de recuerdos, de experiencias amontonadas sobre el suelo del piso inferior. ¡Pedazos olvidados de su yo, apiñados sin orden, pero vivos!. Saboreó el gozo de encontrarse con lo más oculto de su personalidad, y decidió subir al piso de arriba todo lo bueno, para revivirlo ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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y gozarlo otra vez, y volver a ser, consciente, todo lo que había sido, todo lo que actualmente era sin saberlo. Mientras manoseaba los montones apilados en la noche, sintió una especie de calambre, algo parecido a una sacudida eléctrica –temblor, gozo, desconcierto a la vez–, al tocar una vivencia extraña que no podía identificar. Un recuerdo borroso, unas huellas apenas perceptibles, de las que no hallaba la más mínima pista. Mirando, mirando, con los ojos saltados, por entre la oscuridad, palpando una y otra vez, reconoció, desconcertado, el rastro de aquel Ser Misterioso en el que él no creía. Y descubrió que no era un desconocido para él, porque había estado anteriormente en su casa. ¡Lo conocía sin saberlo! Al reconocerlo, quedó tan paralizado por la emoción, que sólo pudo exclamar: ¡O sea que no eras un extraño para mí!

3.3.

DESIDERATA

*Ve plácidamente entre el ruido y la prisa. Recuerda que la paz puede estar en el silencio. Sin renunciar a ti mismo, esfuérzate por ser amigo de todos. Di tu verdad, sosegadamente, claramente. Escucha a los otros, aunque sean torpes e ignorantes; cada uno de ellos tiene también una vida que contar. *Evita a los ruidosos y agresivos, porque ellos denigran el espíritu. Si te comparas con los otros puedes convertirte en un hombre vano y amargado; siempre habrá cerca de ti alguien mejor o peor que tú. Alégrate tanto de tus realizaciones como de tus proyectos. *Ama tu trabajo aunque sea humilde; es el tesoro de tu vida. Sé prudente en tus negocios, porque en el mundo abundan las gentes sin escrúpulos. Pero que esta convicción no te impida reconocer la virtud; hay muchas personas que luchan por hermosos ideales y, dondequiera, la vida está llena de heroísmo.

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*Sé tú mismo. Sobre todo, no pretendas disimular tus inclinaciones. No seas cínico en el amor, porque cuando aparece la aridez y el desencanto en el rostro, se convierte en algo tan perenne como la hierba. *Acepta con serenidad el consejo de los años y renuncia sin reservas a los dones de la juventud. Fortalece tu espíritu para que no te destruyan inesperadas desgracias; pero no te crees falsos infortunios. Muchas veces, el miedo es producto de la fatiga y la soledad. Sin olvidar una justa disciplina, sé benigno contigo mismo. *No eres más que una criatura en el Universo, no menos que los árboles y las estrellas; tienes derecho a estar aquí. Y, si no dudas de ello, el Mundo se desplegará ante ti. * Vive en paz con Dios, no importa cómo lo imagines. Sin olvidar tus trabajos y aspiraciones manténte en paz con tu alma, pese a la ruidosa confusión de la vida. *Pese a tus falsedades, penosas luchas y sueños arruinados, la Tierra sigue siendo hermosa.



cuidadoso. Lucha por ser feliz

Inscripción fechada el año 1682, en una tumba de la Iglesia de San Pablo, Baltimore

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II. CÓMO VIVIR

1. Vivir en la presencia de Dios

1.1. Dios en el gozo (y en el dolor) de la vida Lo propio de la experiencia de la fe es un dinamismo positivo que tiende a empapar a toda la persona. Una vez descubierta la evidencia de Dios va invadiéndolo todo: se convierte en el blick radical que traspasa cada vivencia subjetiva y cada percepción objetiva. No como una luz neutra, sino como presencia viva que acompaña a toda situación concreta. Sentimiento de presencia, dijeron siempre los místicos; presencia de Dios, enseñó la ascética tradicional.

Recuperado en los modos de nuestra

sensibilidad actual, hay aquí algo que puede enriquecer y plenificar insospechadamente nuestra vida. Dado que pertenece a lo profundo y se asienta en la dialéctica –siempre tensa para la sensibilidad espontánea– de la diferencia ontológica Dios–hombre, esa actitud precisa ser cultivada. Cuanto llevamos dicho debe ser recuperado y puesto a contribución, para no caer en tópicos baratos o en pías banalizaciones.

Así, siguiendo el consejo de Teilhard de Chardin educaremos los ojos y

entraremos en una sintonía vivificante. Tal vez lo primero sea sacar las consecuencias del tratamiento del mal.

Porque hay una

deformación grave en mentalidad ambiental cristiana, trabajada por una ascética no siempre limpiamente bíblica: la de descubrir a Dios única o preferentemente en lo negativo. Parece evidente que, si sufrimos o nos va mal o pasamos dificultades, allí está Dios; en cambio, existe una tendencia a excluirlo de la alegría y la felicidad, e incluso no raras veces aparece el miedo a que su recuerdo venga a estropearlas. Cuando, de suyo, es al revés; puesto que Dios crea al hombre para que sea pleno y feliz –y sólo para eso–, resulta evidente que se alegra con cada una de nuestras alegrías y que goza viendo nuestra felicidad. En eso reside el éxito inmediato de su creación: en que vayan bien las cosas, en que crezca sin tropiezos el dinamismo de su amor creador y salvador. Educar para el gozo, para descubrir a Dios en lo positivo de la vida, constituye una urgencia de la pedagogía cristiana. En la alegría bien vivida, en la punta siempre abierta de nuestras plenitudes, se anuncia la Alegría definitiva, se percibe en su pureza el anticipo de la Plenitud última. Demasiado se ha usado la fe para reforzar miedos subconscientes, como el del complejo de Polícrates, tan vivo en Rosalía de Castro, (teme si una inmensa dicha/en este mundo te

sorprende;/glorias aquí sobrehumanas/ traen desventuras supremas); y demasiado se ha convertido al cristianismo en enemigo de la vida. Cuando la realidad es que Dios nos salva precisamente de nuestros miedos y, ya desde el Antiguo Testamento, se presenta como el Dios que alegra mi juventud (Sal 43, 4; otras versiones: que me hace bailar de alegría o de mi gozosa alegría). Lo cual no significa que se halle ausente el sufrimiento y la desgracia: sería demasiado barato e inhumano.

Pero si está ahí, es precisamente porque quiere nuestra alegría; porque, cuando el

dinamismo de su creación sufre en nosotros el fracaso del mal, El se pone a nuestro lado en busca de la alegría posible y, en cualquier caso, de la alegría eterna. Evidentemente, resulta también fundamental descubrir a Dios en el sufrimiento. Pero ni el sufrimiento debe convertirse en lugar que monopolice la ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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presencia de Dios ni ésta su presencia en dicho sufrimiento ha de perder su carácter oblicuo e indirecto: por ser aquello que Dios no quiere, Él está con nosotros para eliminarlo. La alegría, en cambio, es lo primario y directo: lo que el Creador quiere para su creatura, lo que Dios–Padre quiere para nosotros. Que estas ideas no son artificiosas lo muestra la amplia aceptación que han tenido las intuiciones de Dietrich Bonhöffer. Por un lado, protesta contra ciertos afanes de rebajar al hombre para encontrar a Dios, contra los secretismos de los ayudas de cámara, contra la mala intimidad (desde la oración a la sexualidad), contra el andar husmeando detrás del pecado), y pide que se busque a Dios, ante todo, en la plenitud del hombre. Por otro lado, sabe muy bien que Dios es impotente y débil en el mundo y, justamente por eso y sólo por eso, está con nosotros y nos ayuda.

1.2. Dios en la praxis del amor Un segundo frente se sitúa en el cultivo de una sensibilidad integral y sintonizada con los vectores que definen nuestro tiempo. Ver a Dios en la naturaleza ha sido siempre uno de los grandes recursos de la humanidad, y no está de sobra, en modo alguno, en una época burocratizada y tecnificada como la nuestra; es más: los movimientos ecologistas y ciertas reacciones contraculturales demuestran que es algo que debe ser cultivado para preservar la integridad de la experiencia humana. Con mayor énfasis aún, conviene decir lo mismo del cultivo de la interioridad: de la intimidad psíquica y de la dimensión contemplativa. Con todo, un tiempo que, como el moderno, descubrió su vector determinante en una praxis

social que busque el pan, la libertad y la justicia para todos los hombres, debe encontrar también ahí, de modo privilegiado, la presencia de Dios. Presente en el mundo externo y en la intimidad humana, Dios tiene su santuario irradiante en la acción histórica en favor del hombre. En esa acción, en todas sus formas y dimensiones, conviene divisar su presencia sustentadora: el dinamismo divino tiene ahí su meta y el lugar de su brillo más auténtico e infalsificable. Con lo cual, por otro lado, la modernidad se demuestra muy tradicional; por lo menos bíblicamente tradicional.

En la justicia para con los pobres y en la defensa de los marginados y

oprimidos han encontrado siempre los profetas el criterio decisivo para guardar, restablecer y profundizar la pureza de la Alianza. Y Jesús de Nazaret focalizó absolutamente todo en el hombre, en las relaciones de servicio y de amor. Todo lo demás pierde la primacía: no ya la naturaleza, sino incluso el propio culto de Dios queda definido por el perdón (deja la ofrenda allí mismo, delante del altar, ve

primero a reconciliarte con tu hermano Mt 5, 24) o por la ayuda efectiva (el sábado fue hecho para el servicio del hombre Mc 2,27). Si Dios es amor, resulta obvio que su presencia se hace visible, ante todo, dentro de la inmanencia histórica, allí donde el amor adquiere su propia y terminal figura: en el amor interhumano. Karl Rahner expresó magníficamente el renacer de esta nueva sensibilidad cuando habló de la identidad entre el amor de Dios y el amor al prójimo. Y la teología política y la teología de la liberación muestran eficazmente que la traducción actual de esa identidad incluye, de modo esencial e indisoluble, ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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la dimensión social en toda su plenitud. En un mundo planetariamente unificado, el prójimo es ya todo hombre: el camino de Jerusalén a Jericó pasa hoy por los suburbios de las grandes ciudades, por las relaciones entre las clases, por el reparto de las riquezas dentro de las naciones y entre las propias naciones;

y

pasa

finalmente

–¡cómo no!–, por el largo camino que va de Norte a Sur, en cuyas cunetas yace hambrienta, herida y desangrándose la mayor parte de la humanidad.

Tan sólo los hombres que detienen las distintas

carreras de su egoísmo, se compadecen, reparten el vino y aceite de sus productos, comparten –como el samaritano la cabalgadura– sus medios de producción y contribuyen a arreglar el desaguisado con sus denarios, (cf.

son

Lc 10, 30–37).

definitiva–

ven

a

prójimos

reales

y

verdaderos

Tan sólo ellos –como a todos se nos dirá en el momento de la verdad final y Dios,

justamente

porque

lo

ven

en

sus

hermanos

más

pequeños

(cf. Mt 25, 37–40). No cabía esperar otra cosa. Un Dios que es Padre de todos los hombres, a los que con todo su corazón quiere felices, tenía que estar supremamente allí donde la conciencia de la fraternidad está despierta y el amor por el hermano se hace activo. Ese es precisamente el lugar exacto de la visibilidad de Dios en el mundo: El Dios a quien no se ve se hace visible en el hermano a quien se ve (1 Jn 4, 20). La gloria y la grandeza de esta visión sólo por nuestra inconsecuencia pueden quedar oscurecidas. En sí, no hay ofrecimiento más grande para el hombre ni camino más claro y más alto para su realización. Cuando el rostro verdadero de Dios aparece por entre las ambigüedades de nuestra búsqueda, disipa automáticamente toda sospecha de alienación. El hombre que lo descubre entra en la esperanza y empieza a habitar en la alegría radical que, a pesar de todo, hace de la vida un don abierto a la plenitud. 2. La alegría de Dios

2.1. Recuperación de la alegría cristiana a) Hablar de la alegría de Dios puede sugerir, en primer lugar –genitivo subjetivo–, la alegría que

Dios

vive,

el

misterio

de

su

felicidad

infinita.

Puede

significar

también

–genitivo objetivo– el tema, más modesto, de la alegría que el hombre siente desde Dios y ante Dios. A ésta vamos a referirnos directamente, aunque el primer aspecto permanezca como trasfondo fascinante y como fundamento radical. Después de todo lo dicho, ya se comprenderá que no se trata ahora de un sentimiento inmediato y superficial como el que –al menos en sus deformaciones– pueden sentir ciertos movimientos carismáticos.

La seriedad del mal en nuestro atormentado, enigmático y amenazado

mundo remite al realismo supremo y a la densidad encarnatoria de la vida cristiana. La alegría de la que hablamos se refiere al sentido último y radical, a la experiencia global que en el cristiano suscita –o debería suscitar– el hecho de saberse en la presencia de Dios, de sentir la propia vida envuelta en el misterio insuperable de su gracia amorosa y salvífica. Desgraciadamente, esto no es tan obvio. Muchos siglos de historia, con el consiguiente enfriamiento de la experiencia original y las múltiples capas ideológicas –también teológicas– que se ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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fueron superponiendo, han oscurecido la alegría cristiana. Hasta el punto de que la impresión global parece ser más bien la contraria: la de una fe que estrecharía –angustiaría– la vida del hombre, alienaría su acción y mataría su gozo de vivir. Que esta visión sea deformada no impide que la historia le dé, si no la razón, sí al menos muchas razones. Los cristianos no siempre hemos sabido reflejar en nuestros propios rostros la alegría de Dios: desde el escrúpulo hasta la angustia, desde la estrechez de espíritu hasta la enemistad para con el cuerpo, desde un ascetismo no integrado hasta un legalismo sin calor..., damos demasiadas veces la impresión de ser personas encadenadas más que liberadas por su Dios. b) Pero ahora conviene decir algo desde la positividad misma de la fe y de su fondo vivencial y emotivo. Con profunda lucidez, Alfred North Whitehead hizo dos afirmaciones fundamentales. La primera: el hombre moderno ha perdido a Dios y lo está buscando; la segunda: si el hombre moderno

debe encontrar a Dios, lo hará a través del amor y no a través del mundo. A través de la alegría de la salvación podemos concluir con toda justicia. Sólo recuperando la experiencia originaria y rompiendo desde dentro el ídolo legalista y opresivo con el que, en muchos aspectos, hemos ido sustituyendo el rostro vivo y liberador de Dios, podremos los cristianos facilitarle al hombre moderno la posibilidad del encuentro. Para lo cual se hace precisa una profunda reinterpretación del cristianismo. No, naturalmente, porque todo lo vivido hasta ahora sea falso y deformado, sino porque, en una experiencia integral y orgánica, la modificación de acentos y proporciones induce, por fuerza, una cierta reestructuración del conjunto. De hecho, lo que está sucediendo hoy en las iglesias cristianas –incluso en su crisis, incluso en gran parte de lo, a primera vista, negativo– puede perfectamente ser interpretado como manifestación de un cambio profundo de sensibilidad en esta perspectiva. Una tarea de ese calibre compromete la reflexión de la Iglesia entera y pide la plural aportación de todos sus miembros y de los diversos grupos. A modo de orientación primera, vamos a recoger aquí, en síntesis apretada, lo más elemental que se desprende o se supone en las reflexiones anteriores.

2.2. La inversión del ascetismo a) Tomando en serio la intuición de Dios como Anti–mal y de su empeño sin reservas en la promoción de la felicidad del hombre, se impone de entrada una relectura del ascetismo cristiano, el cual, quizá debido a influjos dualistas –cuerpo como opuesto a espíritu– de origen gnóstico, ha tendido a convertirse en algo autónomo, girando sobre sí mismo, como si la renuncia y el dolor fuesen valores en sí, y no negatividades reales que sólo se vuelven positivas como aceptación de lo inevitable en el servicio del amor o en la realización digna de la vida. Textos como quien quiera venir en pos de mí, que

se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga(Mc 8,34), tomados absolutamente y sin contexto, han marcado la orientación fundamental de la piedad y han sido considerados por muchos como el sello de lo auténticamente cristiano. Claro está que no se trata de negar el valor de ese texto ni de otros semejantes, y mucho menos de encubrir el hecho capital de la cruz. Se trata de que ya no podemos ignorar que el aislamiento los deforma muy gravemente. Jesús no vivió para la cruz. Si la cruz es de tal modo magnificada que la vida y la acción de Jesús acaban siendo reducidas a ella, entonces resulta angustiosa y agobiante, incapaz de invitar al seguimiento o de encender la esperanza.

Conviene verla como lo que realmente fue: un

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episodio que nace de su vida plena y desbordante, de su libertad tan soberana que le hizo capaz de afrontar la misma muerte, mostrando justamente el valor, la coherencia y la plenitud de ese tipo de vida. Entonces el hecho no cambia, pero el significado es muy distinto. Entonces la resurrección,– como victoria y confirmación definitiva de esa vida por parte del mismo Dios– pasa a primer plano. Entonces la experiencia global no es la de una vida triste, asombrada por la negra sombra de la muerte, sino la de una vida tan plena que hace exclamar a Pablo ¿Dónde está, muerte, tu victoria? (1 Cor 15,55). Lo mismo vale para los demás textos de renuncia y abnegación. Aislados en sí mismos, como una especie de condición absoluta que es necesario aceptar para ser cristiano, agobian la vida y estrechan el espíritu, convirtiéndose en imposición que genera resentimiento y tiñe de negatividad el hecho mismo de ser cristiano. Pero de ese modo, se olvida lo fundamental: lo que en ellos se expresa es

una consecuencia y no un principio. La asunción de la cruz se apoya en un nuevo tipo de vida, nacido del encuentro con el Dios de Jesús.

Proceder al revés equivale a poner el carro ante los bueyes,

paralizando la vida y matando la alegría. b) En términos más abstractos y generales, es preciso restablecer la justa dialéctica indicativo–

imperativo. Para el cristiano, el imperativo del mandato, con su peso y su obligación, nace del indicativo de la gracia previamente recibida como don que capacita para el cumplimiento. Cristo nos liberó para

que vivamos en libertad (Gal 5,1) y, ya que vivimos en el Espíritu, comportémonos conforme al Espíritu (Gal 5,25): así expresa Pablo el justo orden de la vida y la conducta cristianas. Cuando se descubre a Dios como centro y fundamento de la vida, entonces resulta posible renunciar a todo para seguir esa vida. La renuncia es entonces fruto de una plenitud, no recorte de la libertad; nace de una experiencia positiva que la motiva, la posibilita y la envuelve. No cabe entrar ahora en detalles acerca de tan importante cuestión. Pero me atrevería a afirmar que aquí radica una de las más graves hipotecas que el peso de la historia hace gravar sobre el cristianismo, como sobre toda religión que se prolonga en el tiempo: se pierde la experiencia original, gratificante y motriz, para quedar sólo con el peso de las obras y con la obligación de la ley. Piénsese, por ejemplo, en que gran parte de la práctica sacramental está envenenada por este trastocamiento. ¿Hay algo más absurdo que hablar de obligación de participar en el don supremo de la Eucaristía? ¿No se da una auténtica perversión en el hecho

de que a menudo el don y la alegría del perdón se

conviertan en la carga de la confesión? Resulta obvio que de nada valdrá protestar contra los síntomas si previamente no se trabaja –en la predicación, en la teología, en la reforma litúrgica, en las comunidades cristianas, en la catequesis...– por recuperar la experiencia.

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2.3. Del equívoco del peso a la alegría de la salvación a)

La revelación de Dios, tal como se nos muestra en Jesús, permite desenmascarar otro

equívoco aún más grave y transcendental: el de la asunción espontánea, largamente asentada en los presupuestos de nuestra cultura, de una imagen de Dios y de la religión como obligación suplementaria que viene a cargar la vida del hombre. El hombre estaría en el mundo con su carga normal, realizando su ser en el ejercicio de la libertad. La conciencia religiosa llegaría a continuación, imponiéndole mandamientos que debe cumplir, límites que no puede transgredir, prácticas que obligatoriamente ha de sumar a su vida ordinaria... De ese modo, la religión aparece forzosamente como una sobrecarga, y Dios como un Señor que impone obligaciones, con el consiguiente premio o castigo como horizonte inevitable. En definitiva, lo que la existencia histórica del hombre en cuanto ser finito tiene de dureza como realización activa, de esfuerzo como superación de la natural entropía de lo real, de lucha por remontar la degradante pendiente del instinto, es decir, el entero trabajo del ser humano, todo eso se carga en la cuenta de la religión y acaba siendo como una imposición por parte de Dios, de la que bien se nos podría librar. La profunda falsedad

de esta visión se muestra claramente a poco que se reflexione.

La

dificultad que comporta la empresa de ser auténticamente humano es algo que pertenece al hombre como tal y que afecta a todos: creyente o no–creyente, la persona que quiera serlo de verdad tiene que afrontar la tarea –gloriosa, pero dura– de construirse a sí misma. Sólo cabe preguntarse cómo influye cada uno de los miembros de la alternativa. Más en concreto, ¿cuál es la exacta incidencia de lo religioso en el esfuerzo por ser auténticamente humano? Aquí es donde la respuesta debe abandonar los prejuicios, para tratar de encontrarse a sí misma desde el verdadero rostro del Dios de Jesús. A partir de lo anteriormente dicho de Dios como Abbá, como amor que salva y se pone siempre del lado del hombre y contra el mal en todas sus formas, su presencia aparece como salvación y nada más que como salvación; como amor sin reservas y positividad pura. La religión, lejos de aparecer como carga, aparece como lo que es y debe ser: ayuda para el hombre, exquisitamente respetuosa en el ofrecimiento e infinitamente generosa en la entrega. b) Esto no es teoría, sino que

constituye el núcleo mismo de toda experiencia religiosa

auténtica. De sentirse solo, entregado a la propia flaqueza uy prometeicamente enfrentado a la tarea de existir, el hombre religioso entra en un nuevo ámbito en el que se siente acompañado y sustentado. Dios no le agrava su vida; ésta ya es dura y difícil de por sí. Tampoco le suprime las dificultades ni le exime de la lucha: la libre responsabilidad sigue siendo su esencia. Pero sabe que no está sólo, que Alguien más grande que él y que todas las fuerzas adversas está a su lado; y experimenta que, en el contacto con El, recibe, pase lo que pase, el coraje de existir. En la experiencia cristiana

esto resulta evidente y llega a sobrepasar, lo humanamente

imaginable. Es incluso capaz de invertir la negatividad del mal, permitiendo exclamar que todo es gracia. Por eso Jesús se presenta anunciando una buena noticia, un evangelio. Y por eso la vida cristiana, sin verse nunca libre del asalto del mal, ni siquiera del peso del pecado, acaba siendo ante todo –a menos que se malogre en la inautenticidad– entrega confiada, alabanza y acción de gracias.

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De hecho, cuando esta visión se abre paso en la conciencia del hombre, su claridad acaba haciéndose auto–evidente, sin necesidad de demostración externa. Y desde ella, la alegría de Dios –de saberse sustentado, cobijado y llamado por el amor de Dios– se extiende sobre la existencia del creyente. No queda eximido de la dureza de la vida, pero sabe que ahora puede asumirla desde una confianza invencible: nada lo podrá alejar del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús (Rom 8, 39).

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3. La realización de la alegría

3.1. Los tres ejes fundamentales El lenguaje de la intimidad personal resulta indispensable para la experiencia religiosa, pero no se puede aislar de la gran relación interhumana ni ignorar sus problemas: sólo en la dialéctica de ambas perspectivas alcanza su realización auténtica.

Por eso, aun cuando sea de un modo forzosamente

esquemático, no estará de más indicar los ejes fundamentales sobre los que la alegría cristiana deberá articular su presencia en el mundo. a) El primero

se refiere a la presentación global del proyecto cristiano como pura y

exclusivamente liberador. Nunca seremos suficientemente consecuentes con esta afirmación, ni cabe la exageración en este punto. Desde Jesús de Nazaret, podemos afirmar que no existe ninguna razón en absoluto por la que Dios quiera entrar en la existencia histórica humana, fuera de su amor salvador, de su decisión irrevocable de liberar y potenciar al hombre. De suerte que podemos elevar a principio hermeneútico fundamental la siguiente formulación: toda interpretación del cristianismo como restrictiva de la

realización humana o como carga externa y heterónoma sobre la exigencia resulta, por eso mismo, falsa; y al revés: cuanto más positiva resulte una interpretación, tanto más acorde será con el auténtico espíritu del cristianismo. Inmediatamente aparecen las consecuencias que de aquí se pueden derivar, por ejemplo, para una fundamentación cristiana de la ética. En contra de lo que tantas veces se sobreentiende, no existen para el cristiano preceptos supletorios o cargas adyacentes. La fe es simplemente –¡nada menos!– una luz que ayuda a reconocer en la pureza y la profundidad de la tarea ética humana la voluntad del Creador.

Voluntad agápica, altruista, que tan sólo quiere la realización plena y auténtica de sus

creaturas. Voluntad, además, de un Dios que se muestra como Salvador, es decir, como positivamente empeñado en ayudar al hombre a descubrir los caminos auténticos –los mandamientos son en el A.T. palabras de revelación– e igualmente empeñado en potenciar su fuerza para seguirlos –la ley como gracia que capacita para que

todo lo podamos en Aquel que nos conforta (cf. Flp 4,13)– ¡Cuántas

estrecheces se superarían y cuántos malentendidos desaparecerían si esta evidencia lograse impregnar la vivencia práctica y la formulación teórica de la moral cristiana...!.

b) El segundo eje se refiere a la confrontación con las exigencias de una auténtica autonomía humana. Confrontación que constituye una de las grandes preguntas de la vida moderna y tal vez la fuente de mayores recelos frente al cristianismo y la religión. Dios interpretado como limitación externa a la realización del hombre, como imposición heterónoma a su libertad, constituye el gran espantapájaros del ateísmo. Dios interpretado desde la genuina experiencia bíblica, sobre todo en su culminación en la palabra y en la vida de Jesús, debe ser la gran respuesta.

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Pero se impone elaborarla en profundidad, y con todas sus consecuencias dentro de las preocupaciones y los símbolos de esa cultura. El concepto de teonomía propugnado por Paul Tillich – concretado como cristonomía– puede indicar un camino fundamental. Porque en él aparece que la relación con Dios no conduce al hombre fuera de sí, sino al más profundo encuentro consigo mismo, a su realización insuperable. La asunción consecuente de la encarnación como ley fundamental y fundacional del cristianismo tiene aún mucho que decir y mucho que hacer pensar a la teología actual. La misma temática del dolor de Dios, en cuanto superadora de un Dios apático –más cercano a la filosofía de Aristóteles que a la cruz de Cristo–, está mostrándose muy fecunda. La razón estriba en que nos ayuda a descubrir su solidaridad incondicional con el hombre y su carácter de plena y gratuita afirmación.

La amistad de Dios para con el hombre, que llega hasta la cruz para borrar la maldición del

fracaso histórico de nuestra libertad, no diviniza nuestra libertad, sino que humaniza nuestra humanidad. Expresado de un modo más sencillo: Dios no aliena la autonomía del hombre, sino que, fundándola y agraciándola desde dentro, la lleva a lo más auténtico de sí misma.

Si los cristianos

lográsemos aclarar y fundamentar esta afirmación o, mejor, si lográsemos hacerla brillar ante la conciencia moderna desde la vida concreta de Cristo, daría un paso incalculable en dirección a la búsqueda de mucho hombre y mujeres de nuestro mundo.

c) El tercer eje pasa por la mostración efectiva del carácter liberador de Dios en la liberación socio–histórica del hombre. Indiquemos únicamente que, más que la congruencia teórica –abundantemente demostrada, a pesar de las posibles cuestiones pendientes, por las teologías políticas y de la liberación–, hoy se nos pide la demostración práctica. Las iglesias se hallan ante el desafío concreto de mostrar que el único interés de Dios en la realización de su Reino consiste en la identificación de su causa con la causa del hombre.

A los cristianos se nos exige demostrar que el Reino de los cielos se realiza cuando –y

solamente si–, ya en la tierra, también los creyentes se esfuerzan por lograr que la justicia, la libertad y la fraternidad reinen entre los hombres: entre todos los hombres y, por lo tanto, antes que nada, entre los marginados, los oprimidos y los que sufren.

3.2. El mucho más cristiano Si los cristianos de hoy lográramos, aunque fuera mínimamente, encarnar sobre estos tres ejes nuestra fe en el Dios de Jesús, entonces la entraña humanista del cristianismo brillaría por sí misma. Y la cuestión de si el cristianismo es o no es un humanismo quedaría más bien reducida a palabras. Dependería de lo que se entendiera por humanismo.

Si lo que se entendiera fuera, sobre todo, la

intención de afirmar al hombre en su máxima plenitud, negando todas las negaciones, entonces el cristianismo sería un humanismo. O mejor: sería más que un humanismo, porque abriría la afirmación humana sobre un ámbito de plenitud infinita, en el misterio de la comunión personal con Dios. Plenitud

gratuita y, por lo mismo, también transcendente, pero que se realiza en el amor y, por lo mismo, es absolutamente real y personalizadora.

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El cristianismo así entendido constituye la Aufhebung de todo humanismo: la negación por elevación y asunción de todo lo positivo, pero llevado más allá de sí mismo. Con todo, mejor será expresarlo con la categorías concretas de la experiencia auténtica de la gracia. Para Pablo queda eliminada toda negación del hombre: nada hay de condenación para los que

están en Cristo Jesús (Rom 8,1); y afirmada, en cambio, toda positividad: todo es vuestro (1 Cor 3, 21). En medio, entre ese todo y esa nada, está la experiencia de la salvación en Cristo: la certeza de sentirse amado y acogido por Dios, la alegría invencible de saber que la propia existencia está traspasada por un amor más grande que todos los obstáculos y por una esperanza más fuerte que el fracaso y la muerte. De ahí que la sensación espontánea –pese a las constantes recaídas de la historia cristiana– no sea la del encogimiento y la limitación, sino por el contrario, la de la plenitud desbordante del mucho más que se sitúa allende toda posible heteronomía y que incluso supera cualesquiera expectativas de toda autonomía inmanente. En un tiempo de crisis y de amenaza, de pregunta intensa por lo humano, de horizontes fragmentados, de relativismo y valores cambiantes, pero a la vez de búsqueda ansiosa e intensa, hemos de testimoniar ante la humanidad nuestra dicha, nuestra fe evangélica en el hombre, y nuestra esperanza en un mundo más justo y feliz, porque es el ofrecimiento del Dios de Jesús; un Dios que quiere que

todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tm 2,4).

III. CONCLUSIÓN: VIVIR EN POSITIVIDAD

Hay verdades tan claras, humana y evangélicamente, que nunca acabamos de creerlas. Una de ellas es que, no sólo anhelamos ser felices, sino que ésa es nuestra meta natural y cristiana, lo que Dios quiere para nosotros desde ya. Creer en Dios es aceptar y vivir gozosamente y en positividad la existencia, pase lo que pase y me suceda lo que me suceda. No puede ser de otra forma desde el momento en que afirmamos que El es Dios de vida, que ha asumido nuestra condición humana y se ha hecho uno de nosotros. Quien renuncia a ello, o lo oscurece con argumentos teóricos o razones experienciales e históricas, encubre el misterio, el de Dios y el de su ser. Ese misterio que es la Buena Noticia que Jesús de Nazaret nos reveló y ofreció.

Por eso, quien pretende seguirle y proseguir su causa y no goza la vida ni la vive en

positividad ha tomado, o le han hecho tomar, un camino en el que la evidencia y presencia liberadora de Dios parece estar ausente, y en el que él mismo como persona no puede sentirse realizado. Es un camino equivocado. Descubrir a Dios en el gozo de la vida es necesidad, mandato y tarea cristiana. Derecho y obligación.

Con ello no se abarata ni tergiversa la fe, sino que empezamos a entenderla y

experimentarla como lo que es: don y proyecto pura y exclusivamente liberador. Puesto que Dios nos ha creado para la plenitud y felicidad – y sólo para eso– resulta evidente que se alegra con cada una de nuestras alegrías y que goza viendo nuestra felicidad. Usar la fe para reforzar miedos subconscientes, estrechar y angustiar la vida de las personas, y matar así su gozo de vivir, eso sí que es tergiversarla. ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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Saber gozar de la vida, – de lo que se nos da y hacemos, sea grande o pequeño–, poder gozar y querer gozar, es algo totalmente necesario para poder descubrir la evidencia y presencia de Dios y llegar a ser nosotros mismos en plenitud: hijos de Dios.

Esto no significa que Dios se halle ausente del sufrimiento y la desgracia: sería demasiado barato e inhumano. Pero si está ahí, es precisamente porque quiere nuestra alegría. El sufrimiento y el fracaso no pueden convertirse en lugares que monopolicen la presencia de Dios. Y su presencia en dichas realidades siempre será de forma indirecta y a la contra: El está ahí, con nosotros, para eliminarlo. La alegría es, en cambio, lo primario y directo: lo que el Creador quiere para su criatura, lo que Dios–Padre quiere para nosotros. Así, pues, no puede entenderse el ser cristiano sin la alegría de vivir. Quien descubre a Dios en el gozo de la vida entiende mejor por qué la praxis del amor es liberación y alegría, y no una carga añadida a su vida. En ella, Dios y su proyecto tienen su meta y el lugar de su brillo más auténtico e infalsificable. Ver a Dios en la naturaleza ha sido siempre uno de los grandes recursos de la humanidad, y no está de sobra, en modo alguno, en una época burocratizada y tecnificada como la nuestra. Lo mismo podemos decir, con mayor énfasis aún, de la intimidad humana y del cultivo de la interioridad. Pero el lugar por excelencia, y más irradiante, de la manifestación de Dios es la acción histórica en favor del ser humano. Un Dios que es Padre de todos, a los que con todo su corazón quiere felices, tenía que estar supremamente allí donde la conciencia de fraternidad está despierta y el amor por el hermano se hace activo para que todos sepan y puedan vivir. La gloria de Dios es que el hombre viva. Y esto no es simple teoría. Toda la vida de Jesús de Nazaret, manifestación plena de Dios, es una práctica en contra del sufrimiento y la marginación y en pro de la vida. De ahí que nadie pueda saber (=gustar) la presencia y proyecto de Dios, en plenitud, en este mundo, mientras haya hermanos pequeños, marginados y oprimidos. Dios, a quien nadie de nosotros ha visto, se hace visible en el hermano a quien se ve. Descubrir a Dios en la praxis del amor y en el gozo de la vida sólo es posible si vivimos con talante positivo.

Saber apreciar lo que somos y tenemos, lo que se nos da y ofrecemos, es algo

imprescindible. A pesar de nuestra precariedad, debilidades y fallos, y a pesar de la ambigüedad del mundo y la historia, son muchas las realidades positivas; tantas como para decir que la Buena Noticia sigue teniendo sentido hoy y no es una palabra hueca. Dios no nos invita al sufrimiento, ni a la desazón, ni al agobio, ni al temor, ni a la renuncia. Sigue invitándonos a la vida y al gozo. Hasta el punto que su mandato de amar al prójimo tiene por regla, unas veces el amor a nosotros mismos y otras el amor con el que El nos ama. Los cristianos, sin embargo, no siempre hemos sabido reflejar en nuestros propios rostros la alegría de vivir, la alegría de Dios. Desde el escrúpulo hasta la angustia, desde la estrechez de espíritu hasta la enemistad para con el cuerpo, desde el ascetismo mal integrado hasta un legalismo sin calor, desde la vivencia de la fe como peso hasta el temor al gozo y a que la dicha nos sorprenda..., damos demasiadas veces la impresión de ser personas más encadenadas que liberadas por Dios.

Hemos

convertido al cristianismo, frecuentemente, en enemigo de la vida. Descubrir a Dios en lo positivo de la vida y hacer de ésta algo positivo constituye una urgencia cristiana. ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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En la alegría bien vivida, en la punta siempre abierta a nuestras plenitudes, en los destellos de nuestras pequeñas positividades se anuncia y se percibe lo

que El es y lo que nosotros estamos

destinados a ser. Porque si la gloria de Dios es que le hombre viva, la vida del hombre es la visión de

Dios. (S. Ireneo).

ORACIÓN DEL PADRE–MADRE Hijo mío, hija mía que estás en el mundo. Eres mi gloria y en ti está mi reino. Eres mi voluntad y mi querer. Tu nombre es mi gozo cada día. Te amo. Te alzo y sostengo. Te doy todo lo que es mío –el pan, los hermanos, el Espíritu–. Quiero que vivas feliz y que ayudes a vivir. Te perdono siempre y te pido que perdones. No temas. Yo te libraré del mal y de todas sus redes. Día y noche pienso en ti, hijo mío, hija mía. Ulibarri, Fl.

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GUÍAS DE LECTURA Y REFLEXIÓN PERSONAL 

Lee la catequesis con interés. Anota tus dudas, tus preguntas, tus desacuerdos.



Léela como lectura espiritual intentando ahondar en lo que provoca en ti y cultivar lo que te sugiere.

GUÍA–1 (Leer, sobre todo, el punto I) 1. ¿Me percibo como un ser abierto, capaz de captar lo novedoso, deseoso de saber más cosas, anhelante por ser yo mismo, insatisfecho en mis relaciones y con capacidad para replanteármelas, cuestionado por los acontecimientos históricos, receptivo a lo extraordinario, capaz de vibrar con el dolor y la alegría...? 2. Repasa los acontecimientos más significativos de tu propia historia. ¿Percibiste en ellos la presencia del misterio? Recuerda y revive tus experiencias más fuertes de gracia. 3. Según la catequesis, hay lugares o circunstancias privilegiados de la experiencia transcendental, de la experiencia de gratuidad, de la experiencia de Dios. ¿Cuáles son los tuyos, según lo que tú mismo has ido descubriendo? GUÍA– 2 (Leer, sobre todo, los puntos II.1 y II.2) 1. ¿Cómo vives tu relación con Dios cuando las cosas funcionan, cuándo te sientes contento en tu vida? ¿Y en los momentos o épocas oscuras, de sufrimiento, apatía, sinsentido o dolor? 2. ¿Percibes a Dios en las acciones históricas de lucha por la justicia? transformar la realidad?

¿Cómo?

¿Y en tus esfuerzos por

¿Cuáles son los últimos acontecimientos –cercanos o lejanos,

vividos, escuchados–, que más te han acercado o manifestado a Dios? 3. ¿Dónde sueles ver más a Dios: en la naturaleza o en la praxis social, en tu interioridad o en los signos religiosos, en lo positivo de la vida o en lo negativo? GUÍA–3 (Leer, sobre todo, los puntos II.2 y II.3) 1. ¿Crees que reflejas en ti la alegría de Dios? ¿En qué se nota? 2. ¿Cuándo y cómo se deforma la alegría cristiana? ¿Se dan en tu vida esas deformaciones? 3. ¿Cómo has vivido y vives el texto evangélico quien quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí

mismo, tome su cruz y me siga (Mc 8, 34): como consecuencia (la cruz y la limitación me pueden llegar si vivo plenamente mi ser humano) o como principio (debo asumir la limitación y la cruz para seguir a Jesús)? 4. ¿Qué sentido tiene la ascética en la vida cristiana? GUÍA–4 (Leer el punto III y repasar toda la catequesis) ........................................................................................................................................................................................................... CREER EN DIOS ES VIVIR EN POSITIVIDAD

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1. ¿Cómo vives tu opción cristiana: como carga o como ayuda para ser plenamente hombre/mujer? ¿Percibes a Dios como quien te recuerda exigencias éticas o como el que te ayuda a ser plenamente tú mism@? 2. ¿Experimentas la fe como suerte y ayuda para poder vivir? ¿Sientes agradecimiento por ser creyente? 3. ¿La imagen que tienes de Dios te dificulta percibirlo como el que se empeña en que seamos plenamente felices? 4. ¿Cuáles son los pasos que deberías dar, en estos momentos, para vivir en positividad?

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