CREER EN LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO

JOSEPH DORÉ CREER EN LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO Pascua debería ser para los cristianos la ocasión de verificar el vigor de su fe en la resurrecció

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JOSEPH DORÉ

CREER EN LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO Pascua debería ser para los cristianos la ocasión de verificar el vigor de su fe en la resurrección de Jesús. Pues de su testimonio depende la credibilidad humana de la resurrección de Jesús hoy. El autor, después de presentar, de modo sistemático, las opiniones actuales sobre el tema y las actitudes del espíritu humano que representan, muestra a partir del N.T. cuál es el contenido y el significado de la fe en la resurrección. Croire en la résurrection de Jésus-Christ, Etudes 356 (1982) 525-542 Todas las palabras del título han sido medidas para que su análisis ilumine la intención que pretenden. ... de Jesucristo Subraya, en primer lugar, la referencia al hombre Jesús de Nazaret. Lo siguiente pondrá en claro que esta referencia no es secundaria ni evidente para todos. Pero, en segundo lugar, subraya un aspecto de gran importancia. No se quiere sólo evocar un suceso asombroso referente a un profeta, en cierto modo comparable a otros, crucificado por Pilatos. Creer en la resurrección es reconocer a Jesús como el Cristo, es decir, más que "simplemente Jesús y, por tanto, situarle de forma singular con relación a Dios y a los hombres. Eso significa que la postura frente al suceso de la resurrección de Jesús aparecerá vinculada a una interrogación sobre su identidad como Cristo.

... creer en La modalidad concreta de la postura ante la resurrección es un creer, una fe. Las páginas siguientes pondrán de relieve la dificultad en comprender el alcance de esta afirmación. No es superfluo indicar que no se trata de un creer neutro, sino de creer "en ... ". Lo que significa que si la resurrección nos atañe por el acto de fe a que estamos invitados, ese acto tiene el efecto de introducir y hacer partícipes a los creyentes del dinamismo de vida en que se traduce. Es preocupación principal de estas páginas no separar el contenido del acto mismo y poner de relieve que, si somos invitados a creer en una resurrección, lo somos por y en un proceso que tiene algo de resucitante para el que lo lleva a cabo. Es decir, queremos subrayar que creer en la resurrección de Jesús es creer en Jesu-Cristo como resucitado y resucitarte.

... la resurrección... No basta con preguntarse si Jesús resucitó y, en caso afirmativo, qué significa como revelación de la identidad personal de Jesús y de su interés por los hombres. Hay que explicar, primero, qué significa "resurrección, pues no es de ningún modo un concepto

JOSEPH DORÉ diáfano. Podría acudirse a los textos del NT en que se habla del destino de Jesús después de su muerte y a los términos en que la expresan. Pero nosotros seguiremos otro camino. Presentaremos y evaluaremos, primero, las opiniones que son hoy comunes. Y sólo luego acudiremos a la fe y al testimonio apostólicos, consignados en los escritos sinópticos, paulinos y joanneos.

OPINIONES Y PROBLEMAS DE HOY Lo que creen y piensan los cristianos respecto a la resurrección de Jesús es, con frecuencia, algo nebuloso y difuso. Pero es posible establecer ciertos esquemas que agrupan sus opiniones y las estructuras mentales que básicamente las originan.

Cuatro tipos de opinión Para dar una visión de conjunto nos serviremos de un cuestionario de Témoignage Chrétien de 1980, ampliamente contestado, que distinguía cuatro tipos de posturas. 1. El primero imagina que Jesús ha vuelto a tomar posesión de su cadáver y que, como cuerpo glorioso, está a la derecha de Dios. Esta opinión se apoya en dos datos que admite, sin más, como históricos y como prueba perentoria, por figurar en el N.T., la tumba vacía y las apariciones a algunos discípulos. Rechaza cualquier sospecha de mitología o ingenuidad, pues la sola pregunta por la historicidad de estos datos significa no ser auténtico creyente o, al menos, situarse en camino de no serlo. Y, finalmente, pasando del contenido de la fe en la resurrección a lo que ella misma fundamenta, afirma, apologéticamente, que ahí reside la prueba de la divinidad de Jesús., pues sólo Dios tiene poder para resucitarse a sí mismo. 2. Una segunda opinión sostiene que Jesús es personalmente vivo y que ha atravesado efectivamente la muerte como todo hombre. No sabe ni se preocupa demasiado de la entidad de esta vida (cómo sea verdaderamente corporal), ni tampoco lo que esa afirmación sobre el profeta de Galilea entraña para la concepción de Dios o para la misma identidad de Jesús, o para el sentido que puede aportar al destino humano en general o incluso a la decisión misma de fe. Se afirma indudablemente que lo que se llama 'la resurrección' ha afectado a Jesús en el sentido de volverle a la vida. Pero no ven posibilidades de trascender esta afirmación ni qué interés tendría lograrlo. Pues, por una parte, los exegetas del N.T. concluyen que existe composición literaria y presentación apologética en los relatos de la tumba vacía y de las apariciones y que, por tanto, hay que librarse de ciertos lastres tradicionales y declarar tanto más doctas ciertas ignorancias cuanto son más insuperables. Por otra parte, se ha acabado por asumir, una idea muy repetida en estos últimos años que la fe no es primariamente cuestión de contenido, sino de conversión y compromiso contra todo lo mortífero que exista en la propia vida y en el mundo. No se olvida reconocer que Jesús ha sido, y es todavía hoy, una llamada sin par a una vida plena de sentido y el camino hacia el cumplimiento de una esperanza fundada. Sin cuestionar la importancia de lo que haya podido sucederle a Jesús en otro tiempo, el

JOSEPH DORÉ centro de interés se fija en lo que permite vivir en la actualidad. Se intuye que no se acabó con Jesús y que tiene relació n con el sentido de la propia vida. Esto lo expresa la tradición cristiana diciendo que resucitó. Hablando, sin embargo, con propiedad no queda claro qué significa esto para Jesús y, en el fondo, tampoco preocupa demasiado. 3. El tercer modelo da un paso más allá en la dirección precedente. Propiamente no tiene en cuenta la resurrección de Jesús. Se limita a decir que "Jesús vive"... pero, dejando de lado representaciones tradicionales y el hecho de ser arrancado de la muerte, añadirá que si Jesús debe y puede ser declarado viviente, es pura y simplemente por y en aquellos que hoy se refieren a El. No es Jesús quien sobrevive, sino nosotros quienes tomamos su relevo. Lo que perdura es su "causa", su "espíritu", en la medida en que ciertos hombres, siguiendo su ejemplo, mantienen lo que en El la muerte ya puso fin. Esta postura que se juzga la única aceptable en adelante, tiene una doble lucidez y un doble coraje. Primero, frente a la tradición cristiana que la juzgará como infiel y contaminada del espíritu del mundo, pues se resigna a perder definitivamente a Jesús. Pero también frente al espíritu secular, pues le repite, quiéralo entender o no, un dato incontestable: que se deben a Jesús de Nazaret y a nadie más algunas "de las ideas, modelos o jerarquías de valores" sin los que la mejor sociedad volvería a la barbarie. No es preciso aceptar toda la dogmática cristiana (y, en concreto, una verdadera resurrección) para entender que la defensa de ciertos valores e ideales es algo que tiene su origen en Jesús y sólo en El; es revivir entre los hombres algo que tomó vida en Jesús en tiempos de Tiberio... y que de hecho no murió con El. 4. Hay un cuarto modelo que interpreta la resurrección de Jesús como una "clave", como un puro símbolo. Símbolo de una honda verdad humana universal (que deberá desligarse finalmente de Jesús): es decir, que nada debe considerarse jamás como radicalmente comprometido en la existencia humana; que con ciertas condiciones el bien puede siempre brotar del mal; que la esperanza puede mantenerse frente a todo; que incluso la muerte tiene sentido si permite llegar a la auténtica sabiduría o a la entrega como servicio... Es cierto que esta verdad, al menos en Occidente, se ha expresado unida a Jesús y referida a su resurrección. Lo cual puede haber dado y seguir dando sentido a la vida. Pero seria un engaño alienante e ilusorio seguir refiriéndola por más tiempo a representaciones ideológicas o anécdotas históricas caducas. Hay que decirlo claramente: Jesús está muerto y ya no existe. Jesús habría enseñado a los hombres paradójicamente cómo vivir sin Dios y sin dioses, sin Cristo, e incluso, sin Jesús. Según esta concepción, en un contexto en que la existencia de Dios era una verdad indiscutida, afirmar a Jesús resucitado era la forma de expresar que Jesús, en contra de sus adversarios, había tenido razón de vivir y morir como lo hizo. En el mundo ateo de hoy debe ser posible percatarse que allí no se expresaba más que una convicción fundamental que puede dar sentido pleno a la vida: el amor en acto y el servicio desinteresado. Jesús murió en el abandono de Dios y declaró que convenía que partiera. Sus lugares respectivos están ahora vacíos, pero han permitido a los hombres descubrir cómo deben mantener solos los suyos respectivos. Se les debe agradecer su papel, pero hay que dejarles desaparecer definitivamente. En resumen: hay que olvidar la historia de Jesús, que podría enmascarar nuestra tarea y procurar vivir o sobrevivir siempre. Jesús nos ha demostrado que es posible hacerlo. Y no hay que buscar en otra parte el sentido y alcance de lo que, en tiempos de fe ya idos, se hallaba en la afirmación de la resurrección de Jesús.

JOSEPH DORÉ Dos actitudes fundamentales Después de describir los esquemas en que se concreta la resurrección de Jesús, será conveniente analizar las dos estructuras mentales que las fundamentan. 1. Hay una actitud objetivista. Estima que para hablar verdaderamente de una resurrección de Jesús, hay que poder decir que ésta ha sido objeto de una constatación, en cierta forma objetiva y neutra, por parte de los que la atestiguan. Este habría sido el caso. Es cierto que nadie fue testigo de la misma salida de Jesús de la tumba; pero sí que hay testigos objetivos de los efectos de la resurrección. Desde luego, en la constatación objetiva de la tumba vacía y en la constatación objetiva de las apariciones, los discípulos han hallado la prueba de que Jesús había atravesado la muerte y había resucitado. El problema se reduciría hoy a asegurar la veracidad de este testimonio y en la medida en que se consiga, se creerá fundado hablar de la resurrección como de un hecho objetivamente atestiguado. No habrá, entonces, timidez alguna en equiparar la resurrección a cualquier otro hecho histórico como la reaparición de la hija del zar Alejandro II o el retorno de Napoleón de Santa Elena. Hay testigos que constataron, verificaron y hablaron. - Y cuanto mayor objetividad se halle en sus testimonios, más fundada será su afirmación y la nuestra de la resurrección de Jesús. 2. En contraste con esta mentalidad hay otra que se puede llamar subjetivista. Empieza por subrayar que en los mismos textos del N.T. los testigos no dicen jamás que constataron la resurrección ni que poseyeran pruebas perentorias, sino que han creído en la resurrección de Jesús. De ahí se deduce que no se trataba de una absoluta evidencia, ni poseía la seguridad que se le atribuía. Es cierto que comprometieron su vida por ella, pero no se puede excluir la hipótesis de un engaño, incluso de buena fe. Por ello no podemos basarnos, sin más en su alegaciones. Se deberían tener pruebas verificables hoy por sí mismas para apoyar esta afirmación. Sin embargo, de Jesús sólo sabemos lo que nos transmitieron los apóstoles y la resurrección, en concreto, no tiene ninguna analogía con hechos posteriores. Ante un suceso que se afirma, pero del que no se ofrece verificación alguna, la postura correcta es pensar que se debe atribuir a la subjetividad de los apóstoles. Es decir, que todo ocurrió en su espíritu, "en su corazón". No se puede negar que en un determinado momento cambian de vida y de actitud; se reúnen, predican, etc. Pero no fue más que el resultado de proyectar en Jesús lo que sólo era experiencia subjetiva. La pretendida resurrección de Jesús, si existe, debe buscarse en nosotros mismos, en nuestra subjetividad, en nuestra vida, lo único que puede, en todo caso, ser verificado... Por esta vía se llega a concebir la resurrección como símbolo de una verdad general, accesible a cualquier hombre, autónoma de cualquier referencia cristiana 3. Parece como si no se pudiera salir de ese dilema: por una parte, tanto más se afirma la resurrección cuanto más se parte de una perspectiva objetivista. Pero, por otra, admitir una subjetividad creyente parece que conduce a negar la posibilidad de mantener una resurrección que concierna a Jesús mismo y, en definitiva, a la afirmación de que se

JOSEPH DORÉ trata de una cuestión de nosotros mismos, de nuestra propia subjetividad y del sentido que demos a nuestra propia existencia. Quizás, las cosas no sean, sin embargo, tan nítidas. No se puede decidir con prejuicios dogmáticos ni a prioris de sospecha. La única solución está en recurrir a los textos mismos de los que pretenden haber sido testigos, o al menos heraldos, de la resurrección, para inclinarnos por una afirmativa o una negativa. Los mismos textos han sido utilizados por los partidarios de una u otra solución. Conviene, pues, examinar y poner en claro qué significan y qué dicen hoy.

TESTIMONIOS Y RESPUESTAS DEL NUEVO TESTAMENTO Llama la atención que tales textos no parecen encontrar oposición entre el hecho de que la resurrección afectara a Jesús mismo y que los testigos aparezcan existencial y radicalmente implicados en la afirmación que establecen. Al contrario, en todos ellos, el hecho de la resurrección de Jesús no se atestigua de otra forma que en la experiencia de los discípulos.

La experiencia y la fe de los discípulos 1. Pasó ya el tiempo en que un racionalismo ingenuo, aceptando como criterio último de verdad el vulgar buen sentido o la pura razón, solventaba la cuestión de la resurrección atribuyéndola a una superchería de los discípulos. Para mantener la faz después de la derrota del maestro habrían inventado la tumba vacía y, a partir de ello, una sobrevivencia de Jesús. A reserva de ciertas correcciones de su mensaje, habrían logrado invertir en su favor el prestigio que Jesús había logrado en algunos círculos de su entorno. Otros discípulos, ilusionados y engañados, se habrían luego adherido, y de esta forma habría ido tomando cuerpo una leyenda de resurrección a través de los siglos... pero montada en realidad sobre el vacío y que, de hecho, tendría escaso relieve en las motivaciones reales de los que, sin embargo, pretenden luego hacer profesión de cristianismo. En la teoría expuesta se prescinde olímpicamente de un dato en que concuerdan todos los testigos. La postración moral de los discípulos después de la pasión fue tan grande, que no es fácil comprender cómo pudieron convertirse, con peligro de su vida, en campeones de una causa que sabían sin fundamento alguno. Por otra parte, la ciencia exegética ha establecido modernamente que la tradición de la tumba vacía parece ser independiente de las tradiciones de apariciones. Si esto es así, hay que deducir dos cosas: algunos textos no pretenderían más que atestiguar la tumba vacía, y tendrían cierta credibilidad, ya que carecerían del interés de probar ninguna otra cosa, es decir, la resurrección. Y otros textos anunciarían la resurrección sin argumentar a partir de la tumba vacía y eso despojaría, al menos en parte, a la postura racionalista de su evidencia. 2. Pero no hay que caer en una apologética tan fácil y racionalista como el racionalismo que hemos cuestionado. La apologética en cuestión argumentaba también racionalmente a partir de dos datos considerados como indiscutibles: la tumba vacía y las apariciones. Es falso argüir el hecho de la resurrección del primer dato (aunque hoy se le tenga por

JOSEPH DORÉ cierto), pues muchas otras cosas pueden dar razón de una tumba vacía. Y si se quiere apoyar en las apariciones, sería preciso que Jesús se hubiera manifestado en ellas con una evidencia tan "masiva" y "objetivamente" constatable, que los testigos hubieran tenido la prueba tangible de su retorno a la vida. Pero sobre esto los textos son claros: los discípulos no "han visto" al Resucitado independientemente de un acto de fe. 3. Existen, pues, algunos puntos claros y sólo de ellos se debe partir. Es seguro que la muerte de Jesús sumió a los discípulos en un descorazonamiento total. También es cierto que, poco después, esos mismos discípulos proclaman segura, por no decir triunfalmente, la resurrección de Jesús. La cuestión está, por tanto, en averiguar la razón de este cambio. Pero es seguro también que si se ha producido es porque han creído en la resurrección. El problema reside, pues, en averiguar lo que ha llevado a los discípulos a creer lo que han creído poder y deber anunciar. Ellos, al menos, lo atribuyen a los sucesos que hoy llamamos apariciones. Sobre ellas fundaron su paso a la fe. La cuestión se centra en saber qué pasó en las apariciones. A partir de los textos que las refieren, y que son los únicos datos que poseemos, se presentan como experiencias visuales, auditivas, táctiles incluso, pero tan ricas y complejas que desbordan el marco de la pura sensibilidad. Presentan los siguientes caracteres: fueron experiencias inesperadas en las que los testigos se sienten desconcertantemente movidos "desde fuera". Su desarrollo obedece al esquema: ver/no-ver; tocar/no-tocar; reconocer/noreconocer y, en conclusión, aparecer/desaparecer. Parece que a ojos de los testigos las apariciones no llegan a su plenitud más que en los efectos inmediatos que producen. Sólo después de la desaparición de lo que han visto comprenden que se produce el reconocimiento de "Jesús"; y ese hallazgo es inseparable de la comunicación a los demás, y del compromiso en cambiar la propia vida y el mundo. No se puede, pues, decir que los discípulos han fomentado una superchería basada en sus propios deseos ni que se han enfrentado a una evidencia en total "objetividad". Lo que se debe decir es que han hecho una experiencia "de que algo les advenía" y han puesto el acto de creer que ese "algo" no tenía sentido aparte de la inesperada resurrección de Jesús. Queda ahora por ver de qué manera han llegado a esta conclusión.

Resurrección y divinidad de Jesús 1. Abrumados por la muerte de Jesús, algunos discípulos, sin esperarlo, han tenido experiencias acompañadas de un doble sentimiento: reencontrar algo de lo que ya habían vivido con Jesús antes de su muerte, pero que, sin embargo, era de otro orden de lo que entonces habían pensado. Vinculada a estas experiencias los discípulos advirtieron una transformación, una tal promoción de su vida que vieron en ella el cumplimiento de la esperanza que la tradición de Israel les había enseñado a poner en Dios mismo. Para Israel Dios se revelaba en las obras de liberación y salvación que llevaba a cabo en favor de los suyos.

JOSEPH DORÉ Como israelitas, también para los discípulos de Jesús, Dios no era otro que la Fuerza y la Fuente que conduce y da sentido a la historia, la Roca que fundamenta y la Fortaleza que protege los destinos del pueblo y de sus miembros. Y lo que aparecía como la firma y la revelación de Dios, eso mismo se reproducía en experiencias inexplicables vinculadas a Jesús más allá de su muerte. Abrumados por la desaparición del maestro, los discípulos descubren luego, con sorpresa, que ningún miedo, ninguna coacción podía hostigar ni quebrantar su esperanza. Todo ocurría como si por medio y gracias a Jesús Dios mismo hubiera retornado y permaneciera con ellos. Se llega, pues, a este resultado: si la fe en la resurrección es la lectura que los discípulos han creído poder y deber hacer de las apariciones, eso supone dos cosas: haber compartido previamente la vida terrena de Jesús y, asimismo, la fe y la esperanza en un Dios reconocible en lo que realiza por y en la vida de los hombres. Se puede, pues, establecer que: 1) originariamente la resurrección de Jesús representa la lectura que los discípulos hicieron de lo que les ocurrió poco después de la muerte de Jesús y 2) que esa lectura consistió en reconocer ese "algo" como un acto del poder de Dios; como un acto que manifestaba que el poder divino que experimentaron en Jesús antes de su muerte, llegaba en El mucho más allá de lo que entonces imaginaban. Ya antes de la cruz, Jesús había ejercido en la vida de los discípulos una influencia dinámica que les había hecho preguntar sobre la fuente de poder vital que le poseía; ya habían acabado por buscar la respuesta en el vínculo particular que le ataba al que, de una forma u otra, llamaba su Padre. Lo que comprenden ahora, en la misma línea, pero desbordándola, es que el poder de vida que habitaba y surgía de Jesús era la potencia de vida de Dios mismo. Si ese poder había atravesado la misma muerte, debía reconocérsele como "divino", pues su historia atestiguaba que el dominio de la vida y la muerte no sólo era una prerrogativa divina, sino el signo irrecusable de la presencia de Dios entre los suyos. Si el Dios de Israel es Dios de vivos y no de muertos (Mc 12,27), Jesús representa su intervención activa entre los creyentes pues entre ellos aparece como "Príncipe de la vida" (Hch 3,15). 2. De esta manera los discípulos han comprobado que se les aclaraban mutuamente dos cuestiones: Primero, la cuestión de la fuente de las experiencias hechas después de la muerte de Jesús se aclaraba, si se relacionaban con lo que traslucía ya su vida antes de la cruz. E, inversamente, la cuestión de la identidad que se planteaba ya en la vida de Jesús se aclaraba a la luz de lo que se había vivido ahora, más allá de los sucesos del Calvario. Lo que estaba en juego en ambos casos era la identidad de Jesús, la "naturaleza" de las relaciones del crucificado de Nazaret con la Realidad trascendente a la que reconocían el señorío y el poder de vida sobre toda carne: lo que se llama Dios y que Jesús denominaba su Padre. Hay, pues, un punto absolutamente claro: la confesión de fe en la resurrección de Jesús equivale a confesar la pertenencia de Jesús a la realidad misma de Dios. Si la fe de Israel se resumía en la confesión de Dios como el liberador de Egipto, la de los cristianos se concreta en proclamar que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y en eso reveló su auténtica faz (2 Co 4,6). Por eso Pablo podrá escribir: "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo" (Rom 10,9); y Pedro podrá invitar a los cristianos a encontrar en la resurrección el motivo último, la energía y el objeto de su fe en Dios: "Por El (Jesús)

JOSEPH DORÉ creéis en Dios, que le ha resucitado de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios" (1 P. 1,21). 3. Si esta es la forma como se desarrolló la afirmación de fe en la resurrección de Jesús, quedan firmemente establecidos varios datos. a) Que la resurrección afecta a Jesús mismo y no es sólo un cambio psicológico o de vida de los discípulos. Afecta de tal forma a Jesús que sólo por ella puede reconocerse su auténtica identidad. b) Es cierto que con la afirmación de la resurrección no queda plenamente establecida la cuestión de la identidad de Jesús. Pero al menos queda ya planteada en términos de divinidad y cuando sea resuelta en el aserto de la filiación, se precisará sólo el modo de esa participación de Jesús en el poder de vida de Dios. Se explicitará que si Jesús es detentador de la vida de Dios, lo es en cuanto engendrado a esa vida; si Jesús puede ser confesado como Dios, lo será a título de Hijo. c) Si lo que ha llevado a los discípulos a confesar la fe en la resurrección era la articulación de una referencia a la vida de Jesús y una fe previa en un Dios vivo, es claro que toda confesión ulterior de esa fe supondrá aceptar el testimonio de los que habiendo conocido a Jesús en la vida mortal, pretenden haberle reencontrado en sus experiencias después de la muerte. Pero es claro que sólo podrán recibir ese testimonio los que tengan por inseparable la cuestión de Dios de la cuestión de la vida del hombre; aquellos para quienes Dios es susceptible de manifestar su divinidad precisamente en lo que realiza en la vida de los que creen en El, aquellos que puedan reconocer con Ireneo que "la gloria de Dios es el hombre vivo". *** La mejor forma de concluir será pla ntear algunas cuestiones para reflexionar. 1. Los cuatro esquemas explicados en la primera parte comprometen a una concepción y a una práctica de la globalidad de la fe cristiana. La segunda parte ha subrayado fuertemente la vinculación neotestamentaria de la afirmación de la fe en la resurrección de Jesús al reconocimiento de su identidad divina y su función de salvación. ¿No deberían los cristianos de hoy verificar qué lugar ocupa, de hecho, en su fe la creencia en la Resurrección y en qué medida y cuándo la integran y cómo aclara su noción de Dios y, en consecuencia, su propio destino? 2. Los discípulos han visto confirmada la resurrección de Jesús en el cambio producido en su propia existencia. ¿No deberían los creyentes actuales recurrir a implantar su fe, que encuentran tan difícil, en las experiencias vivificantes que de hecho esa fe suscita en sus vidas... sin perjuicio de adaptar mejor sus prácticas a la fe que estiman poder profesar? 3. Si la fe en la resurrección de Jesús se extendió más allá de los círculos jerosolimitanos y galilaicos, es porque esos círculos no se limitaron a narrar un "suceso de Jesús", sino en la medida en que su transformación de vida era testimonial. Hay que ver ahí la definición misma del testimonio cristiano en el mundo. Son los mismos cristianos esparcidos entre los hombres la credibilidad humana de la resurrección de

JOSEPH DORÉ Jesús. A ellos compete ahora hacer aparecer que Jesús resucitó como el Cristo, haciendo ver que se da testimonio del resucitado en el cambio que ocasiona en su existencia. No parece que eso sea agobiar excesivamente a los cristianos porque está escrito, dicho y se canta incluso que "somos el cuerpo de Cristo". ¿No se nos pregunta a nosotros: "Qué habéis hecho de El"? Tradujo y condensó: JOSE M. ROCAFIGUERA

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