Criaturas Ya Olvidadas

1. El comienzo El reloj sonó a las 7.30, tan puntual como todas las mañanas. Me levanté a regañadientes, no me apetecía ir a clase, pero qué remedio.

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1. El comienzo

El reloj sonó a las 7.30, tan puntual como todas las mañanas. Me levanté a regañadientes, no me apetecía ir a clase, pero qué remedio. Cuando acabé de vestirme ya estaba llegando tarde, saliendo sin desayunar y dejando a mi madre en la puerta riñéndome por lo mismo de todas las mañanas. Cuando cerré la puerta de casa, allí estaba él, tan guapo como siempre, esperándome a mí, para ir juntos al instituto. Su padre nos llevaría en coche y así no llegaríamos tarde. Éramos la pareja más envidiada de todo el instituto. Todo el mundo nos miraba, hablaba de nosotros, todo el mundo... todo el mundo... «RINGGGG. RINGGGG». Tan puntual como siempre, el despertador volvió a sonar, pero esta vez no estaba en mi mundo tan deseado. Resignada, «volví» a levantarme y me vestí. Cuando acabé, como siempre, ya llegaba tarde, saliendo sin desayunar y dejando a mi madre en la puerta riñéndome por lo mismo de todas las mañanas. Esta vez no estaba él esperándome con un maravilloso Mercedes conducido por su padre listo para llevarnos. Solo yo y la larga calle que me tocaría recorrer a toda prisa para no llegar demasiado tarde. Allí estaba yo, Maya Moreno. Con mi melena rubia ahora enredada por el viento debido a mi carrera hacia una mañana llena de clases insufribles. Llevábamos solamente una semana de curso y yo ya deseaba que acabase. Este año había empezado 2º de la ESO y era un año que prometía poco.

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Al cruzar la calle, en el paso de cebra, choqué con un chico que por la altura me pareció más o menos de mi edad. Le pedí disculpas y seguí mi camino. En la entrada del instituto me peiné un poco y me dirigí a la clase que me tocaba. Llamé a la puerta, pedí permiso para entrar, pero allí estaba mi queridísima profesora de matemáticas diciéndome que había llegado tarde y no me dejaba entrar, ¡genial! Ahora me tocaba esperar toda una hora a que acabara la clase y poder incorporarme a la siguiente. Aproveché el rato para ir a la biblioteca y adelantar deberes de Lengua. Encima de una de las mesas había un libro muy llamativo abierto por la mitad; me acerqué para mirarlo. Era un libro que parecía bastante antiguo cuya portada decía: «Criaturas Fantásticas ya Olvidadas». Volví a mirar la página en la que estaba abierto cuando lo descubrí: había dibujado un precioso unicornio blanco, tenía unas crines también blancas, pero con algún matiz azulado, un cuerno largo con forma de espiral en medio de la frente y un par de alas que salían de los laterales de su grupa. Me gustó aquel libro y decidí llevármelo prestado para echarle una ojeada en casa, pero la bibliotecaria me dijo que no pertenecía a la biblioteca; como no vi a nadie que pareciera el propietario me lo llevé. Si alguien preguntaba por él, lo devolvería. Llegué a la siguiente clase, esta vez puntual. Vi a Tania, una de mis mejores amigas, nos sentamos juntas en unas mesas hacia el centro del aula y entonces, mientras yo acomodaba mis cosas sobre la mesa, apareció él, rubio, alto, con sus ojos azules… en fin, guapísimo. Mario, él sí era el chico más popular del instituto; pero desgraciadamente yo no era su novia, ni siquiera podía aspirar a serlo. Se sentó en las mesas del final con toda su panda. La profesora entró en clase y todo el mundo ocupó sus lugares. Tania me susurró que había llegado un chico nuevo, pero cuando iba a decirme su nombre la profesora nos mandó callar y no me quedó más remedio que esperar a que pudiésemos comentarlo. No me hizo falta esperar, pues cuando la profesora pasó lista dijo el nombre de ese chico nuevo. Se llamaba Hugo Sanz Méndez; al fijarme bien en él me di cuenta de que era el mismo chico del paso de cebra. Le miré detenidamente: era moreno, con el pelo un poco [10]

Criaturas Ya Olvidadas…

largo. Parecía tímido y pensé que más tarde me presentaría para que no estuviera tan perdido. En el recreo, con Tania a mi lado, pasamos por delante del grupo de Mario. Laura, una de las chicas que siempre andaba detrás de él, se adelantó hacia mí. —Hola, Maya. —Hola —la saludé con desgana, sabía que esa conversación solo nos llevaría a que me insultase o se metiese con mis amigos; ella era así. —¿Has visto qué mono el chico nuevo? —continuó ella con voz burlona—. Deberías fijarte en él, por lo menos él no para de hacerlo contigo. «¿De qué estaría hablando?», pensé. —Anda, vete con él, sé que tu sueño es Mario pero... tendrás que conformarte. Mario rió la gracia al compás de las risas de sus compañeros. Acabé el día muy enfadada, y obviamente, tras el comentario de Laura, no fui a presentarme a Hugo. Llegué a casa y subí directamente a mi cuarto, tiré mis cosas por el suelo y me tumbé en la cama. Se me había quitado hasta el hambre. Mi madre no estaba, ya que seguía en su tienda trabajando; tenía una tienda de ropa y pasaba en ella gran parte de su tiempo. Le encantaba coser y diseñar vestidos y no le gustaba dejar la tienda sola. A mí eso a veces me molestaba, pero tener la casa vacía y tranquila para mí sola era agradable, y además siempre solía dejarme la comida preparada. Sobresaliendo de la mochila estaba el libro de color rojo intenso que había cogido esa mañana en la biblioteca. Miré por la ventana y vi que soplaba un poco de brisa. Cogí el libro y me tumbé en la hierba del jardín. Me encantaba estar allí cuando soplaba el airecillo, era muy relajante. Cerré los ojos y dejé que el aire acariciara mi cara. Cuando ya parecía que se me había pasado el enfado abrí el libro. En la primera página, con unas letras perfectamente cuidadas, ponía «Yua»; el nombre me pareció muy raro, ni siquiera sabía si eso sería un nombre. Pasé a la siguiente página, era un texto, o eso creía, estaba todo escrito con unas letras muy raras, más que letras parecían símbolos. [11]

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Pasé las posteriores páginas observando preciosos dibujos, que representaban criaturas que no se parecían a nada que yo conociese. Dejé el libro, ya empezaba a hacer frío y entré en casa. Durante los días siguientes me fijé en si era verdad que Hugo me miraba, y efectivamente era cierto. ¿Qué querría de mí? ¿Le gustaría? Fuera como fuese él nunca trató de acercarse a mí, y yo tampoco iba a intentar acercarme a él, no quería dar que comentar a Laura, y sobre todo no me apetecía que Mario se riera de mí. Cada vez faltaba menos para la fiesta de cumpleaños de Mario; esa fiesta era muy comentada y mucha gente del instituto era invitada. Yo, como cada año, soñaba con ir a esa fiesta. Pero no creí que se diese el caso. Unos días antes del cumpleaños, mientras almorzaba con Tania y Lucía en el recreo del lunes, Mario se acercó a nuestra mesa. Me puse muy nerviosa y colorada. —Hola —dijo él, iluminando el momento con su estupenda sonrisa. —Ho… ho… hola —contesté torpemente. —Hola —dijeron Tania y Lucía al unísono. —Esto... Maya... quería decirte si te apetecería venir a mi fiesta de cumpleaños. Entré en estado de shock. Estaba sorprendidísima, ¿sería esto cierto o sería otro de mis sueños? Noté una patada en mi pierna derecha, había sido Tania. Me di cuenta de que me había quedado callada, con la boca entreabierta, perdida en la inmensidad de esos ojos azules. El chico esperaba de pie mi respuesta; al parecer se impacientó y dijo: —Si no quieres o no puedes no pasa nada. Sentí que se me escaparía de las manos si no me apresuraba a contestar. —Sí —dije con voz entrecortada por culpa de los nervios—, claro que me apetecería. —Bien, el viernes a las seis, te paso a buscar, ¿vale?—me dijo. —Perfecto —contesté emocionada. —¿Tu casa es? —preguntó. —Número 10 de la calle Luna —dije sin apartar la vista de él, como si quisiese grabar a fuego en mi mente su imagen. [12]

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—Hasta luego —se despidió de mí e hizo un gesto con la cabeza para despedirse también de las chicas. Me desplomé sobre Tania y dije: —Es un ángel, definitivamente es un ángel. Lucía y Tania se rieron. El tema de conversación durante toda la semana fue Mario, la maravillosa fiesta y yo. El viernes, después de clase, Tania, Lucía y yo estuvimos en mi casa para decidir qué ropa me pondría para esa tarde. Después de mil y un ensayos me decidí por unos pantalones negros, una camiseta de color rosa suave de tirantes y unos zapatos también rosas. Finalmente las chicas se despidieron de mí y me desearon suerte. A las cinco comencé a prepararme. Me puse lo acordado y me hice un bonito recogido con el pelo, con ayuda de mi madre, dejando algunos rizos sueltos por la cara. No me quise pintar mucho, no quería ir exagerada, me eché un poco de mi colonia favorita y lista. A las seis en punto llamaron a la puerta. Mi madre abrió y me dijo que bajara. No me hice esperar y bajé las escaleras casi corriendo. —Bueno, mamá, te presento a Mario; Mario, ella es mi madre, Eva. —Encantada —dijo amablemente mi madre. —Buenas tardes, me alegro de conocerla. Yo estaba a punto de derretirme, era todo un caballero. —¿Nos vamos? —pregunté. —Sí, vamos —contestó. —Pásalo bien y cuídate. Adiós. —Adiós, mamá —le respondí. Ella cerró la puerta y me dirigí al lado de Mario. ¡No era posible!, estaba siendo la chica más feliz del mundo. ¡¡¡Su padre nos esperaba en la puerta para llevarnos en el Mercedes!!! Era como estar en uno de mi sueños, a escondidas me pellizqué la mano y no, no estaba en uno de mis sueños. Sonreí. Mario me abrió la puerta el coche. —Buenas tardes —esta vez tocaba que fuera yo la presentada. —Papá, ella es Maya —dijo él al entrar en el coche. —Encantado, yo soy Alberto —contestó. Lo hizo de una manera un poco fría y le vi un brillo extraño en los ojos, que no me gustó nada. [13]

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—Igualmente —dije. El viaje fue en silencio, nadie comentó nada y a mí tampoco se me ocurrió la manera de cortar ese vacío. Me alegré de haber llegado donde se celebraba la fiesta. Era una discoteca. Estábamos en un lugar en el que yo no había estado nunca, no me sentía bien, un vientecillo frío recorrió mi espalda dándome un escalofrío. Mario me agarró de la mano y momentáneamente se me pasaron todos los males. Llegamos a la discoteca. Se llamaba «El Rinconcito». De la mano del chico de mis sueños entré. Aquello estaba lleno hasta los topes y había muchísima gente a la que yo no conocía. Estaba oscuro y la sala se iluminaba por las luces parpadeantes de la discoteca. La música sonaba fuerte en mis oídos. No había nada de aire, me sentía asfixiada, no me atreví a decir nada. Para mi disgusto, vi a Laura; al parecer nos dirigíamos a ella, que estaba con un grupo de chicas que hablaban a chillidos y «oseas». También estaba el grupo de chicos que frecuentaban con Mario en el instituto, y algunos otros más, desconocidos para mí. Al vernos, el grupo de chicas y chicos se unieron en uno solo. —Hola, Mario —saludó Laura, mientras se daban un par de besos. —¿Cómo te va? —dijo él sonriente. —¿Qué tal va lo nuestro? —dijo acercándose a Mario para que le oyera mejor. —Me falta un poquito aún —dijo guiñándole un ojo. Todo aquello no me estaba gustando. Mientras ellos hablaban, el resto de la gente se me presentó. —Maya, voy a buscar bebidas. ¿Te apetece algo? —me dijo, después de presentarme a la gente que quedaba sin presentar. —No, gracias, ahora no quiero nada —la verdad es que me sentía muy incómoda y me daba la impresión de que me faltaba el aire. —Bueno, pues voy a por algo para mí. Ahora vengo. Me estaba dejando sola con toda esa gente desconocida. —Acompáñame al servicio, porfa. Vamos a retocarnos un poco —me propuso Laura. —Está bien —no quería seguir negándome a cosas que me ofrecían, además en el baño podría refrescarme la cara. [14]

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De camino hacia el baño, me pareció reconocer a Hugo entre la gente. Pero no podía ser, me lo estaría imaginando. Entramos en el baño y Laura sacó del bolso unas pinturas y se empezó a retocar los ojos. —Alcánzame un poco de papel, que me he manchado —me pidió. —Sí, claro. Entré en el servicio más cercano y cuando empecé a coger un poco de papel la puerta se cerró tras de mí. Golpeé la puerta llamando a Laura. —¿Qué pasa? ¿El angelito no puede salir? —me decía. —¿Qué dices? Ayúdame, por favor, la puerta está atrancada —dije exasperada. Otra persona entró en el baño—. ¡¡Socorro, me he quedado encerrada!! —¿Ya la tienes? Todo está despejado; llevémonosla —me parecía la voz de Mario. —Mario, ayuda —casi estaba llorando. —Cállate. Voy a abrirte la puerta, ni se te ocurra salir corriendo, ni nada por el estilo —era la voz de Laura. Yo estaba muy mal, me ahogaba, no corría nada de aire en ese lugar. —No creo que corra, más bien no creo que pueda, ya me he encargado de quitar el aire que ella necesita —¿se podía saber de qué estaba hablando Mario? —Venga, si no se la llevamos pronto se enfadará —era la voz de Laura, que parecía nerviosa—. Ha dicho que quiere terminar cuanto antes. —¿Qué decís? Sacadme de aquí, por favor —respiraba con dificultad. La puerta se volvió a abrir, acto seguido una luz muy potente iluminó el lugar donde nos encontrábamos y lo último que sentí fue que me caía al suelo.

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