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lias ordinarias, un brasero y otras pequeneces y enseres de ningún, valor. Todo estojo tenia allí, es verdad; lo que le habian robado era algún dinero y toda su ropa, que valia algo, y akun que otro objeto de oro de poca estima. Pero aunque todo tenia valor bien escaso para ella significaba mucho; era cuanto poseia. Fué la policía, fué el juzgado, subieron y bajaron curiales, entraron y salieron alguaciles, se, escribieron muchos pliegos de papel sellado,,se,tomarom muchas declaraciones... y excusamos, decir que la cosa quedó en tal estado: los rateros, en completa posesión de los objetos que habian sustraído, y Luisa sin lo que le habian quitado; La pobre joven no tenia á dónde volver los ojos implorando ün socorro. Era una pobre huérfana que desde bien temprana edad, desde bien niña, venia rodando de tío en tio, sin encontrar jamás un corazón desinteresado que correspondiera al cariño del suyo. ¿Pérocómo le habia deencontrar? Los tíos y demás parientes de Luisa, ¿qué podiamesperaí de una jóyen huérfana, sin capital alguno, sin ningún recurso más que su mísero trabajo, y sin esperanza de que la suerte pusiera en sus manos una herencia? Si hubiese concurrido en Luisa alguna ventajosa circunstancia, ya hubiera encontrado parientes que
El mismo barómetro que sirve para conocerla posición de una persona á juzgar por el número' de sus amigos, vale también para conocer lo mismo por el número de sus parientes. Un individuo se eleva y le rodean dos inmensos círculos; parientes y amigos por todos lados; el mismo individuo cae, parientes y amigos desaparecen como por encanto. Todo ser tiene en el curso de su vida una,necesidad suprema, superior á todas las demás: esta necesidad es el cariño, el amor; es, expresándolo m otros términos, la necesidad ele que la -fibra delicada del corazonno se enerve por la inercia. ; ¡Ay! los que extrañan que corazones jóvenes sean tan fácilmente arrastrados por un halago traidor del mundo, no se extrañarían tanto de ello si supieran que los encargados de alimentar y dirigir aquellos corazones nunca reconocieron en ellos la necesidad d& querer, la necesidad de amar, y no los educaronén esos sentimientos. , Figuraos qué horrible seria un año en que no hubiese más que otoño é invierno; figuraos qué odiosa seria una vida en que no hubiese más que soledad y pena. Luisa tropezaba en el camino de la existencia é iba á caer sin remedio alguno en ese abismo sin fondo de la miseria: encontró una mano que ía detuvo y á ella se cogió. Era la mano que hacia poco habia estrechado al
oir decir:
«Yo te adoro,» y se asió á ella con más
confianza. Aquel abismo que habia visto abrirse á sus pies, profundo como noche sin luna ni estrellas, le horrorizó. Cuantas veces soñó con él, se despertó entre hondo espanto. Veia á un lado una sima; al otro lado una estrella; en el fondo de la sima todas las desesperaciones reunidas. Aquella estrella podría ser el encanto de una sirena; podría ser una chispa de la gloria. Buyo de la sombra y corrió hacia la luz. • • m , ¡Ay!La sirena fué. Muchas veces la mano que arranca una rosa no la arranca por lástima cuando ve que el cierzo inclemente va á segar el jardin; la arranca por envidia, se la arrebata al cierzo por el placer de deshojar ella misma sus pétalos más brillarles. Luego el tallo se arroja. ¿Para qué sirve el tallo de una flor marchita? ¿Quién no ha comprendido ya lo que fué de Luisa?
Perdidos sus más hermosos encantos, la belleza y la inocencia; eclipsada la luz de aquella estrella y errando de nuevo entre las tinieblas del desamparo, volvió á ver abrirse á sus pies el abismo de la miseria
k lia.' rio encontró manoqqúeiJaodetusiera^iini.
aun
la mano egoísta que la salvó antes, que la perdió luego.
La infeliz cayó al abismo... á ese antro donde la ignorancia, la desnudez y el hambre, monstruos terribles los tres, se dan dn ósculo espantoso; á esa sima de paredes inabordables, donde cada minuto hay una nueva caída, donde el suelo falta bajo los pies, donde el cielo se contempla más lejos y el resplandor de las estrellas no alcanza, donde el ángel se convierte en demonio, donde la hidra soberbia del tormento extiende sus dominios. i í¡ñ. '\u25a0'.;•-\u25a0''
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CAPITULO XIV. Por dormir con un muerto
En cuanto vio el notario aquellas dos pupilas que le miraban lívidas desde el fondo de las tinieblas, apenas se acostó y quedó á oscuras, lá sangre se le heló y vagó extraviada su vista por entre la impalpable sombra. Cerró los ojos, volvió á abrirlos y las dos pupilas ensangrentadas le miraban con más ahinco cada vez
Entonces estuvo á punto de perder el sentido. Trató de incorporarse y no pudo. Trató de gritar y el acento se le ahogó en la gar-
ganu,
Alfin, pob%;f|0 u'o un rasgo de valor se decidió á mirarlas fijamenit, v cj3y¿ en las dos pupilas las suyas
Así estuvo algunos minutos, pero h paredseguia
mirándole cada vez con más tenacidad.
Alfin, asustado y sacando valor de su mismo
miedo, se incorporó de pronto y dio luego un brinco, colocándose enmedio de la alcoba. Las pupilas parecían acercarse cada vez más á él, pues ya no estaban quietas, se movían avanzando rápidamente hacia el notario. Este dio dos pasos atrás, y aquellos ojos cada vez más cerca... Le inspiró tal horror el verlos junto á los suyos, qué cerró los párpados y volvió hacia atrás la cara. Lleno de espanto, intentó llegar hasta la puerta de la alCoba y entonces aquellos dos ojos se interpusieron. rGritó desde el fondo de su pecho, pero el acento : no salió de los labios. Escuchó entonces un rumor lejano, una- algarabía infernal, que no acertó qué pudiera ser, ni estaba entonces para pensar en ello; y después encima de su cabeza empezó á oir unos golpes acom-
pasados que hacían retemblar la casa. Cada golpe de aquellos producía crujidos horribles, como si machacaran cráneos. Todos los seres del Averno creyó Barberas que habian acudido al rededor de desesperación v en su espantoH que era necesario luchar, y aceptó la lucha. Pero ¡qué horror! aquella mirada que fulguraDa entre la oscuridad nada tenia de provocativa; todo por el contrario, parecía mirarle con an-
éHar^oza^ee^u
rVió
Cada vez las lívidas pupilas verdeaban más, y.
cuanto más verdeaban, más roja parecía una gota
dé sangre que iba deslizándose á través de cadauáa de ellas .Hiiroií! e?. .-.íKf-Nada, ¡acostémonos!
¿Pero qué hacer para no encontrarse aquel batil por delante? Aquello llevaba trazas de no acabar
nunca Por fin volvió á suspirar: ¡ya tocólas almohadas * — de su "n™"^ i MAMÍHHñíbirsí^fHas dos pupilas en la misma pared donde las contempló al principio... No pudo resistir más y perdió el sentido.
—
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Donde eí autor, al hablar de una recuerda otra
tumba.
Siempre que Luisa se encontraba en tal grado de postración que para seguir viviendo le hacia falta algún consuelo, la pobre huérfana hallaba uno qué aliviaba un poco sus penas. Una vez que se vio en el'fondo del más negro de
conoció la infeliz que había llegado el momento de procurarse ese consuelo de que echaba maño en las ocasiones supremas. : Bay cerca de Madrid un sitio que el1S de Mayo de todos los años se ve cubierto de un inmenso gentío que va á celebrar en alegre romería la fiesta de San Isidro. La espaciosa pradera que se desplega al pié de la colina, coronada por la ermita y el cementerio, hormiguea en gente, toda de buen humor : se ve llena de bailes, de columpios y de cuantos entrete-
los abismos,
nimientos populares se conocen.
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LAS GRANDES
Las cumbres de las colinas inmediatas á la que ostenta en su cima el cementerio y la ermita también se ven por completo cubiertas de madrileños y forasteros que acuden á la fiesta, y que corren, se aprietan, se atrepellan, ríen, gritan, se revuelven en confusión y lo ocupa» todo, extendiéndose en uno y en otro sentido á larga distancia. La cuesta que sube á la altura, la carretera que conduce al puente de Segovia y la que va á la puerta cié Toledo presentan el mismo aspecto*. Dura la diversión algunos dias; pero al abandonar los árboles y las flores las últimas brisas de Mayo,, ¡también las gentes abandonan por completo aquellos lugares, .Luego durante un año vuelven k reinar allí la soledad v'elsiiencioHÍIOO (1 Se ve Madrid á lo lejos, encendiendo sus..cúpulas, sus azoteas y sus cristales en,los ardientes rayos del sol que so hunde :por la parte occidental del Guadarrama^ ve elevarse al -cielo, entre la sombra que empieza, á cubrir el espacio con sus alas, una nube de polvo y de humo que va á desvanecerse á las alturas en leves espirales, como el incienso del templo se eleva hacia 'la bóveda gigantesca. Se escucha en dirección á la gran ciudad un rumor vago, y decreciente como el que forman las
QSe
olas. al retirarse lentas de la playa. ¡Y aquella colina abandonada de San Isidro, siempra»muda, siempre silenciosa !?¡ Y aquel ce\u25a0
llenó de tristes y poéticas tumbas, siempre mirando hacia donde reinan la vida y él bullicio y donde la animación y el movimiento im-
menterio peran!
Aquel era el sitio- ú donde Luisa solía encaminar sus pasos. - . Ala sombra de un lánguido ciprés había en el suelo, medio oculto .entre la. yerba, un sepulcro: sobre el sepulcro una cruz : junto á la cruz un '\u25a0
nombre.
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El nombre grabado en la losa era el mismo que Luisa pronunciaba tantas veces cuando- tenia madre
La cruz era la última expresión de cariño que dedicó á la que le dio el ser: la losa, -la que encerraba á la única persona que en el mundo se, hubiera sacrificado por ella... que si en el mundo hay quien por otro se sacrifique, es, sin duda, una ma, a. a.a dre por un hijo. upa tarde, Luisa fué cuando aun el sol distaba bastante del ocaso, al cementerio de San Isidro7 del Campo. .. \u25a0
Después de recorrido el largo camino que media entre aquel lugar y la capital, y que á ella,le parecía muy corto, entró en el recinto de la muerte, se encaminó en dirección al eiprés y á la misma sombra del árbol- sepusp de rodillas. Inclinó la frente hacia el suelo y vertió dos ardientes lágrimas, que cayeron sobre la losa, y que
si el dolor horadara las piedras,
hubieran horada-
do aquella sobre que cayeron. Esparció sobre la lápida algunas flores y quedó sumergida en un doliente éxtasis. La pobre joven tenia un aspecto "siniestro y lúgubre: amortiguada aquella luz de sus pupilas que otras veces resplandecían brillantes; ajadas aquellas mejillas que brillaron :como frescas rosas; con cierta palidez horrible, pero augusta, impresa en su semblante; las manos descoloridas y temblorosas; su vestido descompuesto y sin aquella limpieza que la distinguía. Babia cambiado notablemente. 5.En pocos dias habia vivido más que hasta entonces vivió en muchos años. Tenia trazas dé espectro
De rodillas sobre aquella tumba, junto al ciprés, á la luz de la luna, hubiera parecido al que lá ;. viese un ánima en pena. era lo Yno que más espantaba, al mirarla, las huellas de profundo dolor qué sé pintaban en su semblante, no; lo que heria más era su gesto Indiferente á todoslos objetos que la rodeaban, la inmovilidad en que permaneció largo tiempo, como si estuviera allí maquinalmente. Pasada la primera impresión, esparcidas las flores, vertidas las lágrimas, puestas sobre la losa' las rodillas, se quedó como si la hubieran cla-
Tenia algo más de creación de un sueño qué de ser real Bastaba ver sus cabellos en desorden y su rostro demacrado para comprender que aquella hermosura extinguida muy pronto se convertiría en ruinas. Bastaba ver su descuidado vestido para conocer qye nó tardaría mucho en trocarse en andrajos. Hay ciertas caídas morales que empujan más que todos los vaivenes de la fortuna. Cuando la luz del sol se iba pareció salir Luisa de su letargo; entonces fué cuando rompió en lian-* toy -se ahogó en sollozos. Quería hablar, quería decir algo á aquella tumba, y le era imposible: la emoción se lo impedia de todo punto. I '-\u25a0'\u25a0\u25a0 Por fin, después de un gran esfuerzo, logró decir —¡Madre mia! Y dio un beso á la losa. Irguióse después, cruzó p'or las calles silenciosas de aquella muerta ciudad, cuyas moradas son sepulcros, y cuando salió del cementerio ya reinaba el crepúsculo misterioso. a Distraída, empezó á bajar por la cuesta, fija la miíada en el suelo. Por aquellos contornos ya no habia nadie. La población se escondía en el fondo de la sombra. . • Debía ser Luisa el único ser viviente que ¿aquella hora cruzaba por tan lejanos sitios.
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De pronto, hallándose aun en la parte más alta de la bajada, sintió cavar la tierra. Miró, sin saber lo que hacia, hacia e! lugar de donde salía el ruido, se fijó con atención y notó que abrían una fosa. Echó de ver que no era- dentro del cementerio, y reparó que era solo un hombre el que trabajaba. .Juntó alhombre habia .un bulto parecido al de un cuerpo humano, y no muy lejos, un; baúl ó un ataúd abierto,: que, Luisa no: distinguió ,bien lo que ;
era.
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Observó todo esto á través de dos ramas de un árbol frondoso que se separaban algo. . Pero el hombre debiacreer que no le veia nadie; se daba bastante prisa á cavar. : Conoeió una vez la joven que el hombre habia reparado en ella. Le vio después tirar con coraje el azadón al suelo y amenazarla con el puno cerrado. Luisa echó á correr por la cuesta abajo llena de miedo. Corrió sin cesar, y cuando ya la dominaba la fatiga se sentó á un lado, dé la carretera. Era de noche cerrada Luego, más serena, siguió su camino, convencida de que entre la oscuridad aquel hombre no podría
encontrarla, aunque la buscase. Al pasar por el puente de Segovia, uno á su lado murmuró en alta voz:
qué: pasó
—¡De dónde vendrá esta buena pieza! Al entrar en la calle del mismo nombre oyó decir;
—¡Qué lástima! ¡tan bella y tan pobre! Luisa se desvió ligera del sitio donde oyó decir ,IVX OJUTiTAO aquello. Al llegar á Puerta-Cerrada un elegante se acercó ásu lado y ella le rechazó; él volvió á insistir y ella huyó entonces.. Al echarse fatigada sobre su pobre jergón de pajas de la bohardilla de la calle de Toledo, á donde % habia ido á vivir, su mente voló hacia una turnea de San Isidro dé! Campo, Hacia otra tumba del mismo cementerio vuela: también con frecuencia la menté del autor de esté' :-- Aá3 libro. Bl : f -Ai
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CAPÍTULO
XVI.
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De sorpresa en sorpresa.
Pasada la horrible noche en que el notar: yó volverse loco, tardaba este bastante en tarse, cosa rara en él. \u25a0•\u25a0\u25a0\u25a0-. .•\u25a0\u25a0\u25a0\u25a0•/! so- 1 Chocóle á Nicolasa una pereza tan desusad decidió á despertar á su esposo. Acercóse á la puerta de la alcoba y dio un ligero golpecito. Barberas no contestó. Volvió Nicolasa á dar otro más fuerte, m
—¡Arriba, dormilón, que yaes tarde!
rando:
Nadie contestó tampoco. Extrañóle en extremo á la pobre señora a novedad, pues el notario tenia el sueño má¡ ro que lo tienen los gamos del bosque el ping. Tomó el partido de levantar el picaporte,
era demasiada libertad; hízolo así, y la puerta se abrió suavemente. : En semejante determinación no entraba solo el interés, sino también la curiosidad, pues hacia tiempo que venia. Nicolasa figurándose que su esposo se cerraba por dentro de noche, y celebró hallar una Ocasión propicia para convencerse de ello. Volvió á insistir, asomando la cabeza: —¡Cómo duermes hoy! ¡Sin duda tardaste anoche mucho en coger el sueño! ¡Cuál no seria la sorpresa de Nicolasa al ver á su marido echado de espaldas y dormido sobre el baúl que habian llevado el dia anterior, y que se hallaba enmedio precisamente del cuarto! ¡Antonio! gritó fuera de sí; ¿qué es eso, hombre de Dios? ¿Te has vuelto loco? : Harberas abrió losojos, miró al rededor y se quedó en una actitud que revelaba la admiración que
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sentía.
—¿Pero encima de ese baúl te has dormido? interrogó la esposa ¡Y es cierto! exclamó el, incorporándose con bastante cuidado para no rodar al suelo. Mas no
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comprendo...
Luego, irritado, gritó con indignación: ; —¿Cómo han abierto esa puerta? ¿No he dicho que nadie entre en mi alcoba? Déjame solo. Be soñado, y eso es todo lo que ha sucedido. ¡Que na-
' Nicolasa cerró la puerta, diciendo —Te advierto que es algo tarde y D. Victoriano Praden ha mandado á decir que te espera hoy por la mañana en su casa. , Barberas dio un brinco, cerró por dentro de nuevo- la puerta de su alcoba; y se pasó la mano por la frente como si quisiera arrancar de allí alguna idea, idea que quizás podría ser el recuerdo
de una pesadilla.
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Se vistió á escape y quedó sumergido en una profunda reconcentración. .¿Habrá sido todo un.sueño? ¡Oh! es muy posible. Todo habrá sido ilusión de mi mente. Algún espíritu maligno se ha divertido conmigo y me ha heeho soñar que en este baúl habia un muerto y en estas paredes dos ojos que me miraban. Creí perder la razón. Pero sí, sí, yo he tenido una pesadilla horrible, ¿quién loduda? Y en medio de mi delirio he abierto esa puerta y he arrastrado hasta el centro de la habitación este baúl lleno de pape-
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lotes y legajos que recibí ayer de D. Victoriano... Ya poniéndome en cuidado la repetición de estas sobreexcitaciones. .La cabeza se me va; estoy rendido, como si hubiera sostenido una lucha encarnizada con algún gigante. Lo mejor será todo; ¿á qué pensar más en ello? Mas, bien fácilmente podré convencerme; saldré de dudas en un - ; segundo.
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Echó la mano al bolsillo de sus ehaleco, sacó la
llave del baúl y la encajo en la cerradura, balbu-
ceando': —¿A que está lleno de papeles? Hizo girar la llave, levantó la tapa, y lo primero que se presentó á su vista fué otra vez la cabeza del muerto. Dejó caer la tapa con desesperación, volvió á cerrar, abrió la puerta y salió asustado del cuarto. Miró al reloj y vio que era bien entrada la mañaña.
Miró al cielo y observó que el dia era hermoso, risueño y apacible: esto le desesperó más. Salió de casa y tardó mucho en volver, La preocupación de Nicolasa recordando la posición en que lehalló al ir á despertarle aumentóse al observar que, por primera vez en su vida, dejaba de ser puntual para ir á comer. Hízóla esperar lo menos hora y media. Comprendió que algo gravé le sucedía á su es^ poso.
Comiendo se hallaban, y era ya de noche cerrada, cuando un hombre llamó á la puerta. El notario se levantó con alguna inquietud, murmurando:
—Será el hombre á quien yo espero.
Se fué hacia la puerta de la' escalera, miro por el ventanillo y él mismo levantó el picaporte; Un hombre entró. Dirigiéronse los dos hacia la alcoba del notario,
cargó el hombre con el baúl donde estaba el muerto v se lo llevó. Precisamente algunos-.dias después, al, caer la tardé, fué cuando Luisa, vio aLhombre que. cavaba la tierra junto al cementerio de San Isidro del Campo, á aquel hombre que la habia hecho correr llena de miedo, enseñándole el puño cerrado en actiI
tud de amenaza.
Barberas respiró más tranquilo al verse libre de aquel huésped que tan inesperadamente habian
mandado á su casa. Pasó dos días algo más sereno que el que sucedió á la terrible noche que durmió con el cadáver Al tercer dia de la terrible sorpresa entró en casa del notario un caballero alto, de buena figura, de largas patillas rubias á la inglesa, de leu tes con cerquillo dorado, de distinguidas maneras, cubiertas sus manos con unos finos guanfesá verdes, ¡de moda por aquel tiempo, luciendo sobre su chaleco una gruesa y caprichosa cadena de oro. En fin, un tipo completo de marqués.
. Botasde
charo!, perfectamente hechas, aprisio-
naban sus pies de señorita. Fumaba un magnífico; habanoy, echaba á bocanadas el humo,, como pudiera .haber echado el orgullo que le envanecía sin. temor de que se le agotara.
Llevaba la cabeza erguida como los aficionados
al estudio de los astros y como los ministros que se encumbran pronto. Era unperfecto figurín, que parecía recien llegado de París. Miraba al rededor con un gesto imperioso y desdeñoso al mismo tiempo; creía sin, duda que todo el mundo se habia hecho para él. —¡Hola, señor marqués! murmuró jovial el notario, haciéndole pasar delante de él á su despacho.: g El marqués , sin embargo , se conocía que era hombre de pocas palabras, pues sin contestarle y sin hacerle el más mínimo cumplido, pasó con la
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mayor naturalidad del mundo. •.-..\u25a0 | « El notario cerró la puerta y ocupó su sillón de baqueta viejo y raido. Antes de que, invitara á aquel caballero! tomar asiento, ya le- vio perfectamente recostado sobre un sofá de gutta-percha negra que habia junto á una: de las paredes, y que debia ser más cómpdo que la • , silla que Barberas le ofrecía. Quitóse con parsimonia los lentes el recién He-gado, y dijo: —¿Con que están cogidos todos los cabos? .-.;>
——Absolutamente todos, amigo mió. Yo confío, prosiguió el marqués, en su expe-
riencia de Yd., en que es Yd. ducho en estas cosas.
—En cuanto á eso nada hay que. hablar, amigo
mió, repuso el notario con tranquilidad,
-*-¿Y dice Yd., exelamó el caballero, que treinta mil duros? Mucho me parece; ya 'veo que el servicio es grande; pero ¡qué diablos! es un modo muy descansado de ganarse treinta mil duros. Sih embargo, no quiero empezar pecando- de tacaño: sonde Yd. los treinta mil duros. —¡Oh! es lo necesario. Créame Yd., que ni dos mil me echo en el bolsillo. —Vamos, Sr. Barberas, algunos más. Le digo con formalidad que á tres mi! no;
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legan. . —¡Olí! bien poco es; y me parece una criminal virtud el dar cerca de treinta mil á otros yquedarse con tres mil solamente. —Lo que es de cinco mil no sube un céntimo En fin, no me meto en eso. Mañana mismo le haré á Vd.íá entrega y me dará esos papeles al mismo'tiempo. ¿Le parece á Yd. buena idea la de las cartas? :: Éí •¿-¡Magnífica! ¡excelente! Cuidado, que al verlas nadie pondrá en duda la legitimidad de sus pre" ; tensiones; '\u25a0\u25a0' . Y el viaje á Buenos Aires, ¿qué: opina usted de él? Soberbio; cosa más oportuna no se lepedia haber ocurrido á Yd. *-Yla vida que hice cuando era gaucho, ¿no le parece una cosa bien- propia? Es Yd. el mismo diablo; hombres así me ha-
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cenimí falta. ¡Qué bonitos negocios haría yo, que tengo la.'clave de tantos secretos y de tantos miste-
,, . riosde familia! r-¿Y las .cartas que me enviaban al. colegio los marqueses del Consuelo y que, yo les escribía ,á ', : . Játiva?. * —Todo, todo, amigo mío;, ha sido la de Vd, una ocurrencia peregrina. Así me gusta, que el talento se premie; Vd. es un, hombre que se lo,, merece todo. Si el misterio se averiguara, ¡por vida de...! aun habria quien dijese que no era.su fortuna de Yd, bien ganada., ¡Vaya Vd.á hacer-caso de esos mentecatos! Algo más ganada la tiene Vd. que esa multitud de idiotas, que no tienen otro, mérito que el de haber nacido hijos de un duque, ó de un banquero, ó de un ministro. Por supuesto que esos documentos fehacientes que obran en su poder, no harán falta. Ya sabe Yd. cuál ha sido el, fin.de la única persona que podia presentarse ,á reclamar; todo se. lo he contado á Vd. Ya le estarán- royendo los gusanos Ya, ye Vd.. que también yo me he expuesto. Comprendo que son mucho treinta mil duros; pero ¿y los: peligros que ha venido .arrostrando uno y que aun arrostra? ¡Pobredé míi;isi llegaran á tener el menor indicio! Blas no tenga usted cuidado, señor marqués; Yd. será -título" de Castilla, lo mismo que yo soy notario,., y lo demás es cuento. Ea cuanto á-mí¿ ¿quién es el bribón que se atreve á tacharme de mala fé? Por lo que pudie,
ra suceder, porque nadie está libre, tengo tomadas mis medidas. ¡Oh! ¡amigo mió, hágase Vd. devoto! A todo el que se atreva á calumniarme le confundo sin dilación, probándole mi exacto cumplimiento Con la parroquia.. Es un medio muy cómodo. Eso sí, se necesita ser madrugador, ser servicial con los cofrades; ¿pero qué: más le he de decir? Ya irá usted entrando -en el buen camino y se hará inexpugnable á todo género de maledicencias, Bay que fijarse mucho en guardar bien las apariencias, tra* tarcon gentes -de sensatez, etc., etc.Vd. tiene so^ brado discernimiento para que yo le enseñe ..::.,\u25a0.. . .-nada. algo •\u25a0\u25a0:— ¿De modo, le interrumpió el caballero impaciente por la larga relación de Barberas; que lio'había nadie que reclamara más que ese hombre
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del perro negro? Nadie más. —Y ya le enterraron, según Vd me ha dicho —En toda regla. Tengo aquí precisamente la llave del baúl en donde está; la tiraré fuera de casa la primera vez que salga. Mañana mismo, exclamó el Caballero, levantándose; nos -veremos por la mañana y dejaremos zanjado el asunto; Vd. me entrega esos papeles y yo le entrego la- cantidad: convenida. Despidióse el marqués y Barberas permaneció un instante pensativo después que aquel salió de
—
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Pasados unos minutos sonrió con cierta satisfacmurmurando: : —No puede ser el negocio más limpio; hombres
ción,
así me gustan; ya veo que lo entiende; á mí me puede dar lecciones. ¿Con que ya está enterrado ese salvaje que tan malos ratos me ha hecho pasar? ¡Ah! qué noche me dio. Descansé en paz. Hombres de esa clase no sirven más que de- estorbo en el mundo. Y apoyando los codos sobre la mesa dejó caer la frente" entre sus maños.
Empezó á recordar detalle por detalle la impresión que le hizo el encontrarse en el baúl con un muerto
Una vez balbuceó:
—También fué casualidad el mandarme un baúl por otro; y después que me lo explicó, vea Yd., la
cosa; más sencilla del mundo. Se acordó del frió que sintió en todo el cuerpo al levantar la sábana y al tocar con su mano el pié de un cadáver. Se acordó de las pupilas que brillaron en la pared aterrándole. Loa óidos le empezaron á zumbar como cuando escuchó, durante la pesadilla, aquel ruido lejano do cráneos que machacaban, de brujas y diablos que danzaban en confusión infernal. Bizo esfuerzos por ahuyentar de su mente aquellos recuerdos, ytuando iba á levantarse del sillón le pareció que le llamaban.
—
Murmuró, al escuchar su nombre: ¡Si volverá la pesadilla otra vez! . Hizo otro nuevo esfuerzo por levantarse del sillón y entonces ya ,no pudo. ; Escuchó de nuevo que le llamaban, Sintió ganas de contestar, pero le daba miedo el pronunciar una palabra. Conservaba el sentido á medias, y á medias le -..-,tenia -perdido. . La lucha fué cruel entre la parte.de espíritu que tendía á sumergirse en aquel sueño, y la, otra parte que tendía á vqlverá la realidad.,, Cada uno de aquellos dos impulsos tiraban opuestos del corazón del notario, desgarrándole. Notó que la puerta de su despacho se abría; hizo un, esfuerzo supremo,: se incorporó y vio entrar á Bernardo, al hombre del perro negro, en quien ,-, precisamente estabapensando. Por si alguna -duda, podía abrigar de que era: el mismo, vio detrás de Bernardo al perro negro, que ,., ; le acompañaba siempre,. " : ¡Oh! ¡Qué tempestad la que estalló en su alma! Empegó para Barberas ese momento en que llega el horror hasta tal punto que. se trueca en valor. ¡Jrguióse, febril, y exclamó, convencido de que era la realidad lo que contemplaba,: ,, . ¡Cómo! ¿Vd, aquí? —Sí;, vengo á ver. qué decidió Vd. de aquello. —Pero ¿cómo aquí...? ¿qué es esto? ¡
\u25a0
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—
"
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Y el notario se pasó la mano por los ojos para • cerciorarse de que es taba -despierto.. Tenia Bernardo una palidez espantosa,;, su cara era, en verdad, la de un desenterrado; su modade andar indiferente; más pausado en sus palabras, ,¡ más grave en, su actitud. Desde, luego conoció Harteras que habia una gran diferencia entre el Bernardo que tenia delante y el quele visitó otras dos veces. . Reprimiéndose, disimulando, .cuanto, podia m emoción y sacando fuerzas de su propia debilidad, ofrecióle al recién llegado una silla, -dudando aun ,si, seria aquello un sueño. ¡ Bernardo la aceptó. , —¿Por qué se ha asustado Vd. al verme? murmuró Bernardo con calma. | —¡Yo asustarme! No, nopor, cierto. La sorpresa únicamente; contestó el notario balbuceando. —¿Y porqué es esa sorpresa? insistió el primero ..t-Pues nada; me sorprendió su llegada- de Yd, porque habia oido... —¿Qué es lo que Yd. ha oido? replicó con , á;h más ahinco su interlocutor. Barberas -sintió haber dicho ya tanto. Por fin, conociendo. que no tenia escape, que era. peligroso disimular, dado el estado en que se hallaba, con-
.
i,
testó:
-.\u25a0"-.
—Creo haber oido uno de estos dias que Yd. ha-
—¡Ah!¿con que lo ha oido Vd? ¿Y á quién se lo
:¡ ha oido? ¡Infame! ¡villano! ¡asesinoB La mente del notario volvió á turbarse con rapidez: volvió á palpitar su corazón con una violen\u25a0
cia hasta entonces nunca
senlidaH
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—¡Yo infame! ¿Y por qué? murmuró tartamudeando; ¡y villano y-asesinó!' No, no señor, no soy nadá:de eso. Yó'haré que vaya á sus maños-%á herencia; ¡oh! confie Vd. en mi palabra;" añadió llenó de profundó pavor; ,! Entonces volvió á creer otra vez que soñaba y que hablaba con un muerto. Ya no me cabe duda, exclamó enfurecido Bernardo; tenia mis sospechas, y esa emoción de Vd., ese tétóbtór que le domina, me lo. hafeeu"ver todo claro. Vd. es quien ha fraguado el plan de mi asesinato; Yd. quien ha dirigido la punta* del puñal que tres veces ha herido mi pechó; Vd quien ha comprado á su vecino para qué me arranque la vida. Y ya qué á él no le encuentro, Yd. será quien • lo pague todo. . Y Bernardo se levantó, tirando la silla al-suelo, y dio dos pasos hacia adelante. El notario lanzó un grito horrible; saltó de su sillón y se refugió en el ángulo extremo del des; pacho. ¡Sí, Vd. me la va á pagar!
—
—
DiÓ el notario otro gritO; El perro empezó á moverse al rededor de su amo;
meneando la cola y mirándole
como si esperase un
mandato. A Harteras se le figuró ya que todo el mundo se iui- al le venia encima-. Fué Bernardo á agarrarle con sus dos manos del cuello, y el notario eayó de rodillas con las manos puestas en cruz, y exclamó: —¡Por Dios! no me mate Vd. Yo soy inocente; sihan querido asesinarle á Yd., yo no tengo nada que ver en ello; al contrario, yo haré-cuanto pueda para que esas riquezas sean deVd. Yo le prometo arreglarlo todo; de Vd. serán, sí, sí... ¡Por Dios! que yo soy un pobre notario que no hace daño á nadie,-queno es-capaz de matar una hormiga.Viendo que el hombre no retrocedía, á pesar de sus exclamaciones, corrió rápido hacia otro de los ángulos de lahabiíacion.
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Bernardo, con más furia, avanzó hacia él, deci* dido á hacerle su presa. Los pasos del desenterrado parecíale' á Barberas que retumbaban en todo el mundo. Sintió él viejo girar la tierra alrededor suyoc%rí unarapidez espantosa; el suelo faltaba á sus pies y la cabeza se le iba. Por fin sintió que dos manos dé hierro le cogían de la garganta y se la apretaban, Dio un último grito. Pareciaiun pigmeo que iba á ser aplastado por un gigante; pues, en efecto, Barberas se habia em•
pequeñecido hasta lo inconcebible y se habia ere cido Bernardo hasta lo gigantescoB , Poseído, de. su furor, le manejaba este á aquel entre sus manos con la misma facilidad que el aquilón juguetea, con k arista. Cuando le faltó aliento para respirar, Barberas , quedó desvanecido, >\u25a0 - ¡En.aquel instante: abrióse la puerla,.del despacho y entró,.Nicolasa seguida desvarios vecinos, que acudían con armas. ...Desde el, momento- que la pobre :espo,sa comprendió ¡lo que á su niarido le sucedía, pidió auxilio y ,¡ los vecinosllegaban-á tiempo. No sin gran trabajo, y luchando, con el León, lograron librar: al notario de entre las garras de aquel bqnabrq^que sepreparaba á extrangularle, y pronto lo hubiera conseguido, pues el pescuezo del vejete era-demasiado débil para que encontraran resistencia alguna aquellas garras de acero. , , ¡Es un villano! ¡déjenme Vds! exclamaba Bernardo al verse separado de.su presa. ¡Es un asesino! ¡Ha intentado, matarme y ha comprado un hombre, para ello! Ese, hombrees su vecino de ustedes, el dueño de la taberna de esta misma, casa, que ¿ha desaparecido temiendo mis iras, dejando cerrado su establecimiento, como lo, pueden ustei:
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—Eso se ventila en- otra parte; dijo un ve-
—¡Ala cárcel! ¡Llevémonos al asesino! gritó otro. Los ojos de Bernardo relampagueaban con furia. —¡Asesino yo! exclamó dando un paso hacia adelante. Pero poco podia hacer; entre tres ó Cuatro le tenian cogido. El perro, mordiendo y ladrando, convertido en una fiera, aumentaba la confusión. Bernardo se sintió débil; su, fuerte naturaleza, rehecha con la cólera que sintió al notar la turbación de Barberas, comenzaba á ceder notablemente en '•
!" cuanto se encontró aprisionado. La policía, que llegó en aquel instante, terció en la cuestión, y como Bernardo siguiese asegurando que el notario era un asesino, creyó la policía prudente llevar á la cárcel á los dos, por más que los vecinos se oponían á que se llevasen al notario. —¡Síes un infeliz este hombre! exclamaba uno. ¡Sea Vd. un" hombre á' carta cabal para que cualquier polizonte tenga la libertad de dudar de su honradez y lo encierre, confundido con los crimi-
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nales! murmuraba otro, —¡Pobre señor, llamarle asesino! fSi'ie& incapaz de hacer daño anadie! decia una vieja: ¡A ese otro pillo, que le aseguren bien! gritaba un vecino» Tanto Bernardo como Barberas fueron presos Notó aquel que su perro habia desaparecido, y ¡cosa rara! nole seguía al ser llevado hacia lacárcel.
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CAPITULO
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. . . , , ,. El principio del fin;
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A los dos dias era Bernardo llevado delante de , . El juez le interrogó Vd. ha acometido con violencia y ensañamiento al notario D. Antonio Pere^lartéra^n su propia casa.. ¿No es verdad?B
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un juez.
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niego. El, dias antes, según sospecho, me quisó -asesinar. —Concrétese Vd. á contestar á mis preguntas. No se nos olvidará nada. ¿En qué se funda -Yd; para creer:, que el notario tomaba parte em ese crimen de que ha estado Vd. expuesto á ser víctima? —Tengo completa seguridad, absoluta certeza de que él fué quien todo lo fraguó. Apenas me vio entrar anteayer en su despacho, se quedó aterrado como si estuviera delantede un espectro. Después,
aprovechándome de aquella favorable circunstancia., traté de sonsacarle algo, y en efecto, me juzgaba ya enterrado. Estuvo, durante toda la. entrevista temblando como un niño. Me miraba como se mira al negro fantasma de, una pesadilla. Cuando le pregunté porqué conducto recibióla noticia de mi.mueríe fué ta! su confusión que no supo qué contestarme,. Tomó el partido extremo de pedirme compasión, de ponderarme su inocencia; y claro está que, á no haber mediado él en el asunto, ninguna noticia de lo ocurrido podía tener, pues aunque fué horrible el atentado que contra mí se cometió, á nadie me quejé, po di parte á nadie; ni en el mismo hospital supieron dónde recibímish^ rhlas i^^^^^^^^^M \u25a0—¡Hola! ¡hola! murmuró el juez; esto tiene más trascendencia de lo que yo pensaba. Sírvase Yd. relatarme detalladamente, lo ocurrido,, citando el momento mismo y las personas y los lugares por su propio nombre. . —Decidí vengarme por mi propia mano; pero ya que no puede ser,,,lo diré todo. -r-Ja le escucho; dijo el juez lleno., do. curiosidad. —Le declararé también ciertos antecedentes de los que no se puede prescindir, y de los que sin duda proviene todo lo acontecido. Yo no recuerdo haber tenido familia nunca, ni padres, ni hermanos, ni lejanos parientes siquiera. He vivido siempre solo,
y desde hace algún tiempo habito en la calle de Atocha, número:... casa de vecindad, piso segundo. Recibí ondia una carta anónima, en la que se me rogaba que acudíase á las afueras de la puerta do Alcalá á presenciar algo extraordinario. Lo que p'Mencié fué un desafío. Uno de los dos combatientes cayó moribundo; antes de espirar, y cuándo yo me acerqué á él con objeto de prestarle auxilio, me entregó una cartera que contenia estos papeles y cinco mi! duros.— Bernardo puso encima dé la mesa del juez los dos pliegos escritos que ya conocemos, y "prosiguió: Él'dinero hice que se repartiera entré los pobres y entre los establecimientos dé caridad apenas süpé que la fortuna de que gozó aquel que en el desafío habia muerto había sido adquirida por malos medios. Por esos papeles verá el señor juez que D. Román Ramírez, pues ése era el noinbre del que me entregó al morir la cartera, me creia hijo de los marqueses del Consuelo, á quienes correspondían los bienes que él había Usurpado; y para descargar su conciencia, que debió hallarse en vida muy abrumada, dio aquel paso, con objeto de que fueran á manos del heredero legítimo unas riquezas que de otro modo hubieran quedado abandonadas. Me presenté al notario ele la calle de la Amnistía, D. Antonio Pérez Harteras, que, como en ese escrito se indica, és el que entiende en el asunto. Dicho señor notario me prometió hacer mios los bienes, fuese
ó no eí legítimo heredero, si me desprendía de medio millón de leales, que, .según él .decía, era preciso dedicar á la compra de jueces, escribanos y curiales... Me resisto á tomar parteen semejante infamia. El notario me mira asombrado,'diciendomeque otro hombre como yo no se hallaría en el mundo; me declaró que él era quien habia hecho á D. Román Ramírez poderósp;.y por toda respuesta le amenacé con sacar á la luz del día el asunto y procurar el castigo de su indigna intriga. Volví, sin embargo, otra vez á su 'casa, con intención de hacerle creer que me prestaba á lomar parte activa en el complot y á entablar el negocio, hasta cogerle en flagrante delito, pero no' le hallé en su casa. Estaba anocheciendo: el dueño de la taberna que hay en la misma casa donde el notario vive, y en la puerta inmediata al portal, intentó trabar conversación conmigo. Yo, poco comunicativo, por carácter, le rehuyo; él insiste; vuelvo á esquivarle, y por fin me empieza á hablar del notario, echando de él mil pestes.. Cruzó por mi imaginación la idea de que por medio de aquel hombre podría descubrir algo que^me fuese Mipara acusar á aquel bribón. El tabernero seguía hablando cada vez peor. Me compromete, á entrar en su tienda, me excita á pasar "á un cuarto reservado que dentro de la tienda tenia y me hace beber, Entonces comprendí que. intentaba embriagarme y fui más parco en. la bebida que de costumbre. 'Me propuso que
matásemcs al notario , á quien odiaba de muerteme dijo que era un hipócrita, un villano, un ente despreciable, que habia arruinado auna porción de gente, y que desde el momento que me vio salir de aquella casa comprendió que era yo una de las víctimas del Sr. Harteras. Saca un cuchillo y me lo enseña, diciéndome: «Con esto mataremos á mi vecino;» y cuando creí que iba á guardarlo de nuevo, se arroja sobre mí y me da una puñalada, me tira al suelo y me aprieta la garganta, y me da otra y luego otra, y quedé en tierra sin sentido. Debo advertir que con el pretexto de que mi perro le daba miedo yestaba intranquilo al verle tan cerca, me rogó que lo dejara en la calle, donde se estuvo durante el atentado; sino, ya hubiera sabido defenderme. Era un magnífico animal, inteligente como él solo: no sé qué ha sido de él; le herirían anteanoche y habrá muerto... ¡Cómo me quería! ¡Qué fiel era...! Continúo. Después del desmayo no sé lo que pasó; solo puedo decir que hubo un momento en que creí ahogarme; parecióme que estaba dentro de una tumba; se me figuró que echaban sobre mi cuerpo paletadas de tierra. Una de ellas fué horrible y pesó como una losa de plomo sobre mi cabeza. Sentí necesidad de respirar y no pude. Mis nervios se crispaban; cierto frió de sepulcro recorrió mis miembros. Debí hacer un movimiento hercúleo, pues tuve fuerza para sacudir á un acto y á otro la cabeza y librarme de aquello que
sobre mi rostro pesaba. Lancé un suspiro que me dio la vida. Abrí los ojos y no acababa de creer lo que estaba viendo; me era de todo punto imposible moverme: estaba enterrado. Sentí crujir la llave en la puerta de la taberna, dar un empujón desde afuera y cerrar. Sin duda mi asesino acababa de irse, pues puse atento oido y no oí rumor alguno. En esto sentí romperse bruscamente los cristales de una ventana que daba á aquel cuarto á bastante altura, y que yo ignoraba á dónele comunicaba. Yí saltar á la habitación un bulto negro, y reconocí bien pronto que era mi perro, que era mi buen León, que no cesó hasta encontrar una entrada. Su llegada medió ánimo. Empezó á escarbar la tierra hasta dejar casi libres mis brazos; una vez que pude manejarlos ayudé al animal á continuar su obra y con su auxilio quedó desenterrado por completo. Empezó él á lamer cariñoso la sangre que brotaba de mis heridas. Lanzaba unos gemidos que hubieran inspirado lástima al corazón más duro. Probé á ponerme en pié y estaba muy debí!, sumamente débil. Un instinto de conservación me aconsejó salir de allí cuanto antes; procuré hacer un esfuerzo y observar á dónde caía aquella ventana, cuyos cristales el León habia roto, y noté que daba á un patio. Acerqué á la pared la mesíta, la silla y todos los objetos que pudo, sin cuyo medio me hubiera sido imposible salir por allí; trepé por la improvisada escalera , acabé de arrancar los crista-
les rotos, salí por la ventana y llegué alpatio. El perro me siguió. Llegaba hasla el patio el portal del edificio que lindaba con la casa, del notariodistinguí al otro lado ¡acalle, atravesé el portal en medio de la admiración de los porteros, que sin duda no acababan de darse cuenta de dónele había salido con mienorme perro detrás, y ensangrentado, ,y me dirigí al hospital, en el queánadiedí luz alguna sobre el acontecimiento. Reconociéronme las heridas, y aunque, graves, como todas las del pecho, convinieron, los médicos en que no eran de cuidado. Tenia dos puñaladas en el, sexto espacio intercostal del lado izquierdo, y otra en el quinto, que habia dado en el hueso y había resbalado hacia la izquierda bastante. Una vez con alguna calma, observé que me faltaban unos. papeles que siempre llevaba en el pecho, y en los que consistía mi única fortuna, y que me facilitaban una pequeña renta, con la que tenia asegurada la vida. Me puse^i pensar cuál seria el móvil que le indujo al tabernero de la calle de la Amnistía á realizar su intento. Por robarme no debió ser, pues nadie absolutamente tenia noticia de que yo poseyera semejantes papeles; además, yo he vestido siempre con sencillez, ó mejor dicho, con pobreza, igual que ustedes me ven ahora; este es mi único, traje, Me parece que á un hombre de mis trazas nadie se decide á asesinarle por robarle lo que lleva encima. ¿Podría ser una venganza? No, tampoco; yo no recor-
daba haber hecho mal á alguno, y á aquel hombre ni aun siquiera le vi nunca antes-de la noche del atentado.
yo ora el estorbo que se enconplan algún y se buscó á aquel tabernero traba para para que me arrancara la vida. En seguida pensé en elnoíario; fué la primera idea que asaltó mi mente la dé que al Sr. Barberas le,habia puesto en cuidado raí amenaza de ventilar el asunto ele la herencia de los marqueses del Consuelo, y por temor de que sus miserias salieran á la luz del dia habia buscado á su vecino para que me asesinase. Por otra parte, toda la conversación que entre el tabernero y yo tuvimos versó sobre dicho notario, y todo lo que él habló se redujo á injurias y maldiciones contra Barberas. Algo sabia, sin duda, del asunto que yo traía entre manos para abordarle con tanto aplomo, por más que fuese de una mañera indirecta. Apenas me permitieron én el hospital ponerme en pié, me eché á la' callé decidido, con objeto de vengarme de mi asesino, arrancándole el corazón, y de verme con Harteras para ponerle á prueba y vengarme también ele él si era
indudablemente
cómplice del atentado ele que fuívíetima. Llego á la casa de la calle de la Amnistía y veo con desesperación que la taberna está cerrada. Pregunto a! portero de la casa desde Cuándo estaba cerrado aquel establecimiento, y me contestaron: «Desde hace ya bastantes dias.» «¿Y dónde se puede hallara! due-
fio?» insistí. «¡Oh! eso debe ser cosa difícil, me respondieron desde la portería; ni nosotros mismos lo sabemos. Ha desaparecido.» Subía casa de Harberas, y lo que sucedió allí ya se lo he dicho al principio al señor juez; por lo tanto, excuso repe-
—Yo celebro infinito que me
tirlo ahora.
haya hecho usted esas aclaraciones, porque descubre á mis ojos un nuevo horizonte, algo confuso y tenebroso, es verdad, pero procuraremos aclararlo. Un momento después ordenó el juez que el notario le fuera presentado é hizo que Bernardo saliese de allí. Barberas apareció con cierta serenidad, propia del que es inocente. Nadie hubiera creído al verle que era el mismo que dos dias antes temblaba al contemplar delante de sí á Bernardo; nadie hubiera creído que aquella mirada, tranquila, llena de malicia y picardía que dirigía al juez, fuera la misma que la que se turbaba exaltada ante las dos pupilas que le miraban una noche desde el fondo de la sombra. El juez, que no ignoraba con quién se las habia, pensó bastante la primera pregunta. .En interrogatorios de esta naturaleza muchas veces la primera pregunta es el todo. Un acusado que sepa resistir bien la primera impresión, que sepa asirse fuertemente al primer, eslabón de la cadena de interrogaciones que
van á dirigírsele, tiene muchísimo adelantado. Preguntó el juez: —•Desde cuándo se hallaba Yd. enemistado con su vecino Ferran? El notario abrió más los ojos, expresando extrañeza.
—¡Cómo! Nunca fui amigo su yo, niestuve enemistado con él; respondió pausadamente el interrogado. —¿Pues cómo es que él declara que se han tratado Vds. durante algún tiempo? —No puede declarar eso. —Él le acusa á Vd. de haberle vendido. ¿De qué naturaleza son los asuntos que han mediado entre ustedes? —No ha mediado entre nosotros ningún asunto. —¡Pero esto es incomprensible! ¿Si él le echa á
usted la culpa de todo? —¿La culpa de qué? —De haberse descubierto el crimen —¡Yo cómplice ele un crimen! ¿Quién osa hacerme tal injuria? En la cuestión que me ha hecho venir aquí, ¿no soy yo el ofendido? ¿Aun se me quiere hacer mayor afrenta? ¡Oh! ¿Así están expuestas á la delación de cualquier picaro las personas de reconocida honradez como yo? ¡Esto no tiene nombre! Se trata de asesinarme en mi propia casa y se me conduce á la cárcel como un criminal, y después de tamaña iujusticia se me quiere hacer víctima de una calumnia.
—Limítese Vd. á contestarme. Todos declaran que Vd. se trataba con Ferran; Vd. me lo oculta, me lo niega rotundamente. Vd., que tiene alguna experiencia en estos asuntos, puede comprender que es un dató bastante elocuente para que un juez tome en cuenta esa negativa de Vd., que cae por tierra ante todas las' demás declaraciones qué he'recibido. Ferran dice también que él es quién le dio á Vd. la noticia de haber sido muerto' y enterrado el hombre del perro negro, ese mismo óuó anteanoche se le presentó inesperadamente en su despacho y le acometió con violencia. Vuelvo a repetir al señor juez qué con Ferran no he hablado nunca. Pregúntese á las gentes "de la vecindad: preséntense testigos que nos hayan visto
—
—La vecindad dice que sí. No hay que eludir la
juntos
contestación. ¿Es ó no cierto qué fué Ferran quien hizo llegar á noticia muerte'ií