DE LA APóCOPE VERBAL EN CASTELLANO ANTIGUO (FORMAS INDICATIVAS E IMPERATIVAS)

DE LA APóCOPE VERBAL EN CASTELLANO ANTIGUO (FORMAS INDICATIVAS E IMPERATIVAS) GILLEs LUQUET Universidad de Limoges Entre el siglo x11 y el xv -pero

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DE LA APóCOPE VERBAL EN CASTELLANO ANTIGUO (FORMAS INDICATIVAS E IMPERATIVAS) GILLEs LUQUET

Universidad de Limoges

Entre el siglo x11 y el xv -pero sobre todo durante la segunda mitad del xu y la primera del xiii- algunas formas verbales del castellano, etimológicamente provistas de una -e desinencial átona, pierden por apócope esta vocal termi nal 1. En la lista de imperativos singulares de la lengua antigua, por ejemplo, se encuentran formas del tipo met, en vez de recete, corro en vez de come, del tipo sub, pid, recib, mugir, etc. .., en vez de sube, pide, recibe muere, sin contar las formas en las que la apócope ha provocado el ensordecimiento de la consonante temática convertida en final : bef, en vez de bebe, escrif, en vez de escribe, pit, en vez de pide, prent, en vez de prende, etc... Los verbos que figuran en esta lista son verbos en -er o en -ir que también se apocopan en el presente y en el pretérito' indefinido del modo indicativo y sabido es que en la conjugación subjuntiva son todos los verbos de la lengua, ya sean en -ar, en -er o en -ir, los que poseen formas apocopadas . Por no hablar más que de un caso entre otros, el verbo querer, por ejemplo, presenta formas apocopadas: -- en la tercera persona de singular del presente de indicativo : quier, en vez de quiere; -- en las dos primeras personas de singular del pretérito indefinido del mismo modo: quis, quisiet, en vez de quise, quisiste ; -- y en las personas singulares 1 y 3 del imperfecto de subjuntivo en -se y del futuro de subjuntivo: quisies, en vez de quisiese y quisier, en vez de quisiere .

Los historiadores de la lengua consideran generalmente esta apócope como un fenómeno idéntico al que afecta, en la misma época, a numerosas partes de la oración como sustantivos, adjetivos, adverbios, pronombres e ' El fenómeno está ampliamente documentado a partir de mediados del siglo xii, pero apareció probablemente mucho antes. En Orígenes del español, Menéndez Pidal reproduce un docurnento del condado de Carrión -la parte más oriental, más castellanizada del reino de León- en el que, desde fines del siglo xi (1097), aparece un futuro de subjuntivo apocopado (uglier) . En regla general es a fines del siglo xi cuando la apócope vocálica -hace su aparición en hispano-románico.

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incluso conjunciones. La apócope verbal, para ellos, no es más que un caso de apócope entre otros, es decir un fenómeno lingüístico que no se distingue del que ha conducido por otra parte a la aparición de sustantivos como fuent, duc, noch o desiert, adjetivos como grant, fuert, ric (es decir rico), adverbios como adelant, estonz (entonces), ricament o ricamient, conjunciones como quand, quant y com (es decir guando y como) y pronombres que por enclisis pueden reducirse a una simple consonante como -m, -t, -lo -s en el caso de los pronombres átonos me, te, -le y se. La caída de la vocal átona, -e u -o, que explica la aparición de todas estas formas y de otras muchas del mismo tipo, es un fenómeno cuyo aspecto fonético es el único que se tiene en consideración y que se invoca general mente a la vez que otro fenómeno fonético, la caída de las vocales intertónicas, para explicar la instauración de una determinada estructura fonemática castellana. A lo largo de la Edad Media, dicen los gramáticos, aparecen por accidente fonético varios modelos silábicos de los que unos habrán de desaparecer más tarde mientras que otros serán aceptados y consolidados por la lengua, como los que resultan de la apócope de -e, tras -d, n,1, r, s y z. Si existen todavía divergencias entre los lingüistas a este propósito, estriban únicamente en la importancia que hay que atribuir a factores socioculturales externos como la influencia ultrapirenaica -francesa y occitana sobre todo- e incluso, dentro de la península ibérica, la influencia semítica 2. Para un no hispanófono que descubriera el castellano leyendo una gramática histórica, existiría así una especie de paréntesis en la historia de una entidad tan fuertemente estructurada, tan fuertemente sistematizada como el verbo de esta lengua; un paréntesis que se habría abierto accidentalmente en el siglo xii o a fines del xi y que sólo se habría cerrado a fines de la Edad Media con la vuelta a las formas primitivas, es decir, con la eliminación total, o casi total, de las formas aparecidas en el intervalo. Esta concepción puramente fonética y accidental del fenómeno no deja de suscitar algunas preguntas. Las siguientes, por ejemplo: ¿Puede considerarse como un accidente un fenómeno del que quedan todavía huellas en el siglo xv, es decir, más de tres siglos después de su aparición? ¿Puede considerarse como un accidente un fenómeno que, durante más de un siglo, ha instituido paradigmas verbales que no sólo han competido con los paradigmas primitivos, sino que, en algunas producciones escritas, los han sustituido literalmente? No es difícil, efectivamente, encontrar documentos de los siglos xu y xni en los que la apócope afecta a todos los presentes o a todos los imperativos terminados en -e átona, documentos en los que afecta a todos z Véase, a este propósito, las opiniones de Rafael Lapesa y Diego Catalán en algunos artículos publicados entre 1951 y 1975 : RAFAEL LAPESA, «La apócope de la vocal en castellano antiguo. Intento de explicación histórica», Estudios dedicados a Menéndez Pidal, ii, Madrid, CSIC, 1951, págs, 185-226; «De nuevo sobre la apócope vocálica en castellano medieval», Nueva Revista de Filología Hispánica, xxiv, 1975, págs . 13-23; DIEGO CATALÁN, «En torno a la estructura silábica del español de ayer y del español de hoy», Sprache and Geschichte . Festschrift fürHarri Mejer, München, 1971, págs . 77-110, e «Ibero-romance», Current Trends in Linguistics, t. 9, The Hague, 1972, pág. 1028, n. 541.

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los imperativos terminados en -e átona, documentos en los que afecta a todos los pretéritos indefinidos, a todos los imperfectos de subjuntivo en -se o a todos los futuros de subjuntivo que se encuentran en el mismo caso, documentos erg los que se dan simultáneamente algunos de estos casos y, por fin, documentos en los que la apócope se practica de manera sistemática, por lo menos dentro de los límites modales y temporales que acabo de recordar . La Disputa del alma y el cuerpo, en el siglo xii, ilustra este último caso, lo mismo que algunas escrituras notariales del siglo xili reunidas por Menéndez Pida¡, en sus Documentos lingüísticos de España3.

Finalmente, ¿puede considerarse como un accidente un fenómeno que afecta a la estructura formal del verbo? ¿Un fenómeno que lleva -aunque sea de manera efímera- a la institución de una nueva morfología? Todas estas preguntas son otras tantas invitaciones a plantear de otra manera el problema de la apócope verbal y de la apócope en general. De lo que representa el fenómeno en su dimensión fonética, ya se sabe casi todo, pero del papel que ha desempeñado en las numerosas estructuras lingüísticas afectadas por su existencia, no se sabe casi nada. Podríamos -y deberíamos-, por ejemplo, tratar de comprender mejor los modelos de estructura silábica que han intentado imponerse en los siglos xii y xiiL Podríamos -y deberíamos- también tratar de comprender mejor lo que eran las estructuras sintácticas que autorizaban o suscitaban la apócope . Pero podríamos -y deberíamos- sobre todo interrogarnos sobre lo que era, en los siglos xii y xIII, la morfología de las partes de la oración afectadas por la apócope vocálica : la morfología verbal, desde luego, pero también la del nombre, del adjetivo, del adverbio, de los pronombres y de las conjunciones . Es el camino que abría Michel Launay en 1985 en un artículo que proyectaba una luz nueva sobre la morfología del adjetivo. Es el que me propongo seguir hoy para tratar de aclarar la del verbo en los siglos xii y xnt. Por razones materiales evidentes, me limitaré al análisis de algunos casos de apócope . Que no se pueda estudiar la apócope verbal independientemente de la morfología del verbo, es lo que prueba el carácter selectivo del fenómeno. Sabido es, por ejemplo, que en la época misma en que se propagaba corno reguero de pólvora, dicho fenómeno no afectaba a la totalidad de las formas verbales susceptibles de perder una -e desinencia] átona y que algunas de estas formas, particularmente las de presente de subjuntivo de los verbos en -ar, le opusieron una resistencia que siempre ha suscitado perplejidad en los lingüistas . Ninguno de los documentos medievales que la filología moderna ha hecho accesibles hoy en día permite, al parecer, añadir nuevos ejemplos de presentes de subjuntivo apocopados a los que Menéndez Pidal consideraba ya como excepciones a la regla en su Manualde gramática histórica española (pág. 282), y en sus «Adiciones y enmiendas» al Cantar de Mio Cid (pág. 1203). Un caso de s Sobre todo el documento número 33, echado en 1259. Pero aparece la apócope sístemática de los presentes en los documentos números 5 (1220), 310 (1270) y 354 (1284); la apócope sistemática del futuro de subjuntivo en los documentos números 191 (1240) y 200 (1272) y la apócope sistemática del imperfecto de subjuntivo en -se en los documentos números 30 (1233) y 283 (1252).

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sach (del verbo sacar), un caso de pech (del verbo pechar, es decir pagar), dos casos de pes (del verbo pesar) y cuatro casos de perdón (del verbo perdonar) representan muy poca cosa entre los miles de ejemplos de apócope verbal que proporciona la literatura medieval 4. La disparidad numérica es enorme y demuestra que, en condiciones fonéticas estrictamente idénticas, la caída de una -e desinencial átona ha sido rechazada por la lengua en el caso del presente de subjuntivo, mientras que ha sido aceptada en los demás casos, aunque sea temporalmente . ¿Por qué? Podríamos preguntárselo a las propias formas apocopadas considerándolas en su materialidad física y dando a esta materialidad una importancia que se le niega de ordinario en consideración al principio de la arbitrariedad del signo lingüístico. En la medida en que modifica determinado número de significantes de la lengua, en el sentido saussureano de la palabra, la apócope verbal modifica al mismo tiempo las relaciones que se establecen entre ellos y los significados que vehicular. Modifica la relación entre significantes y significados verbales, lo cual -inevitablemente- plantea el problema de la adecuación de unos a otros. En el caso del presente de indicativo, por ejemplo, ¿qué ocurre cuando un verbo en -er o en -irpierde, por apócope, la -e desinencial de su tercera persona de singular? ¿Qué ocurre, concretamente, cuando un verbo como querer, en presente de indicativo, se conjuga no ya en la forma quiero, quieres, quiere, queremos, queréis, quieren, sino en la forma quiero, quieres, quier, queremos, queréis, quieren? El significado de quier, la forma apocopada, no se distingue en absoluto del de quiere, la forma plena. Las dos formas remiten sin ambigüedad al mismo verbo, conjugado en el mismo tiempo del mismo modo y en la misma persona. Para el estructuralista que piensa por contrastes funcionales, la apócope, al fin y al cabo, no ha tenido ningún efecto en las oposiciones características del paradigma, ya que no ha suprimido ninguna. La forma quier, lo mismo que la forma etimológica, designa específicamente una tercera persona del presente de indicativo. Sin embargo, los significantes que se oponen en el paradigma nuevo no lo hacen de la misma manera que en el paradigma etimológico y los cambios que se observan no son arbitrarios. Es lo que se hace patente cuando se observa cómo se marcan las oposiciones de personas en el presente de indicativo modificado por la apócope . Sabido es que la identidad de la persona verbal, en los paradigmas etimológi cas del presente castellano, no se marca en todos los casos con un morfema 4 A título indicativo, son unos 1 .500 casos de apócope verbal los que se encuentran en el corpus siguiente: - Siglo xii: Documentos lingüisticos de España, Disputa del alma y el cuerpo, Fuero de

Madrid. - Siglo xur. Documentos lingüisticos de España, Fuero de Medinaceli, Poema de Mio Cid, Kazón de amor, La Fazienda de Ultra Mar, Libro de la Infancia y muerte de Jesús (libre dels treys reys d'Orient), Vida de Santa María Egipciaca, Fuero de Guadalajara, Libro de los Buenos Proverbios, Poemas de Roncesvalles, Libro de los doce sabios, Obras completas de Berceo, Libro de Alexandre, Libro de Apolonio, Poema de Fernán González, Bocados de Oro, Historia troyana en prosa y verso, Primera crónica general, Tratado contra la Secta Mahometana (San Pedro

Pascual).

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específico. En la conjugación de querer, por ejemplo, las formas quiere-s, quere-mos, queré-¿s, quiere-n, disponen de un morfema de este tipo (-s, -mos, -is, o -n) que se añade a la vocal temática característica del presente de indicativo, mientras que las formas quiero y quiere están desprovistas de marca específicamente personal. La -o desinencial de quiero y la -e desinencial de quiere designan de manera sincrética el modo, el tiempo y la persona del verbo conjugado . De donde se sigue que cuando la -e final de quiere desaparece por apócope, el nuevo paradigma de presente de querer ofrece la particularidad de comprender una forma desprovista de cualquier morfema gramatical, es decir de cualquier marca de tiempo, de modo y de persona . Se trata, desde luego, de una ausencia de marca significativa, ya que se opone sin ambigüedad a la presencia de marcas específicas en el resto del paradigma ; pero precisamente porque esta ausencia se convierte a su vez en marca, conviene preguntarse cómo se establece la relación con su contenido, es decir, cómo esta ausencia designa, cómo significa la tercera persona de singular. Y esta pregunta conlleva otra: ¿qué es una tercera persona de singular? En la actividad interlocutiva que constituye el fundamento de todas las representaciones de la persona, se sabe que /él/ es la persona de la que hablan /yo/ y /tú/. Es la persona ausente del presente de interlocución que compar ten el locutor y el alocutario. De donde se sigue que cuando quiere pierde por apócope su -e desinencial, el paradigma de presente de indicativo de querer ofrece la particularidad de significar la tercera persona del sistema, o sea la persona ausente, por la ausencia total de morfema gramatical. Utilizando otra terminología, la de Benveníste, por ejemplo, podría decirse asimismo que en el paradigma de presente de querer, la tercera persona de singular, o sea la no persona 5, se expresa por medio de un no morfema, y no sólo un no morfema específico, como ocurría ya en el paradigma etimológico, sino un no morfema integrante, un no morfema, por así decirlo, tan sincrético como la desinencia a la que substituye. Sea cual sea la terminología utilizada, aparece que en la conjugación de los verbos en -er y en -ir, la apócope de la -e desinencial de tercera persona es un fenómeno que conduce a una mayor adecuación del significante verbal a su significado. Un significante reducido a un simple lexema, un simple radical, no podía decir mejor lo que era la naturaleza formal de la persona significada. La apócope es una alteración del significante aceptada por la lengua, una alteración integrada en el sistema semiológico durante más de un siglo sencillamente porque estaba motivada. Sirva de prueba la suerte que ha corrido la -e desinencial de tercera persona en la conjugación de los presentes de subjuntivo de los verbos en -ar. Sí esta -e se ha mantenido en los siglos xii y xiii, cuando todas las condiciones estaban reunidas para que se apocopara, es porque nada motivaba su desaparición : la oposición entre persona ausente y persona presente, que se halla en el fundamento mismo del sistema de la persona, no tiene pertinencia fuera del presente de interlocución. Sólo tiene pertinencia en el espacio temporal expresado de manera exclusiva por el presente de indicativo. Por lo tanto, fuera del 5 Para la aplicación de esta terminología a la descripción de los sistemas personales en español, véase JACK SCHMIDELY, La personne grammaticale et son expression en langue espagnole, París, Editions Hispaniques, 1983.

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presente temporal, es decir fuera del presente de indicativo, ya no tiene por qué aparecer en la semiología del verbo . Ya no está motivada. Así que comprender un fenómeno como la apócope verbal, es comprender ante todo lo que motiva la alteración de un significante lingüístico determinado. Cuando se comprende, por ejemplo, lo que motivaba la desaparición de una vocal desinencial de tercera persona en algunos presentes de indicativo de los siglos xU y XIII, se comprende sin dificultad lo que motivaba, en la misma época, la desaparición de la vocal desinencial de segunda persona de singular en los paradigmas de imperativo de los mismos verbos. En las formas imperativas met, en vez de mete, com, en vez de come, en las formas sub, pid, recib, muer, etc, se constata que la desaparición de la -e desinencial conduce -una vez más- a un significante verbal reducido a un simple lexema, un significante desprovisto de cualquier morfema, un significante que, en resumidas cuentas, es estrictamente idéntico al que la lengua, en la misma época, atribuye ordinariamente a la tercera persona de singular del presente de indicativo de los mismos verbos . La forma muer, por ejemplo, significa tanto una segunda persona de singular del imperativo como una tercera persona de singular del presente de indicativo, y la apócope no ha hecho más que reproducir una identidad de significantes que existía anteriormente, ya que la forma muere, en los paradigmas etimológicos, tenía exactamente la misma particularidad. Basta, pues, comprender esta identidad original -que sigue existiendo hoy día, por otra parte- para comprender lo que ha suscitado su mantenimiento en la época de la apócope . ¿Qué relación existe entre una segunda y una tercera persona de singular? Es lo que ha mostrado recientemente Mauricio Molho en un trabajo dedicado a los significantes verbales de la lengua actual («Del significante verbal en español», Serta Philologica F. Lázaro Carreter, Madrid, Cátedra, 1983, págs. 391-411). La actividad interlocutiva, dice (pág. 395), implica «que el /yo/ locutor convoque en su presente a un /tú/ alocutario, que no es sino un /él/ con el que se enfrenta momentáneamente y que tornará a su anterior condición en cuanto se suspenda el acto interlocutivo» . Dicho de otro modo -sigo citando«/tú/ es persona efímera que, durante la interlocución, comparte el presente del locutor como co-presente en el diálogo, pero que al acabarse el intercambio dialogal, se reintegra a la categoría de persona ausente, o sea: de persona 3». Si la persona 2 no es más que una persona 3 momentáneamente promovida a la interlocución, se adivina fácilmente lo que motiva la estructura del significante de imperativo en la segunda persona de singular. Lo propio del imperativo efectivamente -vuelvo a citar a Mauricio Molho- es «dirigirse a un alocutario que, mientras no realice el acto que se le prescribe, no será segunda persona efectiva, sino sólo posible. Ahora bien: una segunda persona posible no es más que una figura de la tercera en que se origina. De ahí un significante idéntico para marcar dos representaciones que no son sino una misma» (ibid). Este análisis, que aplica Mauricio Molho a las formas imperativas plenas de la lengua actual, se aplica con la misma pertinencia a las formas apocopadas de la lengua medieval, como lo prueban las que, excepcionalmente, han resis tido obstinadamente a la apócope en los siglos xli y xm. Es el caso de aue, forma

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imperativa de segunda persona de singular de auer (haherj, que no aparece nunca en forma apocopada, ni siquiera en documentos como La Fazienda de Ultra Mar, en que figuran, sin embargo, los casos de apócope más insólitos. Es fácil documentar en el castellano del siglo xill la perífrasis imperativa aue merced (en La Fazienda de Ultra Mar, precisamente, y en la Vida de Santa María Egipciaca), la perífrasis aue piadat (en La Fazienda de Ultra Mar), la perífrasis aue duelo (en la Historia Troyana en prosa y verso), la perífrasis aue su gracia (en el Libro de los Buenos Proverbios), pero no existe ninguna perífrasis de este tipo en la que aparezca la forma apocopada de auer, o sea la forma 'av. ¿Por qué? Fonéticamente esta forma sería del mismo tipo que sab, forma imperativa de saber documentada en La Fazienda de Ultra Mar. Sería asimismo del mismo tipo que sub, bev/bel o escrihlescril, formas imperativas de subir, beber y escribir que aparecen también en el mismo documento. Pero la fonética, en este caso, no tiene nada que ver con el hecho de que desde los orígenes de la lengua la tercera persona de singular del presente de auer existe en forma monovocálica, (h)a, y con el hecho de que la apócope de aue no podía desembocar- en la misma forma. Fonéticamente posible, la apócope no se ha producido porque nada motivaba la aparición de un significante de tipo °av. Para no alargar indebidamente esta comunicación, quisiera terminarla aplicando a un último caso de apócope el método que he utilizado hasta aquí y que consiste, lo repito, en considerar priorítariamente la información que reside en la estructura del significante lingüístico. La tarea del lingüista que describe una lengua rnuerta consiste en leerlos significantes de esta lengua y en leerlo que expresan en su propia materialidad cuando ésta se transforma. Ahora bien : la apócope de los pretéritos indefinidos del castellano medieval no se lee de la misma manera que la de los presentes de imperativo . La apócope de los presentes, para todos los verbos que la aceptan, es un fenómeno, ya lo hemos visto, que pone de relieve la especificidad de una persona verbal determinada -la tercera de singular- cuando ésta se integra en la unidad de representación llamada presente de indicativo . La apócope de los imperativos pone asimismo de relieve la especificidad de una segunda persona de singular cuando ésta se integra en la unidad de representación llamada imperativo . Pero la apócope de los pretéritos indefinidos, al revés, no está vinculada de manera constante a una representación personal determinada. Ciertos verbos -los que la historia ha dotado de un pretérito débilpierden efectivamente la -e desinencial de su segunda persona de singular (amast, bebist, vivist, etc...), mientras que otros --los que la historia ha dotado de un pretérito fuerte-. padecen no sólo esta apócope sino también la de su primera persona de singular : guis, quisist, pud, pudist; vin, vinist; dix, dixist, etc... De hecho, cuando un verbo se conjuga en pretérito indefinido, en castellano antiguo, se apocopa en todas las formas personales acabadas en -e átona y el número de formas apocopadas varía en función de la clase semiológica a la que el verbo pertenece. De modo que la apócope no se presenta ya como un fenómeno vinculado a representaciones personales de uno u otro tipo, sino como un fenómeno vinculado a una representación temporal y modal determinada . La apócope deja de

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funcionar como una marca de persona 6 para convertirse en una marca temporal y modal, lo cual, para el lïngüista, es una invítacíón a centrar la reflexión en la relación que se establece entre significante y significado verbal cuando un verbo se conjuga en pretérito indefinido de indicativo . La representación temporal que designa este término es efectivamente una representación de pasado, o sea la representación de un espacio temporal que, para el locutor, se define fundamentalmente en la anterioridad del espacio que ocupa él mismo: la anterioridad del presente. Ahora bien: ¿qué es la apócope de una forma verbal? Es un fenómeno que conduce un significante a reconstruirse en la anterioridad de su propio límite conclusivo, ya que el fonema terminal de la estructura apocopada es el que se encuentra en la anterioridad inmediata del fonema terminal de la estructura plena. En resumen, los pretéritos apocopados de los siglos xxi y xiii no hacían más que atribuir una marca especifica a uno de los elementos de su contenido : teniendo que significar una anterioridad en el sistema de las representaciones temporales de que forman parte, lo hacían por medio de una estructura fonemática cuyo elemento terminal se anteriorizaba con relación a lo que era anteriormente . La apócope, en este caso como en el anterior, era un fenómeno motivado. La apócope, una vez más, modificaba la relación entre significante y significado en el sentido de una mayor adecuación del uno al otro. ¿Cómo concluir un trabajo inacabado? Trataré de hacerlo sustituyendo a una conclusión propiamente dicha una observación de tipo teórico. Todos los casos de apócope de que he hablado hasta aquí -pero lo mismo diría de los demás si hubiera podido dedicarles el tiempo que merecen- evidencian la existencia de mecanismos de motivación del signo lingüístico . Cuando se estudia la historia del verbo castellano, no basta constatar que las formas apocopadas de la Edad Media «significan» aparentemente lo mismo que las formas plenas para declarar que la apócope es un accidente. Lo que la apócope ha modificado en cada caso es la adecuación de un significante lingüístico a su significado . Cuando la lengua acepta la alteración de un significante --pues no hay que olvidar que existen casos de rechazo- es que algo, en el sistema semiológico, motiva esta alteración . Algo que consigue dotarse de una marca específica y que confiere así más transparencia al significante lingüístico. Algo que, al fin y al cabo, contribuye a hacerlo menos arbitrario. Es cierto que en el caso del verbo, cada signo lingüístico, punto de intersección de una red de asociaciones muy compleja, es un elemento en el que se ejercen fuerzas distintas, fuerzas cuya diferencia puede llegar hasta la contra dicción. Cuando una modificación de uno u otro tipo afecta de manera selectiva a algunos términos de un conjunto paradigmático, se opone a la tendencia natural a uniformizar los términos del conjunto, tendencia que la tradición gramatical llama la analogía. Se opone sencillamente a otro mecanismo de motivación del signo, el más potente de todos, el que, en el caso del verbo antiguo, acabó imponiéndose. Hay que observar sin embargo que en el 6

Hay que notar además que en el caso de la segunda persona de singular, la apócope no conduce, como en el caso del imperativo, a la supresión de toda marca personal . La caída de la -e final de amaste, bebiste, viviste, etc..., deja intacta una parte de la terminación verbal e incluso una parte de la marca personal propiamente dicha .

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castellano de hoy quedan seis formas verbales apocopadas y que estas formas evidencian nuevos mecanismos de motivación del signo. Se trata de las formas imperativas sal, haz, pon, ten y ven, a las que hay que añadir di, cuyo étimo, dic, era ya una forma apocopada. Cinco de estas formas pertenecen a verbos que por otra parte han conservado su pretérito fuerte en la lengua actual. Verbos que, según Bernard Darbord y Bernard Pottier (La langue espagnole, París, Nathan, 1988, págs. 162-163), tienen la particularidad de expresar nociones que se anteriorizan a las demás 7 . Tener es efectivamente uno de los cuatro verbos fundamentales de la jerarquía descrita por Darbord y Pottier; decir y hacer son verbos que resumen por sí solos toda la actividad del género humano, la actividad lingüística y la actividad no lingüística; poner y venir, en fin, son los dos verbos que tienen la particularidad de ser al mismo tiempo las dos raíces verbales más polivalentes del castellano, las que sirven para construir el mayor número de derivados (contraponer, contravenir, interponer, intervenir, proponer, provenir, etc.. .), en un palabra, son los verbos que por derivación figuran más veces en la anterioridad de los demás verbos de actividad de la lengua $. En resumen, el mantenimiento de las formas apocopadas de decir, hacer, poner, tener y venirse explica por una doble motivación del signo: la que hace de una segunda persona de singular de imperativo un caso particular de tercera persona -o sea un caso particular de persona ausente-- y la que coloca las nociones expresadas en la anterioridad de las que expresan los demás verbos de la lengua . El rasgo de ausencia de la persona verbal está marcado por la ausencia de morfema y la anterioridad semántica de la noción expresada está marcada por una estructura significante cuyo elemento terminal se anterioriza. El único imperativo apocopado que no se justifique exactamente de la misma manera, en la lengua actual, es el de .salir. Este verbo, efectivamente, no expresa una noción fundamental, ni una noción potencial y ni siquiera es apto para funcionar como raíz verbal. La forma apocopada sal, no dispone, para mantenerse, de la doble motivación que existe en el caso de las formas di, haz, pon, ten y ven. Pero eso es lo que ha comprendido muy bien la lengua popular que, desde hace mucho y en varias regiones de España, le sustituye la forma sale. Una singularidad semiológica insuficientemente motivada es una singularidad que tiende a desaparecer.

' En la anterioridad de todas las nociones que expresan los verbos de actividad del castellano (cantar, comer, subir, cte. ..) figura un reducido número de nociones potenciales expresadas por los verbos poder, querer, saber, cte... Para cantares necesario poder cantar, querer cantar, saber cantar, cte... Y en la anterioridad absoluta de esta jerarquía semántica figura la noción fundamental de existencia : para poder cantar, querer cantar, cte.... es necesario ser. Esta noción fundamental, en relación estrecha con la de posesión, se significa en castellano por medio de dos verbos de existencia, ser y estar, a los que se asocian los dos verbos de posesión haber y tener. $ Existen en el castellano actual unos 20 derivados de poner y unos 15 de venir. Para los demás verbos-raíces (ceder, coger, meter, traer, cte ...) el número de derivados es generalmente inferior a 10.

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La langue espagnok París, Nathan, 1988 . «En torno a la estructura silábica del español de ayer y del español de hoy», Sprache and Geschichte. Festschrift für Harri Meier, München, 1971, págs. 77-110. - «Ibero-romance», Current Trends in Linguistics, t. 9, The Hague, 1072, págs . 927-1106. RAFAEL LAPESA, «La apócope de la vocal en castellano antiguo. Intento de explicación histórica», Estudios dedicados a Menéndez Pidal, II, Madrid, CSIC, 1951, págs. 185-226. - «De nuevo sobre la apócope vocálica en castellano medieval», Nueva revista de Filología Hispánica, xxiv, 1975, págs. 13-23. MICHEL LAUNAY, «Trois questions sur l'apocope», Bulletin Hispanique, Lxxxva, 3-4, págs . BERNARD DARBORD y BERNARD POTTIER, DIEGO CATALÁN,

425-445 .

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