Derechos 2000, Ikram Antaki

L...:c...._ @ 2000, Ikram Antaki Derechos reservados 2000, 2004, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. Bajo el sello editorial BOOKET 1d.R. Aven

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Las municipalidades, con el objeto de promover la salud y el desarrollo comunal, pueden implementar nuevas prestaciones de salud, insertas en planes c

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2000, Ikram Antaki

Derechos reservados 2000, 2004, Editorial Planeta Mexicana, S.A. de C.V. Bajo el sello editorial BOOKET 1d.R. Avenida Presidente Masarik núm. 111, 20. piso Colonia Chapultepec Morales C.P. 11570, México, D.F. www.editorialplaneta.com.rnx

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Diseño de la portada: Carlos Palleiro Ilustración de la portada: detalle de Le serment des Horaces de Louis David. Colección de Luis XVI, Museo de Louvre Fotografía de la autora: Mario Mejía Primera edición en Booket: enero de 2004 Décima tercera reimpresión: noviembre de 20 14 ISBN-13: 978-970-9031-24-9 ISBN-10: 970-9031-24-4 No se permite la reproducción total o parcial de este libro ni incorporación a un sistema infonnático, ni su transmisión en cualql forma o por cualquier medio, sea éste electronico, mecánico, fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y escrito de los titulares del copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiv~ delito contra la propiedad intelectuaI (Arts. 229 y siguientes de la Federal de Derechos de Autor y Arts. 424 Ysiguientes del Código Pen Impreso en los talleres de Litográfica Argos, S.A. u C.V.

Av. TIatilco núm. 78, colonia Tlatilco, México, D.F.

Impreso y hecho en México - Printed and mode in Mexico

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¿Qué es el civismo hoy?

civismo es una virtud privada, de utilidad pública. de-la ilusión de una sociedad que sería digna del hombre. Llamar al civismo es recurrente en la historia política y social. Se denuncia la inmoralidad, la deca­ .dencia de las costumbres colectivas, luego se exaltan las ciudadanas y las instituciones. El civismo es, a -menudo, objeto de discursos de dramatización, y de con­ fusión. Para algunos, se trata de estigmatizar la desa­ parición del discurso moral, el olvido de la cortesía, la :impotencia del Estado, la exasperación del individualis­ mo; para otros, se trata de denunciar la mundialización de ·la economía y de las redes de información. El hecho es que estamos produciendo una ciudadanía sin civismo. Es una virtud que da nacimiento a todas las demás virtudes particulares y manifiesta una preferencia con­ tinua por el interés público. A pesar de ser una invocación de los derechos y de los deberes, a menudo el civismo se ve reducido a un discurso de las obligaciones, olvidán­ dose su fondo de solidaridad colectiva. Orden público, orden moral, orden social, el civismo de los deberes bus­ ca instaurar una obligatoriedad. Pero el culto de los de­ beres ya no tiene credibilidad social y el civismo parece ser un voto piadoso de reconciliación entre lo universal

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y lo particular. No es una cortesía social, va más allá que la intención generosa y altruista. Decimos: civilidad, ur­ banidad, ciudadanía: se trata de comportamientos muy cotidianos de negociación con uno mismo. La cuestión del civismo involucra tanto al no-ciudadano como al ciu­ dadano; trata de la administración pública, de las elec­ ciones, de los comportamientos. Una sociedad compleja y dividida acerca de sus valores necesita un fundamen­ to. El acto cívico se refiere a una norma que no existe fuera de la práctica. Los griego's decían que el ciudadano constituye la unidad del sujeto, que debe ser libre, para participar en la elaboración de la ley, y el individuo, que se somete y obedece a esta ley. Para garantizar la existencia de una nación ciuda­ dana, es necesario respetar las dos exigencias. Los in­ dividuos deben admitir que existe un campo público unificado, independiente de las relaciones y de las soli­ daridades religiosas, ciánicas, familiares, y deben res­ petar las reglas de su funcionamiento. Por el otro lado, la igualdad de la dignidad de cada quien, que funda la j lógica de la nación democrática, no debe ser contrariada por desigualdades de estatuto en los demás campos de . la vida social, especialmente en el derecho personal. El civismo compromete lo colectivo, este lugar de me­ diación, de intercambio entre lo privado y lo público, en medio de la ambición ideal y las founas concretas del ejercicio de la ciudadanía. No es una abstracción; es el ejercicio de unos derechos y de unos deberes. Las prác­ ticas cívicas se manifiestan en el espacio público del "querer vivir juntos"; suponen compromisos, enfrenta­ mientos, hacen aceptar a los intereses particulares las leyes votadas en el nombre del interés general. Son la negociación consigo mismo en relación con las situa- .

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ciones individuales y el peso de las obligaciones. El com­ portamiento cívico describe una actitud en relación con la regla colectiva, que trasciende el razonamiento bina­ rio: se trata de respetar la regla más allá de la presión que esta regla impone. El deber confiere derechos, el dere­ cho impone deberes y supone un compromiso positivo. El civismo es una actitud de adhesión que valora los aspectos del interés general, moviliza la capacidad de participación, de contribución, de reciprocidad de las per­ sonas. Aquí, la calidad del individuo está en la concep­ ción que se hace de lo que es público. El ejercicio de la ciudadanía depende de tres condi­ ciones: la existencia de procedimientos que organizan la negociación, la civilidad que peunite manejar la tensión entre las diferencias sociales, y las fuerzas de coherencia y de pertenencia. Las relaciones de civilidad hablan de la historia y del futuro de la sociedad, más que de ideas políticas o de resultados electorales. Provecho común, . unidad pública, bien común, interés generaL. tienen sus raíces en el derecho romano, en el absolutismo monár­ quico, en la teología cristiana y en la teoría moderna del Estado. ¿Cómo se anuda la relación social y la política? ¿Có­ mo se fabrica la ciudadanía? ¿Cuál es el sistema de va­ lores que sirve para construir el sentido de la experiencia colectiva y personal, que legitima las reglas de la mora­ lidad pública y funda los procesos de pertenencia y de reconocimiento? Para la ciudadanía existente, la ciudad de los hombres debe distinguirse de la ciudad de Dios, y lo privado de lo público; debe propagarse la creencia en la razón y en la inteligibilidad del mundo, e instau­ rarse la ley. La construcción histórica de la ciudadanía y el largo proceso de secularización de la moral, llevan a

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la laicidad; son fenómenos complejos que pasan por la palabra, los ritos, los símbolos, las constituciones y las situaciones económicas y sociales. La nación es una aso­ ciación voluntaria de hombres iguales. En el Estado, sólo quedan el interés particular de cada individuo y el inte­ rés general. No se permite a nadie inspirar a los ciudada­ nos un interés intennedio, y separarlos de la cosa pública por un interés corpomtivo. La república es indivisible, por lo que se necesita un juramento y un compromiso ritual ante la colectividad. Pero, para ordenar las relaciones igualitarias entre los ciudadanos, es necesario también un texto: el código civil, el código por excelencia~ l..La educación condiciona la formación del juicio y, por ahí, el acceso al derecho. En los principios de la es­ cuela pública, el alumno preguntaba: "¿Para qué apren­ der?" Y el maestro contestaba: "el a1fabetd te volverá amo de tu derecho". Aprender a leer y aprender ladivisa republicana constituyen un solo y mismo debeLiEI ejér­ cito, las instituciones políticas, las asociaciones, y la escuela laica, gmtuita y obligatoria fueron el hogar del aprendizaje de las prácticas cívicas. Los "húsares negros de la República" han encarado el ideal del ciudadano­ soldado, en el momento mismo en que se formaban los batallones escolares. El civismo de nuestros abuelos se enunciaba así: dignidad, tolerancia, laicidad; descansa­ ba sobre el mérito, la voluntad individual y la voluntad política. Cada quien em libre de inscribirse en un grupo, una asociación, una comunidad que respetaba las leyes de· la república.; pero esta asociación em un asunto privado. El espacio social se divide en dos esfems distintas: la esfera privada, o sociedad civil, suma de individuos que defienden sus intereses particulares, donde cabe el de­ sorden de los sentimientos; y, por el otro lado, la esfem

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pública, o sociedad política, representada por la figum simbólica de un Estado garante del interés geneml, bajo las tres formas de: J) un desarroJIo económico, 2) una justicia social, y J) una integración nacional. Esto ha fun­ dado el civismo. El Estado benefactor asumía la repar­ tición de los frutos del crecimiento, y el desarrollo de los derechos individuales y sociales. La igualdad formal y jurídica de los individuos bastaba para mantener la re­ lación social. Cada quien, titular de su derecho y de sus derechos adquiridos, los utilizaba para sus intereses pri­ vados y actuaba libremente en los limites puestos por la ley. El trabajo no es el único medio pam crear la relación social, pero estructwa los comportámientos cívicos. Hoy, sin embargo, vemos cómo se amplía la brecha entre la abstracción de los objetivos y la realidad de los funcio­ namientos sociales y las presiones económicas, a la vez que nos interrogamos sobre los medios pam servir al in­ terés geneml desde el punto de vista de la actividad po_ lítica. La afirmación de la primacía del individuo en la organización social y política, la debilidad de la tradición del estado de derecho, hacen que el Estado aparezca ya no tanto como garantefde las libertades, sino como otor­ . gador de prestaciones.f!.a voluntad de integración ciuda­ dana está puesta en duda: tenemos una crisis de la relación política, un desarrollo de los corpomtivismos, un déficit de la credibilidad de los hombres poiíticos y de la legiti­ midad de las asambleas electas, y un crecimiento de las diferentes formas de poPulismoJ Tratándose de los indi­ viduos, los electores, los ciudadanos, vemos surgir formas de "retimda cívica" y manifestaciones de comunitarismo. Las prácticas cívicas se diversifican. ya no adoptan forzosamente la lógica de la representación y del voto

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mayoritario. El interés general y las demandas sociales parecen a menudo contradictorios. Se habla de la necesi­ dad de los "valores" y de la "vuelta a la moral"; apare­ cen nuevas formas de control social y de manipulación de los comportamientosl~emos pasado de un sistema de comportamiento centraóo sobre la responsabilidad, a un sistema fundado y centrado en la victimizació~n in­ dividuo sin obligación se transforma en "mártir" au­ toproclamado. Hay ruptura entre la sociedad civil y el sistema de gobierno, entre la administración y la repre­ sentación; y hay un paso del discurso de la responsabi­ lidad, a un discurso de la indignación. Recurrimos a: los valores individuales más que al debate público. El sen­ tido mismo del interés general se ha perdid~Aparecen nuevas formas de compromiso; la elevación del nivel de formación y de comunicación ha acrecentado las facul­ tades de autonomía personal. La gente rechaza cada vez más las formas de adhesión a una organización colectiva (como el sindicato); quiere un compromiso cortado a la medida, contratos de ciudadanía para un resultado con­ creto. Los principales motores de la acción son el reco­ nocimiento, la utilidad y la proximidad. Las asociaciones constituyen lá expresión pública de las opciones políticas o económicas, o de los modos de vida; toman a cargo directamente los objetivos de interés general, llaman la generosidad de los individuos y reclaman el dinero público.~ no se trata tanto de la libertadde asociaci sino de relaciones cálidas entre asociados. Todo implica una participación diferenteJ La degradación material de las ciudades nos da que, antes del orden público, está el orden civil. La cesidad del debate y el principio de laicidad fundan cultura republicana. Pero las formas de

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(la asociación), los temas (alojamiento, condiciones de vida en el barrio), revelan una concepción civil de la ciudadanía que ya no es solamente cívica. La formación del juicio se vueÍve un propósito democrático y, en lu­ gar de la colectividad, tenemos a colectividades abstrac­ tas cuyas implantaciones ya no coinciden ni representan la estabilidad duradera. LNuestra cultura cívica está compuesta por la alianza de la sumisión a la autoridad y por la rebelión perma­ nente, por el igualitarismo y por la búsqueda sistemáti­ ca de los privilegios. Se desarrollan nuevas formas de acción política, y debemos debatir sus prioridade~EI ci­ vismo no es una petición provisional, es una preocupa­ ción por el interés general. Vemos que, cuando más se progresa en las categorías socioprofesionales, más crece la capacidad de emanciparse de las reglatlEl dificil ac­ ceso a la ciudadanía y la confrontación con la desigual­ dad de las condiciones nos recuerdan que el ejercicio de la ciudadanía supone garantías contra la ignorancia y la ... miseria. Esto designa la capacidad de nuestra sociedad para asumir la movilidad de las condiciones. El orden civil supone compartir valores comunes. Pero, ¿cuál es el sistema de valores que sirve para cons­ truir el sentido de la experiencia personal, que legitima las reglas de la moralidad pública y funda los procesos de pertenencia y de reconocimiento? Atenas y Roma de­ signan, en la historia del pensamiento occidental, el mo­ mento fundador de la ciudadanía. La participación en la C1irección de la ciudadanía concierne a un círculo cerrado, un grupo de ciudadanos-soldados, legisladores y jue­ -ces, aislados de los esclavos, las mujeres y los extranjeros. El cuerpo cívico contaba con 30 mil o 40 mil ciudada­ nos. La oligarquía no rebasaba los tres mil. Ser ciudadano

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era un privilegio y comportaba obligaciones. Había ex­ cluidos de la ciudadanía Y había un espacio cívico. El ciudadano era un soldado, y reinaba la ley. Más cerca de nosotros, el Dios de Calvino y de Lute­ ro impone una nueva forma de comunidad, destruyendo los poderes intermediarios, Y funda una relación diferente con la ley de Dios, abandonando las leyes mundanas a la responsabilidad de los hombres. La Reforma convier­ te la sociedad en otro tipo de ciudad. Este civismo se basa en la dualidad de la relación protestante con el poder, hecha de obediencia y de rechazo. Generalmente, se per­

cibe al protestantismo como algo cívico. Se acredita a

los protestantes la capacidad de dejar su religión en su

casa, para entrar en el espacio público con la sola preocu­

pación del interés general. Durante la Revolución fran­

cesa, pedían la libertad de ~nciencia para todos. Fueron

numerosos los que participaron en los combates y com­ promisos fundamentales de la república. Los motivos eran sociológicos: afirmaban el sacerdocio universal (o t~os sacerdotes, o todos laicos) y destruían las jerarquías religiosas, para construir asambleas de individuos libres, unidos por una suerte de contrato voluntario y con deci­ sión colegiada. Aprendían a deliberar, tenían mandatos definidos, federaban: "Se ponían de acuerdo todos, para relacionarse en una asociación común que los defendie­ ra contra todos los que perturbaran tal acuerdo", escribe Milton. "Este es el origen de las ciudades y de los esta­ dos. Ninguna fe mutua era lo suficientemente fuerte, por . lo que instituyeron una autoridad que prohibiera, por la fuerza, toda violación de su paz Y su derecho común. Esta autoridad, este poder de autodefensa Y de protec- ' ción, reside, por su origen, en cada uno entre ellos y uni­ tariamente en todos, para su bienestar y buen orden. "

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Lutero y Calvino rechazan el sistema católico romano de la doble moral, que funciona en los países de cultura católica; afirman las mismas exigencias para todos y promueven la diferencia entre una ética animada por el conflicto de las convicciones evangélicas, y un derecho mínimo, que busca fundar pragmáticamente la coexis­ tencia de diversas convicciones en la misma sociedad. No se debe legislar imponiendo a los demás un régimen político, o moral, que sería sagrado. Durante la Refor­ ma, las ciencias bajan del cielo metafisico para contestar a la religión, y se establece la separación entre las leyes religiosas y las leyes políticas. Las consecuencias fueron revolucionarias. El despotismo abrió la vía a la demo­ cracia. El déspota destruyó la estructura de los poderes intennediarios, volviendo posible el advenimiento de una política fundada en el interés individual; destruyó el siste­ ma de lealtades tribales y ciánicas, atacó el separativismo regional y los privilegios locales, impuso una especie de igualdad sumaria y niveló el universo político. Los desa­ cuerdos y las diferencias establecieron nuevas formas contractuales de consenso, basadas sobre la responsabi­ lidad y la autodisciplina de sus miembros. La ley fue inventada para conservar el mundo e im­ pedir lo peor. El derecho positivo es relativo a nuestra historia humana, marcada por las pasiones y el caos. El civismo será entonces escéptico, conservador, relativis­ ta, sin pasión por las utopías, pero fiel a su ejercicio, que es el de crear una ética estoica. En el siglo XVI naciól!-a Boetie, quien escribió su Tratado de la servidumbre voluntari~n él, mostró que Ja pirámide de la participación en la tiranía, por medio . de pequeñas protecciones y pequeños provechos, era lo contrario del civismo. La servidumbre voluntaria fue

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llamada el "siervo albedrío" por Lutero; consistía en per­ der el recuerdo de la libertad original, por temor a ser autónomo:j Pero el tirano jamás es amado. La amistad supone la reciprocidad, la igual dignidad de dos seres. Este punto corresponde exactamente a la ética del contrato, que de­ sarrollaron los puritanos ingleses del siglo XVII. Calvino construyó su teoría del derecho basándose en la obra de Séneca De clemencia. La doctrina de la predestinación afirma que somos, a priori, elegidos o reprobados por Dios. Pero esto no lo sabemos. Así, la dureza teológica de la Reforma desemboca en la liberación política, moral y social. La comunidad protestante se somete a un velo de ignorancia. La predestinación es el equivalente exacto de la deslegitimación, de la imposibilidad de justificar cualquier orden social, político o eclesiástico, ya que la salvación escapa a la Iglesia y al Estado. Así se pierde la "fundación divina" del orden social, y se abandona este orden a la responsabilidad de cada quien. Calvino se muestra pesimista en cuanto a las capacidades huma­ nas de construir una justicia; pero se va formando una res­ ponsabilidad individual y comunitaria donde las reglas, no tienen más fuerza que la de un contrato libre. Cal­ vino no retorna a los argumentos medievales tradiciona- . les, no trata con ningún respeto particular a las relaciones; familiares y patriarcales. Las autoridades tradicionales lo podrán durar si se reforman radicalmente. El calvinismo, con su realismo político y su de organización con disciplina, sirvió de soporte ideo­ lógico a la Reforma. El protestantismo equilibró su conservador con un lado revolucionario, con el fin crear un ciudadano virtuoso, frugal y disciplinado. protestante cívico será, entonces, un ciudadano que

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posible la ciudad, en un momento de caos crítico entre sociedades tradicionales y sociedades modernas, consti­ tuyendo el contratante libre que se necesitaba. A la vez, el protestantismo creó un modelo de asamblea volunta­ ria, de la cual el individuo era miembro optativo, y que ejercía una disciplina comunitaria. Es así como nació el burgués liberal. Las convicciones arcaicas desaparecen para dejar subsistir sólo las obligaciones morales, que forman la modernidad. El calvinismo será el primero de los agentes autodisciplinados de la reconstrucción polí­ tica y social; construyó un sistema político inventivo, un civismo puritano y revolucionario, nacido de una tran­ sición entre tradición y modernidad, una sociedad someti­ da a un orden de conservación. Este orden civil tomaba al mundo tal y como era, y buscaba evitar los lllaIes. Más vale, para esta ciudad, un orden injusto que una falta de orden. La ciudad está abierta a la crítica, que tiene como objetivo el mundo tal y como podría ser. El protestan­ tismo legisla para que las ciudades nuevas sean casi utópicas. Se puede revocar un orden existente en nombre del

contrato fundamental. La fuerza del contrato viene de la

distribución equitativa de la responsabilidad. Este con­

trato "obliga" y, a la vez, tiene una cierta plasticidad, que

surge del sentido de lo posible. Cada generación, frente

a su verdad, puede recomenzado todo. A la vez, la ideo­ logía de la ciudad corre el riesgo conservador de casarse Con el dogma del mantenimiento del orden, disimulan­ do los conflictos. Entre un civismo por pesimismo politico y un civismo por entusiasmo político, cabe la urbanidad. ¿Cómo rein­ Ventar una civilidad a la altura de la crisis. que atravesa­

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mos? La urbanidad no se opone a la "ruralidad", sino a la "incivilidad", tan frecuente en una sociedad que debe hacer cohabitar, en un espacio restringido, una gran di­ versidad de fonnas de vida y de cultura. Esta incivilidad tiene dos rostros cómplices: el de una indiferencia gene­ ralizada y el de una cerrazón en las diferencias exclusivas. La urbanidad significa, ante todo, la benevolencia hacia la diversidad de las fonnas de vida y de relacionarse con los demás. Hay que renunciar a borrar esta diversidad e in­ ventar una urbanidad capaz de tolerar la heterogeneidad. Aquí existe el riesgo de "lo étnico" y de los guetos. Pero se puede volver a las diferencias compatibles. La urba­ nidad moderna se ha construido a través del abandono de las viejas solidaridades étnicas y religiosas, por cau­ sa del éxodo rural, luego de las diversas migraciones de población. Esto no habría podido efectuarse sin una pro­ funda relativización de la identidad. Para aquel que vive el drama de arrancarse de sus estructuras tradicionales de identificación, una nueva identidad es posible. Nuestra identidad es simplemente nuestra historia mezclada con . otras; por un lado, lo que recibimos, por el otro, nuestra obra. Sólo aceptan parecerse y juntarse los que aceptan relativizar sus diferencias. ¿Cuál es la fonna de la urba­ nidad contemporánea, a la vez capaz de responder a una búsqueda de la identidad y de hacer frente a los neotriba­ lismos? La urbanidad comporta una dimensión de civis­ mo en el sentido republicano, que define una esfera de legitimidad homogénea, donde los actores hablan el mis­ mo lenguaje y se adhieren a los mismos valores de inte­ rés general, de solidaridad y de participación. La civilidad que buscamos supone la aceptación del hecho de que, en la ciudad, todo el mundo no habla el mismo lenguaje, y hay una pluralidad de esferas de legitimidad. La civili­

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dad supone igualmente que, en esta diversidad, los ac­ toresjueganfair play, respetan las reglas, construyen un mínimo de coherencia. Esto implica, en los actores, el sentido de las responsabilidades. Esta urbanidad se opo­ ne a la incivilidad de un mundo cuya diversidad sólo se­ ria el encierro en unas diferencias exclusivas. Cada quien pertenece a la vez a varias comunidades, y está obligado a inventar una coherencia. La urbanidad no propone bo­ rrar todas las tradiciones, ni ponerlas unas aliado de otras sin cambiarlas, sino que propone autorizar unas civili­ dades nuevas. A la desigualdad de las condiciones, la república opo­ ne la igualdad de los deberes ciudadanos, pero ¿de cuál nación? En este ;>8ís innegablemente democrático, la existencia misma de un dominio político independiente de los intereses particulares plantea cuestiones agudas. La aparente desafección por la nación política es el sig­ no de una república sin ciudadanos y sin civismo. Vivimos el "orgullo de ser mexicanos", a ía vez que el cuestiona­ miento de la unidad nacional. El civismo, virtud particular del ciudadano, encauza la relación del individuo a la cosa pública, pero también postula el ejercicio de las virtudes en la esfera privada. El punto de unión se realiza en la calidad del individuo y en la concepción de lo que es público. Estamos en el registro de las prácticas y de los comportamientos, no de las posturas. ¿Cuáles relaciones, para con el interés colectivo, se involucran en las prácticas de trampa y de fraude que son nuestro deporte nacional? Existe una dis­ tancia entre la imagen socialmente aceptable de nosotros, aquella que fonnulamos, y las realidades sociológicas que están en juego en los actos de incivismo. Las relaciones con la regla y con su transgresión dependen siempre de

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los medios de los cuales los individuos disponen para sustraerse a la regla. La relación que los ciudadanos te­ jen con las reglas (el fraude fiscal, por ejemplo) define una trama social y marca el nivel de su cohesión. Estas relaciones y su transgresión representan nuestro estado. Somos una sociedad que delinque sin cesar. La falta de respeto a las reglas parece arraigada en las costumbres; re­ chazamos el carácter impositivo de la regla de vida en sociedad. Engañamos en la vida diaria. La atomización de los individuos, la impersonalidad de las relaciones hu­ manas, desregulan el contrato social. Una cultura indi­ vidualista, refractaria a toda noción de bien colectivo y de valores cívicos, nos rige. Por supuesto, tenemos que distinguir entre los diferentes niveles de fraude: aque­ llos que ponen en juego conveniencias~sociales (no res­ petar la fila), aquellos que surgen del medio familiar (no respetar el horario de trabajo, copiar en un examen, men­ tir al seguro), y aquellos que ponen en juego la relación del individuo con la colectividad entera (robar al fisco, no declarar su trabajo). Entre los diferentes escalones de esas prácticas existe una permeabilidad extrema. No hay una frontera precisa entre faltar a las reglas básicas de la cortesía y de la sociabilidad, y violar más gravemente los fundamentos colectivos de la sociedad. Tomarse liber­ tades con las primeras reglas lleva a una predisposición para rechazar las otras. Vivimos una forma de anarquía blanda. La extrema liberalización de las relaciones sociales nace de la indi­ vidualización creciente, que nos lleva a una pérdida de las !'eferencias moraleS estructurales. Es necesario rea­ firmar un sistema colectivo de valores que impediría la emergencia de fracturas sociales importantes. Hay pocos campos en los cuales la oposición entre el disturso y

los actos sea tan flagrante como el tránsito. El ciudadano conductor negocia consigo mismo el color de los semá­ foros. Conducir bien y conducirse bien son testimonios mayores de pertenencia al grupo. Cuando el código de tránsito deja de ser 1m código de buena conducta, las con­ secuencias van más allá del tránsito. La fuerza de los corporativismos reside desde siem­ pre en la simbiosis entre los principios más nobles y los intereses más cínicos. La administración deberia ir más allá, pero la magnífica idea de "administración pública" ha sido progresivamente descalificada; podría reencon­ trar su vocación original y reinventar el interés colecti­ vo. La construcción de la identidad personal se hace por el estado civil, la filiación, la socialización por la escue­ la y el trabajo, y la confrontación con la regla. Estos son los fundamentos de la vida colectiva. Pero las dos últi­ mas generaciones se han construido sobre la denuncia y la emancipación de la moral y el orden social, la duda y la ironía, luego la caída de las ideologías y las rupturas de la vida colectiva. ¿Acaso se puede volver hacia el in­ dividuo virtuoso capaz, él solo, de reordenar lo político en la ciudad? Nuestra generación se ha equivocado so­ bre casi todo. El Estado benefactor, las instituciones de socializa­ ción (escuela, asociación), mantuvieron en los espíritus los valores del civismo republicano: probidad, trabajo, dignidad. El desarrollo de la cuestión urbana plantea la interrogante del interés general y de los objetivos del ser­ vicio público, de la naturaIeza de la representación en una sociedad fragmentada, de los valores de la participación. El papel de la escuela fue inmenso en el aprendizaje cívico. La república se edificó sobre una referencia per­ manente al civismo. La educación obligatoria y laica de

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los futuros ciudadanos era un asunto político. Respeto de sí, amor a la familia, a la patria, trabajo y probidad, estaban inscritos en el pizarrón; pero su enseñanza se ha desmoronado. La educación cívica no es una disciplina como otras; es un objetivo de formación. ¿Qué vamos a hacer en el futuro? Los padres ya no piden que la escue­ la primaria enseñe a los niños a "pensar recto", sino que les dé una solución social. Lo que amenaza a la enseñan­ za es la inversión de todos en el interés privado; el éxito individual le ha ganado a la formación del ciudadano. Nos preguntamos si el civismo se enseña en la escuela, si la escuela forma ciudadanos. ¿Acaso se puede apren­ der civismo como se aprenden las tablas de multiplicar? Tenemos que referimos al interés público. El civismo es el heredero de los valores morales hijos del Estado lai­ co. ¿Cómo ha sido examinada esta cuestión por los de­ más? ¿Cuáles son hoy los elementos de un aprendizaje cívico? ¿Sobre qué estamos de acuerdo? La escuela debe tener su parte en la transmisión. Pero ahí se detiene el consenso. No se admite que la escuela sustituya a la fa­ milia. Transmitir los valores es papel de esta última Tam­ poco es el papel de la escuela tratar algunos aspectos del conocimiento ligados al civismo, como la política; ni ha­ blar de moral sexual. ¿Entonces, de qué puede hablar? Danton proclamaba que todo se encoge en la educación doméstica, y todo crece en la educación común. Pero de­ cimos que la escuela no tiene el derecho de interponerse entre padre e hijo, siendo la familia anterior al Estado. El civismo aparece como el pariente pobre de los progra­ mas escolares. Para Condorcet, la laicidad escolar consis­ te en ser independiente de todos los poderes o, entonces, la enseñanza del civismo será la de la religión política del Estado.

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El Estado debe enseñar los deberes y las virtudes. La neutralidad va a la par con la obligación escolar. Se trata de transformar en ciudadanos a los que eran súbditos. , Sin embargo, la enseñanza del maestro está situada en unos límites tales, que nada de lo que dice debería poder ser rebatido por un padre de familia. Concretamente, se le permite enseñar la organización y las competencias de las instancias electas del Estado, las relaciones de los poderes entre sí, los derechos y deberes del ciudadano. Yuxtapuesta a esta enseñanza, una instrucción moral en­ señaba a los niños sus deberes hacia la patria, la fami­ lia, sus parientes y ellos mismos. No se les dice que, si bien hay desgracia en ser oprimido por la fuerza, hay también vergüenza en mostrarse servil. Son la sucesión de los conflictos, las dudas sobre la identidad, los cons­ tantes cambios de las administraciones políticas, los que van a acabar con la enseñanza cívica y moral. Antaño se decía que "se inculcan valores morales". ¿Acaso esto es aún actual?&Acaso es la escuela la que puede decir a los jóvenes que le son confiados cuáles son esos valores? ~Cómo hablar de los valores del trabajo, el esfuerzo, la gratuidad del gesto, cuando triunfan la facilidad, la ren­ tabilidad y la ganancia fácil'U l.:§l civismo es el papel y el peso de la ley en una so­ ciedad. ¿Qué pasa con la idea de ley? El valor de ejemplo de los comportamientos, y la reflexión, son los verdaderos medios para aprehender los valores morales de una so­ ciedad. No se puede obligar a un individuo a ser libre. La libertad se ejerc~Si tenemos la ambición de restau­ rar la ciudadanía a través de la escuela, la instrucción cí­ vica debe volverse una disciplina seria, con programas que relacionen entre sí a las demás disciplinas escola­ res. La educación cívica y moral es una edificación pro­

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gresiva de las civilizaciones. A los 18 años, edad de la mayoría, muchos alumnos ya son ciudadanos. Para mu­ chos estados, la educación de la ciudadanía pasa por la educación de los derechos del hombre y éstos compren­ den los derechos del niño. ¿Qué hacen otros países? La escuela alemana no va­ cila en atribuirse objetivos de moralización de los alum­ nos, incluso en la enseñanza cívica. El alumno alemán es considerado como un ciudadano, sujeto de derechos independientes. El derecho a la libre expresión de las opi­ niones de los alumnos, incluyendo la libertad de prensa escolar, es real, como el de crear asociaciones. La cen­ sura de los textos publicados por los alumnos sería ile­ gal. Los jóvenes alemanes practican cotidianamente sus derechos.JJ.,a escuela debe transmitir el saber, las habili­ dades y las aptitudes, volverlos aptos para el juicio crítico y autónomo, el comportamiento responsable y la acti­ vidad creativa; educarlos para la libertad y la democra­ cia, la tolerancia, el respeto de la dignidad del otro y el respeto de la convicción del otro; despertar en ellos una convicción pacífica que busca el entendimiento entre los pueblos, volver comprensibles las normas éticas y los va­ lores culturales, alentar en ellos la disposición a la ac­ ción social y a la responsabilidad política, calificarlos para el ejercicio de los derechos y deberes en la socie­ dad, e informarlos sobre las condiciones del mundo del trabajo.. !J.a enseñanza cívica empieza entonces por la prác­ tica de la ciudadanía escolar y sigue en la educación secundaria, a través de la enseñanza de las ciencias po­ líticas y sociales, con el objetivo de la educación cívica nacional. Los temas de la enseñanza son: la noción de democracia. los derechos del hombre. el sistema políti­

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¿QUÉ ES EL CIVISMO HOY?

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co alemán y los problemas del desarrollo, las condicio­ nes del desarrollo del nacionalsocialismo (la crítica his­ tóricaU En Gran Bretaña, la disciplina escolar es a veces du­ ra, conformista, busca desarrollar el espíritu de equipo. La noción de ciudadanía, o de civismo, parece extraña a la mentalidad británica. A todas las edades de la vida, el individuo es miembro de un grupo bien identificado (es­ cuela, club, empresa), cuyas reglas de existencia, valores y ambiciones comparte con los demás; tiene el sentimien­ to de pertenecer a esta comunidad restringida y es cons­ ciente del privilegio que esto le confiere. Hay diferentes ciudadanías en función de los medios. La importancia de la conciencia comunitaria es el equivalente británico de la ciudadanía. El civismo escolar es cotidiano y se ex­ presa a través de la school assembly. En esta instancia se crea el sentimiento de pertenencia a la comunidad: pri­ mero, la escuela; luego, la ciudad; luego, la nación. La institución de los tutores y las reglas implícitas que rigen el funcionamiento del grupo ayudan en esta tarea. Ahí rigen dos nociones: J) la de pertenencia al grupo, con los derechos y deberes que conlleva; y 2) la del consenti­ miento. Se enseña el civismo por la práctica de la vida escolar. LLa libertad de asociacion constitutiva de la sociedad civil, las prácticas asociativas, cuna de la sociabilidad, reanudan la relación cívica. Espacio altruista de com­ promiso, de integración, de reconocimiento, la asocia­ ción se vuelve un espacio político cuando su objetivo va más allá de la suma de los intereses particulares de sus miembros y consiste en encargarse del interés generalJ La interiorización de las reglas de la vida social, mo­ tor de la emancipación individual y del trabajo, estructura

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los comportamientos cívicos y ocupa un lugar importante en la concepción de la ciudadanía. Quedarse fuera del mundo del trabajo es una agresión a la vida colectiva, a la relación política, al sentimiento de solidaridad; Que­ darse sin trabajo fragiliza los fundamentos de la vida común. LJ.a ciudad es el espacio de la sociabilidad, es el pri­ mer lugar del ejercicio de la ciudadanía Tiene que volver a ser un espacio de calidad. tener límites y referencias. así como espacios públicos.J

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