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Descubrí Cipolletti Los cipoleños te cuentan sus historias Donde estuvo Está Idilios el Invierno mar nevando en 3013 Gato El El Colectivo Mae Cipoll

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The Annunciation Church est.1853
The Annunciation Church est.1853 Roman Catholic Church 88 Convent Avenue New York NY 10027 Octubre/October 23, 2011 VOL. #1 ISSUE #20 Horario de Misa

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Descubrí Cipolletti Los cipoleños te cuentan sus historias

Donde estuvo Está Idilios el Invierno mar nevando en 3013 Gato El El Colectivo Mae

Cipolletti Jacinto VisitMariquita stra Carmelo Aromas ante Abelisaurus La vuelta Consejos de un del perro Cartel niño pobre Tardecitas al norte

Ana María Estévez Benito Salinger Edith María Montiel Fernando Gustavo Russo Gilda González Haydee Lio Horacio Estevez Laura Valdez Magdalena Pizzio Malen Suyai Varela María Cecilia Conenna María Cristina Valenzuela Mariana Yanina Rucci Mirna B. L. de Romagnoli Noemí Prada Norma Beatriz Paniccia Pablo Lautaro Pascual Marrazzo Pedro Daniel Lastra Pedro Schenfelt Violeta Jara

Cipolletti Río Negro Patagonia Argentina 2013

INDICE Prologo “Abelisaurus”, Gilda González “Aromas del Valle”, Edith María Montiel “Breve relato de una historia de los años 30", Norma Beatriz Paniccia “Cipolletti, Postales de Antaño”, Mirna B. L. de Romagnoli “Cipolletti, 3013", Laura Valdez “Confluencias”, María Cecilia Conenna “Consejos de un niño pobre”, Pedro Daniel Lastra “Don Carmelo”, María Cristina Valenzuela “Donde estuvo el mar”, Fernando Gustavo Russo “El Cartel”, Malen Suyai Varela “El Colectivo”, Ana María Estévez “El Visitante”, Pascual Marrazzo “Está nevando en Cipolletti”, Pascual Marrazzo “Fiesta de San Juan”, Gilda González “Gatos bajo el peral”, Fernando Gustavo Russo “Hay un lugar”, Benito Salinger “Idilios”, Pablo Lautaro “Impacto en Cipolletti”, Pascual Marrazzo “Invierno”, Violeta Jara “Jacinto”, Magdalena Pizzio “La casa del escritor”, Pedro Schenfelt “La noche de San Juan”, Ana María Estévez “La vuelta del perro”, Gilda González “Las imágenes santas”, Ana María Estévez “Lección de amor y de sIlencio”, Ana María Estévez “Maestra”, Ana María Estévez “Mariquita, una niña cipoleña”, Horacio Alberto Camarero Estevez “Sin titulo 1", Noemí Prada “Sin titulo 2”, Mirna B. L. de Romagnoli “Sin título 3", Haydee Lio “Tardecitas al Norte”, Mariana Yanina Rucci “Viñateros Unidos”, Ana María Estévez Archivo Histórico Digital

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

Prologo

E

n una reunión del equipo de trabajo del Centro de Informes Turísticos, no hace mucho tiempo atrás, entre idas y vueltas, discusiones varias y alguna que otra idea infructuosa, surgió esta. Una antología de historias , escritas y contadas por los mismos habitantes de la ciudad. Donde los protagonistas sean los mismos pobladores, tal vez sus hijos, sus nietos, o por que no, sus padres y sus abuelos. Lo fundamental era que se muestren al mundo esos rasgos que dan a nuestra ciudad esa singularidad que solo apreciamos los que aquí vivimos, trabajamos, paseamos, amamos y sufrimos. Los primeros pobladores, los antiguos comerciantes, anécdotas de amores y desamores, deportes amateur, escritores internacionales, chacras, avenidas, ríos, políticos y la personalidad única de nuestra ciudad de Cipolletti. Por que no también historias actuales, o futuras. ¿Cómo nos recordarán dentro de mil años los hijos de nuestros hijos? ¿Qué cosas perdurarán más allá del tiempo? ¿Cuáles son los rasgos más importantes de nuestra cultura cipoleña? Y este es el resultado. Con una convocatoria mucho más exitosa que nuestras expectativas, cerramos el concurso con treinta y dos relatos. Todos incluidos en esta publicación digital. Contamos en esta ocasión con la inestimable ayuda de la Dirección General de Cultura, y de los escritores regionales Pepe Zapata Olea, Matias Stiep y Pablo Montanaro. Quienes se encargaron de donar desinteresadamente los libros utilizados como premio para el concurso. También de la Cooperativa Sidrera La Delicia quien se sumó a la propuesta con una excelsa sidra. Sin más preámbulos, a continuación los tres relatos ganadores del presente concurso y tres menciones especiales:

1º Premio: Donde estuvo el mar - Fernando Russo 2º Premio: Cipolletti 3013 - Laura Valdez 3º Premio: Sin Titulo - Haydee Lio 1º Mención especial: El Cartel - Malen Varela 2º Mención especial: La Vuelta del Perro - Gilda González 3º Mención especial: Viñateros Unidos - Ana María Estévez Esperamos de todo corazón, que quien lea esto, sienta el despertar de su curiosidad y se interese en conocer más de cerca a esta hermosa comunidad, sus lugares, sus costumbres, sus historias y sus devenires. Los dejamos entonces con los cipoleños que esperan para contarles sus historias, no sin antes invitarlo a Descubrir Cipolletti. Equipo de Trabajo del Área de Turismo de la Municipalidad de Cipolletti

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ABELISAURUS Gilda Gonzalez

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na noche, hace millones de años, un gran dinosaurio carnívoro llamado Abelisaururs caminaba por las dunas que rodeaban un caudaloso río del cretácico. Este sitio era muy concurrido porque muchos animales se reunían allí acercaba al río, se encontró con un ejemplar de Abelisaururs hembra y ambos comenzaron un cortejo que terminó con su apareamiento. Pero luego, repentinamente, la hembra comenzó a emitir fuertes sonidos tornándose altamente agresiva con el macho ya que está acostumbrada a una vida solitaria. Se acercó al macho y lo golpeó muy fuerte con la cola y se retiró a otro sitio. Él quedó gravemente herido en una de sus patas ya que se habían roto los huesos tras el fuerte impacto. La herida tardaría mucho tiempo antes de sanar completamente. Mientras tanto, este Abelisaurus herido trataba de alimentarse de animales mas pequeños que resultaban más fáciles de atrapar y no corría riesgo de fracturar nuevamente su pata. Otra lesión podría resultar trágica para su vida. Luego de varios días de cuidarse, la pata finalmente sanó, pero una deformación, resultante de la mala soldadura de los huesos, dificultaba la locomoción de Abelisaurus. Por el resto de su vida se alimentó robando las presas que cazaban otros dinosaurios carnívoros. Un día, Abelisaurus comenzó a sentir que su cuerpo no era tan fuerte como años atrás, se sentía cansado y débil. La energía se le acababa, su corazón latia lentamente apagando su vida. El cuerpo de Abelisaurus quedó tirado en la arena y muchos animales carroñeros aprovecharon para darse un gran festín con los restos de este viejo dinosaurio, el cuerpo fue devorado y desmembrado totalmente. Sus restos fueron dispersados por cientos de metros. Los carroñeros aprovecharon para devorar hasta el último resto del carnívoro muerto. Solo el cráneo quedó casi intacto tirado en la arena de aquellas dunas donde el viento se encargó de sepultarlo rápidamente hasta hacerlo desaparecer. Millones de años mas tarde, este cráneo sería la única evidencia de que Abelisaurus existió en este planeta…

Un Neuquensaurus defendiendo a su cría del ataque de un Abelisaurido http://paleoaeolos.deviantart.com/

Texto extraído de Enciclosaurio – Enciclopedia ilustrada de dinosaurios publicado por el diario La Mañana de Neuquén, de Jorge O. Calvo (geólogo y paleontólogo, investigador y director del CePaLB, docente de la facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional del Comahue).

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Aromas del valle Edith Maria Montiel

C

onocí a Luisa al tiempo que conocí sus rosquillas. Hasta ese día ella era, para mis jóvenes años, una señora de edad que vivía en la casita de enfrente, la única de los alrededores, con su ancianísimo padre.

La casa recién estrenada, mi nuevo hogar, era un desafío de cemento que se erguía con líneas de futuro y enfrentaba con ansias de progreso una calle ancha, hoy avenida Moreno. A sus lados, manzanos, álamos y acequias mostraban el paisaje cotidiano, el de las chacras. El valle, hogar de mis abuelos, había sido protagonista de los sueños de mi infancia y anhelos de adolescente en la ahora lejana Buenos Aires. Mi fantasía se hizo realidad, pero en mi vida de todos los días, algunos momentos comenzaron a sentirse más largos, de horas y de ausencias. Fue entonces que Luisa cruzó la calle y, con vivaz acento castizo y un humeante plato de rosquillas, se presentó y me invitó a visitarla cuando lo deseara. Su tono, entre autoritario y maternal, me entibió el alma y, a partir de allí, con solo mirarla moverse a través de las ventanas, sentí que estábamos cerca. La cocina era su lugar favorito, allí mostraba ante mis ojos azorados las formas de hacer dulces, orejones y decenas de delicias caseras en cuestión de minutos. Los años pasaron, nacieron mis hijas, y pudimos disfrutar juntas de sus recetas, remedios caseros, consejos, de ella misma. Hoy, entre risas y anécdotas, volvemos a aquellos tiempos, a la maravilla del saludo al cruzarse en la vereda, a los múltiples colores dorados que se disputaban el otoño, a las sombras inexistentes de aquel horizonte infinito. Pero lo que más recordamos es el aroma, el incomparable aroma de sus rosquillas, de lo que se amasaba con esperanza, del pan cubriendo con un paño sus generosas rodajas, del humeante asado siempre compartido. El aroma del pueblo que se hizo grande, extendió sus márgenes y se convirtió en ciudad.

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Toribio Fuentes repartidor de pan de la Panadería Euskal Eche, de Don Santos Escala, cuyo edificio se encontraba Miguel Muñoz, casi San Martín.

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Breve relato de una historia de los años ‘30 Norma Beatriz Paniccia

M

i abuela María Ansaldi viuda de Dalmasso, se casó con Antonio Capecci el único herrero de la época que la ayudó en el crecimiento de los cuatro hijos, Pierina, María, Mafalda y Guillermo. Familia muy trabajadora, vivían en la calle San Martín , donde el nono tenía su herrería, pasan los años y la nona se compró una bicicleta ,que fue la primera que rodó por las calles del centro de Cipolletti, al principio no fue muy bien vista ,ya que en la época ver a una mujer andar en bicicleta no era decoroso, pero mi nona siempre fue de ideas de avanzadas, sin importarle mucho el que dirán ,ella viajaba sola a Europa a ver a sus hermanos a Italia, y no le importó nunca las críticas ,vivió y trabajo como quiso. Además de andar en bicicleta fue la primer mujer de Cipolletti que tuvo el coraje de cortarse el cabello, en aquella época, todas tenían largas cabelleras recogidas, decirles los comentarios que recibió no me parece, pero ella mujer fuerte con convicciones al cambio, nunca le interesaron los comentarios. Tuvo 12 nietos a los cuales amaba con locura, ir a quedarnos a dormir a su casa los fines de semana era para todos nosotros un gloria, porque cocinaba,( como buena tana) unos tallarines con unos tucos irrepetibles, y los flanes, hechos con aquellos huevos juntados por nosotros de los grandes gallineros, y nos mandaba a juntar leña para ponerle a la antigua cocina ISTILAR, para hacernos tantas cosas ricas; a veces siento esos olores que me retrotraen a la infancia hermosa que tuvimos, junto a nuestros padres y nonos que quisimos tanto y respetamos. En cuanto a mi nono Antonio Capecci, hombre de aspecto rudo ,pero de corazón tierno fue uno de primeros integrantes de la comisión del Club Cipolletti, y la primer medalla que se entregó, como primer socio fundador, fue al nono Antonio , conservada por años por una de sus hijas. Son pequeñeces quizás, pero hacen a la historia del pueblo donde nací, que llevo muy dentro de mi corazón, y que doy gracias a los viejos italianos que con coraje y muchas ganas de trabajar forjaron junto a otros inmigrantes este hermoso lugar llamado Cipolletti.

Equipo de futbol del Club Cipolletti: Comisario Vasquez, David Grichenerm, Lorenzo Kelly, Luis Toschi, Bernardo Herzig, Baldomero Criado (Agachados) Guillermo Padin, Modesto Scianca, Antonio Elosegui, Jacinto Urcola (Con la pelota) Adolfo Mengelle y Antonio Fernández

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Cipolletti, postales de antaño “Cuando Octubre llega en el Valle” “Cipolletti, estalla en la flor”

Mirna B. L. de Romagnoli

L

os versos de la zamba “La 3 de Octubre” (Hugo Baldor), riegan el espacio de un hogar. Le acusa la nostalgia. Llegué a esta pequeña ciudad de apenas florecientes 66 años… un 10 de Octubre del año 1969. Año histórico para los Cipoleños, a escasos 45 días se había producido el Cipolletazo. El ómnibus Chevallier, se detuvo en un galpón, llamado “La Kerosenería” (calle 9 de Julio). Una sensación de pequeñez, me oprimió el pecho. Procedía una ciudad grande (Paraná). Portaba un título de Maestra Normal Nacional, en un bolsillo de un bolsito… y los puños llenos de esperanzas, en busca de nuevos horizontes. Era una fría pero soleada mañanita de Octubre. Levanté la vista… ahí se erguía el “Edificio Torino”. Su presencia reconfortó el vacío que sentía en mi corazón. A su lado, el hoy “Edificio Cipolletti” desnudaba su estructura, rumbo al cielo (obra que estaba en pañales). La ciudad urbana, muy pequeña se terminaba en el “Monumento a los Inmigrantes”. De allí, en más, todo chacras y por doquier calles de ripio. Llamó mi atención, los numerosos galpones de empaque. El movimiento intenso, cual hormiguera en tiempos de cosecha. A la salida de los galpones, los trabajadores en sus bicicletas, inundaban las calles de cordón a cordón. Espectáculo hoy… casi extinguido. No obstante las cosas perdidas; Cipo, siguió creciendo, pujante, siempre para adelante. “Su gente lo hizo grande”. Su gente laboriosa, que en la realidad cotidiana se organizó; planificó; propuso; participó; concretó; Escogió; opinó; criticó; apoyó; acompañó. Todos los años, en Octubre me invade una alegre melancolía. Como canta la zamba, el duraznero, el ciruelo, los cerezos, los manzanares y perales y demás frutales se “juntan sus flores“; purificando nuestras almas , con los distintos matices. Transcurrieron 44 años; caminando, tomados de la mano. Cipolletti es hoy una gran ciudad; me siento una página, de su historia de ahora 110 años. Casualidad; causalidad; destino a las fuerzas del universo. Mi compañero de vida llegó a Cipolletti (para radicarse) un 10/10/55. Yo llego por primera vez un 10/10/69. Nuestro hijo mayor nació un 10/10/71.- ¡Chapeau, Cipolletti!

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La manifestación popular resistió e impidió la destitución de Julio Dante Salto. 12 de septiembre de 1969 www.rionegro.com.ar

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Cipolletti 3013

U

Laura Valdez

na nueva jornada de caminata comenzaba. Era vital encontrarlo. Cuando ocurrió “El Derrumbe” el mito se había transformado en deseo; poco después, cuando se supieron solos, el deseo se transformó en urgencia. Sin embargo, la brevedad de la luz solar –que rápidamente desaparecería tras los altísimos escombros- y el calor que despedía el cemento les impedía avanzar rápidamente. -No puede estar lejos -dijo el niño- mi abuela siempre decía que fue en una peregrinación hacia el Este, siendo pequeña, cuando lo había percibido. Y que las ráfagas de dulzura y frescura eran tan intensas que resultaba imposible no sentirlo. -Ya lo sé -respondió la niña- sin embargo ella jamás lo vio. Nadie lo vio, en realidad, y todos creyeron que era una más de sus tantas fantasías. Él siguió caminando, sorteando los escombros de esas monumentales construcciones pétreas que tanto calor le generaban. Sabía que no tenía sentido seguir hablando, en esa situación, significaba perder una importante fuente de aire y de agua. Pero en sus pensamientos volvía una y otra vez la imagen que había visto en aquel muro secreto, al que su abuela lo había llevado, y que mostraba extraños brazos elevándose hacia el cielo desde los que brotaban pequeñas redondeces coloradas. Los Antiguos Relatos hablaban de estos adorados objetos que brindaban sombra, oxígeno y alimento a las personas. El sacerdote, por su parte, también había predicado su existencia desde el principio de los tiempos; estaba en el origen, junto al primer hombre y la primera mujer. Recorrían el camino hacia el Este, hacia el lugar de la esperanza, de la promesa, del mito y la leyenda. Los Textos hablaban de jardines, de territorios verdes, de grandes espacios generadores de oxígeno, de bastas extensiones de tierra en las que se cultivaban múltiples frutales. Los niños avanzaban entre los escombros y pensaban en los mitos que describían paisajes con calles de tierra, verdes y floridas parcelas, pequeñas viviendas, altas columnas de eucaliptos, tamariscos y álamos; algunos de los tantísimos árboles que habían desaparecido hacía cientos de años. La luz desapareció de pronto y las ruinas se impusieron como silenciosos y oscuros testigos de una civilización ya extinta. La búsqueda debería continuar cuando el sol, nuevamente, pudiera traspasar las densas nubes de polvo. -Esperaremos aquí –dijo Hada- Es tan buen lugar como cualquier otro. Se acomodaron, hurgando en los escombros, y buscaron los químicos que necesitaban para subsistir, esperando la luz del día siguiente. Evo se entretuvo descifrando los símbolos antiguos de un cartel derruido… B.O.D.E.G.A. L.A. F.A.L.D.A. Apenas el sol iluminara seguirían tras las huellas del árbol de la vida, el de los frutos prohibidos. Interior de la bodega La Falda en la actualidad

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Confluencias Maria Cecilia Conenna

D

esperté ese día con el interés involuntario de permanecer en la escena que soñé durante la noche. Estaba en una especie de galpón, quizás una antigua Biblioteca, y me encontré fortuitamente con un libro viejo. Contenía un ensayo sobre la Fundación de Roma, y apenas si podía leer en las hojas amarillentas, que Rómulo y Remo no eran gemelos, pero sí hermanos, y que el primero no había matado al segundo. El resto era casi tal cual como cuenta la fábula, a excepción de otro detalle, referido a Luperca - la Loba que con su leche les dio vida a los hermanos, volviéndolos, paradójicamente, inmortales. El albor de esa mañana fría y despejada me condujo a la Biblioteca. Hacía tiempo que no caminaba sin prisa. La ciudad - esta ciudad que ya no me es indiferente - me demoró en sus veredas ambarinas, en construcciones taciturnas. Cuando estaba llegando a la Biblioteca Bernardino Rivadavia, escuché una voz. Ay si pudiera caminar… ¿Qué hago acá? ¿Alguien puede oírme? -se preguntaba - Que crueldad impedirle a alguien caminar. Peor. Que ese castigo sea un homenaje! Clamaba. Busqué el lugar de donde venía la voz. Y vi el monumento a César Cipolletti, En la confluencia de las calles A. Mengelle y M. Moreno, la estatua del Ingeniero hablaba. ¿A mí? Me acerqué y al hacerlo – recién al hacerlo - percibí su inquietud. Estaba realmente desconcertado. No quise privarlo de mi compañía, y comenzamos a hablar. Me alegró cómo destino y sueño confluían a mi favor. Pensaba encerrarme en una Biblioteca para investigar el asunto, y ahora lo tenía a aquel romano, para contarme la leyenda de la Fundación de Roma. Pero él – estático, perenne e inmortal - no sabía qué hacía allí. Si alguien tuvo alguna participación – pensaba – fue el Gral. Fernández Oro ¿No debería ser él, el eterno? Para su sorpresa, a pocos metros la presencia de Luperca amantando a Rómulo y Remo. No está en Roma, ¿entonces qué hace ese monumento en aquel lugar? En ese instante entendí que estaba obligada a contarle la historia de otra Fundación. La de esta ciudad que ya no es La Lucinda, ya no es Fortín Confluencia, ni Fortín Primera División. Ya no es Estación Limay, es la Ciudad de Cipolletti.

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Monumento al Ing. Cesar Cipolletti

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Consejos de un niño pobre

S

Pedro Daniel Lastra iendo yo un pequeño de tan solo diez años, un día de llovizna y viento, cuando yo regresaba del trabajo, serían 19:30 a 20:00 hs más o menos, iba yo cruzando aquella desolada plaza San Martín, y fue entonces que escuché un sollozo de dolor que entristecía más aún aquella tarde.

Giré a mi derecha y lo vi, sentado en ese banco frío de mármol blanco, sin una campera o un abrigo que cobijase su cuerpo de ese fuerte viento, de esa tenue llovizna, y de ese inmenso frío; sin pensarlo desaté mi chal, destrabé el cierre de mi abrigo que por suerte era grande al haberlo heredado de mi padre. Y me acerqué, le puse el chal y el abrigo en su mojado cuerpo, me senté a su lado y le pregunté: - ¿qué haces amigo acaso quiere morir de frío? Levantó su cabeza y me miró un instante sin palabra alguna, en esa mirada vi, la inmensa tristeza de un vacío corazón: -¡déjame niño! ¿Quién eres tu para interrumpir mi llanto? ¿No sientes miedo acaso? -No señor, nunca lo tuve y por cierto me llamo Daniel ¿y usted?. -Mi nombre no importa, soy tan solo lo que aquí ves, un triste borracho, pero vamos, ¡vete, vete de aquí! ¡Déjame solo!, -No señor usted perdóneme, pero yo no me voy, porque también yo tengo un padre como usted borracho. -¿Qué sabes tu, pobre niño, las penas que un hombre llora, cuando hasta su alma emborracha para lavar amarguras? -No señor, no se de emborrachaduras, pero si se de llorar penas, porque yo más de una vez lloré al ver llegar a mi casa a mi padre, tan borracho y sucio embarrado como lo verán llegar a usted sus hijos si los tiene. -¡Sí! Tengo cuatro hijos, dos mujeres y dos varones. -Y entonces señor ¿porqué no se va a su casa, se baña, se abriga y se divierte con sus hijos en lugar de estar aquí sentado empapándose hasta los huesos pasando semejante frío?. -Porque mi pena chiquito, mi pena es muy grande. -¿Qué le ha pasado a usted señor para estar así en este día? -Sabes tengo yo 57 años y he trabajado sin cesar durante 40, sí señor, he trabajo duro, muy duro! Y en los últimos 10 años he conseguido una respetable fortuna, tengo seis casas, dos camiones, cuatro camionetas, tres autos, y una buena cuenta bancaria. -¿Y entonces señor, de qué se queja usted? Míreme a mí, tengo tan solo diez años y hace cinco que trabajo, los sábados y domingos, vendo diarios, los días de semana voy al colegio y en la tarde trabajo repartiendo en una zapatería, y es hoy que no pude comprar ni siquiera una triste bicicleta. -¡Qué ironía! Pobre niño, yo tan rico y tu tan pobre, pero así en tu pobreza has tenido la grandeza de cobijarme con tu abrigo, por eso te contaré mi pena para que entiendas pobre niño, que la mayor riqueza no es la que el hombre acumula, sino la que llevas dentro como la llevas tu en tu inocente frescura. Pasa que como te dije, después de trabajar durante tantos años por el bienestar de mi familia, que al final es lo único que el hombre quiere, hace dos días al llegar yo de un viaje he encontrado a mi mujer con otro hombre, el hombre, mi mejor amigo, y ella, lo que yo más quería en esta vida, dime pobre niño, tu que tienes las respuestas como si hoy fueras Dios ¿he de matar a ese amigo y a esa mujer infiel que tomé de compañera? -No señor, yo eso no lo haría, pues te llevarían a la cárcel y sus hijos a la deriva quedarían, y le puedo asegurar que eso es muy feo señor, porque a mi me tocó rodar de un lado a otro como viajero sin rumbo, ¡Váyase a su casa señor, le ruego, báñese, aféitese, y póngase a descansar!, que Dios a usted lo ha de ayudar a llevar esa amargura, y en cuanto a su mujer y a su buen amigo, le puedo asegurar que Dios les hará pagar las ofensas que han cometido. -¡Cuánta razón! ¡Cuánta sabiduría! Me gustaría compensarte. -No señor, gracias que yo así estoy muy bien y si algún día nos volvemos a cruzar simplemente salúdeme que así yo estaré conforme, pero por favor señor… no se olvide usted mi nombre.

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Don Carmelo María Cristina Valenzuela

E

ra el vendedor de frutas y verduras que recorría el barrio en su carreta. Algunos días, cerca de media mañana, el paso tranquilo de su caballo rompía el silencio anunciando su llegada.

Fue a fines de los años 70. Yo tenía seis años aproximadamente y vivía en la calle Manuel Estrada. En aquellos años las veredas, los baldíos y la calle formaban un solo territorio de polvo, barro y piedras utilizado para el juego. Sentado en un banco de madera, ajustaba cuidadosamente las riendas de su pingo para dirigir su andar. Vestía en forma sencilla con ropa de trabajo, bombacha de gaucho y alpargatas de yute. Cuando las mujeres se acercaban detenía su pausado andar para descender. Siempre llevaba una sonrisa amable dibujada en su rostro. Era como un abuelo. La carreta tenía un techo de lona que protegía la mercadería del sol, el viento y la lluvia. En la parte de atrás había una pequeña escalera con una puertita despintada que se cerraba con un rulo de alambre. Por allí se podía acceder a un pequeño pasillo que dejaba entre los cajones para caminar. Llevaba una balanza con pesitas que apoyaba sobre algún cajón y, al momento de pesar la mercadería, él mismo la sostenía con una mano. Cuando mamá le compraba, yo me subía atrás y él me llevaba unos metros. No me hablaba, solo hacía un gesto cuando era el momento de bajar. Desde ahí lo saludaba con la mano en alto y observaba hasta que desaparecía en alguna esquina. Era tal la fascinación y felicidad que me provocaba el paseo que volvía a casa para contárselo a todos. Un día, mi hermano mayor me confesó que cuando veía la carreta a la salida del colegio, corría para alcanzarla y montarse en la escalerita y así volver a casa. Muchas veces pensé que, a ese paso, no podría recorrer grandes distancias. Pero su coche rodante lo llevaba lejos, tan lejos como nunca pude imaginarme. No tuvo sucesores porque nadie podría reemplazar a Don Carmelo Sanfilippo y su mítica carreta. Su clientela fiel lo vio desviar su camino por última vez en la esquina de Larrosa y Estrada, un día cualquiera.

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Año 1920, cerca del Fortín 1ª División.

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Donde estuvo el mar

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Fernando Gustavo Russo

l cielo se desperdigaba sobre el Cerro Azul, estremecido por aleteos de chimangos y asambleas de chingolos el alpatacal. Las jarillas desencadenaban lloviznas de flores amarillas arremolinando abrazos de fuego y roca, de arcilla y agua, en torno a abejas que celebraban los últimos conciertos del día, con voces de sal. La persistencia de las piedras develaba secretos de los peces, furias de antigua serpiente. Enigmas de lejanos mares, misterios de caracoles transformados en piedra, la tristeza de hombres inmemoriales cantaba el yal negro. Las lagartijas desandaban con pasos precipitados las esperas del invierno. Las arañas, en los molles, destejían sutiles acertijos de los insectos embalsamados durante la noche. La tarde caía como inmensas olas melancólicas preanunciando cortos vuelos de ñañarcas por cañadones y rastrilladas de zorros, la oscuridad. La roca, latiendo memorias de la grava y de moluscos lejanos, abría su útero de cal para dar refugio a la fatiga del prolongado planeo en círculos de los jotes, en tanto los cactus, imperturbables bajo los chañares, continuaban con el prodigio del vértigo del agua en la quietud de sus espinas. Como un pulso del instante preciso, las lechuzas presagiaban infortunios de culebras, el centelleo de las estrellas por venir. En un lago cercano, estertores del sol reflejaban espejismos de flamencos. Murmuraban letanías del viento las zampas. Resuellos de respiraciones agitadas el perfume del tomillo. Bisbiseos de lengua de serpiente, otra, recordaba el retroceso de las aguas, las rogativas de las gentes bramando pasos, el regreso. Como un eco de otras dimensiones, a los lejos, las alamedas resoplaban alientos del estío. Más distante aún, la ciudad boqueaba vapores de asfalto y retumbos de peras y manzanas, los galpones de empaque. El sol se derrumbaba arrastrando en su caída la sangre de nubes heridas, los rastros del tiempo, arrasados por estampidas de choiques estelares, la cruz del sur. Silenciosas. Descalzas y serenas avanzaban las sombras como apariciones inesperadas de otras realidades, devolviendo incontables centurias de frío a la soledad de los troncos petrificados. La tierra comenzaba a gemir. Como el eco de la tristeza de otras voces, el aire aullaba pleamares de lunas preanunciando renovados navegos de seres acuáticos, caparazones milenarios. En esas vastedades, lo único inquietante por esas horas, eran nuestras respiraciones entrecortadas, tallándonos en las pupilas, como mapas laberínticos en la piedra, el asombro. Yal Negro sobre una Jarrilla. Fuente. José Giménez

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El Cartel Malen Varela

N

o recuerdo si tenía dos o tres años el día que Agustín se frenó en ese lugar. Terminábamos de cruzar la calle, como todos los días, ya que mi mamá vive cerca esa rotonda, y la plaza cerca del Andén es una de las mejores postales. Pero esa vez fue distinto. Se detuvo y miro todo el largo de la vía del tren, como si no pudiese entender que era lo que pasaba, yo tampoco entendía, sin embargo, él estaba tieso tratando de divisar el final de dos hileras paralelas de hierro. Quiza le llamaba la atención el color bronce, o como atravesaba todo el lugar sin pedir permiso. Lo cierto es que suspiró, y me dijo en su idioma de casi 36 meses, algo como “tinidá”. Lo miré en silencio, pero seguí sin entender. Si alguien hubiese sacado una fotografía seguramente miraba a una persona diminuta, señalando un lugar y a una persona grande que no entiende, ni aunque se la dibujen. Así somos las personas “grandes” a veces tan apuradas y tan preocupadas que no miramos los detalles, que no nos detenemos a sentir la tierra, a disfrutar de la plaza, del olor a río, a disfrutar de nuestro lugar. Porque así es el Valle, una mezcla de olores con viento a favor, con un poco de tierra en el aire; pero con personas “grandes” y “chicas” que reconocen la semilla del Álamo, el gusto de una buena manzana y el sonido del tren. A pesar de haber pasado mucho tiempo desde que llegue a este lugar, mi querido Cipolletti, aún recuerdo como formaba parte de ese sueño colectivo. El Sur, como suelen decir, podría asegurar que es el lugar más imaginado, cada cual tiene su teoría sobre cómo serán las ciudades de la Patagonia, sobre cómo es el frío, cómo son las distancias, en dónde hay nieve y en dónde no. ¿35º de calor en verano? ¿Pero no hace frío? Ese día parada frente a la inmensidad de las vías, con Agustín señalando algo y repitiendo una y otra vez “tinidá” me acorde de todo eso, como si viese una película recorrí cada centímetro que amaba de este lugar, un lugar que ahora sentía parte de mí. Como si hubiese viajado en el tiempo, recorrí en menos de un segundo, las plazas, la fuente, la calesita, los colectivos, mi casa, el club, el color albinegro, una y otra vez sentí que iba y volvía sobre aquello que había guardado en algún rincón de la memoria. Agustín quiso decirme que no me olvide de mi lugar, que es cierto aquél dicho que señala que cada persona que prueba las aguas del Limay, siempre vuelve y sobre todo que no pase a ser ese tren. Que alguna vez trajo a tanta gente, y que hoy se pasea como una máquina fantasma. Que el cartel era un mero ejemplo de las tantas cosas que pasamos de largo y nos pertenecen. Cuando seguí a Agus, se abrazo a un cartel, un cartel de madera, añejo y medio destartalado, pero que de ahí en más no puedo pasar sin mirarlo, y Esculturas en el parque del FFCC. Detrás, la casa puedo asegurar que quien pase por la del Jefe de Estación. Actual registro civil. rotonda gira su cabeza y lee: DIGNIDAD Foto actual

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El Colectivo Ana María Estévez

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amá...! Mamá...! Ya viene el colectivo... El colectivo! Mamá se apuraba y tomábamos el colectivo, yo tendría 8 años y mi hermana unos años más. Todos los domingos íbamos a ver a mi abuelita. Los colectivos no eran muy buenos, demoraban más de media hora en llegar a Neuquen. Mamá le decía al chofer “En el Rosal...” y paraba en la ruta 22 justo frente a la casa. Mi abuela tenía un rosal de flores chiquitas que eran una belleza, luego con el tiempo fue como una parada oficial... muchos decían “pare en el Rosal nomás...!” Aquí en Cipolletti estaba la empresa de colectivos Alto Valle - Sres. Marini, Rossi, Simonella – pero también estaba el colectivo de Don Serafín González Martí. Tenía un colectivo viejo pero era tan amable y tan bueno el señor, que nos agradaba viajar con él a Neuquen. En ese tiempo, también viajábamos con mamá a las Termas de Copahue en el colectivo del Sr. Gregorio Diojtar. Estoy recordando esto... sería el año 1955… Mamá nos hacía esperar el colectivo, paraba en todas las esquinas. Lo esperábamos en calle Brentana e Irigoyen. Venía por calle Roca y subía por Irigoyen para ir a Neuquen. Los mismos dueños hacían de chofer. Las oficinas de la empresa Alto Valle estaban en la esquina de Roca y Villegas. A los taxis en ese tiempo les decían remis, eran coches negros muy grandes, pero había pocos, adentro estaban todos tapizados. Eran buenos y seguros.

Transporte Interurbano de pasajeros “El Rápido”

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

El Visitante Pascual Marrazzo

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n Cipolletti existe “La Casa del Escritor”. Está al lado de la estación ferroviaria y era la antigua oficina de vías y obras del Ferrocarril Sud. Todos los sábados por la tarde los escritores asistimos al taller de escritura y fabricamos artesanalmente sustancias de palabras dulces o amargas. El sitio también es visitado por las almas de los escritores muertos; uno de ellos no se pierde ninguna reunión, como lo hacía en vida, llega siempre tarde. La puerta se abre y al unísono decimos llegó Jacinto. El tren también se hace presente, rechinando las ruedas y moviendo el piso en un último quejido. Las paredes de pinotéa de la casa están cargadas de recuerdos, circunstancias y transeúntes que se instalaron adhiriéndose a ellas para siempre. Un día encontramos un hombre sentado en el banco del jardín, Había crucificado los brazos en el respaldo, su ojo derecho estaba tapado con un parche y una arruga le trepaba el pómulo izquierdo, igual que una hiedra. Un sombrero panameño lo protegía del suave sol otoñal. Tenía las piernas cruzadas, luciendo sus zapatos combinados en blanco y negro, haciendo juego con el pantalón y la camisa del mismo tono. Aparentaba una edad madura, no era viejo. En su mente existía un abismo, un sueño oscuro, sin lágrimas. Lo recuerdo rascando una pequeña cerilla en la suela de su zapato para encender un cigarrillo echando una bocanada de humo llena de palabras sueltas. Firmó el libro de los visitantes y como a todo visitante le dimos la palabra para que se presente y nos lea alguna poesía. Nos sacamos fotos y buscamos por todos los medios que la pase bien y no se olvide de nosotros. Ahora, después de tanto tiempo, todavía comentamos si lo creamos entre todos o era un fantasma. En el libro no quedó grabado y en las fotos tampoco, pero eso sí, el hueco lo dejó y el sombrero panameño está ahí, colgado.

Presentación del Centro de Escritores Cesar Cipolletti. Año 2000

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Está nevando en Cipolletti

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Pascual Marrazzo n mi ciudad, rara vez cae nieve, pero hoy mi parabrisas ya se cubrió del manto blanco. Todo comienza a ser limpio, la mugre desaparece y hasta las tomas se ven bonitas. Es como un manto de piedad sobre tantas desgracias.

Los chicos juegan en las plazas, en sus patios y en la calle, la gente se apura a fotografiarse, está feliz con este acontecimiento. Todavía no se retiró el otoño y nadie la esperaba. Parece el presagio de la buenaventura que estamos esperando, un bautismo que nos descarrile las miserias. La loba brilla en la fuente bajo el monumento de los italianos, El parque Rosauer es un laberinto ocre de pinceladas verdes. Enfrente, el Ingeniero Cipolletti se envuelve en la nostalgia y la pareja de inmigrantes cambia la tristeza por una sonrisa. A sólo una cuadra, en la avenida Alem y 25 de mayo chocaron dos autos. Esta nieve se queda, es la que revolotea y no se disuelve en el agua. Las tejas ya están blancas, todo se transforma. En los balcones de los edificios reina el jolgorio, porque se enmantelaron de blanco las desordenadas terrazas Es como un sacudón del alma por los crímenes cometidos, una liberación de los pecados. En unas horas a los niños se le mojarán las medias, las chapas de cartón cederán, las cantoneras esconderán las lágrimas y los caminos blancos sangrarán en forma de barro. Ojalá que pare aunque se quiebren mis sueños, te pensaré bajo la nieve blanca de las sabanas, en la tibieza de nuestros cuerpos enamorados, en los besos llenos de furia y los que suavemente se deslizaran agonizando de amor. Ojalá que pare de nevar, yo te tendré a ti para seguir soñando. Dibujaré un corazón con nuestros nombres en la luneta trasera y ellos quedarán eternizados en la fotografía. La nieve es una lluvia emplumada de cristales silenciosos que nos muestra la esperanza de que todo pudiera cambiar.

Nevada del año 1912. Vías hacia el dique Ballester, al norte de la ciudad.

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Fiesta de San Juan

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Gilda González oña Elena era una muy conocida matrona y curandera. En los años ’60, de Cerro Policía fue a vivir a Cipolletti.

Todos los 23 de junio, en la víspera del día de San Juan, los invitados llegaban a su casa antes de las veintidós horas. Al entrar, entregaban a la anfitriona una papa, la cual era puesta debajo de su cama por una de sus hijas. Luego, los invitados debían seguir con el ritual que consistía en hacer una mancha de tinta china sobre un trozo de papel, doblarlo dos o tres veces, escribirle el nombre en el dorso y colocarlo en un recipiente de vidrio semejante a una bola. Por último, se salía al patio donde había un duraznero desnudo y con una palita se hacía un pocito. Allí, se colocaba un diente de ajo y se lo plantaba cubriéndolo con tierra. Cada participante llevaba carne que iba a ser asada en la parrilla. Así, en una amistosa y amena cena se compartía la comida. Posteriormente, a las veinticuatro horas, participaban de la misa de oraciones. Sin esperar más, ya terminadas las oraciones y la comida, los invitados, de a uno, entraban completamente a oscuras en el dormitorio de Doña Elena y a tientas sacaban de debajo de la cama una papa. Si estaba con cáscara era una muy buena señal; a medio pelar significaba que el año iba a ser “miti miti” y ¡pobre de quién saque una papa pelada! Las sorpresas continuaban cuando, al salir al patio, el duraznero que antes estaba desnudo, ¡ahora tenía flores! Cada uno desenterraba su diente de ajo que había estado plantado solamente dos horas, desde las veintidós hasta las veinticuatro. Era una muy buena señal si el diente había brotado y si no era así, mala suerte. Luego, venían las muy esperadas “lecturas” que Doña Elena hacía de las manchas de tinta china que cada invitado había hecho sobre el trozo de papel. Por último, el fogón y el baile extendían la velada hasta altas horas de la madrugada En la actualidad (año 2013), sigue realizándose este ritual en Cipolletti, pero en la casa de un “Tue Tue”. Un concurrente me advirtió que para asistir a estas celebraciones debes ser invitado y, además, tener mucha fe. ¡Feliz San Juan!

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Gran Fiesta en la Casa Peuser. Año 1926.

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Gatos bajo el peral

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Fernando Gustavo Russo

ruje la hojarasca. Cruje suspiros de follajes vencidos bajo el peso sutil de las almohadillas de los gatos que se van reuniendo al amparo del peral de la calle Mengelle, esta noche de tanta luna. Giros de su luz -reflejos tenues de un sol distante- derrama al rato el viento sobre las ramas adormecidas de ese árbol que abriga voces de antiguas presencias, en la casa en brumas. Luz pálida y fría como la escarcha, como el filo de los sables de abordaje de los filibusteros o las aguas del río. Refulgencias del satélite, la claridad late estridencias de motocicletas sedientas de calles de ripio y de desiertos, ovaciones en canchitas de tierra y piedras y rumores de inacabables charlas de café. Maúllan. Los gatos de Cipolletti maúllan rumores de selvas lejanas y certeras puñaladas de cuchillos de madera apretados entre los dientes, acechando en medio de los malvones del jardín. Maúllan. Maúllan humo de cigarrillos, matinés en el Cine Español y miedos recurrentes. Maúllan caricias en la plaza San Martín, la primera novia; pleamares de lágrimas junto al Limay despidiendo a un perro amado y el aroma de las manzanas en el otoño, impregnado para siempre los años por venir. Ronronean. Sí. Los gatos de Cipolletti ronronean manos jóvenes etiquetando cajones de frutas en un galpón de empaque, el pulso agónico del tiempo esperando la llegada del cartero, la revista El Gráfico en las siestas del verano, la voz de los relatores en tardes de domingo de fútbol y damajuanas de vino del Río Negro, la sobremesa. Trepan ahora. Sí. La luna los llama. Trepan ahora los gatos de Cipolletti por el tronco del árbol añoso, corteza agrietada las tristezas de la infancia. Trepan. Los puños tensos, las lágrimas contenidas. Trepan después los abrazos, el festejo de los jugadores del Club Confluencia, los goles que llegarán. Buscan refugio en la nostalgia de las flores blanco rosadas, en el verde oscuro brillante de las hojas que hoy no están. Allí, en el centro exacto de la encrucijada entre la soledad de los arenales y fraternidades inquebrantables como álamos frente al viento, los gatos afilan sus uñas, arquean los destierros que sobrevendrán, los leones que habrán de rendirse a sus pies. Bufan el tabaco holandés por fumar en tardes de cierre de edición, la redacción del diario. Se desperezan. Sí. Los gatos estiran las patas y murmullan narraciones apócrifas, modestos apuntes felinos para una biografía de quién alguna vez dijo que ellos, precisamente, confesarían quién fue. Crujen. Crujen ahora reprimendas de madre las ramas del peral. Crujen el desamparo y la quimera el mundo que se reinventa, Osvaldo, dicen los gatos cantos del agua el viejo canal de la Avenida Alem. Desde allí vuelve. Soriano, él, pasos ligeros sobre el hielo. De todas partes. De todas las lunas y todas las muertes para continuar siendo un poco más de aquí; de esa esquina de infancia y juventud, justamente, en la que los gatos de Cipolletti, reunidos en este momento bajo el peral, refriegan contra sus piernas las historias por contar.

Osvaldo Soriano, el cuarto en cuclillas. En el Club Cipolletti. 1958

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Hay un lugar Benito Salinger

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res pequeños duendes llegaron a un lugar con intención de habitarlo; eran traviesos y juguetones, ésta sería su nueva residencia.

Sus nombres, Bachín, Rabanito y Poroto. Les llamó la atención que en el aire flotaran innumerables palabras. A Rabanito se le ocurrió hacer un juego: juntar palabras al azar, el primero en lograrlo fue Poroto, miren lo que armó: en que idioma lloran de hambre los niños del planeta, después fue Bachín: El caminante tuvo sed – El caminante tiene sed- El caminante tendrá sed. ¿Qué calma la sed del caminante? Rabanito armó lo siguiente: Jesús le dice a Benedicto, cuando desaparezcan el infinito y la eternidad, lo único que permanecerá será el Amor. Si hay un lugar…es una casa vieja al lado de la estación ferroviaria. LA CASA DEL ESCRITOR, las puertas están siempre abiertas, los corazones también. Los jóvenes son bien recibidos y también los que traen muchas historias de vida para contar. Hay un grupo humano maravilloso, se estudia la magia de las letras, veinticinco años que difunde cultura local y regional. Rabanito los invita a concurrir, cuando se apagan las luces ellos aparecen y añade somos metafísicos pero no tanto, los esperan. No es malo conservar un poco de inocencia.

Llegada del FFCC a la ciudad, 1899

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Idilios Pablo Lautaro

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ecuerdo aquella mañana como si pudiera revivirla hoy, ella, la dama de las canciones, la dueña de un talento exquisito para las artes visuales, descendió de su automóvil como de costumbre y cuando el empedrado suelo le acarició la suela con masajes dispares lo supo; ese amor incondicional no podría ser saboteado. Anduvo unos pasos como por el aire hasta que la vereda le regaló la suavidad del cemento que dormía aguardando la posibilidad de tocar nuevos zapatos de rastros viejos. Ya en el portón se sintió acariciada por el pasador de metal verde que esta vez le daba paso de manera más cálida. Al levantar la mirada descubrió que la casita del escritor le guiñaba un ojo quizás para apaciguar las penas que los hechos de las últimas semanas le habían provocado. Hay señor, atinó a decir y un concierto de palabras salió a su encuentro, todas hilvanadas en hojas de papel amarillento, repitiendo al unisonó “no te vayas nunca, que yo sin ti seré una lágrima salada”. De pronto el silencio dijo lo que ella no se animaba, eran la una para la otra, la dama y la casa. Volvió la mirada y las paredes le devolvieron imágenes, le restituyeron años y recuerdos. Las mesas dormían a la sombra de los sábados, apoyadas en sus patas portando varices desde la época de la vieja estación. Cada rincón poseía un pedazo de historia, de tantas historias urdidas en la trama de cada poesía, de cada cuento y de muchas charlas compartidas en largas veladas durante quince años. Ahora ambas en una simbiosis única se abrazaban exhalando borbotones de alegría, interminable idilio nacido del alma. Las horas transcurrieron aceleradamente y las sorprendió la noche, se regalaron los últimos mimos de ese día, ahora ambas sabían lo que sentían y no estaban dispuestas a renunciar aunque la dama tuviera en su corazón lugar para alguien más, su otro amor, la querida Isla Jordán. Recuerdo aquella mañana de domingo como si fuera hoy, he visto amores en distintos tonos pero éste en especial, reunía todos los colores del prisma.

Casa del Escritor en la actualidad. Parque del FFCC

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Impacto en Cipolletti Pascual Marrazzo

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n ruido es como un sobresalto del corazón. Luego, se transforma en una curiosidad ¿Qué pasó, qué desorden se produce en nuestra cotidiana monotonía? Descubro que en la esquina de Alem y Puerto Belgrano, que una camioneta se llevó por delante a un Fiat 1. El hombre miraba la parte trasera arrugada de su auto y se peinaba con los dedos abiertos de las dos manos, para disimular que se agarraba la cabeza. La mujer seguía sentada y aferrada al volante de la 4 x 4. La acción violenta parecía haber pasado, me acerqué al señor y le pregunté si estaba bien: -- ¡Está loca! – me contestó. -- No se preocupe, es sólo un choque – le animé. Luego me acerqué a la mujer y le golpeé la ventanilla, me miró y dudó un poco, pero al fin la abrió: -- ¿Qué quiere? – espetó. -- Sólo saber si se encuentra bien. -- Estoy bien ¡Bien caliente estoy! – dijo a punto de llorar. -- No se preocupe, es sólo un choque – volví a animar. La mujer era muy bonita, de unos labios sumamente seductores, lo demás no me pregunten. Era rubia, pero no pude en ese instante beber del color de sus ojos. Tenía una lágrima de rebeldía en la mejilla que corrió como una perla asustada a la comisura de su boca. Llegó el patrullero y la gente comenzó a curiosear, el hombre se envalentonó frente al policía y con voz imponente le decía: -- ¡Esa mina está loca, está loca, loca! Siempre hago desatinos, así que no titubeé en abrir la puerta de la camioneta y ofrecerle mis brazos para bajar. Ella se dejó caer y comenzó a balbucear en mi hombro: -- No lo pude matar, no lo pude matar – me decía. -- Señora no diga eso que la van a culpar, por favor no diga nada y cálmese – le susurré. Se me quedó prendida, como desmayada. El policía intentó hacerle unas preguntas y yo sin arte ni parte le dije que la señora sufría un shock y no estaba en condiciones de declarar. Ella me lo agradeció mordiéndome la espalda con las uñas. Un gato negro subió sobre el capot de la camioneta con un maullido de rabia y me miró con sus ojos de amarillo oro, como alertando un peligro. El perro que lo corría me gruñó y estuvo a punto de atacarme. A esta altura ya me preguntaba qué estaba haciendo ahí. Pero está en mi naturaleza disfrutar la locura a cada minuto y jamás huir de las tentaciones. Así que la aparté unos centímetros de mi cuerpo y volví a mirar sus labios, no me animé a besarla para no aumentar mi sed, pero el instinto me indicó que hubiese podido hacerlo. -- ¿Te acerco a tu casa? – le pregunté, como si la conociera de toda la vida. -- Si, por favor – me contestó con voz dulce. Tomé el lugar de ella en la camioneta y me dispuse a salir de ese amontonamiento teatral que nos ofrece la vida a cada instante. -- ¡Le digo que está loca, es mi mujer! - escuché que afirmaba el hombre del Fiat. -- ¿Es tu esposo? – le pregunté. -- Si, me quiere abandonar, lástima que no lo pude matar. Arranqué y vi como la escena y el hombre se achicaba en el espejo retrovisor. Ella apoyó su cabeza en mi hombro y recién ahí, me percaté que estaba recibiendo la suerte de aquel hombre completamente evadido del espejo.

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Boulevard de la Av. Alem en la actualidad

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Invierno Violeta Jara

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i madre cuenta que una vez, crecieron unos objetos llamados manzs de la tierra, ¡bah! de los árboles de manzs, dice que eran una especie de círculos, pintados a mano cree ella, algunos eran rojos, otros verdes , otros amarillos. Ellos se podian comer, cortados en pedacitos, con pequeñas cuchillas.

Yo, no le creo, ¡mirá! que vas a poder comer cosas que vienen de la tierra. Y me insiste que sí, que también salian otros circulitos más pequeños azules o verdes, o negros, que si los juntaban, se podían hacer una especie de mezlca que servia para untar en algo , en algo que no recuerdo ahora como se llamaba .O formaban un liquido de color violeta que se podía tomar con hielo o solo y muchos de ellos tenían burbujas adentro. Puff. Pero ¡mirá! que van a comer esas cosas, o !tomar¡, todas llenas de tierra, y con ¡ hielo!. Para mi, que mi mamá me cuenta estas cosas para que no cruce ese puente, que le digo que vengo hace días con ganas de cruzarlo. Siento que hay algo del otro lado... pero no se qué... Hace frío y es tan puro el aire en esta época. ¡Dónde estás ? Escuché a lo lejos. ¿Qué estás haciendo ahora?... esa voz resonante, del otro lado del puente. Caminé abrigada esa mañana, esas viejas medias de lana aún cumplian la función que mi mamá, me contaba que cumplian. Nunca he cruzado este puente. EL miercoles 21, tenía una tarde serena el cielo, estaba blanco y las nubes que se veian parecian traer lluvia. Y dormí, dormí....algo se estrelló en mi, que me obligó a despertar, era una enorme y cristalina gota de agua. Bellas gotas, suicidio de la gotas dice Julio. Y desperté, a mi alrededor los arboles frondozos, los altos alamos que allá arriba enfrentaban el camino del viento, el olor a , manzana fresca, el olor del agua salpicando en la tierra. ¿Dónde estás? Escucho nuevamente, ¿qué estás haciendo ahora?... otra vez esa voz tan familiar, del otro lado del puente. Salï comiendo una manzana verde , y en el bolsillo escondido un poco de sal en una servilleta. Ese sabor acido que me hace arrugar la nariz, cerrar los ojos y olvidarme del frío. Caminé hacia un viejo puentecito que habia construido varios años atrás... De pronto, la voz de mi madre me vuelve a la realidad ; me llama a almorzar; dudo un instante hacia qué lado dirigirme y finalmente retomo al sendero de arena rubia e hierbas frescas y vuelvo al encuentro con mi madre, y me abraza con ternura.

Vista aérea de las chacras de Cipolletti en la actualidad.

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Jacinto Magdalena Pizzio

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e acomodó Marta en su silla preferida y escuchó el silencio, dispuesta a terminar su tarea. Creyó que era silencio. De las otredades de madera vieja, despintada, rajada, le anunciaron los que estaban que no había soledad. Los personajes comenzaron a pasar ante sus ojos y … hasta creyó reconocer a Jacinto seguido de una bella mujer. ¿Me habré quedado dormida?-pensó Los recuerdos se agolparon en su mente y con una tímida sonrisa se desperezó para seguir sus huellas. Al abrir la puerta de la biblioteca no los vio. Sólo escuchó una música de melancólico acento, unas risas pícaras y alguna que otra pisada en el cemento. Al otro día, sábado de taller en la casa del escritor, en el suelo de la habitación más antigua, al fondo, las marcas se veían claramente y había un raro perfume flotando. Jacinto anda haciendo de las suyas y para que no queden dudas, nos visita de vez en cuando, abre la puerta de golpe, saluda y se va.

Jacinto Rodríguez, el primero de la izquierda. Año 1996

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Jacinto Rodríguez, fue un escritor del Centro de Escritores Cesar Cipolletti, fallecido hace muchos años.

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La Casa del Escritor Pedro Schenfelt

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iempre está allí, o siempre estuvo allí, desde casi un siglo. Y siempre estará allí.

Juntó soles de verano, lunas en invierno. Tiene un manto de impunidad respecto al tiempo. Espera con ansiedad que la habiten y se desespera para que la abandonen. Entonces se recarga de ausencias, y en soledad se llena de fantasmas, espíritus y duendes, de los que ya se fueron. A ella en principio le daban miedo, pero ahora los necesita, la hacen feliz resucitando recuerdos. Retiene los pasos de los ferrocarrileros, el temblor de los rieles con el tren en movimiento, el aroma a tabaco que aspiraron los maderos. El farol del cambista, el azul de los sellos, pero guarda sobre todo, el olor de las letras, el rumor de los versos, poesías y cuentos. Pegará en las hendijas de un rincón, los ojos de Noel entre el verde y el tiempo, la simpleza de Pascual, con su risa y su ingenio, la esencia de Arín Leuvú, las esperanzas de Héctor, las llamitas de Britta, los leños de Rupaileo. Todo quedará acá, está todo aquí adentro. Si es cierto que existe un cielo y un infierno, volveremos a juntarnos en alguno de ellos. Pero para escribir, para contarnos cosas y abrazarnos de nuevo, dejaremos las estrellas, llenaremos la penumbra de esta casa nuestra, cantaremos cobijados entre paredes de maderas, como en los viejos tiempos. Como espíritus dorados, cansados, volveremos. Somos parte de ella, parte de su presencia, con palabras y en silencio. Será la herencia de Jeremías, ésta casa y éste cielo.

Calle Fernández Oro, Frente a la estación de FFCC. Año 1913. Almacén de Ramos Generales y Maquinaria Agrícola, del Sr. Agustín Bardi

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La noche de San Juan Ana María Estévez Si usted cree en esta historia, tiene alma de niño como yo. Que en la noche de San Juan, el Santo le cumpla todos sus sueños

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ra la noche de San Juan. Yo estaba ansioso y apurado me largué por el camino, de dos esquinas hasta el tambo... – Y ansí dicen, Don Juan, que es noche de santos y aparecidos... ¿Y usté? ¿No le tiene miedo? – No, qué va... pero por las dudas, acompáñeme hasta la tranquera nomá... ¡Juera perro! Vaya a ladrar a otro lado que aquí, hay un hombre capaz! Y me fui despacio y con cuidado. Eso de “hombre capaz” lo dije por Don Anselmo, un poco de miedo tengo, hay tanta sabandija suelta! Ya había llegado al atajo, y el arroyo quedaba ahí nomá. Seguí avanzando cauteloso y pensando... “Pucha, ¡la noche que fui a elegir para dir donde Don Anselmo! Si pa parir le falta a la vaquita.” Había dejado atrás el tambo. Me dirigía a dos esquinas, y en eso, sobre las aguas del arroyo, se ven dos figuras blancas, suspendidas, brillaban y parecían la luz mala de los campos. “Ah! No! Qué susto! Era el reflejo de las luces del auto viejo del campo vecino”. Seguí caminando, y “ahora sí”, me dije pa' mis adentros “de esta nadie me salva!” Se acercaba hacia mí un nubarrón negro y cerrado. Apuré el paso, miré bien la huella... “pero... ahhh.... era el viento que se había levantado”, que pasando sobre mi cabeza, hasta el sombrero me había volado. “Pucha con la hora, no llego más a mi querencia!” Traté de pensar en Juana, en las tortafritas que me traía pa'l día de mi santo; también me acordaba de Doña Justina, la curandera, que en la noche de San Juan le curaba el mal de ojo a todos los paisanitos. Y en eso estaba cuando vi mi rancho, el viento había amainado, y todavía salía humo de la chimenea… En acercándome más, la vide. No era Doña Juana... Hacía tres años que había partido al Tata Dios y los suyos; tampoco Justina la curandera, no salía de su rancho ni en Nochebuena. Sí... era una hermosa paisana de trenzas negras, y en saludándola, ella misma se acercó, con una sonrisa tierna. Entregándome el mandado, se alejó, como si no quisiera... Yo entré, venía cansado, y dejando el recado sobre la mesa, me fui sacando el poncho, las botas, las prendas, me recosté, pensando quién sería aquella... hasta delantal blanco tenía, y un perfume a rosas tan suave que no me explicaba yo su presencia. “¡Qué lejos que vive Don Anselmo! A media legua... Y hablarme a mí de santos y aparecidos! Y si tengo miedo?! No... pero por las dudas me tapo con dos ponchos hasta las orejas” A la mañana siguiente, ya descansado y sin vino, me levanté temprano. Ya había sido el solsticio, eso que dicen que cambia la estación y el sol calienta más despacito. Me preparé el mate... “pero ehh!” Me quedé tan sorprendido... Ahí en la mesa estaban, lindas, infladitas, bien doradas, casi calentitas, esperándome ¡unas ricas tortafritas...! PD: El tambo de Kosman quedaba justo entre la ruta 151 y circunvalación. Dos esquinas es donde actualmente se encuentra la panadería de Argat.

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La vuelta del perro Gila González

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el señor Carlos Muñoz, encargado del museo provincial Carlos Ameghino, nos relata el peculiar suceso ocurrido cuando corría el año 1953. Se celebraba el aniversario de la ciudad de Cipolletti con la famosa carrera de bicicletas convocada por Osvaldo Quiñone, presidente y creador de la peña Borocotó. Esta carrera, llamada “la vuelta del perro”, tenía su largada en la esquina de Av. Alem y Mengelle, frente al parque construido por Rosauer. Seguía por la calle Fernández Oro, Brentana y nuevamente por Alem hasta llegar a la largada. Así se daban diez vueltas. Dentro de los participantes estaba el trío Patoruzú: Alberto Muñoz, Ricardo Mendez y el “Mimoso” Rigueti. También entre todos los corredores se encontraban los hermanos Damianovich que poseían la bicicletería “Los 3 Ases” y los hermanos Espinosas. Para dicha ocasión, Alberto Muñoz compró en “Maionchi” una bicicleta de competición marca “Ñandú”, lo que demuestra la importancia que tenía la carrera para los pueblerinos. Se larga la competencia y toman rápidamente la delantera los Patoruzú. Ya en la tercera, les llevaban de ventaja una vuelta completa al resto de los participantes. Por esto, Mendez le dice a Muñoz: -Che, ¿nos pasamos al bar Abarzúa ( en Mengelle y San Martín)?-, y Muñoz le responde: Dale, pero nos tomamos una montados así en la bici-. Entran al bar y cuando salen descubren que ¡les habían robado las bicicletas! Solidarizados, los parroquianos les prestaron sus bicicletas que no eran de competición, las cuales les permitieron completar todas las vueltas pero no ganar. Los tres, deprimidos, vieron acercarse al dueño de Abarzúa quien traía consigo las tres bicicletas robadas. Les explicó que las bicis habían aparecidos después de la carrera en su bar y que quería darles un cajón de cervezas como un premio consuelo por el mal rato que tuvieron que pasar. El trío se dio cuenta rápidamente que el robo había sido simulado y que todo había sido una broma pesada, como todas aquellas bromas que se hacían en aquella época. Por eso es que decidieron aceptar el premio. Llegaron al bar y el dueño les entrega el cajón, pero cuando Alberto lo fue a levantar para llevárselo, se desfondó, rompiéndose todas las botellas. Carlos muñoz, quien relata esta anécdota, recuerda que cuando vuelven a su casa Alberto Muñoz y Ricardo Mendez, su madre le grita que deje de jugar y reciba a su padre y a su tío con ovaciones y aplausos… pero los ciclistas no Atrás: Eduardo Rivero, Amado Maionchi, Julio Espinoza y Ramón Martinez. traían un premio, sino más bien Adelante: Don Morales, Simón Jerez, Raúl Espinoza, Horacio Maíz, Cristóbal Carrión, Juan y José Damianovich, Miguel Lacuntegui. una depresión grandísima…

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Las Imágenes Santas

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Ana María Estévez

anto miedo tenía que le prendí la vela al Santo... – Pero, qué me dice, hija... no ve que es una imagen de yeso nomás... – Sí, Doña Celestina, pero si parecía que se meneaba... Le acomodé un poco el vestido a la Virgen y salí. Me habían llamado para consolar a la muchachita, estaba asustada... Tenía una imagen medianita, era de la Purísima, la que tiene los angelitos y está mirando hacia arriba… La niña había visto que se movía, no sé, serían las brisas que entraban y se movieron los vestidos. En fin, me recordaba todo esto a un escrito de San Juan. Era un fraile que decía... las imagenes son de gran provecho para acordarse de Dios y de los Santos, y mover la voluntad a devoción usando de ellas como conviene, así también serán para errar mucho, si cuando pasan cosas como esta, sobrenaturales acerca de ellas, no supiese el alma cómo hacer para ir a Dios. Uno de los medios con los que el demonio toma a las almas incautas, con facilidad y les impide el camino de la verdad del espíritu es por cosas sobrenaturales o extraordinarias, de que hace muestra por las imagenes materiales. – Mire Usted, Doña Celestina, el astuto demonio, cómo por estos medios que tenemos, para remediarnos y ayudarnos, se mete para tomar a los más incautos, como esta niña. Este fraile decía que para evitar todos estos daños que el demonio hace al alma por medio de las imágenes, prestemos atención a la advertencia que da: y es que las imágenes nos sirven para motivo de las cosas invisibles, que en ellas solamente procuremos el motivo y afición y gozo de la voluntad en lo vivo que representan. Por tanto tenga el fiel este cuidado, que en viendo la imagen, no quiera embeber el sentido en ella, aunque sea de rico atavío o hermosa hechura, no haga caso de nada de estos accidentes, sino levante la mente a lo que representa, poniendo el gozo de la voluntad en Dios con la devoción y oración de su espíritu o en el santo que invoca, para que lo que se ha de llevar lo vivo y el espíritu del que ora no se lo lleve lo pintado o el sentido. – Claro, Doña Celestina, a veces nos fijamos en la pintura o en los rostros de las imágenes y el demonio nos entretiene con eso, en vez de dialogar con Dios. Continua este fraile diciendo que no hagamos caso lo que la imagen nos dijere, de esta manera no seremos engañados, si la imagen nos da devoción, bueno, eso hará que vayamos directamente a Dios; que luego Dios nos dará más copiósamente sus mercedes. Mañana volveré a ver a la muchachita, para llevarme la imagen que ella tiene al Monasterio de las Carmelitas. En el Monasterio de San José, de aquí de la zona, se encuentran todas las imagenes como esta, las que se mueven, las rotas, y despintadas, porque todas son imágenes sagradas. Son tres los Monasterios de Carmelitas descalzas... uno en Bariloche – km 27 – otro cerca de Viedma, y otra en Centenario, donde estaba el peaje. Postdata Decía el Santo fraile que los espirituales tienen tanta imperfección sobre esto de las imágenes porque ponen su gusto y gozo en ellas, porque dicen “cosas santas son”... y se aseguran, pero se engañana a veces harto. Algunas veces mirando una imagen la ven moverse o hacer semblantes, o dar a entender cosas, o hablar, sonefectos sobrenaturales verdaderos y buenos, que a veces es Dios que los causa para que el alma no se distraiga. Pero muchas veces es el demonio para engañar y dañar.

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Lección de amor y de silencio Ana María Estévez

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emoré 50 años en darme cuenta... Papá nunca nos dijo nada, y en la fantasía de niña que volaba se acomodaban las cosas más raras... de la mejor manera. Yo en ese tiempo tendría 6 o 7 años. Papá nos mandaba a pagarle al señor almacenero.

Vivíamos en diagonal, y así cruzábamos esa calle de piedra poco transitada, con cuidado de no acercarnos a los caballos que allí paraban. Pasábamos el buzón postal de la calle Irigoyen. Con mi hermana, un poco más grande que yo, entrábamos en el almacén bien surtido. – Nos manda papá – le decíamos. Y mi hermana le entregaba el dinero, era el pago de la libreta del mes. Mamá compraba fideos,azúcar, yerba, en fin... lo que necesitaba, y él lo anotaba. Mi hermana le daba el dinero y yo, la libreta. Él hacía unas cuentas y me la devolvía. Después dábamos la vuelta y caminábamos hacia la puerta pero él siempre nos decía: – Esperen... Tenía una vitrina caramelera de madera con tapa de vidrio arriba. Sacaba caramelos, chocolates, masitas, y nos daba. Luego decía: – Ahora vayan… ¡Qué contentas!! ¡Qué alegría!! Nunca dijo nada papá, y para nosotras era el almacenero más bueno que había. Con el tiempo siempre recordábamos con mi hermana, todos los chocolates que nos daba cada mes. Pero un día, ya grande, pensando en lo mismo, sentí que papá me decía “Zonza, zonza! El almacenero les daba el vuelto del pago de la cuenta” Me sorprendí, se me llenaron los ojos de lágrimas, porque en mi inocencia de niña creí que nos daba los dulces por cumplir con el pago. “Sí, zonza!”, me dije a mí misma, “¡Qué lección de amor y de silencio!” Papá nos hizo creer con su silencio que el almacenero era el más bueno que había. Y aún hoy creo que sí, que era el almacenero más bueno que había.

Almacén de Antonio Colantuono, año 1937. Ubicado en calle San Martín.

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

Maestra Ana María Estévez

N

o he olvidado. Siempre recuerdo a estas personas... Grandes personajes para una niña de 10 años, o menos tal vez, que los veía y se preguntaba dónde vivían o qué sería de sus vidas, de sus casas o de sus cosas.

No he olvidado, siempre los recuerdo, fueron un poco parte de mi vida... La maestra, el masitero en la vereda de la escuela (33), el almacenero... el lechero, que venía con el carro a caballo; era un carro con dos ruedas, y tenía arriba cuatro o cinco lecheras grandes en cada lado, era un carro de madera bajo y medianito... el panadero, delicias de pan francés... el zapatero, que hacía zapatos a medida y nos hizo unas lindas botitas... el organillero de la plaza, que hacía sonar su organito... el fotógrafo (que venía de Neuquen), el cura de la iglesia, Padre Lombardi (1954) y luego el Padre Consoni (1955), Monseñor Elorrieta (1960). Sea esto un relato breve, un recuerdo, un homenaje muy especial a mis maestras, que las recuerdo así: Maestra, eras el delantal blanco almidonado casi sin arrugas, los tacos altos y las medias de nylon con rayas puestas con altura... el portafolio de cuero repleto de papeles y carpetas, de cuadernos desprolijos y dibujitos soñadores, pero sin terminar las restas... eras el peinado sencillo, tal vez una hebillita disimulada, y en la boca, una sonrisa, y un poquito pintada... en las manos las manzanitas que los alumnos te daban... Maestra, eras el corazón bueno, lleno de amor y pureza! Eras, Maestra, la segunda madre, no sólo la maestra. Sra de García – Sra de Kosman – Teresita Judij – Coti Gurrea – Dorita Padín.

Escuela 33, año 1915.

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Mariquita, una niña cipoleña Horacio Alberto Camarero Estévez

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uieta Mariquita, quieta Mariquita, me decía mi mpadre Francisco Estévez, que tu madre te va a retar, ella es Joaquina Díaz, y mi nombre es María Estévez y Díaz, nací en Cipolletti o pueblo de Fernández Oro, Colonia Lucinda, que son los nombres y apellidos de los que fueron los patronos de mis padres. Papá Francisco fue soldado sargento colonial del Reino de España en Cuba, cuando ese pueblo y país luchó por su independencia con el apoyo político y militar de Estados Unidos. Después de estar 12 años en Cuba, de haber contraído enfermedades tropicales, volvió a Granada, le llamaba “el indiano” en su aldea de nombre Mecinas. Le ofreció casamiento a Joaquina, que ella aceptó. Se vino a América, a la República Argentina a buscar Paz y Tierra, porque querían volver a ser Agricultores, como cuando eran críos o mozo, como decían allá. Se vino solo y después le mandó el dinero para el pasaje en un buque de tercera. Tengo a mi vista la partida de nacimiento y un pase para que mi mamá pueda transitar por el Reino de España y embarcarse a la Argentina, eso fue en los años 1904 a 1909, mamá tenía 20 años y papá unos 29 años. En el Hotel del Inmigrante en el Puerto de Buenos Aires, empleado del General Fernández Oro, lo contrataron a papá como peón de la casa o del patio y a mamá como cocinera; para la casa en casco de la estancia, donde ahora estará la ruta nacional 22 y la entrada que tiene el arco de bienvenida, antes Av. Lisandro de la Torre, ahora Av. Luis Toschi, entrada de Cipo, (como le dicen algunos), ahora al pueblo que nací y siempre viví en la chacra de mis padres (entre las calles Brentana, Alem, Independencia e Yrigoyen). Cuando se lotió en 1940 a 1945, se lo llamó barrio Estévez, ahora lo llaman barrio San Pablo, cedimos los terrenos para ampliar la calle Yrigoyen porque era una huella, entre tamariscos y álamos. Papá y mamá producían frutales y viñedos. La uva para vinificar la entregaban a la Cooperativa Viñateros Unidos Limitada. Papá y mamá estaban en el consejo de administración, reconocida como socia, lo que era excepcional. Tuvieron como marca el vino Flor del Prado Piedra Pintada y había una marca registrada Ciudad de los Césares. Mi hijo Horacio, me decía que se agregara el apellido Estévez para recordarme y diferenciarse de los cinco homónimos que hay en el país, pero eso es otro tema. Horacio me ha contado que la Ciudad de los Césares, “es una leyenda de los tiempos de la Conquista Española”, encuentro de dos mundos o choque de civilización. Que decían que era una Ciudad Encantada, llena de oro y plata fabulosa, que en algún lugar del sur estaba, que algunos podían llegar y que había que buscar aunque no se la hallara o que tal vez existiera o no, no se sabe”. Le sigo contando a mis vecinos de Cipolletti, del Valle, porque soy ciudadana y patriota argentina, aquí nací, aquí vivo, viviré y moriré. También les puedo contar que si hacen una línea recta en diagonal entre dos puntos desde el casco de la estancia, que les decía y la casona Pichi Ruca, verán que coincide y continúa la actual avenida Toschi y Avenida La Esmeralda es la continuación de esa entrada, lo podrían apreciar desde una avioneta. Cuando a mi llamaban Mariquita, iba con mi mamá Joaquina en carro jardinera, a visitar a Doña Lucinda González La Rosa de Fernández Oro, es la Pichi Ruca, y las sobrinas Doña Lucinda, las señoritas, Yansen Oro, muy elegantes, me llevaban a ver en el Parque, los pavos reales, los faisanes, había nutrias, para mí era fascinante ver esos animales, esas aves y otros. ¡Tan Bonitos! ¡Tan hermosos! A Doña Lucinda le decían “La Colorada” según me decían mamá y papá. Al General Fernández Oro dicen que decían que tenía en el cuerpo, el pecho, muchas cicatrices de heridas, que tuvo en la Guerra del Paraguay, así contaban, de lanzazos y sablazos. También, conoció al Padre José María Brentana, que tenía la condición de dar su plato de comida y su cama a quien se lo pidiera al golpear su puerto porque lo necesitaba. También hubo otras historias; de distintas personas y familias, en todas las casas se cuecen habas y en la mía a calderada, según el dicho español. En la Capilla La Sagrada Familia me casé con Gabino Camarero en el año 1950. Lo conocía a los 7 años y él tenía 16 cuando mi hermano Luis, se casó con una hermana de él, de nombre Consuelo, les aclaro que nos pusimos de novio de grandes, no te equivoques, mis hijos nos cargaban. Gabino, me decían siempre, que se había casado con la chica más linda del barrio y yo les aclaraba a mis hijos que era la única, no había otra. Este breve relato se ha terminado.

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Sin Título 1 Noemi Prada

M

i nombre es Noemí, nací en Cipolletti hace 48 años y viví mi infancia en la gloriosa Avda Alem. Recuerdo que jugaba en la vereda a puertas abiertas sin temor y llevaba a mi hermana en mi bicicleta a lo largo de toda la avenida ida y vuelta, saludando a los vecinos en el camino. En la plazoleta me sacaba las fotos del primer día de clases inmersa en ese maravilloso verde que sigo viendo hoy. Por esas cosas de la vida, me mudé con mis padres a Neuquén poco antes de cumplir mis 15 años, si hubiese podido elegir, pero no fue así. Cuando me tocó ser madre, siempre pensaba en criar a mis hijos en Cipolletti y no lo pude concretar. Luego de padecer en los últimos años la indiferencia, la falta de seriedad y compromiso de autoridades y educadores y graves situaciones que ni quiero recordar; vuelvo a mi ciudad natal en búsqueda de una escuela especial para mi bella Celeste (paralítica cerebral e hipoacúsica severa) y de una escuela secundaria para mi hermosa Abigail que merecen como todos los niños una educación digna. Encontré más de lo que pensaba, aún hay docentes con vocación de servicio, hay clases todos los días, hay actividades comunitarias extraescolares, hay programas de contención para los adolescentes y cada vez que visito cualquiera de las dos escuelas de mis hijas, encuentro orden, trabajo, armonía y respeto (no es poco para estos tiempos) Motivada por todo esto, me propuse cambiar mi vida, buscar alquiler y mudarme con mis niñas y gracias a Dios lo logré. Al caminar los barrios en busca de un alquiler, caía en la cuenta del crecimiento inmenso de esta ciudad, el paso del progreso, su gran población y como se prepara para recibir más y más gente que viene en búsqueda de un futuro diferente. Las universidades, que atraen tantos jóvenes con sus espíritus innovadores y avasallantes, ávidos de conocimientos y nuevos proyectos. Cuánto has crecido mi añorado pueblo, te convertiste en una gran cuidad y cómo me alegro al ver todo esto! Hoy que ya estoy en mi nuevo hogar, recorro las calles y observo con asombro que hay lugares donde los chicos siguen circulando libremente en sus bicicletas y me detengo, inmersa en mis recuerdos de aquella infancia, me sorprendo gratamente ante el saludo de algún vecino que no conozco y recuerdo, siempre me hacen volver para atrás en el tiempo, y todo me parece un sueño, un gran sueño que se ha hecho real. Les cuento algo más, me despierto a diario y agradezco porque siento que hice lo correcto, porque tengo paz, porque escucho el canto de los pájaros y veo las calles limpias, y huele a verde. No es casual que me haya ido antes cumplir mis 15 años y hoy vuelva a vivir aquí en mi querido Cipolletti, justo cuando una de mis hijas está a punto cumplir sus 15 años… Podría haber escrito de otro modo en el afán de ganar este concurso, pero yo ya gané tomando la decisión correcta como les conté y sólo me pareció importante compartir esto con quien lo lea, porque uno siempre está dispuesto a quejarse pero pocas veces se agradece y yo hoy tengo que ser agradecida con todos los que logran que mi ciudad sea digna, ordenada, bella y que gracias a la labor de gobernantes y educadores, tengo una excelente educación gratuita y pública para mis hijas.

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Sin titulo 2 Mirna B. L. de Romagnoli

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ncontré “mi lugar en el mundo” allá… por octubre, del año 1969… a escasos días del Cipolletazo. Cuando la pequeña población atrincherada, frente a la Municipalidad, ofrecía su lealtad, al entonces Intendente Dr. Julio Dante Salto (persona muy querida, por cierto).

Soy una humilde semillita entreriana que el viento, en su vaivén, transportó a la Patagonia y aquí germinó a orillas del Limay. Seguí el frito “si bebes del Limay, no te va más”. Pertenezco, a esa generación de jóvenes, que arribó al Alto Valle, con las mochilas cargadas de sueños, ilusiones, esperanzas, y muchas ganas de trabajar. Cada uno, con nuestros destinos, entreabriendo las oportunidades que nos brindó este pedacito del sur argentino; colaboramos en forjar, el hermoso, grande y muy nuestro Cipolletti de… Hoy. Homenajeo con este relato a todos los provincianos que se quedaron, que no arrugaron. Pese a lo difícil, que significa el DE-SA-RRAI-GO. Al añorar, el lugar de origen, siempre las lágrimas caían, cada tanto. Dicen, que el agradecimiento, es el ingrediente más importante en la “Receta de la Vida”. En mis setenta años, no me canso de reconocer, todo lo que me brindó este terruño, tan fríoooo, y tan lejano de mi Litoral. Como el… “AMEN” del Padre Nuestro, repito siempre: Soy Entreriana, por nacimiento y Rionegrina por adopción. Querido Cipo, mil gracias!!!

Confluencia de los ríos Limay y Neuquén, formando el río Negro. Foto actual.

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Sin Título 3 Haidee Lyo

S

oy una de las últimas chacras urbanas que quedaba en pie en Cipolletti, aunque no me consideran “urbana” por estar sobre la ruta 22 y Lisandro de la Torre, con lo cual lo califican a ese sector como Servicio de ruta. Les cuento mi historia, fui acuchillada, recortada, incendiada, saqueada y tomada….empieza asi: El Sr. Molero realiza un remate en 1934, quien le había comprado al Sr. Eufronio Luengo; (este señor era carnicero mayorista de la zona y llevaba hasta Córdoba aproximadamente 80 vacas por día); el valor base era de $5.000.- y se vendió a $5.001.Es el año 1935, no me olvido más!!, soy el lote nº 38 de 5 has. y me compro Antonio Vives …en esa época estaba el matadero donde es hoy el depósito municipal, ahí no más, y la ruta chica era la que unía Roca y Neuquén cuando en 1937 se construyó el puente sobre el rio. Más tarde, en 1940, se le compra al Sr. Pérez Peña otra parte del terreno que tenía 2 piezas de adobe, ampliándolas éstas en 1962 y agregando el galpón… En 1945 Vialidad Nacional decide trazar una ruta que me atraviesa en diagonal mutilándome un cuarto de mi dimensión, pagando una miseria en m2., con decir que ese año se pagó más por la cosecha de manzanas que por el valor del terreno. Y los demás vecinos se quejaron..???? Claro que lo hicieron y los que se opusieron como Mastrocola y Riesco les colocaron el depósito de piedra en su chacra….y como también hicieron desaparecer de la historia la famosa Casa Grande de Doña Lucinda, en lo que es ahora es el cruce de Toschi y la ruta 22 enfrente del ACA. Todavía se puede ver el eucalipto que se plantó en 1940, en ese triángulo medio extraño que quedo, luego se vendió a principios de los ´80 al Sr. Faingol; funciono muchos años una gomeria en lo que antes había sido la casa principal. Además de los incendios producidos por el viento y algunos cigarrillos intencionalmente mal apagados, una vez prendieron fuego a un auto…y en una de estas igniciones llego hasta la casa teniendo que ser evacuada la familia. Siento que a mis espaldas viene una nube negra, que esta vez no es producida por un incendio y algo que avanza lento pero duele como herida de hierro preparado para forjar y se va propagando como la peste negra del Medioevo europeo en el 1325. Es la toma, ”las tomas”, porque luego se multiplican, me comen la tierra, los pocos árboles que quedan pasan a hacer de potes para lúgubres infraestructuras, los sueños y las esperanzas…en cualquier momento llegan a la cas principal, porque el galpón ya fue saqueado varias veces y la casa también a pesar que mis dueños nunca la dejaron sola, siempre había de la familia que se sacrificaba para quedarse cuando los demás salían. Ya no queda aire de libertad acá…porque la presión del temor ahogo a quienes tomaron la decisión de venderme a la empresa de micros de al lado, que quiere ampliar su espacio. Se fueron las plantas, las flores, los frutales junto con mis viejos propietarios…

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Lo insoportable de vivir con esa sombra negra, que nadie hizo nada para detenerlos, que nadie freno esta invasión, como en muchas otras en las otras chacras en las mismas condiciones del resto del país, como si sintieran miedo a enfrentarlos, y en muchos casos, además le suministraron electricidad…. Como si tuvieran más miedo …..que mi propio miedo….

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Tardecitas al norte Mariana Rucci

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ero bueno, volvamos a caminar. Seguíamos el recorrido hacia circunvalación, pero a veces hacíamos trampa y cortábamos camino por la Pichi Ruca, lugar de encuentro obligado para todos los pic-nics de la escuela primaria, y sede oficialísima para remontar barriletes del Topo Gigio…

Qué lindo era salir de la escuela las tardes de primavera. El sol cálido, juntarnos con los vecinos a jugar en la vereda, no temer a nada, más que a personajes ficticios que nunca conocimos en persona. Pero mi recuerdo me lleva a momentos recurrentes y concretos. Sí, las tardes de primavera eran fantásticas, pero si eran una de otoño, ¡mejor! Salíamos de la escuela y llegábamos enseguida a casa, porque estaba a un paso, dentro del mismo barrio, ¡ni calle teníamos que cruzar! Mamá no estaba nunca, porque trabajaba, asique durante la semana mi abuela Aurora estaba a cargo. Yo dejaba la mochila en el sillón, me sacaba el guardapolvo y salíamos con mi abuela a buscar a Lola, la vecina de la planta baja, para irnos a caminar. A veces (muy de vez en cuando en realidad) se nos sumaba Celia, también de planta baja. ¿Y Rosita? No… ella prefería esperarnos a la vuelta con sus mates dulces, con cedrón cortadito del jardín, y cada tanto, preparaba unos scones, que no recuerdo haber probado otros iguales. Salíamos por calle Arenales, cuando todavía no habían tantos negocios, sólo el kiosco Martín y el Gigante como íconos de barrio. Tomábamos por Esmeralda, cuando su pavimento llegaba hasta la 39 bis (hoy Fray Mamerto Esquiú) que dicho sea de paso, en el verano solían hacerla peatonal, y era el momento de aprovechar los patines, y porque no, ir hasta la heladería del Tío Kuky, que estaba cerquita, y sólo abría en temporada… ¡Y la del centro era tan lejos!.. el cambio de temperatura nos indicaba que habíamos llegado a “la ruta”, y ahí comenzaba el recorrido oficial, el realmente válido. Íbamos por la banquina, por la mano contraria al tráfico, porque así es más seguro, decía mi abuela. Me acuerdo que no habían casas prácticamente. Lo primero que encontrábamos diferente a una chacra o alamedas, era Marabunta. Unos metros más adelante estaba el bosquecito de álamos, que siempre me intrigaba, pero si entrás ahí, seguro te perdés, decía Lola. Así que ante la duda, siempre pasábamos por enfrente y casi sin mirar. En el camino siempre nos encontrábamos con muchos más caminantes, a veces conocidos, otras no. Era fresquito el paseo… pero siempre, siempre, había premio. Las chacras eran de tranquera abierta, y siempre quedaba alguna manzana guacha después de la cosecha ¡qué delicia! ¡Uy! ¡Llegamos a la vía! Cuidado, mirá bien, me decían las dos, Lola y mi abuela. ¡Pst! Claro, si antes el tren pasaba seguido. Y seguíamos. Pasábamos el cruce de Ferri… ¡qué lejos me parecía Ferri antes! Ni “La Cipoleña” llegaba. Había que tomar el Alto Valle que iba a Cinco Saltos, pero por “chacra”, y pasaba muy de vez en cuando. Igualmente ellas igual planificaban futuras caminatas hasta allá. Pero hoy no, para otro día mejor, más tempranito. Ahora sigamos, antes que se haga de noche… ¡Qué lindo era caminar con ellas! Yo entendía la mitad de las cosas que decían, pero cómo disfrutaba. Sobre todo cuando llegábamos al final de la circunvalación: la ruta 151. El viento de los camiones solía refrescar el cansancio en verano ¿y el canal? ¡Era el oasis en nuestro camino. Era fuente de hidratación. ¿Caminar con botellitas en la mano? ¿Con mochilas de agua? ¡No! Agua del canal, y en su defecto, de las acequias. En el cruce descansábamos un ratito, y de paso Doña Aurora pasaba a saludar a un solitario San Cayetano, testigo del paso de tantas personas, y ahora acompañado por otros tantos santos… Y bueno, el paseo llegaba a su fin, y había que volver, desandando nuestros propios pasos, y una vez que cruzábamos la Mengelle, se llegaba a divisar una casita escondida entre árboles: la casona de Doña Lucinda, que en ese entonces ya albergaba al Museo Carlos Ameghino. Con el sol escondiéndose entre las alamedas cercanas, y algún que otro pinar, llegábamos al barrio de nuevo, cruzándonos con algún que otro vecino, con mi seño Mirta, de la escuela 248, o con la portera Nelly, que vivía en la escuela. Ya en la puerta del módulo estaba ella, con mate en mano, y si estaba lindo, con el jardín regado y las banquetitas en la vereda. Rosita ya estaba lista. Ellas tres, sentadas, poniéndose al día. Yo, jugando con quien ofreciera amistad en el momento, a la espera de que pasara la línea 1, o el Alto Valle que venía del centro, para que me devolviera a mi mamá.

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Viñateros Unidos

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Ana María Estevez

ué dice Doña María? ¿Qué cuenta de bueno? – Bien de salud, pero triste, – dijo Doña María – las personas que han sido primeros pobladores del pueblo no han sido debidamente honrados, por su trabajo, o su saber, o su doctrina, en fin… – ¿Y quién le parece que debería ser honrado? – Todos los primeros pobladores... – ¿Cómo sabemos hasta cuándo se considera a las personas “primeros pobladores”? ¿Qué tiempo? ¿Desde el comienzo del pueblo? – Mis abuelos llegaron a estas tierras en el 1908, a trabajar con Doña Lucinda González. Y de allí mi abuelo fue a trabajar con los ingenieros del Dique Cordero, que ahora es Dique Ballester, en el año 1912. Mis abuelos con el tiempo tuvieron sus tierras, cargadas de viñedos... antes eran tierras más de viñedo... después fueron las manzanas, las peras y otros frutos. Luego con los años junto a otras personas formaron la cooperativa agrícola de viñateros unidos limitada, ltda. Mire si estarían unidos que hasta en una placa de bronce se encuentran los nombres de algunas personas que formaban la cooperativa. Eso fue aquí en Cipolletti, en el año 1933. en el año 1958 se festejaron los 25 años de la cooperativa. En esas Bodas de Plata se sacaron fotos y se reunió mucha gente, familiares de esos socios de Viñateros Unidos… – ¡Qué lindos tiempos serían aquellos! De trabajo, unión y esfuerzo! Está el lugar todavía, pero ya reformado. – Sí, mis abuelos, cuando vinieron de España, vinieron al valle ya con trabajo... y se instalaron en la casa de Fernández Oro. Era un lugar muy grande, parte de la casa estaba sobre la ruta 22 y la calle que ahora llamamos Toschi. En esa casa nació mi tío Luis... Mire, aquí tengo los nombres de algunos socios, entre ellos, mis abuelos... Saturnino Álvarez - José Bierre - Juana C. de Bierre Francisco Estévez - Joaquina Díaz de Estévez - Bernardo Etchemaite - Juan Ferragut – Lorenzo García Diez - Rafael García - Alfredo Giapaolo - Emiliano González - Juan A. Maldonado – Logan McKidd - Guillermo Montero - José Pérez Peña - Julio San Miguel - Nicolás Suchowicz - Julio Ursa Juan Yensen. – No hay que olvidar la historia de los pueblos, las raíces, al igual que los edificios viejos... son muy pocos los que se ven...

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Personajes ilustres en al estación de FFCC. Año 1928

“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

Archivo Histórico Digital

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iguiendo la misma filosofía de este concurso de relatos breves, les dejamos aquí algunas pocas fotos de nuestro archivo histórico digital. Rescatadas de los arcones de las familias de la ciudad y pasadas a formato digital para las generaciones futuras.

Gasolinera sobre calle Fernández Oro 1938

Casa Elosegui, almacén de ramos generales. 1940

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Archivo Histórico Digital

Construcción del puente ferroviario sobre el río Neuquén. Año 1901

Estación del FFCC. Década del ‘20

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

Archivo Histórico Digital

Trabajadores de la Distribuidora Argentina de Frutas. (A.F.D.) subsidiaria del FFCC

Familia Viñatera. Década del 20. Durante la vendimia.

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

Archivo Histórico Digital

Rancho construido con fardos de alfalfa. Año 1910

Calle Fernández Oro. Tienda Los Hermanos, Farmacia Fernández y Hotel Argentino.

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus histórias”

Archivo Histórico Digital

Hotel Argentino. Sobre calle Fernández Oro. Década del 10. Frente a la estación del FFCC.

Reunión social en el Hotel Argentino. Año 1924

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Archivo Histórico Digital

Estación del FFCC. Año 1910.

Reunión de la comisión de fomento. Año 1925 1. Alfredo Contreras. 2. Maudillo Pino 3. Benigno Bustios 4. Juan Paris 5. Jorge Gonzalez Larrosa 6. Alejandro Armas 7. Consul de Chile 8. Bernardo Herzig 9. Arsenio Arevalo 10. Edelman 11. Ardenghi 12. José Marzo 13. Eduardo Mora

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“Descubrí Cipolletti. Los cipoleños te cuentan sus historias” es una obra de realización colectiva de los habitantes de la ciudad de Cipolletti, Río Negro. Comprende una antología de historias breves que resultan significativas para la comunidad, tanto desde una perspectiva histórica como social. Hay relatos verídicos, relatos ficticios, relatos históricos y relatos que aún no nos sucedieron. En resumen, hay relatos para todos los gustos. Cuando los leas, vas a descubrir solo un poco de nuestra comunidad, por ello, te invitamos a visitarla y a conocerla más de cerca.

Podes contactarte al Centro de Informes Turísticos de Cipolletti a través de los siguientes medios: Http://turismocipo.wordpress.com Turismo Municipalidad de Cipolletti @TmoCipolletti [email protected] Toschi y Ruta 22 +54 (299) 4772450

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