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Dossier: Peronismo y populismo en debate En el nombre del pueblo Populismo, socialismo y peronismo en la obra de Ernesto Laclau Marina Kabat IDHICS (FHACE-UNLP), investigadora del CONICET, integrante del CEICS Resumen: Analizamos la evolución del pensamiento de Laclau sobre el populismo y el socialismo a partir de examinar dos de sus obras más importantes, Política e ideología en la teoría marxista y La razón populista. Nos concentramos, por un lado, en su evolución teórica: de las contradicciones y ambigüedades iniciales a su adopción plena del posmodernismo y su negación de las clases sociales. Por otra parte, estudiamos su análisis de la dinámica política populista, con especial atención al caso argentino. Reunimos las afirmaciones de Laclau sobre el peronismo y las contrastamos con la evidencia empírica. Es nuestra tesis que para el pensamiento de Laclau es necesario subestimar y hasta negar la importancia histórica de la clase obrera argentina, de modo de componer un relato donde la acción creadora del líder se corresponda con la ideada por él en su teoría. Palabras clave: Peronismo - Populismo - Laclau. Abstract: We analyze the evolution of Laclau’s understanding of populism and socialism by examining two of his most relevant works Politics and ideology in Marxist theory: Capitalism, fascism, populism and On populist reason. On the one hand, we focus on his theoretical evolution, from his initial contradictions and ambiguities to his complete embracement of postmodernism and his consequent denial of social classes’ existence. On the other hand, we study his interpretation of the populist political dynamic with special regard in the Argentinean case, which we contrast with available empirical evidence. We believe that underestimating and neglecting the importance of the Argentinean working class is central for Laclau´s thought so as to force a match with his theoretical conception of a leader as a creative force. Keywords: Peronism - Populism - Laclau. 9
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El posmodernismo vergonzante del joven Laclau1 En este texto, analizamos el empleo de la noción de populismo en la obra de Laclau. Como veremos, distintos aspectos de su obra fueron tomados por intelectuales para pensar el desarrollo del peronismo en la Argentina, por lo que todo trabajo serio sobre el tema debe incorporar un balance de la producción de este autor. Nos centramos en la contraste de dos de sus obras más importantes, Política e ideología en la teoría marxista y La razón populista, aunque nos referimos también a distintos artículos o intervenciones del autor. En el primer texto, Ernesto Laclau, recientemente fallecido, estudió historia en la UBA y se vinculó al Partido Socialista de la Izquierda Nacional, fundado en 1962 por “el colorado”, Abelardo Ramos, hoy historiador favorito de Cristina Fernández. Fue ayudante de Gino Germani y colaboró con José Luis Romero en la cátedra Historia Social General. Dirigió las revistas Izquierda Nacional y Lucha Obrera. A fines de los ’60, integró con Nun el grupo de investigación sobre marginalidad, que fuera fuertemente criticado por la izquierda por recibir financiamiento de la Fundación Ford. Se va del país tras el Cordobazo. Página 12 dirá que “Espantado con los altibajos de la democracia argentina, Laclau se quedó a vivir en Inglaterra” (Radar, Página/12, 7 de junio de 2005), pero lo cierto es que su viaje, lleva el sentido contrario del de los revolucionarios: abandona la Argentina justo cuando la clase obrera se activa (pareciera huir no de la dictadura, sino del Cordobazo) para dirigirse a Inglaterra que entraba en un período de retroceso, marcado por el ascenso del partido conservador, en el gobierno entre 1970-1974. Apadrinado por Eric Hobsbawm ingresó a Oxford, donde se doctora en Historia y Sociología. Su última adscripción académica fue en las universidades de Essex, en Gran Bretaña y de Northwestern, en los Estados Unidos. En la última década se había transformado en un referente teórico del kirchnerismo. En agosto de 2010, recibió de manos de Néstor Kirchner el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Juan. Realizó numerosas manifestaciones públicas de apoyo a los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández, cuestionando a la izquierda “dura” y a las movilizaciones sociales que en los últimos años enfrentaron su gobierno. 1
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escrito en la segunda mitad de los setenta, Laclau mantiene, al menos formalmente, su adhesión al marxismo y propone junto a la noción de populismo la de bonapartismo, clásica dentro de la tradición marxista. Sin embargo, ya encontramos en esta obra el germen de sus posiciones posteriores, presentadas sobre la base de una fundamentación distinta. Política e ideología en la teoría marxista reúne una serie de ensayos que discuten la relación entre la base económica, a la que Laclau le reconocería cierta primacía y los fenómenos políticos, a los que atribuye una “autonomía relativa”. En este texto, Laclau distingue entre la lucha de clases y las luchas populares democráticas. La lucha de clases, fundada en las contradicciones que brotan de las relaciones de producción, tendría primacía sobre las luchas populares, por la determinación económica en última instancia. Sin embargo, las luchas populares,y no la lucha de clases, son para Laclau, la clave de la actuación política por excelencia y, por ende, el centro de sus preocupaciones. Para el joven Laclau, la izquierda, si quiere ser hegemónica, debe forjar vínculos estrechos entre la lucha socialista y las luchas populares-democráticas. En este proceso, la disputa por hegemonizar a las “clases medias” resulta central. Por su alejamiento de las relaciones de producción dominantes, ellas centrarían sus reclamos en diversos problemas ciudadanos. Por lo cual, según Laclau, para lograr un ascendiente sobre este sector, la izquierda debe potenciar las políticas populares democráticas. Un rumbo contrario, implicaría para Laclau caer en un “reduccionismo clasista”. A su juicio, todas las revoluciones triunfantes (Mao, Tito, incluso la Revolución Rusa) o los partidos con mayor influjo social (PC italiano), desplegaron consignas democráticopopulares. Por el contrario, la izquierda europea en los ‘20 y ‘30 no lo habría hecho, lo que no solo la habría conducido a la derrota, sino que habría facilitado el ascenso fascista. Para Laclau, el reduccionismo clasista de la izquierda habría arrojado a los sectores medios a los brazos del nazi-fascismo. Para evitar este error, el socialismo debe abrazar los reclamos democrático-populares y transformarse en un populismo socialista; para Laclau, la forma más avanzada de ideología obrera. Este populismo socialista debiera multiplicar los reclamos democráticos populares acompañando el, a su juicio, creciente peso de las clases medias. Por otro lado, este populismo socialista debe incorporar los reclamos nacionales. Al respecto, Laclau critica a Poulantzas por su intransigencia en considerar toda forma de nacionalismo una concesión a la burguesíase equivoca al mantener su intransigencia en este punto. En síntesis,
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el socialismo debe ser populista y debe incluir las demandas populares democráticas capaces de atraer a las clases medias, evitando su pasaje al fascismo. Como Laclau cree que son las clases medias y no la clase obrera el grupo social que tiende a expandirse, considera que esos reclamos democráticos –populares deben incrementarse también. Laclau no define al populismo en función de sus bases sociales, tampoco cree que pueda considerarse como una superestructura necesaria a una base económica dada. Con ello niega la definición convencional de populismo como forma de gobierno que asumen los países latinoamericanos bajo el proceso de industrialización por sustitución de importaciones en un contexto de crisis hegemónica de las elites tradicionales.2 Para Laclau, el populismo articula los elementos populares democráticos como opción antagónica a la ideología del bloque dominante. Este antagonismo no es necesariamente revolucionario, por ello, Laclau diferencia entre populismo de las clases dominantes y un populismo de las clases dominadas, distinción que desaparecerá en los escritos posteriores. El populismo de las clases dominantes surge cuando una nueva fracción dentro del bloque dominante no logra imponer su hegemonía y convoca a las masas para favorecer ese proceso,3 tal el caso del capital monopólico y el nazismo. El nazismo, como todo populismo de las clases dominantes, sería altamente represivo porque intenta una experiencia más peligrosa que un régimen parlamentario corriente: mientras este último se limita a neutralizar el potencial revolucionario de las interpelaciones populares, el nazismo las desarrolla al mismo tiempo que las canaliza. A su vez, Laclau sostiene que el nazismo debe apelar a una serie de distorsiones ideológicas para evitar “que el potencial revolucionario de las interpelaciones populares se reorientara hacia sus verdaderos objetivos.”4 De esta manera, Laclau considera que los reclamos ciudadanos contienen de por sí elementos revolucionarios que deben ser neutralizados o falseados, para poder ser integrados a Ver, por ejemplo, Fernández, A. A.: “El populismo latinoamericano en el siglo xx. alcances y confusiones conceptuales pasados y presentes”, disponible en: paperroom. ipsa.org/app/webroot/papers/paper_1810.pdf 3 Esta visión del proceso se corresponde en parte con la lectura que Torre hace del peronismo, el añadido de Torre es que la fuerte presencia del movimiento obrero organizado y el débil soporte burgués del peronismo, hicieron que este tuviera que dar respuestas en mayor medida a las demandas de la clase obrera. Ver: Torre, Juan Carlos: “Interpretando (una vez más) los orígenes del peronismo”. Desarrollo Económico, 1989, pp. 525-548. 4 Laclau, E.: Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo, Siglo XXI, 1978, p. 203. 2
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un discurso político no radical. Por su parte, el bloque dominante para dar respuesta a estos reclamos populares debe desarrollar el “transformismo”, una neutralización de estas demandas por la vía de una seudo asimilación, una actuación “como si” se las incorporara.5 Esto le permite a Laclau sostener que todo tipo de demandas ciudadanas, pese a su asimilación por la burguesía, son revolucionarias. Para Laclau, el populismo surge ligado a una crisis del discurso ideológico dominante, producto de una crisis más general dada por una fractura en el bloque de poder en el que una clase o fracción de clase necesita movilizar a las masas para afirmar su posición o una crisis en su capacidad para neutralizar a los sectores dominados (crisis del transformismo). Para Laclau no debe asociarse el surgimiento del populismo en América Latina con el desarrollo de la industrialización por sustitución de importaciones, sino con este proceso de crisis política y discursiva. Es decir, pese a sus declaraciones teóricas iniciales, al analizar el populismo, Laclau prioriza los determinantes del orden político, en desmedro de aquellos económicos. Para Laclau, en el caso Argentino, antes del ‘30 la clase hegemónica dentro del bloque de poder era la “oligarquía terrateniente”. Liberalismo, progreso económico, europeísmo, antipersonalismo serían sus rasgos. Las ideologías populares, entendidas como las interpelaciones constitutivas de sujetos populares en oposición al bloque de poder, presentarían los rasgos opuestos, a saber: antiliberalismo, nacionalismo, antieuropeismo y personalismo. En los países andinos, estos discursos se vincularon con el indigenismo, mientras que en la Argentina se alimentaron de tradiciones montoneras federales. La capacidad distributiva de la oligarquía argentina, gracias a la renta diferencial6permitió inicialmente neutralizar el potencial de las demandas populares democráticas. En este sentido, Laclau no ve a Yrigoyen como populista. Considera que en su discurso –al igual que el de otros reformadores de la clase media latinoamericana como Madero en México-, hay una creciente presencia de elementos populares democráticos: “…pero estos elementos permanecen, sin embargo, en un mero nivel emocional o retórico, y no se articulan como totalidad La noción de transformismo tiene una raíz gramsciana, pero la formulación de Laclau no guarda relación clara con ella. 6 Este punto tiene un mayor desarrollo en: Laclau, Ernesto: “Modos de producción, sistemas económicos y población excedente. Aproximación histórica a los casos argentino y chileno”, en Marcos Giménez Zapiola (comp.): El régimen oligárquico, Amorrortu, Bs. As.., 1975. 5
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coherente opuesta a la ideología liberal.”7 Cabe señalar que en el 2000, Laclau considerará la acusación de “mera retórica”, como una forma de denostar lo popular y reivindicará los elementos retóricos y emotivos como rasgos positivos y esenciales del populismo. Con lo cual queda abierta la pregunta acerca de si, con sus parámetros actuales, Laclau no consideraría hoy al yrigoyenismo como un populismo hecho y derecho. A juicio de Laclau, las ideologías obreras de la época no hicieron el menor intento por incorporar interpelaciones popular-democráticas y mantuvieron un fuerte reduccionismo clasista. Esta apreciación es completamente falsa, en la obra de Hiroshi Matsushita puede verse cómo a lo largo de la década del ’30 distintas organizaciones obreras, ya sea los sindicatos o partidos políticos cómo el PC ampliaron sus reivindicaciones democrático populares, incluso sus reivindicaciones nacionalistas, hasta alcanzar un peso significativo en sus acciones y discursos.8 También cree que, por el carácter rural argentino, la clase obrera se hallaba circunscripta a pequeños enclaves de las ciudades del litoral y vivía una existencia marginal a los enfrentamientos del “pueblo”. El planteo nuevamente carece de fundamento y va a contrapelo de los datos censales más básicos. La afirmación supone, en primer término, una población mayoritariamente rural, en segundo lugar, que esa población rural no es obrera y tercero, que la población urbana y, por ende la clase obrera, estaba reducida y aislada en las ciudades del litoral. Más allá de que la principal fuente de riqueza del país y, ciertamente la casi única proveedora de divisas, era la actividad agraria, en la Argentina de la primera mitad de siglo veinte, se había desarrollado un amplio grupo de actividades que daban ocupación a un vasto número de obreros.9 Toda la afirmación de Laclau se desmorona ante la simple constatación de que en 1945, momento de emergencia del peronismo la población urbana representaba el 61,6% del total del país, mientras que Laclau: Política e ideología …, p. 214. La demanda de nacionalizar servicios públicos, fomentar la industria nacional o el acto de entonar el himno nacional son algunos ejemplos. El autor demuestra que este giro se produce en el conjunto de las organizaciones obreras, en abstracción d su origen nacional o geográfico, a tal punto que este mismo nacionalismo puede observarse en gremios con elevada incidencia de trabajadores extranjeros. Hiroshi Matsushita, El movimiento obrero argentino, sus proyecciones en los orígenes del peronismo (19301945), Bs. Aires, Ediciones RyR, 2014. 9 Ver Sartelli, Eduardo: “¿Cómo se estudia la historia de la industria?”, presentada en VIII Jornadas Interescuelas y Departamentos, Salta, Setiembre de 2001. Organización de la Mesa temática abierta: “Procesos de trabajo en la Argentina del siglo XX”. 7 8
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la población rural solo alcanzaba el 38,4%. Esta minoritaria población rural estaba, a su vez, compuesta en parte por una experimentada clase obrera que había desarrollado importantes luchas.11 La clase obrera lejos de tener una existencia marginal a la vera de los grandes enfrentamientos del pueblo (que dicho sea de paso Laclau no indica cuáles serían), se podría decir exactamente lo contrario: las grandes luchas de la clase obrera (las huelgas del centenario, la semana trágica, la huelga de 1936, etc.) son parte central y constitutiva de la historia argentina y en distintos momentos la movilización de la clase obrera es lo suficientemente importante como para atraer a su seno a sectores provenientes de la pequeño burguesía. Evidentemente, para sostener su concepción del populismo y su consecuente visión del peronismo, Laclau debe negar y vilipendiar la historia de la clase obrera argentina, desde una obscena desacreditación de su importancia numérica y su peso específico a un cuasi macartista olvido de sus grandes gestas. En conjunto, Laclau transforma un movimiento obreros nutrido y poderoso, en un simple espectador, aislado y marginado de las supuestas grandes gestas populares. A su vez, para Laclau, los inmigrantes europeos habrían naturalizado al liberalismo y sus instituciones porque les recordaban la vieja Europa que dejaron atrás. Esta afirmación resulta llamativa, siendo que la mayoría de los migrantes que arribaron a la Argentina eran de origen español o italiano, es decir, provenían de países y regiones donde la cultura e instituciones liberales no tenían un fuerte arraigo. Resulta sintomático cómo se repiten los mismos prejuicios que nublan el pensamiento de otros intelectuales. Se presupone una actitud conservadora del inmigrante que se ve atraído por todo lo que le recordaría su lugar de origen, olvidando la audacia, la búsqueda de cambio propia de los individuos que se lanzan a semejantes travesías personales, como podía serlo una migración transoceánica a inicios del siglo veinte. A esto se añade la ausencia de verificación de los argumentos es aún más peligrosa: migrantes de países monárquicos y conservadores son presentados como seres nostálgicos por el liberalismo y sus instituciones que en realidad nunca se habían instalado firmemente en sus países de origen. Peor aún, esta tendencia a explicar cambios en la orientación política del movimiento obrero en base a movimientos 10
Incluso, si nos remontamos un cuarto de siglo atrás, a 1920 la población urbana ya era mayoritaria con el 50,5% del total. Ferreres, Orlando (dir.) Dos siglos de economía argentina, Fundación Norte y Sur, Bs. As., 2010, p. 235. 11 Sartelli, Eduardo: La sal de la tierra, Buenos aires, Ediciones ryr, en prensa. 10
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migratorios, parece suponer un carácter estático de la conciencia que solo tiende a ser transformada bajo el influjo del arribo de grandes contingentes portadores de un ideología diferente. Esta concepción estática de la conciencia social muestra cuán alejado ya se encontraba Laclau de Gramsci, a quien pretendía continuar. En síntesis la clase obrera argentina sería según Laclau una fracción minoritaria reducida a los “enclaves” urbanos del litoral (que reúnen en realidad el 60% de la población), marginada de las grandes luchas del pueblo (no sabemos cuáles) y adscripta emotivamente a los valores liberales supuestamente traídos por los migrantes europeos (por parte de oriundos de países monárquicos). Sobre la base de estos argumentos, Laclau cree ver una unidad entre la ideología liberal hegemónica y la ideología socialista. Esta última sólo le añadiría a la primera el reduccionismo obrero. El comunismo no implicaría un elemento superador porque, mas allá del binomio reforma/revolución, lo realmente importante sería que no trascendía el pensamiento propio del liberalismo oligárquico. Nuevamente, la falta de contrastación empírica es notoria: si algo ha caracterizado al partido socialista argentino es su preocupación por las demandas popular democráticas, al punto de defender los intereses de la pequeña y mediana burguesía agraria (los chacareros) por sobre los de los trabajadores rurales. A su vez, el PC, desde que adopta la estrategia de frente popular, intenta una articulación similar. En este sentido, no puede acusarse a estos partidos de una exclusión de demandas ciudadanas en pos de reforzar el clasismo, más bien son culpables de lo contrario. Para Laclau, los años ’30 introducen cambios importantes porque el proceso de industrialización por sustitución de importaciones crea antagonismos entre los nacientes sectores industriales y la oligarquía terrateniente (sectores que Laclau ve como plenamente divorciados). Las ideologías obreras entrarían en crisis por la presencia de un nuevo proletariado llegado del interior del país, ajeno al reduccionismo clasista y con un discurso con fuerte componente popular democrático. De esta manera, Laclau, al igual que Germani, asigna un rol importante a las migraciones en las transformaciones ideológicas de la clase obrera argentina en la década del ’30. Como Germani, atribuye a los viejos migrantes de origen europeo un sólido credo liberal, mientras que el nacionalismo sería el rasgo notorio de los migrantes internos,
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supuestamente ajenos al clasismo. Ambos juicios han sido desmentidos por investigaciones históricas de sólido fundamento empírico.12 Para Laclau, el discurso peronista entabla un combate frontal contra el liberalismo con el objetivo de romper la asociación del liberalismo con la democracia. Para Laclau, el elemento populista del peronismo consistió en la radicalización de demandas populares democráticas. Pero, el discurso peronista también procuró su articulación a un discurso que intentaba circunscribir el enfrentamiento con la oligarquía liberal dentro del proyecto del capitalismo nacional. Por eso, el antagonismo de las demandas populares democráticas se desarrollaba dentro de un límite dado y asociado con otros elementos antiliberales, como el militarismo o el catolicismo. Para Laclau, el éxito del peronismo en articular un lenguaje popular democrático a nivel nacional se funda en la homogeneidad social argentina, dada por la presencia masiva de la clase obrera en el peronismo.13 Esto permitió que su ideología perdurase tras la caída del régimen con el golpe de 1955. Pero, a partir de entonces, el antagonismo del discurso trasvasó sus límites originales y comenzó a fundirse con el “socialismo nacional”.14 La experiencia del ’73 mostró que no se podía volver atrás y articular la ideología democrática popular en forma asimilable por la burguesía. Esto probaría, una vez más, el potencial revolucionario propio de las demandas populares democráticas. Sin embargo, ¿qué puede decir Laclau del menemismo o del kirchnerismo? ¿Por qué estos regímenes sí son asimilables? Para defenderlos, Laclau deberá profundizar su relativismo, como veremos al analizar sus obras más recientes. En esta explicación puede verse cómo Laclau, a medida que desarrolla sus argumentos, se aleja más y más del materialismo histórico al que en la introducción decía adscribir. Los límites de los discursos estarían dados por otros discursos. En esta versión, el peronismo del ‘73 fracasa porque su discurso democrático- popular ya no era asimilable por la burguesía. Sin embargo, lo que ocurre es otra cosa: primero, ese Matsushita, Hiroshi: El movimiento obrero argentino, sus proyecciones en los orígenes del peronismo (1930-1945), Buenos Aires, Ediciones ryr, 2014. 13 Aquí o Laclau se contradice o supone que mágicamente una clase obrera marginal y circunscripta a los enclaves del litoral podía obtener en pocos años semejante presencia nacional y ser la base de la perduración y fuerza política del peronismo. 14 Esta lectura del proceso es similar a la que luego desarrollará James sobre la resistencia peronista. James también comparte con los últimos textos de Laclau la visión de una clase obrera que es performada por el discurso del líder. James, Daniel: Resistencia e integración, Sudamericana, 1991. 12
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discurso sí es asimilable por la burguesía como recurso de última instancia frente al avance de la fuerza social revolucionaria. En segundo lugar, el discurso del peronismo no choca con otro discurso, sino con la realidad. Las perspectivas de conciliación social, o el desarrollo económico nacional fundado en pequeños capitales probaron ser meras ilusiones imposibles de materializarse. Finalmente, el peronismo debe enfrentar a la izquierda que crece al desmoronarse las perspectivas del proyecto económico social reformista. El varguismo es, en cambio, visto por Laclau como un “populismo insuficiente y fragmentario”. Para Laclau, el varguismo no fue consecuentemente populista. Según Laclau, Vargas intenta un lenguaje conservador por momentos y en otros desarrolla el antagonismo social, pero no cuenta con bases sociales suficientes para sostener esta última opción. Es decir, la falta de radicalidad política no sería responsabilidad de Vargas ni del carácter del movimiento que construye, sino de las bases que limitan el proceso.15 Pero los hechos históricos muestran lo contrario, ya que Vargas se ocupa de reprimir ferozmente al ala más radical de su movimiento. Pese a haber sido apoyado por el PC, Vargas crea la Comisión Nacional de Represión al Comunismo y posteriormente, en 1937 da un autogolpe de estado, asumiendo su gobierno una faceta aún más represiva. Al analizar los sucesos históricos vemos que no son las bases sociales las que limitan el desarrollo radical del populismo brasileño. Éste emplea, por el contrario, todo el poder coercitivo del estado para extirpar las corrientes más radicales de sus bases, depurándolas de toda inspiración socialista. Para Laclau, en los ’60 y ’70, el populismo resultaría menos frecuente en América Latina y los regímenes descansan más en represión. Por otra parte, mientras en la década del ’30 los bloques de poder se encontraban divididos, en los ’70 se reunificarían bajo la egida del capital monopolista y los enfrentamientos internos no serían tan fuertes como para que una fracción intentara una salida populista. Finalmente, la profundización del antagonismo por parte de las masas latinoamericanas haría difícil la neutralización de las demandas populares democráticas y más peligrosa una aventura populista. Laclau define al pueblo y la clase como los dos polos constitutivos del discurso político. La contradicción de clase representa el principio articulatorio del discurso, el populismo es un momento abstracto de Nótese que este argumento muchas veces es sostenido para defender el chavismo. Sus vacilaciones no serían atribuibles a la voluntad política de Chavez, sino que a nivel político, las masas no estarían preparadas para el socialismo. 15
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aquel que no puede cumplir una función articulatoria. Este carácter abstracto es lo que le permite su presencia en la ideología de las clases más diversas. Pero, para Laclau, las clases sólo existen como fuerzas hegemónicas en tanto logran articular las interpelaciones populares a su propio discurso. Deben desenvolver el antagonismo implícito en estas demandas hasta el punto en el cual ellas no sean digeribles por ninguna fracción del bloque de poder. Esto sería, precisamente, lo que los populismos hacen. En consecuencia, para Laclau, el populismo no es una expresión de atraso, sino que es el momento en el cual el poder articulatorio de esa clase se impone hegemónicamente sobre el resto de la sociedad. Esta afirmación anticipa un movimiento posterior que veremos en sus escritos del 2000 donde el populismo de los sectores dominantes desaparece del análisis y la visión positiva de los populismo de Laclau se vuelve más unilateral. Por el momento, Laclau sostiene la existencia de una dialéctica entre pueblo y clases: las clases no pueden afirmar su hegemonía sin articular el pueblo a su discurso, y la forma de hacerlo será el populismo. Desde el ángulo inverso, la contradicción pueblo/bloque de poder no puede desarrollarse sin las clases. El grado de populismo dependerá de la naturaleza del antagonismo entre la clase y el bloque de poder. La contradicción pueblo/bloque de poder solo puede consistir en la supresión del estado. No hay socialismo sin populismo, pero las formas más altas de populismo son socialistas. Si el populismo es desarrollado por una clase cuyo enfrentamiento con el bloque de poder es menos radical y que, por tanto, no conduce a la supresión del estado-la dialéctica entre clase y pueblo el antagonismo quedará contenido dentro de límites requeridos. En el fascismo, esto se hace ligando interpelaciones populares con el racismo y el corporativismo. En los regímenes bonapartistas, como el peronista, el método de neutralización fue distinto: consistió en permitir la subsistencia de varias elites que basaban su apoyo en proyectos diferentes y en afirmar el poder del estado como mediador entre ellas. El estado bonapartista ejercía un poder mediador entre estas diferentes bases de apoyo y se identificaba con muy pocos símbolos ideológicos, de ahí la supuesta pobreza ideológica y doctrina oficial del peronismo frente a la mayor precisión del fascismo. Los regímenes bonapartistas no buscan la unificación de los aparatos ideológicos del estado puesto que su capacidad mediadora constituye su fuente de poder. La radicalización del lenguaje político del peronismo más allá de los límites aceptables por el bonapartismo es algo posterior al ‘55.
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Aquí aparece una nueva contradicción de Laclau: antes había dicho que el peronismo fracasó en el ‘73 porque las demandas democráticopopulares se habían desarrollado de tal forma en que ya no eran asimilables por el capitalismo. Si ese fuera el caso, en términos de Laclau, el momento cúlmine de la política de clase y del populismo es, al mismo tiempo, el momento de su fracaso. Esto es precisamente, porque no hay un fácil pasaje del populismo al socialismo como Laclau cree.16 Siguiendo el razonamiento de Laclau, se arriba indefectiblemente a este callejón sin salida. Laclau habla de socialismo, pero no de revolución. Parecería confundir socialismo con populismo o creer que el socialismo sería una mera consecuencia evolutiva del populismo. Precisamente, como Laclau borra del horizonte político a la revolución, considera al populismo como la cumbre de la política de clase. Un populismo que debe potenciar el antagonismo de las demandas populares hasta hacerlo intolerable al capitalismo, pero sin intentar destruir este sistema social. Es lógico, entonces que se conduzca a las fuerzas a la derrota. En términos militares, la consigna es desarrollar nuestras fuerzas hasta resultar intolerables a la fuerza rival. Es decir, hasta que el capital considere necesario destruir nuestra fuerza. Momento, en el que también para nosotros será necesario destruir la fuerza rival, incluso para sobrevivir. Pero, en vez de prepararnos para ese enfrentamiento y encarar decisivamente el proceso revolucionario, Laclau, propone detenernos allí y celebrar que hemos completado nuestra máxima aspiración (ser intolerables al capital). Con su blanco detenido en la celebración, -o lo que es lo mismo a la espera de la autoevolución socialista- la reacción capitalista tendrá una fácil tarea. Orbuá clase obrera En La razón populista, Laclau ya no reconoce la existencia de clases sociales ni les asigna valor alguno en la construcción política. La clase deja de ser el principio articulador de los discursos y debe, por ello, ser remplazada por mecanismos del orden lingüístico o psicológico. De Cabe señalar que, como dijimos anteriormente, Laclau refiere a la supresión del estado, pero no remite a otro proceso político conducente al mismo que no sea el mero desarrollo del populismo. En ese sentido, si bien el socialismo sigue presente en el horizonte, la revolución no. Podría inferirse que en última instancia considera al socialismo como el resultado de una lenta y gradual evolución de los mismos populismos. 16
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ahí que Laclau apele a Saussure-Freud-Lacan. Simultáneamente, los lazos afectivos implícitos en las relaciones de liderazgo, los mecanismos retóricos y simbólicos pasarán al centro de la escena. Si para el joven Laclau existían distintos tipos de populismos, siendo más avanzados aquellos que más desarrollaban la dialéctica clasepueblo y vinculaban con más fuerza las demandas populares con el socialismo, para el viejo Laclau estos parámetros han perdido validez. El populismo solo se mide en función de su capacidad de articular demandas populares en cadenas equivalentes cada vez más amplias. Es decir, la simple adición de un mayor número de demandas en el mismo discurso contra un mismo enemigo es la base del éxito de los populismos y su mayor virtud. La desaparición de las distinciones previas va de la mano con un embellecimiento de los populismos realmente existentes, algo bastante evidente en su nuevo análisis del peronismo. Simultáneamente, desaparece toda alusión al populismo de los sectores dominantes y toda mención al fascismo o nazismo como populismos. Es cierto que en su lugar aparece la distinción entre populismo de izquierda y de derecha. Sin embargo ésta no se presenta como significativa, sino más bien como dos extremos de un universo discursivo carente de fronteras rígidas. Laclau trata de ejemplificar esta supuesta ausencia de límites rígidos entre la izquierda y derecha describiendo el pasaje de un político laborista a las filas del thatcherismo. Lejos de analizarlo como un cambio del programa político, Laclau acepta y reproduce la auto-justificación del político en cuestión, quien asegura haberse visto seducido por “el brillo de revolución” en los ojos de Margaret Tatcher. Así, pese a transformarse en un funcionario de uno de los gobiernos derechistas más reaccionarios de fines de siglo veinte, el político mantendría su espíritu “radical”. En realidad, tanto el ex dirigente laborista devenido en tatcherista como Laclau encubren el pasaje de clase por ellos efectuado.17 Naturalmente, este cambio en su visión de la estructura social y la negación de la existencia de clases sociales conduce a Laclau a un enfrentamiento directo con el marxismo. Esta teoría no solo le resulta Laclau, Ernesto: La razón populista, FCE, Buenos aires, 2011, p. 167. Laclau introduce este caso para ejemplificar su noción de “significantes flotantes”. Más allá de la acepción del término, demandas particulares cuyo sentido permanece indeciso entre cadenas equivalenciales rivales, su función es la de señalamos que, en el ámbito discursivo, que para Laclau es por excelencia el espacio de construcción de la política, estos corrimientos son naturales y no guardan, a su juicio, ningún tipo de relación con los procesos de avance y reflujo de la lucha de clase. 17
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inútil, sino autoritaria. Según Laclau, Marx habría procedido a aislar dentro del mundo de la pobreza a un sector diferenciado (la clase obrera) al que le asignaría un rol histórico fundamental. Por eso enfatiza la existencia en los textos de Marx del binomio clase obrera/lumpen proletariado. Según él, Marx incorporaría a este último grupo a todos aquellos sectores bajos de la sociedad que no tienen una inserción clara en el proceso productivo. Laclau introduce el debate sobre la noción de “masa marginal”. Según él, mientras que Marx podía plantear que los desocupados formaban parte del ejército industrial de reserva, podía mantener que los mismos seguían cumpliendo algún tipo de función dentro del sistema productivo. Pero, si como sostiene Nun, existe una capa de la sobrepoblación relativa que no cumple la función de ejército industrial de reserva, ésta sería un otro no contemplado y arbitrariamente marginado por la teoría marxista. Esos otros marginales serían asimilables a los pueblos sin historia de Hegel. Su existencia, negada por Marx, sería la prueba del autoritarismo implícito en las visiones totalizadoras de la historia que culminarían necesariamente en la desestimación de lo heterogéneo. 18 En consonancia con esto, la clase sería un actor meramente sectorial, mientras que el pueblo sería un sujeto superador históricamente negado por el marxismo. El pueblo sería la gran anatema del marxismo, desterrado del pensamiento social por el totalitarismo de esta doctrina. Para sostener esto, Laclau por una lado distorsiona la obra de Marx y, por otro, intenta enfrentar entre sí a teóricos marxistas, diferenciando a aquellos ortodoxos y autoritarios de otros de mentes supuestamente más amplias. En un ejercicio de este tipo, Laclau trata de oponer a Marx y a Mao, quien sería capaz de pensar la heterogeneidad al reconocer los enfrentamientos en el seno del pueblo. Para Laclau esto implicaría reconocer la heterogeneidad en el seno del pueblo, es decir, en sus abstrusas palabras, reconocer la heterogeneidad dentro de la heterogeneidad. Pero, en La posición de Nun que Laclau retoma es problemática. Por un lado, no resulta sencillo demostrar que ciertas capas de la clase obrera no actúan como ejército industrial de reserva. Por otro lado, si éste fuera el caso, como parece señala Marx para la capa más baja de la sobrepoblación relativa, los enfermos, mutilados, etc., personas no aptas para el trabajo, esto no quiere decir que no conformen parte de la clase obrera. Ver análisis extenso de estos puntos en Kabat,Marina: “La sobrepoblación relativa. El aspecto menos conocido de la concepción marxista de clase obrera” en Anuario CEICS, 2009. Del mismo modo, se violenta aquí la definición que da Marx da de Lumpen-proletariado. 18
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realidad Mao alude, al igual que Lenin, a los conflictos de clase en el seno del pueblo. Particularmente, señala tres ejes de enfrentamiento: entre la clase obrera y los campesinos, entre la clase obrera y los intelectuales y entre la clase obrera y la burguesía nacional. A lo que se suma las contradicciones en el interior de cada una de estas clases.19 Es decir, en este sentido Mao no se aparta ni de Marx ni de Lenin quienes habían sostenido esta concepción. Lejos de ser el pueblo una anatema dentro de la teoría marxista, a la cual el maoísmo escaparía, la noción de pueblo como alianza de clases oprimidas es una constante en los principales referentes del marxismo y el análisis de Mao, en este sentido, no se aparta del marco teórico marxista-leninista. El marxismo recurre a la noción de pueblo para expresar la alianza de distintas clases oprimidas y recalca el desarrollo de la lucha de clases en el seno del pueblo y la necesidad de que la clase obrera bajo un programa revolucionario dirija esa alianza.20 Para el viejo Laclau, la economía ya no posee ningún tipo de jerarquía frente a otros niveles de la vida social y no determina, entonces, qué son los sujetos portadores del cambio social. Una línea de Discurso pronunciado por el camarada Mao Tsetung en la XI Sesión (Ampliada) de la Conferencia Suprema de Estado. Fue publicado el 19 de junio de 1957 en Diario del Pueblo, después de que el autor revisó el texto transcrito de las actas y le hizo algunas adiciones. 20 En Lenin, por ejemplo, hay un empleo homogéneo del concepto de pueblo de que no es planteado como sustituto de la noción de clase. En todo momento aclara que tiene distintos componentes (el proletariado y el campesinado, principalmente pero también los pobres o capas semiproletarias de la ciudad, artesanos, etc.). Esto está presente en referencias del tomo X de las obras completas (pp. 253-254, 336 y 365). Lo mismo ocurre en el tomo II, pp. 249 y 250 (allí además señala que en el devenir político el proletariado se va aliando y movilizando a sectores cada vez más revolucionarios del pueblo) y en el T. IX, p. 50. En el T. IX, p. 126 hay una mención importante pues plantea que Marx unifica en la categoría de pueblo dos elementos, pero no creyendo en la “unidad” del pueblo, sino mostrando la lucha de clases dentro de su seno. En la p. 284 del tomo VIII alerta al mismo tiempo a no desestimar la importancia de las capas populares, pero a buscar la organización independiente del proletariado debido al carácter pequeño burgués y los intereses democráticos de gran parte de esa masa. En el tomo XXVII, pp. 257-9, es la única vez que no se aclara el contenido de la palabra pueblo, pero esto se explica porque se habla de apelaciones que el capital hace al pueblo. Solo en el tomo VIII p. 296 aparecería una definición distinta donde el pueblo es definido como capas pequeño burguesas sin incluir en él al proletariado: “el pueblo, es decir toda la masa de la pequeño burguesía y de los campesinos”, pero este fragmento aparece como marginal respecto al conjunto de citas que refieren al pueblo incluyendo al proletariado. Lenin: Obras completas, Cártago. 19
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argumentación secundaria, claramente un síntoma del contexto de derrota política en el cual Laclau piensa los problemas es que cree que la resistencia a la venta de la fuerza de trabajo es algo que puede o no surgir y que, por lo tanto, el antagonismo no es inherente a las relaciones de producción.21 Evidentemente, esto está escrito en un contexto de pasividad política de la clase obrera que puede hacer creer a Laclau en la posibilidad de la inexistencia –más allá de una breve coyuntura en términos históricos- de conflictos abiertos entre capital y trabajo. Laclau insiste: no hay puntos de ruptura que puedan establecerse a priori. Pero, contradictoriamente, cree poder asegurar que serán los marginales, los fuera de sistema, el lumpen proletariado quienes irrumpan en los discursos políticos. A su juicio, el capital globalizado generaría una miríada de puntos de ruptura. Por ello, aboga por una política radical que debiera fundarse en la búsqueda de la confluencia de todos estos sectores. Una lectura superficial de la coyuntura actual, movilizaciones de jóvenes antiglobalización, mileuristas europeos, inmigrantes franceses, piqueteros argentinos, puede llevar a esta conclusión. Pero, atrás de todas estas manifestaciones, estamos asistiendo a la movilización de la clase obrera, algo que Laclau, quien abandonó el concepto de clase no puede ver.22 A su vez, para Laclau, no hay luchas más importantes que otras; todas son inmanentemente políticas per se. En los ’60, el énfasis en las políticas populares democráticas se justificaba por el supuesto peso creciente de los sectores medios. Ahora se pretende justificar lo mismo bajo la idea de que la globalización generará demandas cada vez más numerosas y heterogéneas. Aun así, la preocupación por los sectores medios no desaparece. Las manifestaciones concretas a las que alude como parte de la respuesta al capitalismo globalizado son protagonizadas por sectores de pequeña burguesía en vías de proletarización.
Laclau, Ernesto, La razón …,,op. cit., p. 188. El carácter de clase de estos movimientos se ha visto ocultado por varios factores: el carácter de población sobrante de muchas de las fracciones de la clase obrera movilizada (tal los piqueteros en Argentina o la base social del chavismo en Venezuela) sumado a la errónea conceptualización que muchas veces considera como no proletarios a estas fracciones de la clase obrera. El hecho de que muchos de estos grupos provengan de una pequeña burguesía recientemente proletarizada, que aterriza en la clase obrera directamente como población sobrante, dificultando la asunción de una nueva identidad acorde con su nueva situación de clase (tal movimiento de obreros rurales sin tierra, o movimientos de jóvenes urbanos). 21
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Caracterización que es, por supuesto, ajena a Laclau, quien intenta abstraerse de la pertenencia de clase de los sujetos políticos.23 Demandas, cadenas y la conciencia de clase como falsa conciencia Todo elemento estructural desaparece del mapa, se afianza así un individualismo metodológico al que Laclau cree escapar. Laclau busca explicar la lógica de conformación de las identidades colectivas tomando como observable no el grupo social, sino las demandas. Es decir, Laclau parte de las demandas particulares para estudiar luego su articulación. Laclau cree que una construcción futura de una tipología del populismo (opción epistemológica propia del individualismo metodológico), le permitiría recomponer esa totalidad que ha desechado al elegir como punto de partida las demandas individuales.24 Laclau toma el término demanda en su doble acepción inglesa como reclamo y como petición. Señala que las demandas aisladas pueden considerarse demandas democráticas y pueden ser asimiladas. En cambio, una pluralidad de demandas en articulación de equivalencia compone demandas populares.25 Para Laclau, no hay nada que las diferencie las demandas en sí; no hay demandas más políticas o más revolucionarias en sí. Lo que transforma a una demanda democrática en una demanda popular es, en primer lugar, su no resolución/asimilación por el sistema y su posterior incorporación a una cadena equivalencial de demandas igualmente insatisfechas por el régimen. En consecuencia, las demandas que componen las cadenas equivalenciales no tienen entre sí nada mas en común que el no haber sido satisfechas: “…en una relación equivalencial las demandas no comparten nada positivo, sólo el hecho de que todas ellas permanecen insatisfechas”26 Laclau es muy insistente en este último punto. Incluso, sostiene que, si los individuos llegaran en algún caso, a considerar la existencia de otro tipo de relación entre sus diferentes demandas esto sería un mero espejismo:
También Laclau señala que el cartismo fracasa por una creciente brecha entre las demandas de los trabajadores y aquellas propias de los sectores medios. 24 Laclau, E.:La razón…, op. cit., nota 7, pp. 286 y 274. 25 En los ’70,Laclau consideraba que los discursos socialistas y popular-democráticos debían intrincarse mutuamente. En el 2000 el primero desaparece, por lo que el segundo se desdobla en la diada democrático, por un lado, popular, por otro. 26 Laclau, La razón populista…, op. cit., p. 125. 23
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“trabajadores que viven en un determinado barrio, que trabajan en empleos comparables, que tienen un acceso similar a bienes de consumo, cultura, recreación, etcétera, pueden tener la ilusión de que a pesar de la heterogeneidad de sus demandas en varias esferas, todas ellas son demandas del mismo grupo, y que existe un vínculo natural o esencial entre ellas”27
De esta manera, para Laclau, la conciencia de clase se muestra como una falsa conciencia.28 Laclau que parece no tener certeza de nada, sí está seguro del carácter ilusorio del clasismo. Si el marxismo concibe la religión, el populismo, u otra ideología como una forma de conciencia alienada, éste será -a los ojos de Laclau- un procedimiento autoritario o la muestra de un elitismo que mira peyorativamente las ideas populares. Sin embargo, no parece aplicar el mismo criterio a sus propias reflexiones. En el principio estuvo el líder Como Laclau no reconoce unaunidad a priori a las demandas, cree que la misma debe ser performada. Este conjunto, creado a partir de la simple adición de demandas insatisfechas, solo puede constituirse en una totalidad al definir sus límites. Para hacerlo, la totalidad expele algo de sí. El resultado es una totalidad fallida. La totalización populista se caracterizaría por dividir la comunidad: el pueblo es menos que la totalidad de miembros de la comunidad. Es, sin embargo, un componente parcial que aspira a ser la única totalidad legítima (un plebs que se reclama populus). Esta totalidad fallida constituye un objeto imposible y necesario. ¿Cómo alcanza, pues, el plano de la representación? Una demanda particular, sin perder su contenido específico pasa a representar el conjunto de las demandas de la cadena equivalencial. Ésta es una operación hegemónica donde una parte pasa a representar el todo.29 Cuanto más extendida resulta una cadena equivalencial, menos resabios de la demanda particular original deben permanecer en la demanda que Ibid, p. 286. Los grupos se fundan en articulación de demandas que carecen de una unidad sistémica a priori, de ahí que plantee que el momento de unidad de los sujetos se da en el nivel nominal, no conceptual (sectorial), por ello mismo, los límites entre las demandas que incluye y excluye una cadena equivalencial son borrosos. Ibid, p. 151. 29 Este procedimiento es considerado un mecanismo catacrético, puesto que el proceso figurativo que implica no puede ser substituido por una expresión literal. Al mismo tiempo, constituye una sinécdote, ya que el todo es representado por una de sus partes. 27
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cumple la función totalizadora. De ahí la importancia de los significantes vacíos. Éste sería el fundamento de la vacuidad-ambigüedad de los discursos populistas. Otra vez, como no hay un elemento estructural que determine prioridades en última instancia, no hay nada de antemano que indique qué demanda será capaz de cumplir la función totalizadora. Por ello, Laclau concibe el momento de asunción de esta función como una “investidura radical”. Algo similar ocurre con el liderazgo. Para Laclau, el nombre, el líder, pasa a representar el todo. Con más precisión, el líder no representa, sino que conforma, puesto que no existe una voluntad del pueblo previa al acto de representación. Mediante el acto de nominación el líder conforma al pueblo. Cuando James señala que al nombrarla y constituir su totalidad en el plano discursivo, Perón crea a la clase obrera argentina, ésta es claramente su matriz de pensamiento.30 La construcción identitaria se reduce así a un proceso en gran medida unidireccional y unitemporal, una investidura radical es un hecho aislado que ocurre de una vez y –casi- para siempre. Laclau, que permanentemente cita a Gramsci para oponerlo a Marx, no podría alejarse más del marxista italiano. En su visión no hay una construcción histórica de la identidad que se desarrolle a través de procesos de lucha, sino que el líder actúa como una deidad que nombra y crea, donde nada había. Laclau entiende los lazos grupales en términos de lazos libidinales (Freud). La totalidad se puede recomponer porque es restituida en objetos parciales que, en términos de Lacan, asumen el valor de leche del pecho materno. Esto explica el fuerte valor emocional de los símbolos/líderes que asumen esa función. No es extraño que con esta visión del liderazgo Laclau defienda la reelección indefinida de los líderes latinoamericanos, en general, y de Cristina Kirchner, en particular.31 En esta visión no hay pasado histórico y tampoco hay futuro: lo que la divinidad construye el hombre no habrá de destruir. Los símbolos y la misma embestidura del líder adquieren ese valor emotivo, conceptualizado como el valor de leche del pecho materno, del cual los James, Daniel: Resistencia e integración, Sudamericana, Buenos Aires, 1991. Ver entrevista a Ernesto Laclau en El país, 2/10/2011, en la misma sostiene que “la democracia real en América Latina se basa en la reelección indefinida de los líderes”. Igualmente, en otro periódico: “Sé que a ella no le gusta que se mencione el tema, pero me parece que una democracia real en Latinoamérica se basa en la reelección indefinida. Una vez que se construyó toda posibilidad de proceso de cambio en torno de cierto nombre, si ese nombre desaparece, el sistema se vuelve vulnerable.” Página 12, 2/10/11. 30 31
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mortales no pueden desprenderse en sus vidas. Para el caso argentino: una vez peronista, siempre peronista. La infantil clase obrera de este país del sur jamás será destetada. La mirada del peronismo Para Laclau de los ’70, el peronismo clásico resultaba un populismo limitado. Su carácter bonapartista conllevaba, necesariamente, un intento de neutralizar el antagonismo social. Su ambigüedad no implicaba un mérito, sino que constituía el mecanismo particular por el cual se neutralizaba y contenía el enfrentamiento social. En cambio, Laclau en sus últimos escritos no ve nada especialmente cuestionable en el peronismo clásico. El resultado conjunto de la visión de Laclau del peronismo podría resumirse de la siguiente manera: el peronismo emerge en la Argentina una sociedad rural donde la clase obrera se encontraría confinada a los “enclaves” urbanos del litoral y habría mantenido una existencia marginal a las grandes luchas del pueblo. Esta clase obrera de raíz inmigrante tendría una fuerte impronta liberal, dada porque los inmigrantes sentirían añoranza por las instituciones liberales de su querida Europa (una Europa monárquica y conservadora en el caso de la mayoría de los inmigrantes argentinos). Por el contrario, repitiendo el mito de que Perón sólo es apoyado por migrantes internos (los “cabecitas negras”) sectores del interior serían nacionalistas y tendrían reclamos nacionales. Estos nuevos sectores apoyarían a Perón, quien crea al pueblo al perfomar la unidad de un conjunto de demandas populares democráticas dispersas. A partir de entonces, el líder representa la totalidad y adopta un valor simbólico cuasi perenne. Su alejamiento permite y hasta deliberadamente fomenta una radicalización del discurso peronista que parece resumir todas las expresiones políticas de los sesenta-setenta. Sólo la ausencia del líder y la recepción alterada de su mensaje permite y explica la radicalización de la clase obrera. Esta visión no puede explicar la huelga metalúrgica del 54 ni otros conflictos durante las primeras presidencias de Perón. Las masas no ganan ningún tipo de autonomía de clase. Su radicalización no parece exceder la que el mismo Perón alienta. El Cordobazo es el mero producto de grupos armados. Y su única consecuencia habría sido reforzar el rol de Perón. Ningún tipo de organización o tendencia que exceda los límites del peronismo es mencionada y el peronismo cae en el ’73 por el exceso de demandas que había articulado en su seno, es decir por contradicciones internas.
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Ya en el siglo XXI, tras décadas en las que nada digno de mencionar ocurre, un nuevo líder, reconfigura al pueblo de sus cenizas e inicia un proceso transformador. Pareciera que la izquierda no peronista no hubiera florecido en los ’70. Este mismo ninguneo de la izquierda se repite en sus análisis de la coyuntura: interrogado por el rol de la izquierda en la Argentina, responde que la única izquierda real es el kirchnerismo y que, a diferencia del matrimonio austral, los otros grupos que se reivindican de izquierda resultan marginales y no han sabido proponer ninguna alternativa novedosa.32 Al igual que en la emergencia del peronismo clásico, el proceso histórico del cual estas experiencias emergen es borrado y ninguna referencia a la luchas de finales de los ’90 ni al 2001 aparece. Se ve a las luces que el pensamiento posmoderno que se autocalifica de pluralista y acusa de autoritario al marxismo, concluye en una abierta censura a la izquierda, para la cual no tiene empacho alguno en negar aspectos centrales del proceso histórico. El líder lo es todo, el pueblo sólo su creación. La clase no es nada, salvo el autoritario intento de un pensador alemán de constituir a un actor sectorial en el sujeto por excelencia, discriminando al modo de “pueblos sin historia” al resto del pueblo. Y si, pese a toda la intrincada explicación de Laclau, un grupo de trabajadores osara pensar que sus problemas y reclamos tienen un fundamento común en su condición de proletarios, esa incipiente conciencia de clase será desacreditada como mera ilusión. Peor aún, si estos trabajadores se sumaran a una organización de izquierda: según Laclau todas “tradicionales” y no promotoras de ningún proceso de cambio (¿ignora acaso Laclau la organización de los desocupados, el Argentinazo, la renovación de la organización obrera en los gremios?), pues obstaculizarían el desarrollo de este renovado populismo. Si Laclau del ’70 podía criticar algunos elementos de los populismos y nos llamaba radicalizar estos regímenes, el Laclau actual nos insta a aceptarlos tal cual son. Su propuesta más radical se limita a un entrismo de izquierda democrática dentro del kirchnerismo (reivindica así la trayectoria Sabatella) o al desarrollo de La Cámpora. No cabría esperar una ideología más afín al gobierno actual. Resulta paradójico que Laclau inicie su recorrido denunciando que bajo el calificativo de populismo la izquierda desmerecía las acciones de la clase obrera y culmine con un relato que niega toda entidad a la clase obrera en general y a la argentina en particular. De un plumazo, 32
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borra la presencia numérica y la trayectoria de la clase obrera argentina de la primera mitad de siglo veinte y la transforma en una masa amorfa que sólo puede tener unidad fundiéndose en el pueblo y adoptando identidad propia gracias al discurso de Perón. Pero, esto no es extraño: la defensa que hace de un gobierno bonapartista requiere borrar la historia que permitiría ver las concesiones hechas por ese gobierno como la vía de contener una clase obrera organizada y en ascenso, alejándola de una potencial salida revolucionaria. Dado el conjunto de disparates históricos que condensa su obra, su éxito actual solo puede atribuirse a dos factores. El primero, el desconocimiento en el exterior de la historia argentina. El segundo, en el ámbito local, en paradójica consonancia con su propio pensamiento, a la voluntad del líder. De la cual, la entrega del Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Juan, en forma personal y de las propias manos de Néstor Kirchner, es una prueba contundente.33 Recibido: 10/12/2013 Aceptado: 20/3/2014
Ver, diario El zonda, 27 de agosto de 2010, disponible en: http://www.elzonda.info/ index.php/En-el-Auditorio-entregaron-el-Doctorado-Honoris-Causa-de-la-UNSJa-Laclau.html 33