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Buscar el bien, encontrar la comunidad Visión política en La ciudad de Dios Manuel Antonio Díaz Cid Muy buenos días, muchas gracias a la Academia que me ha invitado a participar en este encuentro sobre el pensamiento agustiniano y, en particular, sobre el libro de La ciudad de Dios. Dice Mons. Octavio Derisi: “La fuente de la sabiduría agustiniana proviene, pues, de su encarnación en la vida de su propio autor”. Reflexión que nos hace ver que había una gran riqueza interior en san Agustín que se fue descubriendo de manera progresiva. El pensamiento de Aurelio Agustín no fue el resultado de un momento de iluminación, sino una amplia gama de ideas que fueron apareciendo a lo largo de su vida, de forma que le fueron dando la profundidad y la claridad de su exposición. Aurelio Agustín escribió siempre con la energía de alguien que está completamente convencido de las bondades de sus ideas; hay un itinerario doctrinal que va llevando a san Agustín de la mano al encuentro con los grandes pensadores de su época. El periplo se inicia en Tagaste, ciudad de la que es originario Aurelio Agustín, ciudad que corresponde el día de hoy a algunas poblaciones en Argelia en el norte de África. En Tagaste se manifiesta un joven rebelde, un joven inquieto que formando pandilla con sus amigos se volvía el azote de los vecinos que estaban cansados de sus permanentes incursiones en el saqueo de los sembradíos de peras, de los que arrancaban las peras y las tiraban porque como estaban verdes nadie las podía comer. Dice Aurelio Agustín sobre sí mismo: había llegado a alcanzar la búsqueda del mal por el mal mismo. Presionado por su padre, Aurelio Agustín abandona la ciudad de Tagaste y se va a Madaura, una ciudad un poco más grande; también correspondiente a lo que hoy sería Argelia. Y aquí, para Aurelio Agustín, ocurre uno de sus encuentros más importantes: el encuentro con la lectura. A partir de Madaura se volverá un impenitente lector de

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diferentes temas y formará su criterio a partir de las cosas que él va descubriendo. Madaura, primera época de su formación, nos explica la obsesión que lo señaló y lo marcó por toda la vida: buscar hasta encontrar el significado profundo de la verdad y de la libertad. Si de alguien se puede hablar como el gran protector y el gran defensor de la libertad y de la verdad, indiscutiblemente ese alguien es precisamente Aurelio Agustín. Pero Madaura le queda chica, abandona Madaura atraído por lo que, en aquella época en el norte de África, constituía uno de los grandes centros comerciales, la ciudad de Cartago. Ahí comienza a impartir sus primeras clases de retórica, ya que su propósito principal era ser un retórico que fuera escuchado por el imperio romano y que sus ideas calaran al interior de esa ciudad. Sin embargo, Roma será para Aurelio Agustín una experiencia dolorosa y traumática. Aurelio Agustín tenía muchos dones, dones espirituales, pero tenía, para intentar ser un buen orador, tenía un problema: su voz era atiplada y no tenía mucha potencia, por lo que mucha gente en lugar de tomar en serio sus argumentos se reía, y para Aurelio Agustín es su primera derrota que no le cuestiona sus ideas sino le cuestiona las formas en las que lo expresaba y que no eran del agrado de la comunidad. Aurelio Agustín aquí en la ciudad de Roma enfermará y durante varios meses, como dicen Las confesiones, vivirá de la caridad pública porque no podía levantarse para ir a trabajar, ni para buscar oficio, y sus vecinos le mostraron el lado de la generosidad llevándole de comer, con lo que sobrevive esta experiencia pero abandona Roma. Se va a Milán, se va a Milán porque lo que él estaba en aquel momento estudiando era la visión del esquema platónico, pero no entendía desde la perspectiva de Platón sino desde la de Plotino; si hubo alguien que marcó indeleblemente a Agustín los pensamientos, ese fue Plotino. Plotino, lo mismo que el libro de Lautencio de Cicerón al cual le dedica páginas enteras que muestran, por una parte, la existencia rebelde del texto porque está perdido en Lautencio, pero al

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mismo tiempo nos presenta, por otro lado, a Cicerón como lo que era: un pensador mediocre, un pensador que no alcanzaba los niveles de intelectualidad de la filosofía de aquella época y que pasará a la historia como un traductor del pensamiento de la filosofía política de Platón y del libro de la república en donde va haciendo una exploración en este sentido. Aurelio Agustín se ha vuelto para aquella época un maniqueo; el maniqueísmo que estaba dirigido por Maní provenía de la región de Asia y era un planteamiento en el que los temas se mezclaban de manera fascinante pero no había respuestas, y no había un conocimiento que pudiera darle mayor consistencia. Será Plotino nuevamente el que introduce con su exposición sobre el Uno -con U mayúscula- , que es parcialmente el argumento de Aurelio Agustín para señalar su primer encuentro con Dios, en el que pareció no haber dado mayor efecto. Será en la ciudad de Milán en la que, oyendo hablar a Ambrosio, oyendo aquellas intervenciones que tenía Ambrosio en la catedral de Milán, algo comenzó a iluminarse en el corazón y en la mente de Aurelio Agustín que le señalaba que estaba llegando al final de su itinerario. Ya para final de aquella época se ha reunido con él su madre Mónica -que fue en buena parte la autora del periplo intelectual de Agustín- y, por otro lado, su hijo allegado. Agustín tuvo un hijo fuera de matrimonio, Agustín tuvo un hijo que -al parecer- la mujer con la que concibe el hijo era hermana de uno de sus alumnos, y la situación no resulta muy halagüeña para el personaje, pero es el hombre que era a veces irónico, en otras ocasiones colérico, en algunas más un soñador, este hombre tenía también el aparato de su materia que era su propio cuerpo, y al parecer las francachelas en la primera época de estancia en el norte de África le dejarán un mal recuerdo, porque al convertirse al cristianismo Aurelio Agustín va a golpear con enorme fuerza precisamente a los que se mantienen al margen de las decisiones.

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San Agustín se reúne en Milán en una pequeña villa llamada Casiciaco; Casiciaco fue el crisol del pensamiento de Aurelio Agustín, aquí aprendió todo lo que tenía que aprender, aquí descubrió reflexionando -y se presenta esa figura, esa extraña figura que se repite en la vida de Agustín- un niño que le habla y le dice, cuando él estaba paseando en el jardín de la pequeña villa de Casiciaco, el niño le dice: ¡Toma y lee! Y entonces él va a buscar qué cosa leer y encuentra el evangelio, y leyendo el evangelio encuentra lo que estaba buscando, encuentra que la verdad hace al hombre libre. La verdad es el factor fundamental de la libertad, entre más cerca estás de la verdad más cerca estás de la libertad, de ahí aquella expresión mal interpretada por muchos de ¡ama y haz lo que quieras!, que la sublimizan o queda un poco formalista; y más bien era dado a ciertos arrebatos que después con una gran capacidad intelectual sintetizaba en sus libros que lo identificaron primero con la corriente del estoicismo y después fue acercándose al maniqueísmo; pero después del encuentro con el jefe de los maniqueos, Fausto, queda absolutamente decepcionado de esta doctrina, de tal forma que él se convertirá en su enemigo. Era polémico Aurelio Agustín, le gustaba la polémica; si ustedes en su computadora buscan: Aurelio Agustín, lo van a encontrar acompañado de un gran número de textos que están escritos contra los seguidores de las corrientes del paganismo en aquella época. Regresa a Cartago y en Cartago, por aclamación, es proclamado obispo, con lo que inicia para él una experiencia que le cambia totalmente su estilo de vida y su forma de pensar, que era atender como obispo a toda aquella región del norte de África, en donde había muchas pequeñas comunidades cristianas, pero ni había sacerdotes ni había algo que los uniera. Para Aurelio Agustín esto se convierte en una necesidad a resolver. Para el año 400 de la era cristiana, Aurelio Agustín había renunciado ya a escribir, decía que ya no tenía interés por escribir, que se iba a dedicar de lleno a la pastoral de Hipona -que era su responsabilidad. Sin embargo, es en el año 410 cuando se produce el

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ataque de los Vándalos a la ciudad de Roma y el saqueo, y los sobrevivientes huyen, cruzan el mediterráneo y se refugian en Cartago, se refugian en el continente africano. Y Aurelio Agustín escuchará una enorme cantidad de testimonios de lo que estaba sucediendo y se alarma cuando muchos de los que le informan dicen que el saqueo de Roma es la respuesta de los dioses romanos al abandono que habían hecho los romanos de aquellas divinidades. Para Aurelio Agustín es preocupante y entonces comienza a escribir esa obra maravillosa, complicada, que se llama La ciudad Dios en donde hace una explicación de todo lo que ha pasado en Roma. Explica cómo los romanos mismos crearon las condiciones del desastre, habla de todos los cambios que han ocurrido y es pesimista, piensa que todas estas movilizaciones humanas no se van a detener -como no se detuvieron. Aurelio Agustín es, sin saberlo, el filósofo del fin de una época, terminaba la edad antigua y comenzaba la edad media, y ahí en este escenario de violencia y saqueo y destrucción que dejaron los bárbaros, comenzaron a ponerse los primeros cimientos de lo que comenzaba a vislumbrarse: la ciudad de Dios. Como lo escuchábamos en la lectura del texto, él explica que hay dos ciudades: una que se mueve por la vanidad humana, la ciudad del hombre, y la otra se mueve por el reconocimiento de Dios que es la ciudad de Dios. Así con este ánimo, con esta decisión, Aurelio Agustín escribirá una gran cantidad de textos, 22 libros sobre el tema; hay que recordar que el propio Agustín explica que un pergamino llenado con letra adecuada es un libro, entonces son 22 libros sobre el tema de la ciudad de Dios; y de esos, 5 libros sobre el tema de los bárbaros, y aquí es cuando él descubre su interés por el tema de la historia. Hace en el libro de La ciudad de Dios una explicación histórica de los grupos políticos, de los regímenes políticos, de las responsabilidades de los líderes con sus pueblos; ya él había concebido la idea de un monarca que no fuera cristiano y tuviera una grey dividida entre cristianos y bárbaros. Él escribe para todos ellos y describe a lo largo de los textos cómo se va mostrando Dios en la historia. La fe se va manifestando en él de forma cada vez más dominante y cuando

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concluye su obra -la obra que tal vez es la más importante en la revisión de la historia de la edad antigua- ésta daba para convertirse en una herencia para todos los que hoy -a todos estos siglos de distancia de san Agustín- nos damos cuenta de que -lejos de alejarnos de la realidad- san Agustín nos involucra en la realidad; lejos de liberarnos de los compromisos, Agustín nos compromete con los integrantes de la ciudad, y señala que, aunque los ojos no lo vean, los ladrillos de la ciudad de Dios, el hombre los va poniendo en la historia y va creando un edificio que culminará con la ciudad de Dios en el cielo, mientras enfrente tendrá la ciudad del hombre, que siempre tendrá tentaciones y manifestaciones de críticas para con quien defender la postura de la verdad de la existencia de Dios. Aurelio Agustín es sin duda un personaje fuera de serie. Para mí es el santo que más me simpatiza, porque en él veo reflejadas muchas de mis propias debilidades y me doy cuenta de que el ser débil, el no tener a veces las cualidades que uno deseara para hablar con el auditorio, el hecho de ir manejando un proceso para construir uno mismo este foro, desde el cual se convoca a la sociedad, esto es obra de quien actuaba de esta manera que se llamaba Aurelio Agustín. Hoy en la vida de los santos, san Agustín. Hoy en la vida de los filósofos, la raíz de una de las más importantes corrientes de la filosofía que a tantos años de distancia sigue teniendo en Agustín la referencia inevitable cuando se trata de la historia del mundo antiguo, su valoración y su proyección hacia el futuro.

¡Muchas gracias!

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