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Campeche del ayer… Omar Yair Barragán Arroyo.1
Cuando recibí la invitación para participar en estas charlas acepte gustoso, pero cabe aclarar que no tenía ni la menor idea de lo que podría decirles esta tarde. Una a una, asistí a casi todas las demás charlas y sin quitarles el mérito a los demás ponentes llegue a pensar que no iba a hablar nada sobre el Bicentenario y Centenario, un año lleno de esos temas dedicados a exaltar nuestro sentimiento patrio. Por lo que después de mucho pensarlo, decidí platicarles sobre un Campeche de antaño y que por estas fechas se presta a la nostalgia de recordar las vivencias de ese Campeche de añoranzas y recuerdos. Hablar de nuestra ciudad es como abrir una caja de pandora, sorpresas, sueños, vivencias que para algunas personas son recuerdos vividos y para algunos de nosotros un lugar lleno de historias; el lugar que nos tocó vivir ya de una manera muy distinta. La ciudad de Campeche a principios del siglo XIX aún mantenía su sello colonial; si nos remontamos al momento de la fundación de la villa, resulta que tanto los inmuebles que se edificaron como la traza que se siguió son producto y copia de muchas ciudades de la corona española. Las calles, casas, iglesias son ejemplo de que en algún momento de nuestra historia pertenecimos a ella. Al poco tiempo de la fundación los ataques piráticos hicieron presa a la villa lo que la llevo a ser circundada por murallas, las cuales servirían para defendernos de esos malos hombres que venían del mar, sin embargo, la demora en la construcción solo sirvió para acentuar las diferencias sociales que existían entre la población, pues existían los habitantes de Licenciado en Historia. Colaborador de la Dirección de Investigaciones Históricas del Instituto Campechano 1
intramuros y extramuros. Aunque con el paso de tiempo pudieron defendernos durante las luchas internas y con el resto del país. Dentro de esta ciudad amurallada y de historias de piratas existe un lugar que sirvió y sirve, como referencia para todos los naturales de este terruño. La plaza de armas o plaza de la independencia, pero mejor conocida por todos como el parque principal. Este punto de la ciudad es considerado el eje en el desarrollo del resto de la misma. Un cuadro perfecto, el cual, con el paso del tiempo se fue rodeando de nuestra historia. Así tenemos en el lado sureste de la plaza, la imponente catedral dedicada a Nuestra Señora de la Concepción y de la cual sobresalen sus dos torres campanarios que sirvieron de inspiración a José Narváez para describir y plasmar en sus notas musicales la tierra donde nacimos. De lado izquierdo de la iglesia la casa de notables campechanos como los Llovera y los Sélem. Por otro lado, sobre la calle 8 y ocupando toda la cuadra y a espaldas del antiguo paso de ronda del Baluarte de la Soledad, alguna vez se encontró el majestuoso Palacio de Gobierno con sus arcos de medio punto colocados simétricamente tanto en la planta baja como en el segundo piso. Es en este edificio se escribieron muchas páginas de nuestra historia, la colonia, la independencia, la reforma, los gobiernos conservadores y liberales y los movimientos revolucionarios que dieron marca a una nueva sociedad. Del lado noroeste se encontraba la casa de Don Santiago Méndez brillante político campechano y abuelo de otro hijo ilustre de esta ciudad Don Justo Sierra Méndez; quien vivió solo los primeros años de su vida en este ese edificio. Contiguo a este inmueble estaba la panadería “La imperial” de la familia Romero, la cual se caracterizaba por la elaboración de forma tradicional de su pan y demás productos. Junto a
este edificio, aún se conserva preciosa casona típica de la arquitectura colonial y que el día de hoy sirve como museo ambientada con muebles de la época dorada de Campeche; nos referimos por supuesto a la Casa No. 6. Siguiendo en la misma cuadra tenemos en la esquina de la calle 10 con 57 la casa comercial “El puerto de Cantón” de Don José Ham inmigrante coreano que sentó sus reales en esta apacible ciudad. Para cerrar el cuadro y sobre una hilera de sencillas casas sobresalía una muy particular por su arquitectura morisca de la cual era propietario Don Pedro Sainz de Baranda y Borreyro, y decir sobresalía no es en sentido figurado sino literal, ya que la arquería de esta casa por una extraña razón estaba desalineada con el resto y ocupaba una parte de la calle. Este era el primer cuadro de la ciudad donde se conjugo el poder político, religioso y civil de la ciudad. Esta imagen que para muchos seria inmutable se iría transformando poco a poco con el paso de los años. Los cambios más significativos que hubo fueron en referencia a la plaza principal y los cuales dependían del gusto e ideales del gobernador en turno. Así fue como en 1858 y después de la independencia de Campeche del distrito de Yucatán, Pablo García diseño un bonito jardín y mando a enrejar el parque, cabe destacar que las rejas fueron elaboradas en los talleres de fundición “La Aurora” ubicadas en el barrio de San Román, en cambio las puertas fueron diseñadas por el campechano Manuel Rojas y se mandaron a realizar a Nueva York, así se presentaba a los lugareños una opción para su esparcimiento. En 1873 la plaza pasa a formar parte del Ayuntamiento y en su afán por mejorarla mandan a colocar pisos de mármol y al centro una fuente con algunas esculturas, la cual se mantendría ahí por un buen tiempo.
El 17 de marzo de 1906 un inusitado regocijo se manifestó en la ciudad y la plaza fue mudo testigo de este acontecimiento. El hijo prodigo regresaba a su tierra natal 49 años después, convertido en una gloria en la letras mexicanas y con el cargo de Ministro de Instrucción Publica y Bellas Artes, Justo Sierra Méndez volvía a Campeche. El acontecimiento fue documentado por los periódicos locales. “Desde la estación del ferrocarril hasta la plaza principal un nutrido cordón de gente esperaba el paso del ministro y de la plaza a la casa del Sr. Miguel Lanz donde se hospedaría el ilustre visitante formándole una valla todos los alumnos de todas las escuelas de la población, portando hermosos ramos de flores. El tranvía se detuvo al costado de la catedral, precisamente frente a la puerta de la farmacia Lanz. Descendió el ministro, alto, grueso, de porte recto y elegante, de bigotes y barba y cabellos blancos. A su lado iban Tomás Aznar y Cano gobernador del estado y el diputado Miguel Lanz, entre otros poetas y literatos campechanos. Al descender del tranvía levanto la vista y contemplo las torres de catedral y luego dirigió la vista al parque. Mudo, como en éxtasis recorría con la mirada la plaza… se orientaba. De pronto, sin atender las indicaciones del gobernador y de su consuegro Lanz, con paso ágil, y decidido penetro al parque y llego al extremo de la plaza y parándose de golpe exclamo: ¡esa es la casa donde naci, en aquel balcón volaba mi papagayo! Y brillaban en sus ojos lágrimas… lágrimas de emoción, tal vez de alegría al recordar su niñez”. Escasos eran los acontecimientos como el de este tipo los que rompían la tranquilidad y cotidianidad que caracterizaba nuestra ciudad, en espera de que otro acto congregara a la población entorno a la plaza que servía de escenario para estos eventos.
Sería en el año de 1914 cuando el Gral. Manuel Rivera cambiaría la fisonomía del parque, mandando a construir un kiosco, muy comunes en la época, ocupando el lugar de la fuente y retirando las rejas con lo que dejaba un espacio más abierto. Una costumbre que llamó mucho mi atención mientras investigaba, era la de las vueltas a la plaza. Resulta que, como lo han platicado algunas personas; los domingos en la noche el paseo obligado era ir al parque a escuchar la música de la Banda del Estado. Mientras las muchachas caminaban alrededor del parque, y en sentido contrario iban los muchachos, cuando alguna les gustaba le decían algún piropo y si lo correspondía se apresuraba el paso para encontrarse en la siguiente vuelta, esto ante la mirada de recelo de los papás que cuidaban que sus hijas no fueran a ser victimas de algún Don Juan; y de esta manera iniciaba una buena amistad que posteriormente terminaba en noviazgo. Esta practica de las vueltas duro poco más de mediados del siglo XX. Increíble todo ese ritual verdad? Ahora nos ahorramos todo ese ajetreo, basta con agregar a la chica al Messenger o al facebook o acudir a cualquier antro para ligar, que cambio, ¿no? Y así corrían los años en esta apacible ciudad. Disfrutando de una vida y un paisaje como pocos en el mundo. Me cuentan mis abuelos que otra diversión de los domingos era asistir al mitineé del cine Renacimiento o cualquier otro cine de la ciudad eso si después de cumplir con las obligaciones religiosas que marcaban ese día. Bastaba un peso con 20 centavos y se podía disfrutar de 3 películas en las que volaba tu imaginación al sentirte parte de las aventuras de El Santo, Blue Demon o Viruta y Capulina, que tiempos esos, en los que te creías que muertos vivientes, legiones de mujeres vampiro, o hasta extraterrestres invadirían la tierra y solo nuestros míticos luchadores podían impedirlo. Para mediados de los años 30´s durante el gobierno de Héctor Pérez Martínez el parque sufriría una transformación total. Se elimina el kiosco y se construye una fuente que resulta
novedosa, ya que proyectaba luces de colores con un sistema de gas neón, también se talaron los arboles y en los espacios se mandó a sembrar césped y plantas de ornato, otro detalle que desaparece son las vueltas que ha tantas parejas había formado dando paso a calles diagonales que comunicaban con la fuente. Entre los cambios mas lamentables de este primer cuadro de la ciudad sucedió en los años 60´s del siglo XX al llegar a la gubernatura el Gral. José Ortiz Ávila quien deliberadamente en pos del progreso decidió demoler el antiguo palacio de Gobierno ¡Si! El palacio de Gobierno fue destruido sin ninguna justificación y por considerar obsoletos estos edificios que remontaban su origen a principios del siglo XVIII. De este modo, el palacio de gobierno, la aduana, el palacio municipal y más de 200 años de historia se vinieron abajo. Dando lugar a una fuente de estelas mayas colocadas sobre dados de madera de jabín, que años más tarde serian removidas y hasta la década de los 90 ´s cuando se concedió el titulo de ciudad patrimonio se mandaría a construir una replica de una sección del antiguo palacio de gobierno que alberga una funcional biblioteca y donde nos encontramos el día de hoy. De igual manera y con la idea de alinear la calle 10, el General mandó a destruir los hermosos arcos moriscos del Hotel Cuauhtémoc, lugar que un día albergaría a la emperatriz Carlota, para dar paso a los arcos revolución que hasta hoy en día conocemos. Es así como fue y como es nuestro centro histórico, este primer cuadro que a pesar del tiempo se ha logrado mantener en pie como mudo testigo de la historia y la esencia de nuestra ciudad. Hoy en día, las casas de las familias que un tiempo la habitaron cambiaron su uso al albergar notables escuelas, oficinas de gobiernos o restaurantes. Pero con la convicción de mantener la belleza de sus estructuras y su sello colonial que nos identifica en el mundo.
Recordar nuestra vieja ciudad es vivirla nuevamente, para muchos caminar por sus calles es volver a sentir olores, colores y sabores, como lo que fue el antiguo mercado ubicado sobre esta misma calle y al final de la cuadra, donde actualmente se encuentran las oficinas del PRI, y en el que como dice el refrán los pescados y mariscos se servían del mar a la mesa ya que sus muros traseros eran bañados por el apacible mar de nuestra tierra y donde descansaban los cayucos de los pescadores después de su larga jornada en el mar. Personas con las que platicado recuerdan caminar bajos los arcos del Hotel Cuauhtémoc entre el olor a fritanga, de aguas frescas, y de helados, donde la familia Xuffi despachaba sus productos para mitigar el hambre o la sed de los que se acercaban a degustar estos tradicionales antojitos. No podemos dejar de hablar de otro inmueble, que con el paso de los siglos se convirtió en símbolo de educación e identidad para la mayoría de los campechanos, nos referimos al Instituto Campechano. Este centro educativo de gran relevancia para la ciudad, fue la primera en abrir sus puertas a la juventud para formar a ilustres y notables hombres de futuro, de sus aulas salieron Pablo García y Tomas Aznar Barbachano, precursores para el reconocimiento de Campeche como Estado, Ermilo Sandoval, María Lavalle Urbina, Joaquín Clausell, José Vasconcelos, entre otros. Y así numerosas generaciones han pasado por sus pasillos, al igual que sus numerosas leyendas de frailes aparecidos las cuales han forjaron la gloria de esta vetusta institución. Este era un Campeche tranquilo, sin prisas, sin agitaciones un Campeche en el que todos se conocían y se saludaban. Un Campeche en la que mientras los padres o las personas mayores salían por las noches, principalmente los días de calor, a tomar el fresco en sus sillas mecedoras, los mas jóvenes caminaban por la Alameda, mientras que otros jugaban esconde la zota, con el temor y la advertencia de que por la penumbras de los lugares se les apareciera algún ser sobrenatural,
juegos como agarra agarra o tumba palitos eran la
diversión por horas y horas, en lo personal aun alcance a disfrutar estos juegos con los
amigos y dudo que a la velocidad que estamos viviendo mis hijos o mis sobrinos lleguen a conocer de estos juegos. Como olvidar todos estos momentos, tradiciones o costumbres que tanto se disfrutaban y diciembre era uno de los meses del año que mas se prestaban para estos festejos. Como olvidar desde el primer día del mes el juntarte con los amigos de la cuadra para decorar tu rama y alistar tu pesebre improvisado en una caja de cartón y así salir a pedir aguinaldos con la rama y su tradicional canto, lo recaudado servirían para organizar la posada el día 16 que era cuando empezaban las posadas de los adultos. Campeche ha perdido gran parte de sus tradiciones decembrinas y una de ellas es la: noche buena chiquita que hasta hace algunos años era una celebración importante en la localidad; y la cual se tenia por costumbre celebrarce el 8 de diciembre, día en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción patrona de la ciudad. En víspera, la noche del 7 de diciembre al igual que el 24, las familias de Campechanas decoraban sus puertas y ventanas con farolitos o cintas en tonos azul y blanco y se disfrutaba una rica cena y actos religiosos en honor de la Purísima. Entre pan dulce, chocolate, mantequilla, queso, y otras cosas, fuimos olvidándonos de una de las principales tradiciones de la ciudad. O quien no ha asistido a los tradicionales rezos de la Virgen del Tepeyac de las que se salía con tu plato de comida solo para dejarlo a casa e ir corriendo al siguiente rezo, y así te la pasabas el resto del día. O empezando el mes de enero las novenas del Niño Dios en el que las tradicionales nocheras hacían el regocijo de los asistentes por la cantidad de dulces y comida que regalaban, y entre la comedera y el bullicio de la gente intempestivamente se apagaban las luces y al encenderlas el darse cuenta de que el pesebre estaba vacio: ¡se habían robado al niño!, este seria devuelto el día 2 de febrero entre cantos de alabanza y una multitud de personas que se juntaban para la fiesta de la Candelaria.
Este era nuestro Campeche, lleno de fiestas y tradiciones las cuales hemos ido olvidando con el paso de la modernidad. Lo ideal seria que las familias arraigaran en niños y jóvenes el deseo de conocer el pasado de su tierra y así el tesoro de las tradiciones y de costumbres harían una cadena de generación en generación. Entonces no habría nada más reconfortante que jugar con el tiempo y los recuerdos que permanecen ahí dormidos entre las murallas y que forman parte de las memorias perdidas de nuestra querida ciudad.