Del lugar del niño en la historia y el aporte del psicoanálisis desde Freud y Lacan 1

Del lugar del niño en la historia y el aporte del psicoanálisis desde Freud y Lacan1 Astrid Elena Arrubla Montoya* Fecha de recepción: 2 de mayo de 20

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Del lugar del niño en la historia y el aporte del psicoanálisis desde Freud y Lacan1 Astrid Elena Arrubla Montoya* Fecha de recepción: 2 de mayo de 2015 Fecha de aceptación: 28 de septiembre de 2015

RESUMEN Para hablar del niño en el discurso psicoanalítico contemporáneo es importante realizar un recorrido por el concepto en su trasegar histórico. Para dar cuenta de este propósito, se expondrán los fundamentos básicos de la teoría freudiana y lacaniana; por un lado, se presentará una línea desde el lugar del niño en la postura psicoanalítica, desde su comienzo hasta la actualidad; y, por otro, se abordará el concepto desde la postura de la clínica lacaniana, que continúa el discurso freudiano desde una nueva lectura, a partir del uso de los fundamentos de la filosofía, la topología y la lingüística. El artículo se ocupa, además, de aclarar que la propuesta lacaniana reconsidera el lugar del nombre del padre en la constitución del sujeto niño, es decir, la figura del padre deja de tener el protagonismo que le adjudicó Freud, en tanto la madre se convierte en la figura central de la encrucijada estructural, dado que es ella quien predetermina la elección estructural del sujeto y es también la mediadora en lo que respecta al niño como un sujeto de deseo en su elección y su responsabilidad ética frente al otro en el transcurso de su vida.

Palabras clave Niño, función paterna, estructura psíquica, sujeto, síntoma, castración, deseo materno, goce, sexualidad.

About the Place of the Infant in History and the Contribution of Psychoanalysis from Freud and Lacan

Do lugar da criança na história e a contribuição da psicanálise de Freud e Lacan

ABSTRACT

RESUMO

To talk about the place of the infant in the contemporary psychoanalytical discourse it is important to present an overview of the concept along its historical path. To do so, the fundamentals of Freud’s and Lacan’s theory will be discussed; on the one hand, a timeline regarding the role of the infant in the psychoanalytical approach will be presented, from its beginnings to the current moment; and, on the other hand, the same will be done from the perspective of Lacan’s clinics, continuing with Freud’s discourse but from a new reading, using the fundamentals of philosophy, topology, and linguistics. In addition, the article clarifies that Lacan’s proposal reconsiders the place of the father’s name in the constitution of the infant subject; that is, the father figure stops having the prominent role granted to it by Freud, and thus it is the mother who becomes the key character in the structural framework, as it is her the one who predetermines the structural choice of the subject and who as well is the mediator concerning the infant as a subject of desire in his/her choice and ethical responsibility in regards to the other during his/her life.

Para falar da criança no discurso psicanalítico contemporâneo, é importante fazer um passeio do conceito em seu trafegar histórico. Para obter este efeito, os fundamentos básicos de freudiana e teoria lacaniana serão apresentados; por um lado, uma linha será executada a partir do lugar da criança na postura psicanalítica, desde o seu início até hoje; e, em segundo lugar, a partir da posição da clínica lacaniana, que continua o discurso freudiano de uma nova leitura a partir da utilização dos fundamentos da filosofia, lingüística e topologia. O artigo também trata da proposta de Lacan para esclarecer que reconsidere o lugar do nome do pai na constituição do sujeito criança; isto é, a figura do pai deixa de ter o papel que foi premiado com Freud, enquanto a mãe se torna a figura central da encruzilhada estrutural, uma vez que é ela que predetermina a escolha estrutural do sujeito, e é também o mediador Quanto à criança como sujeito de desejo na sua escolha e a sua responsabilidade ética ao outro no curso de sua vida.

Keywords Mindfulness, education, Buddhism, emotions.

Palavras–chave Criança, função paterna, estrutura psíquica, sujeito, sintoma, castração, desejo materno, o gozo, sexualidade.

* Psico-orientadora. Coordinadora académica de Lecto Escritural y docente de psicología de la Universidad de Antioquia. Docente de Expresión Oral y Ética Empresarial de la Universidad de Medellín. Docente de Lógica, Epistemología y Habilidades Comunicativas de la Corporación Universitaria Minuto de Dios. Estudiante de doctorado en Cultura y Educación en América Latina. Correo electrónico: [email protected] 1 Este artículo se basa en la práctica clínica psicoanalítica y en el proceso de investigación realizado en los estudios de doctorado en Educación y Cultura en América Latina.

INTRODUCCIÓN Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león y el león, por fin en niño. Nietzsche

Para hablar del lugar del niño en la contemporaneidad es importante hacer un recorrido por algunos de los conceptos que han determinado su existencia en la historia del pensamiento, desde la antigüedad hasta hoy. El presente artículo se enfoca en el momento y las circunstancias históricas en las cuales interviene el discurso psicoanalítico, desde la enseñanza freudiana con su teoría de la castración y el complejo de Edipo (Freud, 1924), hasta llegar a la revolucionaria propuesta lacaniana (Lacan, 1969). ‘El niño’, en griego denominado (Finley, 1994), se refiere a un sustantivo neutro que se utiliza para denominar tanto a los niños como a las niñas en general. Paideia fue uno de los textos griegos que más utilizó esta palabra, que más antiguamente era conocida como “crianza de los niños” (Ariès, 1993). Anudado a ello estaba el concepto del arete o virtud ( Aristóteles, 1993, p. 34), que encarnaba la nobleza caballeresca y el ideal educador en su representación más pura; se fundamentaba en el hecho de que era a través de la práctica de la virtud como en realidad el hombre griego demostraba su verdadero valor o calidad como ser social, esto es, su deber y su ética. Los autores griegos más influyentes en el tema de la niñez expusieron fundamentalmente aspectos relacionados con la manera de educar. Entre ellos, Homero, quien en la mitad del siglo VIII a. C., con su clásica e influyente obra representada en su máximo esplendor

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en La Ilíada y La Odisea, les enseñó a los griegos una particular forma de educar a la niñez: exaltar los valores de la nobleza, la generosidad, la constancia, la fidelidad, el valor y la abnegación. Tiempo después, Hesíodo, especialista en temas de ética y justicia humana, entregó a los griegos una exégesis de valores con los cuales influyó de manera positiva en la ética griega. Esta tradición de enseñanza la continuaron Sófocles y Eurípides, desde sus obras trágicas, al concebir una propuesta educativa por medio del teatro. Esta tradición se convirtió en una de las más importantes formas de transmitir la educación; al tiempo, ambos autores aportaron a la educación infantil con su método de “reflexión práctica” frente a las artes, la danza, la música y los sentimientos de temor y comprensión para con los ciudadanos. En esta tradición educativa entra en escena uno de los más grandes y prolíferos escritores griegos: Platón, quien en sus Diálogos, especialmente en el de La República, introdujo un énfasis particular en la importancia de la educación de los niños, esto es, en el aspecto político, estético, filosófico y de comportamiento ante el Estado. Platón además consideró la educación como la única vía posible de llegar a una vida justa en la polis o el Estado. Esta vía, dice Platón, se consigue mediante la práctica de la auténtica filosofía, es decir, desde la práctica humana de lo bueno y de lo justo, tanto en lo personal como en lo atinente a los asuntos del Estado. Luego Aristóteles, discípulo de Platón, recontextualizó el concepto del bien: lo transformó en el principio filosófico de la virtud, medio a través del cual el hombre puede, a partir de su práctica, encontrar la felicidad (eudeimonía). Aristóteles es uno de los autores clásicos que nombra al niño como un ser de necesidades específicas frente a la educación. Además, se da a la tarea de pensar y reflexionar en torno a una metodología

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educativa apropiada para los ciudadanos griegos; por ejemplo, habla de los diferentes periodos o estados que deberían tener esta formación en los niños: Hasta los 2 años (primer periodo) conviene ir endureciendo a los niños, acostumbrándoles a dificultades como el frío (…). En el periodo subsiguiente, hasta la edad de 5 años, tiempo en que todavía no es bueno orientarlos a un estudio ni a trabajos coactivos a fin de que esto no impida el crecimiento, se les debe, no obstante, permitir bastante movimiento para evitar la inactividad corporal; y este ejercicio puede obtenerse por varios sistemas, especialmente por el juego (…). La mayoría de los juegos de la infancia deberían ser imitaciones de las ocupaciones serias de la edad futura (Aristóteles, 1981).

Siglos más tarde, san Agustín, autor destacado dentro de la tradición cristiana, expondría la tesis de que el hombre nace del pecado y que el niño es la imagen viva de este, ya que es a partir de su concepción como el hombre pone en acto la remembranza del pecado primero, es decir, el del acto sexual, concebido como un acto de impureza y de corrupción humanas (Wohl, 2001). Este planteamiento agustiniano llevó a las gentes de su tiempo a alejar a los niños de sus hogares, así como a separarlos del amor y de los cuidados maternales, al tiempo que en el aspecto social se llegó a considerar a los niños como un completo disgusto (San Agustín, 2001, § 354-430). Este tipo de comportamiento condujo además a infinidad de abortos y abandonos, así como a la entrega de los niños al cuidado y la protección de nodrizas. Asimismo, los niños en esta época fueron los provocadores número uno de fantasías aberrantes y antihumanas, de recelos, fobias y desconfianzas. Sus padres los pusieron en los lugares más indecorosos en los planos mental y físico, e incluso los daban como parte de intercambios comerciales y los usaban al acomodo de sus propios intereses mezquinos (Ariès, 1983).

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Esta idea de que el niño encarnaba al mal, por herencia del pecado original de Adán y Eva, llevó a los discursos futuros acerca del niño a un conservacionismo sin límites. Así, por ejemplo, la filosofía de Burke sostuvo que “la naturaleza humana es mala y anárquica de por sí y, por lo tanto, es necesario instruir a la gente en la ética y garantizar así la conducta responsable” (1989, p. 208). Esta idea llevó a la sociedad de su época a malinterpretar los impulsos de los niños, lo que provocó el desarrollo de un sistema educativo que no proporcionaba conocimientos, sino que enseñaba la ética y la decencia por medio de maltratos, golpes y torturas, con el único propósito de corregir las tendencias perniciosas que de manera intrínseca se encontraban en los niños. Locke es el autor que se encargaría de darle un giro a la historia del niño en cuanto objeto del mal, lo cual fue difundido por medio de esta máxima: “El niño es como una pizarra en blanco donde no hay nada escrito y por lo tanto no es malo ni bueno” (1986, p. 23). Como puede notarse, esta frase le da al niño un nuevo lugar, un lugar de vacío, pero por lo menos le otorga un beneficio por fuera del mal. Con este nuevo lugar, tal filosofía se afanó por demostrar que la personalidad y todos los rasgos particulares de los niños pueden ser introducidos y moldeados por medio de sus padres y de su educación, ya que, según él, los niños solo aprenden el mundo a través de las experiencias sensoriales, dado que su mente está en blanco y no tienen conocimientos ni habilidades innatas, pues estas deben ser aprendidas y enseñadas. En el siglo XVII cambia radicalmente la percepción del niño: pasa de ser una pizarra en blanco a ser como una especie de ángel en estado de pureza. Se aseveraba en esta época que los niños podían ver el cielo y a los seres angelicales que rodean al trono de Dios. Este pensamiento se fundamentó en la nueva creencia de que la herencia del pecado original no los había tocado.

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Esta bondad esencial le permitió al niño ocupar el lugar de salvador de los adultos, porque por medio de su pureza esencial, él podía guiar a los adultos hacia una tierra de luz y calma, lejos de la destrucción amenazante del mundo real. Hacia 1762, los pensamientos acerca de que el estado de bondad del niño y sus impulsos naturales debían ser aceptados como un principio fueron demandados por Rousseau, como se infiere de su máxima: “El niño nace bueno y es la sociedad quien lo corrompe” (1973, p. 67). Con esta logra ubicar al niño en un lugar, por primera vez, realmente privilegiado, el cual no solo le devuelve su humanidad y su deseo como ser de lenguaje, sino que le proporciona, por medio de la voz de este autor, una denuncia pública a la forma como los niños eran educados y tratados en su tiempo. En El Emilio, Rousseau (1973) presenta una propuesta educativa ideal: el naturalismo, propuesta que se fundamentó en el alejamiento del niño de la sociedad, con el fin de que no fuese corrompido por esta. Para Rousseau, la educación debe entender al niño, satisfacer sus necesidades y mejorar sus intereses naturales (1973). Solo a partir de este tipo de formación se obtendría un buen ser humano, libre y respetuoso de la vida, la naturaleza y las leyes del mundo. Para él, un niño feliz es un niño alegre y libre, alejado del aprendizaje obligado y del esfuerzo del trabajo físico. Rousseau se propuso que se escuchara al niño en su demanda de ser una persona; sin embargo, a pesar de su magnífico aporte, el autor deja por fuera la naturaleza sexuada del niño, al concentrarse específicamente en su formación académica, cultural y política a partir de una educación naturalista. En 1814 se dio por terminado en Inglaterra el método de educación del aprendizaje obligatorio de los niños. Al tiempo, las desmedidas fuerzas de la industrialización produjeron el aumento del trabajo remunerado,

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a partir de lo cual se disminuyó en gran medida la servidumbre y los trabajos físicos de los niños. Debido a este nuevo paradigma económico, los niños pudieron regresar a vivir con sus familias por periodos más extensos (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura [Unesco], 1993, pp. 279-297), y así comenzó una nueva era para ellos. Para 1859, el mundo conoció con avidez y emoción la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin, gracias a la cual este autor lograría contradecir el imperio teológico-cristiano reinante hasta su tiempo. La teoría darwiniana se basó en la explicación de cómo las distintas especies vivas deben luchar por su supervivencia en la tierra. Esta nueva forma de logos humana tuvo una perspectiva de base puramente biológico-organicista, lo cual, por supuesto, puso al niño en una nueva posición: la de la teoría evolucionista. Esta, si bien lo favorecía y lo apartaba un poco de lo divino y lo demoniaco, también lo dejaba al amparo del mero organismo, por fuera del lenguaje y, por ende, del deseo y la sexualidad. Darwin dio a la humanidad una explicación positivista de la creación y evolución del hombre; en consecuencia, dejó por fuera elementos esenciales como los psíquicos y su relación con la sexualidad, además de la radical importancia de la función del lenguaje en la constitución de un sujeto, ya que aunque todo niño nace con un organismo que evoluciona y se adapta, este, para convertirse en un cuerpo y asumirse como tal, requiere atravesar por un proceso de constitución psíquica que une la realidad externa con la interna vía de lo simbólico, desde y a partir del lenguaje. Más tarde, a principios del siglo XX, la humanidad conocería un nuevo paradigma teórico: el psicoanálisis, el cual cambiaría radicalmente todas las concepciones históricas anteriores acerca del niño (Asociación Psicoanalítica del Uruguay, 2012, pp. 154-173). El padre

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del psicoanálisis, Sigmund Freud, con su singularidad de pensamiento y a partir de la práctica clínica con pacientes neuróticos, logró sentar una posición racional frente al lugar del niño en el mundo. Dicho aporte no solo le valió un reconocimiento por sus contribuciones al desarrollo del pensamiento humano, sino también innumerables enemigos y opositores, dado que con sus logros le otorgó a la sexualidad humana un estatus simbólico, el cual se construye a partir de la historia particular de cada sujeto en la infancia. Dicho descubrimiento tiene un mayor fundamental: el hecho de que el sujeto en su estructuración simbólica no es atravesado por lo biológico. SIGMUND FREUD Y SU TEORÍA PSICOANALÍTICA ACERCA DEL NIÑO

Freud, médico neurólogo austriaco, es el primer pensador que se atrevió a ligar la sexualidad infantil con lo inconsciente, lo que permite que se explique la forma en que el niño, como sujeto, se articula psíquica y orgánicamente en su relación pulsional con el otro (Freud, 1993, p. 56). El descubrimiento de Freud en la constitución del niño en sujeto se basó fundamentalmente en el inconsciente; de hecho, por medio de su teoría del Edipo y de la castración, el autor ya avizoraba estos planteamientos tiempo antes de su práctica clínica. Así puede verse en esta carta escrita a su amigo Fliess, del 15 de octubre de 1897: Es un buen ejercicio ser completamente sincero con uno mismo. He tenido solo una idea que tenga un valor general. Encontré en mí, como por otra parte en todos, sentimientos de amor hacia mi madre y de celos hacia mi padre, y creo que son sentimientos comunes a todos los niños (…). Todo espectador fue un día un Edipo en germen, en imaginación, y se horrorizó ante la realización de su sueño representado como si fuese real sobre la escena, y su horror mide la represión que separa su estado infantil de su estado actual (Freud, 2012, p. 41).

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En esta carta, el padre del psicoanálisis estaba ya sentando la posición teórica que daría paso a la nueva y, hasta el momento, más revolucionaria concepción del niño que la historia haya conocido hasta el momento. Para Freud, tal como lo indicó en esta carta, el complejo de Edipo es un proceso de seducción que implica directamente al padre en el momento en que, por ejemplo, el niño se ve abocado por un amor sin límites hacia la madre, y al tiempo de la madre por él (1925). La función paterna —que funcionará como metáfora de ley durante la vida del sujeto— sería entonces la de poner límite a este amor incestuoso entre la madre y el hijo por medio de la ley. Este proceso paterno se instaura en el niño a partir de un dispositivo que amarra las dimensiones de lo imaginario y lo real, las cuales le permiten al niño, vía lo simbólico, construir su propio deseo y transformar el amor incestuoso por un amor filial. Así, el sujeto queda expuesto a los devenires de la sexualidad y al reconocimiento de su lugar de sujeto en falta, es decir, se da un movimiento que orienta al sujeto hacia el objeto de deseo, y al mismo tiempo se le hace imposible la aprehensión de este en la realidad. Tal movimiento implica una búsqueda infinita, ya que no es posible encontrar un objeto que se adecúe al deseo primero, el de la madre. De ahí que los objetos que en adelante elegirá tendrán su semblante pero nunca serán el mismo. Así, él podrá desplazar su deseo hacia diferentes objetos de amor, y al mismo tiempo, esta operación simbólica lo mantendrá en la posibilidad de mantener vivo su deseo (Sauval, 1963). Esto quiere decir que el sujeto es sujeto no solo por estar sujetado al lenguaje, sino también por no poder hacer suyo el objeto de deseo, el de la madre, ubicándose como un sujeto en falta. Esta falla fundamental de la constitución subjetiva le hace posible al sujeto entrar en el circuito metonímico del deseo por medio del lenguaje, es decir, de la expresión lingüística que le permite expresar algo acerca de aquello

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que le atrae en calidad de reemplazo del objeto imposible, inalcanzable. Para Freud, lo que realmente importa en el proceso de castración y Edipo en el niño es la posición de este frente al deseo, así como la posición del deseo de sus padres hacia él (Freud, 1905, p. 87). Esto lleva a pensar que para Freud, si bien la constitución estructural del niño está atravesada por ambos padres, es el movimiento inconsciente del padre frente a la simbolización de la ley lo que posibilita el advenimiento simbólico del sujeto al mundo del lenguaje y del deseo. Esta fórmula vale solamente para la neurosis, mas no para la perversión y la psicosis, estructuras en las que no se cumple esta misma fórmula (Freud, 2011). Por ejemplo, en la perversión, el sujeto se encuentra con la negación inconsciente de la madre por aceptar su falta, su deseo femenino frente al padre; en tanto del lado del padre habría una total imposibilidad para poner límite a esa madre e imponer su ley en lo simbólico, con la cual se podría hacer frente a la negación de la madre de su papel como objeto causa de deseo. También del lado del padre se resalta su impotencia por separar al hijo del amor desmesurado por la madre, lo que deja abierto el camino a la denegación, “mecanismo de defensa mediante el cual el sujeto expresa de manera negativa un deseo o un pensamiento cuya presencia o existencia niega” (Freud, 1925, p. 34). En este caso, la elección como sujeto se pone del lado de la perversión. Respecto a la psicosis, el no deseo inconsciente de la madre por el niño lo pone en el lugar de objeto, pero no de cualquier objeto: es un objeto de des-hecho. Esta posición materna, sumada a la impotencia del padre para hacer efectiva la castración simbólica del niño, es lo que se conoce como la forclusión, es decir, el no reconocimiento de la falta, que se ve expresada en la falla de la función simbólica de los padres. Estos dos rasgos paternos integrados es lo que imposibilita la entrada al mundo del deseo de un sujeto.

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El aporte freudiano al discurso del lugar del niño es fundamental, en tanto que sus teorizaciones avanzan de la concepción organicista, antropológica y filosófica, a una concepción de sujeto atravesado por la sexualidad, las pulsiones y, constituido por las leyes del lenguaje y del deseo (Lefort, 1995, p. 20). LACAN Y EL NIÑO EN LA FUNCIÓN PSÍQUICA DE LA FAMILIA

Desde el aporte del psicoanálisis se encuentra un pensador contemporáneo fundamental: Jaques Lacan, cuyas ideas no solo darían un nuevo rumbo al ordenamiento del saber psicoanalítico, sino además una nueva lectura al aporte freudiano fundamentada en la pulsión. Lacan cimienta sus conceptualizaciones en la relectura de Freud con aportes de los fundamentos de la filosofía, la topología y la lingüística; disciplinas que él tradujo a la luz de la teoría del sujeto de deseo para extraer de ellas su contribución en la materia. Aunque muchos han sido los aportes de Lacan al psicoanálisis posfreudiano, en este texto solo se hará referencia a algunos de ellos, en función de dar mayor claridad a la comprensión del discurso psicoanalítico sobre el niño. Así, lo que se plantea en Freud como Edipo y castración, en Lacan es nombrado como familia; pero no cualquier familia, sino una que ha de ser entendida a partir de la realidad psíquica con su función en el devenir del sujeto desde el lugar de síntoma (neurosis), fantasma del deseo materno (perversión) u objeto del goce materno (psicosis). Como se puede notar, esta forma de ver la familia nada tiene que ver con la familia biológica entendida desde lo tradicional en lo social. Para Lacan, la familia tiene una función puramente psíquica, la cual puede ser desempeñada por cualquier persona que haga la función de articular la ley al deseo. En este sentido, el padre no

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necesariamente es biológico y puede, o no, cumplir con el rol social que se le asigna como cuidador y proveedor económico; lo fundamental es que este padre cumpla con la operación de inscribir al sujeto en las coordenadas del deseo y de la ley, lo cual permitirá la regulación del sujeto en el mundo de lo simbólico (Lacan, 1969, p. 54). Es importante, además, señalar los tres registros en los que opera el padre para el sujeto (niño), que son de radical importancia en la estructuración del sujeto: el padre imaginario, que es aquel que el niño imagina, por ejemplo, el todopoderoso, sin tacha, omnipotente; el padre real, aquel que lo hace sufrir, y el padre simbólico, aquel que hace efectiva la articulación de la realidad psíquica con la realidad exterior. Ninguno de estos padres se refiere al padre de carne y hueso; su característica es una función que se ejerce independiente de quién lo haga, funcionan en el psiquismo del sujeto y son fundamentales para su constitución. El aporte más importante de Lacan (1969), frente al descubrimiento freudiano con respecto a la pulsión, es tratar de ubicar la función psíquica de la familia y el lugar del concepto de goce, que se puede traducir como placer en el sufrimiento, por cuanto se refiere a que el sujeto puede expresar e incluso permitirse dar rienda suelta a la pulsión y, al mismo tiempo, le pone límite mediante la consciencia de culpa. En este sentido, la culpa es lo que le permite al niño separarse del deseo incestuoso por su madre y convertirlo en amor filial, a la vez que comprender que su elección sexual debe hacerse por fuera de la madre. Finalmente, se puede concluir que, en la contemporaneidad, a partir de la teoría lacaniana influenciada por los estudios e interpretación de la obra freudiana, se inaugura desde la disciplina psicoanalítica una nueva perspectiva para el niño: la del lenguaje-sujeto de deseo. Este sujeto del lenguaje está determinado por la palabra desde antes de su nacimiento, no solo en lo atinente a

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su estatuto, sino también a la llegada al mundo de su ser biológico. Y es sujeto del deseo porque ese lenguaje, instaurado por medio del deseo mismo de sus padres, le permite ser connaturalmente deseante. Para argumentar lo anterior, Lacan sitúa dos momentos genéticos significativos en la estructuración del sujeto niño: el estadio del espejo y el juego del fortda (1969). Lacan volverá a desplegar el Edipo a partir de la sucesión de los conceptos de castración, frustración y privación, y con estos elementos explica cómo para el adulto el niño es un fantasma: El de un ser querido que es amado o que habría debido serlo, deseado o no. Pero es así mismo un ser que puede ser dominado, presa ideal de todas las tentativas de domesticación de su goce, desde el punto de vista del niño, el adulto representa un ideal de dominio (Lacan, 1999).

Asimismo, la teoría lacaniana posibilita la comprensión maravillosa y distintiva de que tanto el niño como el adulto son tipos de personas; entonces, evidentemente hace falta tiempo para pasar el uno con el otro, lo cual necesariamente da una conclusión que rompe con toda la historia conceptual del niño: “El niño no es una persona grande”. Además es necesario entender estas conceptualizaciones desde distintos niveles: a. En el nivel del significante, el niño es un hablante ser, dividido por el significante. b. En términos del goce, el niño no dispone del acto sexual. Al no tener acceso al goce sexual que pasa por la puesta en acto del deseo del otro, debe contentarse con un goce puramente masturbatorio. c. En el plano de la historia, es decir, la experiencia de vida, el niño puede aprender a saber, aun cuando esta adquisición de un saber suplementario no es homogénea al saber inconsciente.

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d. A nivel del acto, el hecho de que el niño sea definido en el discurso del amo —por no disponer de los medios para sostener su acto— no quiere decir que no pueda plantearlo. CONCLUSIONES

Puede señalarse que el lugar del niño en la historia ha pasado por variados momentos, desde ser la representación de lo demoniaco, hasta pasar a significar lo angelical, una tábula rasa o un simple organismo viviente, hasta obtener un lugar de reconocimiento de deseo, pero sin sexualidad. Visto así, la historia en torno al lugar del niño en el mundo antes del surgimiento de la teoría psicoanalítica estuvo impregnada del desconocimiento de los determinantes psíquicos del sujeto, esto es, la pulsión, la sexualidad, el deseo, el goce y la familia como funciones psíquicas, lo que significa que al tiempo desconoció el lugar del niño como sujeto del inconsciente. En consecuencia, el discurso psicoanalítico le otorga al niño el reconocimiento de sujeto, y desde entonces el lugar del niño ya nunca será el mismo, ya que esta disciplina logra darle un lugar de singularidad que se opone al discurso científico, el cual, como bien se pudo demostrar desde la teoría darwiniana, lo colectiviza, lo pone en el lugar de objeto de la ciencia y lo borra como sujeto de deseo. En palabras de Lagos: El niño es conceptualizado como sujeto, y como tal tiene un lugar en el deseo de la madre desde antes de su nacimiento, es un deseo que puede ser de vida o de muerte, que puede estar presente o ausente, pero hay un deseo que lo marca, como un antecedente lógico que va a guiar de alguna manera su subjetividad. En el psicoanálisis lacaniano la constitución del sujeto no responde a una temporalidad evolutiva ni lineal, sino que responde a otra lógica (2011).

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