Edita: Subdelegación de Defensa en Lleida. Primera edición: abril de de las fotos: los autores. de los textos: los autores

Edita: Subdelegación de Defensa en Lleida Primera edición: abril de 2015 © de las fotos: los autores © de los textos: los autores ISBN: 978-84-606-7
Author:  Arturo Rey Soriano

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Edita: Subdelegación de Defensa en Lleida

Primera edición: abril de 2015 © de las fotos: los autores © de los textos: los autores

ISBN: 978-84-606-7273-9 DL L 532-2015

Un paseo por el Servicio Militar desde y en las tierras de Lleida

Un paseo por el Servicio Militar desde y en las tierras de Lleida

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Índice Presentación: Una visión femenina A modo de primer paso Los lugares: Soldados, mili y castillos Los campamentos militares del Pallars Jussà El campamento de instrucción de Mas de Mascarell La Seu d´Urgell y los soldados del Arapiles 62 Vielha y su Compañía de Esquiadores Escaladores La huella impresa: Soldados y maquis en el Pallars y en el Valle de Arán Almogávares a la fuerza Aventuras de un campesino catalán en el Ejército Español Recuerdos intranscendentes de un coronel Las diferentes miradas: La mili como aprendizaje de vida El tiempo perdido Mi paso por Gardeny Los llamados vikingos Historias de mi p…(ropia) mili Notas de un pionero Recuerdos de un soldado voluntario El uniforme del soldado Recuerdos de un artillero de montaña, que aún sigue… Sacar provecho del Servicio Militar Memoria de un maestro de banda Un maestro y deportista en el cuartel La mili en ferrocarriles Cumplir el Servicio Militar fuera de la Península Otras visiones: El ojo de un fotógrafo La mirada… de un humorista El boceto de un pintor Ranchos y alegrías gustativas en misión… El Servicio Militar y su lenguaje Recuerdos de una colaboración de la Generalitat de Catalunya con el Servicio Militar en las tierras de Lleida. Con el ganado a cuestas El soldado y el servicio religioso Blogueros de la mili Soldados veteranos en Viella a través de la red Los últimos de la mili, según… Comentarios extraídos del libro de visitas de la exposición: Fer el soldat a les terres de Lleida

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PRESENTACIÓN: Una visión femenina Debo reconocer que mi experiencia sobre el Servicio Militar es algo diferente al conjunto de relatos de este libro, ya que yo, evidentemente, no he hecho la mili, pero creo que mi visión femenina complementa una parte de esa sociedad inmersa en una época en la que el cumplimiento del Servicio Militar tenía, obligatoriamente, un papel fundamental a la hora de planificar el futuro inmediato de nuestros jóvenes. Mi experiencia con el ejército comienza en mi niñez, cuando mi abuela y mi padre me contaban emocionantes historias sobre Tetuán, donde mi abuelo era general de división. Más tarde viví la mili de una forma más directa cuando mi novio y actual marido hizo milicias universitarias. Estuve 12 meses, repartidos en dos periodos, más alejada de él de lo que yo hubiera deseado. Eran tiempos difíciles para sobrellevar la distancia. No existían las nuevas tecnologías y la comunicación era principalmente a través de carta y, si se podía, excepcionalmente, a través del teléfono. ¡Qué diferente sería hoy en día con el email, el móvil o la videoconferencia! En realidad yo tuve suerte de que su destino fuera en la península. Con este testimonio quiero rendir homenaje a todas aquellas esposas, madres, novias y hermanas, a las que sus seres queridos fueron enviados fuera de la península, en condiciones de vida muy duras y pasando situaciones de verdadero peligro. ¡No puedo ni imaginar lo que la separación significó para ellas! Pese a lo anterior, el Servicio Militar también nos supuso a las mujeres, divertidas veladas (o no) en las que los hombres nos explicaban sus experiencias en los cuarteles durante el servicio militar. Ya se sabe, reuniones de matrimonios jóvenes en que los hombres explicaban su mili y nosotras hablábamos de nuestros embarazos y partos. Experiencias personales e intransferibles. Hoy en día, con el paso de los años, aún oigo a personas hablar de su experiencia en la mili, experiencias muy parecidas a las que se relatan en este libro. Sé que hay quién lo pasó realmente mal, pero para la mayoría fue positivo, destacando principalmente las palabras “amistad” y “compañerismo”, ya que muchos hicieron verdaderos amigos que, a día de hoy, aún conservan. 7|

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Recientemente, un amigo me preguntó qué tenían que hacer para poder visitar la Academia General Básica de Suboficiales de Talarn, ya que toda su quinta se reunía periódicamente y este año querían visitar el lugar donde hicieron el campamento y la jura de bandera. Para ellos, estas reuniones son especialmente emotivas, divertidas y entrañables. Desde mi visión como madre y observadora de la juventud actual, creo que sería muy positivo que los jóvenes de hoy en día, mujeres y hombres, tuvieran una experiencia parecida a lo que en su día fue el Servicio Militar. Carecer de las comodidades y protección que les proporcionamos los padres y aprender a valerse por sí mismos. Tener los beneficios de la disciplina, del compañerismo, del sacrificio, y de la familia, sería como un antídoto para contrarrestar la problemática de los llamados “adolescentes del bienestar” y los “ninis”. Creo que, basándome en mi experiencia, en esta última afirmación estarían de acuerdo muchos de los familiares de adolescentes que conozco. Finalmente quiero agradecer al coronel Pablo Martínez Delgado que, en primer lugar, haya sido el propulsor de este interesante libro y, en segundo lugar, me haya dado la posibilidad de participar en él. Inma Manso Ferrándiz Subdelegada del Gobierno en Lleida

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Las Cortes Generales expresan su reconocimiento a todos los españoles que, cumpliendo con sus obligaciones, sirvieron a España mediante la realización del Servicio Militar y rinde especial homenaje a aquellos que perdieron la vida. Disposición final octava de la Ley 39/2007, de 19 de noviembre, de la Carrera Militar.

Placa de homenaje, por parte del Ayuntamiento y la Universidad de Lleida, a los jóvenes que realizaron el Servicio Militar en la meseta de Gardeny en dicha ciudad. En segundo término, estatua del soldado zapador que estuvo ubicada en dicha meseta mientras las instalaciones fueron militares. Hoy dichos edificios acogen al Parque Científico y Tecnológico Agroalimentario de Lleida. Subdelegación de Defensa. 2012

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A modo de primer paso “Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces”. Esta cita del poeta latino Marco Valerio Marcial viene al caso de lo que pretende este libro: recoger algunos de los testimonios gráficos y escritos de aquellos jóvenes que hicieron el servicio militar en las unidades de Lleida, en su gran mayoría unidades de montaña, y que permiten evocar recuerdos y añoranzas de un tiempo físico, emocional y vital que no volverá. Hace 20 años que en Lleida capital no se ven soldados de la División Urgel nº 4. Aquella marea uniformada que bajaba desde los cuarteles de Gardeny e invadía la ciudad por la calle Alcalde Costa o el barrio de la Mariola es historia. Dos años antes, en Seu d’Urgel, se producía la misma historia con los soldados del Regimiento Arapiles nº 62, que abandonaban la meseta de Castellciutat. En el año 2000, con la suspensión del Servicio Militar a las puertas, la Compañía de Esquiadores y Escaladores de Viella dejaba el Valle de Arán, aunque su memoria sigue viva por parte de los veteranos que organizan desde hace 6 años su encuentro anual. En la provincia de Lleida sólo queda como recuerdo militar vivo el antiguo Campamento General Martín Alonso, que hoy acoge a la Academia General Básica de Suboficiales, pero que en su momento fue campamento de instrucción de reclutas y destino de soldados que realizaron su mili en este rincón del Pallars. Este libro es la historia de muchos jóvenes llamados a filas después de la Guerra Civil hasta la desaparición de las diferentes unidades en la provincia y la posterior suspensión del Servicio Militar en el año 2001, lugar y tiempo que ha formado parte de la memoria colectiva de muchas generaciones de españoles que, viniendo de diferentes puntos de España, han conocido en sus marchas las cumbres del Pirineo leridano, en sus ejercicios y maniobras han percibido el olor de sus valles y se han mezclado con sus gentes en las calles de Lleida vistiendo el uniforme de soldado. Estos soldados que quisieron plasmar aquellos momentos vividos en fotografías, guardadas, durante años, en algún álbum o cajón y hoy han decidido compartirlas 11 |

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con la Subdelegación de Defensa en Lleida para hacer posible este relato grafico-literario, que, si bien, no recogerá la mili particular que pasó cada uno de ellos, sí, al menos, será un paseo por la memoria de todos los lugares comunes que la vida en el ejército planteaba. El libro combina las fotos con los textos de personas vinculadas a estas tierras del poniente catalán que, también generosamente, han querido plasmar por escrito esas situaciones comunes y vivencias que ahora, con su lectura, pueden rescatar del pasado. Queda dar las gracias a los que nos han cedido las fotografías y han elaborado los relatos que nos llevan de la mano por un paisaje y un tiempo concretos. Coronel Pablo Martínez Delgado Subdelegado de Defensa en Lleida

Soldados de marcha por el valle de Arán. J. Plá. 1969

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|Los lugares

Entrada del campamento de reclutas de la IV Región Militar. Antonio Uriach. 1959

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Soldados, mili y castillos Mi amor por la Historia lo he tenido desde niño. Tanto las armas de juguete como los soldaditos (más de plástico que de plomo), tanto las lecturas de tebeos como el visionado de películas “de guerra”, fueron una bonita manera de empezar a conocer el pasado de la humanidad. Nos guste o no, la violencia siempre ha sido (y desgraciadamente sigue siéndolo) una fiel compañera en la evolución del homo sapiens. De todas maneras disfrutar conociendo con detalle nuestro pasado bélico, que tanta importancia ha tenido para ser lo que somos hoy, no me ha hecho ser más violento, más bien todo lo contrario. Esta especie de contradicción tiene un recuerdo primerizo cuando tendría unos ocho años y al encender las luces del cine Cataluña un soldado se ajustaba su uniforme y yo me quedé fascinado mirándole. Mi madre le dijo: -Es que le gustan mucho los “soldaditos”. Y él le contestó con toda sinceridad: -No pensará lo mismo cuando sea mayor. La respuesta me sorprendió mucho, pero... ¡cuánta razón tenía! Con el tiempo me dediqué a formalizar en la universidad mi afición por la Historia y eso me permitió pedir prórroga tras prórroga hasta licenciarme en 1976. Después de haber fracasado en las pruebas físicas para intentar hacer milicias universitarias (no pude subir la cuerda pues el gimnasio al que fuimos en Barcelona no nos preparó bien; no obstante conseguí saltar el caballo, cosa que nunca había hecho antes). Por lo tanto me resigné a empezar como recluta en enero del 77 y aceptar mi destino en el CIR de Santa Ana de Cáceres. El primer día subimos a Gardeny para bajar inmediatamente en camión militar a la estación del ferrocarril de Lleida (siempre me he preguntado por qué no pudimos ir directamente aquí, pero tal vez la primera lección era esa: no preguntar y obedecer...). La vida en el campamento resultó curiosa, pero llegué a la conclusión que lo único que importaba era desfilar bien para el día de la Jura de Bandera, a la cual vinieron mis padres y yo estaba orgulloso de estar en primera fila con la instrucción bien aprendida. La verdad es que aparte de conocer mejor la hermo15 |

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sa ciudad extremeña poco aprendí; recuerdo unas clases sobre tiro que eran un ejemplo de cómo no hay que enseñar o el único día que fuimos a usar el CETME o cuando el oficial felicitó al imaginaria por haber ido tapando a los compañeros durante la noche (me sorprendió mucho la supuesta virilidad que debíamos manifestar con ese detalle protector ¿una nueva contradicción?) La verdad es que allí comprobé que mi infantil afición por lo militar no tenía nada que ver con la realidad que estaba viviendo. Después de casi tres semanas sin haber salido del CIR, un eficiente servicio privado de autocares cada fin de semana nos acercaba a nuestra añorada casa; recuerdo la emoción del primer viaje cuando me desperté justo al entrar en Cataluña por la N-II y ver los queridos tossales del bajo Segre, repletos de yacimientos arqueológicos por explorar, iluminados por el color rojizo del sol al amanecer y sentir que volvía a casa ¡qué eso era posible! Una vez convertido en soldado quedaba lo peor; un largo año que había que pasar en el Servicio Geográfico del Ejército, gracias a algún contacto a través de un vecino militar. Yo me las daba de afortunado pues allí podría tener acceso a la cartografía antigua y Madrid estaba algo más cerca de Lleida, además de poder relacionarte con el mundo arqueológico de la capital. Esa ilusión desapareció rápidamente al comprobar que era llevado a Aranjuez, al destacamento que custodiaba los planos militares en el gran almacén allí existente. A los tres primeros meses de hacer 41 guardias y de leerme toda la obra de Hemingway, sucedieron otros nueve llenos de monotonía y de tremenda nostalgia por mi trabajo, mi amada ciudad, mis padres y mi novia. El destino de administrativo del capitán no era malo y él una buena persona que se extrañaba que nos entendiéramos en catalán con mi compañero predecesor, al enseñarme lo que había que hacer. Las tardes libres permitían pasear mucho y así llegué a conocer muy bien la ciudad, su palacio y el Tajo, así como los alrededores: Oreja, Seseña, Pinto, Valdemoro, etc. También iba a ver casi todo lo que hacían en el único cine que había, y en la tele veía los miércoles, a la hora de la siesta, un magnífico documental de historia: “Europa, poderoso continente”. Se trataba de adaptarse a lo que tocaba vivir y pasarlo lo mejor posible, sin renunciar a lo que uno era. Balance general después de la licencia: una experiencia de tiempo perdido trabajando casi gratuitamente para mantener la maquinaria de un ejército que aún no vislumbraba su profesionalización general, un servicio para mí poco útil al Estado y la definitiva confirmación de que el autoritarismo, las órdenes ciegas, no iban conmigo... De todos modos, si bien lo militar ya no me atraía como cuando era niño, sí que me siguió interesando su importante relación con la Historia. Mi amor por las “piedras” encontró un especial interés por las construcciones defensivas. Los castillos siempre han sido y son una debilidad para mi curiosidad científica. Pero tengo que | 16

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decir con satisfacción que en mi profesión, junto con otros compañeros, no me conformé con los más conocidos de época medieval, sino que busqué fortificaciones en época ibérica y finalmente en contra de la opinión reinante, demostramos la existencia de fosos en la mayoría de asentamientos de aquella época en todo el antiguo territorio ilergeta. Igualmente puedo considerarme haber sido pionero de los estudios de las torres de telegrafía óptica de la línea militar Madrid -Barcelona a su paso por Lleida o también de haber publicado en un lejano 1988 el potencial arqueológico de las defensas conservadas de la última Guerra Civil. No obstante creo que el estudio y la divulgación del valor patrimonial de las fortalezas modernas, han sido y son, junto con la Fundació Fortaleses Catalanes, uno de los tozudos logros profesionales. Insistir en la importancia histórica de las impresionantes construcciones abaluartadas que hay por todo el país, independientemente de los condicionamientos ideológicos que para muchos las han hecho ignorarlas, o lo que es peor deteriorarlas. Probablemente el querido Castillo de Lleida, el actual conjunto monumental del Turó de la Seu Vella, en merecida candidatura a ser considerado Patrimonio Mundial, puedo considerarlo la niña de mis ojos. Las viejas murallas de la fortaleza construida entre los siglos XVII y XVIII fueron testigos de tantas horas de juegos infantiles y del paso a una soñadora juventud. La peculiaridad que en aquella maravillosa catedral hubiera soldados desde 1707 hasta 1948 es un hecho sorprendente. He podido conocer a entrañables veteranos que en aquellos últimos años de un cuartel tan artístico recuerdan sus largas milis y su paso por lo que hoy ven tan cambiado. No obstante, mi recuerdo de lo militar en Lleida no está en el imponente Turó, sino en el también querido Tossal de Gardeny en donde tantos jóvenes cumplieron su Servicio Militar y que con sus uniformes caquis llenaban la calle Mayor a las horas de paseo... ¡lástima que no hubiera podido ser yo uno de ellos! Joan-Ramon González Pérez Arqueólogo (Cap del Servei d’Arqueologia del Institut d’Estudis Ilerdencs de la Diputació de Lleida) y Presidente de la Associació Amics de la Seu Vella de Lleida

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Visión aérea de la meseta de Gardeny. En primer término el castillo templario de Gardeny de época medieval. En el centro el acuartelamiento Sanjurjo que albergaba las unidades de Infantería y de Ingenieros. Al fondo el acuartelamiento Templarios que albergaba a las unidades de Artillería y logísticas. En medio de los dos acuartelamientos las instalaciones deportivas. F. Gimena. 1994

Unidades de reclutas haciendo ensayos para la Jura de Bandera en el campamento General Martín Alonso. F. Subils. 1962

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Última Jura de Bandera en Gardeny. Del periódico La Mañana. 1993

Ejercicios de tiro con el fusil CETME en el campo de maniobras de Tragó de Noguera. E. Mora. 1992 19 |

| Un paseo por el Servicio Militar desde y en las tierras de Lleida Centinela del acuartelamiento Templarios con el modelo de mosquetón Mauser. J. A. Nieto 1961

Revista a las tropas por el Capitán General Pérez Viñeta en el Turó de la Seu Vella. J. Gómez. 1968

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Muchos soldados realizaron el periodo básico de instrucción militar lejos de sus lugares de origen. A finales de 1964 se crearon los Centros de Instrucción de Reclutas (CIR), repartidos por toda la Península y acogieron a multitud de jóvenes de distintas procedencias. La Jura de Bandera significaba el final de dicho periodo y era el momento en que la familia acompañaba al soldado en el último día de estancia en el CIR. CIR nº 3 de Cáceres. J.R. González. 1977

Desfile ante la autoridad militar en la Seu Vella, con el campanario de fondo, con motivo de la celebración de la toma de la ciudad de Lleida por las tropas nacionales en la Guerra Civil. J. Gómez. 1968

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Acto en el acuartelamiento Sanjurjo con la Seu Vella al fondo. A. Sanchez. 1978

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Los campamentos militares del Pallars Jussà A guisa de condiciones, tres son los aspectos concretos que me han señalado para confeccionar esta reseña: el servicio militar obligatorio como premisa temática, es decir, el qué; después de la Guerra Civil, para definir el momento o el cuándo y la Conca de Tremp para situarla geográficamente en el espacio, concretando el dónde. A mí me toca decidir ahora el cómo y no encuentro argumento mejor que ubicar la gran aventura en dos espacios y un tiempo, es decir, Mas de Mascarell y General Martín Alonso durante la segunda mitad del siglo XX. En efecto, en estos dos campamentos militares, próximos a las dos mayores localidades pallaresas, la Pobla de Segur y Tremp, se desarrolló la vida de cientos de naturales y miles de foráneos cumpliendo el servicio militar, aquéllos cerca de sus hogares y éstos, alejados de ellos, pero ambos en tan íntima relación que hoy en día aún mantienen estrechos vínculos de imperecedera amistad. No obstante, conviene dejar claro que la presencia militar en esta zona prepirenaica se puede medir en siglos pues existen noticias de ello desde tiempos inmemoriales al ser difícil sustraerse a su influencia si tenemos en cuenta que su situación geográfica fue la que propició su implicación, voluntaria o no, en el devenir histórico de la zona siendo sede coyuntural de tropas de muy diferente nacionalidad desde los lejanos tiempos de la dominación árabe, entre los siglos VIII y XI, así como de las invasiones francesas, tanto de milicias mercenarias como de huestes regladas, en los siglos XIV y XV y, más adelante, en los siglos XVIII y XIX con las Guerras de Sucesión, también con presencia de las tropas del archiduque Carlos, y nuevamente los franceses en la Guerra de la Independencia, amén de la presencia provisional de tropas de ambos lados en las tres Guerras Carlistas del siglo XIX y en la última Guerra Civil de 1936. Como es lógico, las usurpaciones temporales o provisionales del territorio municipal sólo dejaron caos y desolación sin que la presencia de las tropas supusiese beneficio alguno para una temerosa población que, en la mayoría de las ocasiones, tuvo que huir a las montañas cercanas dejando el campo libre al saqueo y devastación de sus propiedades. Sin embargo, también nos encontramos con la 23 |

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presencia de unidades militares, operativas o administrativas, que de forma oficial mantuvieron su sede en la Conca durante largos períodos de tiempo proporcionando seguridad a la población y aportando los suficientes recursos de todo tipo que bien se supo aprovechar para ayudar a su despegue económico y social. El penúltimo eslabón que unió a la Conca con la Institución militar y esta vez con carácter definitivo, comenzó a gestarse en 1947 cuando la División de Montaña nº 42 decide la construcción en la zona de un campamento de instrucción para los reclutas que se incorporaban a sus unidades. Se propone inicialmente la finca conocida como Segalins, cerca del pueblo de Sant Joan de Vinyafrescal pero, finalmente se decanta la decisión hacia los términos de Toralla y Torallola. En 1949 se instala un campamento de instrucción provisional en los terrenos de la parte oeste de los Segalins que tuvieron que abandonarse unos meses después ante la inminencia de la llegada del ferrocarril. En las cercanías de la Pobla de Segur seguían desarrollándose desde 1948 ejercicios y maniobras, especialmente los cursos de escalada aprovechando las posibilidades que ofrecía el desfiladero de Erinyà para realizar las prácticas sobre el terreno. Con todos estos antecedentes, las gestiones para la ubicación definitiva del campamento iban fructificando y en 1951 se hicieron realidad. Sobrevivió hasta junio de 1960 en el que cesó su actividad y pocos años después se enajenó a un empresario de la zona. Y, finalmente, el último eslabón que aún perdura firme y decidido, constituido por el Campamento, hasta no hace mucho llamado del General Martin Alonso y hoy en día rebautizado con el nombre de la unidad que lo ocupa, es decir, Academia General Básica de Suboficiales. Su gestación fue similar a la anterior, es decir, la Capitanía General de Cataluña a cuyo frente se encontraba el teniente general Martín Alonso, siente la necesidad de disponer de campamentos adecuados para las unidades que componían el Cuerpo de Ejército IV que guarnecía la Región Militar. Después de una exhaustiva actividad en la que numerosas comisiones militares recorrieron toda la geografía catalana se comenzó a vislumbrar la posibilidad de que Tremp fuese la elegida gracias a una actitud decidida de su Ayuntamiento, de la Cámara de Comercio y de la población, que supieron entender que su futuro pasaba por reencontrarse con el Ejército. La historia es larga y está llena de momentos decisivos en los que la buena voluntad y el afán de entendimiento llenaron los vacíos producidos por las expectativas de unos y las demandas de los otros. El resultado fue que ese mismo año comenzaron a confeccionarse proyectos previos de obras sobre un “campamento tipo” que podría trasladarse a cualquier zona que cumpliese unas condiciones estándar una vez que se escogiese su exacta ubicación. | 24

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Decidido que la sede del nuevo campamento fuese una zona a caballo de los municipios de Tremp y Talarn, los trabajos comenzaron en 1959 prolongándose cuatro años hasta que en 1963 fue inaugurado por el anterior jefe del Estado, aunque desde el comienzo fue utilizado simultaneando las actividades militares con una frenética construcción arrastrada por el incontenible entusiasmo del capitán general y las autoridades locales. Poco después, a raíz de la creación de los Campamentos de Instrucción de Reclutas (CIR,s.) en 1965 que se repartieron por toda la geografía nacional, el Campamento Militar “General Martín Alonso”, como se le denominó oficialmente, pasó por épocas de ostracismo siendo sede coyuntural de diversas actividades como fue el caso del CIRE (Campamento de Instrucción de Reclutas Especialistas), excedentes de los cursos de la Instrucción Premilitar Superior (IPS), entre 1966 y 1972, y de la Academia General Militar que lo utilizó para el desarrollo de dos Cursos Selectivos de ingreso en 1973 y 1974. Este mismo año se decidió que acogiese a la nueva Academia General Básica de Suboficiales, uno de los más modernos centros de enseñanza militar que encontró en la comarca el marco ideal para desarrollar sus actividades docentes. Hoy en día, después de 40 años, continúa firme y fiel en su amistad hacia toda la población pallaresa habiendo participado activamente en su desarrollo económico, social, cultural y deportivo a través de una colaboración sincera en la que han primado el respeto y el afecto hacia sus vecinos y a la realidad catalana. Emilio Fernández Maldonado General de Brigada de Infantería DEM (r). Hijo Adoptivo de Tremp

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Soldados levantando los cimientos del campamento General Martín Alonso. Antonio Uriach. 1960

Primeras estructuras de cemento y ladrillo de los edificios del campamento. Al fondo, el campamento de tiendas cónicas y los barracones done se alojaban los soldados que trabajaban en su construcción. Antonio Uriach. 1960

Jura de Bandera de la Agrupación de Voluntarios de la IV Región Militar en la explanada de actos del campamento. Andreu Gelabert. Fondo Gelabert del Archivo Comarcal del Pallars Jussá. 1963

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Desfile en la explanada de una compañía en la Jura de Bandera ante el numeroso público asistente. U. Diez.1959

Soldados bailando sardanas mezclados con familiares después de la primera Jura de Bandera que se realizó en el campamento. U. Diez. 1959

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Programa de actos con motivo de la Jura de Bandera de la Agrupación de Voluntarios que se realizó el 12 de octubre de 1963 en el campamento Martín Alonso. J. M. Navarro.

Banderín de recuerdo que algunos soldados se llevaban del campamento. J. M. Navarro. 1963

Postal de correos del campamento con sus instalaciones terminadas. J. M. Navarro. 1963

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El campamento de instrucción de Mas de Mascarell (1951-1960) Tras la finalización de la Guerra Civil, se estableció nuevamente la estructura y el despliegue de unidades militares en la provincia de Lleida con la constitución de la División Nº 43, posteriormente denominada División de Montaña nº 42. La División no contaba con un campamento de instrucción de reclutas por lo que desde 1947 se iniciaron las gestiones para localizar un emplazamiento adecuado. Todo ello fructificó, años después, con la elección de unos terrenos en la zona denominada Mas de Mascarell, cerca del pueblo de Toralla y muy próxima a la Pobla de Segur. La Pobla de Segur estaba entonces estrechamente relacionada con el ejército pues allí se había instalado el Cuartel General de la División durante el período en que ésta se encargó de la represión del maquis antifranquista y en sus alrededores se desarrollaban los cursos de escalada divisionarios. Las instalaciones se construyeron en pocos meses y el 8 de julio de 1951 tuvo lugar la primera jura de bandera en el campo municipal de deportes de la Pobla de Segur. Realizaban la instrucción en el Mas de Mascarell los reclutas de las unidades pertenecientes al Regimiento de Cazadores de Montaña nº 1 que incluía los batallones Navarra nº I, Albuera nº II y Cuenca nº III. De manera excepcional en 1953 se añadieron los reclutas del Regimiento de Artillería nº 21, en 1958 lo hicieron los del Regimiento de Cazadores de Montaña nº 2 que normalmente realizaban la instrucción en el Pla de les Forques (la Seu d’Urgel) y en la Molina y en 1960, en el último año de vida activa del campamento, los del Regimiento de Zapadores nº 4. La línea de ferrocarril que unía Lleida con la Pobla de Segur, y que fue inaugurada el mismo año que el campamento, era utilizada para el traslado de los reclutas cuya procedencia geográfica era diversa. Eran numerosos los residentes en las cuatro provincias catalanas y el resto, mayoritariamente, eran originarios de Andalucía y Aragón. Tras el periodo de instrucción, las unidades retornaban a sus bases. Durante los primeros años sólo quedaban en el campamento las unidades de ingenieros encargadas de las obras pero más adelante se mantuvo una pequeña dotación de la octava compañía del Batallón Albuera nº II, bajo la jefatura de un capitán, e 29 |

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integrada mayoritariamente por soldados originarios de la comarca. Durante estos años fueron muchos los poblatanes y resto de pallareses que realizaron su servicio militar en Mascarell. Los soldados de esta misma compañía prestaban servicio en el refugio militar ubicado en el lago de San Mauricio. Un destino muy atractivo por la belleza del entorno pero especialmente duro por la climatología de la zona. Aparte de la actividad estrictamente militar que tenía lugar en el campamento, “La Pobla” era la población de referencia para los centenares reclutas cuya presencia otorgaba una vitalidad especial a las tardes y a los fines de semana. La actividad lúdica y deportiva fue también muy destacada estableciéndose una gran confraternización e integración entre soldados y la población local. En este ámbito proliferaron las fiestas y los actos organizados por el campamento o aquellos en que tenían participación directa. Fruto de este contacto permanente surgieron relaciones entre reclutas y muchachas de la localidad que con el paso del tiempo acabaron consolidándose en algunos matrimonios. Paralelamente, se organizaron numerosos eventos deportivos que contaban con la participación de equipos del campamento y soldados del campamento que reforzaban al equipo local de futbol. En 1959 con la construcción del campamento divisionario en Tremp-Talarn las instalaciones del Mas de Mascarell perdieron protagonismo y en abril de 1966, tras quince años de actividad, fueron vendidas en pública subasta. Su recuerdo y vitalidad todavía perduran en la memoria de los habitantes de la Pobla de Segur y su comarca de influencia y entre todos aquellos jóvenes que realizaron su servicio militar en esta zona del Prepirineo leridano. Josep Calvet Historiador

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Uno de los edificios del campamento de Mas de Mascarell que por la inclinación del terreno obligaba a nivelar y a mover grandes cantidades de tierra. J. Calvet. 1954

Soldados realizando labores de mantenimiento en el campamento. J. Solanes. 1958

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Centinela en la garita de entrada al campamento. J. Solanes. 1958

Instrucción de reclutas en una explanada habilitada del campamento. J. Calvet. 1955

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Marcha de instrucción por el valle del Flamisell de una unidad de reclutas del campamento. P. Garcia. 1955

Formación de soldados con motivo de la Jura de Bandera realizada en el campo de deportes de Pobla de Segur. R. Guimó. 1953 33 |

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La Seu d’Urgell y los soldados del Arapiles 62 “- Capitán General, además de la flota de helicópteros que opera con eficacia, necesitamos helicópteros de carga para llevar suministros pesados a los pueblos aislados de alta montaña. - Llámeme dentro de una hora. (Al cabo de una hora exacta) - Le he conseguido dos chinos. - ¿Dos chinos, señor? Le pedía helicópteros de carga… - ¡Dos Chinooks…Chi-nooks! Grandes helicópteros como los que me solicita. - Muchas gracias” Esta fue la comunicación telefónica que mantuve el 10 de noviembre de 1982 con el general Sáez de Santamaría, Capitán General de la IV Región Militar, con sede en Barcelona, en los momentos más trágicos de las graves inundaciones sufridas en el Pirineo y que dejaron aislados docenas de pueblos de los altos valles y al Principado de Andorra. Aquellos helicópteros fueron decisivos para resolver una situación límite. La unidad militar situada en la Seu d’Urgell, a las órdenes del coronel Vicario y del comandante Pastor, se puso inmediatamente a disposición de las autoridades constituidas en Junta Coordinadora de Emergencia. El centro de comunicaciones por radio, el traslado aéreo de medicamentos y comida a las poblaciones aisladas, el transporte de leche mediante camiones militares a las fábricas transformadoras a través de impracticables caminos forestales, y la construcción de pontones provisionales en las principales carreteras, fueron preciosos ejemplos de solidaridad del Ejército que los urgelenses no olvidarán. Desde tiempo inmemorial la Seu d’Urgell había sido base de un Regimiento militar, que en las últimas décadas del siglo XX estaba formado por alrededor de 800 personas entre cuadros de mando y tropa. Puede fácilmente imaginarse la trascendencia de un contingente así en una pequeña ciudad pirenaica de entre 8.000 y 10.000 habitantes. Se producía de forma natural una intensa interrelación social y económica a todos los niveles. Cada uno de los urgelenses tenía su personal contacto con algún militar o con su familia. En mi curso del Instituto de Enseñanza 35 |

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Media mis compañeros eran los Picado, Encabo, García Escudero, etc., hijos de militares, o durante años el equipo de fútbol de la ciudad estaba nutrido en buena parte por soldados de la guarnición, y, claro está, no había fiesta cívica que no contara con la tradicional “Diana floreada por la Banda del Regimiento”, que pasó a ser parte del paisaje urbano. En mi condición de alcalde de la ciudad, mantuve en todo momento relaciones cordiales con la guarnición. Recuerdo la emotividad de las solemnes ceremonias de Jura de Bandera celebradas en el Cuartel de Arapiles 62, situado en la meseta de la Ciudadela de Castellciutat, que presumía de una vista espléndida sobre los verdes valles del Segre y del Valira. Quiero dejar constancia de la seriedad y finura de los negociadores del Ministerio de Defensa a lo largo de las conversaciones que condujeron a la cesión y venta de instalaciones y terrenos militares para la ciudad, cuando se hicieron triste realidad las persistentes conjeturas acerca del repliegue de la unidad hacia otros destinos. Fruto de aquellos acuerdos, la Seu d’Urgell incrementó notablemente su patrimonio público (Centre Cívic del Passeig, Pla de les Forques, una parte de la Ciudadela), si bien es cierto que los urgelenses y su ayuntamiento hubieran preferido, a todos los efectos, la continuidad militar. Porque, además del rédito objetivo de la presencia del Regimiento en la ciudad (hotelería, comercio, etc.) y de la estrecha relación con sus habitantes, ¿cuál era el beneficio más importante, el beneficio inmaterial más preciado que aportaba Arapiles 62 a la ciudad y a su área de influencia? Sin duda alguna el afecto hacia su paisaje físico y humano por parte de decenas de miles de soldados y de sus familiares que a lo largo de los años conocieron y estimaron de forma directa, sin intermediarios, estos bellos valles pirenaicos. Joan Ganyet Solé Alcalde de la Seu d’Urgell de 1983 a 2003

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Instalación de un puente en la población de Martinet por soldados del Regimiento Mixto de Ingenieros nº 4 en las inundaciones de noviembre del año 1982. Del libro Vigilantes en las cumbres. 1995

Escuadra de gastadores en un desfile por las calles de la Seu d’Urgel. J. Isidro. 1955 37 |

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Desfile del Regimiento de Cazadores de Montaña Arapiles 62 por una avenida de la Seo d’Urgel. J. Isidro. 1979

Desfile ante la tribuna de autoridades de los soldados del Arapiles en el acuartelamiento de Castellciutat. F. Rodriguez. 1983

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Formación de las unidades del Batallón Alba de Tormes del Regimiento Arapiles 62 en el acuartelamiento General Bautista Sánchez. J. Isidro. 1980

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Vielha y su Compañía de Esquiadores Escaladores La Compañía de Esquiadores Escaladores de Vielha, fundada el 26 de mayo de 1961, llegó a Vielha el 2 de enero de 1964 a las órdenes de su primer capitán, José de la Barrera Vicente y fue un ejemplo de unidad militar. Sus integrantes, algunos voluntarios y otros soldados de reemplazo, se acoplaron perfectamente a la vida en la Val d’Aran y se integraron en la sociedad aranesa sin ningún problema. Estos soldados, en sus horas libres, tenían permitido trabajar y los podíamos encontrar haciéndolo sobre todo en negocios de hostelería. Puedo asegurar que en casi todos los hoteles de la época hubo en el comedor o en la cocina, un miembro de la Compañía de Esquiadores Escaladores trabajando. Otro ejemplo de integración fue la creación de una pequeña orquesta por un grupo de soldados que tocaba en la sala de fiestas Urogallo, normalmente en sábado o domingo y les aplaudían a rabiar. Todos los capitanes que pasaron por el cuartel hasta su cierre en al año 2000, todos ellos sin excepción, propiciaron el entendimiento con la población. Se aprovechaban las fiestas mayores de Vielha y de los pueblos para intercambiar invitaciones. Podíamos, por ejemplo, ver el día de San Miguel, patrono de Vielha, a todos los mandos y soldados de permiso acompañarnos en los festejos. Pero también podíamos ver el día de la Hispanidad o durante las celebraciones de otras fiestas castrenses, el cuartel lleno, pero no sólo de autoridades civiles, sino también, de vecinos araneses celebrándolas con la compañía. ¡Cuántas relaciones de soldados con vecinas aranesas acabaron en boda! Todos los que vivimos aquella época, seguimos teniendo amigos de la Compañía. Era un cariño mutuo y su marcha dejó un gran vacío en Vielha. Como anécdota, me gustaría explicar que siendo alcalde, Su Majestad el Rey acudió a la misa de la iglesia de San Miguel en Vielha y mientras charlábamos le 41 |

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pregunté si ya conocía el cuartel y la Compañía de Esquiadores Escaladores. Muy sorprendido me dijo que no y que le gustaría mucho ir de visita. Dicho y hecho: Avisó a seguridad y nos dirigimos al cuartel sin poder avisar antes al capitán que estaba al mando. Cuando éste vio al Rey en el patio central, saltó por la ventana del comedor de su casa y se olvidó de coger la gorra. El Rey se rió con él de la situación, recorrieron todo el cuartel saludando a la guarnición y acabaron en la cantina, tomando unos vinos con tapa. Habría muchas fechas para recordar, pero yo destacaría, además de lo mencionado anteriormente, la harmoniosa convivencia entre población y soldados durante el día a día. La colaboración de los soldados de la Compañía también se traslucía cuando ocurría algún desastre, como las inundaciones del 82 o algún otro salvamento de montaña. Entonces se pusieron a disposición del Consell Comarcal y de los Ayuntamiento afectados, siendo su colaboración necesaria y efectiva. Son muchos los que pasaron por el cuartel de Vielha, y la mayoría vuelven a visitarnos y se alegran de ver que no los hemos olvidado. El monumento de homenaje levantado a las puertas de la antigua edificación es un sencillo reconocimiento que quiere recordar a todas y cada una de las personas que formaron parte de la Compañía de Esquiadores Escaladores de Vielha. Para finalizar, quisiera remarcar que tuve una gran relación con todos los mandos. En mi pequeño negocio, Hotel-Cafetería Urogallo, pasé con ellos grandes momentos muy alegres y alguno muy delicado, como la noche del 23 F que gracias a Dios quedó solamente en una anécdota. Pepito Calbetó Giménez Alcalde de Vielha de 1987 a 1999 y de 2007 a 2009

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Visión del acuartelamiento de la Compañía en 1964. Del libro Vigilante en las cumbres.

Entrega de trofeos en la clausura del curso de esquí con presencia de las autoridades civiles y militares. J.Pla. 1969

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Soldados disfrazados en la celebración de la Patrona del Arma de Infantería. J.M. Ponz. 1973

Gastadores de la Compañía desfilando delante de las autoridades con el patio de armas nevado. J.M Ponz. 1974

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Formación de la Compañía ante diferentes autoridades en el marco del cuartel y el paisaje aranés. J.B. Garcia. 1993

Perro centinela y mascota a la entrada de la Compañía. J.B. Garcia.1993 45 |

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|La huella impresa

Veteranos antes de licenciarse y quintos de las poblaciones de Verdú y Guimerá en la Rambla Ferran de Lleida. Del libro de Ramón Boleda: Soldats i maquis al Pallars i a la Vall d´Aran.

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Diarios escritos de la experiencia militar Portada del libro Soldados y maquis en el Pallars y en el Valle de Arán.

DE LLEIDA A LA MONTAÑA (Traducción del catalán de las páginas 15 y 16)

Me encontraba cumpliendo el servicio militar en Lleida, que en la posguerra era la plaza más deseada por todos los reclutas de la provincia. Estar cerca de casa era muy importante y para conseguirlo todos buscábamos influencias. Además, en Lleida estaba mi hermano Antoni, funcionario de la Diputación. Yo hasta entonces no había hecho ninguna gestión, pero afortunadamente me vino todo rodado. La temporada 1942-43 jugaba al futbol con el FC Tárrega. Un día, con el equipo, jugamos contra el Lérida Balompié en el campo de la carretera de Corbins. En aquél tiempo aún no se había llevado a cabo la fusión con el Leridano de la que resultó la actual “Unió Esportiva Lleida”. Al terminar el partido se me acercó un militar y, en castellano, me preguntó de dónde era y si me gustaría cumplir el servicio militar en Lleida. ¡Caramba! ¡Qué suerte! ¡Cumplir el servicio militar en Lleida! Aquello me sonó a música celestial. Debió gustarle mi manera de jugar y me dijo: No se preocupe por nada; si sale para la Península se queda en Lérida. Y así fue. 49 |

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Aquel militar era el brigada Moreno, que estaba en la compañía del deporte y vinculado con el Leridano, formado casi únicamente por jugadores militares. El equipo lo dirigía, entre otros, el teniente coronel Baldrich y el señor Paco, de la farmacia Pons, que fue con quien firmé la ficha como jugador del Leridano, en un altillo de la farmacia situada en la calle Mayor. Rebajados de todo servicio nos lo pasábamos “bomba”. Un día –como cada mañana- mientras estábamos en el campo de los deportes (el actual) una orden de urgencia interrumpió el entrenamiento. Se nos había acabado la buena vida. Era el día 7 de junio de 1944 y aquella misma tarde los soldados de la 3ª compañía del batallón de montaña Navarra Nº 1, a toda prisa, abandonábamos la meseta de la Seu en diferentes camiones. Nadie sabía ni a dónde ni por qué nos íbamos, pero pronto lo supimos. Resulta que el día anterior (6 de junio) hubo la más espectacular ofensiva de la Segunda Guerra Mundial por parte de los aliados. Invadieron las costas de Normandía cogiendo por sorpresa a los alemanes quienes, en días sucesivos, entraron en gran contingente por el Valle de Arán, huyendo de la guerra. Nuestra misión estaba destinada al control de aquel contingente.

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Portada del libro Almogávares a la fuerza.

SORTEO PARA ÁFRICA Y PENÍNSULA DE LA QUINTA DE 1943 (Traducción del catalán de las páginas 16 y 17)

El día 7 de febrero de 1943 se celebró en todo el Estado el sorteo de los mozos de la quinta de 1943. En la provincia de Lérida había 2.580. Fue un día de concentración masiva en la capital. Grupos de jóvenes deambulaban por las calles. Se notaba a primera vista que eran los reclutas del año. El primer número que salió en el sorteo fue el que correspondía a Juan Navarro, de Pobla de Segur. Navés, Novell, Niubó y Nogués encabezaron la lista de África. Tocó desde la N hasta la O, pero divididas las dos letras. Cerca de la caja de recluta había una parada donde vendían “tarbush”, el distintivo moruno. Todos los “afortunados” acabamos comprando esta gorra. Yo fui el único que fue al Servicio Militar de 12 jóvenes nacidos el año 1922. Hijos de viuda, cortos de talla o quebrados, se salvaron de la mili. Para asimilar mi excepción me decía, soy un privilegiado. El cupo que correspondía a África en la provincia de Lleida era de 500. Desde Navés de Pobla de Segur, hasta Josep Odena Canela de les Borges Blanques. A los pocos días los 22 primeros recibíamos una misiva que nos decía que habíamos sido destinados a Tiradores de Ifni. Ya empezábamos a correr el riesgo de que 51 |

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nos esperase un destino peor. ¿Sería aquella colonia ocupada por Capaz el 6 de abril de 1934? Pronto supimos que el destino era aquella colonia. “Si no hay mal que por bien no venga”. Aquellos días, Miguel Tarragó “el flaco”, de la quinta de 1940 y en aquel momento movilizado, se encontraba de permiso en el pueblo y nos dijo: “Mi regimiento ha pedido voluntarios para Tiradores de Ifni. La mitad del año de servicio y la otra mitad en casa, disfrutando un sueldo de 4 pesetas diarias”. Yo quería ir como voluntario, pero para ello necesitaba permiso paterno. Joan Solís, de La Granadella, había ido. Barberá, de la Pobla de Cérvoles me dijo que también tenía mi misma intención, pero por falta de permiso paterno dejó de ir a Tiradores de Ifni. Con el tiempo, pudimos comprobar que se correspondía con la realidad el hecho anunciado de pasar medio año de servicio allí y medio año de permiso en casa, ya que nosotros permaneceríamos allí casi tres años. Presentados en la Caja de Recluta el 26 de marzo, nos dijeron que íbamos destinados a Tiradores de Ifni. Un montañés preguntó dónde estaba “Inri” y salió el gracioso de turno diciendo: “Hombre, esto está donde Cristo perdió las sandalias”. El grupo de 22 soldados favorecidos por la suerte nos fuimos identificando, Josep Navés de Espluga Calba, a quien ya conocía, José Odena Canela, muerto recientemente, de les Borges Blanques, a quien también conocía y que se distinguía por la marcha que llevaba durante las fiestas mayores y por ir en carro de pueblo en pueblo vendiendo verduras y frutas. Por grupos de compañeros, de pueblos más o menos cercanos al mío, nos dirigimos a la estación de ferrocarril de Lleida, acompañados de un teniente y dos soldados. Andreu Noguers, de Granyena de les Garrigues, tenía un hermano que estaba haciendo la mili en Lleida que nos obsequió bailando un fandango en el andén de la estación. Los familiares de los de la capital o cercanías vinieron a despedir a sus soldados.

Sorteo de mozos realizado en la meseta de Gardeny. Un mozo enseña la bola con el número que indicaba los que eran destinados fuera de la Península en presencia de los responsables de la Zona de Reclutamiento y Movilización y del Ayuntamiento de Lleida. J. Gómez-Vidal. 1964

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Portada del diario Aventuras de un campesino catalán en el Ejército Español.

CAPÍTULO 13.- Pobla de Segur. (Páginas 113,114 y 115)

Debido a que el año anterior (1957), cuando estuvimos allí nosotros, el campamento de La Molina sufrió una infección de “meningococos” (Meningitis Contagiosa, que no debía ser nada demasiado peligroso puesto que nadie tuvo problemas que yo me enterase), al parecer decidieron abandonarlo y así, el regimiento de Berga fue de invitado a Pobla de Segur al campamento Mas de Mascarell, lugar de instrucción del regimiento de Lérida. Y ya nos tenéis a toda la agrupación: los cabos primeros Tohá y Solé –por cierto que ya empezaba a correr la broma, que luego fue famosa en todo el campamento y llegó incluso a Manresa, de preguntarse entre ellos los reclutas: “puestos a elegir entre Tohá y Mateu que queréis ¿cara o cruz?” Y responder todos a coro “¡Canto!”- el sargento Blanco, el alférez Gelabert y el capitán Zarzuela montando en el tren en Manresa y viajando hacia Pobla de Segur. Llegamos al campamento Mas de Mascarell, después de un cómodo viaje (ya lo hicimos en vagones de pasajeros puesto que al parecer el ejército ya había olvidado los “borregueros”), donde nos instalamos con el resto del regimiento de Berga y el de Lérida. Estaba situado, si mal no recuerdo, a unos tres quilómetros de la villa de Pobla de Segur, encaramado en unos agrestes montes a poniente 53 |

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de esta. Nuestro barracón era uno de los primeros que se hallaban al entrar en el campamento subiendo por la carretera, colgado por encima de esta y tenía detrás una pequeña explanada que le comunicaba con el resto de barracones del campamento y terminaba en la puerta de entrada, donde estaba el cuerpo de guardia. Este campamento vimos en seguida que no era, ni con mucho, tan cómodo como el de La Molina; era particularmente escaso en agua y tenía los lavabos situados en la empinada pendiente, muy por encima de los barracones, de manera que para acceder a ellos era necesario subir un buen trecho de montaña. Por contra, el rancho era bueno, quizás mejor que el de Manresa e inconmensurablemente mejor que el de La Molina. Una vez instalados dio comienzo la rutina de siempre: Diana, pasar lista, desayuno, instrucción, almorzar y por la tarde teórica, un rato libre, cenar, pasar lista de retreta y a dormir. Cuando estábamos libres de servicio, algunas veces bajábamos al pueblo y acostumbrábamos a quedarnos allí a cenar. Entonces fue cuando trabé verdadera amistad con el alférez Gelabert; los dos teníamos novia formal, los dos éramos gente cumplidora y enemigos de los líos y estas coincidencias hicieron que nos acostumbrásemos a andar juntos; fue la mejor amistad que hice durante el tiempo que duró la milicia, dejando aparte las de “Sisquet” y la de Miquel Porta.

Postal de uno de los edificios permanentes del campamento. J. Calvet. 1954

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Portada del libro Recuerdos intrascendentes de un coronel… y otras cosas.

16. SEGÚ

(Páginas 116 y 117)

Segú era un joven y prometedor ciclista que, como a todos los mozos de su edad, le tocó hacer el servicio militar, yendo a parar al campamento Mas de Mascarell en Pobla de Segur. … De estatura normal, tez morena, ligero de peso, derrochando vitalidad física y haciendo gala de una buena educación recibida, perceptible en su trato amable, servicial, voluntarioso y sencillo, el disciplinado soldado Segú no vio cosa mejor, en pro de mantenerse en forma y poder participar en las competiciones que se le permitía concurrir, que ofrecerse como enlace entre Pobla de Segur –sede de la compañía que proporcionaba el personal y medios a la sección destacada de San Mauricio- y el refugio del lago con la frecuencia que fuera menester. De esta forma se sometía a un entrenamiento muy duro serpenteando paralelamente el río Noguera Pallaresa y atravesando las poblaciones de Gerri de la Sal, Sort, Llavorsí con el trayecto final, más duro por la pendiente y estado de la pista, desde el cruce de la carretera a Espot y de aquí al refugio. Y al mismo tiempo, hacía un gran servicio a la guarnición el refugio como portador de correo oficial y particular, encargos ligeros en peso y poco volumen, siendo muy de agradecer su actuación en ocasión de tener que ir, “caballero en su montura”, al cercano pueblo de Esterri de Aneu a por medicinas para uno de los pequeños hijos del teniente o para los soldados enfermos. 55 |

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Segú, admirado por sus compañeros y por su teniente y familia, personificaba el espíritu de superación, el esfuerzo y tesón en aras de un objetivo, el simbólico “pedalear” en la vida para en cada etapa llegar con holgura a las sucesivas metas con la satisfacción de haber cumplido con las aspiraciones y compromisos con uno mismo, la familia y la sociedad.

En las fiestas mayores de los pueblos se acostumbraba a realizar pruebas ciclistas. Aprovechando el Servicio Militar, José Segú, ciclista profesional, participó en Pobla de Segur en una competición en la que dejó entrañables recuerdos entre la población y los militares del campamento de Mas de Mascarell. Entrega de trofeos por parte de las autoridades civiles y militares en Pobla de Segur. J. Calvet. 1958

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Refugio militar del lago San Mauricio que acogía a un destacamento de soldados que pertenecían al campamento de Más de Mascarell. Se incendió en el año 1961. P. García. 1957

Estado actual del antiguo refugio militar de San Mauricio dentro del Parque Nacional del mismo nombre. P. Martínez. 2013 57 |

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|Las diferentes miradas

Soldado del Batallón Chiclana haciendo ejercicios de tiro con mosquetón y su mira telescópica. J. Muro. 1980

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La mili como aprendizaje de vida Un acontecimiento invariable en la vida de los varones españoles desde hacía casi un siglo, pasó a mejor vida en el año 2001. El Servicio Militar Obligatorio, instaurado en 1912 por don José Canalejas, dejaba de existir y las incertidumbres sobre el incierto destino que deparaba el bombo militar dejaron de ser un comentario habitual entre la juventud española. Los cambios en la mentalidad popular respecto a la obligada mili, el avance de las ideas pacifistas, las nuevas formas de afrontar el hecho militar dentro del ámbito de la OTAN y unas nuevas maneras de vivir el patriotismo, fueron otros tantos factores para que se tomara una decisión histórica que parecía imposible de adoptar por lo que la mili representaba en la historia de España y por lo consustancial que era respecto a la biografía personal de los jóvenes españoles. Sin duda que la mili tenía aspectos negativos. Entre ellos resultaba fundamental el hecho de que paralizase la vida civil de miles de jóvenes, precisamente en el momento vital en el que estaban configurando su proyecto de vida profesional y humano, sacando además del mercado de trabajo una gran cantidad de fuerza productiva que el país necesitaba en épocas de crecimiento económico. Pero también tenía aspectos positivos. Como quiera que generalizar en esta cuestión es realmente muy peligroso, pues depende de las experiencias de cada cual, de los valores que cada uno sustente y del carácter personal, les diré que a mí me sirvió sobre todo para tres cosas fundamentales. La primera para darme cuenta de lo bien que estaba en mi vida civil, de la cantidad de comodidades de las que disfrutaba, de los algodones que mi familia me había puesto, de que no había mejor sillón que el sillón de mi casa, ni mejor tortilla de patatas que la de mi madre, ni mejor paella que la de mi padre. La mili me ayudó a revalorizar todo aquello que mi familia y mi entorno social me ofrecía sin que yo le otorgase el valor que tenía por el simple hecho de haberlo disfrutado desde siempre. La segunda lección que aprendí es el valor de la disciplina. Es verdad que a veces era demasiado severa para lo que yo estaba acostumbrado, y no menos cierto que en otras ocasiones no resultaba de recibo desde la óptica civil, pero percibí 61 |

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con claridad que la disciplina bien entendida y administrada con racionalidad podía producir bienestar personal y felicidad compartida. Aprendí que el desorden no es sinónimo de libertad. Y la tercera aportación fue sin duda la más decisiva: aprendí a socializarme con personajes que no se encontraban en mi panorama social cotidiano: ni en la Universidad de Barcelona ni en mi trabajo en una agencia de aduanas. Campesinos, obreros de todo tipo y condición, marginales de variado pelaje, fueron para mí compañías de barracón que me ayudaron a ver más allá de mis habituales horizontes sociales, a comprender lo abigarrada que es la sociedad, a entender que la tolerancia con los demás resulta fundamental, a dejar de lado los apriorismos y los juicios de valor y a percatarme de que cualquier tipo de pedantería universitaria estaba condenada al fracaso en un medio en el que muy pocos eran de esta condición. Recuerdo en especial mi estancia en Sant Climent de Sescebes (Girona), en unos barracones de madera que dejaban pasar el frío de tal forma que las sábanas se convertían en verdaderos estiletes. Y recuerdo sobre todo con especial cariño y nostalgia al “Juli”, un chico de barrio pobre que subsistía de variadas maneras y que, pese a las distancias culturales y sociales que había entre los dos, siempre me demostró una gran lealtad (creo que yo también a él) durante los meses que estuvimos juntos. El “Juli” era de esa otra sociedad que un intelectual de izquierdas como yo quería “salvar”, pero que en realidad no conocía porque nunca la había frecuentado de verdad. En suma, en mi caso la mili me enseñó compañerismo y humildad, me enseñó tolerancia y también me enseñó el valor de las Españas. Allí conocí a navarros y vascos, canarios y andaluces, gallegos y castellanos, murcianos y canarios. Allí conocí que es verdad que España se ha configurado siempre a partir de su creativa diversidad. Para un catalán de la “Murcia Chica” del barrio de la Torrassa de L´Hospitalet, aquella mezcla de gentes siempre me ha parecido una plasmación de las palabras de mi admirado Joan Manuel Serrat: lo común me reconforta y lo distinto me estimula. Aprendí que teníamos y tenemos mucho estímulo vital gracias a lo distintos que somos los españoles, pero también que tenemos una maravillosa oportunidad de ponernos en común para reconfortarnos. Desde luego que no creo necesario tener que pasar por la mili para obtener las utilidades que a mí me reportó. Pero sí creo que experiencias similares consistentes en salir de tu medio habitual, de cambiar de paradigma de vida y de tener que relacionarte con un variopinto mundo social y cultural, enriquecen y humanizan a quienes las experimentan. La mili no dejaba de ser un viaje, y el viaje casi siempre nos hace más sabios y mejores para ponernos al servicio de los demás. Roberto Fernández Díaz Catedrático de Historia Moderna de la Universitat de Lleida | 62

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De los primeros rituales que se producen al ingresar en el ejército: el corte de pelo al “estilo militar”. Esta costumbre que tiene su origen en una cuestión higiénica, se ha transformado en una seña de identidad para el que estaba realizando el Servicio Militar. Un compañero le corta el pelo a otro en el campamento General Martín Alonso. S. Farré. 1963 63 |

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Compañeros de barracón en el Campamento de Instrucción de Reclutas nº 9 en San Climente de Sescebes. La disposición de los dormitorios ayudaba a la rápida socialización de jóvenes procedentes de diferente extracción social y de distintos rincones de España. J. M. Gómez. 1969

Clase teórica en el cuartel de Infantería de Gardeny. Determinados destinos en las unidades homogenizaban el nivel de estudios de los soldados. J. M Gómez. 1972

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Un alto en una marcha por la Conca de Tremp de una unidad de infantería. Las salidas al campo variaban la rutina de la vida cuartelera y relativizaban las comodidades que había en ellas. R. Mayordomo. 1972

Marcha con mulos en las inmediaciones del lago de San Mauricio. El contacto con el ganado era una especie de exotismo de las unidades de montaña para jóvenes de procedencia urbana. P. Martín. 1987

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Un grupo de soldados en el hogar del soldado del cuartel de infantería de Gardeny celebrando a su manera unas fiestas navideñas. A. López. 1974

Acto militar en la meseta de Gardeny y la niebla como protagonista. Las formaciones militares simbolizan los principios de disciplina, jerarquía y unidad. C. Cabaleiro. 1979

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Acto de despedida del soldado en el Regimiento Arapiles en el cuartel de Castellciutat momentos antes de licenciarse. J. Isidro. 1964

Compañeros de reemplazo del Regimiento de Artillería nº 21 de paisano en el momento de recibir la cartilla militar que acreditaba que el Servicio Militar estaba cumplido. E. Calzada. 1961

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Portada de la cartilla militar, conocida popularmente como “la blanca” y que era entregada a los soldados antes de licenciarse. M. Santiveri. 2014

Interior de la cartilla donde se recogen todas las vicisitudes del soldado en filas y las posteriores revistas en la situación de reserva. M. Santiveri. 2014

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El tiempo perdido

Para muchos hombres que han pasado por la experiencia, que son la mayoría entre los de mi edad y para atrás, el servicio militar es a menudo recordado como un tiempo perdido, un año de interrupción de la carrera académica o profesional, una tregua forzosa en el devenir del proyecto personal. En mi caso particular, esa impresión queda matizada por las especiales circunstancias vívidas en aquel periodo, que hasta cierto punto han cambiado el rumbo de mi vida. Y es que en la mili de alguna forma me hice escritor. Puntualizo: de momento me hice lector, quiero decir lector en serio, primera e ineludible fase del proceso. La suerte quiso que una vez en el cuartel (un regimiento de artillería en Paterna, cerca de Valencia), me tocara como destino la biblioteca. No es que yo hubiera estudiado filología. De hecho, acababa de licenciarme en Derecho. Los libros, la literatura, no constituían hasta ese momento mi entorno más habitual. El destino como bibliotecario me permitió familiarizarme con ellos y disponer de muchas horas y muchos textos para leer, porqué a decir verdad aquella dependencia no era precisamente de las más visitadas del cuartel, en todo caso mucho menos que la cantina de la tropa que se encontraba justo al lado. Total que, una vez realizadas las labores administrativas propias del cargo y la limpieza de la sala, me quedaban todas las tardes enteras para la lectura, que a partir de aquel momento se convirtió para mí en un refugio y una pasión. De aquí a empezar a escribir pasarían solamente unos pocos años, pero lo cierto es que mi vocación literaria nacería durante aquellos meses en que los libros se convirtieron en mis principales confidentes y acompañantes. Cuando a veces veo el típico eslogan para promocionar la lectura en el sentido de que los libros pueden llegar a ser nuestros mejores amigos, lo entiendo perfectamente. Y para mí el inicio de aquella amistad se sitúa precisamente en aquella biblioteca pequeña, oscura y un poco polvorienta de un cuartel de Paterna. Como no debía tener suficiente con las tardes para saciar mi apetito, pude com69 |

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pletar aquellas intensas jornadas con la oportunidad –no querida ni voluntaria, que conste- de poder leer un buen rato bastantes noches, aprovechando que con demasiada frecuencia me fueron adjudicadas las guardias nocturnas en el batallón conocidas con el poético nombre de “imaginarias”. Así que, en mitad de la noche y durante un par de horas, pongamos que entre las tres y las cinco, mi único trabajo consistía en velar por el pacífico descanso del centenar de soldados estirados en las literas de la nave dormitorio. Para no sucumbir al sueño ni al aburrimiento, proseguía con mis lecturas. Gracias a ello me pude zampar, de cabo a rabo, los siete volúmenes de una obra gigantesca en todos los sentidos como es En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Entre muchos otros títulos memorables que tuve la ocasión de conocer durante aquel año, recuerdo especialmente aquel, tanto por la dificultad de una lectura que exigía un esfuerzo de concentración superior como por el placer que aquella prosa densa me deparaba. Sé que nunca más leeré aquella obra entera, como hice entonces, porque me faltarán el tiempo y la paciencia. A lo sumo, algún fragmento o capítulo, para revivir una experiencia intelectual que me marcó profundamente y siempre tendré asociada en mi memoria con el silencio nocturno y el uniforme. Por cierto, una de las pocas noches en que no pude disfrutar de tan grata lectura fue por culpa de un motivo más que justificado. La fecha: 23 de febrero de 1981. Vidal Vidal Culleré Escritor

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El diseño de los nuevos cuarteles de Gardeny incluía una biblioteca para uso de todos los componentes de los mismos. Foto-postal cedida por V. Sanvisens. 1945

Recluta leyendo encima de la cama de la nave dormitorio del campamento General Martín Alonso. J.A. Nieto. 1961

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Las cantinas de tropa o los Hogares del Soldado eran lugares comunes y los más frecuentados por los soldados de un cuartel. Soldados del cuartel de infantería de Gardeny. A. Cano. 1974

Soldados en uno de los despachos del Estado Mayor de la División Urgel ejerciendo la tarea de oficinistas. A. Sánchez. 1991

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Los soldados con mayor nivel de estudios eran utilizados en las unidades para las labores burocráticas que el ejército genera. Soldado oficinista de la Unidad de Música de la División Urgel. J.R Serrado. 1979

Soldados con oficios o habilidades en su vida civil de camareros eran utilizados en los comedores de los cuarteles. Soldados del Regimiento de Artillería de Campaña 21 en el comedor de tropa. J. Bosch. 1980 73 |

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El mantenimiento de la limpieza de los cuarteles lo realizaban los propios soldados como un servicio más. Reten de limpieza del cuartel de Infantería de Gardeny. A. Planas. 1959

Alegoría al Quijote realizado por los soldados de artillería en los festejos de su Patrona. J. Marí. 1982

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Mi paso por Gardeny Cumplir con las tres etapas del servicio militar universitario, o como entonces se llamaba “IMEC”, (Instrucción Militar Escala de Complemento), fue toda una experiencia vital para un estudiante de arquitectura y después para un recién titulado. Pero la última etapa, además, para mí fue especialmente interesante, tanto por lo que se me pidió hacer en una época trascendental de la historia de España, como por la vivencia de cuatro meses en el cuartel de Ingenieros de Gardeny, cuya arquitectura firmó mi padre en 1941, como arquitecto recién titulado, siendo oficial provisional después de la Guerra Civil. Las imponentes fachadas, el cuerpo de guardia, los enormes patios de armas flanqueados por los pabellones de las compañías, me transmitían vibraciones especiales, al tiempo que se palpaba el bullir de la vida del cuartel con su conjunto de actividades: idas y venidas de los soldados en las compañías, los cambios de guardia, las horas de asueto, las retretas y formaciones, etc. La sensación que, para un civil temporalmente incorporado al vestido de militar, representaba ver y oír a su paso a los soldados, cuadrándose y marcando los tiempos de saludo, resultaba inquietante al principio, chocante y extraña, aunque con el tiempo esa percepción se iba normalizando. Mi compañía de ingenieros zapadores, en aquella época casi exenta de oficiales, me convirtió en alguien con responsabilidades superiores a las que me correspondían. Pero tengo que reconocer que, sin sentir el espíritu militar clásico, lo acepté de buen grado y de forma positiva. Ese fue quizás el secreto de la gran experiencia que representó para mí y el imborrable recuerdo que siempre llevaré conmigo. Maniobras, guerrillas organizadas por la Capitanía General, vigilancia de repetidores de televisión en las primeras elecciones democráticas y otros acontecimientos fuera de la cotidiana normalidad, me pusieron a prueba como persona, e hicieron aflorar mi personalidad de hombre responsable al mando de muchos jóvenes. Puedo afirmar que en algún punto marcaron el resto de mi vida hasta hoy. Entiendo que ese conjunto de actividades especiales con las que me tuve que enfrentar, quizás no fueran las habituales en otro tiempo y en otro contexto, 75 |

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pero creo que, precisamente por mi actitud positiva ante ellas, se me confiaron también responsabilidades inusuales, lo cual me enorgullece extraordinariamente. Para cualquier persona sin tradición familiar castrense, es importante vivir y convivir con el ambiente militar durante un tiempo. Si adoptas una actitud positiva ante el mundo del uniforme, la jerarquía y la disciplina, donde los tiempos y las actividades están regulados, aunque represente una extraña sensación muchas veces vivirás una experiencia, muy necesaria en una etapa de afirmación personal como es la juventud, normalmente pletórica de sensaciones y libertades. Esas vivencias, unas veces de intensa actividad y otras de tiempos más lánguidos, más o menos aceptadas en función de ideas y actitudes, han marcado un punto de inflexión en las vidas de los universitarios que nos tocó vivirlas y así he podido constatarlo, muchos años después, con compañeros de profesión. Personalmente jamás olvidaré mi servicio militar universitario y de forma especial los cuatro meses que estuve en Gardeny en la compañía de Ingenieros Zapadores, ni se irán de mi memoria todas aquellas personas con las que me tocó convivir: soldados, suboficiales y jefes. Es más, si hubiera un retroceso en el tiempo y la vida, con mucho gusto lo volvería a hacer. Mariano Gomá Otero Arquitecto Académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando Oficial de Complemento (1977)

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Cuadros de mando en la estación de FFCC de Lleida. M. Solé. 1958

Formación de una compañía. J.B. García. 1986. 77 |

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Dibujo de la vista del cuartel de Artillería de Gardeny firmado por Mariano Gomá. 1941

Dibujo del edificio del Hogar del soldado del cuartel de Artillería de Gardeny firmado por Mariano Gomá. 1941.

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Construcción de un puente durante las prácticas de formación de los Imecos del Arma de Ingenieros. M. Gomá. 1974

Emblema y cordones verdes distintivos de los jóvenes que realizaban el Servicio Militar a través de la Instrucción Militar de la Escala de Complemento. M. Gomá. 1973

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Los llamados “vikingos” Concluido el periodo de instrucción en el campamento de Talarn, (posteriormente llamado General Martín Alonso), fui destinado a los cuarteles de Gardeny por mi condición de albañil. Esta labor era agradable para mí, dado que amo profundamente mi oficio. No obstante añoraba a unos amigos que por su condición también de albañiles, fueron destinados a obras en el mencionado campamento, el cual estaba en periodo de construcción. Solicité por tanto traslado a dicho lugar, cosa que me fue concedida. Mandos y tropa, consideraban poco menos que un castigo dicho destino. Por ese motivo el hecho de que fuera allí fue calificado como un acto de locura. Sin embargo, pertenecer a ese batallón de obras, nos concedía unas libertades impropias del ejército. Poco aseo corporal, barbas, pelo largo, ropa sucia, etc. Esto nos convirtió en una agrupación difícil de determinar y quizás algún gracioso nos asemejó a un ejército de vikingos, naciendo así la definición de “Los vikingos de Talarn”. Quizás un 25% de los allí destinados éramos albañiles, pero el resto, incluyendo algún mando, eran los hombres más conflictivos del ejercito de la región catalana, motivo por el cual la convivencia no era fácil. Si a esta circunstancia añadimos el intenso frío y calor que se da en esa zona del Pallars, podríamos definir ese lugar (siendo benevolente), de poco agradable. Considero que estábamos bien alimentados, pero era motivo de alegría poder desplazarnos a los cuatro pueblos que circundaban la zona: Gurp, Santa Engracia, Talarn y Tremp, a saborear algún maravilloso plato casero elaborado con maestría por unas abnegadas señoras que nos daban el trato de hijos y nosotros las considerábamos como madres. Ese calor humano era, sin duda, el que nos motivaba de noche a descender un profundo barranco y subir una prolongada y boscosa pendiente hasta el pueblo de Santa Engracia para gozar de una buena cena regada con un buen porrón de vino. Trabajé en la construcción del campanario de la torre de la iglesia, hice las escale81 |

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ras que conducían de la piscina al campo de aplicación y algún edificio que servía de nave dormitorio. Guardo un montón de anécdotas en mi cabeza, pero deseo narrar que nunca he visto mayor cara de estupor, como la que pusieron los chicos que componían el siguiente reemplazo. Igual que a nosotros, el ferrocarril los dejaba en la estación de Tremp, y ya con algo de calor, el uniforme caqui, el tabardo, el petate al hombro y siete kilómetros de cuesta, eran motivo más que suficiente para acobardar al más valiente. En aquel inhóspito lugar, era motivo de alegría recibir a quienes serían nuestro próximo relevo. Por ello, que todos abandonábamos nuestros trabajos para ver llegar a los sudorosos recién llegados. La fama de desaliñados que habíamos acumulado gracias a “radio macuto” y un coro de enloquecidas voces no exentas de auténticas “burradas”, creaban una expresión en los rostros de aquellos muchachos que considero difícil de describir. Unos días antes de concedernos la licencia, fuimos incorporados a nuestra compañía en Lérida. Ignoro el porqué, pero mi capitán me hizo comparecer ante él y me pidió que hiciera una fuente en el campo de tiro de los oficiales según mi propia inspiración, puso a mi disposición un camión y personal de ayuda. El resultado pareció ser de su agrado. El día que se nos concedió la licencia a cuantos trabajamos en la construcción del campamento, se nos concedió una medalla en un acto que considero el más emotivo de mi vida. Al redoble del tambor, por separado, y al ser nombrados a través de un altavoz, salimos de la formación compuesta por varios batallones hasta llegar a una tribuna llena de militares de alto rango, incluido el General Gobernador Militar de Lérida, donde un comandante, previos saludos de rigor, nos iba imponiéndo dicha condecoración. Siempre al redoble y marcando el paso, regresábamos a nuestras filas. Cuando ya llagaba a la cabecera de mi formación, oí de nuevo mi nombre y me quedé inmóvil sin saber qué hacer. Un teniente, con su espada al hombro, me indicó en voz baja y con apremio “¡Media vuelta, muchacho, media vuelta!”. Giré en redondo y desconcertado, regresé a la tribuna, donde el mismo comandante y con los mismos saludos de antes, me entregó en mano un sobre, me dio un abrazo y totalmente turbado, regresé a mi formación. Al ritmo de “¡Rompan filas!”, mis compañeros se agolparon a mi alrededor, conminándome a que abriera el enigmático sobre. Al abrirlo y mirar dentro, vi que contenía cien pesetas, concedidas por un capitán agradecido. Considero mi paso por el Ejército como algo muy importante en mi vida. Es lo que | 82

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condiciona a un chico para poder pasar a ser un hombre. Es lo que advierte a un descarriado que no todo el monte es orégano. Es el hecho que motiva la emancipación familiar o el “destete” oficial y nunca aceptaré la exclusión de dicho servicio. Josep Tulón Arfelis Vikingo del reemplazo de 1960

Jura de Bandera en el campamento General Martín Alonso de los reclutas del año 1960 antes de repartirse en las diferentes unidades de Cataluña. Se puede apreciar que iban sin armamento.

J. Tulón. 1960 Soldados en plena faena de construcción del campamento General Martín Alonso. Se aprovechó que muchos de ellos eran albañiles. Antonio Uriach. 1960 83 |

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Construcción de la torre campanario del campamento. En la explanada se oficiaba la misa de campaña de los domingos. J Tulón. 1960 Soldados en el andamiaje de los edificios del campamento. Antonio

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Uriach. 1960

La flexibilidad en la uniformidad para estos trabajos de construcción daba un aspecto muy variopinto a la tropa allí destinada. J. Tulón. 1960

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Imposición de cruces de plata al mérito militar a los soldados que más se distinguieron en la construcción del campamento General Martín Alonso. Andreu Gelabert. Fondo Gelabert del Archivo Comarcal del Pallars Jussá. 1961

Cruz de plata al Mérito Militar que conserva de recuerdo Josep Tulón en su álbum de fotografías del Servicio Militar. 2014

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Visita realizada en el año 1986 al campamento General Martín Alonso, sede de la Academia General Básica de Suboficiales, por antiguos soldados que construyeron aquellas instalaciones. Formación de los mismos antes de la Rejura de Bandera que realizaron. AGBS. 1986

Beso a la Bandera de uno de los vikingos ante sus familiares y militares de la Academia. AGBS. 1986

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“Historias de mi p…(ropia) mili” Hubo un tiempo en el que hablar de la mili acomplejaba. Cuando te ponías a narrar alguna experiencia de aquella época en la que habías vestido de caqui, no tardaba alguien en intervenir verbal o gestualmente para expresarte el nulo interés que despertaba tu relato. Eran “Historias de la p… mili” para ese público más joven, a los que la nueva ley les había permitido eludir el servicio militar, o para el género femenino, que nada quería saber con un Ejército machista, que no admitía mujeres en sus filas. Ahora, con los años, al repensarlo, dudo si ese rechazo no era una reacción de autodefensa al sentirse excluidos de una conversación, en la que difícilmente podían tomar parte, por carecer de esa experiencia tantas veces criticada, cuestionada o romántica, según la percepción personal de cada relator. ¿Quiénes eran entonces los realmente acomplejados? ¿Ellos, nosotros, yo…? La verdad es que ganaron ellos y la mili dejó de ser noticia en las relaciones personales. La desterramos al baúl del olvido. De ahí que, con el tiempo, no sea sencillo rememorar unos momentos en los que hubo de todo: bueno, malo y regular, como en la vida misma, y de los que intenté aprovechar lo positivo para pasar página de todo lo demás. Como a otros muchos jóvenes de mi generación, me llamaron a filas cuando estaba en la Universidad. ¡Vaya fastidio!, pensé. O interrumpía los estudios a mitad de la carrera o solicitaba una prórroga y me incorporaba a filas al finalizar la licenciatura. La memoria de aquel joven de mi pueblo, que pecaba de vividor, mal estudiante y que había agotado todas las prórrogas, para acabar siendo el “abuelo” de la compañía, no era nada ejemplarizante. Por otro lado, la situación económica familiar tampoco me permitía un relax estudiantil de cinco años en Barcelona y unas “vacaciones” extra, a posteriori, en el Ejército. Tenía la obligación de hacerlo todo, en el menor tiempo posible, y sin posibilidad de fallar. Y fue ahí donde apareció una tercera vía: las milicias universitarias. La IMEC (Instrucción Militar de la Escala de Complemento) fue la solución a mi particular problema y el inicio de muchas cosas. Me iba a permitir compaginar los 89 |

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estudios con la obligación del servicio. Fui a por ello. Reconocimiento médico, pruebas físicas y la criba del psicotécnico para alcanzar una plaza de “imeco” por la que competían, al menos, diez opositores. Y me tocó la lotería. Primero, porque conseguí el objetivo inicial: acabar la carrera y entrar en el mercado profesional sin tener interrupciones por la mili; y segundo, porque la responsabilidad de dirigir como alférez a un centenar de jóvenes de tu misma edad, en la segunda compañía del Regimiento Arapiles 62, en la Seu d’Urgel, fue otro tipo de instrucción. Una escuela de la vida de la que acabas sacando provecho, aunque no lo valores hasta después de muchos años. Carácter y mano izquierda, rigor y tolerancia, justicia y magnanimidad… actitudes que te va forjando el contacto con personas de diversas inquietudes y formación. Recuerdos que van y vienen, como aquel contacto con una institución donde el fantasma de la Guerra Civil y el pedigrí de vencedores convivían con los nuevos aires de una oficialidad democrática y más bien preparada, que se abría paso, pidiendo el relevo jerárquico. El retrato del “generalísimo” presidía todas las instancias, donde resonaban en voz baja tímidas críticas a la falta de recursos de un Ejército, que sólo podía presumir de historia. Daba la sensación de que esa fotografía permanecería perenne en aquellas paredes. Eran años duros para el estamento militar, siempre en el punto de mira de los terroristas de ETA, que decidió asaltar el cuartel de Berga, cuya unidad dependía del Regimiento Arapiles 62. ¡Vaya canguelo!, con perdón, que nos cogió a todos. Los oficiales de complemento, los primeros. Redoblar guardias, cambiar los relevos, alterar el procedimiento que hasta entonces se había ejecutado como dogma, fueron las normas para una oficialidad de “imecos”, a los que se les había depositado la seguridad del recinto militar de la Seu d’Urgel. Era el otoño de 1980. El destino querría que dos años después, incorporado a la vida civil y ejerciendo ya de periodista, los protagonistas del asalto al cuartel de Berga volvieran a cruzarse en mi camino. Mi primera exclusiva en La Mañana –llevaba pocos meses de oficio–, fue informar del traslado a la prisión de Lleida de los encausados en el proceso judicial, una noche en la que todas las fuerzas de seguridad local estaban movilizadas en busca de sospechosos paquetes bomba, por los alrededores de los edificios institucionales. Todo era sospechoso. De nuevo, ¡el canguelo!. Aquella noche, siendo un aprendiz de periodista, fui el causante de que el taller del diario parara la rotativa para poder editar la exclusiva. Parecía una película: el regente pidiendo celeridad y el resto de maquinistas fumando, impacientes a la espera de que le diera a la tecla del punto final. Meses después asistiría al Consejo de Guerra en el Regimiento de Artillería de Gardeny, en el que vería las caras de aquellas personas que atemorizaron a la oficialidad de mi cuartel. | 90

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El Regimiento Arapiles 62 ya es historia y pasó a ser parte de mi historia. Mantengo aún vivo en el recuerdo cuando me tocó montar la guardia del cuartel de la Seu d’Urgel y dar novedades al general Alfonso Armada Comín, que acababa de ser nombrado Segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército y se iba despidiendo de todas las unidades que mandaba en la División de Montaña Urgel nº 4. Cuál fue mi sorpresa cuando, dos meses después, aquel hombre, que parecía un “simpático abuelito” y ante el que me cuadré para dar la bienvenida al establecimiento militar, iba a ser señalado como el instigador del golpe de Estado del 23-F, que estuvo a punto de dar al traste con la democracia. Son historias y episodios de la vida que hacemos propios y dejan huella. La visión de los convoyes de contrabandistas, cruzando la frontera por medio de la montaña en plenas maniobras con un descaro insolente; el contacto con la naturaleza en prácticas de supervivencia, los ejercicios de escalada o las clases de equitación se mezclan con una cordial convivencia en la Seu d’Urgell, una localidad donde la coexistencia entre militares y civiles era simbiótica. Una combinación que jamás estigmatizó a la población, como ha ocurrido en otras muchas ciudades con asentamientos castrenses. ¿Quién iba a decir que en 1979, en plena transición, la Seu tendría un alcalde comunista –Amadeu Gallart– en sus primeras elecciones municipales, con la cantidad de militares y curas que votaban en aquella localidad? Con el tiempo, la Seu d’Urgell lamentaría el cierre del Arapiles 62. El Plan META (Plan de Modernización del Ejército de Tierra) de reestructuración del Ejército forzó el repliegue militar. Varios oficiales y suboficiales optaron por pasar a la reserva y quedarse a vivir en la población. Habían quedado atrapados en la red que tejen las relaciones sociales, como también me atraparon a mí. Aún hoy, cuando llego a Castellciutat y dejo atrás el K-05, no puedo evitar el levantar la vista hacia la ciudadela. Es el peaje de los recuerdos, a los cuales rindo tributo en cada viaje, a pesar de haber dejado de estar de moda y de ser noticia eso de hablar de la mili. Jordi Pérez Ansótegui Periodista

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En la nave dormitorio de la Academia de Infantería donde se realizaba la formación específica de oficial de IMEC de dicha Arma. J. Pérez. 1979

Clases de conocimiento sobre el material acorazado a los alumnos de IMEC en Toledo. J. Pérez. 1979

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Prácticas de rapel en unas maniobras cerca de Os de Civis y de la frontera con Andorra. J. Pérez. 1980

Prácticas de supervivencia con la construcción de hornos y confección de alimentos en las cercanías de Seu d’Urgel. J. Isidro. 1988

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Cuadros de mando y tropa del Regimiento Arapiles en la cumbre de la Pica d’Estats, cima más alta del Pirineo Catalán de 3.143 metros de altitud. J. Isidro. 1984

Los ejercicios de instrucción permitían conocer diferentes lugares del Pirineo. Acampada en la boca sur del túnel de Vielha de una compañía del Regimiento Arapiles. F. Rodriguez. 1987

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Notas de un pionero Tengo amigos y familiares que no quieren recuerdos del pasado aunque sean buenos; me dicen que hay que vivir el presente y preparar el futuro. No estoy de acuerdo con esta visión de la vida. A mí me satisface recordar el pasado en donde he vivido de todo, pero uno de los recuerdos más inolvidables que tengo son los de mi Servicio Militar. Soy de la quinta del 61 y me incorporé en marzo del 62. Como muchos, esperaba pasar el tiempo de servicio al que estaba obligado, en contra de mi voluntad, pasando infinidad de carestías pero me equivoqué. Por suerte me incorporaron en Lleida a la C.E.E.P. (Compañía de Escaladores Esquiadores Paracaidistas) con acuartelamiento provisional en Bellver de Cerdaña. Creí que me sentiría un poco rarillo por ser, ya desde muy joven, amante de la montaña y practicante de alguna especialidad de riesgo, aspectos que no eran comunes en mis compañeros. Pero volví a equivocarme. A los pocos días ya se había creado una amistad entre todos los que formábamos esta unidad, que perdura más de cincuenta años, manifestándose en los encuentros ocasionales que realizamos, donde compartimos nuestros recuerdos. Con una disciplina dura y en ocasiones extrema, cumplíamos las misiones y trabajos con satisfacción. La oficialidad era férrea, pero dentro de su cometido, nos ayudaba y apoyaba en todo lo que estaba en su mano. Se llegó a decir que la compañía estaba inspirada en los famosos Boinas Verdes de Estados Unidos. No nos podía extrañar. Una de las marchas que realizamos fue entre Talarn y el cuartel de Bellver de Cerdaña de 120 Km. Hicimos un cursillo de escalada algo elemental, pero lo justo para cumplir misiones que quizás habría que afrontar en caso de necesidad. Estas actividades nos iban uniendo, cada vez más, en nuestro compañerismo. Vino aquel invierno del 62-63, uno de los más fríos que se recordaba en los últimos años, con nieve allí donde no era muy habitual verla. Y con nieve nos trasladaron a Vielha, donde inauguramos el cuartel que se esta95 |

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ba construyendo, acorde con los edificios típicos del valle de Arán. Ocupamos el ala izquierda y el comedor. El resto del cuartel se estaba terminando. Mejoró la comida y la calefacción El edificio estaba cerca del centro de la villa: estábamos encantados. Iniciamos el curso de esquí, subiendo desde el prado que tocaba el cuartel y el río hasta los alrededores de Salardú. Más adelante llegamos hasta Baqueira y el Pla de Beret. No existía ninguna instalación mecánica. Todo lo andábamos a pie, subiendo con los esquís calzados o al hombro. Los descensos, que ahora llaman fuera de pista, los hacíamos entre árboles salvando lo que se nos pusiera por delante. El tres de junio de 1962 estábamos todos en Barcelona, con nuestro uniforme blanco de camuflaje, preparados para la parada militar en la Diagonal. Formábamos en filas de seis más distanciadas para mantener el cuadro. Dábamos una imagen muy distinta del resto de las unidades. Los esquís los llevábamos cruzados sobre los hombros y el fusil en bandolera. Se inició el desfile y, cuando empezamos a pasar frente al numeroso público, nos aplaudían, aplausos que se iban repitiendo a lo largo de todo el recorrido. Nos sentimos, si cabe decirlo, distintos, mas importantes, muy orgullosos y contentos. Muchos fueron los sucesos que acaecieron en España en aquel tiempo. Muchas fueron las vivencias que tuvimos, pero todas ellas con el orgullo y la satisfacción de haber pertenecido a una Compañía que nos hizo sentir muy unidos y hermanados en una amistad que perdura hasta hoy día. Francisco Subils i Valls Montañero y espeleólogo

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En el campamento General Martín Alonso de Tremp con el fusil CETME modelo A. F. Subils. 1962

Camaradería en el campamento General Martín Alonso con el uniforme de paseo. F. Subils. 1962

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| Un paseo por el Servicio Militar desde y en las tierras de Lleida Prácticas de escalada en las proximidades de La Pobla de Segur. F. Subils. 1962

Competición de patrullas en Baqueira. F. Subils. 1963

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Prácticas de marcha en la nieve en el valle de Arán. F. Subils. 1963

Desfile de la Compañía de Esquiadores Escaladores por la Diagonal de Barcelona. F. Subils. 1962

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Soldados de la Compañía de Esquiadores Escaladores de Viella antes del desfile por la Diagonal de Barcelona con su uniforme mimetizado para terreno nevado. F. Subils. 1962

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Recuerdos de un soldado voluntario Reflejar, en un corto espacio, las experiencias y recuerdos de dieciocho meses vistiendo el uniforme militar como soldado voluntario, -desde mayo de 1968 hasta diciembre de 1969-, no es tarea sencilla. En aquella época, el tema del servicio militar, generalmente, preocupaba más a los padres, -sobre todo a las madres, por los destinos en África-, que a los propios interesados. A causa de la Guerra de Vietnam, y principalmente en los ambientes universitarios y juveniles, había una naciente campaña contra lo militar, y la mili, presentándola como una pérdida de tiempo, aunque en la mayoría de futuros reclutas, se afrontaba con resignado optimismo, intentando pasarlo lo mejor posible. Quienes discrepábamos de los pronósticos de los agoreros, y dado que el servicio era un deber inexcusable para todo joven en buen estado de salud, lo mejor era procurar aprovechar el tiempo, adquiriendo nuevos conocimientos, y de paso disfrutar de experiencias irrepetibles. Después del período de instrucción en el Campamento de Instrucción de Reclutas nº 9, me presentaba en el Regimiento de Cazadores de Montaña Barcelona nº 63, de guarnición en Lleida. Destinado a la compañía de Plana Mayor del Batallón Chiclana VI, no tardaría en ser captado para su Sección de Esquiadores Escaladores. Como empleado de banca y aficionado a la montaña, se abrieron nuevos horizontes -mucho más atractivos que una mesa de oficina, o la rutina cuartelera-, entre otros, la posibilidad de aprender a esquiar, en una época que dicho deporte distaba mucho de alcanzar la popularidad actual. Por razones fácilmente comprensibles, todos sus integrantes éramos voluntarios a la misma. La montaña exige sacrificio y lo lógico era contar con gente amante de ella. Cuando llegaban los nuevos reemplazos, los veteranos de la Sección se encargaban de la labor de captación de candidatos entre las otras compañías del Batallón. La experiencia no pudo ser más positiva. La Sección, por su naturaleza, por la convivencia en marchas, acampadas, cursos y maniobras tenía una cohesión y compañerismo muy propio de las unidades de montaña. Desde luego el material no era tan moderno como el actual; en esquí todavía utilizábamos los anticua101 |

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dos “maderofer”, cambiados a medio curso por los “Sancheski”, más modernos, cortos y manejables. Donde no llegaba la técnica y el modesto equipo, se suplía con entusiasmo y material particular. Una de las experiencias inolvidables resultó ser una marcha con esquís, un día de nevada, al puerto de la Bonaigua. Estaba previsto ir desde Baqueira, pero ante la falta de visibilidad, subimos y bajamos por la carretera. Con los esquíes bien encerados, disfrutamos de un largo descenso. Otra muy interesante, fue un ejercicio, con fuego real, en el -entonces-, todavía virgen Pla de Beret, o las estancias en el acuartelamiento de Vielha, conviviendo con la, ya mítica, Compañía de Esquiadores Escaladores de la División de Montaña Urgel nº 4. En las marchas, si en alguna ocasión a un compañero le pillaba un desfallecimiento, entre varios se le ayudaba, repartiendo su equipo, aligerándole de peso o quedando algunos con él hasta que, ya repuesto, podía reemprender la ruta. En la de final del curso de escalada, en el Valle de Arán, acampando en la montaña, durante diez días seguidos, en las horas libres, si el tiempo era bueno, no faltaba el grupo que solicitaba permiso para efectuar una excursión a un collado o cima cercana, tal era la afición a la montaña y... la buena forma física adquirida. También hubo sus momentos no tan buenos, algún arresto merecido, o de rebote, (quién no los ha tenido), pero el balance fue netamente positivo. José Pla Blanch Antiguo Cabo 1º Sec.EE.EE del Batallón Chiclana VI

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Acampada en algún lugar del Pallars después de un día de marcha. J. Pla. 1968

La Sección de Esquiadores Escaladores del Batallón Chiclana en el Puerto de La Bonaigua. J. Pla. 1969

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Marcha por el Valle de Arán. J. Pla. 1969

Durante el curso de escalada con el pico Montarto al fondo. J. Pla. 1969

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El uniforme del soldado Corría el verano de 1950. Andaba yo, como todos los veranos, de bicicleta, exploración de cuevas y pesca de cangrejos por los bosques de Poblet, cuando un buen día mi señor padre, con toda la seriedad que el asunto requería, me informó de que me habían reclutado y debía hacer el servicio militar. Mi primera reacción fue de incredulidad, los niños de 11 años no hacían el servicio militar. Mi padre me enseñó una carta a mi nombre, con una firma y un sello en la que decía algo así como “llamar a filas”; mi madre sugirió que posiblemente me querían para tocar el tambor; mi hermana apuntilló que me harían un uniforme a medida y que iba a estar muy guapo; la abuela me enseñó la foto del abuelo vestido de militar; mis primos dijeron que qué envidia y yo… Seis horas les costó encontrarme y una más sacarme de la cueva de la fuente del hierro donde me había hecho fuerte… “Que no, hombre que no, que era una broma, que se han equivocado con la fecha de nacimiento… que papá ya lo ha arreglado…” Diez años después, sí: petate y a Sant Climent Sescebes. Barracones de madera, tramontana día sí y día también, rancho, imaginarias, cocina, instrucción y… uniforme. Eso, eso fue lo peor: el uniforme. A medida, decían. Sí, a medida que ibas llegando, te daban uno y luego ya te apañabas como podías. En el mío cabíamos por lo menos tres, las botas eran las del ogro de siete leguas y la gorra no me tapaba la cara porque la paraban las orejas. Encontré a una especie de gigante así de alto y así de ancho al que el uniforme le iba seis tallas pequeño e hice el primer cambio. Los pantalones, más o menos, pero la chaqueta… cuando me ponía el cinturón, se disparaban los faldones dándole un aspecto entre falda New Age de Dior y bailarina del Bolshoi, pero en mini. La gorra la conseguí al tercer cambio y las botas… Quince días pasé con un cuarenta y seis. Por suerte, una noche, unos graciosos nos gastaron la bromita de amontonar todas las botas en el centro del barracón, para hacérnoslas buscar a las tantas de la madrugada, y esa fue la mía de conseguir un cuarenta y dos. En el primer permiso, mi madre me hizo un apaño en la chaqueta, me cogió el bajo de los pantalones, me pinzó un poco la camisa y me dejó como para desfilar en París; bueno, casi. 105 |

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Lo del uniforme era cosa seria, porque antes de salir del cuartel te pasaban revista y a un botón de menos o una mancha de más te dejaban sin paseo. Yo nunca he tenido problema con las agujas y me cosía o remendaba lo que hiciese falta, pero la mayoría de mis compañeros no se andaban con tonterías. Un dobladillo deshecho, tres imperdibles; una costura abierta, media docena de grapas; un botón descolgado, un clip por detrás. Celo, cinta aislante, cola de contacto… Todo valía. Con lo que había que andar al tanto era con la gorra. Al menor descuido un veterano ya te la había capado, es decir, te había partido el plástico de la visera por la mitad, y entonces había que buscar alguien con la visera intacta y en un descuido darle el cambiazo. Creo que fui de los pocos que empezó y acabó con la misma gorra, y es que nunca le quité el ojo de encima. Acabé la mili, entregué el uniforme y, la verdad, casi me dio un poco de pena. Le había cogido cariño. Me pregunto qué sería de él, adónde o a quién iría a parar y cuál sería su final… No me hubiera importado haberle hecho un hueco en mi armario. Jesús S. Martínez Díaz Profesor de Formación Profesional de confección y moda

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Soldados con uniformes de paseo y de instrucción modelo 1943 en los recién estrenados cuarteles de Artillería de Gardeny. J. Peiro. 1954

Diferentes tallas del uniforme de instrucción con correaje negro y con zapatillas en el campamento General Martín Alonso. U. Diez. 1959

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Soldados sirvientes de un mortero del 81 con uniforme de instrucción modelo 1968 con correaje de lona. F. Larrañaga. 1973

Posando en casa con el uniforme de paseo con gabardina o tres cuartos. J.R. Serrado. 1979

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Taquilla de tropa para ubicar todas las prendas que se facilitaban durante el Servicio Militar. J. Muro. 1981

Reclutas en el campamento de Sant Climent Sescebes con eluniforme de instrucción modelo 1979. J. Ibarz. 1982

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Soldados con el uniforme de paseo de verano modelo 1986 antes de formar para un acto con correaje de plástico. A. Prieto. 1990

Soldado con el uniforme de instrucción mimetizado modelo 1987. I. Teixidó. 1992

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Recuerdos de un artillero de montaña, que aún sigue… “Los reclutas, que entren. Los demás, que se vayan” Eran las ocho de la mañana de un dos de septiembre de hace más de 50 años. Con estas palabras del suboficial de guardia del cuartel de Templarios en Lleida, sede del Regimiento de Artillería de Montaña nº 21, junto a otros setenta jóvenes voluntarios, empezaba mi Servicio Militar… Ingresar como voluntario tenía la ventaja de poder elegir unidad y plaza donde prestar el Servicio, aunque esto conllevaba un período más largo (veinte meses, frente a los quince o dieciséis de los que lo hacían tras ser reclutados por los respectivos ayuntamientos). Del grupo de setenta jóvenes que ingresamos en aquel llamamiento, conocía a bastantes de ellos: unos amigos, otros vecinos de mi barrio y algunos condiscípulos de clase en el colegio. Allí tuve la oportunidad de entablar amistad con otros compañeros, una amistad que se afianzó durante todo el servicio y que aún ahora, pasados los años, perdura. El período intensivo de instrucción, que duró alrededor de siete semanas, en general no fue especialmente difícil, si exceptuamos la formación específica de artillería de montaña, que comportaba la “carga” y “descarga” de las piezas -unos viejos cañones 75/22- que, una vez desmontados, iban a lomo de mulos. Es en esta actividad donde lo pasamos “menos bien” ya que exigía un esfuerzo físico notable y conllevaba el trato con un ganado muy “resabiado” y que, a diferencia de los compañeros que provenían del mundo rural, nos era totalmente nueva… Aunque sólo fue en este período, en varias ocasiones, nos tocó, además de la instrucción, cuidar del ganado: darle el pienso, sacarlo a abrevar… Tras jurar Bandera, ya no tuve más relación con los mulos porque fui destinado a una batería del Grupo Motorizado, en donde las piezas (obuses del 105/26), eran remolcadas por camiones. Veinte meses dan para mucho. Pasé por distintos destinos, unos buenos, otros no tanto y presté todo tipo de servicios: de armas y mecánicos; en fin, lo que hoy 111 |

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diríamos que fui un “chico para todo”. Mi período de servicio coincidió con una etapa, en la que (supongo que por razones económicas) la mayoría de los soldados disfrutaron de largos permisos. Esto hacía que los voluntarios con residencia en Lleida o poblaciones cercanas (con pase de “pernocta” que comían en su domicilio), teníamos que cargar con un mayor número de servicios. El paso por el Ejército fue para mí una experiencia positiva. Por una parte me ayudó a madurar como persona ya que, a diferencia de los reclutas que ingresaban en aquella época con 22 años, yo apenas tenía 18 recién cumplidos…Por otra parte, tras ascender a cabo y cabo primero, tuve que asumir algunas responsabilidades, que si bien suponían contar con la confianza de mis mandos, me obligaron a esforzarme para no defraudarles. Guardo un grato recuerdo de la mayoría de los mandos, muchos ya desaparecidos (no hay que olvidar que ya han pasado más de 50 años), pero con algunos de ellos continúo relacionándome y disfrutando de su amistad. Para terminar, solo me resta decir que guardo un grato recuerdo de mi Servicio Militar. Tanto es así que varios años después de licenciarme, junto con un grupo de compañeros de llamamiento y tras haber celebrado varios encuentros anuales, decidimos fundar la Asociación de Artilleros Veteranos de Montaña, en la que, en la medida de lo posible, hemos continuado manteniendo aquella relación de amistad y de compañerismo que ha perdurado a través de los años. Entramos como “reclutas” y todavía (simbólicamente) continuamos dentro… Esteban Calzada Charles Presidente de la Asociación de Artilleros Veteranos de Montaña

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Paso de a tres por debajo del Estandarte del Regimiento de Artillería nº 21 en la Jura de Bandera en el acuartelamiento Templarios de Gardeny. E. Calzada. 1959

Documento que permitía al soldado dormir fuera del cuartel. E. Calzada. 1959

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Escuadra de batidores en el desfile del día de la Patrona de Artillería por las calles de Lleida. E. Calzada. 1960

Cabos 1º del Regimiento de Artillería nº 21, acompañando a su compañero de servicio. E. Calzada. 1961

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Revista técnica de material de artillería por parte de una comisión del ejército norteamericano. Se trata del cañón 75/22 de montaña, que tenía en dotación el Regimiento de Artillería nº 21. De espaldas los artilleros sirvientes de la pieza. J. F González. 1954 Todas las unidades de artillería de la División de Montaña Urgel se encontraban en Lleida en el acuartelamiento Templarios de Gardeny. Soldados con un obús del 105/26 remolcado. I. Teixidó. 1957

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Artilleros realizando salvas de instrucción en la explanada de la meseta de Gardeny de Lleida con el obús del 105/26. C. Cabaleiro. 1986

Ejercicios de tiro con fuego real con el obús 105/26 en el campo de maniobras y tiro de Tragó de Noguera. J. F. González. 1980

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Unidades del Grupo de Artillería a lomo de maniobras sobre terreno nevado en el Pallars Jussà. El obús 105/14 se despiezaba para poder ser llevado a lomo por los mulos de la unidad que se aprecian detrás de las piezas. J. F. González. 1983.

Los alrededores del campamento General Martin Alonso en el Pallars Jussá era una de las zonas preferentes de las unidades del Regimiento de Artillería de Campaña nº 21 para desplegar sus obuses del 155/23. Sirvientes de la pieza con el sargento jefe de la misma. V. Loscos. 1969 117 |

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Ejercicios de tiro de una batería del Regimiento de Artillería de Campaña nº 21 con el obús 155/23 en el campamento General Martín Alonso. En la sierra de Gurp se encontraban los objetivos donde impactaban los proyectiles de los obuses. J. F González. 1971

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Sacar provecho del Servicio Militar A la edad de 18 años y habiendo terminado mis estudios de bachillerato elemental empecé a buscar trabajo y en todas las empresas que visité me preguntaban lo mismo: “¿Has hecho el servicio militar?” En cuanto yo les respondía: “No”, ellos me contestaban: “vuelve cuando estés libre del servicio”. Como todavía me faltaban aproximadamente dos años para realizar el servicio militar obligatorio, decidí hacerlo voluntario en Lleida. En julio de 1975 me incorporé al campamento en Sant Climent Sescebes. Después de tres meses ingresé como voluntario en el Regimiento de Artillería de Campaña nº 21 de Lleida. Al llegar al cuartel me apunté al curso de conductores y me saqué todos los permisos de conducir posibles, así como uno que servía para conducir vehículos con cadenas. También hice el curso de cabo, cabo primero y sargento. Como era cabo primero y a la vez conductor, ejercí como encargado de los garajes de la primera batería ocupándome del mantenimiento y la logística de 4 camiones GMC Káiser remolcadores con sus consiguientes piezas de artillería, dos GMC, modelo CCKW, conocidos como “piojos verdes”, dos GMC ¾ y dos Land Rover Santana. Gracias a los mencionados permisos de conducir y aprovechando que tenía el pase para dormir en casa, empecé a trabajar por las tardes como representante de una fábrica de semirremolques y otra de maquinaria agrícola. Las tareas de las mañanas en el cuartel y la de las tardes, aunque pertenecían a mundos muy diferentes, tenían una semejanza entre ellas: el manejo de vehículos y maquinaria con su correspondiente mantenimiento. Actualmente soy copropietario de una fábrica de semirremolques y tengo que valorar mucho mis aprendizajes de la mili. El primero fue obtener los permisos de conducir que luego fueron claves para mi profesión actual; y en segundo lugar, y no menos importante, las tareas de organización y las dotes de mando que adquirí y que tanto me han servido en mi vida profesional.

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Muchas veces le explico a mi hijo que, en aquella época, había muchos soldados donde “la mili” era su primer contacto con el mundo fuera del amparo de sus familias y allí aprendían a relacionarse con gente de todas las regiones y culturas de España, cosa que hoy suena a chiste, pero yo conocí algunos vascos, gallegos y catalanes con serios problemas para hablar en castellano y que lograron solucionarlos durante el transcurso del servicio militar. Particularmente entiendo que un ejército debe ser profesional debido a la alta tecnología, pero antiguamente hacía una gran labor social con los jóvenes y se debería haber conservado algo de aquel Servicio Militar, quizás con menos duración. Francisco Montull Banlles Empresario

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Aula de los cuarteles de Gardeny donde se realizaba el curso de conductores. J. Marí. 1982

Grupo de conductores del Regimiento de Artillería nº 21 al lado de un Dodge. V. Aragonés. 1960

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Conductor de furgoneta Volkswagen para traslado de personal en una calle de Lleida. V. Aragonés. 1960

Grupo de conductores de Dodge de maniobras en el campamento General Martín Alonso. S. Farré. 1963

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Conductor de camión GMC remolcando una pieza de artillería del Regimiento de Artillería nº 21. V. Loscos. 1969.

Soldado realizando el curso de vehículo con cadenas. F. Montull. 1976 123 |

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Convoy militar de Land Rover y camiones Pegaso de una unidad de Ingenieros en unas maniobras en el Pallars Jussà. A. Sanchez. 1979.

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Memoria de un “Maestro de Banda” En el recuerdo de la gran mayoría de ciudadanos está la banda de música militar, solemnizando las paradas militares, una imagen que contrasta con la rigidez y seriedad de la milicia, sin dudar en ningún momento de la profesionalidad de los artistas músicos del Ejército Español y mucho menos de su carácter disciplinado. Es innegable la capacidad de concentración y pulcritud de un músico. Cierto es que la música impregna la jornada castrense. Los toques de corneta obligan al militar a prestar atención y a diferenciar claramente cada uno de ellos. Estos toques son un medio de mando, y tienen por objeto suplir las órdenes de viva voz en las evoluciones del orden cerrado, así como indicar la ejecución de los diferentes actos del servicio. Al alba, el toque de Diana, que significa “del día”, despierta a la tropa. Este toque se ha convertido en una canción tradicional con el nombre de Quinto Levanta y, en el preludio de la zarzuela La chula de Pontevedra del maestro Pablo Luna, aparece interpretada por la orquesta. De entre los ochenta y cuatro toques que podemos oír destacan el de “Batallón y Llamada” que llama a las tropas a formar e indica el inicio de las actividades; el de “Fajina” que convoca a la tropa para la comida; el de “Marcha” que permite a la tropa salir de paseo; el de “Retreta” que permite el control nocturno y el de “Silencio”, que advierte de la hora de acostarse. Permítanme que me centre en una excepcional página que escribió el Gran Capitán. Cuenta la historia que Gonzalo Fernández de Córdoba no se alegró mucho en la batalla de Ceriñola (1503) y ordenó dar tres toques de atención prolongados para que todos rezaran por los muertos, que eran todos cristianos. Estas tres notas musicales permitieron la elaboración de unos acordes que, posteriormente, se instrumentaron con tal originalidad que hoy en día, en el ceremonial en homenaje a los caídos, enaltece la memoria y conmueve el sentimiento más íntimo de todos los asistentes al acto. La siguiente cita del libro Cerebro y música, una pareja saludable, de mi buen amigo el doctor Jordi Jauset, define con precisión el poder de la correcta combinación de los sonidos: …la música es un “alimento” necesario para el cerebro. 125 |

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La educación en valores como el esfuerzo, la disciplina y el estudio son necesarios para afrontar la vida con garantías de éxito y, la música es el complemento perfecto para una vida saludable. Así nos lo transmitía nuestro director de la Banda de Música de la División de Montaña Urgel. Él fue nuestro “Gran Capitán”, que, al igual que en tantas plazas de nuestro país, supo transmitir a sus subordinados compañerismo y respeto. Los soldados músicos, conocidos como educandos, ingresaban en la Banda Divisionaria después de acreditar una sólida formación musical y superar un casting riguroso a cargo de los oficiales de la banda. No podemos obviar que era un destino envidiable y que comportaba estar rebajado de servicio. La banda militar estaba presente en la gran mayoría de actos festivos de la ciudad. Sus conciertos eran aplaudidos por todo el pueblo catalán y las colaboraciones con entidades leridanas eran enriquecedoras para las dos partes. La sociedad civil y la militar compartían proyectos culturales envidiables. Amadeo Urrea Director de la Banda Municipal de Lleida

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Banda de cornetas y tambores de la Compañía de Esquiadores y Escaladores de Vielha. Los toques militares regulan la actividad diaria de un cuartel. J. Ponz. 1973

Soldados de la Unidad de Música de la División Urgel, alguno de ellos portando gaitas. C. Mir. 1977

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Soldados de la Unidad de Música de la División Urgel. J.R. Serrado. 1979

Banda y Música de la División de Montaña Urgel en un acto en el acuartelamiento Templarios de los cuarteles de Gardeny en Lleida. J. Garrido. 1985

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Música y banda militar de cornetas y tambores en un acto de Jura de Bandera en el campo de deportes de Pobla de Segur. J. Calvet. 1955

Soldados de la banda de cornetas y tambores desfilando delante del Ministro del Ejército Barroso en el acuartelamiento Sanjurjo de Gardeny. J. Gómez Vidal. 1959 129 |

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Un maestro y deportista en el cuartel Corre el año 1969, tengo 20 años, la carrera de maestro con la especialidad de educación física terminada, la oposición al cuerpo de maestros de Educación Primaria realizada y juego en la primera división estatal de hockey patines. Como he de cumplir el servicio militar, decido solicitarlo voluntariamente aunque dure más tiempo el periodo (20 meses) para así distorsionar lo menos posible mi actividad como deportista de élite. Me incorporo al servicio militar durante el mes de abril para terminar el 31 de diciembre del año 1970 y voy directamente a Sant Climent Sescebes a realizar las prácticas del campamento, donde estamos 3 meses, hasta la Jura de Bandera, para luego incorporarme al Cuartel de Gardeny de Lleida (segunda compañía del batallón de infantería), donde paso los restantes 17 meses de mi servicio militar. Al llegar al cuartel de Lleida en un principio iba destinado al Gobierno Militar para poder compaginar mejor mis servicios al Ejército con mis quehaceres como deportista de élite de Lleida; pero como tengo la titulación de maestro, el capitán de la compañía y responsable en el acuartelamiento del recién estrenado “Programa de extensión cultural”, (que tenía como finalidad la formación base de todos aquellos soldados que no tenían la titulación de estudios primarios para que lo pudiesen obtener durante el tiempo de su prestación del servicio militar), me ofreció la posibilidad de coordinar todo este programa con los servicios de la Inspección de Enseñanza Primaria de Lleida con los cuales ya tenía contactos, y a la vez, poder continuar con mi práctica deportiva reglada en el equipo de hockey patines “Lista Azul de Lleida” con el que jugaba. Decidí quedarme en el acuartelamiento de Gardeny porque el proyecto del Programa de extensión cultural me gustó al estar ligado a mi formación profesional, y a la vez, porque podía continuar con normalidad mi carrera deportiva. Inicié la labor de escoger y coordinar el profesorado que tenía que impartir las clases para marcar unos objetivos mínimos en la obtención de las titulaciones: Graduado Escolar o el Certificado de Estudios Primarios, y a la vez coordinar con el servicio de Inspección de Enseñanza Primaria de Lleida el programa a desarrollar durante 131 |

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todo el curso, para que éste estuviese adecuado a los exámenes que preparaba este Servicio de Inspección. Las clases se realizaban por las tardes, y pronto pudimos comprobar que la asistencia a las mismas era muy regular debido a la estrecha colaboración de los mandos del acuartelamiento, que se implicaron mucho en el desarrollo de este programa y también al interés que pusieron el equipo de profesores seleccionado y la mayoría de los alumnos a los que iban dirigidas las clases. Todo esto nos permitió seguir el programa diseñado para conseguir el objetivo final, que era la obtención del título de Graduado Escolar (un 63%) o el Certificado de Estudios Primarios (un 26%) de la mayor parte de los soldados inscritos. Durante la realización de mi servicio militar también pude comprobar que dentro del programa de instrucción se incluía la práctica diaria de educación física, cosa que favorecía la formación de las personas que allí convivíamos, cumpliéndose así una de mis máximas de referencia que siempre he tenido como educador y deportista: “Mens sana in corpore sano” que cita Juvenal basado en Platón. En este aspecto y a nivel personal, he de manifestar que se facilitó, tanto a mí como a otros deportistas de elite que encontré mientras entrenaba en las instalaciones deportivas del acuartelamiento, la práctica de nuestro deporte específico, ya que se nos dispensaba de la realización de esta actividad para no entrar en disfunción con el programa de entrenamiento que ya hacíamos con nuestros clubs. Se nos dejaba hacer durante este periodo nuestros programas personalizados de preparación física para estar en las mejores condiciones en nuestros respectivos equipos. En resumen, creo que durante el tiempo que presté mi servicio militar (a mi entender demasiado largo) pude aprovecharlo para continuar con normalidad mi carrera deportiva y poner en práctica los conocimientos pedagógicos de mi carrera profesional para que un grupo de personas, menos favorecidas culturalmente, con las cuales conviví durante un periodo de mi vida, pudiesen mejorar su nivel y obtener una titulación necesaria para perfeccionar su integración en la vida profesional civil. Josep M. Roy Porquet Delegado de Deportes en Lleida de la Generalitat de Catalunya (1996 -2003)

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Entrega de certificados de escolaridad a los soldados que superaron las pruebas de graduado escolar en el cuartel de la Seu d’Urgel. J. Isidro. 1964

El fusil formaba parte de las clases de gimnasia en tiempos en que la equipación deportiva era mínima. Sección de soldados con su instructor en el campamento General Martín Alonso. S. Farré. 1963 133 |

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El Pla de las Forques era el lugar de instrucción y de tiro del Regimiento Arapiles y situado a unos pocos kilómetros de Seu d’Urgel. Su gran extensión se aprovechaba para practicar deportes que no podían realizarse en el cuartel de Castellciutat. F. Garrido. 1970

Demostración de gimnasia con fusil y de descenso en rapel en unas jornadas de puertas abiertas en los cuarteles de Gardeny. C. Cabaleiro. 1981

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Las unidades de montaña generaban sus propias pruebas deportivas para medir el nivel de preparación y competitividad de sus componentes. Campeonato de patrullas en el Valle de Arán. F. Subils. 1963

Soldados de las unidades de Gardeny participando en la arrera del Memorial Perau, en el momento de descender de la Seu Vella de Lleida. J. M. Ponz. 1974

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Soldados de los cuarteles de Gardeny de Lleida desfilando en sus instalaciones deportivas ante el Ministro del Ejército Barroso con la uniformidad de gimnasia. J. Gómez Vidal. 1959

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La mili en ferrocarriles Los usuarios del ferrocarril en Lleida estaban habituados a ver cómo jóvenes soldados con uniforme azul daban la salida a los trenes con el silbato y un banderín rojo, o conducían grandes locomotoras que remolcaban trenes de viajeros y mercancías. Eran los “Prácticos”, soldados voluntarios en los Regimientos de Ferrocarriles. Estos regimientos han estado nutriendo de personal cualificado a RENFE durante muchos años en una modalidad denominada “militares de ferrocarriles en prácticas”, soldados voluntarios que, después de haber superado una oposición, firmaban un compromiso de cuatro años con el Ejército. Tras la Jura de Bandera, estos voluntarios recibían formación de los mandos militares durante un año en el Batallón Escuela, así como de monitores civiles designados por RENFE. Dependiendo de la especialidad adjudicada, eran distribuidos en los distintos batallones por todo el territorio nacional, donde completaban su adiestramiento durante los siguientes tres años perfeccionando sus conocimientos. Un aspecto importante en la formación del Práctico era inculcarle un gran espíritu de disciplina. Quienes superaban las pruebas programadas durante el tiempo de su servicio militar, ingresaban directamente al licenciarse, en la plantilla de la empresa ferroviaria sin examen alguno. La historia de estos “Prácticos” se inicia con la creación de RENFE, finalizada la Guerra Civil, pasando todas las líneas de ancho normal a ser propiedad del Estado. En aquellos años, el ferrocarril estaba en pésimas condiciones pero era el medio hegemónico de transporte nacional. Ante esta situación, el Servicio Militar de Ferrocarriles y RENFE firmaron un convenio de formación para que el personal voluntario de los recientemente creados Regimientos de Zapadores y de Movilización y Prácticas pasase a ser agente de RENFE, una vez superado el periodo de formación militar y de prácticas en la red ferroviaria. 137 |

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A estos Regimientos se les encomendó el adiestramiento en material fijo, móvil y de tracción de las distintas líneas ferroviarias, instruyendo al personal para el cumplimiento de las funciones encomendadas, en caso necesario. El Regimiento de Ferrocarriles nº 13 se responsabilizó de la infraestructura ferroviaria: vías, túneles, señales y tendidos eléctricos, y de la formación de obreros de vía, especialistas y capataces. El Regimiento nº 14 lo hacía de los servicios de tracción y movimiento, formando a los maquinistas encargados de la conducción de trenes y a los agentes de la seguridad en el tráfico ferroviario. RENFE asignaba un sueldo mensual al “Práctico”, abonándoselo directamente al Batallón, que administraba una cantidad para alimentación, vestuario y haberes en mano para gastos personales. El resto era ingresado en una cartilla de ahorros a nombre del “Práctico” que se le entregaba al licenciarse. De esta forma, al incorporarse a la vida civil con 22 años disponía de un puesto de trabajo fijo en una empresa estatal y una remunerada cuenta corriente para iniciar esta nueva etapa. Los soldados ferroviarios destacaban por el característico color azul de su uniforme y cuando salían de paseo, lucían un chaquetón tres cuartos de cuero marrón que tenían de dotación. Esta prenda, que causaba la envidia de otras unidades y expectación entre la población civil, era exclusiva del personal voluntario ferroviario. Lleida disponía de un destacamento militar ferroviario que estuvo emplazado en el andén principal de la estación y pertenecía al II Batallón, cuya jefatura estaba ubicada en la Estación de Francia de Barcelona. Sus integrantes realizaban funciones de factor en taquillas de venta de billetes, gabinete de circulación y jefe de estación. Sus antiguas instalaciones, ya sin utilidad, fueron remodeladas para la llegada del AVE. Miguel Guerrero Navarro Asociación de la Escala Honorífica de Complemento de Ferrocarriles en Catalunya

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Tarjeta militar que identificaba al soldado que estaba realizando las prácticas en RENFE y que le permitía viajar gratis en tren en 2ª clase. M. Guerrero.

Prácticos de la 19ª promoción encima de una locomotora Mikado en Barcelona. M Guerrero. 1959 139 |

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El uniforme de campaña de color azul les distinguía del resto de los soldados de otras unidades. M Guerrero. 1972

Destacamento de la Unidad de Ferrocarriles en la estación de Lleida. M. Guerrero. 1972

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Soldados del Batallón Albuera de regreso del curso de escalada en la estación de Pobla de Segur. El tren era la forma más común de trasladar a las unidades lejos de sus acuartelamientos. U. Diez. 1959

Convoy de tren especial militar en la estación de Tremp estacionado a raíz de las maniobras de la División de Montaña Urgel “Rebeco´74”. 1974

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Soldados de Ingenieros embarcando para unas maniobras en la estación de Lleida. A. Sánchez. 1978

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Cumplir el servicio militar fuera de la Península… Como es sabido, todos los jóvenes aptos de España teníamos la obligación de cumplir el servicio militar dentro de la Península o fuera de ella, según la suerte de cada uno en el momento del sorteo. Esto suponía que durante el tiempo que estabas en el Ejército, podías estar más o menos cerca de los seres queridos: padres, hermanos, novias o esposa, de los cuales nunca te habías separado antes. La mayoría no habíamos salido de nuestro entorno, ni habíamos subido a un tren, a un barco o a un avión. Y de repente, te encontrabas con un montón de compañeros procedentes de diferentes regiones españolas, que hablaban cuatro lenguas diferentes pero que vestían el mismo uniforme, cumplían el mismo reglamento, las mismas órdenes, la misma disciplina, y sentían las mismas penas y las mismas alegrías. Se iniciaron así unos vínculos de responsabilidad, camaradería y amistad que duran toda la vida. Todo esto, a mi entender, nos ayudó a ser más fuertes y preparados para afrontar la vida que teníamos por delante. Aunque algunas veces algunos mandos se excedían en su cometido, también es verdad que, en la Península, los soldados disfrutaban de más horas de paseo, pernoctas y permisos. No como los que estábamos en Ifni o Sahara, donde en el año 1957-58 hubo una guerra y como consecuencia murieron 368 personas, 576 quedaron heridos y 80 desaparecieron. Finalizada dicha guerra, el territorio quedó en un alto el fuego en estado de alerta permanente. El sólo hecho de poder llegar hasta allí era una odisea. Algunos compañeros de la quinta anterior tuvieron que estar más de veinte días en el barco sin poder desembarcar por mala mar y el barco tuvo que ir a Canarias para cargar agua y comida, y volver a Ifni. A mi quinta, la del año 1963, en vista de lo ocurrido, nos trasladaron en avión. Una vez allí, nos llevaron al campamento para el período de instrucción. Comíamos en grupos de tres, sentados en el suelo, a pleno sol y con temperaturas de más de 40º y a 50 metros de las zanjas que hacían de letrinas Al final del día, después de desfilar, había una ducha, que hacíamos en fila india y a paso ligero. Dormíamos en unas tiendas cónicas de lona. Terminado el campamento, cada uno iba a su destino: algunos en la ciudad de Sidi-Ifni y la ma143 |

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yoría en el cuartel de Tiradores de Ifni que tenía la tarea de ocupar las posiciones de diferentes lomas para la defensa del territorio. Por lo tanto, tocaba unos meses en las posiciones de montaña y unos meses en el cuartel. Me gustaría hacer mención especial de todos los soldados que pasaron por las posiciones de las lomas, los de antes y los de después de la guerra, hasta que España devolvió el territorio a Marruecos el 1 de Junio de 1969. Las condiciones de vida eran muy duras, en algunas posiciones defensivas había dependencias de obra, pero otras eran excavaciones bajo tierra, sin agua ni luz. Allí había que llevar la comida y el agua. En resumen, unas condiciones malísimas, con mucho trabajo y ninguna diversión; pocos paseos, pernoctas o permisos, y, en los casos en que los daban, no era rentable aprovecharlos porque pasabas el tiempo yendo y viniendo de la Península. Creo sinceramente que nunca se ha hecho un reconocimiento oficial a estos soldados que tuvieron que hacer “la mili” en estas latitudes y en las condiciones precarias descritas. En todo caso, me gustaría decir que nuestra “Associació Catalana de Veterans de Sidi-Ifni” sí los ha tenido en cuenta a todos, con el reciente monumento inaugurado en el Parc del Vilot d’Almacelles (Lleida) el 25 de mayo de 2013, que se puede visitar las 24 horas del día. Visto con los años, creo que fue un acierto profesionalizar los ejércitos. Para terminar me gustaría expresar mis conclusiones sobre el período militar que tuvimos que cumplir los jóvenes españoles. Para la mayoría creo que tuvo cosas positivas como el compañerismo, la solidaridad, el respeto, la amistad, que ayudaron a superar el día a día; pero también hubo puntos negativos: la falta de respeto de algunos mandos hacia la tropa, abusos en algunas medidas disciplinarias, desprecio hacia otras lenguas que no eran el castellano, porque, guste o no, forman parte del estado español, algunas órdenes absurdas y algún castigo no merecido. “Allí no existía el robo, los objetos sólo se cambiaban de sitio”. Esta es mi opinión, he pretendido ser objetivo, pero, como pasa con todo, hay que quedarse con lo bueno y lo positivo. En este aspecto, creo que nuestro paso por el Ejército fue positivo para la mayoría, incluso algunos hemos vuelto a aquellos lugares, después de tantos años, para recordar nuestras vivencias. Miquel Querol Gisbert Presidente de la Associació Catalana de Veterans de Sidi-Ifni

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En la tienda cónica del campamento de instrucción en Sidi-Ifni. M. Querol. 1963

Comiendo el rancho en las marmitas. M. Querol. 1963 145 |

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Saliendo de la ducha a paso ligero. M. Querol. 1963

Integrantes de la Associació Catalana de Veterans de Sidi-Ifni en la antigua plaza de España de esta ciudad marroquí en el viaje anual que realiza esta asociación a estos territorios. M. Querol. 2012

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Monumento de homenaje a los soldados que realizaron el Servicio Militar en los territorios africanos de Ifni y Sahara ubicado en la población leridana de Almacelles. M. Querol. 2013

Acto de homenaje en Almacelles (Lleida) el 25 de mayo del 2013 a los soldados veteranos que estuvieron en los territorios de Ifni y Sahara. Subdelegación de Defensa en Lleida.

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|Otras visiones

Cornetín de la Compañía de Esquiadores Escaladores de Viehla. J. M. Ponz 1974 149 |

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El ojo de un fotógrafo Josep Jaume Gómez-Vidal nació en Pobla de Segur en 1921, pero a partir del año 1931 se instaló en Lleida. Desde muy joven sus aficiones fueron el deporte, en concreto el atletismo y la fotografía, que compatibilizaba con su trabajo como administrativo en la compañía eléctrica FECSA. A partir de 1949 comienza su colaboración con diferentes periódicos como corresponsal deportivo, como fueron los casos de El Mundo Deportivo, Marca o La Vanguardia. Pero su colaboración más importante fue en el diario de Lleida La Mañana. Además fue el corresponsal en esta provincia de la agencia EFE. En el año 1963 el sindicato de Artes Gráficas le otorgó el título de Maestro Artesano de la Fotografía. Participó en muchos libros publicados en Lleida, como 50 años de la Unión Deportiva de Lleida, 25 años de Teatro amateur en Lérida, 50 Ilustres leridanos y uno sobre la historia gráfica de Lleida con 750 fotografías suyas. Fallece en Lleida en el 2005.

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Unidad de honores al Ministro del Ejército Barroso en la Rambla Ferran de Lleida en su visita a la ciudad y a la guarnición de la misma. J. Gómez Vidal. 1959

Desfile ante las autoridades civiles y militares situadas en el balcón del Gobierno Civil de Lleida con motivo de la visita del Capitán General Montesinos de la IV Región Militar. J. Gómez Vidal. 1966

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Desfile de piezas de artillería remolcadas del 105/14, pertenecientes al Grupo de Artillería de Montaña, por la Rambla d’Aragó de Lleida con motivo de la celebración del aniversario de la toma de la ciudad por las tropas nacionales en la Guerra Civil. J. Gómez Vidal. 1970

Revista del Ministro de Defensa Rodriguez Sahagún a las unidades de la División de Montaña Urgel nº 4 en el aeródromo de Alfés, lugar común de instrucción de las unidades de Lleida. J. Gómez Vidal. 1980

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La mirada… de un humorista Armengol Tolsà Badia, Ermengol, nace en Canals, (Córdoba-Argentina) en 1958. Desde 1985 publica en el diario Segre de Lleida y, desde noviembre de 1995, también en el Diario de Andorra. Además, se convierte en colaborador habitual de publicaciones como El Periódico de Catalunya, El Triangle, El Jueves, Playboy y Cavall Fort. Ha editado algunas monografías con sus viñetas en la prensa, y ha ilustrado aproximadamente unos veinte libros. Dirige, además, la colección “Historia del Humor Gráfico en América Latina”. Sus últimas publicaciones, que destacan por la originalidad temática y conceptual, han sido Ermengolarium (1999, Ed. Milenio), en la que recoge algunos de los casi 500 “bichitos” que han ido apareciendo en el suplemento dominical Lectura de Segre bajo el mismo epígrafe, y RIP (2005, Ed. Milenio), un arriesgado libro con dibujos sobre la muerte llevado a cabo en colaboración con el poeta Xavier Macià que suscribe los epitafios literarios. Ha protagonizado veintidós exposiciones individuales y ha compartido más de una veintena en España, Andorra, Francia, Portugal, Croacia, Cuba, Brasil, Costa Rica... Su último proyecto, Kayart (2007), una exposición itinerante compuesta por 15 canoas reales transformadas en piezas escultóricas, se ha paseado por diferentes puntos de la geografía española (Lleida, Salón Náutico y Museo Olímpico de Barcelona, Expo de Zaragoza…) y europea (Utrecht-Holanda). Su reconocimiento como artista le lleva a ganar el año 1993 el prestigioso premio MINGOTE que otorga el diario ABC de Madrid.

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Sin palabras. E. Tolsa. 2014

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El boceto de un pintor Antoni Sierra Uceda es un pintor leridano que se formó en la Escuela del Círculo de Bellas Artes de Lleida. Ha expuesto su obra en diferentes galerías de Madrid, Barcelona, Lisboa, París y por supuesto en Lleida. Pinta fundamentalmente al óleo y con colores muy llamativos, dando un estilo impresionista a sus bocetos o pinturas. Ha sido distinguido con multitud de premios en los diferentes concursos o eventos en los que ha participado, destacando recientemente el segundo premio ciudad de Lleida 2014 y el primer premio de Bellas Artes Sant Jordi de dicho año. Ha colaborado con sus pinturas con diferentes organismos e instituciones en el ámbito profesional, cultural, educativo y solidario. Destaca la ilustración del libro Trastornos del Sueño o los cuentos: La luna y El pájaro en el jardín. Pertenece a diferentes colectivos creativos, como Artistas de Ponent y diversas ONG,s.

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A. Sierra. 2014

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Ranchos y alegrías gustativas en misión… Le pregunta un general al coronel del regimiento sobre el contenido de la comida de la tropa. Éste le responde: “Carne, patatas y judías, mi general” A lo que el general le responde: “ ¿Y por la noche?” El coronel le responde: “Por la noche, judías, patatas y carne” A lo que comenta el general: “Así me gusta, que se varíe, que se varíe. . .” Este chascarrillo militar ilustra lo que ha sido “el caballo de batalla” de los ranchos militares: buscar la variedad de las comidas en la tradición culinaria con ajustado presupuesto, una cocina donde la sabiduría, gestión y buen hacer de los responsables de las cocinas de los cuarteles son claves para dar alimento y satisfacción al conjunto de la tropa. En el caso de las maniobras o marchas fuera del acuartelamiento, había que adaptar los menús habituales, a una ración de provisión o había que cocinar en una cocina móvil donde se elaboraba con sencillez las comidas ricas en calorías, hidratos de carbono, lípidos y proteínas necesarias para unos soldados que realizaban un esfuerzo físico continuado. Así, lo normal era que hubiera una comida fría y un desayuno y una comida principal calientes. El variado origen y procedencia de los mandos y tropa encargados de la cocina, enriquecían las minutas con el amplio recetario popular de la cocina española. Así, recuerdan, los que hicieron “la mili”, según quién hubiera al mando de la cocina, cómo se luchaba contra el frío con caldos, sopas, arroces de campo, legumbres o estofados. A estos mismos veteranos se les dibuja una sonrisa en la cara al revivir cómo se rompía la rutina con la incorporación al rancho de algún cordero o cabrito que se compraba a algún pastor o ganadero de la zona. ¡Menudos asados los de campaña y qué camaradería se forjaba al compartir esos momentos! En esta línea, la buena gestión de la cocina siempre permitía alguna alegría en los últimos días de las maniobras o al final de cada mes, con “café, copa y puro”. Aunque para alegrías, las que vivieron la tropa de la Agrupación Aragón, des159 |

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tinada en misión de paz en diferentes destacamentos de Bosnia Herzegovina, la Nochebuena del 24 de diciembre de 1995. Con una minuta en bilingüe que rezaba: “¡Que aproveche! … Bon Profit!”, el Gobierno de Aragón y la Generalitat de Catalunya (la mayor parte de las unidades que participaban en la Agrupación procedían de estas comunidades), sirvieron una espectacular y entrañable cena de Navidad para los militares españoles destinados en los diferentes puntos de la misión. “El baile gustativo” se abrió con una selección de embotits de Girona y jamón de Teruel. De las costas catalanas llegaron los langostinos de Sant Carles de la Ràpita; como plato principal, el ternasco de Aragón. El festival organoléptico se cerraba con guirlache de Aragón, llunes de Vilanova i la Geltrú, postre de músic y neules, carquinyolis i vanos de Tarragona. La bodega alternó el blanco Chardonnay de la DO Costers del Segre (Lleida), con el tinto Cabernet Sauvignon de la DO Somontano (Huesca). Y a la hora del brindis, cava de la Confraria Sant Sadurní (Barcelona). Si bien los platos elaborados por cocineros catalanes y aragoneses desplazados hasta la zona para esa noche fueron excelentes, lo más entrañable de la celebración fue la compañía, la experiencia compartida propia de la milicia. Pero recuerdo que cada bocado de esos ingredientes con denominación de origen nos acercaban un poquito a la tierra que había quedado atrás… Y esa fue una celebración donde la gastronomía se manifestó en mayúsculas, emocionando y llevándonos más allá del plato. Como Pomona Rafa Gimena Molina, periodista y cronista gastronómico

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La comida que se realizaba en el cuartel era probada todos los días por el jefe del mismo y también se ofrecía a las autoridades en caso de visita. “Prueba” de la comida realizada por el Ministro del Ejército teniente general Barroso en su visita al cuartel de Artillería de Gardeny con la presencia del coronel del regimiento. J. Gomez Vidal. 1959

Distribución de la comida al aire libre en el campamento General Martín Alonso en la primera Jura de Bandera. U. Díez. 1959 161 |

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En determinados días del año, como celebración de Patronas o Juras de Bandera, el presupuesto de la comida se veía aumentado para poder ofrecer a los soldados un menú especial. Comida de una Jura de Bandera en el campamento General Martín Alonso. J. M. Navarro. 1963

Los soldados contaban con utensilios, como la marmita y el cubierto, para poder comer con ellos en las salidas al campo de instrucción o de maniobras. Algunos portaban sus botas de vino para hacer pasar mejor la comida. Soldados del Regimiento Arapiles en las cercanías de Seu d’Urgel. F. Garcia. 1956

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Los soldados que preparaban el rancho utilizaban sus habilidades culinarias para dar su toque personal. Acampada en las cercanías de Pobla de Segur. J. Pla. 1968

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Las bandejas para comida sustituyeron a las marmitas en la distribución de la comida en el campo. Un fuego siempre alivia la penalidad de las condiciones climatológicas. Prácticas de vida y movimiento en montaña en la zona de Sant Maurici. P. Martín. 1987

La explotación de recursos naturales permite añadir más condimentos a la comida. Soldados en la boca sur del túnel de Vielha con una recolecta de setas. J. B. García. 1993

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El menaje de una cocina de campaña está dotado de grandes sartenes, paelleras o cacerolas que permiten usarse de forma improvisada utilizando un fuego rústico. Preparando el rancho en l’Alt Urgell. J. Isidro. 1980

La cocina modelo Arpa de dotación en las unidades tipo compañía en los años setenta solucionaba la confección en caliente de las comidas en el campo. Unidad de zapadores del batallón Mixto de Ingenieros de maniobras en el Pallars Jussà. A. Sánchez. 1978

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El Servicio Militar y su lenguaje El servicio militar obligatorio fue establecido en España por tres leyes sucesivas, en 1837, 1856 y 1862, y establecido en 1912 en tres años, que podían ser reducidos mediante el pago de una cuota. Más adelante, en 1996, fue suspendido por el gobierno que presidía José María Aznar. Más allá de su historia y del análisis sociológico y antropológico que pueda hacerse de su evolución, el paso por los cuarteles de miles de jóvenes todavía hoy constituye una experiencia relativamente reciente, así como la memoria más o menos fiel de una serie de elementos tradicionales, lingüísticos y folclóricos que lo caracterizaron, desde un comienzo, como esta soleá tradicional, cantada por el quinto a su novia: “A servir al Rey me voy y el viento que da en tu puerta son los suspiros que doy” Desde el punto de vista del lenguaje, habría que distinguir entre el administrativo militar, el de los militares profesionales y el de los soldados de reemplazo. Este último fue siempre más bien, de hecho, un pidgin1 grupal elaborado a partir de elementos procedentes del lenguaje juvenil, de la delincuencia, del militar profesional y de otros registros, que era asimilado por los soldados de reemplazo y abandonado después del servicio militar. La ironía, la exageración y un tono más bien peyorativo -pero también la identidad grupal y la jerarquía marcada por la antigüedad, entre los soldados- definieron una jerga que evolucionó con el tiempo, se diversificó en el territorio y sufrió también la influencia de los sociolectos y dialectos, y de las otras lenguas habladas por los soldados. El lenguaje del Servicio Militar funcionó, durante décadas, como una variedad lingüística argótica y cohesionadora del grupo, sometida a un proceso incesante de cambio y de creación de nuevos recursos, en el seno de un colectivo sometido durante un tiempo a un alto grado de institucionalización y a una situación jurídica y social muy específica. Cualquier persona que haya conocido la realidad de los 1 Código simplificado que permite una comunicación lingüística escueta entre los grupos que lo usan. 167 |

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cuarteles españoles, durante el largo período protagonizado por los soldados de reemplazo, difícilmente olvidará del todo los matices, las exageraciones y la ironía de la jerga de los soldados de reemplazo. Sin ánimo de enumerar exhaustivamente la diversidad de sus recursos, sí que podríamos destacar algunos de sus elementos constitutivos más activos: una amplia serie de recursos semánticos expresivos (chopo, bisabuelo, tirilla, turuta), disfemismos (bulto, pollo, bicho, conejo); perfiles semánticos relacionados con el sexo o la droga (follarse, fumeta), influencias del argot militar profesional (chusquero, páter, prevención, retén), préstamos del argot de la delincuencia (trullo, cantar) y del lenguaje juvenil (pringar, escaquearse, estar quemado, vestirse de romano), y acortamientos léxicos y adición de sufijos (machaca, camareta, peluca). Encerrados en el cuartel durante largo tiempo, los soldados solían servirse de la parodia, el mote y el chiste como un recurso para matar el tiempo y para esquivar la añoranza. Los decálogos o carnets del bisagra (recluta al que faltaba poco tiempo para licenciarse) son un ejemplo de ese estilo: “El Bisagra amará a su cama como a sí mismo. El Bisagra descansará de día para dormir de noche”, etc. En ese contexto, el humor negro y el chiste grueso que impregnaba el argot de los soldados de reemplazo tenía esencialmente una misión catártica, parecida a la que los tacos, el humor y las habladurías tienen y han tenido, en el habla común, en todas las sociedades. Dr. Miquel Pueyo París Director del Departament de Filologia Catalana i Comunicació Audiovisual de la Universitat de Lleida

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Panel de la exposición Fer el soldat a les terres de Lleida celebrada en el Institut d’Estudis Ilerdencs en el año 2013 sobre algunas de las palabras utilizadas por los soldados durante el Servicio Militar. El lenguaje no verbal y codificado solo permite su interpretación a los componentes del grupo. Grupo

de soldados en el cuartel Infantería de Gardeny. F. Fernández. 1975 Gamba es aquel soldado a punto de licenciarse. Soldados músicos de la División de Montaña Urgel 169 |

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en la nave dormitorio. J. R. Serrado. 1979

La mili, o el servicio, como lo llamaban las personas de mayor edad, eran no solo las fotos, sino también las palabras que traían los soldados al licenciarse, palabras desconocidas y excitantes que volvían más atractivas las historias que contaban.

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Antonio Muñoz Molina en su novela Ardor guerrero. 1995

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La irreverencia juvenil se manifiesta y se traslada también al lenguaje o a la forma de festejar las fiestas. Soldados celebrando la Patrona de Infantería. A. López. 1974

Algunas frases de los soldados 2: Con chuscos y paciencia se consigue la licencia. Me llaman el mesías porque no me quedan meses sino días Te queda más mili que al palo de la bandera. El que vale, vale, y el que no para cabo. ¿Dónde está fulano? En la mili. 2 Recogidas de la Tesis Doctoral El lenguaje militar: entre la tradición y la modernidad de Miquel Peñarroya i Prats. Ministerio de Defensa. 2002 171 |

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Pelusa, padre, abuelo, bisa son algunos de los apelativos que irán tomando los soldados a medida que avance su servicio militar. Compañeros de llamamiento en Gardeny. I. Teixidó. 1992

¡En… guardia! Voces ejecutivas propias de la vida militar. Soldados de servicio en el cuartel de Infantería de Gardeny. F. Fernández. 1975

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Recuerdos de una colaboración de la Generalitat de Catalunya con el Servicio Militar en las tierras de Lleida Como responsable de relaciones institucionales con la Fuerzas Armadas en la Generalitat de Catalunya, desde el año 1981 al 2012, he tenido la oportunidad de participar en una experiencia apasionante relacionada con el Servicio Militar en las tierras de Lleida a lo largo de los años 1981 al 2001, año, este último, en el que fue suspendido el servicio militar obligatorio. En el año 1981, y por expreso deseo del entonces Gobernador Militar de Lleida y Jefe de la División Urgel nº 4, Rafael Allendesalazar y Urbina, preparé una “experiencia piloto” de Aproximación al Patrimonio Arquitectónico y Cultural de Catalunya, que dio pie -por la vía del conocimiento hacia la estima - a que aquello que era de todos, todos debíamos de poder compartirlo, conocerlo, y hacerlo nuestro, para conservarlo y legarlo a la posteridad, a nuestros hijos, con el evidente objetivo añadido, de que ello ayudaría, también, a mejorar nuestros propios proyectos vitales: conocer, para querer; valorar, para mejorar. Por eso, todas las acciones que se fueron programando y desarrollando desde entonces, se enmarcaron dentro del llamado SERRES (Servicio del Recreo Educativo del Soldado), y se protocolizaron con la firma de diversos convenios entre la Generalitat de Catalunya y el Ministerio de Defensa, cosa que permitió múltiples y variadas colaboraciones en los campos de la cultura y de la educación, comprendiendo actividades formativas, informativas y divulgativas que, a modo de índice, voy a enumerar, a lo largo de esos años: 1981 – Experiencia piloto de “Rutas de Aproximación al Patrimonio Cultural de Catalunya”. 1982 – Primeras Rutas y colaboración con la Revista Tierra-Mar-Aire. 1983 – Primer Convenio y Rutas Interregionales. 1985 – Primer Libro de Rutas. 1987 – Primeros Campos de Trabajo de Recuperación del Patrimonio Arquitectónico. 1989 – Cursos de catalán, en Lleida, y participación en el Festival del soldado. 173 |

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1990 – Puntos de Información Juvenil en los Cuartelesde Gardeny y Academia General Básica de Suboficiales, con firma de Convenio. Proyecto SA (Sin Accidentes), y Curso de Formación de Guías Turísticos. 1992 – Proyecto de Prevención de Drogodependencias. Curso: “Gradúese, ahora puede”. Maletas Olímpicas para Barcelona’92. Rutas Deportivo-Culturales. 1993 – Curso de monitores del SERRES. Curso de Técnicos de Deporte Base. 1994 – Ruta al Parlamento Europeo. Curso de Canto Coral. 1995 – Convenio en Microinformática, con cursos de Microinformática en las FAS. 1999 – 10ª Edición del Premio periodístico: Roger de Llúria. Lotes de vídeos y libros. 2000 – Nuevo Convenio Marco Generalitat de Catalunya – Ministerio de Defensa. Aulas virtuales en la UOC (Universitat Oberta de Catalunya). 2001 – Master en Prevención de Drogodependencias. Catalogación de fondos bibliográficos. Se realizaron, pues, un sin fin de actividades, que propiciaron un mayor y mejor conocimiento mutuo entre personas de diversas procedencias del Estado Español, tan necesario para fortalecer los lazos de unión personal e institucional. Una cosa quisiera destacar. Siempre encontré una voluntad de colaboración entusiasta en todas aquellas personas e instituciones que, a lo largo de los años, fueron dando soporte -en la medida de sus posibilidades- a cada una de las actividades, lo que forjó un equipo de trabajo de gran valía, cuyos resultados podría sintetizar con los siguientes datos: • Participación total: 66.174 personas (de reemplazo, tropa profesional, mandos y familiares). • Instituciones colaboradoras: 47 (promedio anual). • Cursos de lengua catalana: 58. Alumnos aprobados: 190. • Cursos de lengua inglesa: 34. Alumnos aprobados: 216. • Puntos de Información Juvenil: 4. • Programa de Prevención en relación con el consumo de drogas en las FAS y Seguridad Vial, durante los años 1992, 1993, 1994: 2.464 soldados de reemplazo, y más de 90 mandos. • Campos de Trabajo con la participación de 48 militares. A todos los participantes, mi recuerdo agradecido por estas vivencias del Servicio Militar de un “veterano”, ahora jubilado, que nunca las olvidará. ¡GRACIAS, AMIGOS! Guillem Sáez Aragonés Ex-Responsable de relaciones con las Fuerzas Armadas y la Generalitat de Catalunya de 1981 a 2012. | 174

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Portada del libro editado por la Generalitat de Cataluña donde se recogían las diferentes rutas que se realizaron en la tercera campaña de colaboración entre esta Institución y el Ejército para promocionar el Patrimonio de Catalunya. Subdelegación de Defensa. 1985 175 |

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Excursión de soldados de la División Urgel al románico del Valle de Boí en el marco de la ruta piloto de aproximación al patrimonio catalán. Generalitat de Catalunya. 1981

Presentación en el salón de actos del Acuartelamiento Templarios de la meseta de Gardeny del programa de prevención de drogodependencias orientada fundamentalmente a los soldados. Generalitat de Catalunya. 1992

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Grupo de soldados de las unidades de Lleida en la Catedral de Barcelona durante la ruta de aproximación al gótico y a las instalaciones deportivas de Barcelona´92. Generalitat de Catalunya. 1992

Mascota ideada por el Servicio Recreativo del Soldado del Acuartelamiento Templarios para anunciar las actividades orientadas a la tropa y en este caso felicitar las navidades. Generalitat de Catalunya.1993 177 |

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Dentro del convenio de colaboración entre la Generalitat y el Ejército se encontraba el compromiso de montar unos puntos de información juvenil en los cuarteles, orientados a satisfacer diferentes aspectos de los jóvenes, desde salidas al mundo laboral como otras ofertas de ocio o cultura. Generalitat de Catalunya. 1990

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Con el ganado a cuestas Las unidades a lomo eran una de las características que tenían las tropas de montaña. Los mulos y los caballos formaban parte de las plantillas de estas unidades que les daban una nota peculiar y diferente a cualquier otra de las Armas. Eran mucho más complejas y bastante más sacrificadas dentro del mismo Ejercito o acuartelamiento, pues los soldados destinados en ellas tenían los mismos deberes que el resto de tropa, además de los propios con el ganado: dos piensos al día, aguadas, paseo al ganado, limpieza, etc. Casi la totalidad de la tropa de estas unidades, pertenecía al ámbito rural, bien porque ellos lo solicitaban, o porque una vez llegados al cuartel, se les asignaba dicho destino. Dentro de las unidades a lomo, existía otro destino, seguramente el más duro de todos. Era el de la herrería, imprescindible, ya que sin un buen herraje, el ganado no estaba en condiciones de poder salir de marcha o maniobras, actividad principal de estas unidades. Los soldados que se enviaban para el herraje, aproximadamente unos diez por compañía, normalmente eran los soldados que en su vida civil tenían un fuerte vínculo con el ganado, o que su comportamiento en la compañía era algo problemático. Esta circunstancia, para el mando que los recibía, se solucionaba con un trato más personalizado y premiando su trabajo con rotaciones de permisos, de forma que, al final, nadie se quería marchar de este destino y terminaban completamente identificados con sus cometidos… casi todos. Los momentos más duros para los soldados encargados del ganado - los acemileros - eran las maniobras, pues a las largas marchas diarias que se hacían, se añadía la conducción del ganado, con los problemas que conllevaba el comportamiento del animal o la caída por un precipicio con toda la carga que llevaban. La falta de infraestructuras viarias en la montaña, el mal estado de los caminos y la necesidad de llegar con armamento y material muy pesado a determinadas zonas, obligaba al uso de semovientes como medio de transporte. Hoy en día todo ha cambiado y con un helicóptero sería muy fácil situarlas en dichos lugares. Seguramente el tiempo y la melancolía me hacen pensar, que cuando las circuns179 |

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tancias de la vida son duras como en este caso, los recuerdos, las amistades, y el amor propio que en estas circunstancias se desarrollan, quedan para siempre en el recuerdo. No puedo olvidar, el vínculo que tarde o temprano se establecía entre el soldado y su mulo o caballo asignado, al final de su servicio militar. Los he visto ir a los establos a despedirse de ellos y echarse una fotografía de recuerdo, esa era la mejor seña para saber que nunca olvidarían su paso por esta bonita y sacrificada unidad. Adolfo Miralles Lozano. Teniente Especialista Veterinario Auxiliar de Veterinaria en la reserva

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Unidades del Grupo de Artillería a lomo en un desfile en el acuartelamiento Templarios de Lleida antes de partir de maniobras. Cada mulo portaba una pieza del obús 105/14 acompañado de su sirviente y acemilero. J. Garrido. 1985

Fuerza y destreza se requerían para cargar la pieza en el mulo. J. F González. 1966

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| Un paseo por el Servicio Militar desde y en las tierras de Lleida El acemilero o soldado conductor del ganado requería de una instrucción y habilidades específicas para tratar unos animales nada fáciles de manejar. Acemilero con su mulo cargado en un desfile por la calles de Barcelona. J. F. González. 1966

Las unidades a lomo eran las más aptas para moverse en terrenos de montaña. De marcha por el Valle de Arán. J. F González. 1968

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El mantenimiento del ganado incluía un buen herraje del mismo, tanto en el cuartel como en las maniobras. A. Miralles. 1979

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Dar un paseo diario al ganado era una actividad cotidiana en los cuarteles de Gardeny. A. Sanchez. 1980

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El soldado y el servicio religioso Mi padrino era el páter: el páter Cerdá. La figura del páter –nombre con el que se conocía a los sacerdotes en el ámbito militar- era la de una persona próxima, que siempre estaba al lado del soldado. Estoy hablando de los cuarteles de la meseta de Gardeny con centenares de jóvenes soldados, que en muchos casos encontraban en el páter a ese “padre” que estaba lejos y con el que no podían comunicarse a diario. Muchos de estos jóvenes necesitaban un consejo o tenían una historia que contar, que hacían de la función del páter ir algo más allá a su tarea estrictamente religiosa. Su proximidad, el consuelo y el consejo moral y espiritual a personas muy jóvenes y en muchos casos muy alejados de sus casas, era algo importante para personas que, en muchas ocasiones, estaban en el inicio de su vida madura y que hasta entonces habían dependido de la comodidad y del amparo familiar. Por lo que él contaba, le llegaban soldados con problemas importantes, habitualmente de índole familiar, que necesitaban una ayuda o un consejo para poder resolverlos, un permiso para ir a su casa, una mediación y en muchos casos dinero. En estas situaciones el páter siempre estaba presente. Aún recuerdo llegar a su casa y en su despacho lleno de libros y de discos, oírle charlar con uno u otro soldado de sus cosas. Yo llamaba a la puerta y me decía “vete a ver la tele que estoy ocupado”. Cuando marchaba el soldado, salía con una bolsita de sobrasada, queso, pan mallorquín y algún pastelito. Mi pretensión en este corto escrito es rendir homenaje al recuerdo de todas aquellas personas que, siendo sacerdotes, optaron por hacer su labor en el Ejército, entre ellos mi padrino, y su labor fue mucho más lejos de lo que su vocación les pedía y fueron muy valiosos en la atención a los soldados. Aunque tambien es cierto que “de todo hay en la viña del Señor”. Paco Cerdà i Esteve

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La figura del capellán castrense estaba presente en todas las unidades en base del Concordato entre la Santa Sede y el Estado Español. Jura de Bandera de soldados del campamento de Mas de Mascarell en La Pobla de Segur. J. Calvet.1955

Los clérigos y religiosos estaban exentos de realizar el Servicio Militar según el acuerdo entre el Estado Español y la Santa Sede hasta el año 1979. Algunos seminaristas hacían labores pastorales con los soldados en los cuarteles. Cartilla de un seminarista del obispado de Lleida. Subdelegación de Defensa. 2013.

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La asistencia religiosa en los cuarteles incluía todo tipo de oficios religiosos de tradición católica. P. Cerdá. 1970

Mural que adornaba la capilla del Regimiento Arapiles en Castellciutat, que fue realizada por dos soldados del reemplazo de 1978 y que imita las pinturas de las iglesias románicas del Pirineo. Subdelegación de Defensa. 2013 187 |

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Blogueros de la mili El Servicio Militar ha sido lugar de encuentro de jóvenes de distintas procedencias y condición social que les permitía un tipo de relación social singular que muchos han querido volver a rememorar después de los años. La aparición de internet ha propiciado iniciativas, como la que abajo se presenta, para volver a tejer en la red aquellas relaciones de juventud.

Página de presentación del blog: http://milientalarn.wordpress.com/

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| Un paseo por el Servicio Militar desde y en las tierras de Lleida Compañeros del primer Campamento de Instrucción de Reclutas Especialistas (CIRE) posando en la calles de Talarn. J.L Sánchez. 1966

Las diferentes procedencias geográficas de los soldados hacían que los de una misma región estrecharan, más si cabe, su relación. Grupo de gallegos en el CIRE General Martín Alonso. A. Pena. 1966

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Soldados veteranos en Vielha a través de la red. Hace ya seis años que se celebra en Vielha un encuentro de antiguos componentes de la Compañía de Esquiadores Escaladores. Se celebra porque un día, un nostálgico veterano, tuvo la feliz ocurrencia de lanzar una idea por la red de internet. El resultado es que al poco tiempo, ya estaban enganchados cientos de antiguos “barbudos”, entiéndase: soldados componentes de aquella mítica unidad. A partir de estos contactos nada fue igual para todas estas personas desperdigadas por la piel de nuestra vieja España y que deseaban, necesitaban, contactar entre sí. La solución fue crear una asociación que en principio nos uniese y que al poco tiempo de estar formada nos permitiese reencontrarnos en nuestra casa, es decir, Vielha. Y así fue pues, si se me permite la licencia, “la mili” en Vielha para muchos de nosotros significo un antes y un después. El antes son los recuerdos, muy difuminados, que guardamos de aquella primera medio novia que tuvimos, los sentimientos y emociones que nos motivó y que luego desapareció de nuestra vida, no volviéndola a recordar. Pero, mira por donde, un día, al cruzar un semáforo, la volvemos a ver, y entonces se nos viene a la memoria la época pasada con todas sus sensaciones acrecentadas. Esto es el después. La Compañía de EE.EE de Vielha es lo mismo, pero mucho más intenso. Un día descubres que hay una Asociación de Veteranos, te metes en su página web, y vuelves a vivir y saborear todo lo pasado, y encima tienes la oportunidad de reencontrarte con compañeros que no has vuelto a ver. Para más satisfacción, te dicen que se celebra un encuentro en Vielha. Entonces ya no te queda otra que ir, porque no te lo puedes perder. Los tres días que dura este encuentro están cargados de emotividad. Es normal ver por las calles de esta bella población a grupos, veteranos de muy diferentes edades, charlando sobre su paso por la Compañía, gentes venidas desde cualquier punto de España. Sus ojos reflejan, esa ilusión de saberse acogidos por

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compañeros que son iguales que ellos, gentes que han vivido lo mismo en otra época, anterior o posterior ¡Qué más da! Si te paras a escuchar, las vivencias son las mismas, aunque en diferentes años y con diferentes mandos. Pero la esencia de la Compañía de Esquiadores Escaladores de Vielha está ahí, siempre fiel a sus principios. Los habitantes de la población acogen con simpatía a estos antiguos soldados que en su día convivieron como unos araneses más. Con ellos recuerdan anécdotas y situaciones que crearon lazos de unión entre militares y civiles. La Compañía de Esquiadores Escaladores de Vielha, durante su estancia en el Valle de Arán, fue muy querida y respetada por la población civil. Por ese mismo motivo, estos encuentros solo son posibles aquí, en Vielha, pues, desde la máxima autoridad civil del Valle, hasta el último ciudadano, se vuelcan para hacer agradable la estancia de estos veteranos en tierras aranesas. Son tres días repletos de actividades socioculturales. Pero hay tres de ellas que destacan por su significado. El sábado disfrutamos de una salida montañera que, bajo el amparo de nuestro noble guión, nos lleva a cumbres holladas hace muchos años, y que, gracias a estos encuentros, vuelven a ser conquistadas, sufridas y disfrutadas como cuando éramos soldados. Ese mismo día ya por la noche, disfrutamos de una espléndida cena durante la cual damos rienda suelta a todas las vivencias de la jornada. Cena que, como no puede ser de otra manera, es compartida con nuestras sufridas parejas, las cuales, y para la ocasión, se ponen tan guapas que hacen palidecer las flores que adornan las mesas. Luego, el domingo, formamos todos los veteranos y, acompañados de todas las asociaciones invitadas al encuentro, con nuestros guiones y banderines, en un acto de total recogimiento, rendimos homenaje y honores a los soldados de todos los tiempos que dieron su vida por España y expresamos un emocionado recuerdo a los compañeros fallecidos, todo ello bajo la atenta mirada de las autoridades civiles y militares presentes en dicho acto. Y todo esto ¿por qué...? Porque aquel tiempo pasado en aquella Unidad consiguió inculcarnos unos valores y unos sentimientos de los que adolece la sociedad actual y que nos hace pensar que, el Servicio Militar, aquella denostada mili, realmente no era tan mala. Pepe Castillo García de la Serrana Asociación Veteranos Esquiadores Escaladores de Vielha

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Las barbas se pusieron de moda en muchas unidades de montaña como signo de distinción en los años 70 y 80. Soldados de la Compañía portando el guión y al fondo el lago Rius. J. Ponz. 1974

El dinamizador de la Asociación con el acuartelamiento de la Compañía en el fondo del Valle de Arán. C. Delcampo. 1972

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Colocación en Montcorbison (2.170 m) de un relieve de la Virgen del Mig Arán, patrona del Valle, por parte de los veteranos de la Compañía y sus familiares. Asociación de Veteranos de la Cia EE.EE. 2013

Acto de homenaje a los que dieron su vida por España por parte de los veteranos, en el antiguo solar que ocupaba la Compañía en Vielha. Asociación de Veteranos de la Cia EE.EE. 2013

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Placa de recuerdo por parte del Ayuntamiento de Vielha en homenaje a todos aquellos que sirvieron en la Compañía. Asociación de Veteranos de la Cia EE. EE. 2009

Veteranos de la Compañía en el encuentro anual en el Valle de Arán. Asociación de Veteranos de la Cia EE. EE. 2013. 195 |

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Los últimos de la mili, según… El 31 de diciembre del año 2001 el Servicio Militar quedaba suspendido y con ello finalizaba el modelo mixto de Fuerzas Armadas, que contemplaba unos efectivos compuestos por tropa de reemplazo, tropa profesional y cuadros de mando.

Portada de la Revista Española de Defensa de diciembre del 2001.

De los 12.265 jóvenes llamados a filas en el último reemplazo de 2001, únicamente se presentaron en los cuarteles 1.894, apenas el 15 por ciento. Los demás aprovecharon los diversos medios a su alcance para no hacerlo: se declararon objetores de conciencia, quedaron exentos por razones médicas o solicitaron prórrogas por estudios. Algo similar venía ocurriendo desde que, dos años antes, el Gobierno decidiera poner fecha al final de “la mili”. Aquellos últimos 1.894 militares de reemplazo contribuyeron a que la compleja transición a las Fuerzas Armadas profesionales tuviera una mínima incidencia en la operatividad militar. Del artículo “DIEZ AÑOS sin mili” de la Revista Española de Defensa de marzo de 2011. 197 |

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Parte del artículo publicado en el periódico leridano Segre el día 30 de diciembre del año 2001.

Última Jura de Bandera en Academia General Básica Suboficiales de los soldados reemplazo correspondientes al llamamiento del año 1999. AGBS. 1999

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la de de 3º

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El acto se celebró en el polideportivo para acoger a un número muy reducido de soldados en comparación con otros actos que se celebran en la Academia. La suspensión del Servicio Militar estaba anunciada. AGBS. 1999.

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Comentarios extraídos del libro de visitas de la exposición:

Fer el soldat a les terres de Lleida

Del 18 de junio al 31 de julio de 2013 se realizó en la Sala Montsuar del Institut d´Estudis Ilerdencs una exposición sobre el Servicio Militar desde la postguerra hasta su suspensión, que llevaba por título Fer el soldat a les terres de Lleida. La exposición fue vista por muchas personas, la gran mayoría habían realizado la mili y se les dio la oportunidad de expresar sus sensaciones en un libro de visitas. Estas son algunas de ellas: La mili me trae gratos recuerdos de juventud. La mili me trae buenos y malos recuerdos, no obstante se recuerda con nostalgia. La mejor etapa de mi vida. Tiempo perdido. No aprendí nada. La mili sería muy interesante para toda la juventud (hombres y mujeres). Hoy en día convendría que pasasen por la mili muchos jóvenes y sus padres para aprender a valorar muchas cosas. La mili fue para mí una buena experiencia, me enseñó a ser un “hombre”, como se decía antiguamente. Me sirvió para entrar en el mundo del trabajo. Actualmente sería conveniente para la juventud. La recuerdo como una pesadilla. Es lo mejor que me pasó el poder hacer el servicio militar. Es algo que debería de hacer la juventud. Mi padre fue legionario y recuerda aquella época como una de las etapas más divertidas y anecdóticas de su vida.

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A pesar de mi mes de calabozo, no fue tan malo, porque así puedo contar batallitas a los nietos. Fue un tiempo para mí muy difícil, pero también aprendí mucho. Ojala se hubiese eliminado antes el servicio militar obligatorio y ojala no hubiese tenido que hacerlo. Creo que tendría que volver el servicio militar obligatorio. No deberían haber suprimido la mili porque uno se espabilaba lejos de casa y uno gana mucha experiencia y se espabila, que es lo mejor. Hice muy buenos amigos de toda España a los que he echado de menos muchas veces. ¡Grandes amigos y grandes personas! ¿Creeréis que en la mili me hice lo que soy hoy? 14 meses medio perdidos. Aprendimos algunos valores que nos han sido útiles a lo largo de la vida. Hice la mili en Canarias. Era joven y me lo pasé muy bien. Conocí gente con la que todavía hoy, después de 35 años, conservo una gran amistad. También hubo momentos malos, pero la mayor parte de experiencias fueron gratas. Me acuerdo de muchos momentos buenos y también malos. Buenos años y mejor camaradería. La mili marcó muchas generaciones. Ahora queda en el recuerdo. Me gustaría que mis hijos pudieran disfrutar de una experiencia semejante. Fue una época la del servicio militar muy buena. Con tres meses hubiera sido suficiente. Afortunadamente la mili ya no se hace. Fue una gran pérdida de tiempo, en una edad en que debía haberse aprovechado para otras cosas mejores.

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FOTO 203 Poster de la exposición que atrajo a más de cinco mil visitas. Insitut d´Estudis Ilerdencs. 2013

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Último paso Hoja a hoja, paso a paso se llega al final de este libro, de este paseo por el Servicio Militar con personas que de alguna manera están o han estado ligadas en un momento de su vida al paisaje leridano. Como cualquier paseo no hay dos miradas iguales, cada cual percibe un detalle, un punto de vista que lo hace distinto. Así pasa con el Servicio Militar, cada cual ha tenido su experiencia, de forma que podemos afirmar que hay tantas “milis” como jóvenes que la han realizado. Pero a pesar de esta diversidad, se ha intentado sugerir con los textos y con las fotos algunos aspectos que podrían ser comunes, de forma que aquel que nos ha acompañado en este libro se haya podido identificar, en algún momento, con algunas de las experiencias expresadas aquí. Este paseo no hubiera sido posible sin la colaboración de todos aquellos que nos han jalonado con sus testimonios escritos o gráficos. De nuevo, hay que darles las gracias pues sin ellos no hubiera sido posible este libro. Pero también tengo que agradecer a Manuel Santiveri, María del Mar Hernández, Susana Gil y Ferran Larriba por su aportación en mejorar literariamente y estéticamente este paseo. También un recuerdo a los que se quedaron en el camino… Coronel Pablo Martínez Delgado Coordinador de este libro

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Soldados colocan la corona de laurel en el monolito del patio de armas Juan Carlos I de la Academia General Básica de Suboficiales, durante el Homenaje a los que dieron su vida por España. AGBS. 1980

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