EL HOMBRE CON TATUAJES

EL HOMBRE CON TATUAJES Nací en Venezuela. Era día de aguacero, nuestra tormenta indígena que derrumba como diluvio con aguas enlazadas con relámpagos

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EL HOMBRE CON TATUAJES Nací en Venezuela. Era día de aguacero, nuestra tormenta indígena que derrumba como diluvio con aguas enlazadas con relámpagos y truenos, cuya fascinación y espanto descubrí durante mi infancia, y que volví a encontrar con felicidad indecible al vivir, de adulto en Colombia y Ecuador : la delectación de un cataclismo, mineral y vegetal a la vez, cósmico y terráqueo, que convenía a mi afición por lo trágico y las sensaciones extremas. Decidí solemnemente que me bautizaran hijo del aguacero, niño de las nubes, heredero de esas pesadas y oscuras maravillas cargadas de estruendos que se amontonaban en los altos del Monte Avila, y que se hacinarían más tarde, en el transcurso de mi vida, en las alturas del Montserrate o en la cumbre del Pichincha. El aguacero, irreversiblemente grabado en mi espíritu, tatuaje de la génesis del mundo, concepción poderosa y sensual, con su olor a arena y a tierra, a hoja, a amor, como apareamientos de sexo, de cenizas y de plantas nacientes. Fue mía entonces la voz segunda, el español, tatuada sobre la voz primera, el francés, la que solía hablar bajo las bóvedas verdes y rojas de los secoyas, la que se había ligada a las profecías del partero, el querido doctor Raga, que dijo a mi madre, agotada a la vez por ese niño que acababa de nacer y aquel apocalipsis asombroso, es feliz augurio que nazca su hijo bajo

el signo del aguacero venezolano. El héroe de la literatura latinoamericana es la naturaleza, añadió el joven médico, citando a Arturo Uslar Pietri. Entiendo porqué nunca pude adaptarme a las lluvias francesas, tristemente tranquilas y razonables, lluvias pueblerinas y provinciales, mientras mis diluvios latinoamericanos eran grandes metrópolis verdes y soberanas, pobladas con sinfonías trágicas y conciertos patéticos. Recuerdo Caracas Venezuela Me acuerdo de una piedra viva y primitiva piedra sonora de agua y de rebeldía piedra solar Recuerdo aquella piedra de puma que husmea el río Quisiera recalcar mi identificación perenne al español, idioma que declaré lenguaje de mis ancestros, idioma paternal que mi padre había escogido enseñar, y que se había apropiado, hasta llegar a ser uno de los mejores especialistas de la literatura latinoamericana, padre portavoz en Francia y en Senegal de los grandes escritores de Venezuela et de América del Sur, 1

sublime traductor de quién ha sido el primer mensajero de mi memoria, Alejo Carpentier. « El Acoso » fue mi libro deslumbrante, tal como Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, con quién cabalgué a pelo en los llanos más llaneros de la planeta. Padre nos leía largos pasajes de ambos libros, y se retiraba en su despacho para ofrecerles, en francés, un espacio de vida, después de decirnos :

buscaré a transmitir la transparencia.

Recuerdo mi lenguaje él de mi infancia la española la americana la Caribe quemadura de Orinoco ecuador de mi deseo Me acuerdo de los de conjuros de los aguaceros del estupor de sus fonemas tropicales Recuerdo un idioma muy libre y palpitante El que yo hablaba, lengua mía máscara transparente de mi identidad Recuerdo aquel idioma incansable de soles sustancial de maguëyes y de chirimoyas idioma mío de aguardiente y de maíz Recuerdo el lecho de los volcanes que me invitaban a los agapes de los mangos y del araguaney Me acuerdo de mi lengua contemplada desde las cumbres y que iluminaba la lámpara de viento bajo las selvas del mar Recuerdo debajo de las anchas faldas de las conquistas al lado de las máscaras de oro un idioma con diamantes Recuerdo el hablar esta lengua como una tapicería de tiempo y espacio reconciliados fraternal del astro y de sus hijos, verbo del cóndor Tuve así la suerte de vivir hombre tatuado con mi idioma materno, el francés, y con mi lengua paternal, el español. Debo al aguacero mi entrada en poesía y una infancia mestiza. El miedo fué otro tatuaje. 2

El miedo frío y sin nombre, él que penetra en el estómago para barrenar sus tornillos y sus fragmentos. Este pavor tiene el contorno de largas y anchas columnas de luz gris y amarilla, que yo veía surgir al atardecer, desde la terraza de nuestro apartamento de Caracas, de no sé cual abismo, y que se dirigían hacia el cielo. Estos haces luminosos teñian las nubes y las montañas cercanas con el lúgubre presagio de los aullidos de la sirenas de alarma y de la estridencia de los motores de aviones. Tenía ocho años y entonces me vino en conocimiento la cruelda de los hombres y el escándalo de « las venas abiertas de América latina ». Llevaba un nombre, la crueldad : Pérez Jiménez. Tenía ocho años y aprendí el sentido de la palabra « dictador ». Mi padre decía : Pérez Jiménez

es un dictador, el dictador de Venezuela. No te preocupes, lo que pasa son maniobras. Mi padre decía : Pérez Jiménez tiene muchos enemigos, entonces prepara la guerra y organiza maniobras. Mi padre me explicó quienes eran los enemigos del dictador : me habló de las cárceles llenas de obreros, de artistas, de intelectuales, de periodistas y añadió : el lema de

Pérez Jiménez es « al paredón ! »

Recuerdo el horrible dictador pequeño gordo graseoso se llamaba Pérez Jiménez y fusilaba a porfía Recuerdo las maniobras la noche los aviones y el miedo Tenía miedo y me afligían estos hombres que los verdugos arrancaban de su celda, al nacer el día, que ataban a una estaca et que fusilaban. Aún menos entendía lo que pasaba porque pensaba que esto no podía existir en el país de Simón Bolívar. Nació en Caracas mi compromiso indeflectible hacia la lucha por la libertad y mi odio ante la política conscientemente imperialista y neocolonialista de los EU. Fue en Caracas, bajo los ficticios y sonoros bombardeos que empezó la génesis de mi poemario Chiliades, homenaje a los hermanos chilenos ahogados por la infamia. Pérez Jiménez, los Videla y otros Pinochet y los Cóndor fueron los sanguinarios mensajeros de mi memoria, la de un continente exsangüe. Recordémonos : somos el 19 de diciembre 2004. « Una misa ha sido brindada en Santiago para el restablecimiento del ex caudillo » (Pinochet)…

Recuedo la alta voz de independencia Recuerdo Manuela la Ecuatoriana que Bolivar amaba tanto 3

Simón que liberaba a su pueblo a su pueblo a su amor a Manuela la quiteña Me acuerdo del himno Gloria al bravo pueblo de mi orgullo de pertenecer a este pueblo y hablar su idioma Recuerdo mi bandera Amarillo azul y rojo Otro tatuaje fue, durante mi infancia, el de la voz y de las palabras de los escritores, todos mensajeros de una orilla a otra, Juan Liscano, Alejo Carpentier, Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva, y muchos más, y después en París, en Mexico, en Dakar, Miguel Angel Asturias, Torres-Bodet…

Recuerdo a los escritores que venían a casa por la noche y yo no podía dormir demasiada vida en el salón esos hombres esas mujeres sus conversaciones la agitación en la cocina Me levantaba y me escondía y ahí era el paraíso Terminaba endormecido Recuerdo a Andrés Eloy Blanco A sus angelitos negros su voz que vibraba ronca y profunda voz de llano et de roca : Pintor de santos de alcoba pintor sin tierra en el pecho, que cuando pintas tus santos no te acuerdas de tu pueblo, que cuando pintas tus vírgenes, pintas angelitos bellos, pero nunca te acordaste de pintar un angel negro; pintor nacido en mi tierra con el pincel extranjero, pintor que sigues el rumbo de tantos pintores viejos, aunque la Virgen sea blanca píntame angelitos negros ! 4

(…) Si queda un pintor de santos, si queda un pintor de cielos, que haga el cielo de mi tierra con los tonos de mi pueblo, con su angel de perla fina, con su angel de medio pelo, con sus angelitos blancos, con sus angelitos indios, con sus angelitos negros, que vayan comiendo mango por las barriadas del cielo. Día, día tras día, se graban en nuestra memoria las huellas de nuestro destino, de nuestra memoria con tatuajes :

Recuerdo las piñatas Recuerdo los raspa’os y el cochecito del vendedor de helados Recuerdo a los limpiabotas Recuerdo las guayabas y las guanábanas Recuerdo cuando mi madre preparaba los tequeños Recuerdo que este país me hizo poeta Y me dió a ver lo que no se puede ver Gracias por tí Venezuela

Rémy Durand 4 de abril de 2008 Según L´homme tatoué Éditions Villa-Cisneros, Toulon 2005

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