En esta oportunidad, damos a conocer la conferencia en su totalidad:

Literatura, Ciencia y Tecnología. El jueves 18 de Noviembre, el Dr. Miguel de Asúa1 realizó una conferencia en el Instituto Sabato donde disertó sobre

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Literatura, Ciencia y Tecnología. El jueves 18 de Noviembre, el Dr. Miguel de Asúa1 realizó una conferencia en el Instituto Sabato donde disertó sobre tres áreas fundamentales para el crecimiento de la humanidad. En esta oportunidad, damos a conocer la conferencia en su totalidad: Literatura y tecnología son dos áreas de la experiencia humana que a primera vista pueden parecer bastante alejadas entre sí. Pero sin necesidad de profundizar demasiado podríamos discutir su vinculación desde varios puntos de vista. En primer lugar, varios autores—como Walter Ong o Jack Goody—han estudiado el desarrollo de la tecnología de la palabra, es decir, los modos por los que el pensamiento y su expresión lingüística se vieron y se ven afectados por las técnicas de registro, conservación y transmisión del lenguaje—desde el alfabeto y la escritura a la Internet. Un segundo punto de vista es el que puso de manifiesto el metalurgista e historiador de la tecnología Ciryl Stanley Smith cuando afirmaba: El descubrimiento y la invención están esencialmente motivadas por una aspiración estética, en particular en lo que concierne a la ciencia de los materiales. En este trabajo (“Metallurgy as human experience”, Metallurgical Transactions A, 6A, 1975, pp. 603-23), Smith se refiere a la dimensión estética de la investigación y por eso pone en paralelo las artes y la ciencia de materiales, ya que era especialista en estas cuestiones. Nuestro enfoque de las relaciones entre tecnología, ciencia y literatura es otro y está guiado por la pregunta: ¿cómo se refleja la tecnología en obras literarias? Responder, aunque sea fragmentariamente, a esta pregunta es una manera de explorar de qué modo la tecnología fue interpretada o recreada por la imaginación y, más ampliamente, uno de los muchos caminos abiertos para discutir algunas cuestiones sobre tecnología y cultura. Nuestro método va a consistir en ir recorriendo, un poco impresionísticamente, algunas obras para ver qué nos pueden decir en cuanto a nuestro tema. Las obras literarias de la antigüedad clásica como fuente de información sobre las técnicas

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Médico y Doctor en Medicina (Universidad de Buenos Aires), Master en Historia y Filosofía de la Ciencia y Ph.D. en Historia de la Ciencia (University of Notre Dame). Visiting fellow en Clare Hall (University of Cambridge) e investigador visitante en Harvard. Autor y compilador de 7 libros y más de 50 artículos en el campo de la historia y la filosofía de la ciencia. Actualmente miembro de la Carrera del Investigador de CONICET, Profesor Titular de Historia de la Ciencia (UNSAM) y Profesor Contratado de Metodología de la ciencia en la Carrera Docente de la Facultad de Farmacia y Bioquímica (UBA). Académico Titular de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires. Autor de 20 artículos de divulgación científica, editor de la revista electrónica de la Escuela de Posgrado de la UNSAM, miembro del Comité Editorial de CIENCIA HOY y del Directorio de EUDEBA.

Los que podemos llamar monumentos literarios de la antigüedad contienen información sobre las técnicas utilizadas en civilizaciones pretéritas. La literatura clásica greco-latina, pongamos por caso, es una de las fuentes de datos sobre la cultura material de la época. Los especialistas están acostumbrados a usar este tipo de documento en asociación con los artefactos arqueológicos. Podemos tomar como ejemplo las obras de Homero, la Ilíada y la Odisea, escritas en el siglo VIII a. de C. pero que describen una civilización anterior, la tardía edad del bronce micénica en la que el hierro era todavía un metal precioso, tal como lo demuestra el episodio en el que Aquiles ofrece como premio valioso un bloque de hierro en bruto (Ilíada XXIII, 825). En ambos poemas encontramos referencias a varios procedimientos técnicos, por ejemplo, la impregnación del cuero con aceite mediante el estiramiento por varios adobadores (Ilíada XVII, 389-95), el cardado de la lana (Odisea XVIII, 315ss.) o la construcción de un barco mercante de fondo plano en el episodio del escape de Ulises de la isla de la ninfa Calipso (Odisea V, 241ss). También el episodio del famoso ‘escudo de Aquiles’ en el canto XVIII de la Ilíada, donde aparece el herrero divino Hefesto, en su taller, ayudado por estatuas animadas, de oro, con la forma de doncellas. Tetis, la madre de Aquiles, le pide que forje una armadura para su hijo. Ahí comienza la descripción de la decoración del escudo de 5 capas metálicas que ocupa el resto del canto. Cuando la pica del troyano Eneas golpea el escudo de Aquiles, se menciona que éste está cubierto de dos capas de bronce, dos de estaño y la interior de oro, que es la que frena el golpe (Ilíada XX, 265); acto seguido Aquiles golpea la rodela de su oponente y lo hace en el borde, donde—se aclara—el bronce y el cuero superficial son más delgados (Ibid. 273-6). Fragmentos como este son utilizados por arqueólogos e historiadores de la tecnología en sus investigaciones. La tecnología trata de adquirir prestigio literario en el Renacimiento En un salto de más de dos milenios, veamos un caso de cómo en el Renacimiento algunos autores buscaron otorgar valor a ciertas actividades técnicas al escribir tratados eruditos sobre las mismas. Durante el siglo XVI la cultura y el prestigio estaban asociados al cultivo de las lenguas clásicas y las humanidades. Una manera de dar relevancia social a una actividad era presentarla en esos términos. Esto es lo que hicieron los artistas y pintores y también se ve lo mismo en el campo de la metalurgia. La Pirotechnia de Vanoccio Biringuccio (1540) es la primera obra impresa en cubrir todo el campo de la metalurgia. El enfoque de este libro es más bien práctico y la obra estaba escrita en ‘vulgar’, es decir, en italiano. Si la comparamos con el De re metallica de Georgius Agricola (1556), vemos que este último escribió una obra más pretenciosa, con mucho mayor uso de fuentes greco-latinas. Agricola escribió en un latín elegante para ser leído por las personas instruidas, pues aspiraba a legitimar la metalurgia como un saber con prestigio. El primero de los doce libros en que consiste la obra es una apología y exaltación de la minería y la metalurgia que menciona una considerable cantidad de autores clásicos. En la dedicatoria, Agricola declara que su obra es para las técnicas de los metales lo que el el De re rustica del romano Columella (también en 12 libros) fue para la agricultura. Agricola era un médico con una sólida educación clásica, adquirida en parte en Italia, que practicó en ciudades de distritos mineros (Joachimstahl, en las Erzgebirge de Bohemia y luego en Chemnitz, en Sajonia). Su primera obra, de las

muchas que escribió sobre el tema, es un diálogo con un minero, Lorenz Berman (Bermannus). Fue publicada en 1530 por el editor Johannes Froben de Basilea y el volumen apareció precedido por una carta de aprobación de Erasmo, el príncipe de los humanistas europeos, a quien Agricola había enviado el manuscrito. Este libro fue leido por Biringuccio. Para que quede claro la diferencia entre el enfoque práctico del Biringuccio y el enfoque erudito de Agricola, comparemos como comienzan los prefacios (dedicatorias) de ambos tratados. Biringuccio (dedicado al señor Bernardino de Moncelesi, de Salo). Habiéndote prometido escribir acerca de la naturaleza de los depósitos minerales en particular, debo comunicarte algunos hechos generales, especialmente aquellos que conciernen los lugares, tipos y maneras de su existencia, tanto como las herramientas que se usan. De todas maneras, debes saber que de acuerdo a investigadores confiables estos depósitos se hallan en muchas partes del mundo. Se muestran como las venas en los animales o las ramas de los árboles extendiéndose en varias direcciones. Agricola (dedicado a una larga serie de príncipes del Sacro Imperio Romano Germánico) Muy ilustres príncipes, a menudo he considerado las artes metálicas como un todo, como Moderato Columella consideró las artes de la agricultura, tal como si estuviera considerando la totalidad del cuerpo humano; y cuando percibí las distintas partes de mi materia, tal como si fueran los miembros del cuerpo, comencé a temer morir antes de que entendiera su entera extensión y la pudiera inmortalizar en una obra escrita. Este libro mismo muestra la longitud y la profundidad del asunto y el número y la importancia de las ciencias de las que los mineros necesitan poseer al menos una idea. Como vemos, el texto de Biringuccio está escrito en un estilo llano, mientras que el comienzo de la dedicatoria de Agricola es de una retórica más bien exaltada. El objetivo del segundo era que su tratado técnico fuera aceptable para los humanistas y debía entonces hablarles en el único estilo que estos consideraban válido. La crítica a los trabajos de la Royal Society en el siglo XVII Francis Bacon (1561-1626) fue un autoproclamado profeta de lo que se llamaría posteriormente la ‘revolución científica’. Bacon no hizo nada, absolutamente nada que se pareciera a la investigación de la naturaleza que propiciaba, pero si escribió mucho. Este autor sostenía que la investigación de la naturaleza debía ser empírica y orientada hacia un fin util para la humanidad. En el aforismo 81 de Novum Organon Bacon afirma: ‘No hay para las ciencias otro objeto verdadero y legítimo que el de dotar la vida humana de descubrimientos y recursos nuevos’. Bacon escribió una obra de género utópico, la Nueva Atlántida (1627), que representa una isla en el Pacífico en donde hay una llamada ‘Casa de Salomón’, que es un grupo de sabios que utilizan la filosofía baconiana en su investigación de la naturaleza y la invención de técnicas. (Otra obra contemporánea que describe una sociedad imaginaria es la Ciudad del Sol de Tommaso Campanella (1602). En esta comunidad regida por la pura razón sus habitantes descubren el arte de volar y

están a punto de crear instrumentos ópticos para ver las distantes estrellas y auditivos para escuchar la música de las esferas.) En síntesis, a comienzos del siglo XVII estaba en el aire la idea de un grupo de personas que se dedicasen a la investigación y la invención. Esta idea se efectivizó con la creación de las dos primeras organizaciones científicas: la Royal Society en Inglaterra (alrededor de 1660) y la Académie des sciences en Francia (1666). La Royal Society se fundó teniendo en cuenta los ideales de Bacon. Lo que aquí nos interesa señalar es que, en gran medida, el público de la época consideraba que sus miembros se ocupaban de cosas extremadamente inútiles, tanto fuera en el caso del conocimiento por sí mismo o en el caso de invención de artefactos. Esto dio origen a muchas burlas. Esta actitud está bien ejemplificada en una obra de teatro satírica: ‘El Virtuoso’ de Thomas Shadwell (1676)—‘virtuoso’ era un nombre que en esa época recibían aquellos que se dedicaban a indagar los secretos de la naturaleza. El personaje de la obra era uno de estos, a quien se ridiculiza, precisamente por perder el tiempo con lo que se consideraban cosas inútiles. Una de sus creaciones eran los tubos estenterofónicos, una suerte de trompetas con las que se creía poder transmitir el sonido a varios kilómetros de distancia (se suponía que eran en particular efectivos si se hablaba en griego). Pero la sátira más conocida contra la surgiente ciencia moderna es la que hizo Jonathan Swift en el libro III de sus Viajes de Gulliver (1726). En sus viajes, Gulliver se encuentra con una isla volante, habitada por matemáticos y otros teóricos, que pasan sus vidas renegando de cuestiones prácticas, abstraídos en la contemplación. Esta isla tenía una base de diamante y era impulsada por la fuerza magnética (la descripción del mecanismo es una parodia de los artículos publicados en las Philosophical Transactions, el órgano de la Royal Society). Esto posibilitaba que la isla se desplazara geográficamente sobre distintas ciudades, a las que dominaba—era una isla imperial—. Si se rebelaban, la isla ocultaba el Sol o se desplomaba sobre ellas. Esta situación ha sido interpretada como la primera manifestación en la literatura del poder de la tecnología para establecer un dominio político. Gulliver sigue viajando y llega a la isla de Balnibarbi, donde encuentra la Academia de Lagado (otra burla de la Royal Society) la cual tenía varias secciones. Una de ellas es la dedicada a inventos supuestamente útiles—los cuales, obviamente, aparecen como ridículos: extracción y encapsulamiento de rayos solares extraídos de pepinos, tratamiento de los excrementos para restituirlos a su estado natural de nutrientes, fabricación de seda a partir de telas de araña, etc. (estos proyectos fueron tomadas de experimentos de la Royal Society). Gulliver también describe una máquina para producir frases literarias al azar. Tal como la representa, es inoperable. Pero la idea es más o menos esta: una serie de hileras de cubos de madera, tal que en sus caras tienen escritas palabras. Al rotar los cubos se van formando frases sin sentido. Se ha señalado que esta máquina fantasiosa puede ser el antecedente de la máquina de escribir novelas mecánicas que utiliza la heroína de la novela 1984 de George Orwell (1948). Exaltación de la tecnología a principios del siglo XVIII Las críticas a los cultores de la nueva ciencia dio paso, en el siglo XVIII temprano, a una exaltación, debido al espectacular suceso de la mecánica de Newton y a los avances técnicos entre 1680 y 1730, como la máquina de Newcomen, los sistemas

de provisión de agua corriente domiciliaria en Inglaterra, la apertura de canales navegables en Francia y otras grandes obras de ingeniería. Alexander Pope fue uno de los grandes hombres de letras ingleses del siglo XVIII, conocido más bien por su preocupación, característicamente neoclásica, sobre la naturaleza del ser humano. Pero Pope ocasionalmente glorificó el progreso tecnológico de su época y la construcción de obras cívicas por parte de los magnates, tal como lo expresa, por ejemplo, en el poema dedicado a Richard Boyle, conde de Burlington (1731) o en otro dedicado a un tal John Kyrle, quien alrededor de 1700 había proveído a su pueblo (Ross-on-Wye, en Hereford) de un sistema de distribución de agua alimentado por una rueda hidráulica y un depósito. En 1755 un oscuro poeta, el reverendo John Dalton, escribió un poema que elogiaba una máquina de Newcomen ubicada en Cumberland y en el que se afirmaba que la misma era superior a los acueductos romanos. Críticas a la primera revolución industrial Con el avance de la llamada ‘primera revolución industrial’ en la segunda mitad del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, aparecieron actitudes fuertemente críticas de la misma. El poeta y artista gráfico William Blake (1757-1827) se convirtió en uno de los más extremos representantes de esta posición. Blake se dedicada al grabado y fue un poeta visionario, autor de una mitología dispersa a través de varias obras y difícil de interpretar. Su tema dominante es la prédica contra lo que él consideraba la opresión de la razón científica—encarnada por nombres como Bacon, Locke y Newton—y sus denuncias proféticas contra lo que llamaba los ‘talleres de Satán’. En su larguísimo poema ‘Jerusalem’ (1808-1818), dice: Vuelvo mis ojos a las escuelas y universidades de Europa Y allí contemplo el telar de Locke, cuya trama se encoleriza horrenda Lavada por las ruedas hidráulicas de Newton: negra es la tela Que en pesadas coronas se pliega sobre todas las naciones: crueles mecanismos De muchos engranajes contemplo, engranajes dentro de engranajes, con tiránicos dientes Moviendo compulsivamente unos a otros, no como aquellos en Eden, los cuales Engranaje con engranaje, giran con armonía y paz en libertad. Blake confunde intencionalmente los autores de la revolución científica (Newton, Locke), con símbolos de la revolución industrial tales como telares mecánicos y engranajes. En otros pasajes menciona las máquinas de vapor, las fraguas, las minas, los talleres, todos ellos presentados como sitios diabólicos en un panorama desolador producto de la razón científica y el ingenio técnico. A mediados del siglo XIX, novelas como Tiempos Difíciles de Dickens o Norte y sur de Elizabeth Gaskell (1854 y 1855, respectivamente) daban testimonio de los efectos socio-económicos de la creciente industrialización, pero estas obras se mueven en el nivel de denuncia social y su relación con nuestro tema es indirecta. Interpretaciones tecnológicas en el romanticismo En Alemania, donde las cosas eran diferentes, los autores románticos mostraron actitudes más matizadas respecto de la tecnología. Un caso interesante es el de los

relatos fantásticos del escritor y músico germano Ernst Theodor Hoffman (17761822). Uno de sus cuentos tiene como tema los mecanismos que imitan los seres vivos: los autómatas, muy populares en los países del centro de Europa durante el siglo XVIII. En ‘Los autómatas’ se cuenta la historia de un muñeco mecánico que era capaz de adivinar los pensamientos secretos de las personas. El artificio había sido obra de un fabricante de autómatas, un extraño sujeto—el profesor X— que experimentaba con la música de la naturaleza. Hoffman explora literariamente de qué modo la idea de captar intuitivamente los misterios de la naturaleza puede asimilarse a los desarrollos técnicos de la época. Este autor transitaba así una frontera entre lo mecánico artificial y lo casi sobrenatural o místico, en una atmósfera logradamente siniestra. Este tipo de cuento fue influyente en el naturalista y escritor argentino Eduardo Holmberg, uno de los iniciadores del cuento fantástico entre nosotros. Holmberg escribió un cuento muy parecido al de Hoffman titulado ‘Horacio Kalibang o los autómatas’ (1879). Trata también de un fabricante de autómatas. La idea es que los personajes que el lector cree que son humanos terminan siendo muñecos mecánicos. Esto se repite varias veces, de tal modo que se crea una cierta sensación opresiva, aunque el tono general del relato es más bien ligero y con algunos toques de humor. Optimismo en el siglo de la ciencia Al siglo XIX los contemporáneos los llamaban ‘el siglo de la ciencia’. En 1874 el físico John Tyndall afirmaba que la ciencia podía explicar absolutamente todo en la ‘puramente natural e inevitable marcha de los átomos de la nebulosa primordial a los Proceedings de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia’. Algunos autores de literatura exaltaban las diversas dimensiones del progreso científico-tecnológico. Uno de ellos fue Victor Hugo (1802-1885), cuya larga vida ocupó casi todo el siglo y quien pasó de su romanticismo inicial a cantar una epopeya del progreso técnico. En su larguísima colección de poemas La légende des siècles (1859, dos años después de la conquista de Argelia por Napoleón III), los últimos son un enfático canto al control de la naturaleza por medio de inventos técnicos. Uno de ellos, ‘Pleno mar’ presenta el dominio del océano por el barco del vapor, que es visto como una suerte de Leviatán moderno. A este la hace pendant ‘Pleno cielo’, cuyo tema es el de un navío aéreo, un ‘aeróscafo’, que asciende hasta el espacio exterior. En el último poema de esa larga colección, ‘Abismo’, se muestra al ser humano orgulloso de su poder basado sobre los logros de la ciencia y tecnología del siglo XIX: Prometeo, encadenado al Cáucaso, lanza un grito, Asombrado de ver a Franklin robar el rayo; Fulton, a quien Júpiter hubiese convertido en polvo, Monta a Leviatán y atraviesa el mar; Galvani, calmo, oprime la muerte con risa amarga. Aquí se canta a algunos nombres representativos de la electricidad y de la ingeniería de avanzada como héroes prometeicos. Apenas cinco años después de que Hugo publicó estos poemas, el escritor francés Jules Verne (1828-1905) comenzó a hacerse famoso por sus obras de ficción con base científico-tecnológica.

Las más conocidas fueron escritas entre 1864 y 1872 y el tema de fondo es el viaje a regiones inaccesibles: Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Veinte mil leguas de viaje submarino (1869, el año de la inauguración de Canal de Suez). En todos estos viajes tiene mucha importancia la tecnología utilizada para los mismos, ya sea en la exploración de las profundidades geológicas del planeta, del espacio o de los abismos marinos. Lo que Hugo esbozaba románticamente a nivel poético, Verne plasmó en clave más positivista. Fantasías literarias sobre las máquinas En el siglo XIX la imaginación social comenzó a expresar lo que luego se consolidaría como tema literario en el siglo XX: el temor por las máquinas, ya anunciado, como vimos, en expresiones como los cuentos de Hoffman. El escritor satírico inglés Samuel Butler, que actuó durante la segunda mitad del siglo XIX, fue un crítico de la cultura victoriana: tanto del cristianismo anglicano como del darwinismo. En 1863 Butler escribió un artículo en un diario de Nueva Zelanda titulado ‘Darwin entre las máquinas’. Lo que postulaba era que a los reinos mineral, vegetal y animal sucedería, evolutivamente, un ‘reino de las máquinas’. Este autor siguió desarrollando este tema hasta plasmarlo en una novela, Erewhon (1872). La novela trata de un viajero que llega a una tierra perdida, Erewhon, donde los habitantes tienen una cultura material equivalente a la del siglo XII. Lo que nos interesa es que los habitantes de dicha tierra hace 4 ó 5 siglos que eliminaron las máquinas, pues un pensador había escrito un ‘Libro de las máquinas’ en el que planteaba la posibilidad de que estas evolucionaran darwinianamente y superaran a la especie humana: del mismo modo que del mundo inorgánico habría evolucionado la conciencia, las máquinas podrían pasar por el mismo proceso. En cuanto a la reproducción, ya se sabe que hay máquinas que hacen máquinas. Que deban ser operadas por seres humanos no interesa: las flores deben ser polinizadas por abejas. Esta posibilidad llevó a una guerra civil violenta que destruyó todos los mecanismos de Erewhon y desde entonces sólo piezas aisladas podían verse en museos de esa tierra perdida. Por supuesto, este tema fue retomada en innumerables variantes por la ciencia ficción. Hacia fines del siglo XIX y principios del XX quien reflejó varios problemas interesantes acerca de las máquinas en la literatura fue H. G. Wells. Su primera novela corta (o cuento largo) trata de un viaje, pero en el tiempo: es La máquina del tiempo (1895). La obra de ficción científica de Wells abarca fundamentalmente su primer período como autor, entre 1893 y 1900; posteriormente se dedicó a otras cosas, aunque siempre preocupado por cuestiones relativas a la ciencia, tecnología y sociedad. Los cuentos de Wells son extremadamente interesantes como exploración de cuestiones vinculadas con la tecnología y me atrevería a decir que pueden leerse más allá de su interés histórico. ‘El señor de las dínamos’, por ejemplo, es una reflexión muy sugestiva sobre la relación de las sociedades arcaicas con la tecnología moderna. ‘El hacedor de diamantes’—más allá de su interés como profecía cumplida en lo que hace a la producción de diamantes artificiales—tiene muchos insights psicológicos sobre el tema de la invención. La exaltación futurista de las primeras dos décadas del siglo XX

La exaltación literaria de la tecnología tuvo quizás su manifestación más vocinglera en el movimiento encabezado por el escritor y activista Filippo Marinetti, que se llamó ‘futurismo’ y que tuvo expresión en la literatura y en la pintura de la década de 1920. Este movimiento exaltaba la acción, la ruptura con todo pasado, la velocidad y la técnica. Su fundador era un millonario propagandista de la guerra y se transformó en un icono del fascismo italiano. En los años de la década de 1910 Marinetti emitió y publicó una serie de manifiestos futuristas. El relacionado con las literatura afirmaba, entusiasta, lo que para Samuel Butler había sido una utopía negativa: Después del reino animal, se inicia el reino mecánico. Con el conocimiento y la amistad de la materia, de la cual los científicos no pueden conocer sino las reacciones físico-químicas, nosotros preparamos la creación del hombre mecánico de piezas intercambiables. Los automóviles, en particular, eran un tema preferido de estos autores, pues encarnaban todo aquello que los atraía: rapidez, tecnología, novedad. Marinetti escribió un poema ‘al automóvil de carrera’ y en el primer manifiesto futurista afirmó: ‘un automóvil rugiente, que parece correr sobre la metralla, es más bello que la victoria de Samotracia’. La segunda mitad del siglo XX En la segunda mitad del siglo XX sin duda el género que mejro encarnó las expectativas, entusiasmos y temores de la civilización contemporánea respecto de la ciencia y tecnología fue la ciencia ficción, que constituye un género propio sobre el que discuten acaloradamente críticos literarios y aficionados. Dado que este es quizás el aspecto mejor conocido de cómo la literatura refleja cuestiones científicas y tecnológicas me voy a eximir de mayores comentarios. El segundo polo de interés es el constituido por aquellas obras que discutieron la dimensión ética de la historia de la bomba atómica y la situación de los científicos en la guerra fría, como por ejemplo la novela The New Men de Charles Snow y obras de teatro como Los físicos (1962) de Friedrich Dürrenmatt, Sobre el asunto Oppenheimer de Heinar Kipphardt, Hapgood de Tom Stoppard y la reciente Copenhagen de Michael Frayn. Colofón Hemos visto un rapidísimo pero representativo panorama de los distintos modos en que los escritores, dramaturgos y poetas fueron interpretando y dando expresión a las varias y contrastantes actitudes sociales respecto de la ciencia y la tecnología. El conocimiento de algunos episodios de esta historia y la discusión de estos temas por parte de los científicos—más allá de su interés intrínseco—puede contribuir en parte a llamar la atención sobre la importancia de la difusión y comunicación del trabajo efectuado en los laboratorios al público en general.

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