Juana Escabias. Colección de Teatro Ediciones Irreverentes

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Juana Escabias

Nueve mujeres infieles

Colección de Teatro Ediciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor. ©Juana Escabias De la edición: © Ediciones Irreverentes S.L. Foto de portada: ©Gina Sanders - Fotolia.com Mayo de 2013 Ediciones Irreverentes S.L http://www.edicionesirreverentes.com ISBN: 978-84-15353-71-3 Depósito legal: M-14012-2013 Diseño de la colección: Dos Dimensiones S.L. Imprime Cimapress Impreso en España.

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Nueve mujeres infieles está dedicado a Marga Almela, Brigitte Leguen, Marina Sanfilippo, Helena Guzmán y María García Lorenzo. Por vuestra fidelidad a las mujeres.

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PERSONAJES Escena 1: ÉL / ELLA Escena 2: EL HOMBRE / LA MUJER Escena 3: LA AMANTE / EL AMANTE Escena 4: EL LÍDER / EL INICIADO / CRISTINA / LA NIÑA Escena 5: EL GUARDIA CIVIL / LA MUJER DEL GUARDIA CIVIL Escena 6: LA CHICA / EL MARIDO DE LA CHICA Escena 7: LA PACIENTE / LA DOCTORA 1 Escena 8: LA MUJER / LA MADRE DE LA MUJER / EL HIJO / LA HIJA Escena 9: EL JUERGUISTA / EL DESCONOCIDO 1 / EL DESCONOCIDO 2 / LA DESCONOCIDA 1 / LA DESCONOCIDA 2 / LA DESCONOCIDA 3 Escena 10: LA PACIENTE / EL DOCTOR Escena 11: EL JUERGUISTA / EL DESCONOCIDO 1 / EL DESCONOCIDO 2 / LA DESCONOCIDA 1 / LA DESCONOCIDA 2 / LA DESCONOCIDA 3 Escena 12: LA ESPOSA / EL ESPOSO Escena 13: EL HOMBRE / LA MUJER

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1 Sale ELLA, terminando de vestirse y con actitud ausente. Mira al vacío mientras se abrocha el cinturón del vestido. Aparece ÉL. ÉL: Tenemos que contárselo. ELLA: ¡¿Por qué?! ÉL: Es mejor. ELLA: ¿Es mejor? ÉL: Es preferible que lo sepa por nosotros a que se lo cuente alguien… por ahí. ELLA: (Asustada.) ¿Quién se lo va a contar? Esto solo lo sabemos tú y yo. ÉL: Mujer, son formas de hablar… ELLA: (Asustada.) ¿No se te habrá ocurrido decirle a alguno de tus amigotes que tú y yo habíamos quedado hoy aquí…? ÉL: Manuela, basta ya. Javier es tu marido y es mi hermano. ¡Y se lo vamos a contar hoy mismo! 7

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ELLA: Hoy mismo. ÉL: Esta noche, cuando él llegue del trabajo, me planto en vuestra casa y se lo suelto. Que quiero a tu mujer y que nos hemos acostado juntos. Cara a cara. Sin esconderme detrás de ningún teléfono. ELLA: ¿Y si esperamos un tiempo? ÉL: ¿Para contárselo? ELLA: Esta tarde ha sido la primera vez. ÉL: Justamente por eso. Si se lo contamos más adelante podría acusarnos de no haberle informado desde el primer momento. Se cabrearía. ELLA: … ÉL: ¿Porque esta primera vez no será la última vez, verdad? ELLA: … ÉL: ¿Verdad?

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ELLA: Tienes razón. Tenemos que contárselo ya mismo. ÉL: Si ve que por nuestra parte no existe mala intención, que no hemos intentado ocultárselo, que lo nuestro es amor sincero e inevitable, a lo mejor… ELLA: Así me perdonaría. ÉL: …consiente en que nos marchemos los dos juntos. ELLA: (Llorando.) Lo hagamos como lo hagamos se enfadará muchísimo. Yo me casé enamorada. ÉL: A mí me gustas desde que te conocí, cuando Javier te trajo por primera vez a casa. ELLA: (Llorando.) Pensaba que seguiría enamorada de él toda la vida. ÉL: Si te hubieras fijado en mí aquella tarde, nos habríamos ahorrado todo esto. ELLA: Pero si eras un criajo, si tenías quince años el día que me casé. ÉL: Tres años menos que tú. 9

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ELLA: Ahora no parece diferencia, pero entonces… (Pausa.) Él nunca lo aceptará. ÉL: Teníamos que habérselo contado hace tiempo: que estamos enamorados y nos marchamos juntos, y entonces acostarnos. Y tenemos que contárselo a los niños. ELLA: ¡¿A los niños?! ÉL: A los dos juntos. ELLA: ¡Eso nunca! Mejor por separado. Primero a Hugo y luego a Josemari. (Pausa.) Nunca me perdonará. ÉL: Si te hubieras fijado antes en mí. ELLA: ¿Y si no nos entendemos? ÉL: Lograremos que lo entienda. ELLA: No me refiero con él, sino entre tú y yo. Si esto se queda en la segunda vez, o en la tercera vez. ÉL: Yo se lo cuento esta misma noche, cuando vuelva del trabajo se lo cuento. Si es necesario se lo suelto ahora mismo, por teléfono. 10

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ÉL saca un teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta y se dispone a marcar. ELLA le detiene. ELLA: No te apresures. (Pausa.) Tienes razón, tenemos que contárselo; aunque luego se quede en la segunda o en la tercera vez. ÉL: Yo te quiero desde siempre, desde el primer momento en que te vi. (La besa.) ELLA: Yo también te quiero a ti. (Van marchándose los dos, cogidos de la mano.) A lo mejor me perdona. ÉL: Y a mis padres se lo cuento, vaya que si se lo cuento, también esta misma noche.

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2 Espléndido salón de un fastuoso chalet. Aparecen EL HOMBRE y LA MUJER. LA MUJER: (Llorando.) ¡Separarnos! Diez años de matrimonio y ahora separarnos! Virgen María, que desgraciada soy. No puedo con la pena. Cada uno por su lado. Tú solo por ahí y yo... yo por aquí. ¡Te vas! ¡Te marchas! Todavía no puedo ni creérmelo. No sé si alguna vez podré hacerme a la idea. Abandonar esta casa que siempre ha sido tuya, esta casa que compraste cuando tú y yo todavía ni…, ni… ni nos conocíamos. EL HOMBRE: También puedo no marcharme. Podría quedarme yo a vivir aquí y marcharte tú. LA MUJER: ¿Marcharme yo del chalet? ¿Irme yo con los niños a la calle? ¿Dónde se ha visto eso? Separar a los niños de su ambiente habitual. Desnaturalizarlos. ¿Cómo puedes maquinar un hecho tan monstruoso? ¡Egoísta! Aunque la casa sea exclusivamente tuya, aunque yo no haya aportado un solo céntimo para pagar la hipoteca este chalet es el nido conyugal, y debe ser reservado para que los vástagos continúen creciendo y educándose en su hábitat. EL HOMBRE: No digo que los niños se vayan de la casa, ¡sino que te marches tú! Yo me ocuparía de ellos. Me consta que los tres preferirían vivir conmigo. Me adoran. LA MUJER: ¿Separar a unos niños de su madre? ¿Imposibilitarles el contacto con la mujer que les ha dado el ser? ¿Quién concibe semejante desatino? La Ley no lo permitirá. Eres tú quien debe irse, no lo digo yo, lo dice la Ley: “es el 12

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varón quien debe abandonar el domicilio conyugal”. Código Civil. Ley del divorcio, artículo cuarenta y ocho barra bis. EL HOMBRE: El Código Civil. LA MUJER: Me siento tan extraña. Todavía no puedo ni creérmelo. Qué tristeza tan grande, tú en la calle, viviendo en cualquier apartamentucho, en alguna covacha, porque después de pagarnos las pensiones no te quedará ni un céntimo. Nunca podrás volver a comprarte otro chalet. (Llora.) Estás condenado a ser un sin techo para los restos. EL HOMBRE: También podría pagar unas pensiones más reducidas. Mi abogado dice que... LA MUJER: ¿Pensiones más reducidas? ¿Pretendes que tus hijos vayan vestidos sin un mínimo estilo para que los vecinos se burlen de ellos y sean pasto de un complejo de inferioridad? ¿No querrás enviarlos a un colegio público infectado de inmigrantes y de maestros rojos que les prohíban rezar a la hora del recreo? ¿Quieres cicatearles recursos y posibilidades y que el día de mañana no estén lo suficientemente preparados como para competir en esta jungla de lobos? ¿Vas a limitar el porvenir de tus propios hijos? No puedes hacer eso. No lo digo yo, lo dice el sentido común, lo dice… la sociedad. ¡Todos lo dicen! Me siento muy desgraciada pensando que tú no tendrás ni para pagar la luz, (llora) pero el destino quiere que sea así, (llora más fuerte) te morirás de hambre y de asco y de… ¡Qué desgracia tan grande tengo encima, solamente de pensarlo se me desata una angustia que… EL HOMBRE: Podría pagar las pensiones de los niños, pero la tuya no..., tú podrías volver a trabajar. 13

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LA MUJER: ¿Trabajar yo? La misión de una madre es permanecer al lado de sus hijos para protegerles. ¿Trabajar yo y dejarlos al cuidado de una extraña, de una traficante de droga que los utilice como correos, o de una pederasta que grabe vídeos pornográficos con ellos y los cuelgue en Internet? ¿Eso es lo que deseas para tus hijos? Los niños deben estar salvaguardados por mí. No te resistas. Acéptalo. ¡Pagarás hasta el último céntimo! Es por el bien de los niños, compréndelo. No lo digo yo, lo dice... la Pedagogía. (Solloza.) ¡Qué desgraciada soy! ¿Por qué tienen que pasarme a mí estas cosas? (Intensifica el llanto.) Haberme enamorado de otro hombre. EL HOMBRE: No me lo recuerdes. LA MUJER: No me lo recuerdes tú a mí. ¡¿Por qué yo?! ¡¿Por qué a mí?! LA MUJER se abofetea el rostro entre grandes lamentos. EL HOMBRE enciende un cigarrillo. Perdóname, Dios mío. Yo sé que tú me perdonas, que estas pruebas a las que me sometes deben tener algún significado. (A su marido.) Que te quemas. Que la brasa se te ha caído al pantalón. (Da varios manotazos en la entrepierna de él, que a consecuencia del dolor está a punto de caerse al suelo.) EL HOMBRE: Gra-ci-as. LA MUJER: No seas tan agrio, es tu mejor pantalón. (Pausa.) No lo comprendes ¿verdad? Yo quiero quererte a ti, siempre he querido quererte. Y no sabes lo mucho que me esfuerzo. Pero no me sale. Y tú tienes la culpa, porque tienes un trago. Despiertas odio en la gente. Caes mal. 14

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EL HOMBRE: Eres una cualquiera, me eres infiel y encima… LA MUJER: De infiel nada, he sido fiel a mis sentimientos, fiel a mi misma. Y eso de que tu mujer es una cualquiera tampoco, ¿eh?, que soy muy respetable. Eduardo nunca ha entrado a esta casa. Jamás he profanado el lecho conyugal. Hoteles, pensiones… incluso moteles, pero en los dos años que llevamos juntos él jamás ha atravesado el umbral de nuestra puerta. EL HOMBRE: ¡¿Dos años lleváis juntos?! LA MUJER: ¿Preferirías que te hubiera abandonado a la ligera? ¿Sin recapacitar? No, yo lo he meditado, lo he sopesado durante más de veinticuatro meses, ¿le largo o no le largo? Y antes de eso luché mil y una veces contra mis propios sentimientos, contra mis deseos de ir a arrojarme en los brazos de Eduardo y gritarle: ¡hazme tuya! Pero en vez de pedírselo me contuve, fui comedida, intenté quererte a ti, que eras mi marido. Me lo impuse como obligación: quiérele, quiérele. Pero no lo conseguí. (Llora.) Es imposible quererte. No sabes hacerte querer. EL HOMBRE: Échame la culpa a mí: cornudo, apaleado, en la calle, en la ruina... Y encima la culpa la tengo yo. LA MUJER: No seas tan cruel, no me lo recuerdes más. Mi marido en la calle, en la ruina, convertido en el hazmerreir de la urbanización… EL HOMBRE: ¿…? 15

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LA MUJER: Creo que todos lo saben. EL HOMBRE: Me estás poniendo mal cuerpo, ya hablaremos otro día. Voy a recoger mis cosas y me marcho. Me llevo lo imprescindible y ya enviaré un camión para todo lo demás. ¿Dónde están las llaves de mi coche? LA MUJER: El coche es para acercar a los niños al colegio y para recogerlos. Es una necesidad familiar, y se queda en la casa familiar. No lo digo yo, lo dicen... los jueces. La Justicia lo dice. EL HOMBRE: ¿Pero cómo voy a ir a trabajar? ¿Y cómo voy a llevarme mis cosas sin el coche? LA MUJER: Tus cosas ya te las he preparado yo. LA MUJER sale de la estancia caminando con serenidad. Regresa a los pocos segundos, sonriendo y tendiéndole a EL HOMBRE una minúscula maleta de un tamaño de apenas un bolso de señora. Aquí tienes, querido. LA MUJER le entrega a EL HOMBRE la minúscula maleta, que él ase desconcertado. Lleva el cepillo de dientes y una muda. EL HOMBRE: ¿Y mis libros y mi equipo de música y mi…?

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