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IV Concurso de Relatos “Do Not Disturb” 2011
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Edita: © Hotel Servigroup Montíboli Diseño de portada: Hoteles Servigroup Maquetación e impresión: Cromosystem Servicios Gráficos, S.L. Fecha: Septiembre 2012 Lugar: Alicante
os que me conocen saben bien que El Montíboli es para mí mucho más que un hotel. Situado en un entorno paradisíaco, con el mar presente en todos sus rincones, su singularidad y sus estándares de calidad buscan la satisfacción permanente del cliente.
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Es por ello que, como presidente de la cadena hotelera Servigroup, es un honor apoyar las iniciativas de El Montíboli, especialmente en el ámbito del arte, la cultura y la gastronomía. Con el lema "Montíboli Cultural", y coincidiendo con el 40 aniversario del establecimiento, en 2008 comenzaron a desarrollarse una serie de actuaciones con el objetivo de apoyar creaciones artísticas de diversa índole: desde exposiciones de pintura y fotografía, hasta la promoción de escritores noveles. En esta línea creamos el premio de relatos cortos "Do Not Disturb", cuyo principal requisito era narrar una historia que transcurra en un hotel como escenario de fondo. El galardón conlleva, además, la publicación de una recopilación de las obras ganadoras y las finalistas. El libro resultante es un ejemplar como el que tienen en sus manos que encontrarán en las instalaciones de El Montíboli para acompañar su estancia entre nosotros. Quisiera destacar nuestra satisfacción ante la magnífica acogida de la convocatoria a este certamen, puesto que en esta cuarta edición se han presentado más de 150 relatos firmados por autores de muy diversas nacionalidades. Sólo me queda agradecerles su confianza en nosotros y renovar mi compromiso de continuar trabajando con un mayor esfuerzo cada día, cuidando los detalles que distinguen a El Montíboli. José María Caballé Presidente de Hoteles Servigroup
l Hotel Servigroup Montíboli publica un año más una recopilación de las mejores obras presentadas al concurso de relatos cortos “Do Not Disturb”, una iniciativa de excelente acogida que se enmarca en la iniciativa “Montíboli Cultural” desde hace varios años.
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En 2011 han concurrido a la cuarta edición de este certamen más de 150 autores de todas las regiones españolas y de países como Cuba, Argentina, Chile, México, Uruguay y Paraguay. En este ejemplar se recogen los mejores trabajos presentados al concurso: los galardonados con el primer y el segundo premio, así como cuatro relatos finalistas reconocidos con un accésit. En nuestro sitio web, www.montiboli.es, tienen la versión digitalizada de este libro disponible para su libre descarga, y la información necesaria para participar en las próximas ediciones del certamen. Además, podrán estar al día de las actividades lúdicas, culturales y de otra índole que organizamos desde el Hotel Servigroup Montíboli, así como de nuestras novedades y promociones.
I PREMIO CÓCTEL DE RECUERDOS de Sara Barberá Sánchez II PREMIO UNA SUMILLER Y UN BRÓKER de Juan Carlos Somoza García FINALISTAS BLOODY MARY de Ulyses Villanueva Tomás
LA SOFISTICACIÓN EN LA COPA DE CÓCTEL de Cándido Macarro Rodríguez
PASADO DE MODA (SOMETHING CHANGED) de Antonio Ruiz Pozuelo
LA EXCUSA de Raquel Atienza Maniega
MIEMBROS JURADO Susana Abia (Argos Comunicación) Francisco José Benito (periodista Diario Información) Natalia Caballé (imagen corporativa Hoteles Servigroup) Manuel J. García (director del Hotel Servigroup Montíboli) Pepi Llinares (publicidad Hoteles Servigroup)
ÍNDICE Introducción
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Cóctel de recuerdos
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Una sumiller y un bróker
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Bloody Mary
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La sofisticación en la copa de cóctel
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Pasado de moda (Something changed)
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La excusa
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CÓCTEL DE RECUERDOS Sara Barberá Sánchez
Sara Barberá Sánchez
Madrileña e ingeniera técnica de telecomunicaciones, esta joven que trabaja en su sector escribe por afición en un blog y colabora mensualmente con la revista cultural VozEd. La ganadora de «Do not disturb» 2011 ha sido galardonada anteriormente con el primer premio de la XIII edición del concurso MariPuriExpress y también ha obtenido el primer puesto en el I concurso de relatos Clearblue.
El zumo de arándanos que derramé por accidente sobre tu camisa azul de seda, el que me llevó a conocerte y te hizo odiarme. El mismo que intenté limpiar torpemente sin lograr más que expandir aquella mancha roja sobre tu pecho, mojando ese corazón tuyo al que tanto me costó llegar. La piña que comías el día que, harta de mis disculpas, decidiste perdonarme y me comunicaste formalmente que podíamos ser amigos. La misma que me ofreciste a modo de tregua, la que inició una amistad inusual entre aquella chica pecosa de actitud resuelta que eras a tus trece años, y el chico tímido y callado que yo nunca dejé de ser. La granadina que bebimos en aquel último baile del instituto, la que tú afirmabas que llevaba alcohol y yo apenas me atreví a probar. La que nos hizo bailar como locos hasta que a las diez de la noche te acompañé a casa y en la puerta me dijiste que era tu mejor amigo y yo, con tristeza, me di media vuelta y me alejé pensando que aquellos cuatro años de amistad sólo me habían hecho enamorarme aún más de ti. La fresa que acababas de comer dos semanas más tarde cuando, el último día de clase, te acercaste a mi y me preguntaste que porqué no te hablaba. La fresa que indirectamente probaron mis labios cuando, sin darme tiempo a contestar, me besaste con esa manera tuya de hacer las cosas. De volverme loco. El tequila de aquella noche de chicas en la que celebrasteis el paso a la Universidad, el que te bebiste a base de chupitos con limón y terminó convenciendo a tu 11
teléfono para que me enviara aquel “Te quiero” inesperado que formalizó aquello que, hasta entonces, no nos habíamos atrevido a definir. La vainilla con la que perfumabas las cartas que me enviabas desde Madrid, cada semana, durante los tres años que nuestros estudios nos mantuvieron separados. Esa misma vainilla a la que olías tú cuando dos veces al mes venías a verme y dormíamos abrazados en mi cama de noventa. El champán de aquella noche en el Hotel Montíboli, el que ocultaba el anillo que pedí que escondieran en tu copa. El mismo que le pedí al maître cuando tu respuesta afirmativa a mi propuesta de matrimonio me impulsó a invitar a todo el hotel a un brindis. El zumo de naranja con el que improvisadamente celebramos la noticia de tu embarazo. El mismo que volví a derramar, esta vez por los nervios, sobre tu pijama de raso azul. Ese zumo que nos bebimos hasta que no quedó ni una gota y, sobre cuyo cartón vacío, me juraste que eras la mujer más feliz sobre la faz de la Tierra. El azúcar que te ponías en el dedo cuando al pequeño Martín le empezaron a salir los dientes y buscaba consuelo desesperadamente en los brazos de su madre. Esa pizca de azúcar que me hizo comprender la suerte que tenía al veros a los dos acurrucados en el sofá. El plátano que nos metías en la tartera para que, después del partido de tenis, Martín y yo almorzáramos. 12
Ese plátano que tu hijo miraba con recelo y que a mi me daba la enorme tranquilidad de saber que tú, desde casa, seguías cuidando de nosotros. El vodka de nuestro veinticinco aniversario, el que tomamos en el Montíboli mientras tú te reías de la parafernalia que monté para pedir tu mano. El mismo vodka que bebimos recordando nuestra historia, haciendo planes para esa libertad inminente que nuestro hijo iba a regalarnos. El vodka que me hizo besarte en cada semáforo de hotel a casa, el que me impedía dejar de mirarte, el que me hizo sentir de nuevo como aquel quinceañero enamorado hasta la médula de ti. El cava de nuestras bodas de oro, el que bebimos con nuestros nietos. El mismo cava que dejaste caer de la copa cuando sentiste aquel mareo. El mismo cava que, olvidado en la mesa del salón, nos vio a todos salir corriendo hacia el hospital. Los pongo todos en la coctelera. Cada ingrediente, cada recuerdo que tengo de ti. Y agito. Agito con todas mis fuerzas, con toda mi rabia, con toda la soledad que me has dejado. Agito hasta que consigo una mezcla perfecta que sirvo sobre un vaso con hielo picado y adorno con la hierbabuena que tú misma plantaste en la jardinera del balcón. Acerco el vaso a tu cama y cierro con fuerza los ojos con la esperanza de que, al abrirlos, este cóctel de recuerdos te haya salvado. De ver tus ojos abiertos, tu sonrisa pausada, tu mirada tranquila. De verte coger mi mano, mirarme a los ojos y decirme al oído que todo irá bien. 13
UNA SUMILLER Y UN BRÓKER Juan Carlos Somoza García
Juan Carlos Somoza García
Natural de A Coruña pero afincado desde los tres años en Bilbao, trabaja en una entidad financiera, actividad que lleva desempeñando toda su vida. El ganador del accésit se confiesa aficionado a la escritura, prueba de ello es su implicación en el Taller de Escritura Creativa Alfa-Ana Belén Alonso y la distinción con el primer premio en el certamen «Camino de la Lengua Castellana».
La señal para localizar a una enóloga como yo era una copa, amoratada con un vino cardenalicio y opulento degustado en la terraza Alhambra, un rincón con encanto que olía a recuerdo. Y la prensa salmón, doblada debajo del brazo, identificaba a un dinámico bróker como él. Cita a ciegas, después de un tiempo de correos cruzados a través de Internet. —¿Magdalena?— preguntó con una sonrisa, que me hizo pensar por un instante que efectivamente me encontraba en el camino al paraíso. —Tú eres Carlos, el socio que viene a embarcarse conmigo en esta “Joint venture”… ¿Se dice así?... Una asociación de dos para un proyecto específico… si todo lo que expresaban nuestros correos tiene base y futuro. Noté cierta admiración en su mirada dirigida al vestido negro, que destacaba mis formas sin exagerarlas, y cómo pasaba del cuello en “V” hasta perderse en mis ojos. Aprecié algo especial que fue de la sorpresa al optimismo, y luego cierta turbación que hizo que le invitara a sentarse sin demorar más la presentación. —¿Qué quieres tomar?— pregunté. —Un Manhattan, con unas gotas de angostura— respondió, añadiendo—. Supongo que conocerás la historia: un cóctel inventado por un barman llamado Black. Su rostro risueño, el tono de voz y el comentario desataron aún más mis simpatías. Quizá no me había 17
equivocado al acceder a la cita, que iba a permitir conocernos con mayor profundidad. No desaproveché la ocasión brindada para hacer un despliegue de mis conocimientos sobre la materia. Añadí: —Puede que tengas razón, pero también hay quien se la adjudica a la madre de Churchill. Es pura especulación, y ese término sí que entra en la esfera de tu actividad. Volvió a sonreír. Me quedé observándole y aprecié que los efluvios de su seductora actitud impregnaban el ambiente. Sus ojos extremadamente abiertos trataban de decir lo que sus labios entrechocándose no podían. En un momento percibí el aroma de un anochecer de flores narcotizadas, y acuné el cristalino sueño del agua que dormía en los estanques. Vino a mi mente el recuerdo del realismo mágico, elementos intuitivos pero no explicados… Apreté el silencio con los brazos, mientras los últimos rayos del sol conferían a la terraza una luz extraña, rojiza y temblorosa. —Magda… ¿Te puedo llamar Magda?— Dijo, y continuó cuando asentí entornando mis párpados temblorosos que brillaban con intensidad— ¿No te importará que abuse de tu amabilidad para hacerte algunas preguntas sobre cócteles? Me interesa tu criterio. Pensé si me habría equivocado y estaría tratando en realidad con un ser cartesiano, extremadamente lógico, racional y metódico; incluso llegué a divagar sobre si me vería como a una cariátide, una columna con figura de mujer y vestida hasta los pies; pero acabé convenciéndome 18
de que su única intención era la empatía, trataba de encauzar la conversación hacia lo que consideraba que podía ser más atrayente para mí, una curtida enóloga. Aún no era momento para sacarle de tamaño error, y contesté: —Inténtalo. Será como la prueba ácida previa al éxito o la quiebra. —¿Es cierto que la papaya es la fruta inteligente?— Comentó— Se emplea en los momentos más ingeniosos. ¿Mandarinas y manzanas para mostrar el carácter más social? ¿Arándanos para las mayores satisfacciones? ¿Y lima, la fruta de la pasión, para los momentos divertidos? —Lo siento— contesté con cara de resignación— Mis conocimientos en esa materia están expuestos a fluctuaciones, demasiada volatilidad. Confieso que de cócteles solo conozco uno: el deseo es su energía. Pasa una etapa de atracción fatal, luego una batalla de emociones para finalizar explotando cada una de sus virtudes. Los principales ingredientes son la complicidad, imaginación, juego, seducción, misterio, respeto, humor y transgresión. Sus claves son no perder las amistades, no invadir el terreno del otro, escuchar, los pequeños detalles, respetar los silencios… Me miró a los ojos tratando de robarme la emoción. Parecía embelesado por el tono de seducción y melodiosa cadencia de mis palabras, y por un instante me sentí furtiva entre los poros de la noche. Siempre me había gustado expresar emociones, no suscitarlas, noté sus huellas recorriendo mis cañadas y no pude sujetar mis 19
manos, que se desperezaron aleteando sobre mi cabello ofreciendo un señuelo de esperanza. —Magda— susurró las palabras— Me gusta la música y el arte, y soy profesor de Literatura en la universidad, no bróker. Tengo aversión al mundo financiero; admiro el “oído absoluto” de Brahms y a Wagner, el diletante genial; la simbología freudiana de Dalí y el lenguaje de color de Kandinsky; y tengo grabada en mi mente la frase de Canetti: “muerto estaré el día que no escuche lo que alguien me cuente de sí mismo”… —Te presentía— contesté con naturalidad— Yo sí soy enóloga, pero también escribo poesía, relatos… Es una pasión incontrolada. Y también tengo mi frase, es de Gabriela Mistral: “escribo poemas porque no tengo un niño para acunar en brazos por las noches”… —Quiero que escuches algo— dijo, enigmático, y me dio un vuelco el corazón. No pude articular palabra, solo clavé mi mirada en la suya y esperé. Llamó por teléfono: —Es el contestador automático— comentó guiñándome un ojo, y grabó su mensaje: “¿Carlos? Soy Juan. Estoy en el hotel. Lamento lo que tengo que contarte pero… es mejor así, tienes que saberlo cuanto antes, y yo igual me quedo unos días aquí, disfrutando del Mediterráneo. Tu amiga Magdalena tiene novio… formal, sí… para casarse. Quería decírmelo en persona, no a través de un frío correo electrónico. Bueno, decírmelo… decírtelo… a Carlos, a ti… no a mí… ya me entiendes. Fue idea tuya que yo te suplantara y quizá haya sido mejor así. Bórrala de tu 20
computadora. ¡Ah! Y no me llames porque voy a desconectar el teléfono hasta la vuelta. Cuídate”. Noté el viento desperezándose entre las embrujadas palmeras, asenté en mi memoria el olor a salitre y aroma de piel que prevalece, y registré en mis oídos el sonido de los recuerdos doblando las esquinas. Luego, ilusionada, reclamé del barman dos copas. Alcé la mía mirando el vino largamente al trasluz, lo olí en lo más hondo antes de que jugara en mi boca para que, desnudándose, mostrara sus encantos, y dije: —El vino te enamora. Es como cuando empiezas a conocer a una persona, tienes que ver sus cualidades y defectos.
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BLOODY MARY Ulyses Villanueva Tomás
Ulyses Villanueva Tomás
Este periodista oriundo de Madrid, cuenta con un amplio abanico de galardones, como el primer premio del XI concurso de «Cuentos Infantiles sin fronteras de Otxarkoaga» y del certamen «Pedro Alonso-Morgado de Poesía» en 2011. Confiesa su debilidad por las Terapias Corporales, lo que le ha llevado a dirigir su propio Centro de Terapias en la capital española. Colabora con la revista Condenast Traveler.
A esas horas de la noche quedaban ellos dos en la barra, el pianista acariciando las teclas en una versión increíblemente larga de My Funny Valentine y el barman limpiando los vasos al ritmo de aquella música envolvente y romántica. Fue un golpe inesperado, casi salido de la imaginación, una bofetada que resonó en las paredes como el estallido de una bomba. Luego el taburete donde estaba sentado él rodó por el suelo y sus pasos se hicieron cada vez más lejanos en la moqueta verde del hotel. Ella se llevó la mano a la mejilla enrojecida y comenzó a llorar. Todo había quedado en silencio tras ese golpe inconsolable. El barman se acercó a ella y le ofreció un pañuelo para que se secara las lágrimas. Era un tipo joven que llevaba trabajando en aquel lugar más de cinco años, y si algo había aprendido era a medir las palabras, a domarlas como se doma a un caballo salvaje. Casi siempre es mejor el silencio, pensaba. Hubo cierta ternura en ese mirarse durante unos segundos, una sensación de lejanía que sólo ellos compartieron. Entonces cogió una copa grande, la colocó frente a ella y comenzó a mezclar las palabras, bien elegidas, necesarias todas: —Una base de vodka, transparente, para que uno vea el suelo donde pisa, la verdad de la raíz. Se añade zumo de tomate como un nuevo sentimiento que lo invade todo y lo domina a uno hasta que todo sabe a él, como un punto de sal en la lengua. Limón para curar antiguas heridas, de esas que aún escuecen cuando se rozan con el recuerdo. Tabasco, intuido, casi a la espalda del sabor, como las primeras veces entre dos amantes, los primeros deseos cumplidos. Dos gotas de salsa inglesa para 25
equilibrar el sabor, una zancada hacia atrás para encontrar la perspectiva y no perderse en el laberinto. Cogió un solo hielo con las pinzas y lo depositó con suma delicadeza sobre la superficie. —Y el tiempo, deshaciéndose inexorablemente mientras nos bebemos la vida— concluyó. Ella se acercó la copa a los labios y bebió a pequeños tragos hasta que todo le supo a aquello.
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LA SOFISTICACIÓ ́ N EN LA COPA DE CÓ ́ CTEL Cándido Macarro Rodríguez
Cándido Macarro Rodríguez
Nacido en Barcelona y diplomado en Magisterio, vive en Alcalá de Henares desde hace tiempo y ejerce como administrativo. Aficionado a la lectura y escritura, revela que desde hace un par de años participa en algunos concursos de relatos, habiendo quedado finalista en más de una ocasión.
El pitido electrónico del moderno ascensor anunció su llegada a la planta baja del hotel apenas un par de segundos antes de que sus puertas de acero bruñido comenzaran a abrirse. Como la perla que muestra la ostra cuando se entreabre, sólo en contadas ocasiones, allí estaba ella, de pie, espectacular, con un ajustado y mínimo vestido de lycra negro sin mangas, cabello moreno recortado a media melena pero dejando asomar parte de una nuca interminable. Con unos ojos azules que competían en intensidad con el azul del mar que se contemplaba desde el ventanal, apareció Marlene, sofisticada y elegante. Los labios rojos y carnosos resaltaban en su blanco rostro. Su silueta, sensualmente remarcada en cada curva de su cuerpo a través de la delicada tela del vestido, continuaba bien delimitada una vez cruzada la línea de su minifalda a lo largo de las tersas y contoneadas piernas que terminaban en unas sandalias de vertiginoso tacón, dejando al aire unos pies pequeños y delicados con una sencilla tobillera de oro como único adorno en su pálida piel. Salió del ascensor despacio, consciente de ser el foco de todas las miradas masculinas de la sala, con una cadencia sensual inocentemente provocativa, plantando con aplomo sus finos tacones en la impoluta y mullida moqueta de la recepción del hotel, que cruzó en diagonal hasta llegar a la puerta del bar que se abría en un extremo del gran salón donde se encontraba la recepción. Al empleado de la recepción se le cayeron al suelo unas llaves que estaba a punto de entregar a un nuevo cliente, que por cierto, ni siquiera se dio cuenta. Allí se detuvo escudriñando una por una todas las mesas del bar. En su mirada, se adivinaba un punto de 31
ansiedad a medida que iba posando la vista en todos y cada uno de los hombres que allí se encontraban. Hasta que, por fin, parcialmente oculto tras una de las columnas, le vio. Un brillo fugaz iluminó sus ya iluminados ojos cuando, entró en el salón y pudo contemplarle en su totalidad. Ajeno y distraído, jugueteando con el dedo índice en el borde azucarado de su copa de cóctel expertamente engalanada por el barman, se encontraba él. Abundante cabellera negra salpicada, sobre todo en las sienes, de unos mechones de canas que le proporcionaban un sugerente y encantador aspecto. Ojos marrones, grandes, profundos y expresivos en un rostro bronceado surcado de alguna que otra arruga, que le daban un toque sofisticadamente rudo. Una nariz respingona y labios gruesos en una boca de la que quitaba descuidadamente los restos de azúcar de la copa con la punta de la lengua, lentamente, con dedicación. El torso se adivinaba increíblemente duro bajo los suaves pliegues de su sencilla camisa blanca de manga larga. Marlene tensó involuntariamente sus senos bajo la fina tela del vestido y sus pezones se marcaron duramente y por un instante mientras contemplaba la escena. —Hola Juan— le saludó súbitamente con voz trémula y un ligero acento francés. Juan, absorto, se sobresaltó con el inesperado saludo y dio un pequeño respingo en su asiento que le descolocó el flequillo. Mientras se lo colocaba con la mano no pudo evitar mirar a Marlene de arriba abajo con una pasmosa lentitud producto de la admiración más que del descaro. —¡Marlene! Realmente estaba convencido de que no 32
acudirías a la cita— dijo Juan sin poder quitarle la vista de encima -¡Dios! Eres realmente una diosa. Marlene sonrió complacida. Recién divorciada tras quince años de matrimonio en Francia, Marlene se había decantado por unas vacaciones sola en España para intentar impregnarse de la alegría de vivir que destilaba este país. No buscaba nada más que poner un punto y seguido en su vida, pero aquella mañana, en la playa del hotel, había conocido accidentalmente a Juan y algo le había atraído de él irracionalmente. Juan era encofrador. La marca de su moreno sólo le llegaba poco más abajo del cuello y a mitad de los brazos. Había enviudado hacía algunos años y siempre se reservaba una semana al año en aquel hotel de Villajoyosa, frente al mar. No acababa de entender por qué pero resultaba muy atractivo, sobre todo a las extranjeras. —Juan —respondió— desde esta mañana contaba los minutos para volver a verte. Él le ofreció asiento en frente y un camarero acudió raudo para tomarle nota. —¿Quiere la señora la carta de cócteles? —No es necesario. Tomaré el mismo que el señor, si es tan amable. El camarero se acercó a la barra y con voz ahuecada gritó: —Un Don Simón blanco con hielo y un pequeño golpe de sifón. Mezclado. No agitado. Con una aceituna dentro. En copa de cóctel. —Maaaarchando mesa sieeeeete. Respondió una voz desde detrás de la barra. 33
PASADO DE MODA (SOMETHING CHANGED) Antonio Ruiz Pozuelo
Antonio Ruiz Pozuelo
Madrileño con raíces cordobesas, este escritor aficionado es licenciado en Historia pero toda su vida profesional ha estado ligada al sector de la automoción. En 2008 publicó la novela histórica “El afrancesado”, ambientada en la Guerra de la Independencia, que ofrece una visión distinta del conflicto bélico.
Podría no haber apagado el ordenador, quedarme en casa, desvirtuándome en facebook. Podría haber bajado al bar de siempre o tú podrías haberte quedado leyendo en la habitación. Pero yo decidí tomar una copa en el hotel y tú estabas alojada allí y no en otro y lo cierto es que algo cambió antes de que supiera tu nombre. Lo hizo cuando sorprendida dijiste ¡Whisky solo! Yo había pedido un On the rocks al camarero. Hasta entonces no me había fijado en ti. Estaba fundido en la barra. Quería beber, uno, dos, tres whiskies. Regresar a casa turbio. Caer pesado en el sueño y entonces tú repetiste ¡Whisky solo! y descubrí que estabas allí, que yo ya no andaba solo en el mundo. Descubrí tu cara despejada, me deslicé en tu escote abierto por un botón indiscreto y caí a tus pies, guiado por tu pantalón ajustado que moría en tus zapatos negros, de aguja, y dije, siempre lo tomo solo y tú le hiciste una seña al camarero para que no me sirviera. Me sonreíste y contestaste que la amargura, a secas, está de sobra, pero que matizada se convierte en interesante. Si tú lo dices, solté yo, enmarañado en mi espiral de pensamientos, que no dejan de traerme y llevarme, para dejarme siempre en el mismo sitio y entonces tú le pediste al camarero Old Fashioned para los dos. El camarero te miró desconcertado, sin entender que le pedías, y la verdad, yo tampoco sabía de qué hablabas. ¿Preparan cocktails? Le preguntaste ofendida y él te respondió que sí, que mojitos y Gin Tonics. Entonces te echaste a reír y me contagiaste tu risa. Y todavía no lo sabía pero fue entonces cuando empezaste a matizar mi amargura.
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Cuando quise darme cuenta ya estaba sintiendo tu respiración. Pegabas tus labios a mi lóbulo derecho y me confiaste que los tipos de las mesas, los que charlaban ajenos a nosotros, bebían Gin Tonics. Que unos lo acompañaban con pepino y granos de café y que otros utilizaban ginebra francesa verde y echaban uvas a flotar porque era tipos digestivos. Pero que tú y yo éramos gente difícil y que yo, aunque muy amargo, aún tenía solución. El camarero no se pudo negar. Puso en la barra dos vasos anchos. Cogiste un par de azucarillos y los repartiste entre ambos. Afortunadamente tenían angostura y con secos golpes de muñeca dejaste caer gotas tiñosas en el interior de cada uno. Añadiste un poco de agua y mezclando conseguiste un líquido almibarado en los fondos. Naranjas del Mediterráneo, sonreíste al camarero y a cada vaso le dedicaste una rodaja, apretando la pulpa con determinación. Hielo por favor, con suficiencia ordenaste, dos guindas y vuestro mejor bourbon. Y en un momento tenías nuestras bebidas preparadas. Prueba tu copa. Escuché tu susurro y obediente gusté la dulzura traicionera del brebaje que habías preparado. Tú pegaste un trago al tuyo y dijiste no te confíes, la amargura del bourbon no ha desaparecido, está escondida, amenazando, pero yo no quise hacerte caso y bebimos tres cada uno. Pasamos la noche en la cama de tu habitación pero yo me sigo desvirtuando en facebook y hoy cuelgo este texto en mi muro, por si algún día lo lees porque no puedo dejar de pensar que antes de dormirnos, justo después de 38
haberme saciado con tu almíbar traicionero, me dijiste que algo ha cambiado y joder, la verdad es que desde entonces, cuando me siento pensativo en la barra de un hotel no puedo dejar de preguntar si preparan Old Fashioned.
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LA EXCUSA Raquel Atienza Maniega
Raquel Atienza Maniega
Natural de Madrid, desde la adolescencia se decanta por la música, el cine y la escritura. Ha sido galardonada con el primer premio en “Tú cuentas, cosas que pasan en nuestras bibliotecas”, organizado por la Red de Bibliotecas de Obra Social Caja Madrid y en el concurso “Escribir sobre mi enfermedad”, impulsado por el Itinerario de Navegación del Paciente con Cáncer. También se han publicado algunos de sus relatos cortos como el incluido en el libro “Relatos de Mujeres Viajeras”, editado por el portal www.mujeresviajeras.com.
Esta vez no podía salir mal. Había seguido los pasos al pie de la letra, buscado información por internet, leído artículos escritos por uno de los más afamados bármanes de Nueva York; y, aunque lo negara eternamente, había visto dos veces la película Cocktail. Si el insufrible y cuasi adolescente Tom Cruise había logrado parecer un experto, él también podría. Todo listo, sólo tenía que agitar la coctelera y… ⎯¿¿Pero qué haces?? ⎯¡No has puesto la tapa! Serás… Vale, bien; era un simple descuido. La maldita tapa estaba sobre la mesa, mientras él mantenía la coctelera semivacía entre las manos, y el Cosmopolitan sobre su pelo, camisa, suelo y paredes ―no quiso mirar el techo porque estaba seguro de lo que encontraría⎯. Lo peor eran las expresiones de sus amigos. Luis, definitivamente, tenía cara de estar resignado a tener un amigo idiota; y por parte de Ramón, su rostro reflejaba una mezcla de susto e incredulidad. No, no había sido buena idea pedirles que le apoyasen en ese asunto. Que supiese, la humillación pública no ayudaba a lograr objetivos. ⎯Tranquilos, ahora lo limpio. Todavía queda algo para que lo probéis ⎯dijo sirviendo en una copa las pocas gotas de Cosmopolitan que se habían salvado del desastre. Mientras Luis se acercaba el malogrado cóctel a los labios, Ramón preguntó: 43
⎯¿Por qué no le dices la verdad, que en tu vida has preparado más bebida que un whisky con hielo? ⎯Porque no puedo. Le dije que creaba unas combinaciones formidables; pensará que era una excusa para traerla a mi casa y… ⎯Y tendría razón ⎯apuntilló Luis. Más le hubiese valido tener en su salón al mejor amigo del hombre y no a esos dos desleales. Hacía un mes que había conocido a Raquel, era “la chica nueva” en la oficina, y aunque se había adaptado perfectamente a los compañeros y al trabajo, Fernando tenía unas expectativas puestas en ella, que iban más allá de lo laboral. Durante ese mes había hablado con Raquel en innumerables ocasiones, pero nunca se había atrevido a invitarla a salir. La oportunidad surgió de manera casual. El miércoles a la hora de la comida alguien comentó lo mucho que le apetecería tomar una caipiriña, y a partir de ese comentario se formó un acalorado debate sobre qué combinación de bebidas era la más apropiada para cada momento y, sobre todo, acerca de quién era el mejor preparando un cóctel. Mientras sus compañeros discutían, Fernando aprovechó para dirigirse a Raquel, que permanecía atónita ante la violencia desencadenada por una inocente caipiriña.
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⎯¿A ti también te gustan los cócteles? ⎯Sí, claro. Y tú, ¿eres un experto barman como esos dos? ⎯Seguro. Por ahora, nadie ha criticado mis creaciones. Esa era una verdad absoluta, básicamente, porque jamás había preparado un cóctel. ⎯Bueno, te creeré cuando pruebe una de tus espectaculares bebidas. En este departamento hay muchos que se creen el Ferran Adrià de los cócteles ⎯susurró Raquel mientras miraba a los compañeros que seguían discutiendo. Ese comentario fue el empujón que necesitaba Fernando. Y así, un día antes de la gran cita, se encontraba en el salón de su casa cubierto de Cosmopolitan, junto a dos de sus mejores amigos tan achispados como inútiles. Definitivamente la idea de que Ramón y Luis participaran de esto, había sido casi tan mala como la de invitar a Raquel a tomar una bebida que, recordando sus propias palabras: “te transportará a un mundo donde los sentidos se mezclan como los ingredientes en el cóctel”. Demasiado tarde para anular la cita, decidió continuar con el plan inicial. Cabía la esperanza de que Raquel se encontrase resfriada, o de que se obrase un milagro y consiguiera algo bebible. ⎯Entonces, ¿qué te apetece? Mi especialidad es el Cosmopolitan ⎯dijo con una seguridad que no sentía en absoluto. 45
⎯Estupendo, un Cosmopolitan está bien. Raquel estaba preciosa, apenas podía apartar los ojos de ella. Debía concentrarse en lo que estaba haciendo, o sería un desastre. Repasó en voz alta los ingredientes que tenía que utilizar: ⎯Medio zumo de lima, una parte de vodka, media parte de triple seco, zumo de arándanos… ⎯¿Arándanos? Lo siento, no puedo tomarlo; soy alérgica. ―Creí que… Da igual, puedo prepararte otro cóctel, un Bloody Mary, un San Francisco,… ⎯Si te digo la verdad, lo que más me apetece es una cerveza bien fría. ―¡Ah!, claro… No hay problema. Sólo, pensé que te gustaban los cócteles exóticos y las bebidas sofisticadas ⎯comentó Fernando, sorprendido por el cambio de rumbo que había tomado su cita. ⎯Bueno..., eso… sólo era una excusa para que me invitaras a tu casa.
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