MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE PERDONAR LAS OFENSAS

MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE PERDONAR LAS OFENSAS #MisericordiaES Perdonar las Ofensas|MAYO Escuchemos: Mateo 18, 21Entonces se adelantó Pedro y l

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MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE PERDONAR LAS OFENSAS

#MisericordiaES Perdonar las Ofensas|MAYO

Escuchemos: Mateo 18, 21Entonces se adelantó Pedro y le dijo a Jesús : «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: "Señor, dame un plazo y te pagaré todo". El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "Págame lo que me debes". El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: "Dame un plazo y te pagaré la deuda". Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: "¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?". E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

REFLEXIÓN Eloi Leclerc. Sabiduría de un Pobre. Capítulo 12. Les presentamos una reflexión Eloi Leclerc que nos invita a comprender cómo mira realmente Dios el pecado del hombre. Sólo podremos perdonar con humildad y amando como Dios ama. Charlando con el Hermano Tancredo, dice Francisco: pienso que es difícil aceptar la realidad. Y, a decir verdad, ningún hombre la acepta nunca totalmente. Queremos siempre añadir un codo a nuestra estatura, de una u otra manera. Tal es el fin de la mayor parte de nuestras acciones. Aun cuando pensamos trabajar por el reino de Dios es muchas veces eso lo que buscamos, hasta que un día tropezando con un fracaso, un fracaso profundo, no nos queda más que esta sola realidad desmesurada: Dios es. Descubrimos entonces que no hay más todopoderoso que El, y que Él es el solo Santo, el solo Bueno. El hombre que acepta esta

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realidad y que se goza hasta el fondo de ella ha encontrado la paz. Dios es, y eso basta. Pase lo que pase, está Dios, el esplendor de Dios. Basta que Dios sea Dios. Sólo el hombre que acepta a Dios de esta manera es capaz es capaz de aceptarse verdaderamente a sí mismo. Se hace libre de todo querer particular. Ninguna otra cosa viene a turbar en él el juego divino de la creación. Su querer se ha simplificado y al mismo tiempo se hace vasto y hondo como el mundo. Un simple y puro querer de Dios, que abraza todo, que acoge todo. Ya nada le separa del acto creador. Está enteramente abierto a la acción de Dios, que hace de él lo que quiere, que le lleva a donde quiere, y esta santa obediencia le da acceso a las profundidades del universo, a la potencia que mueve los astros y que hace abrirse tan graciosamente las más humildes flores del campo. Ve claro en el interior del mundo. Descubre esa soberana bondad que está en el origen de todos los seres y que estará un día toda entera en todos, pero él la ve ya esparcida y extendida en cada ser. Participa él mismo en la gran forma de la bondad. Se hace misericordioso, solar, como el Padre, que hace resplandecer su sol con la misma prodigalidad sobre los buenos y los malos. ¡Ah, hermano Tancredo!, ¡qué grande es la gloria de Dios! ¡Y el mundo rezuma de su bondad y de su misericordia! - Pero en el mundo - contestó Tancredo - están también la falta y el mal. No podemos dejar de verlos y en su presencia no tenemos derecho a permanecer indiferentes. Desgraciados de nosotros si, por nuestro silencio o nuestra inacción, los malos se endurecen en su malicia y triunfan. - Es verdad; no tenemos derecho a permanecer indiferentes ante el mal y el pecado – respondió Francisco -, pero tampoco debemos irritarnos y turbarnos. Nuestra turbación y nuestra irritación no pueden más que herir la caridad en nosotros mismos y en los otros. Nos es preciso aprender a ver el mal y el pecado como Dios lo ve. Eso es precisamente lo difícil, porque donde nosotros vemos naturalmente una falta a condenar y a castigar, Dios ve primeramente una miseria a socorrer. El Todopoderoso es también el más dulce de los seres, el más paciente. En Dios no hay ni la menor traza de resentimiento. Cuando su criatura se revuelve contra El y le ofende, sigue siendo a sus ojos su criatura. Podría destruirla, desde luego, pero ¿qué placer puede encontrar Dios en destruir lo que ha hecho con tanto amor? Todo lo que El ha creado tiene raíces tan profundas en El... Es el más desarmado de todos los seres frente a sus criaturas, como una madre ante su hijo. Ahí está el secreto de esta paciencia enorme que, a veces, nos escandaliza. Dios es semejante al padre de familia ante sus hijos ya mayores y ávidos de adquirir su independencia. Quieren marcharse, están impacientes por hacer su vida, cada uno por su lado. Bien, pues yo quiero decirte esto antes de que partas: “Si algún día tenés un disgusto, si estás en la miseria, sabé que yo estoy siempre aquí. Mi puerta te está completamente abierta, de día y de noche. Podés venir siempre, estarás siempre en tu casa y yo haré todo por socorrerte. Aunque todas las puertas estuvieran cerradas, la mía siempre te está abierta.” Dios está hecho así, hermano Tancredo. Nadie ama como El, pero nosotros debemos intentar imitarle. Hasta ahora no hemos hecho todavía nada. Empecemos, pues, a hacer algo. Pero ¿por dónde comenzar?; padre, dímelo - preguntó Tancredo. - La cosa más urgente - dijo Francisco - es desear tener el Espíritu del Señor. El solo puede

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hacernos buenos, profundamente buenos, con una bondad que es una sola cosa con nuestro ser más profundo. Se calló un instante y después volvió a decir: - El Señor nos ha enviado a evangelizar a los hombres, pero ¿has pensado ya lo que es evangelizar a los hombres? Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús.” Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con ese hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estimas profundas. Es preciso ir hacia los hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les ocultan el rostro de Dios. Es preciso, sobre todo, que al ir hacia ellos no les aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de ellos testigos pacíficos del Todopoderoso, hombres sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y salvados en Jesucristo.

COMPROMISO PARA EL MES Para el mes de mayo te proponemos poner en práctica la acción de “Perdonar las ofensas”. El primer paso es buscar mirar a los otros con los ojos de Jesús. Como leíste recién: “donde nosotros vemos una falta a condenar, Él ve una miseria a socorrer”. ¡Si será difícil esta tarea! ¡Pero no imposible con la gracia de Jesús! Animate a sembrar perdón en el mundo, en tu familia, con algún amigo, en el trabajo, en tu grupo parroquial, en el colegio, en la facu… Si este mes, somos muchos los que probamos perdonar en lugar de condenar, abrazar y recibir en lugar de criticar, sin dudas la vida del Espíritu se hará mucho más visible y transparente entre todos aquellos que nos vayamos encontrando en el camino. Podríamos, desde lo pequeño, construir vínculos verdaderamente nuevos y buenos.

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EN NUESTRA VIDA Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Padrenuestro Perdonar, siempre perdonar. ¿Por qué? ¿Para qué? Porque nosotros también un día vamos a tener que emitir esa palabrita que requiere de tanta humildad: PERDÓN. Perdonar porque también nosotros nos equivocamos, desacertamos el camino de la felicidad propia y de los que nos rodean, porque estamos heridos y actuamos y pensamos desde nuestras heridas. Perdonar porque no soportaremos el día en que no nos perdonen y nos demos cuenta de todo lo que perdimos. En fin, perdonar porque somos creaturas y no somos Dios y tenemos que dejar a Dios ser Dios. Y para perdonar hay que saber pedir perdón: al que ofendí, a mi mismo y, sobre todo, a Dios que permanece en lo profundo de cada ser recibiendo todas mis acciones. Por eso te invitamos una vez más a acercarte con confianza al Sacramento de la Reconciliación.

SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN La reconciliación antes que una exigencia es un beso, antes que un juicio es un abrazo, antes que prisa es paciencia. Nuestra humanidad nos dice que es imposible cambiar sin una esperanza; y lo que mantiene viva la esperanza es el amor. Dice el catecismo que la conversión no es sólo una obra humana, que es el movimiento del corazón “contrito” atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (1Jn 4,10). La iniciativa es de Dios que nos ama primero, que “mueve los hilos de su gracia” (tan humilde y desapercibida) para atraernos, para responder con amor a su amor. La reconciliación es un misterio de amor movido por la gracia. Y este misterio de amor sucede en la vida corriente y concreta. Es presencia real de la gracia de Dios en su vida. No creemos que la reconciliación se deba reducir al momento de la “confesión”. Muchas veces el “confesar porque toca”, “porque siempre lo hago cuando se acerca esta o aquella ocasión o fiesta”, “porque quiero ser bueno”…Le saca trascendencia a un gran acto de amor hecho abrazo. El sacramento de la reconciliación se convierte en fuente en medio del camino, en agua fresca, en impulso para seguir el camino. Ayuda para una buena confesión Dios que es misericordioso, tiene la iniciativa de amarnos primero; de salir a nuestro encuentro en medio del camino de regreso y abrazarnos una y otra vez con la alegría del Padre cuando su Hijo que estaba perdido decide volver hacia Él.

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Dejate abrazar, vos también. “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana“. (Mt 11, 28-30) Te puede ayudar poner la mirada en los ambientes en los que te movés todos los días: tu familia, tus amigos, tu trabajo, donde estudias, en la calle… pensá en las actitudes y gestos que te surgen con las personas que te cruzás en esos lugares. Fijate cómo está tu relación con Dios, y qué actitudes tenés con vos mismo. Tené presente que Dios quiere que vivamos en una comunión plena: con Él, con los demás, y con nosotros mismos. Quizás algunas preguntas te pueden servir como guía para sondear cómo estás viviendo tu comunión en estos tres ámbitos: 

Si pones atención a tu comunión con Dios, quizás podes preguntarte:

¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Me descubro y vivo como amado por Dios? ¿Comparto mis búsquedas y decisiones con Dios? ¿Tengo confianza en Dios? ¿Me hago tiempo para rezar y reflexionar? ¿Cómo es mi relación con la naturaleza? ¿Disfruto de ella, la cuido, me encuentro con Dios al contemplarla? 

Si te enfocas en la comunión con los demás, podes cuestionarte:

¿Hago juicios sobre lo que hacen, dicen, piensas los demás? ¿Me pongo por delante y por encima de mis hermanos? ¿Cómo suelo hablar de los que me rodean? ¿Cómo cuido mis relaciones con mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo o estudio? ¿Soy capaz de darme cuenta de las necesidades de los demás o soy indiferente? ¿Soy capaz de brindar mi tiempo? ¿Soy honesto?

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¿Rezo por las intenciones de los demás? 

Es importante que no descuides la comunión con vos mismo. Te puede servir preguntarte:

¿Soy paciente conmigo mismo? ¿Soy capaz de reconocer mis virtudes o sólo me quedo con mis defectos? ¿Hay algo que me pesa en el corazón? ¿Trato de trabajar en las cosas que me cuestan para mejorar como persona? ¿Soy humilde? ¿Estoy contento con mi cuerpo? ¿Lo cuido? ¿Tengo tiempo para hacer deporte? A muchos les sirve preparar la reconciliación examinándose cómo está su relación con Dios, con los demás y con uno mismo. Pero hay que recordar que estos tres ámbitos de comunión están íntimamente unidos, no son compartimentos estancos. Por ejemplo: muchas veces lo que rompe mi comunión con los demás, me hace estar mal conmigo mismo y siento que me alejo de Dios. 

Por esta razón, a algunos les sirve simplemente preguntarse:

¿Qué te quita la paz? ¿Qué te pone triste y te roba la alegría? ¿Qué cosas hacen que tu entusiasmo disminuya? ¿Qué te duele? ¿Qué cosas te dan mucha vergüenza y nunca se lo contarías a nadie?

CON LOS DEMÁS ¿Cuál es la mayor locura de amor que alguien hizo por vos? Pregunta para responder a conciencia… En este video, algunos jóvenes fueron respondiendo aquella pregunta… ¡Miralo! https://www.youtube.com/watch?v=bRLiHbhVOzk

“LA LOCURA DE DIOS FUE MORIR POR MÍ; ES PERDONARME LO QUE NI YO MISMO SOY CAPAZ DE PERDONARME, UNA VEZ, Y OTRA VEZ, Y MIL VECES MÁS… SIEMPRE”

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Te proponemos que en este tiempo te animes a vivir esa locura: la de perdonar. Tim Guénard afirma que «perdonar no es decirle al otro "te perdono", sino que el verdadero perdón es hacerlo testigo de nuestra felicidad actual para que vea que el dolor pasado ya no existe más». Ése es el gesto que tiene Dios cada día con nosotros. También es la forma de vida que queremos elegir. Por eso… 1- Si en este momento se te viene a la mente alguna persona a quien crees que tenés que perdonar, buscá la manera de hacerla parte de tu presente donde aquella herida pasada ya sanó. 2- Si te estás dando cuenta de que hay algo que está trabando tu capacidad y tus ganas de perdonar, acercate a la Reconciliación, a la Eucaristía, charlá con un cura y rezá. Buscá la manera de hacer concreto el perdón... 3- Si no hay en tu actualidad una persona concreta que te haya ofendido o lastimado sin haber encontrado la manera de reparar la situación, ¡estate atento! Pensá de qué manera podés hacer presente la misericordia de Dios en los conflictos cotidianos que te toca enfrentar. ¡Elegí vos el camino! ¡Sumate a la locura de perdonar!

UN EJEMPLO DE SANTOS

SANTA JOSEFINA BAKHITA

Lo que tuvo que padecer esta santa, enmudece las palabras y uno siente que el latido del corazón se queda en suspenso. Si a eso se le añade su insólita capacidad para perdonar, movida sin duda alguna por la gracia, el amor brilla con poderosísima fuerza en medio de tanta fiereza, y no cabe otra salida que volver los ojos al cielo donde habita la unidad, la verdad, la bondad y la belleza, atributos del Absoluto, porque en Él radica la explicación de tan excelsa respuesta. Ella encarnó admirablemente la indicación de Cristo de perdonar sin límites: «hasta setenta veces siete» (Mt, 18, 22). Vino al mundo en un continente con una tradición de siglos de

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esclavitud aterradora. Se cree que es de Olgossa en Darfur, y que nació en 1869. Vivió su infancia con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela. Bakhita fue capturada por dos negreros y vendida a cinco amos distintos, siendo maltratada junto a otros esclavos como «bestias de carga», encadenada, brutalmente golpeada, pasando hambre y sed, hacinada en nauseabundos espacios. Inútilmente intentó fugarse. El cuarto amo al que la entregaron en torno a sus 13 años la tatuó con una cuchilla marcándola con 114 incisiones: «seis en el pecho, setenta en el vientre y cuarenta y ocho en el brazo derecho». Para evitar infecciones le aplicaron sal durante un mes: «Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal». En 1882 fue comprada por el cónsul italiano Calixto Legnani: «Esta vez fui realmente afortunada porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me quería mucho […]. No había reproches, ni castigos, ni golpes, y a mí me parecía imposible gozar de tanta paz y tranquilidad». Con este amo y su amigo Augusto Michieli viajó a Italia. La señora Michieli no tuvo escrúpulos en manifestar su deseo de poseer numerosos esclavos, y el cónsul se desprendió de Bakhita, a la que su nueva ama destinó como niñera de su hija Minnina. Los negocios obligaron al matrimonio a residir fuera de Italia, y dejaron a Bakhita y a Minnina bajo el amparo de las cannosianas de Venecia. El administrador de la familia, Cecchini, le regaló un crucifijo que ella contemplaba sintiendo una indescriptible emoción en lo más íntimo de su ser. A través de la formación recibida, comprendió que el Dios de los cristianos «había permanecido en su corazón» y le había ayudado a soportar la esclavitud. En un momento dado, expresó: «Si volviese a encontrar a aquellos negreros que me raptaron y torturaron, me arrodillaría para besar sus manos porque, si no hubiese sucedido esto, ahora no sería cristiana y religiosa».

UN CUENTO

LOS ANTEOJOS DE DIOS por Mamerto Menapace, publicado en Cuentos Rodados, Editorial Patria Grande El cuento trata de un difunto. Anima bendita camino del cielo donde esperaba encontrarse con Tata Dios para el juicio sin trampas y a verdad desnuda. Y no era para menos, porque en la conciencia a más de llevar muchas cosas negras, tenía muy pocas positivas que hacer valer. Buscaba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos del alma unos pocos recibos "Que Dios se lo pague", medio arrugados y amarillentos por lo viejo. Fuera de eso, bien poca más. Pertenecía a

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los ladrones de levita y galera, de quienes comentó un poeta: "No dijo malas palabras, ni realizó cosas buenas". Parece que en el cielo las primeras se perdonan y las segundas se exigen. Todo esto ahora lo veía clarito. Pero ya era tarde. La cercanía del juicio de Tata Dios lo tenía a muy mal traer. Se acercó despacito a la entrada principal, y se extrañó mucho al ver que allí no había que hacer cola. O bien no había demasiados clientes o quizá los trámites se realizaban sin complicaciones. Quedó realmente desconcertado cuando se percató no sólo de que no se hacía cola sino que las puertas estaban abiertas de par en par, y además no había nadie para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó el Ave María Purísima. Pero nadie le respondió. Miró hacia adentro, y quedó maravillado de la cantidad de cosas lindas que se distinguían. Pero no vio a ninguno. Ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosidad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada. Se encontró perfectamente dentro del paraíso sin que nadie se lo impidiera. -¡Caramba — se dijo — parece que aquí deber ser todos gente muy honrada! ¡Mirá que dejar todo abierto y sin guardia que vigile! Poco a poco fue perdiendo el miedo, y fascinado por lo que veía se fue adentrando por los patios de la Gloria. Realmente una preciosura. Era para pasarse allí una eternidad mirando, porque a cada momento uno descubría realidades asombrosas y bellas. De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala se fue internando en las mansiones celestiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina de Tata Dios. Por supuesto, estaba abierta también ella de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en la sala ocupada en su centro por el escritorio de Tata Dios. Y sobre el escritorio estaban sus anteojos. Nuestro amigo no pudo resistir la tentación — santa tentación al fin — de echar una miradita hacia la tierra con los anteojos de Tata Dios. Y fue ponérselos y caer en éxtasis. ¡Qué maravilla! Se veía todo clarito y patente. Con esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Pudo mirar profundo de las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los economistas, las tentaciones de los hombres de Iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente a los anteojos de dios, como afirma la Biblia. Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de ubicar a su socio de la financiera para observarlo desde esta situación privilegiada. No le resulto difícil conseguirlo. Pero lo agarró en un mal momento. En ese preciso instante su colega está estafando a una pobre mujer viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria por sécula seculorum. (En el cielo todavía se entiende latín). Y al ver con meridiana claridad la cochinada que su socio estaba por realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la tierra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente este deseo de hacer justicia, que sin pensar en otra cosa, buscó a tientas debajo de la mesa del banquito de Tata Dios, y revoleándolo por sobre su cabeza lo lanzó a la tierra con una tremenda puntería. Con semejante teleobjetivo el tiro fue certero. El banquito le pegó un formidable golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.

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En ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía. Era Tata Dios que retornaba con sus angelitos, sus santas vírgenes, confesores y mártires, luego de un día de picnic realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta por los poros del alma, haciendo una batahola celestial. Nuestro amigo se sobresalto. Como era pura alma, el alma no se le fue a los pies, sino que se trató de esconder detrás del armario de las indulgencias. Pero ustedes comprenderás que la cosa no le sirvió de nada. Porque a los ojos de Dios todo está patente. Así que fue no más entrar y llamarlo a su presencia. Pero Dios no estaba irritado. Gozaba de muy buen humor, como siempre. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo. La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria, porque estando la puerta abierta nadie la había respondido y el quería pedir permiso, pero no sabía a quién. -No, no — le dijo Tata Dios — no te pregunto eso. Todo está muy bien. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito donde apoyo los pies. Reconfortado por la misericordiosa manera de ser de Tata Dios, el pobre tipo fue animado y le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y encima los anteojos, y que no había resistido la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento. -No, no — volvió a decirle Tata Dios — Todo eso está muy bien. No hay nada que perdona. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies? Ahora sí el ánima bendita se encontró animada del todo. Le contó a Tata Dios en forma apasionada que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injusticia y que le había subido al alma un gran deseo de justicia, y que sin pensar en nada había manoteado el banquito y se lo había arrojado por el lomo. -¡Ah, no! — volvió a decirle Tata Dios. Ahí te equivocaste. No te diste cuenta de que si bien te había puesto mis anteojos, te faltaba tener mi corazón. Imaginate que si yo cada vez que veo una injusticia en la tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No m’hijo. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de salvar. -Volvete ahora a la tierra. Y en penitencia, durante cinco años rezá todo los días esta jaculatoria: "Jesús, manso y humilde de corazón dame un corazón semejante al tuyo". Y el hombre se despertó todo transpirado, observando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajaritos. Hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia.

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UNA ORACIÓN Te regalamos esta oración, para pedir el gran Don del Perdon. Es un regalo de Dios poder perdonar de corazón y seguir adelante, vivir en Paz. Jesús, vine hasta vos en este momento porque sé que sólo vos me podés ayudar,. Quiero contarte ahora lo que hay en mi corazón. Vos que en la cruz perdonaste a quienes te ofendieron, a quienes te causaron tanto dolor; enséñame a perdonar Te entrego todo lo que soy, mi vida, el desierto de mi vida y hacelo florecer en tu promesa de amor. Dame la sabiduría de corazón, para no guardar rencor y saber perdonar los errores; recordame, Señor, que tengo que perdonar, para que vos me perdones; ayudame a perdonar de corazón a todos los que me han ofendido. Perdón por conservar también rencor en mi corazón, por no perdonarme a mí mismo el daño que causé Rompe Señor, con todas esas cadenas que ataron mi vida. Te pido que siembres en mi humildad, amor y confianza para poder remendar esas heridas. Necesito siempre de tu amor, de tu perdón, de tu alegría para vivir. Envíame al Espíritu Santo, la gran fuente de Consuelo, para que guíe mis pasos y pueda caminar hacia tu abrazo, sintiéndome perdonado y amado por vos. Amén.

UNA CANCIÓN Este mes, con la obra de Perdonar las Ofensas, te dejamos una canción nuevita, inspirada justamente en este Año Jubilar de la Misericordia, y te invitamos a vivir la Reconciliación como el regalo de ese abrazo grande del Amor de Dios La podés escuchar en: https://www.youtube.com/watch?v=1ocjQkaPfyw

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MISERICORDIAE (Nancy Luque) Misericordia es tener compazión Misericordia es mirar con amor La Misericordia es el abrazo de Dios Que viene a nosotros en la Reconciliación Misericordia es a todos bendecir Misericordia es la paz transmitir La Misericordia es ternura de Dios Que alegra al que está triste y restaura el corazón Dar de comer al hambriento Dar de beber al sediento Vestir al desnudo, recibir al forastero Miericordia Misericordia Misericordia es amar hasta el fin Misericordia es entregarse y redimir La Misericordia es caricia de Dios Que no hace diferencias entre justo y pecador Perdonar las ofensas, rezar por vivos y muertos Ayudar al que está enfermo y visitar a los presos Misericordia, Misericordia, Misericordia

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