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Tlatelolco: Masacre que liquidó el movimiento, pero no la idea de democracia y libertad... En esta investigación se ha procurado analizar los horribles sucesos ocurridos dentro de la historia moderna de nuestro país, encontrando culpables y víctimas de sus propios intereses. El movimiento estudiantil del 68 fue para unos el paredón donde se ametrallaron los sueños de libertad y para otros la forma en que se salvaguardó la seguridad de la nación. Independientemente del punto de vista con que se vea, son ya treinta y tres años de inspirar todo tipo de emociones, posturas u opiniones. Fue la clase media, la gente de mayor escolaridad, la gente universitaria y los intelectuales quienes dieron origen al movimiento, produciendo una protesta que va mucho más allá de lo que el gobierno esperaba, con una duración de 146 días. El estudiantado mexicano era un hervidero. Desde julio de 1968, las universidades, especialmente la UNAM, era una asamblea permanente con ocupaciones y manifestaciones callejeras. Recordemos que en ese entonces el presidente Gustavo Díaz Ordaz en su discurso dijo: "Los que no estrechen mi mano no son mexicanos", marcando así la conducta política del gobierno en los meses siguientes. Cuando hay una sociedad aterrorizada y un movimiento estudiantil desorganizado, viene el golpe final: 2 de Octubre de 1968: la matanza de Tlatelolco En 1967 la comisión olímpica mexicana logra que se le otorgue la sede de las próximas olimpiadas a México, a celebrarse en el año de 1968. Esto hace que el país comience a sufrir algunas transformaciones para preparar la llegada de las Olimpiadas. El gobierno llevó a cabo obras públicas a más no poder, construyendo estadios y arreglando avenidas, además de construir la famosa Villa Olímpica, la cual daría alojo a los atletas que vendrían de todas partes del mundo. Es entonces en 1968 cuando se suscitan los primeros movimientos insurrectos en la UNAM, en México. Todo el movimiento estudiantil comenzó el 22 de Julio de 1968 con un pleito callejero entre pandillas estudiantiles de la ciudad: "Los ciudadelos" y "Los arañas", frente a la preparatoria Isaac Ochoterena; la cual fue detenida por elementos del cuerpo de granaderos. Desgraciadamente, algunos de los pandilleros se escondieron en las preparatorias y los agentes de seguridad tuvieron que entrar por ellos. Esto provoco que los alumnos se sintieran heridos en su autonomía y exigieran a las autoridades que este tipo de agresiones no se repitiera. El gobierno estaba preocupado por dar una imagen de paz social y de bienestar general. Las agresiones de los jóvenes preparatorianos no paraban y la fuerza publica se veía forzada a actuar para mantener el orden que quería el gobierno. Las marchas, movilizaciones y manifestaciones comenzaron a realizarse con más frecuencia y mayor concurrencia. Los estudiantes indignados lanzaron un manifiesto de seis puntos y formaron el Consejo Nacional de Huelga (CNH), que estaba integrado por 250 representantes de la Universidad Autónoma, el Politécnico y un centenar de facultades. El gobierno cometió el error de quererlos ignorar y no los escucho. Se quiso imponer por la fuerza. El acierto 1
de los estudiantes fue el granjearse el cariño del pueblo y hacer suyas las demandas más sentidas de la sociedad: Democracia y Libertad. Los Universitarios tomaron el control del movimiento y le dieron base filosófica y de acción. Las brigadas para recabar fondos funcionaron muy bien, gracias a la colaboración del pueblo que se veía reflejado en esa juventud impetuosa. Comenzaron las marchas al zócalo capitalino. Primero estudiantes, después maestros y en el camino, amas de casa, ferrocarrileros, obreros, etc. En el Consejo Nacional de Huelga se discutían las bases filosóficas del movimiento. Estaban representados todas la escuelas Universitarias y del Politécnico Nacional. El 22 de julio se registró una pelea entre estudiantes de la Vocacional 2 del IPN y de la preparatoria particular Isaac Ochoterena, en la Ciudadela. Al día siguiente, en represalia, preparatorianos universitarios apedrearon la Vocacional 2. El 26 de julio una manifestación de estudiantes que conmemoraba la Revolución Cubana chocó con otra organizada por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), que protestaban por la intervención policiaca durante la pelea entre alumnos de la Vocacional 2 y los preparatorianos. La manifestación fue reprimida duramente por la policía. Los días siguientes tuvieron lugar enfrentamientos entre policías y estudiantes. El 29 de julio la policía y el ejército rodearon planteles escolares de la Preparatoria Nacional y del IPN, sobre todo en el centro de la ciudad. Con un disparo de bazooka fue destruida una puerta colonial de la Preparatoria 1. Los planteles 1, 2, 3, 4 y 5 de la ENP fueron tomados por las fuerzas públicas.( El 1, 2 y 3 de agosto fueron devueltos los planteles a la UNAM). El 30 de julio, en la Ciudad Universitaria, el rector Barros Sierra izó la bandera nacional a media asta y las transmisiones de Radio UNAM concluyeron temprano, en señal de luto. La policía abandonó las instalaciones de la Preparatoria 5. El 1 de agosto el rector encabezó una manifestación que, desde CU, recorrió la avenida Insurgentes hasta Félix Cuevas, dobló por ésta hacia avenida Coyoacán y regresó por la avenida de la Universidad al punto de partida, concluyendo con un mensaje del ingeniero Barros Sierra. El presidente Díaz Ordaz, en un discurso pronunciado en Guadalajara, ofreció su "mano tendida" a quien quisiera estrecharla. Al día siguiente fue formado el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Para el 4 de agosto, el movimiento estudiantil ya había elaborado un pliego petitorio que invalidaba el de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET), y contenía los siguientes puntos: 1.− Libertad a los presos políticos. 2.− Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal. (Instituían el delito de disolución social y sirvieron de instrumento jurídico para la agresión sufrida por los estudiantes) 3.− Desaparición del Cuerpo de Granaderos. 4.− Destitución de los jefes policíacos. 5.− Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto.
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6.− Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos. Entre los planteamientos generales también se pedía mayor libertad democrática y una reforma electoral, también democrática. El 5 de agosto, una copiosa manifestación estudiantil salió de Zacatenco hasta el casco de Santo Tomás. La UNAM informó que todas las escuelas y facultades habían reanudado labores, excepto Ciencias Políticas. Para el 13 de agosto se realizó la primera manifestación estudiantil al Zócalo, que partió del Museo Nacional de Antropología. El Consejo Universitario estableció 8 demandas, coincidentes en general con las estudiantiles. Se sumaron al movimiento estudiantes del Conservatorio Nacional y de la Normal Superior. El CNH declaró que la FNET no representaba al estudiantado. El 22 de agosto el gobierno declaró que tenía la mejor voluntad de dialogar con representantes estudiantiles. Profesores y estudiantes respondieron afirmativamente, siempre y cuando el diálogo se realizara en presencia de la prensa, la radio y la televisión. El 27 de agosto salió una manifestación desde el Museo de Antropología hasta el Zócalo, donde los estudiantes permanecieron en la plaza e izaron una bandera rojinegra a media asta, que luego fue arriada. En la madrugada, quienes permanecieron allí fueron desalojados por la fuerza pública. Al día siguiente hubo un acto de desagravio a la bandera nacional, al que asistieron trabajadores al servicio del Estado. Nuevo enfrentamiento con fuerzas públicas. Comandos del ejército se apostaron en las cercanías de la Ciudad Universitaria y de Zacatenco. El 1 de septiembre, el presidente amenazó con sofocar el movimiento estudiantil. El día 7 de septiembre se celebró un mitin en Tlatelolco. Dos días después, el rector de la UNAM hizo un llamado a la comunidad para volver a la normalidad, sin renunciar a sus fines. Hubo división de opiniones en torno al llamado del rector. El 13 de septiembre se celebró la manifestación del silencio, a lo largo del Paso de la Reforma. Se unieron a ella grupos populares. Fue la más significativa de todas las marchas. Fue una marcha donde no se pronuncio una sola palabra y donde el único sonido era el de los pasos hacia el zócalo. Algunos estudiantes prefirieron ponerse cinta adhesiva en la boca para poder mantenerse callados. El 18 de septiembre el ejército ocupó la Ciudad Universitaria. Hubo detenidos. Cabe aclarar que las actividades de investigación y administrativas no se habían interrumpido, así como algunas de difusión cultural. Sólo la actividad docente permanecía interrumpida. El 19 de septiembre, el rector protestó por la ocupación militar, que duró 12 días. La Cámara de Diputados, en voz de su líder Luis Farías, atacó al rector Barros Sierra, quien presentó su renuncia, que no le fue aceptada. La Junta de Gobierno le pidió expresamente que permaneciera al frente de la Universidad Nacional Autónoma de México. El 1 de octubre se reanudaron las labores de investigación, administración y, parcialmente, las de difusión cultural. El CNH decidió mantener la huelga escolar. La tarde del 2 de octubre de 1968, cuando la ciudad guardaba un sospechoso silencio, miles de estudiantes salieron a la calle a protestar contra el autoritarismo gubernamental, que se hacía presente en persecuciones, secuestros, torturas y asesinatos contra quienes le mostraban públicamente su rechazo, el régimen respondió enviando al ejército y toda su estructura policiaca a reprimir y asesinar a quienes osaron manifestarle su repudio. En el mitin se tratarían cuatro puntos: un informe y breve análisis de la situación política del momento a cargo 3
de Florencio López Osuna; un informe de la solidaridad internacional y su importancia a cargo de Pepe González Sierra; las brigadas y sus tareas por David Vega, y las perspectivas y el anuncio de la huelga de hambre por Eduardo Valle Espinoza. La reunión terminó a las 14:30 horas y llenos de optimismo salieron a la Plaza de las Tres Culturas. El mitin del 2 de octubre se desarrollaba en un ambiente de fiesta. Después de dos semanas, la angustia y la incertidumbre producidas por la represión empezaban a disminuir y de nuevo se abrían perspectivas claras para el futuro. En ese mitin se comprobaría la fortaleza, nuestro buen estado de ánimo; ahí se haría el recuerdo de los que faltaban y dolorosamente nos habían abandonado en el Casco y en las Vocacionales y de los nuevos refuerzos que llegaban. Era un mitin como cualquier otro de los muchos que se habían hecho. Informes, análisis, directivas y orientaciones del Consejo. Estaba por terminar su intervención el compañero Vega, de Ingeniería Textil del IPN, cuando se notaron movimientos de tropas. En efecto, por el lado de la Vocacional 7, desde la calle de San Juan de Letrán, a través de las ruinas y en dirección a la explanada, se acercaban los soldados. En esos momentos sobrevolaban la zona dos helicópteros militares. En la tribuna habían notado a numerosos individuos sospechosos que cubrían todas las entradas al edificio Chihuahua, así como las escaleras y pasillos. Algunos llevaban un pañuelo enrollado o un guante blanco en la mano derecha. Eran las 18:10 horas cuando se notó que avanzaban las tropas sobre el mitin. La señal la dieron dos luces de bengala verdes disparadas desde un helicóptero. La tribuna estaba instalada en el corredor del tercer piso del edificio Chihuahua y desde allí se observaron claramente los primeros movimientos de los militares. Los compañeros del Consejo anunciaron a los asistentes que el Ejército se acercaba y que conservaran el orden. "Calma compañeros, no corran, calma compañeros" se escuchó varias veces por los altavoces. Segundos después empezaron los disparos. Primero unos cuantos balazos e inmediatamente después varias ametralladoras comenzaron a funcionar violenta e ininterrumpidamente. La Plaza de las Tres Culturas es un rectángulo de losa elevado dos o tres metros sobre el nivel general del piso. Está rodeada por las ruinas de Tlatelolco al poniente, la Iglesia de Santiago, y atrás de ella el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores por el sur, el edificio de la Escuela Vocacional número 7 del IPN y algunos edificios de viviendas de la unidad en el norte, y el edificio Chihuahua en el oriente. Sus accesos principales son dos corredores angostos y una escalera central de 25 a 30 metros de ancho. Cuando empezó el tiroteo la gente se abalanzó por las escaleras de la plaza, que están situadas precisamente enfrente del edificio Chihuahua, gritando: "el Consejo, el Consejo". Se dirigían a las escaleras del edificio con el único propósito de defender a los compañeros dirigentes. Ahí los grupos de agentes secretos y del batallón Olimpia, apostados en las columnas del edificio, comenzaron a disparar contra la multitud rechazándola a balazos. La misma señal de luces verdes movilizó a los agentes apostados en el edificio. Las entradas y las escaleras fueron bloqueadas para impedir la salida de los compañeros del Consejo. Subieron los individuos del guante blanco hasta el tercer piso y empuñando pistolas y metralletas, encañonaron a los jóvenes que ahí se encontraban, obligándolos a pararse de cara a la pared y con las manos en alto. Algunos compañeros alcanzaron a huir, escaleras arriba y se refugiaron en departamentos de los pisos superiores, donde valientemente las personas que los habitaban les abrían las puertas y los invitaban a pasar para protegerlos y ocultarlos. Inmediatamente, también desde el tercer piso, luego que detuvieron a los que ahí se encontraban, los agentes comenzaron a disparar contra la multitud que corría tratando de huir o de protegerse. Cientos de personas vieron a un individuo alto y de traje oscuro que disparaba desde el tercer piso apuntando su arma contra las personas que aún se encontraban en la explanada. Fue uno de los primeros en disparar.
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Participaron más de diez mil soldados y policías en la masacre. Desde los primeros segundos y durante más de dos horas se disparaban simultáneamente cientos de armas de todos calibres. La plaza se despejaba rápidamente, los soldados tenían controladas todas las entradas y obligaban a la gente a retirarse en unos casos, persiguiéndolas con disparos y a punta de bayoneta, en otros se les amontonó expuestos a las balas, formando otros grupos de detenidos. En unos cuantos minutos la explanada estuvo totalmente vacía y solamente se veían decenas de muertos, heridos y soldados. Todos los lugares de acceso y la misma plaza estaban en manos del Ejército, que además tenía completamente cercada la unidad. Además un cordón de granaderos y policías protegían las calles cercanas y desviaban el tráfico de vehículos y personas. Apoyando las acciones de la tropa intervinieron inmediatamente carros de asalto, tanques ligeros y camiones de transporte, bloqueando las salidas y ocupando posiciones dentro de la unidad, incluso en la propia explanada de la plaza colocaron varios tanques. Las ambulancias de la Cruz Verde del gobierno del DF también estuvieron rígidamente coordinadas y controladas. Todas estas acciones iniciales duraron escasos diez minutos y fue en ese lapso cuando se produjeron la mayor parte, si no es que la totalidad de las muertes que ocurrieron. Después el tiroteo duró más de dos horas. Los soldados disparaban constantemente ráfagas de ametralladora contra las ventanas de los edificios cercanos. Los muros y las fachadas eran barridos sistemáticamente por el fuego de las armas automáticas. Desde algunos departamentos y pasillos del edificio Chihuahua se escucharon los gritos de contraseña de los agentes: "Batallón Olimpia, aquí. Batallón Olimpia no disparen". "Batallón Olimpia contesten". Después en los pasillos y corredores solamente se escuchaban los pasos de las botas militares y de los agentes. A las 20:30 horas empezaron a revisar todos los departamentos en busca de los compañeros del Consejo que se habían ocultado. Los sacaban a golpes y a culatazos y los llevaban a un departamento del quinto piso acondicionado para detenerlos. Los que fueron aprehendidos en el tercer piso, estuvieron las dos horas acostados en el suelo protegidas por el muro−barandal del pasillo que tiene escasamente un metro de alto, encañonados por los agentes del Batallón Olimpia; ahí fue herida la periodista Oriana Fallaci que vivió esa experiencia acompañada y protegida por Manuel Gómez, el representante del Conservatorio de Música en el CNH. A las 23 horas empezaron a enviar a los detenidos a las cárceles y a las 5 horas del día siguiente, salió el último grupo con destino a la Penitenciaria de Santa Marta Acatitla. Todos los detenidos en el Chihuahua fueron vejados en forma salvaje por la tropa y los oficiales, golpeados, desnudados, atados de manos, insultados de manera soez. No habiéndoles capturado con armas en la mano, recibieron un trato que no se da ni a los peores criminales, ni a los prisioneros de guerra. Así fue, el 2 de octubre de 1968, esa fue la fecha se disparó contra la multitud, con un saldo de muchos muertos, heridos y detenidos. Días después, el CNH anunció que, pese a la represión, el movimiento continuaría. Para entonces habían sido detenidos muchos de sus dirigentes. El 12 de octubre fueron inaugurados los XIX Juegos Olímpicos, en la Ciudad Universitaria. Para ello, se declaró un periodo vacacional. Después de la clausura de los juegos, la actividad universitaria tendió a normalizarse. El número de detenidos, entre estudiantes y profesores, era considerable. La huelga estudiantil concluyó oficialmente el 4 de diciembre. El rector se negó a aceptar un voto de confianza que le otorgó el Consejo Universitario en su sesión del 20 de diciembre. Por último, fue aprobado un informe de demandas que presentó la Universidad con motivo del movimiento estudiantil. El rector logró pronto que la comunidad universitaria volviera a la normalidad académica y cultural. En el informe presidencial de septiembre, Gustavo Díaz Ordaz asumió toda la responsabilidad de su política en torno al movimiento estudiantil−popular del año anterior. Seguían detenidos los principales líderes del 5
movimiento: Luis González de Alba, Gilberto Guevara Niebla, Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Sócrates Campos Lemus, así como los profesores Fausto Trejo, Heberto Castillo, Elí de Gortari y José Revueltas, entre otros. La sucesión presidencial fue decidida en favor del secretario de Gobernación, licenciado Luis Echeverría Alvarez, quien desarrollaría una campaña electoral exhaustiva. A fines de mayo de 1971 surgió un conflicto entre el gobierno de Nuevo León y la Universidad Autónoma del Estado. El estudiantado neoleonés pidió apoyo al de la República. En el Distrito Federal hubo respuesta positiva de parte del sector estudiantil de la UN AM y del IPN. La agitación creció durante los primeros días de junio. La crisis aumentó en Nuevo León. Se programó una gran manifestación para el jueves 10 de junio en las zonas aledañas al casco de Santo Tomás, principalmente en la Ribera de San Cosme. Pese a que se difundió la noticia de que el gobernador Elizondo había renunciado, se decidió llevar a cabo la manifestación. No acababa de empezar cuando los estudiantes fueron atacados por un grupo paramilitar denominado "los halcones". La policía había a cordonado la zona desde Insurgentes Norte y Manuel González. Nadie se responsabilizó del ataque y se negó la existencia del grupo paramilitar. De inmediato procedió la renuncia del jefe de la policía, Flores Curiel, y la del Jefe del Departamento del Distrito Federal. Nunca se deslindó quiénes fueron responsables de los hechos. Las únicas víctimas ciertas fueron los jóvenes caídos. La crisis política posterior fortaleció al presidente, quien recibió el respaldo de connotados intelectuales, que plantearon la disyuntiva: "Echeverría o el fascismo". El presidente, poco a poco, fue desarrollando una política de deslinde radical con su antecesor, así como su estilo personal de gobernar. En la política interior renació el populismo. Pronto dio la amnistía a los presos políticos de 1968 y a algunos de ellos los llamó a colaborar en su gobierno. El 14 de marzo de 1975 el presidente de la República, Luis Echeverría, acudió a inaugurar el año lectivo, como se acostumbraba hasta el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. El acto tuvo lugar en la Facultad de Medicina de la UNAM, a donde asistió una multitud. Al final de la ceremonia una piedra alcanzó la frente del primer mandatario. • El 2 de octubre de 1968 era miércoles. • En la mañana, en el Consejo Nacional de Huelga se decidió limitar el acto programado a un mitin y suspender la manifestación al Casco de Santo Tomás, exigiendo la devolución de las instalaciones al Ejército. Se habían celebrado tres pequeños mítines en días pasados en Ciudad Universitaria y en Tlatelolco. El movimiento iniciaba una recuperación, tras haber estado a la defensiva en la secuencia iniciada el 19 de septiembre con las acciones armadas del gobierno (toma militar de Ciudad Universitaria, ataque de los granaderos y toma del Casco de Santo Tomás, toma militar y policiaca de Zacatenco). El mitin era importante porque habría de anunciarse el inicio de una huelga de hambre de los presos políticos estudiantiles detenidos a lo largo de las operaciones militares de septiembre. • En la mañana del 2, en una sesión del CNH se acordó que sólo estuvieran en la tribuna organizadores y oradores; se sugirió que los miembros del CNH que no tuvieran algo que hacer en el acto no asistieran y que en caso de que lo hicieran se mezclaran con la multitud. Eran las medidas de precaución habituales. La dirección del movimiento estudiantil no esperaba ninguna represión. De hecho, el acto coincidía con la apertura de conversaciones con la comisión Caso−De la Vega. Es más, el aviso de que habían salido del Monumento a la Revolución camiones con agentes armados de la Dirección Federal de Seguridad, fue recibido como un anuncio alarmista más. Otros indicadores de que podría producirse una represión podrían haber llegado hasta la dirección del 6
movimiento estudiantil, como que se había otorgado un día de asueto a los trabajadores de la Secretaría de Relaciones Exteriores porque iba a haber problemas. Antes de iniciarse el mitin, en la plaza se presentó un individuo con un recado apócrifo de Genaro Vázquez pretendiendo que se leyera durante el acto. Era un texto absurdo. Gilberto Guevara lo despidió sin hacerle caso. Más tarde, el personaje habría de intervenir como agente policiaco en la represión. Había pistolas entre los estudiantes, pero en manos de una absoluta minoría, y sus propietarios las entendían más como un elemento defensivo para evitar el asesinato o la detención. • La decisión de reprimir en Tlatelolco fue tomada por Díaz Ordaz al menos el 30 de septiembre, probablemente antes, bajo la forma de desatar una represión "ejemplarizante", aunque la decisión de hacerlo el 2 de octubre dependió del accionar del movimiento. Según estimaciones de la Comisión de la Verdad, en Tlatelolco habrían actuado más de 8 mil efectivos de las fuerzas represivas estatales entre soldados, granaderos, policías del DF, Policía Montada, policías secretas de todo tipo, policías judiciales del DF y federales, miembros del Batallón Olimpia y bomberos y 300 vehículos entre tanques, tanquetas, blindados y jeeps con metralletas. La movilización de estas fuerzas y las órdenes se dieron al menos 24 horas antes. Las órdenes fueron diferentes. Mientras el Ejército probablemente recibió la orden de intervenir en caso de disturbios, el Batallón Olimpia, los agentes de la DFS y la Policía Judicial recibieron orden de crear el ``disturbio''. El Batallón Olimpia había sido integrado en febrero del 68 con la misión de custodiar las instalaciones y ejercer servicios de orden en las futuras Olimpiadas, dependía directamente en la línea de mando del Estado Mayor Presidencial y, por lo tanto, de la Presidencia de la República. Estaba dirigido por el coronel Ernesto Gómez Tagle y el 2 de octubre había sido reforzado por dos secciones de caballería del 18 y el 19 regimiento. Sus órdenes eran asistir al acto vestidos de civil y con un guante blanco en la mano izquierda como identificación. Esa misma orden recibieron los judiciales federales 24 horas antes. La orden incluía la prohibición de portar identificación o documentos personales y no se precisaba si los miembros del batallón deberían llevar un guante o un pañuelo enrollado en la mano izquierda. • El Batallón Olimpia tenía órdenes de bloquear el edificio ``Chihuahua'', detener a los miembros del CNH, tomar el segundo y tercer piso, disparar sobre la multitud. Los judiciales tomaron posiciones en la plaza, a la que arribaron incluso antes que los estudiantes, la torre de Relaciones Exteriores, que dominaba la Plaza de las Tres Culturas; en particular en el piso 21, donde había un grupo de agentes de la Dirección Federal de Seguridad a cargo del comandante Llanes. Al menos tres fuerzas actuaron sincronizadamente a las 6:10 de la tarde: los francotiradores de la policía, que dan la señal al arrojar las bengalas; las fuerzas militares, que irrumpen en la plaza; y los efectivos del Batallón Olimpia. • A las 6:10 de la tarde se producen en una secuencia rápida los siguientes acontecimientos: Arribo de los camiones de los paracaidistas que comienzan a descender en los alrededores de la plaza. Un helicóptero (¿militar?) sobrevuela la plaza. Desde la torre de Relaciones Exteriores (y no desde el helicóptero, como se afirmó posteriormente) se disparan dos bengalas, la primera verde y la segunda roja. El Ejército avanza hacia el mitin. Sócrates le quita el micrófono al orador y grita: ``¡No corran, es una 7
provocación!''. Desde el ``Chihuahua'' se producen los primeros disparos sobre la multitud. El testimonio de Eduardo Valle, El Búho, es preciso y con él coinciden muchos más: Dos bengalas e inmediatamente después vieron a un civil armado y vestido con gabardina que disparaba una carga de pistola contra la multitud. Varias versiones coinciden en señalar a este hombre y a otros vestidos de civil como los iniciadores del tiroteo. Hasta el censurado Diario de la Tarde registró: ``Los individuos enguantados sacaron sus pistolas y empezaron a disparar a boca de jarro e indiscriminadamente sobre mujeres, niños, estudiantes y granaderos'' Los disparos fueron hechos antes de que la multitud se moviera hacia el Chihuahua. • A estos disparos siguen de inmediato los tiros disparados por los efectivos del Ejército uniformado en la plaza, que viene entrando desde diferentes lados. Los tiros son de abajo hacia arriba y/o sobre la multitud. Mientras esto sucede, un alud de efectivos del Olimpia y policías irrumpen en el tercer piso con pistolas en las manos. Comienzan a golpear y a detener a los estudiantes y periodistas que se encuentran allí. Cuando se inicia el tiroteo ya el Batallón Olimpia había ocupado el tercer piso del Chihuahua y tenía a la gente con los brazos en alto, o lo estaba ocupando. Tenían además bloqueadas las salidas del edificio. En el Chihuahua habría unos 300 estudiantes entre miembros del CNH, de las comisiones de orden, del grupo técnico que se hacía cargo del sonido, periodistas y colados. Algunos miembros del Olimpia en el edificio Chihuahua, tras hacer tirarse al suelo a los detenidos, se encuentran con que el Ejército en la plaza dispara sobre el mismo inmueble. Soldados del batallón, al ver que el ejército les disparaba, azorados buscaban un walkie−talkie para comunicarse con los de abajo. Se suceden los gritos de ``no disparen, Batallón Olimpia''. Los tiros y luego los llamados a no tirar y los reclamos de: somos guante blanco. El helicóptero ametralló a la multitud; a veces tiraban balas trazadoras. Durante una hora y cincuenta minutos se dispara contra una multitud desarmada. Según datos oficiales se hacen 15 mil disparos. Dentro del cerco, la multitud es arrojada hacia uno u otro lado de la plaza, donde la reciben a tiros o con la bayoneta calada. Según testimonios oficiales recogidos por el diario El Universal, que coinciden con el primer reporte de la Cruz Roja, la mayoría de los muertos reconocidos por las autoridades lo fueron a causa de heridas de bayoneta, entre ellos un niño. • El comportamiento de las fuerzas del Ejército fue diferente según las zonas y los mandos. Hay variados testimonios de que soldados dispararon contra ambulancias de la Cruz Verde para que no entraran al cerco en los primeros momentos; existen testimonios de estudiantes dejados salir del cerco por soldados haciéndose los ciegos (fundamentalmente en la parte norte de la plaza y durante los primeros 15 minutos. • La magnitud de la represión la da con más fidelidad la cifra de heridos: no menos de 700. Gracias a la intervención memorable de la Cruz Roja y la Cruz Verde, muchos de los heridos hoy pueden contar la historia. Las dos Cruces tuvieron 42 ambulancias en el terreno sacando heridos y su presencia costó a los trabajadores de esas dependencias tener en la jornada seis camilleros heridos.
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Estos fueron enviados, en principio, al Hospital Rubén Leñero y al Hospital de la Cruz Roja. Según el director de emergencias del Leñero, el doctor Jiménez Abad, allí se recibieron 600 heridos, de los cuales entre 12 y 18 murieron. Saturado el Leñero, algunos de los heridos fueron enviados a otros nosocomios del DDF, Cruz Roja y aun al Hospital Militar. Pero a partir de las nueve de la noche, y por órdenes del subjefe de la policía Mendiolea, los hospitales fueron intervenidos por la policía y según el testimonio de un doctor en el Rubén Leñero, los granaderos y los secretos venían y nos quitaban a los muchachos de los quirófanos donde los estábamos operando y se los llevaban. Dónde quedaron esos muchachos, y si murieron, nadie lo sabe. • No hay duda que las diferentes fuerzas represivas que participaron en Tlatelolco intercambiaron disparos entre ellas. El Ejército tuvo diez bajas en la operación de Tlatelolco. Tres soldados muertos y siete heridos, entre ellos el general de paracaidistas Hernández Toledo, que dirigía la operación. Ninguno de ellos fue herido por balas de bajo calibre. Uno de los soldados reportaba ante el Ministerio Público que se había herido solo al disparársele un tiro en el pie, otro que había sido herido por un fragmento de metralla rebotada (probablemente de las balas de alto calibre que dispararon las tanquetas), un tercero que había sido herido por un disparo que vino del edificio Chihuahua. El propio Hernández Toledo recibió una bala en la baja espalda en el momento en que se iniciaba la operación. La bala era de un AR−12, un fusil muy poco común en México.. En los momentos de recibir el impacto estaba dando la espalda a la torre de Relaciones Exteriores. Por la trayectoria del impacto le habían disparado los agentes de la DFS allí situados o los que actuaban desde el helicóptero. Las bajas del Batallón Olimpia, oficialmente inexistente en Tlatelolco, nunca se reportaron. Tampoco se reportaron las bajas de las diferentes policías. • La versión oficial se produjo antes de que los disparos terminaran de escucharse en Tlatelolco. El jefe de prensa de la Presidencia, Fernando M. Garza, habló a periodistas de una provocación estudiantil que había terminado en tiroteo. Díaz Ordaz se aferró en todas sus intervenciones a la tesis de que los estudiantes habían disparado sobre el ejército y que éste, que tenía órdenes de defenderse, respondió a la provocación. El general García Barragán, ministro de la Defensa, amplió diciendo que se había tratado de guerrilleros que provocaron al Ejército. Meses más tarde, en los juicios a los dirigentes estudiantiles capturados la versión se elaboraría un poco más, apoyándose en declaraciones de infiltrados como Sócrates y Ajax Segura, señalando que en el CNH se habría tomado la decisión de crear cinco columnas armadas y que éstas actuaron en Tlatelolco. La Secretaría de la Defensa declaró que había recibido una petición de apoyo de la policía (40 minutos antes de que se produjeran los disparos); la policía aseguró que no había pedido la intervención de nadie y los judiciales se limitaron a declarar que los disparos habían surgido del edificio Chihuahua y que ellos habían respondido. Los supuestos francotiradores situados en los edificios vecinos jamás aparecieron y sus armas nunca fueron encontradas, a pesar de que la plaza estuvo bajo control militar por tres días. Días más tarde la policía mostró el arsenal supuestamente capturado a los estudiantes, compuesto de siete pistolas, dos escopetas y un aparato de radio. El número de detenidos rebasó el millar y medio, pero el único estudiante al que se le encontró un arma en el tercer piso del Chihuahua fue a Florencio López Osuna. Una pistola familiar de bajo calibre. No había disparado. 9
• Hubo una segunda balacera de corta duración hacia las 11 de la noche. • Hubo múltiples testimonios de la solidaridad y la defensa de los vecinos, escondiendo, bronqueándose con la policía, sacando, disfrazando a los estudiantes. • La operación policiaco−militar de la Plaza de las Tres Culturas produjo un número que podría alcanzar los cinco millares de detenidos. . Parecer estudiante fue, durante muchos días, un grave delito. Los detenidos especiales, capturados en el edificio Chihuahua, fueron identificados por policías infiltrados en el movimiento, conducidos a la iglesia y en la ex prisión de Tlatelolco fueron desnudados por los soldados, hombres y mujeres. Ahí mismo se golpeó a varios de ellos y se les robaron sus pertenencias personales. En lo siguientes días habrían de ser sometidos a golpizas, fusilamientos simulados y torturas en instalaciones policiacas y en el Campo Militar número 1. Una semana después de la matanza permanecían detenidos mil 500 de ellos. Más de 300 lo serían hasta la amnistía del 71. • En el hospital, Hernández Toledo declaró: No falleció ninguno, y Díaz Ordaz se negó a ofrecer cifras y nombres. Declaraciones hablaban de que una parte de los cadáveres habían sido arrojados al Golfo de México por aviones militares. Finalmente, en diciembre de 1969 el Consejo Nacional de Huelga reportó cerca de 150 muertos, esta cifra permaneció en la memoria colectiva. Se dieron a conocer algunos nombres: * Cecilio, comerciante de 24 años, se había visto su cadáver en Traumatología de Balbuena; * Leonardo Pérez González, maestro de vocacional; * Guillermo Rivera Torres, Voca 1, 15 años; * Antonio Solórzano ambulante de la Cruz Roja; * Gilberto estudiaba en cuarto año en la ESIQIE; * Cordelio en Prepa 9; * José Ignacio, 36 años, empleado... Finalmente, en el 93 los nombres y apellidos de más de una treintena fueron colocados en la estela que hoy existe en la Plaza de Tlatelolco. La masacre puso a la defensiva al movimiento estudiantil y forzó la llamada tregua olímpica, pero la huelga se sostuvo masivamente dos meses más, como ya se mencionó anteriormente. Final del movimiento estudiantil
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2 de octubre de 1968 Toda la euforia estudiantil terminó en la Plaza de las Tres Culturas a las seis y diez de la tarde del 2 de octubre de 1968. Elena Poniatowska recuerda la tragedia de la Noche de Tlatelolco y se pregunta si hoy, 33 años después, ¿Han terminado los balazos? 1968 fue el año de Vietnam, de Biafra, del asesinato de Martin Luther King, del de Robert Kennedy (después del de su hermano John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos), de la reivindicación del pueblo negro, de los Black Panthers, de la Primavera Negra, de la invasión rusa de Checoslovaquia y el heroísmo de muchos checos (los polacos también querían su Dubcek), del movimiento hippie de "Peace and love" y sin embargo, para México, 1968 tiene un solo nombre: "La noche de Tlatelolco", 2 de octubre, asesinato de más de 200 jóvenes a manos del ejército mexicano y grupos paramilitares. La guerra de Estados Unidos en contra de Vietnam conoció el repudio absoluto de los estudiantes de Berkeley y, a partir de 1963, las manifestaciones de protesta fueron continuas. Los muchachos norteamericanos no sólo lucharon por el Free Speech (con el líder Mario Savio de origen italiano en Berkeley), la libertad de cátedra, la libertad de credo sino que se negaron a acatar los designios gubernamentales y empresariales: entrar al proceso triturador del big business (sobre todo a la industria de guerra) y rechazar el futuro que les tenían prometido. Se opusieron a la poderosa maquinaria estatal llevando una flor amarilla en los cabellos (que por cierto crecían alargando su antagonismo). Frente a la universidad, los floreados muchachos de Berkeley detenían a los soldados recién enrolados pidiéndoles: "Don't go. This is genocide". Y les sonreían, y hacían la V de la victoria con dos dedos levantados al aire, los de "Peace and love" que tanto enfurecieron al establishment. No sólo eran los estadounidenses los rebeldes, los jóvenes del mundo entero alzaban la mano en el aire, algunos con el puño cerrado, otros haciendo la V de la victoria. Tenían mucho que reclamarle a la sociedad. ¿En Europa, las perspectivas de la juventud eran desoladoras. No había trabajo para los egresados de las universidades. ¿En dónde se emplearían? Dentro de esas circunstancias de inquietud y descontento −no hay que olvidar que la guerra de Vietnam duró de 1945 a 1969− se dio en varios países del mundo el gran rechazo al orden establecido, al statu quo, a los partidos, a los gobiernos, el llamado a la desobediencia civil. En mayo de 1968 en París, el general Charles de Gaulle, el gran héroe de la Segunda Guerra Mundial, fustigó a los estudiantes que paralizaban la vida cotidiana de París y habían levantado barricadas con las piedras del pavimento, pintaban los muros de La Sorbona y rehusaban entrar a clase. Les dijo que no comprendía que siguieran a un líder judío−alemán, Daniel Cohn−Bendit, apodado "Danny el rojo". Las guerras quedaban olvidadas, los jóvenes eran uno solo, el repudio era de todos. Si en Francia la falta de oportunidades, De Gaulle y su gobierno fueron el objetivo estudiantil, en México el partido oficial (PRI), la corrupción, el presidente y su gabinete, el cuerpo policíaco de granaderos, los absurdos delitos de "disolución social", "asociación delictuosa" y "ataques a las vías públicas" (de los que ya se había acusado a estudiantes que habían caído presos en julio y agosto de 1968 como Salvador Martínez de la Roca −el "Pino"−, dos meses antes de la masacre del 2 de octubre) y Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca fueron el detonador del movimiento del 68 a quien el novelista José Revueltas llamó "enloquecido movimiento de pureza". ¿Qué querían los estudiantes? ¿Qué pedían? En Ankara, en Berkeley, en Berlín, en Belgrado, en Madrid, en Praga, en Río de Janeiro, en Tokio, en Varsovia hubo luchas estudiantiles. Ninguna resultó tan cruenta y tan 11
bárbara como la mexicana que terminó en la masacre del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de la capital mexicana. El pliego petitorio estudiantil mexicano fue acusado de limitado por algunos maestros. No había una sola petición académica, nada para mejorar el plan de estudios, para elevar la educación, fomentar la cultura y la ciencia, nada acerca de las condiciones de vida de los mexicanos, nada acerca del desarrollo universitario y politécnico. Sin embargo, políticamente resultó muy concreto (se pedía la disolución de un cuerpo de policías llamados Granaderos), a diferencia de las interminables sesiones estudiantiles en la universidad en las que se podía comer, dormir, complotar y hasta hacer el amor que según el 68 francés es una insuperable manera de ser revolucionario. La situación era crítica. Al gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz, el país se le estaba yendo de entre las manos y eso en el año de las Olimpíadas. Por primera vez, los Juegos Olímpicos se llevarían a cabo en un país del Tercer Mundo (concepto acuñado por De Gaulle). En la ciudad de México, nuestra fachada olímpica se levantó en menos de un año: estadios, Villa Olímpica, conjuntos deportivos y hasta una innovación: la Olimpíada Cultural para exhibir las riquezas espirituales de México, la presencia de los grandes poetas, Pablo Neruda, Eugenio Yevtuchenko, Nicolás Guillén, Octavio Paz que vendría de la India donde era embajador, para comprobar la aportación intelectual de México al mundo. Tras la construcción de los edificios que albergarían a los deportistas se escondía la miseria, la gente descalza, los niños panzones, los campesinos sin comer, la jerarquización de una sociedad hostil a los olvidados de siempre, la crueldad de un gobierno dispuesto a aparentarlo todo. El pri−gobierno intentaba demostrarle al mundo que México era un país modelo, que el futuro de América Latina se concentraba en nuestro progreso y nuestra estabilidad. Por más exorbitantes que fueran los gastos de la XIX Olimpíada, se verterían en nuestro beneficio porque los inversionistas escogerían a México −país confiable y estable− para proteger su dinero. "No queremos Olimpíadas queremos revolución, No queremos Olimpíadas queremos revolución, No queremos Olimpíadas queremos revolución." ¡Ah que los muchachos antipatriotas y saboteadores! Los 146 días, duración del movimiento estudiantil, fueron de fervor. Quienes participaron jamás los olvidarán. La Universidad actuó como la gran protectora de su alumnado que prácticamente vivió en las aulas y hasta durmió en los corredores. La euforia de la participación y la camaradería resultó desbordante. Hombres y mujeres vivían los mejores días de su vida pasada y futura, nada mejor podía sucederles. "UNAM, territorio libre de América", decía una voz juvenil amplificada por los altavoces. La toma de Ciudad Universitaria por el ejército, el 18 de setiembre, y la detención de 500 maestros y estudiantes universitarios indignaron a todos. Los estudiantes rodearon a su rector Javier Barros Sierra que los defendía confrontando personalmente al gobierno. Las autoridades del Politécnico nunca le dieron semejante protección a sus estudiantes que vivían en un rumbo de la ciudad −el norte−, mucho más pobre que el universitario y por lo tanto mucho más expuesto a detenciones y razias policíacas. Toda la euforia estudiantil a pesar de las detenciones y los encarcelamientos terminó en la Plaza de las Tres Culturas, el 2 de octubre de 1968, a las seis y diez de la tarde cuando se inició la balacera y murieron más de 250 personas, cifra que dio el periódico inglés The Guardian y que Octavio Paz retomó en su libro sobre el 68 Posdata y que han confirmado los dos reporteros David Brooks y Jim Carson. A las cinco de la tarde del miércoles 2 de octubre de 1968, casi diez mil hombres, mujeres y niños se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco (así llamada porque preserva el mundo precortesiano en las ruinas arqueológicas; el de la colonia, en el Convento Franciscano; y la época moderna en el alto y espigado edificio de Relaciones Exteriores). Cuando los líderes vieron el gran despliegue de fuerza del ejército, la policía y los granaderos, decidieron disolver el mitin y desde el tercer piso del edificio Chihuahua, 12
le pidieron a la multitud que regresara a su casa. Un estudiante de nombre Vega anunció a las 6.10 que la marcha estaba suspendida y en ese momento un helicóptero sobrevoló la plaza y dejó caer tres luces de bengala verdes. Se oyeron los primeros disparos y la gente empezó a correr. −No corran compañeros, no corran, son salvas, calma compañeros. La desbandada fue general, todos huían, muchos cayeron en la plaza. El fuego cerrado y el tableteo de las ametralladoras convirtió a la Plaza de las Tres Culturas en un infierno. Según la corresponsal del diario Le Monde Claude Kiejman el ejército empezó a detener a miles de muchachos y muchachas a quienes mantuvo con los brazos en alto bajo la lluvia. Dos mil personas fueron arrestadas. Los familiares quedaron sin noticias y anduvieron peregrinando de los hospitales a los anfiteatros buscando a sus hijos. De 29, el número oficial de los muertos dado por la prensa de México, se pasó a 43. Los periódicos recibieron una orden tajante: "No más información". En el diario Novedades, uno tras otro fueron rechazados los artículos que escribí, inclusive una entrevista con Oriana Fallaci, herida en el mitin de Tlatelolco al que había sido invitada por dos líderes del Consejo Nacional de Huelga. La encontré indignada en su cama del Hospital Francés. Hablaba por teléfono con algún jefe del Parlamento italiano para pedir a gritos que la delegación italiana a las Olimpíadas cancelara su viaje. Por fin accedió a decirme: "¡Qué salvajada! Yo he estado en Vietnam y puedo asegurar que en Vietnam durante los tiroteos y los bombardeos (también en Vietnam señalan los sitios que se van a bombardear con luces de bengala) hay refugios, trincheras, agujeros, qué sé yo, a donde correr a guarecerse. Aquí no hubo la más remota posibilidad de escape. Al contrario. Tiraron sobre una multitud inerme en una plaza que es en sí una trampa. La multitud no tenía escapatoria. Yo estaba tirada boca abajo en el suelo, cuando quise cubrir mi cabeza con mi bolsa para protegerme de las esquirlas un policía apuntó el caño de su pistola a unos centímetros de mi cabeza: 'No se mueva'. Yo veía las balas incrustarse en el piso de la terraza a mi alrededor. También vi cómo la policía arrastraba de los cabellos a estudiantes y a jóvenes y los arrestaban. Vi a muchos heridos, mucha sangre, hasta que me hirieron a mí y permanecí en un charco de mi propia sangre cuarenta y cinco minutos. Un estudiante junto a mí repetía: 'Valor, Oriana, valor'. La policía jamás atendió a mi petición reiterada: 'Avísenle a mi embajada. Soy una periodista italiana'. Todos se negaron hasta que una mujer me dijo: 'Yo voy a hacerlo'". Rodolfo Rojas Zea, el joven periodista que invitó a Oriana Fallaci y la cubrió con su cuerpo a la hora de los balazos, resultó herido en el glúteo y en el muslo por una M1, afortunadamente de rebote porque si no le destroza la pierna. Oriana recibió un balazo cerca de la cintura. Ambos vieron muchos cuerpos tirados en la plaza. La información de Rojas Zea, que escribió su reportaje a pesar de sus heridas, fue mutilada. Los periódicos no informaron como debieron hacerlo. Salvo honrosas excepciones, la censura silenció las conciencias. A partir de esa fecha, muchos nos inclinamos sobre nosotros mismos y nos preguntamos quiénes éramos y qué queríamos. Nos dimos cuenta de que habíamos vivido en una especie de miedo latente y cotidiano que intentábamos suprimir pero que había reventado. Sabíamos de la miseria, de la corrupción, de la mentira, de que el honor se compra, pero no sabíamos que el gobierno era capaz de dar la orden de disparar sobre una multitud y de perseguirla a bayoneta calada. Allí están las piedras manchadas de sangre de Tlatelolco, los zapatos perdidos de la gente que escapa, las puertas de hierro de los elevadores del conjunto habitacional perforadas por ráfagas de ametralladora, los jóvenes líderes con su vida cortada por tres años de cárcel y dos años de exilio en Chile, las familias enlutadas y miles de mexicanos humillados por un castigo pavoroso. A raíz de la masacre, consigné las voces de los jóvenes, las madres y los padres de familia. "Sí, pero 13
cámbieme de nombre." "Yo le cuento pero no ponga quién soy", decían los muchachos. Salvo los líderes presos y algunas madres de familia guardé los nombres en el fondo del corazón bien guardados a riesgo de no saber hoy, a 30 años, quién es quién. Muchos se negaron a hablar. La familia de la edecán Regina Teuscher Kruger cuya imagen indeleble en la revista "Siempre" impactó a miles de mexicanos (entre otros a Antonio Velasco Piña que la convirtió en sacerdotisa esotérica muerta y resucitada para iniciar una nueva era e incendiar los dos volcanes, el Popo y el Izta) se negó a hablar con periodista alguno. El padre de Regina, de origen alemán, recogió el cadáver de su hija de 21 años con seis tiros de bala a lo largo de la espalda. Casi todos los centenares de hospitalizados presentaban heridas en la espalda, en los glúteos, en los muslos, en las piernas. Mientras intentaban salir de la trampa, les tiraron por detrás. Esta tragedia escindió la vida de muchos mexicanos; antes o después del 2 de octubre. 1968 fue un año que nos marcó a sangre y fuego. 1968 es el año del descontento de los jóvenes en el mundo entero. Hubo otros movimientos estudiantiles, ninguno tan violento como el nuestro, el fuego intenso duró 29 minutos, como en un combate, y murió gente que apenas empezaba a vivir. Matar a un joven es matar la esperanza. Hoy, en el 2001, a 33 años del movimiento estudiantil, ¿han terminado los balazos? Desde luego no en Chiapas, tomado por el ejército. Ni en las calles de la ciudad de México donde campea la violencia. El movimiento estudiantil de 1968 fue la punta de flecha de otros "enloquecidos movimientos de pureza" en nuestro país. Allí está el subcomandante Marcos y su ejército de indígenas zapatistas, hombres y mujeres en Chiapas para comprobarlo. En 1968 se culpabilizó a la CIA, la izquierda irresponsable, los políticos rencorosos, los rojos; se habló de una conjura comunista comandada desde Moscú. Todavía hoy, a 30 años, no se han abierto los archivos del ejército y corre el rumor de que no se abrirán hasta el año 2007. Quizá nunca sepamos el número exacto de muertos en la noche de Tlatelolco. Sin embargo, resonará en nuestros oídos durante muchos años la pequeña frase explicativa de un soldado al periodista de El Día José Antonio del Campo: "Son cuerpos, señor...". Realizada el Miércoles 04 de Febrero de 1998 GDO, RESPONSABLE DE LA PRESENCIA DE LA TROPA EN TLATELOLCO: LE La matanza en Tlatelolco "¡fue un exceso...!", reconoció de pronto Luis Echeverría, entre el barullo de reporteros y micrófonos que le rodeaban. Más aún −sostendría reiteradamente−, "no coincido con la versión" que dio sobre los sucesos del 68 Gustavo Díaz Ordaz, "salvo en dos o tres líneas". Y agregaría: "El responsable de la presencia del Ejército en Tlatelolco fue el Presidente Díaz Ordaz". −¿Díaz Ordaz pidió que fueran a Tlaltelolco? −El Ejército cumple órdenes del Presidente de la República. −¿Y Díaz Ordaz ordenó que dispararan? −La balacera se originó allí (en Tlatelolco). −¿Pero quién dio la orden de disparar? −Eso es lo que le toca investigar a la Comisión... El ex Presidente de México estaba de pie. Los diputados acababan de abandonar la casa sin que se hubiera 14
podido realizar la sesión de trabajo "por falta de quórum" −Pablo Gómez pidió a sus colegas que se retiraran hasta que saliera la prensa y los invitados especiales; sólo se quedaron los priístas y los panistas− y porque, según explicaría luego el presidente de la Comisión de la Verdad, Gustavo Espinosa Plata, había que "defender el prestigio y la legalidad del Poder Ejecutivo". Así que, a treinta años de distancia de los sucesos de Tlatelolco, los periodistas arremetían: −¿Cómo es posible que usted no sepa, si era el responsable de la política interior del país? −¡El Ejército no está sujeto al poder político! −¿Entonces a quién? −Al Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas... −¿Va a decir que usted está limpio? −Sí, estoy tan limpio como tú −respondió al reportero que soltó la pregunta. Los diputados no habían logrado ponerlo "en el banquillo de los acusados". Les ganó políticamente la jugada. Pero los periodistas tomaron su lugar y siguieron con la cascada de preguntas: −¿Cuántos muertos hubo en Tlatelolco? −No lo sé... −¿Por qué no lo sabe? −No sé porque el número que se maneja ha sido muy variable... ¡Muchos!, hubo muchos jóvenes y soldados muertos... Ya lo dije en Michoacán (en la Universidad Nico− laíta); guardamos un minuto de silencio por los muertos, y por ello querían hacerme lo que a Colosio... Frente al portón de la casa, Rosario Ibarra de Piedra y varias mujeres más vestidas de negro, levantaban sus cartelones con las fotos de los jóvenes desaparecidos en el 68 y gritaban: "¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!" Echeverría intentaría invitar a pasar a doña Rosario. Ella lo rechazaría con estas palabras: "¡Usted es el culpable de la muerte de nuestros hijos!" El ex Presidente se mantenía prácticamente impávido. Sólo su mirada penetrante y los labios apretados, convertidos casi en una línea, denotaban algo de su contención interna. −¿Hubo injerencia extranjera en el movimiento del 68? −¡Nooo...! No la hubo. Ya les conté que ellos portaban imágenes de Fidel Castro y del Che Guevara porque los jóvenes necesitan héroes y en México les habían quitado a nuestros héroes, se los habían diluido o borrado por completo de la historia... pero no hubo injerencia, yo mismo investigué. −¿Durmió usted tranquilo el 2 de octubre de 1968?
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−Siempre he dormido tranquilo en mi vida. −¿Cuáles son las tres líneas en las que usted está de acuerdo con la versión de Díaz Ordaz? −Lean con atención los documentos (los Informes de Gobierno de Díaz Ordaz antes de los sucesos, el 1á de septiembre de 1968, y después de Tlatelolco, en septiembre de 1969). −¿Por qué no está de acuerdo con Díaz Ordaz? −Porque no concuerdo con los excesos. −¿Lo de Tlatelolco fue un exceso? −¡La matanza fue un exceso! Sin embargo, poco antes el propio Echeverría había planteado una situación, si bien hipotética, no por ello poco probable según sus propia palabras. Y fue ésta: "Supongamos que existe la amenaza de una revolución, si se disponen a atacar el Palacio Nacional, ¿qué se debe hacer? ¿Qué debe hacer el Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas si hay otro Tlatelolco −que no es deseable pero sí posible, dada tanta injusticia, pobreza y el acaparamiento del dinero en tan pocas manos−, o si hay otro Chiapas?" Y la respuesta del propio Echeverría: "¡Recurrir al Ejército!" Los hechos del 68 son horribles desde el punto de vista que se quiera aplicar. La masacre de Tlatelolco sigue siendo en México una herida abierta. No sólo no hubo castigo a los culpables sino que ni siquiera hubo un reconocimiento oficial de la matanza. Es el mismo régimen político y las mismas fuerzas armadas y policiales las que, desde entonces, siguen reprimiendo al pueblo. El 2 de octubre de 1968 es una fecha que no quedará sólo en la memoria de sus protagonistas, sino que ya forma parte de la historia, y no tan sólo mexicana. Ese día el movimiento estudiantil fue reprimido de la forma más sangrienta, cruel y cínica posible en la llamada Matanza de la Plaza de las Tres Culturas. No dieron crédito al diálogo, que es la mejor manera de solucionar los problemas. Los responsables de aquella matanza, programada al detalle con días de anticipación, nunca han sido juzgados, a pesar de que en 1993 una Comisión de la Verdad investigó lo ocurrido. Mucha gente de primer nivel académico dejó la escuela, dejó su carrera y abandonó su trayectoria natural de trabajo. Efectivamente se acabó el mundo para los jóvenes, quedaron en una perspectiva de desesperanza. Mucha gente se fue del país para nunca volver, otros obviamente se fueron a la desesperación o al suicidio. Tlatelolco ha marcado un fenómeno en la historia del país, dando lugar a personas que luchaban por sus ideales y sus intereses, oponiéndose al gobierno y sus representantes. Ha habido una cantidad de muertes, sangre, dolor, sufrimiento, fracasos, conflictos y situaciones humanas indescriptiblemente violentas y dolorosas para llegar a la democracia. Después de una larga lucha, se ha conseguido la libertad y la democracia que en la actualidad son papeles muy 16
importantes en México. Los responsables debieron haber tenido motivos con suficiente peso para amparar lo que hicieron; actualmente no se sabe a ciencia cierta que es lo que paso y cómo paso, pero lo que si sabemos es que seguiremos luchando contra la corriente para vivir en un México nuevo y limpio para todos. No debemos olvidar a esos inocentes que murieron en el intento de cambiar a nuestro país, defendiendo sus ideas; este trabajo tiene una dedicación especial a todas esas personas que perecieron en ese horrible suceso. Sin duda esperamos que algún día se esclarezca todo, conocer la verdad oculta bajo muchas sombras y sobre todo castigar a los verdaderos culpables y dar honor a quienes honor merecen. T 68 (Tlatelolco 1968) De Mora, Juan Miguel Editores Asociados Mexicanos S.A. INTERNET: http://www.mexconnect.com/mex_/history/tlatelolco/tlatelolco1sp.html http://www.excelsior.com.mx/archivo/documentos/home.html http://www.jornada.unam.mx/1999/jun99/990628/para.html http://serpiente.dgsca.unam.mx http://www.vespito.net/taibo/esp/68.html http://www.arzp.com/market/tlatelolco1.html http://www.tinet.org/mllistes/grround/Oc...9/msg00004.html http://www.imagenzac.com.mx/anteriores/i...98/Opinion1.htm http://www.el−mundo.es/1998/10/02/intern...al/02N0056.html http://www.yucatan.com.mx/especiales/tlatelolco/29069901.asp http://www.larevista.com.mx/ed571/info8.htm http://www.fortunecity.es/sopa/gallinasygallos/850/mex68.html http://www.proceso.com.mx/especiales/68lesa/home.html http://www.agora.net.mx/analisis/tlatelolco.html Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios #39 6° E
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23 Rector Barros Sierra
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