Nada es azar. por Mufer

2 0 1 5 Nada es azar por Mufer Organitzadors: Col.laboradors: Edición original sin corrección ortotipográfica ni estilística. Todos los derechos

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Nada es azar por Mufer

Organitzadors:

Col.laboradors:

Edición original sin corrección ortotipográfica ni estilística. Todos los derechos de la obra y usos de la misma pertenecen a su autor quien no será hecho publico haste el momento de presentar el veredicto de las obras ganadoras. MARLEX EDITORIAL,SL no se responsabiliza del contenido de las obras que no hayan sido corregidas y revisadas por el equipo técnico editorial.

NADA ES AZAR Por Mufer

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Siempre creí que nada es azar y que cada cual tiene un lugar en este rompecabezas que es el mundo, pero me resultaba tan difícil moverme en un lugar donde imperan los coches, la insolidaridad y las desgracias desencadenadas por lo humano y lo divino, que no llegaba a comprender porque se cebaban con los más humildes y desvalidos de este planeta. Cuantas dudas y luchas internas mantenía a diario para creer en un Díos de Saca barrigas, un Ser Todopoderoso que castigaba con catástrofes naturales a los países más pobres y religiosos, en alguien Omnipotente que a unos les negaba el agua y a otros los ahogaba con sus riadas, pero; cuando empezaba a caminar por el otoño de mi vida, no me quedaba más remedio que aferrarme a un Poder Superior, al que todavía no había sido capaz de ponerle rostro, alguien o algo donde poder descansar mi incertidumbre. En mi corazón, los miedos que me producían la convivencia con los demás, se atrincheraban como soldados ante una andanada de balas del enemigo, con ese temor iba día a día ganándole la partida a la muerte, aferrándome tan solo a unos cuantos libros y a la soledad, de la que

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presumía de ser su dueño, cuando se me presentaba la más mínima oportunidad. ¿Merece la pena? Me he preguntado en más de una ocasión, cuando la enfermedad, siempre injusta, hacía mella en algunos de mis amigos o en mí mismo. ¡Claro que merece la pena luchar por vivir! Solo me tengo que fijar en alguien que golpeándole a traición el destino, seguía con la frente alta, la sonrisa en la boca y compartiendo con los demás, la fortaleza y la esperanza que le dan a los iluminados la sabiduría y el saber que la meta está tan solo a veinticuatro horas de distancia. Según pasaban los días cada vez me convencía más, de que la fe es lo único que alimenta al ser humano en la búsqueda por la paz espiritual. Con estos pensamientos amanecí un domingo de octubre, en el que el sol se adornaba con ese color del oro viejo tan clásico del otoño. No le di tiempo a la añoranza para que le diera la razón a la nostalgia y dirigí mis pensamientos hacía mi amigo el marino, que contaba historias y aventuras de ultramar con la sencillez del que vive inmerso en una odisea continuamente, hacía más de dos semanas que había tocado tierra y todavía

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no nos habíamos visto, quería coger el teléfono y llamarle, pero; siempre se me presentaba algo que hacer en ese preciso momento, seguro que menos importante que hablar con un amigo, todavía me costaba una eternidad dar rienda suelta a mis sentimientos y dejar al descubierto mi mundo interior, esa máscara de hombre duro con la que adornaba mi vida, me protegía de lo que creía que eran ataques hacía mi manera de pensar y mi forma de entender la relación con los demás. Cogí el móvil y marqué su número, durante unos minutos hablamos de fútbol, de su próxima singladura invernal y de lo mucho que se echa de menos a la familia cuando se está por esos mundos de Díos, Quedamos en vernos esa misma tarde. Me resistía a creer que ya había consumido algo más de media vida (tiempo en el que solo busqué ser feliz) la mayoría de las veces equivocadamente, tiempo en el que traspasé una y otra vez la barrera de lo humanamente correcto, atrapado durante muchos años por el inconformismo, malgasté treinta años de mi preciosa vida aliado con el alcohol, hasta que mi

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existencia se volvió ingobernable, descontento con el sexo, con el trabajo, con el mundo que me rodeaba, me encerré tanto en mí mismo que no podía ver lo que estaba sucediendo a mi alrededor, no quería reconocer que mi familia también vivía en un rincón del infierno. Tuve que perder mi familia, mi trabajo y mi dignidad, para poder darme cuenta del caos en el que me encontraba, reconocí por fin que mi vida no tenía sentido y que yo solo no podía salir de aquel pozo en el que me encontraba. Cuando empecé a reconocer mis limitaciones como ser humano, todo empezó a irme mejor, puse todo mi empeño en prestar atención a lo que los demás tenían que decirme, algo que nunca antes había hecho, tuve que reconocer lo equivocado que había estado la mayor parte de mi vida, queriendo ser el centro del universo, poniéndome metas tan altas que me eran imposible alcanzarlas, por eso una y otra vez me embargaba el desánimo de los frustrados, poco a poco y a medida que aumentaba mi tolerancia al alcohol, iba creciendo dentro de mi el desconsuelo de los desesperanzados, empecé a meterme tan dentro de mí mismo, que me era imposible reconocerme

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cuando me miraba al espejo, el amanecer un día más me resultaba tan insoportable, que no quería compartir mi infierno con nadie más, sin saber que el erebo no pertenece a nadie y que cada uno de los que me rodeaban, poseían un trozo de él. Se había convertido en costumbre, pasaba la mayor parte del día en las tabernas de barrio, consumiendo el güisqui nacional. Una tarde se me acercó alguien que yo conocía y me pidió el favor de que le acercara a su casa, reconociendo que no podía conducir porque estaba borracho, yo me encontraba en su misma situación, pero en ese momento nunca lo hubiera reconocido. Lo acerqué hasta una barriada próxima y como no podía ser de otra manera, entramos en el primer bar que nos encontramos, para agradecerme el favor, fue la excusa, aunque a ninguno de los dos nos hacía falta ningún pretexto para tomarnos otro lingotazo. Nos pusimos a hablar, como hablan los borrachos, sin vergüenza y apresuradamente, ninguno de los dos creíamos lo que escuchaba por boca del otro, hablamos de rupturas sentimentales, de abandonos de

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hogar, de pérdidas de trabajos, de desencanto y desconcierto por las vidas que nos había tocado vivir, en un momento de la conversación, tomé por primera vez conciencia del problema que me embargaba y al oír al otro que trataba de paliar sus problemas por medio de psicólogos, decidí que iba a pedir ayuda, a ver si de esa manera, lograba resolver, por lo menos uno de los múltiples problemas que en ese momento me tenían aprisionado. Con ese pensamiento y con la esperanza de que alguien me ayudara a salir de aquella cárcel con los barrotes de cristal en la que me encontraba prisionero, me fui a casa de mi madre. Después de buscar en las páginas amarillas, descolgué el teléfono y marqué un número, mientras los tonos del aparato herían mis oídos y me hacían dudar, una vida saturada de impotencias pasó como un rayo por mi cerebro. Una voz serena se oyó al otro lado del inalámbrico. -¡Hola! Me llamo Salvador, en que puedo servirle. Creo que tengo problemas con el alcohol, dije sin dar crédito a mi propia voz. ¿Pueden ayudarme? -¿Quiere dejar de beber?

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-¡Si! -Entonces

podemos

ayudarte.

¿Dónde

podemos

vernos? Quedamos para el día siguiente en la puerta de una iglesia. -¡Manolo! -Si… soy yo. -Me llamo Salvador. ¿Tomamos un café? -Claro que sí. Ya en la cafetería, dijo Salvador: yo voy a tomar un café, tú, tómate lo que quieras. Por vergüenza y porque iba pidiendo ayuda no me tomé otro güisqui. Salvador empezó a contarme, sin perder la sonrisa de su rostro, los estragos que el alcohol había hecho en él y que el alcoholismo era una enfermedad reconocida por la Organización Mundial de la Salud, desde mil novecientos cincuenta y que nunca se puede curar, pero que si se podía detener al dejar de hacer contacto con el alcohol. De aquella primera reunión solo me acuerdo que me dijeron que era la persona más importante en aquel momento y en aquel lugar, no podía entender como aquellas personas podían pensar

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semejante cosa de mí, cuando yo me sentía el ser más desdichado e insignificante del universo. A partir de aquella tarde y aunque el alcohol seguía siendo mi dueño, todo empezó a cambiar en mí. Tuvieron que transcurrir un par de meses antes de aceptar la derrota del alma. Que liberación sentí cuando confesé en voz alta que yo solo no podía con un enemigo tan poderoso como el alcohol. Durante dos o tres días tuve que reunir el valor suficiente para decirles a mis hijas que había pedido ayuda, que no podía más. A los tres se nos saltaron las lágrimas, igual que el día que decidí marcharme de mi casa. En aquel fatídico día, Todavía me parecía que los estaban en un error eran los demás, entre el alcohol y los resentimientos hacía los que me rodeaban, no me dejaban ver que mi corazón estaba hecho pedazos. Dejando a toda mi familia llorando y hecha añicos decidí irme a ver una corrida de toros, mi conciencia aunque acallada por el alcohol consumido, no me permitía

estar

tranquilo,

por

eso

seguí

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emborrachándome

sin

lograr

hacer

que

se

enmudeciera. Mi mujer, la que tantas veces me había tendido la mano para afrontar juntos el problema, se sintió un poco aliviada al conocer la decisión que había tomado, pero al mismo tiempo, no comprendía como había dado lugar a aquella situación, en que la desidia más absoluta aliada con la desesperanza, habían logrado que sus vidas se desenvolviera en el caos más absoluto. Cuando llegaron mis hijas y le dijeron que si quería acompañarme a una reunión donde se iba a explicar cómo se recuperaban las familias afectadas por el problema del alcoholismo, no lo dudó, dijo que sí, toda la reunión nos la pasamos con los ojos llenos de lágrimas, identificando nuestras vivencias, con cada palabra que estábamos oyendo y asombrándonos de que casi todos los que estaban allí, habían encontrado una solución a su problema personal. Terminó la reunión

y

casi

no

mediamos

palabra

mientras

acompañaba a mi esposa a casa, de camino hacía la casa de mi madre, no paraba de preguntarme, ¿por

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qué había traspasado la barrera que convierte en alcohólico, a una persona normal? Pero; para eso no tenía respuesta en ese momento. Seguimos un día tras otro asistiendo a la reuniones, pero yo no conseguía dejar de beber, todos los días cuando recogía a mi mujer, me preguntaba que si había bebido, al oír mi respuesta afirmativa, se sentía un mucho decepcionada, hasta que llegó el día, en que ni en el trayecto de ida ni en el de vuelta, me preguntara eso que tanto me molestaba. -¿Has bebido hoy? No recuerdo por más que lo intento, si cuando sucedió este hecho, bebía o ya había logrado dejarlo, pero lo que si recuerdo y esto es lo importante, es la sensación de alivio que sentí al no ser interrogado por mi dependencia, creo que ese día dio un vuelco mi vida y empecé a percibir el cambio en mi pareja, yo no creía que también estuviera cambiando, pero nada más lejos de la realidad. Hasta hace bien poco, creí que el día que dejé de consumir alcohol, fue porque el Poder Superior en el que empecé a creer, me había mandado una

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enfermedad con la que apenas podía dar un paso, con los temblores que recorrían todo mi cuerpo, me resultaba imposible ni tan siquiera llevarme a la boca alguna

clase

de

alimento,

más

ahora



que

seguramente padecí un deliriúm trémens. Mucho he leído desde entonces sobre la enfermedad del alcoholismo y una de las múltiples consecuencias negativas que produce es, que el síndrome de abstinencia, puede llegar a producir la muerte. Más de una semana tardé en atreverme a salir a la calle, me encontraba tan débil que solo logré sentarme en el lumbral de la puerta, pero había logrado permanecer abstemio durante todo ese tiempo, sabía que tomándome una copa se me hubiera quitado los temblores, pero ni por un momento contemplé esa posibilidad, siempre he mantenido que desde ese preciso instante en el que dejé de beber, he estado liberado por la obsesión que me producía el licor. Un abanico de posibilidades nuevas se abría ante mi nueva

vida,

en

la

que

tuve

que

aprender

a

desenvolverme de una forma totalmente diferente de cómo lo había estado haciendo hasta ahora, no me

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quedó más remedio, muchas veces a regañadientes, que empezar a hacerle caso a compañeros que creía en un principio menos cualificados que yo, y poco a poco me fui centrando en cambiarme solo a mí mismo, muy despacito lo fui consiguiendo. Pasaron los días, las semanas, luego los meses y seguía sin probar el néctar que tuvo prisionera durante tantos años a mi conciencia. No compartía en esa etapa de mi recuperación, mi experiencia con nadie, ni tampoco dejaba que las nuevas emociones que sentía aflorasen y que los demás se diesen cuenta de que también era un ser humano. Cuantas veces alardeaba delante de los demás, con frases hechas: (Los dioses no cometen errores y los que nos parecemos a ellos, muy poquitos) Así pensaba cuando los efectos del licor no me permitían ver nada más que mi propio ombligo. ¡Que liberación sentí cuando acepté que no tenía por qué ser perfecto! Que las personas que parecían más felices eran las que habían aprendido a vivir con ellos, tuve que dejar la puerta de mi mente entreabierta, para poder estar permanentemente haciendo cambios y

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empecé a darme cuenta de la importancia que tenía el tomar en consideración las palabras de los demás, cuando todos los días empezaron a parecerme maravillosos, a pesar de que seguía separado de mi familia, sin tener empleo y los problemas físicos tampoco

dejaban

de

darme

la

lata.

Dejé

de

preocuparme por el dinero y empecé a vivir un día solo a la vez, en una nube rosa que no duraría mucho tiempo, pero si el suficiente como para darme cuenta de la importancia que tenía el permanecer sobrio. Desde luego la relación con mi familia y con los demás había cambiado radicalmente, sin aceptar a cada uno como era, que eso hubiera sido lo correcto, si empecé a tolerar, a escuchar más y hablar menos. Todos mis pensamientos empecé a plasmarlos en el papel, nunca hubiera pensado que fuera capaz de escribir con un cierto orden y ahora hasta me permitía la licencia de hacerlo en forma de poesías. Me

llamaba

mucho

la

atención

por

su

forma

extravagante de vestir y de comportarse, uno de mis maestros en el arte de vivir mi nueva vida, Con una barriga que parecía que acabara de beberse un barril

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de cerveza, fumando sin parar un cigarrillo tras otro y con más anillos en las manos que una adivinadora del futuro, era el dueño de la soledad, el amo de los sentidos, le gustaba vestir con ropas tan ajustadas. que parecía que en cualquier momento le iban a saltar los botones de la camisa y nos iba a dar en un ojo, cuando pensaba en voz alta, el silencio hacía presa en los presentes, hablaba de su verdad, de tolerancia, de respeto, infundía esa serenidad que solo los muy sabios han logrado, transmitía libertad de pensamiento, cuando relataba su experiencia en el caminar por la vida, nos decía como salió del infierno, que fue maestro de todo entre cristales bebiendo y que ahora era alumno de un universo nuevo. Por su aspecto descuidado y por su aseo personal que dejaba mucho que desear, se notaba a una legua de distancia que a nadie le importaba demasiado su manera de andar por la vida, recalcaba las cosas una y otra vez, hasta tal punto que resultaba empalagoso, nos decía que era Tauro, más obcecado que una mula y tan servicial, que a más de un Santo de esos que están en los altares, podría haberle dado una lección de humildad y

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generosidad. El cáncer se lo llevó, quiero pensar que a algún sitio donde es más necesaria su presencia que aquí. ¡Cuánto echo de menos sus sugerencias! Varias mujeres, de voluntades tan duras como el pedernal, hacen que modifique mi manera de pensar, casi cada vez que hablo con ellas, al principio las bauticé como, “las amas de casa” ¡Qué absurdo se vuelve uno cuando la mente está prisionera por el alcohol! Fina, es sólida como una roca, perseverante igual que son los curas con la religión, puntual como las horas y más flexible que un acordeón, es perdurable en el tiempo, lo mismo que la muralla china, es el timón que gobierna a frágiles embarcaciones para llevarlas a buen puerto, el arco iris que

vislumbra que tras la

tormenta llega abriéndose paso el sol, es reina a la par que Salomón en sabiduría y paciencia, no escatima sonrisas ni palabras de aliento y siempre se pude contar con ella. Maritina siempre me ha parecido la más débil y sensible ante cualquier situación, igual que mueve el viento a las hojas en otoño, así se mueve la voluntad

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de mi amiga, después de conocerla, el axioma, “Díos ayuda al que se ayuda a sí mismo” toma un relevante significado, ni la suerte si es que existe, ni su familia, ni sus amigos, ni compañeros, ni médicos, ni siquiera el mismo Díos, son capaces de hacer por ella lo que ella misma no quiere hacer. Es fina como el polvo de talco, sensible como si fuera un estambre, más dulce que un mazapán y esbelta cono lo fue su madre, la mayor parte del tiempo tiene los pensamientos encerrados, se le olvida donde guardó la llave, con los demás siempre se muestra tolerante, los problemas cotidianos a ella se le hacen más grandes, cuando habla no se altera, con su verdad distorsionada por delante, muchas veces cansada de saltar obstáculos, se interna en algún hospital psiquiátrico, allí: piensa, medita, la tratan, a veces sale fortalecida. Mari Carmen era etérea como un suspiro, sin alterar nunca el tono de su voz, me pareció cuando la conocí, una de esas mujeres que las matan callando, más tarde descubrí que estaba equivocado, a pesar de que me parece que nunca llegó a abrirse del todo, día tras día me mostraba su dulzura, su sobriedad y que los

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demás le importábamos, tenía la magia que se tiene a los seis años, creía en los Reyes Magos y en un puñadito de estrellas, le gustaban los peluches, le encantaban las casitas de muñecas, jugaba con ellas sin importarle que los demás la viéramos como cuando era pequeña, se encontraba muy molesta donde la ironía dejaba su huella, si le decían, ¡tú ya sabes!, ella casi nunca se enteraba de lo que le querían decir, mi amiga se emocionaba cuando juró, ya de mayor la bandera, cuando le cantaba a la Virgen una salve marinera, se volvía chiquitina cuando daba una sugerencia y los ojillos le hacían chiribitas siempre que hablaba de su tierra. También la reclamó Díos a través de esa terrible enfermedad que es el cáncer. Cuando

los

vapores

del

alcohol

empezaron

a

desaparecer de mi cabeza y empecé a asimilar la realidad de lo cotidiano, no me quedó más remedio que bajarme de la nube en que me había subido y poner los pies en el suelo. Siempre di por hecho muchas cosas, pero hasta que no me las dijeron y explicaron gente que sentía lo mismo que yo, no empecé a comprender la naturaleza de su significado. Cuantas veces

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empezaba el día, queriendo controlar mi forma de beber, me decía; “me tomo un par de tragos y lo dejo”, jamás fui capaz de llevarlo a cabo. Me pusieron un ejemplo que me aclaró bastante las cosas: si te pones en las vías delante del tren, cuando este pasa, la que te mata es la máquina, el resto de los vagones no tiene importancia, lo mismo da que vayan diez, que cien, pues lo mismo pasa con el licor, la que pone en marcha el desorden en tu cuerpo, es la primera copa. Ese razonamiento tan sencillo, nunca fui capaz de verlo durante todos los años en que el alcohol me causó problemas. Me dijeron; ten fe. Se dice de la fe, que es confianza, es el buen concepto que se tiene de una persona o cosa. Palabra que se da o promesa que se hace a uno con cierta publicidad o solemnidad. Aseveración de que una cosa es cierta. Experiencia y adhesión personal a lo sagrado. Conjunto de creencias de una religión, partido, etc. Cuando una persona como yo, que había perdido la confianza en mi mismo, perdí también la fe, en todo momento me asaltaban dudas, temores y la desconfianza en el ser humano se hizo cada vez más

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necesaria

para

camuflar de

alguna

manera

mi

desmesurada forma de beber, me tenían aprisionado: la ira, los resentimientos, la lujuria, la pereza, el orgullo que tienen los que se creen descendientes directos de los dioses, la estupidez, la ignorancia de los torpes y el recrearme en la auto conmiseración, hacían que cada vez me aislara más, en un mundo en que todo lo que me rodeaba, no hacía más que dañarme. Busqué las respuestas, equivocadamente en el Díos de mi niñez, en ese Díos al que continuamente le hacía chantaje, (Señor si se me quitan los temblores, dejo de beber) No sabía que mi súplica la tenía que haber hecho al revés. Tuve que perderlo todo para encontrar a un grupo de personas que en su día estuvieron también desahuciados y que me aseguraron que por el solo hecho de no tomarme la primera copa, mi vida iba a cambiar, no me pidieron nada material, solo que tuviera buena voluntad y una mente abierta, me dijeron que lo que nos unía, no eran precisamente nuestras virtudes, sino por el contrario, nuestras desdichas, me hicieron notar que era una persona y además importante.

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La esperanza que en ese primer contacto me transmitieron, despertó en mí una clase de fe que hasta ahora no conocía, me encontré con un Poder Superior, esta vez sí, echo a mi imagen y semejanza, tan cercano, que me daba la sensación de poder tocarlo, ese mismo día empecé a hacerme cargo de la ingobernabilidad de mi vida, esa clase de fe hizo que desde el primer día

en que dejé de ingerir alcohol,

fuese liberado de la obsesión alcohólica, esa fe, fue poco a poco haciendo que recobrara la confianza en los seres humanos. Me di cuenta de que empecé a mirar a mi mujer de otra manera, los resentimientos que eran los que impedían que pudiera ver la realidad, fueron desapareciendo y volví a enamorarme de la mujer a la que siempre había querido. Comencé sin darme cuenta a contarle a mi canario, las cosas que todavía no era capaz de decírselas a nadie. Escucha Chipi, le dije; Después de ulular durante tres días, el viento se ha vuelto manso y suave, como te vuelves tú al atardecer en un rincón de tu jaula, hecho una bola. Por fin veo el horizonte, claro y

lejano

tocar

el

cielo,

el

sol

se

deja

caer

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columpiándose sobre esta cálida brisa y lo veo asomarse al espejo del mar, reflejado y brillando con tanta intensidad que me obliga a apartar la mirada. Veo venir a mi mujer, con señorío, con esa elegancia que siempre la ha distinguido, con… la fragancia que desde aquí intuyo y, hasta los Héroes de Cavite, me parece que vuelven hacía un lado sus miradas para admirarla y el edificio de la autoridad portuaria, ¡lo que gana cuando ella pasa por su lado! Quiero

que

este

momento

no

acabe nunca

y

haciéndome el distraído, en vez de avanzar hacía ella, doy unos pasitos hacía atrás, recreándome y dando gracias a Díos por la suerte que tengo. Al fin se produce

el encuentro

y

vuelvo

a

enamorarme,

momento a momento, no como cuando tenía veinte años, que… la pasión no me dejaba ver apenas nada más que la hermosura de su cuerpo y la belleza de su rostro. Ahora puedo decir sin temor a equivocarme, ¡qué la quiero!

“Hay pocas cosa que satisfagan más nuestro ego que corregir los errores de los demás”, leí un día en algún

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sitio, después de meditar largo rato sobre este particular, tuve que estar totalmente de acuerdo con él, esa misma mañana había recibido un mensaje en mi móvil que me llenó de orgullo. “Recuerda siempre… decía, tu presencia es un regalo, transforma lo cotidiano en extraordinario, jamás lo olvides, eres especial… yo así lo percibo”. Aunque sabía que no podía aliarme con mi amiga la Vanidad, a nadie le amarga un dulce, después de años de reproches, de malas caras y de sentimientos que rayaban el odio, aquellos piropos, me hacían presagiar un futuro prometedor. Mientras estuve bebiendo, a la par y junto a la ignorancia me sentaba en primera fila, para que todos mis defectos de carácter fueran contemplados por quienes los quisieran mirar, ahora, más amigo de la Prudencia procuro situarme en último lugar para ver si puedo captar las virtudes que en los demás afloran. El dejar de tomar la primera copa, no me eximía de culpa y por eso no me quedó más remedio que echar mano de la Prudencia, que no consiste en otra cosa que en distinguir lo bueno de lo malo, es la que da la Templanza, la moderación, el buen juicio, la cautela, la

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circunspección y la precaución. Es la que aconseja que lo primero es lo primero, que antes de tomar una decisión la piense tres veces, es la que sugiere que viva y deje vivir, que lo haga con calma y que solo por la gracia de Díos esto es posible, es la que hace que el orgullo se vuelva humildad, es la responsable de aplicar adjetivos a la persona tales como: atención, cordura, seriedad, decoro y gravedad, tanto en las acciones como en las palabras. Cuantas veces confundí la ignorancia con la osadía de los que se creen que están siempre en posesión de la verdad, el perfeccionismo que exigía a todos, a mí el primero, no me dejó nunca estar en paz conmigo mismo, ni con el mundo que me rodeaba. En la postrimería de mi carrera alcohólica, recorrí los rincones más recónditos del infierno, hasta que el Poder Superior se apiadó de mí y me puso en el camino en el que pude encontrar en más de una ocasión:

Prudencia,

Fortaleza

de

espíritu,

Fe,

Esperanza y hasta al Dignidad perdida. Una mañana que salí al patio a coger unas zapatillas del armario, llamas mi atención Chipi querido con unos

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Piii… Piii…Piii… como si hiciera un siglo que no ves a un amigo y yo apenas si te presto atención, cuanto tendría que aprender de ti, siempre cantando a pesar de estar enjaulado toda la vida. Piii… Piii… me contesta el pajarillo como si supiera lo que estoy pensando, Piii…Piii… vuelve a sacarme de mis pensamientos. Berlioz con su sinfonía fantástica, trata desde el salón de competir con el canario, pero es inútil, sus trinos y ese repiquetear de la lluvia contra el tejado de plástico, hacen que el concierto que se escucha en el patio sea lo más extraordinario de esa mañana del mes de Diciembre. -¡Qué pasa Chipi! Él me contesta con largos trinos y unos cortos vuelos, queriendo invitarme sin dudas a entrar en la jaula, se ve que los canarios no tienen sentido de las proporciones,

-¡Qué

gratitud

muestras

hacía

tu

carcelero! De repente pasa por mi cabeza aires de libertad para ti, Chipi, si estuviera seguro de que podrías alzar el vuelo, con las campanas que suenan en estos momentos, con

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la tormenta y el trueno, te dejaría volar libre, como deben volar los canarios buenos como tú. Todo el mundo debería tener alas, yo, el primero, y tú que las tienes, el vuelo más largo que has hecho, fue de un metro, cuando te escapaste mientras te limpiaba la jaula. -Piii… Piii… Piii… ¡Si supieras que yo estuve preso! Entre barrotes de cristal y con carceleros de sueños, ¿qué me dirías? Ahora tú trinas, yo me consuelo, el agua sigue cayendo haciendo palmas en este mojado suelo y nos alumbra un relámpago que nos hace callar, en el cielo suenan dos truenos. -Piii… Piii… -¡Me haces sentir sereno! “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto dirigirse” Dijo en alguna ocasión Arthur Schopenhauer. Al cumplir el primer año de sobriedad, o mejor dicho de abstención en el consumo de alcohol y a pesar de haber vuelto a vivir otra vez en mi casa con mi mujer y mis hijas, de volver a trabajar en mismo sitio donde trabajaba antes y de muchas cosas buenas que

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me estaban sucediendo, no encontraba puerto donde arribar mi nave, pero; al menos tenía un bote donde poder navegar. Todas mis inquietudes, esperanzas, dudas, temores, etc., se las decía a mi compañerillo con plumas. Paso mucho tiempo solo en esta casa, mi esposa casi todos los días trabaja o por lo menos eso es lo que me parece a mí, mis hijas, solo algunos días aparecen a la hora de comer o dormir y casi no mediamos palabra, parece que vivimos en mundos distintos, así que gasto casi todo el tiempo que tengo libre en escribir cosas que me han pasado o que me están ocurriendo. Para ver como suenan o más bien para oírlas en voz alta, te las leo a ti Chipi y tú si te parece bien me das el visto bueno con el trinar de tu garganta. No tengo la suerte de ser muy creativo, por lo tanto tengo que fijarme en como hacen las cosas los demás. Estoy releyendo a Platero y Yo, y así se me ha ocurrido contarte las cosas que me van pasando y que voy escribiendo. Mientras te estoy leyendo esto amigo del alma, el sol de la mañana se empeña en compartir con nosotros a través de la celosía y de la nueva mampara,

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unos medallones dorados, que a estas paredes blancas, le sientan tan bien como, los lunares a los trajes de gitana -¡Mi Andalucía! ¡Te tengo tantas ganas! Un gorrión debe ser el que posado sobre sus patas anda dando saltitos sobre el tejado de clara pasta y pienso lo mismo que ayer, si tú con tus alas lograras, poner rumbo hacía esos campos y te atrevieras y yo de copiara. Pero una cosa se me está ocurriendo en estos momentos. Todos los días te abriré la jaula, cada vez te daré más espacio, para que tú y tus alas os vayáis acostumbrando a la libertad y yo a volar sin alas. -Piii… Piii…Piii… -¡Ya me extrañaba que no saltaras! La impaciencia no me deja esperar el mañana y te meto junto con tu jaula en el salón de la casa y te abro la puerta para que salgas. Miras, pías, te extrañas. -¡No sé si alguna vez has dado valor a las rejas! ¿Por qué no te escapas? Comes, bebes, cantas, saltas y yo con miedo de que te marcharas. -¿A lo mejor es pronto? ¿Quizás tendría que ayudarte? Pero hoy me quedaré con las ganas.

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-¡Tú eliges!

No sé si serán estas fechas, pero hoy me he acordado de mi padre Chipi. ¡Qué lástima que no pudiera disfrutar de su jubilación anticipada! Murió con cincuenta y seis años, montado sobre una bicicleta, un catorce de Agosto, sobre los campos de Lepe, lo encontraron muerto la guardia civil en el fondo de un barranco, dicen los que lo vieron que parecía que se estaba echando una siesta a la sombra de los pinos. La noticia me la dieron por teléfono y más que su muerte, lloré mi desdicha, se fue sin que yo llegara a conocerlo, sin que le dijera ni una sola vez que lo quería. -¿Por qué los padres y los hijos en la mayoría de las ocasiones, viven en mundos distintos? Cuando llegué al pueblo el otro día por la mañana, no sin antes haber superado ciertas dificultades, toda la familia ya estaba allí, fui el último en llegar, después de los saludos y de las pocas muestras de duelo, me acerqué a la habitación donde yacía mi padre, no pude verlo porque el ataúd estaba precintado hasta que le

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hicieran la autopsia en el cementerio antes de enterrarlo. Después del funeral y de recibir el pésame de un grupo de personas a las que no conocía, todos nos dirigimos a pie hasta el cementerio, todos menos mi madre, -¿Todavía me estoy preguntando por qué? Solo nos esperaban el médico forense y el enterrador. El quince de Agosto se celebra en Lepe la festividad de la Virgen de la Bella y por lo tanto los funcionarios que el ayuntamiento tiene destinado para ello, ese día decidieron que no había que sacar ni meter a nadie en una caja de pino para hacerle la autopsia, podríamos haber dejado allí a mi padre un día más sin enterrar, pero a mis hermanos y a mí no nos pareció lo más oportuno, así que le echamos valor y sacamos a mi padre de la caja, si no hubiera sido por el olor, podríamos haber dicho que se había estado revolcando en una era, estaba cubierto de paja, morado, descompuesto, muerto. Al cogerlo por las piernas, me quedé con su piel entre mis manos.

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Mientras lo intervenían, pasó ante mí una infinidad de reproches y de ansías de justicia, en definitiva de venganza, contra el ayuntamiento. Con el cuerpo rajado y cosido, volvimos a meterlo en el féretro y después de decirnos el forense que había muerto de una arritmia cardiaca, por fin se le dio sepultura. Del resto del día solo recuerdo, que cuando salí del cementerio, entré en el primer bar que encontré y me tomé dos copas de aguardiente. Durante un mes, a pesar de ducharme varias veces al día, no conseguía quitarme aquel olor a muerte y desodorante.

Aparte de recuperar a mi familia, el trabajo, la salud, de volver a tener confianza en los demás, de recuperar mi dignidad, sin la cual se hacía tan difícil mi existencia, después de volver a tener confianza en una vida sin sobresaltos y de volver a ser un hombre, con todo lo que eso significaba, si por algo merecía la pena haber dejado esa maldita primera copa, era por la tranquilidad con la me acostaba por las noches, por poder dormir unas pocas horas sin el temor de despertarme con

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aquellas terribles e implacables pesadillas, que me habían tenido encerrado en aquel mundo irreal mientras estuve bebiendo, merecía la pena por tener la conciencia tranquila, por ser honrado conmigo mismo y con los demás. Durante toda mi vida me había jactado de ser una persona honrada, pero hasta ahora no había sabido lo que esa palabra significaba, me contentaba a mí mismo con las mentirijillas que yo creía que no tenían importancia, que el no ir a dormir a casa por las noches, lo hacían todos los hombres, que mi palabra era sagrada y no me acordaba por las mañanas lo que había dicho por la noche, que hacer sisa en la nómina era normal, un hombre tenía muchos gastos y de algún lado había que sacarlo y otras muchas acciones que mejor no recordarlas. Cuando empecé a descubrir que ser honrado era lo más importante para mí, sentí una clase de liberación y una paz interior hasta ahora desconocida, fue el mayor descubrimiento en los cuarenta y picos de años que tengo, descubrir valores como: la fe, la caridad, la

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tolerancia, la autocrítica, etc., que nunca pensé que me harían tanto bien. La honra la define el diccionario como: La estima y el respeto por la dignidad propia. Es decoro, pundonor, es buena opinión y fama adquirida por la virtud y el mérito, es en definitiva según mi opinión, la esencia misma de la honestidad, del decoro, del recato, pudor, modestia, urbanidad, es ser decente y mantener la compostura en las acciones y en las palabras de las personas. La honradez me proporciona estabilidad y sobriedad para enfrentarme sin desfallecer a un mundo en que lo que impera es el personalismo y el destacar por encima de todo y de todos.

“El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea el dueño del mundo” ¿Cuánto me queda por aprender de los grandes pensadores? Y cuánto tiempo he perdido inútilmente, pero alguien me dijo con la sabiduría que dan las canas, que; “toda gran caminata, comienza con un primer paso” desde entonces me esfuerzo por ponerlo en práctica, he comprendido que solo de

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pequeños momentos está compuesta la felicidad y me viene a la mente recuerdos de mi niñez, cuando todo mi mundo lo limitaban las fronteras de mi pueblo. Nunca creí Chipi, que llegaría a mirar con beneplácito aquel tiempo vivido entre miserias y carencias, pero a la vez, de tanto campo, cielo abierto y aire puro, un universo donde los arroyos, los jarales, las encinas, los gurumelos, los juncos, los guijarros… eran las estrellas que ahora veo tan lejanas. Cuantas veces cuando yo era niño Chipi, quise tener un pájaro como tú, para que despertara a las mañanas de mi Andalucía con la mejor de las coplas, pero entonces un canario costaba dos duros y para mí ese precio era prohibitivo, tenía que conformarme con los pajarillos que robaba de los nidos o con algún lúgano o verderón que me regalaban los hermanos mayores de mis amigos y no es menos precio lo que hago a tus hermanos menos bellos que tú, pero es que los humanos deseamos todo lo que no está a nuestro alcance y como vosotros los canarios no criabais en los pinares ni en los cipreses que rodeaban a mi pueblo, eran las avecillas más deseadas.

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También contribuía a ello las jaulas en la que estaban los canarios reclamando su libertad, en mi memoria se representan

tan

suntuosas

como

las

grandes

mansiones del sur de los Estados Unidos. Siempre he creído una crueldad que los jilgueros los tuvieran encerrados en esas jaulas tan pequeñas y tan austeras, con el solo propósito de que dejaran escapar de

sus

gargantas

esos

trinos

que

parecían

composiciones del mejor de los músicos y que, lo que en definitiva quieren, es protestar por su cautiverio.

Hace un día tan desapacible amigo mío, con esta lluvia tan persistente y con este viento golpeando contra todo, que no me apetece salir de casa, quizás me ponga a escuchar la flauta de François Devinne y haga unas migas para comer. Vuelvo a abrirte la jaula y tú sigues en tus trece de no querer salir, como si lo de la libertad no fuera contigo, me asomo a través del ventanal a mi terraza, el árbol de pascua se cimbrea como si quisiera tocar el suelo con las hojas rojas que tiene al final de las ramas, en este momento oigo tañer las campanas, que dan el

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primer aviso para la misa de las once, hoy se celebra la festividad de la Purísima. Un toro negro gira y gira queriendo embestir a las nubes, subido a la única veleta que hay en toda la calle, se agitan las palmeras sacudiéndose el polvo que levanta este vendaval. A lo lejos veo gaviotas, -¡debe haber mala mar! Me llamas y de mis pensamientos vuelves a sacarme. -¿Querrás volar hoy? Meto la mano en la jaula para sacarte y te agitas, revoloteas, te escapas de mis manos como el agua se escapa de las nubes los días de tormenta, por fin te cojo, te tranquilizo y abro mi mano, esperando igual que un tonto que te estuvieras quieto, pero no, sabes volar, das una vuelta y te estrellas contra el cristal de la ventana, te quedas con las ganas de mezclarte con el viento y yo un poco dolido porque prefieres ser libre a mi compañía. Te quedas en el suelo, junto a la ventana, con postura de canario libre, de vez en cuando lo intentas de nuevo, te llamo, sin embargo y es la primera vez que esto ocurre, no me contestas. Piii… Piii… Ahora soy yo quién te imita, pero tú sigues esperando a pesar del mal tiempo.

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Vuelvo a meterte en tu jaula. Cuanto tiempo tengo ahora para pensar de manera positiva, ya se acabaron las terribles pesadillas de los días de borrachera, aunque todavía el subconsciente me juega malas pasadas cuando me duermo, por eso no debo bajar la guardia, el alcohol es un enemigo despiadado, poderoso y burlón, que en cualquier esquina u ocasión, me puede hacer tropezar. Cuando cierro los ojos y hago balance, la verdad es que la gente por lo general no me ha tratado mal, estuviera donde estuviera, más bien al contrario. En Andalucía pasé mi niñez, en Euskadi toda mi adolescencia, Murcia me dio la madurez, Cartagena me

está

donando

la

experiencia,

Castilla

es

maravillosa, que bien me trató Palencia, en Salamanca parece que el tiempo se ha parado, en Madrid nadie es de fuera, Santander tiene mis sueños y Huelva mi corazón, por Asturias me siento como en mi casa, Sevilla es mi devoción, en Ibiza alguna vez estuve de jarana, Cuenca me sorprendió, Granada mora y gitana y Jaén y Huesca y León…

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Te dejas coger con facilidad, pero cuando te devuelvo a la jaula y a pesar de que no te cierro la puerta, te quedas quieto como si fueras una estatua y me da la sensación que un poco triste, no contestas a mis llamadas, no se si seguir con el experimento o definitivamente cerrar tu jaula. -¡Callas! Ahora es el momento de trinar lo que piensas, porque tus trinos los entiendo, sin embargo tu silencio me llena de melancolía y desconcierto, lo sigo intentando, Piii… Piii… trato una y otra vez de imitarte. Por fin sales de tu letargo, empiezas, como lo diría yo, a tomar otra vez posesión de tu espacio, te sacudes, te acicalas, restriegas el pico una y otra vez sobre los palitos donde apoyas tus patas, pero ese silencio tuyo me mata. Voy a cambiar de tema, a ver si nos relajamos los dos. Hoy había hecho el propósito de ir a visitar a mi madre, pero con la que está cayendo, tengo la excusa perfecta para demorarlo por unos días más, ella nunca me visita a mi, me digo por lo bajini para justificar que lo que hago es correcto, pero se que no es así, por lo tanto voy a coger un libro y algunos

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cuadernillos que he escrito con algunas poesías y voy a ir a verla y se los voy regalar, mi responsabilidad y mi deber de hijo me obligan. -¿Tú qué piensas Chipi?

“Quiéreme cuando menos lo merezca, porque quizás es cuando más lo necesite” para decirle esta frase a mi mujer, tuve que recorrer el camino que lleva al perdón, sobre todo hacía mí mismo. Cuando hay paz espiritual, no hay cabida para el rencor ni la ira, ni para los resentimientos,

la

intolerancia,

la

venganza,

la

prepotencia, la falta de honradez es más, pienso que ni para el deseo de reclamar justicia, cuando nos hieren en lo más profundo de nuestro ser, la justicia a mi entender, no es más que una manera legal de obtener venganza. Cuando alguna vez me ponía a ver la manera de poder dar un nuevo rumbo a mi vida y a mi manera de actuar ante las circunstancias que se me presentaban diariamente, la mayoría de las veces solo se quedaban en buenas intenciones,

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-¿Por qué me resultaba tan difícil controlar mis defectos de carácter? - ¿Por qué habiendo sido bendecido con el privilegio de ser liberado de las garras del alcohol, se me negaba el mismo don para hacer lo propio con mis defectos? ¿Estaba enteramente dispuesto a dejar que Díos me liberase de ellos?, o por el contrario quería seguir manteniendo mi estatus de superdotado, de conocedor de la mente humana, (de los demás, por supuesto). Analizando mi conducta, me di cuenta que para ser una persona medianamente humilde, me quedaba mucho por recorrer, no sin reconocer que en el camino hacía la sobriedad algo de esta virtud se me habría pegado. Por las mañanas antes de incorporarme a mi trabajo, leía alguna reflexión y me hacía el propósito de que la serenidad fuera mi acompañante durante todo el día, en más de una ocasión, no había transcurrido ni cinco minutos cuando había llamado inútil al conductor que iba delante mía, en ese momento era cuando tenía que poner en práctica todo lo que me enseñaban mis compañeros, Cualquier momento es bueno para comenzar el día de nuevo.

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Tenía que darle gracias a Díos por tantas cosas, que la mayoría de las veces no se las daba por ninguna, estaba convencido de que el Poder Superior utilizaba a los que me rodeaba para indicarme el camino a seguir, por eso aprendí a dar las gracias públicamente, por tantos

descubrimientos

nuevos

que

estaba

experimentando. Había emprendido el sendero de la paz espiritual, en vez de quejarme de virtudes de que carecía, me daba cuenta de que cuanto más me adentraba en ese camino, más tenía que abrir mi mente para cambiar el comportamiento que me había acompañado durante tanto tiempo y para descubrir con perplejidad que lo que yo creía que eran valores en alza de mi personalidad, no eran otra cosa que defectos de carácter.

¡Hola Chipi! Quiero hablarte hoy de una de mis amantes. La metí en la cama con sigilo, a escondidas, con nocturnidad y creo que con alevosía, no me importaba lo más mínimo que mi esposa estuviera dormida o despierta, lo único que me importaba era poder sentir

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su piel al contacto con mis manos y mis labios, sentir la humedad de su cuerpo, besarla en la boca una y otra vez, sin dejarla decir palabra. Nos tumbamos en el sofá con

la

pasión

intacta,

como

si

fuéramos

dos

adolescentes, sentí que mi mujer en la cama se revolvía, no recuerdo si me llamó o no, pero no le hice el más mínimo caso y seguí recibiendo el calor de mi callada amante, para lo que teníamos que decirnos, nos sobraban las palabras. Aquella rubia de color dorado como los campos de trigo, me tenía atrapado, en más de una ocasión quise romper con ella después de una noche loca, pero una y otra vez fracasaba, porque ella me trataba… con esa indiferencia que muestran aquellos que saben que tienen la sartén cogida por el mango. Y allí seguimos los dos, tumbados en el sofá, yo, con la camisa por fuera y la mirada perdida, ella en el suelo, desnuda, vacía, después de haberme dado todo lo que yo en ese momento necesitaba. Ahora que habíamos terminado, si que me atacaban una legión de remordimientos, por una parte estaba mi mujer, a la que yo decía que quería, pero nada más lejos de la realidad, yo

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solamente quería satisfacer, ni siquiera mis deseos, siempre los caprichos de aquella amante acaparadora, que era capaz solo con sus encantos de anular y tener prisionera, mi voluntad y mi hombría. Me desperté sobresaltado, vi a mi mujer que la recogía del suelo, abría la puerta de la calle y la echaba de su casa,

con la

resignación de alguien que

está

acostumbrada a ser humillada en su propio hogar. Traté de levantarme, pero la cabeza me daba vueltas, cuando por fin pude hacerlo, ni siquiera tuve la decencia e pedir disculpa, metí la cabeza debajo del grifo de la cocina y como ya se me había hecho tarde para ir a trabajar, pegué un portazo y salí de mi casa, herido creía yo, por el comportamiento de mi mujer para con mi amante. Mi mente no quería o no podía ver la realidad, sabía dónde encontrarla y por eso entré en el primer bar que vi, allí estaba rebosante y llena de… iba a decir de vida, pero para mí era de muerte, puesto que me estaba llevando a la bancarrota, a la desesperación y a la soledad más profunda que un hombre pueda hallar.

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Volví a mi casa al mediodía, derrotado y prometiendo a mi esposa, que esa mañana era la última vez que había pasado con ella, en vez de dos bofetadas como me merecía, recibí una amarga sonrisa, de esas que saben que estás mintiendo, porque no es la primera vez que rompes tus promesas, yo en ese momento lo decía de corazón, me quería convencer a mi mismo, mientras se me caían las babas en el mismo sofá donde pasé la noche y el sueño despejaba mi atolondrada mente. Me desperté cuando apenas había transcurrido una hora, luché por espacio de veinte minutos, conmigo mismo y con mi mujer, pero al final salí de mi casa dispuesto a volver con la rubia, entré en otro bar y allí estaba ella, sobre la barra. Ahora que lo pienso y después de todos estos años, todavía no se su nombre, solo sus iniciales, “J&Bº”.

Por mis ocupaciones hace varios días que no te saco de la jaula, pero por lo contento que te veo, creo que casi te alegras.

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A perro flaco todo son pulgas Chipi. Tengo un amigo que este refrán le viene que ni pintado, de cuantas penalidades te libras por no ser persona y estar encerrado en tu jaula sin puertas. Cuenta él, que toda su vida ha estado dependiendo de alguien o de algo, (alcohol, drogas, tabaco, aprobación de los demás, soledades, miedos, etc.) Pulgas en definitiva. Día a día, veinticuatro a veinticuatro horas, lucha tratando de poner en orden su vida, que en la mayoría de las ocasiones ha sido ingobernable. Lo veo desde su soledad, mendigar muchas veces una palabra de afecto, una llamada de alguno de sus hermanos o una palmadita en la espalda de alguien. Después de derrotar a la cocaína, se está desprendiendo del alcohol y mientras con sus temblores en las manos se lía un cigarro, se le nota dolido, no quiere reconocerlo, pero yo lo conozco muy bien y se que lo está, pero a sus hermanos hay que comprenderlos, para ellos lo normal es que una persona no dependa de sustancias que son carceleras de toda una vida. Ahora que ya ha brincado los cuarenta, echa de menos a la esposa que nunca tuvo y no por falta de

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oportunidades, sino porque su mente estuvo ocupada durante mucho tiempo, buscando el cielo en el infierno. Parece que por fin ha encontrado el buen camino, lo veo muchas veces coger senderos tan sinuosos, que no hace otra cosa que tropezar, caer, levantarse, sin duda está luchando por empezar a vivir. De todo corazón le deseo suerte.

No quiero dejar pasar ni un día más sin decirle a la gente que están a mi lado, que son una parte muy importante de mi vida, por eso Chipi voy a escribirle una carta a un amigo mío. Este puente de la Constitución y de La Purísima, te estoy echando de menos Diego, el año pasado hicimos el viaje a Fuengirola juntos con nuestras mujeres, metiéndonos el uno con el otro, yo contigo porque a tu coche no le entraba el turbo y tú conmigo porque mi vocabulario en ocasiones no era el más correcto, pero muy ilusionados porque íbamos a compartir unas convivencias que para mí eran muy importantes, yo se que me aprecias, porque así me lo transmites, yo a ti, no sé cómo decirlo… te quiero, a lo mejor te suena a

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sensiblería, pero esto es lo que pienso y no estoy dispuesto a que pase un día más sin que lo sepas, estoy seguro de que hoy es el día más importante de mi vida y por eso tengo la obligación de decirle a la gente que me importa lo que siento. Hoy es, ahora es el momento, estoy vivo, sintiendo, recuperándome de toda una vida de reprimir mis sentimientos hacía mí y hacía los demás, por orgullo, por vergüenza, por… ¿por qué no decirlo? Por gilipollas. Ya sabes que tengo que mantener mi imagen, también a través de este escrito. Esto que estoy haciendo ahora, abrirle mi corazón a otra persona, hace muy poquito tiempo era impensable para mí, pero hoy soy feliz y tú contribuyes a ello. ¿Hay algo más grande que dar lo que con dinero no se puede comprar? ¡Pienso que no! Pues eso es lo que tú me has dado y sigues dándome: me das ejemplo, cariño, sabiduría, sosiego, me das… hasta la mayoría de las veces, la razón. Por todo eso, quiero darte las gracias Diego. Dar las gracias todas las mañanas por un día más de sobriedad, hace que yo le sonría a la vida,

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independientemente de cómo ésta me trate a mí. La sobriedad es un regalo y la acepto como el bien más preciado que poseo. ¿Alguien sabe lo que es dormir solo dos o tres horas por las noches y el resto pasárselo en vela? Pregunta uno que acaba de llegar. Cuando me llega el turno de hablar, me dispongo a compartir mi experiencia sobre este tema. Por espacio de un año aproximadamente, iba a decir que no puse un pie en la cama, pero ni un pie ni el resto del cuerpo, era incapaz de acostarme. Los temblores que tenía en mi interior, un hombro herido y las terribles pesadillas que sufría, me lo impedían. Por culpa de los temblores, antes de que despuntarse el alba, ya tenía puesto el pie en la calle, esperando a que abriera el primer bar del barrio, allí estaba yo, antes de que amaneciera rondando como un sereno y dándole vueltas, a lo que yo por entonces creía pecados: -¿Por qué había abandonado a mi familia? -¿Qué ocurrió para que me echaran del trabajo? -¿Por qué estaba inmerso en aquella locura? -¿Por qué no podía dejar de beber?

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Las pesadillas me tenían cautivo, los monstruos me acosaban, las piernas nunca me respondían para poder librarme de ellos corriendo, mis continuas caídas al vacío, hacían que me despertara dando un salto de la cama, las borracheras que también padecía en sueños

eran

tan espantosas que

no podía

ni

levantarme del suelo, bueno ahora que lo pienso más detenidamente, todo esto también me pasaba cuando estaba despierto. Tuve que perder, todo lo que una persona puede perder, para pedir ayuda, puesto que por mis propios medios jamás pude, lo intenté, pero fue inútil, había algo con lo que yo no podía solo. Pedí ayuda, y un día dejé de beber y me fui dando cuenta de que no solo soy impotente ante el alcohol, sino también ante la ira, los resentimientos, el orgullo desmesurado, la vanidad, en definitiva, ante la vida, de esta perdí el norte hacía muchos años y se había vuelto ingobernable. Después de dejar de tomar bebidas alcohólicas, cada vez que cerraba los ojos porque me vencía el sueño, me asaltaba siempre la misma pesadilla, allí estaba yo, con una copa en la mano y dando tumbos o sin

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siquiera poder levantarme, cosa que en la realidad casi nunca me pasaba. Estuve durante treinta años diciéndome a mí mismo y a los demás, que yo, controlaba. Gracias a ese Poder Superior, que todavía no sé muy bien quien es, cada vez menos me asaltan estas pesadillas y ahora puedo decir, que ninguna otras, porque cuando me acuesto, no tardo ni dos minutos en dormirme y cinco o seis horas las duermo de un tirón. Estoy tratando de gobernar mi vida y solo mi vida, aunque para ello tengo que estar las veinticuatro horas del día en alerta, porque cuando se trata de los demás, soy muy dado, por lo menos en mi interior, a dar soluciones a sus problemas o inquietudes, sin embargo a mis limitaciones, que son muchas, más de una vez, las cubro con demasiada benevolencia. Ahora se y así lo reconozco ante ti Chipi, que soy una persona impulsiva y compulsiva, con todo lo que creo que me gusta. Tengo que controlar el alcohol, el tabaco, el café, la compra masiva de discos, libros, plumas estilográficas, juegos de ingenio, etc., etc. Solo por hoy y como ejercicio, haré en estas Navidades dos

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cosas, que se, que me van a costar trabajo conseguirlas: no encontraré faltas a nada y no entraré en ningún local que se vendan discos o libros, pueden parecerte cosas fáciles, pero para mí serán todo un reto. Si estuvieses aquí conmigo Chipi, revoloteando entre las hojas mojadas de estos ficus centenarios de esta glorieta de San Francisco, verías que apenas la cruza algún despistado o alguno que no puede pasar sin leer el periódico, porque está otra vez lloviendo. Llevamos todo lo que va de mes, que más parece que estuviéramos en Cantabria o en Asturias, pero no, esta ciudad que habitualmente nos encandila con su luz, está cubierta con unas nubes que amenazan con descargar otro diluvio universal. Voy a ver si aprovecho algún claro para visitar el Belén que está expuesto bajo estos grandiosos árboles, pero aunque llevo paraguas, aquí estoy, refugiado bajo la cornisa del que fue el cine Carlos III, sin atreverme a salir. La calle Honda con este tiempo, se parece a alguna de las siete calles del casco antiguo de Bilbao. Por fin puedo salir de mi refugio y me atrevo a dar una vuelta por la glorieta, la

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casa Maestre con este cielo cubierto por cientos de grises, parece si cabe, más sobria y majestuosa, por encima del Belén parece que hubiera pasado Atila con sus hordas de bárbaros. -¡Qué lástima! Un policía municipal, que también parece abatido por el desastre se lamenta… -¡No quería la gente agua! ¡Pues toma agua! Me dice sonriendo. Solamente encuentro un poco de vida, en el bar San Miguel y mientras me tomo un refresco, entra una anciana, que al verla, mi conciencia se ha revuelto contra mí, los dedos de los pies, se asomaban por unas zapatillas que hacían agua por todas partes, debajo de un chaquetón, que en otros tiempos me ha parecido que se adornaba con unos cuadros rojos y negros, asomaba un camisoncito que había ido recogiendo el agua que salpicaban las zapatillas en chancleta, el gorro de un impermeable, trataba sin conseguirlo, que no se mojaran dos machones de cabellos más blancos que un cortijo andaluz, me pareció el personaje de un cuento de Navidad, en esas

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películas que ponen en televisión el día de nochebuena para que

nos demos cuenta de lo afortunado que

somos. Mostraba una sonrisa tan amplia, que dejaba al descubierto el único diente que había en su arrugada boca. -¿No tendrás un caldito? Pregunta a uno de los dos camareros que atienden la barra del bar. -¡No! Le contesta este, entre un poco malhumorado y sorprendido por la pregunta. La viejecita dio media vuelta y se fue diciendo. -¡Pues el día está para eso! ¿Qué suerte tenemos Chips, tú, por tener una jaula siempre repleta de alpiste y yo, por tener una casa llena de abundancias.

Ya han pasado las fiestas navideñas y por fin hoy los rayos del sol atraviesan sin ningún esfuerzo las ligeras nubes que deambulan por este cielo cartagenero, hoy se dirigen hacia el oeste, lo que me recuerda a mi añorada Andalucía. Mientras disfruto del descanso del

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curso que estoy haciendo, la actividad industrial en este polígono de Cabezo Beaza es, si no frenética, si importante. Mis compañeros la mayoría son jóvenes, hablan de chicas, de noches sin dormir de fin de semana, me aparto un poco de ellos y escribo para cuando esté solo en casa poder leértelo Chipi. Furgonetas y camiones mueven mi coche a su paso, en el arcén de una de las principales vías de este polígono, la mayoría, luciendo propaganda de ser los mejores: (Transporte

vencejo,

el

más

rápido)

(Reparaciones Fulanez, eficacia y rapidez) ¿Por qué tanta prisa? -¿Por qué ese afán por llegar los primeros? Supongo que, la mayoría de las veces incumplirán estos eslóganes. Me detengo en contemplar este panal de hormigón, hierro y cristal, que a la hora del almuerzo se convierte, en un ir venir de trabajadores a los distintos bares, donde a estas horas las camareras se convierten en las auténticas reinas de la colmena.

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Chipi, tuve que aprender que los demás no tienen por qué adivinar mis pensamientos, que nunca tengo que dar por hecho nada, que a los demás también les gusta oír algún halago, tuve que escuchar en más de una ocasión que era una persona muy áspera. Ahora que estaba dispuesto a reconocerlo, también tenía que estar en disposición de ponerle remedio, así que escribí esto pensando en mi esposa. Nunca me dices amor, /jamás me regalas palabras, /la mujer que yo más quiero /está falta de alabanzas. / Asperezas de membrillo, / vergüenza por derramar una lágrima, / tengo miedo a que los demás se enteren /que sin ti, yo no soy nada. / Te quiero por tu sonrisa, /por regalar esperanzas, /por ese aroma que tienes, /por tu forma de llevar la casa. / Cada vez que compartimos: /nuestros miedos, nuestra cama, /como negar que tú tienes /a mi alma secuestrada. / Con palabras yo no sé, /decir… que si me faltaras, /la pena sería mi amiga, /esta casa estaría helada. / Palabras mudas hablad, /expresar lo que yo siento, /que ella no tenga que adivinar /lo que piensa el sentimiento.

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Desde hace algún tiempo he recuperado el valor para decirle que la quiero. La siguiente poesía la he titulado, Colorada. Y se puso colorada /cuando después de dos años /yo le dije que la amaba. /Cuando le dije, ¿tú quieres… /compartir mis primaveras? / ¿Quieres subir a las nubes? / ¿Quieres tener las estrellas? Y se puso colorada /cuando le robé aquel beso, /cuando le dije chiquilla, /soy el clavel de tu pelo. /Cuando sujeté su talle /y la dije muy bajito, /me tienes enamorado, /me quitas el apetito. /Y se puso colorada /con las cosas del querer, /hace casi treinta años /que presumo de mujer.

Te miro en tu jaula al atardecer, hecho una bola de suavidad y no se por qué pienso en la humildad, me acerco hasta una de las estanterías de mi biblioteca y cojo el diccionario. Humildad.-

es

una

virtud

que

consiste

en

el

conocimiento de nuestra bajeza y miseria y en obrar conforme a él, humilde es aquel, que carece de nobleza.

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En la biografía del doctor Bob, cuenta que sobre su despacho siempre tenía una nota con esta definición: La humildad es la perpetúa tranquilidad del corazón, es no tener problemas, es nunca estar enojado o apesadumbrado, irritable o dolorido, es no extrañarme de nada de lo que me hacen, es sentir que nada se hace en contra mía, es estar tranquilo cuando nadie me alaba y cuando soy culpado o despreciado, es tener un vendito hogar en mí mismo en donde puedo entrar, cerrar la puerta, arrodillarme ante mi padre en secreto y estar en paz, como en un profundo mar de tranquilidad, cuando todo lo que hay a mi alrededor y cerca de mí aparente ser un problema. Cuando me di cuenta, de que yo solo no era capaz de gobernar mi vida y de que era impotente ante muchas cosas, fue cuando empecé a darme cuenta, de lo arrogante y egocéntrico que podía llegar a ser, aunque continuamente estuviera intentando ponerle remedio. Si fuera capaz de quitar de mi vocabulario la palabra, “yo”, a lo mejor entonces empezaría a conseguir un poquito de humildad. Que difícil me resultaba no creerme superior a los demás, que falta de tolerancia

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tenía hacía mis semejantes, lo único que me consolaba era, que ahora tenía conocimiento de mis debilidades y podía trabajar en forjarme un nuevo carácter. ¿Cómo es posible? Me pregunto muchas veces sin entenderlo muy bien, que haya gente que han apostado por mi, cuando ni yo mismo creía que pudiera salir del infierno. Solo se me ocurre que el amor a los demás y la humildad con uno mismo, pueden obrar el milagro.

No se si será porque estoy cerquita de tener un nieto, pero hoy me he acordado de mi abuela Gregoria, Chipi. Mi abuela era de estatura pequeña, con la cabeza cubierta por las canas que dan los años y la sabiduría y con una barriga tan pronunciada que, aún después de cumplir los ochenta años, parecía que seguía estando eternamente embarazada. Conmigo era tierna, dulce, me quería, me toleraba, me consentía, me acaparaba. Todo el amor que no pudo darle a sus siete hijos muertos, me lo daba a mí. Con los demás tenía un carácter fuerte, de mujer luchadora, de heroína en los campos de batalla, yo diría con algunas personas, como sucedía con mi

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padre, era de intransigencia, de lucha constante y permanente por imponer su criterio. Mi madre, toda mi educación y manutención en aquella época, la delegó en mi abuela, mujer que nunca se cansaba de trabajar, con una educación refinada para las mujeres de su tiempo, leía y narraba historias como los profesionales de la radio. En las noches cálidas de la primavera y el verano, mientras los chiquillos tumbados en las aceras contemplábamos las estrellas, mi abuela contaba la vida de algún bandolero, su preferida por lo que la repetía debía de ser, la de José María el Tempranillo. Algunas noches nos ponía los pelillos de la nuca tan tiesos, que apenas si podíamos apoyar las cabezas en el suelo, eso ocurría cuando nos hablaba de los lobos que había visto por los montes, cuando hacía estraperlo durante la posguerra, en esas noches, aunque ninguno de nosotros lo confesábamos, estoy seguro que más de uno miraba debajo de la cama, antes de irnos a dormir, ¡yo por lo menos sí! Entre jarales, aulagas, pedos de lobo, entre pinos y gurumelos, todas las tardes cuando llegaba el buen

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tiempo, mi abuela, mi hermana y yo, disfrutando de toda esa naturaleza, nos dirigíamos al paraje, que todos conocíamos como “El Chorrito”. Ahora que, de aquellas

tardes

distan

casi

cincuenta

años,

se

presentan en los recuerdos ante mí, como si se tratara del paraíso, aquel arroyo con las aguas tan puras y cristalinas, reflejando aquel cielo tan azul, que parecía que el mismo universo, nacía en aquel bosquecillo. ¡Aquellos eran otros tiempos, Chipi!, tiempos de carencias y conformismos, tiempos de señoritos, tiempos… como decía mi padre, de Franco. Pero aquel Chorrito allí estaba, todos los días, desde siempre y quiero pensar que para siempre, mi abuela con un atillo de ropa encima de la cabeza y mi hermana y yo pegándole patadas a los pedos de lobo, nos acercábamos a nuestra meta. No hay para mí nada tan gratificante y agradable, que escuchar el cantar de las aguas corriendo libres por un pequeño valle. Mi abuela lavaba la ropa y como dice el villancico, la tendía en el romero y los pajarillos cantaban y mi hermana y yo, con el único bañador que teníamos,

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modelo; “como nuestra madre nos trajo al mundo”, nos bañábamos en el arroyo. Oyéndome contar estas cosas, puedes pensar que tengo añoranza de aquellos tiempos, pero, nada más lejos de la realidad, nunca hubo una época mejor que, la que vivo ahora, hoy, es el mejor día de mi vida Chipi.

-¿No sé cómo con este ruido puedes concentrarte en cantar? Ha venido el vecino a pedirme permiso para que los albañiles hagan un agujero en la pared que separa nuestras terrazas, y le he dicho que si. Para amortiguar los golpes de la machota sobre el cincel, me he puesto a escuchar por primera vez este año, unos villancicos, a los que tú desde el patio te esfuerzas por acompañar, tengo que decirte que no desentonas, al contrario, si cierro los ojos parece que soy un pastorcillo ante el portal de Belén. Mi mujer cuando tiene descanso, como es el caso de hoy y con su desmesurado afán porque no me aburra, me sugiere que pongamos el árbol de Navidad y a regañadientes me pongo manos a la obra. Aunque

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muchas veces me cuesta admitirlo, no hay nada que nos una tanto, como cuando hacemos las cosas juntos, con el árbol, el belén y los adornos navideños, aunque faltan todavía quince días para el veinticinco, ya ha empezado a cambiar el ambiente. Ayer por la tarde estuvimos comprando algunos regalos y ya se respira la Navidad hasta en el precios de los langostinos. Espero que estos días, tenga un talante mucho más positivo que el año pasado, que por poco me cuesta una enfermedad, pero sobre esto no quiero hacer hincapié.

A

los

golpes,

villancicos,

trinos

y

pensamientos, se pega como una lapa, los ladridos de un perrillo cusquejo, que en más de una ocasión trata de sacarme de mis casillas, hoy voy a poner todo mi empeño para que esto no ocurra y para conseguirlo voy a rebuscar en el libro de Anthony de Mello, La Oración de la Rana, para buscar algún cuento que aplicarme en esta situación.

Mientras limpio la terraza y arreglo el jardín, voy a llevarte conmigo Chipi y voy a abrirte la puerta de la jaula por si quieres disfrutar de los nispereros. Llaman

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mi atención tres periquitos, que volando bajo este cielo azul tan desabrido, ponen un arco iris de color como si acabara de descargar una tormenta, se posan en las palmeras del jardín de la única casa que hay al otro lado de la calle, formando tal revuelo y jaleo que parece que hubieran por lo menos dos docenas de ellos, acaso los haya, lo que pasa es que no me había fijado antes. Desde hace unos años, entre Los Dolores y Santa Ana se ha establecido una colonia de cotorras, loros y periquitos, igual que en los países del trópico. ¡Te podrías juntar con ellos Chipi! Aunque pensándolo mejor, me parece que esos pajarracos no te gustan mucho, porque ahora que lo recuerdo, cuando Ana trajo a casa los agaponis y una pareja de periquitos, durante todo el tiempo que permanecieron aquí, no abriste el pico. Si te sirve de consuelo, a mi tampoco me gustaban mucho, siempre traté de cuidarlos bien, pero jamás mostraron el más mínimo aprecio y confianza

hacía

mí,

siempre

se

mostraron

alborotadores y chillones. A un agaponi también traté de darle cierta libertad y lo único que conseguí fue que cada vez que iba a cogerlo, me llenara los dedos de

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picotazos, tal vez por esa independencia y rebeldía son capaces de subsistir en libertad en ciudades tan masificadas de coches y humos. Salen todos volando con las plumas extendidas: rojas, amarillas, azules y verdes, muchos verdes y formando tal bullicio, que me han recordado a los niños cuando les abren la puerta para salir al recreo. -¿No los oyes Chipi? -¿O es que te importan un bledo? -Piii… Piii… Si yo fuese tú, canario amigo, saldría por esa puerta y la avaricia por poseer semillas y frutos no me permitiría volver al encierro. La avaricia Chipi es el apego desordenado a las riquezas, es la perversión del derecho que Díos nos ha concedido de poseer cosas.

Siempre he mantenido y estaba convencido de ello, de que no era una persona avariciosa, porque no me preocupaba atesorar dinero, la verdad es que nunca me ocupé por saber cómo iban las finanzas en mi casa, a mí solo me preocupaba, que no me faltara dinero para beber y si me faltaba, utilizaba todas las artimañas

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y argucias que la vida y el alcohol me habían enseñado para conseguirlo. Ahora me doy cuenta que estaba equivocado,

tengo

que

hacer

continuamente

un

esfuerzo titánico para controlar los impulsos que me llevan a apurar; de un refresco, hasta la última gota, de un dulce, hasta la miga más insignificante, nunca tengo bastantes libros, ni suficientes discos, ni plumas estilográficas, o sea, que de lo que me gusta, se que tengo que luchar para que los impulsos que me empujan a poseer más y más cosas, queden frenados y que esa avaricia compulsiva innata en mí, se quede solamente en deseos. La avaricia, hace tan solo veinticuatro horas, me llevaba a no compartir con nadie lo poco que yo pudiera saber, solo quería mi experiencia, la poca fortaleza y esperanza que pudiera tener, para mí. Esta aptitud me sumergía en un estado de confusión tal, que no comprendía que tenía que progresar espiritualmente compartiendo con los demás. Tengo que aceptar mis limitaciones y escucharme decir en voz alta, que soy humano, que tengo todos los defectos propios de esta especie, pero a la vez saber que tengo las armas adecuadas para combatirlos, cada

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día que pasa voy necesitando menos cosas materiales para vivir en paz en el presente.

Si miras de reojo para la calle Chipi, verás que está pasando una joven. -Piii… Piii… Piii… No seas tan descarado, que se va a dar cuenta de que estamos hablando de ella. Bueno, lo que te quería contar es que se parece a una amiguita que yo tenía cuando era un niño. ¡Que tierna era! A La Encarna, según la crueldad de los chiquillos, le faltaban dos tornillos, su madre decía que su cerebro se había detenido a los cuatro años, debido a este problema iba a un colegio de educación especial, que si mal no recuerdo se llamaba “EL ASPROMIN”, dicha escuela estaba ubicada en el término municipal de El Campillo, en la provincia de Huelva, allí era donde vivíamos y donde casi todas las tardes la veía bajar por la calle Sevilla, contoneándose como una barquilla se contonea amarrada en el puerto. Su vestido… largo, su pelo… corto, su robustez de cintura, sus piernas rechonchas y una sonrisa permanente en su cara, hacían de La Encarna un personaje de lo más

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pintoresco de dicho pueblo. Éramos de la misma edad, ella me llamaba a mí Manolín y yo a ella Encarnita. Debido a su poco entendimiento y a los ataques de epilepsia que padecía, sus padres muchas veces se desesperaban con aquella niña, que nunca llegó a comprender que era lo que le sucedía. Me viene a la memoria, una anécdota que ocurrió el día uno de Noviembre, de un año que ya no recuerdo. Por aquel entonces se acostumbraba el día de todos los Santos, salir al campo y hacer una comida campestre y comer las roscas con castañas e higos secos. Fuimos a una huerta, en la que ya habíamos estado más de una vez y que tampoco recuerdo de quien era, había una fuente fresquita y sombría, en la que los zapateros, con cada uno de sus movimientos, regalaban al agua, cientos de ondas concéntricas. Entonces una radio casi podía considerarse un lujo. El padre de La Encarnita, al que todos conocíamos con el apodo de “El Moguer”, supongo que porque era del pueblo que Platero y Juan Ramón Jiménez, tenía un transistor y a todos los sitios iba con él, aquel día, se lo llevó al campo también, no se le ocurrió a mi amiga

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otra cosa, que meter la radio en el agua de la fuente y empezar a gritar, que el señor de radio se estaba ahogando. El que por poco se ahoga, fue El Moguer, que se atragantó con lo que estaba comiendo, por poco hubo que hacerle el boca a boca. La Encarnita no le dio ninguna importancia al hecho y cogiendo un trozo de tocino del plato de su padre, se lo comió. Vámonos para adentro Chipi, que hasta aquí llega el olor de los huevos fritos y hace mucho que no los cómo. Oyes a Belén, dice que nos esperemos un poco, voy a aprovechar y te voy a contar algo sobre los huevos fritos. Durante un par de cursos, estudié en el colegio de La Sagrada Familia, en Río Tinto, comía en el segundo turno del comedor, sobre la bandeja, cada una con el número que teníamos asignado, nos aguardaban: con el pan el segundo plato y el postre, lo que había de primero, como casi siempre era caliente, nos lo servían las cocineras in situ, todos los alimentos que había sobre la bandeja, había que comérselos sin excepción, Cuando éramos niños siempre había algún alimento que nos gustaba menos que los demás, pero siempre

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había algún compañero dispuesto a comerse lo que a otros no le agradaba, este era el caso mío con las albóndigas, que me comía las de los otros tres que compartían mesa conmigo. La excepción que rompe la regla, eran, los huevos fritos, que no había nadie en todo el colegio, que pudiera con ellos, ni grandes ni chicos, nadie se los podía tragar. Ideábamos todas las formas posibles de camuflaje para los dichosos huevos, para deshacernos de ellos y que no nos pillaran, algunos los metían en la jarra del agua y los dejaban en la mesa, la mayoría de las veces pillaban a los incautos y se los hacían tragar mojados y todo, otros más previsores, los metían bolsitas de plástico y se los metían en los bolsillos para posteriormente tirarlos a la basura, pero lo que realmente nos encantaba, era tirarlos por las ventanas cuando se despistaban los profesores, cuando salíamos daba gloria ver aquellos jardines sembrados de huevos fritos.

-¡Hola tenor! ¿Cómo estás hoy? Aparta un poco, que voy a limpiarte la jaula. -¿Qué danza estás interpretando hoy?

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Para un poco, que te vas a chocar contra los barrotes. Te he contado alguna vez que conocí a una muchachita que bailaba en plazoletas la danza de la muerte, se llamaba María y escribí esto en su memoria. Estudió una carrera / y fue bailarina, / bailo con caballos / la bella María. / También en sus venas / puso melodías, / está muy delgada / padece de SIDA, / Vive en plazoletas / cuando es de día, / de noche se pierde / la bella María. / Cuando baila sola / hasta se le olvida, / que para casarse / le faltaba un día. / Ya no habla con Díos / como ella solía, / vive en el infierno / la bella María. / Sobre tres cartones / amaneció tendida, / de tanto bailar / terminó rendida. Pero no te pongas triste, que estas cosas pasan todos los días, lo que ocurre es que cuando conoces a alguien a quien quieres, lo cuentas con el corazón y se ve que los sentimientos se transmiten. Bueno tampoco se trata de que te pongas tan orgulloso, en el término medio, dicen que está la virtud. La opinión demasiado buena que se tiene de sí mismo y la admiración excesiva del propio yo, es el orgullo, que hace que uno sea su propia ley, su propio juez en

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cuestiones de moral y su propio Díos. El orgullo engendra la censura, la maledicencia, las frases hirientes y la difamación de la personalidad de otros, el orgullo hace que se infle más nuestro ego, calificando de imbéciles a quienes no están de acuerdo con nuestra propia opinión o parecer. El orgullo, Chipi, fue seguramente el que poco a poco me arrinconó en un callejón sin salida y en el cual, durante muchos años, la única salida que yo podía ver, era el consumo inmoderado de alcohol. Rehusé una y otra vez a someterme a la voluntad de Díos y así me iba, tratando de gobernar un mini-mundo creado por mí y para mí, en el que no cabía nadie más, nunca el orgullo me permitió en el ámbito profesional, reconocer la autoridad de ningún jefe, llegó el momento en que yo mismo me convertí en mando y tampoco fui capaz de encontrar la estabilidad que tanto necesitaba, cada vez que alguien contrariaba mi voluntad, me causaba unos profundos resentimientos y en mi orgullo herido, lo único que paliaba el dolor y me permitía hacer daño a los demás sin importarme lo más mínimo, era el accesible y todopoderoso don alcohol, cada vez que

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mis deseos eran amenazados, me costaba una lucha conmigo mismo y terminaba siempre con el mismo resultado, otra borrachera. El orgullo acrecentaba mi terquedad hasta límites insospechados y hacía que nunca diera mi brazo a torcer, era un hipócrita, con una cara delante de los demás y un infierno interior tan absurdo que me era imposible disimularlo, cuando se hablaba bien de mí, me producía un engreimiento tal, que hacía parecerme a los omnipotentes dioses de la mitología griega, con los demás asumía aptitudes de jactancia y vanagloria, siempre creyéndome superior a ellos. Cuando ya no pude vivir ni un minuto más, sumido en la miseria más absoluta, tuve que asumir y aceptar que seguramente el

orgullo

me

había

llevado

a

vivir

una

vida

ingobernable y de impotencia con respecto al alcohol.

Esta tarde he salido a dar un paseo por el campo y a pesar de llevar los ojos protegidos por gafas oscuras, el sol, en su ocaso, me obliga a humillar la mirada, una ligera nube por un momento se interpone entre nosotros y hace que pueda relajarme por unos

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segundos, puedo mirarlo de frente y admirar su forma, su color áureo, sigo caminando hacía su encuentro, él se escapa de la nube, jugamos durante un corto trecho al escondite con unos arbolillos, que nos entretienen tanto a él como a mí. Conforme voy acercándome, él, parece que huye hacía las montañas, se vuelve menos agresivo, su brillo se hace cada vez más tenue, por momentos perece que quiere imitar con su forma y su color, a una naranja. Las nubes que lo acompañan se vuelven: rosas, malvas, rojizas y el aire, que se da cuenta de que va perdiendo a un enemigo, golpea con fuerza y se torna helado, como en las tardes de enero. Entre los álamos pelados, Chipi, el sol se cierne y el musgo, que lo cubre todo, parece que toma prestado el color del oro, antes de tocar las montañas, el astro rey se cubre con otra nube y cientos de rayos trasparentes envuelven los campos, como si de una fina gasa se tratara, al tocar los montes me deja que lo mire a la cara

y

los

rayos

ultravioletas

que

siempre

lo

acompañan, ya no dañan mi vista, las nubes que cubren las cimas, se ruborizan con su presencia y del color del vino de Burdeos, se vuelve la tarde.

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Quiero hablarte de mi amigo Diego y de su casa de Escombreras. El adjetivo de sabio le sientan tan bien, como a la mar las olas, como las estrellas a los cielos, como la brisa a las velas de los barquitos marineros. En contra de todos los que le decimos que se venga a vivir a la ciudad, allí permanece él, a medio camino entre la mar y el cielo, contemplando todos los días las puestas de sol, a las que solo los privilegiados tienen acceso. Si supieras Chipi, lo fuerte que me siento cuando estoy con él y desde la terraza de su casa nos fundimos con lo eterno. ¡Qué poderoso! ¡Qué pequeño! ¡Qué mar más azul! ¡Qué montañas! ¡Qué cielo! Su mujer y mi mujer y otra mujer y un marinero, él, yo y el Díos de los cielos, vaya reunión en la casa del Diego.

En

Escombreras,

entre

palmitos

y

superpetroleros, vive este hombre que se resiste a estos tiempos.

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Ya se ha pasado la Navidad y la cuesta de Enero Chipi, esta mañana he ido a dar una vuelta por las afueras del barrio y de cada brizna de hierba, pendía una gota de rocío y en cada gota, anfitrión de un universo radiante y frío, un cielo y en cada cielo, un sol y en cada sol, Enero. Sobre las diez de la mañana esta magia empieza a chocar contra el húmedo suelo, veo tiritar a las acacias, desnudas de flores y con púas a cientos y un sin fin de diamantes brillan en las copas de los árboles, hambrientos: de sol y de luna nueva, de primavera… lejos ya quedó el Adviento. Una abubilla a mi paso levanta el vuelo, hacía esos cielos de azules repletos y temblorosos se mueven, de telarañas dos velos. Por detrás de los rosales, calvo como la cresta de un cerro, se oyen gritar a los álamos, ¿cuándo llegará Febrero? Y los pinos de Santa Ana, verdes de sombras y cuentos, quieren atraer a la luna en estas mañanas de enero. Los eucaliptos… centenarios, de desarraigos cubiertos, brindan con las copas de árboles, de estos cielos descubiertos y el sol con sus rayos hiere, como las

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lanzas de los guerreros y esta mañana se marcha, la última de este mes de enero. Cuando venía hacía aquí, al pasar frente al bar La Fragua, había alguien que no cesaba de tocar la bocina de su coche porque el que estaba delante había tardado un poco más de la cuenta en salir al ponerse verde el semáforo. La intolerancia Chipi, es el despropósito más frecuente entre los seres humanos más desarrollados y particularmente en mí, se convirtió en odio hacía mis semejantes durante muchos años, me hacía creer que yo era el centro del universo y que todo lo que me rodeaba tenía que girar en torno a mí. De que osadía han gozado durante tanto tiempo: mi juventud y el alcohol, que siempre le negaron a los demás una segunda oportunidad, la intolerancia me llevó a creerme el hijo de un Díos, en un universo en el que hacía daño a todos los que me rodeaban, me era imposible ver mis propias faltas y el poco respeto que sentía por la vida, un universo tan cerrado y tan dependiente, que me izo perder los pilares sobre los que se sustentaban mi conciencia y mi dignidad. Me llevó a la bancarrota, a romper los lazos que me unían

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con todas las personas a las que más quería, a ver tan poco cielo, como si estuviera contemplándolo desde el fondo de un pozo, me obligó a bucear bajo el influjo de pesadillas

tan

terribles,

que

pasaba

la

noche

maldiciendo y deseando que amaneciera un nuevo día, para seguir con la misma rutina. Me robó amaneceres, soles cubiertos de colores malvas, me robó la pintura, la poesía, me robó mil atardeceres con al mujer que yo más quería. La intolerancia, muy amiga de los resentimientos y por qué no decirlo, de la herejías, se alió conmigo algo más de media vida, me derrotaba por las noches, pero; en cuanto el alba se erguía, el licor hacía de mí, una bestia que hasta conmigo se enfurecía. Para darme cuenta tuve que perderlo todo: un hogar, la familia, el trabajo, la razón, la simpatía, mi conciencia, tuve que perder hasta mi hombría. Me resultaba más difícil desaprender los hábitos que había adquirido durante tanto tiempo, que aceptar una nueva forma de ver la vida. Aceptar las cosas que no puedo cambiar, solo durante veinticuatro horas, es asequible para mí y día tras días, fortalece mi espiritualidad y me aleja de la

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intolerancia. Cuando cambio mi primera actitud, sobre la opinión o la forma de afrontar un problema y me pongo en el lugar de las otras personas, estoy alcanzando un nuevo horizonte y dejo la puerta abierta a la esperanza, ahora puedo afirmar que ya no pertenezco a esa élite de seres que se creen el ombligo del mundo. Ahora empiezo a vislumbrar el significado de las sugerencias que hizo en su día el papa Juan XXXIII cuando redactó la oración. “Solo por hoy” Solo por hoy seré feliz, todo el mundo es tan feliz como se propone, si soy capaz de solo preocuparme por ser feliz hoy a pesar de las circunstancias que se produzcan en este día, estaré resolviendo el dilema de mi existencia, es mi disposición de ser feliz, la que hace que todo tenga un color de esperanza para los minutos que van llegando y que aun siendo hoy, son ya el futuro. Solo por hoy me ajustaré a lo que es, sin tratar de amoldar todo de acuerdo con mis deseos, tomaré la suerte como venga y me acoplaré a ella. Solo por hoy ejercitaré mi alma y haré un bien a alguien sin esperar

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recompensa y sin que nadie se entere. Solo por hoy tendré un programa a seguir, quizá no lo siga con exactitud, pero lo tendré, me salvaré de dos plagas: la prisa y la indecisión. Que cosas más difíciles de lograr me pide este hombre, que solo por hoy no haga crítica alguna de mis semejantes, que no encuentre faltas a nada y que no trate de dirigir a nadie más que a mi mismo. Hoy voy a tomarme media hora para mí mismo y estaré sin tensión, cuando me venga un pensamiento que no sea de mi agrado, trataré de cambiarlo y tomaré una mejor perspectiva de mi vida, así todos los que se encuentren a mi alrededor, se beneficiaran de todo lo bueno que a mí me ocurra. Solo por hoy no tendré miedo, especialmente no temeré disfrutar con lo que es bello y creeré que del mundo voy a recibir de acuerdo con lo que dé.

Acabo de entrar de la calle y me ha caído una gota de lluvia en el cogote, me he acordado del río Asón y de lo bien que nos lo pasábamos allí mis amigos y yo, cuando íbamos a pescar las truchas y a intentar ligar con las chicas de Ramales de la Victoria.

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-¡Qué fría está el agua Arturo! Le digo a mi amigo nada más terminar de montar la tienda de campaña, pero; dándonos ánimos los unos a los otros, decidimos bañarnos, a pesar del que sol de Cantabria ya se ha marchado por detrás de los picos de Europa, me subo a la mitad del puente y Arturo me dice: -¡A la de tres, te tiras! -¡Tú cuentas, le digo yo a él! -Una… Dos… Antes de terminar de contar, yo ya volaba por los aires, imparable hacía las aguas, que me acogieron con un abrazo tan frío, como el que debe dar la muerte a un desconocido. Mientras Arturo y yo nos bañamos y reconocemos un tramo del río, alguien está preparando una candela, pienso por unos momentos en el placer que voy a sentir cuando salga de las heladas aguas del río, meto la cabeza bajo las aguas y bebo ¡Qué fresquita! El humo que forma la candela con las hojas del maíz mojado, nos hace cerrar tanto los ojos, que se parecen a las dos puñaladas que Gloria acaba de darle a un

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tomate, mientras los demás se aclaran con la candela, yo como siempre impaciente, no puedo esperar a mañana y pruebo suerte lanzando el sedal al río con mi caña de mano, pero me parece, que las truchas, como estoy haciendo yo, se entretienen con la contemplación de la luna. La noche empieza a agrandarse y mis amigos alrededor de la lumbre ríen y cantan y el murmullo del río, se hace más fuerte a la par que el bosque se calla. Desde aquí se oye cantar en el radio casette, a Jorge Cafrune las canciones de Atahualpa Yupanqui. “Yo no fui zorzal, ni existe / plumaje más ordinario, / yo soy pájaro corsario / que no conoce el alpiste. / Vuelo porque no me arrastro / el arrastrarse es la ruina, / anido en árbol de espinas / lo mismo que en cordillera, / sin escuchar la sonsera / del que vuela a lo gallina. -¡Qué cerca está la primavera Chipi! Dentro de poco van a empezar a florecer los jacintos, los narcisos, los tulipanes y las azucenas y ella, desprendiéndose de todo lo que la protege del invierno, irrumpirá con una gama de colores tan intensa, que nos dejará con la boca abierta. Los almendros que siempre son los

zapadores de la primavera, ya empiezan a florecer en los campos y de los rosales dormidos durante el invierno, empiezan a brotar nuevos tallos. A los gatos se les ha pasado el celo y desde sus tejados contemplan, serenos, la luna nueva. Los perros buscan la sombra, el abejaruco, su agujero, los huevos esperan en los nidos, fecundos, a que de los cielos bajen los jilgueros y las abejas impacientes, como a las cinco de la tarde los toreros, llenaran de zumbidos el aire y las avispas en un charco reflejaran sus vuelos, en cola las margaritas se pondrán para custodiar a los senderos, el polen de un lado a otro transportará la vida

y

las

lágrimas

de

algunos

mortales,

frecuentemente regaran el suelo y la primavera bulliciosa aparecerá, cuando lejos se haya ido Febrero. Los ríos ¡Cómo los echo de menos! Son en esta tierra, los regatones secos.

Irrumpe rompiendo la monotonía de los cuatro o cinco amigos que estamos reunidos compartiendo nuestra experiencia, fortaleza y esperanza, ya no nos llama la atención su extremada delgadez, sus ojos negros como

el azabache, ni las ropas que nunca consiguen ajustarse a sus pocas chichas. Se sienta y como es costumbre en ella, se pasa las manos en repetidas ocasiones sobre sus cejas y pestañas, parpadea; una, dos, tres veces, como si pretendiera aclararse la vista y casi con un susurro, pregunta, ¿de qué estáis hablando? Parece una frágil orquídea de cristal de Bohemia, que en cualquier momento pudiera romperse, pero la lucha que mantiene la naturaleza por mantenerla en el tajo, hasta ahora va dando resultado, nadie que yo conozca, trata a la vida con tanto desprecio como lo hace mi amiga del alma. A veces reclama el derecho que toda persona tiene para gozar de la libertad, pero ella al igual que tú, aunque se le deje la puerta abierta, es incapaz de volar, lo intenta una y otra vez, pero sus cortas alas son tan delicadas y frágiles, que opta por permanecer entre barrotes, siendo ella la carcelera de su propia libertad. Mi canario, que sin duda comprende lo que le pasa a mi amiga, me mira con la fijeza que tiene La Mona Lissa de Giocondo desde su cuadro y un sol pequeñito

y chispeante brilla en lo más profundo de sus ojos. Mi amiga que pasa algunas temporadas internadas en hospitales psiquiátricos, nos cuenta como pasa las interminables horas que tiene el día para los que están encerrados. Te como y me cuento / siete al cuadrado, / si me saliera un quince / ya casi he llegado. / Y yo con un ocho / muevo el caballo, / y me meto en mi casa / moviendo de lado. / Tiraban con fichas, / movían con dados, / jugaban al parchís, / todos han ganado. / En otra partida / los han derrotado, / dicen que por locos / están encerrados. / Esto lo se / porque me lo ha contado, / una amiga mía / que también ha jugado.

Te voy a leer Chipi, lo que he escrito sobre un amigo, cuando lo conocí temblaba como los pistilos de una flor ante un vendaval, su mente estaba tan confundida y su desesperación era tal, que me recordó a mí mismo, cuando en la terraza de una cafetería me hablaba un amigo, sobre las consecuencias del alcoholismo sobre las mentes. Los soles de cien infiernos / brillaban aquella mañana, / lunas con mantillas negras /

cerraban las madrugadas. / En una habitación inquieta / temblando está un almohada, / un edredón se revuelve / mientras se duelen dos sábanas. / Mateos sin poder dormir / a regañadientes se traga las lágrimas, / su dignidad la perdió / hace años en una barra. / Anoche juró por sus muertos / que volvería a buscarla, / su inconsciente lo traiciona / y bebe para olvidarla. / Después de herirle el día / la noche con armas blancas, / a Mateos le recuerdan / que nunca podrá encontrarla. / Cuando los gatos vigilan / las aceras solitarias, / una sombra dando tumbos / a una farola se agarra. / Unos perros callejeros / con un Ángel de la Guarda, / celan su dignidad / mientras a Mateos acompañan. / Las luces de neón escuchan / porque lo dice en voz alta, / ¡Díos échame una mano! / ¡Ayúdame a encontrarla! / La llave da siete voces, / la cerradura se calla, / se oyen cuatro lamentos / de suspiros de campanas. / La habitación lo recibe / hiriéndole con una daga: / de soledades persones / y de esperanzas frustradas.

Chipi hoy es carnaval y los recuerdos me vuelven a llevar a mi niñez, me he acordado del Alvera, siempre con su bata gris, de viejecito avaro de cuento, con la barbilla sin definir y unos pasitos tan inciertos detrás del mostrador de su tienda, que en recorrerlo, a mí me parecía que transcurría toda una eternidad, el Alvera era el personaje al que recurría todo el pueblo, cuando se trataba de comprar algo imposible de encontrar en otras tiendas, desde un trozo de esparto, hasta cambiar una novela de Marcial La Fuente Estefanía. Toda clase de cacharros de hojalata, escobones de brezo, delantales,

tornillos,

pistolas

de

juguete,

etc.,

abarrotaban el único pasillo que tenía la tienda, había también unas jaulas Chipi, que a ti no te hubieran dejado indiferente, artesanas, echas por unas manos que se podía notar que amaban a los pájaros. ¡Te hubiera gustado conocerlo! Y disponer de una de aquellas jaulas. Lo enterraron el día de carnaval, mientras se jugaba un partido de fútbol. Desde que apareció la comitiva fúnebre por la última calle del pueblo, la disputa se detuvo, cesaron los gritos que animaban a nuestro

equipo, y un riguroso silencio, solo roto por el ladrar de los perros, se apoderó de todos los asistentes y jugadores. Con paso lento, el cura y dos monaguillos, abrían aquel desfile de respeto y reconocimiento al Alvera, recuerdo que por unos momentos sentí una profunda pena. Poco a poco, fueron desapareciendo por el camino del cementerio y las campanas dejaron de doblar a muertos, cuando hubo desaparecido el último de aquella procesión de acompañantes, como deseoso por romper aquel momento, el silbato del árbitro, pitó, devolviendo otra vez la vida al partido y a todos nosotros. Estoy casi seguro que era la primera vez que el Alvera pisaba un campo de fútbol.

Ayer por la tarde Chipi, estuve hablando de mi experiencia ante un buen grupo de personas. -¡Qué momento más maravilloso! Cuantas caras expectantes mientras hablaba; unos, incrédulos, otros, sorprendidos, otras, con caras risueñas asentían con la cabeza, como si fueran algunos de esos perrillos que antes llevaban atrás, los que querían presumir de coche y que pecaban de ser

unos horteras. Me felicitan al terminar mi alocución y por fin me doy cuenta que, aunque estoy preparado para morir cuando Díos disponga, se me va ha quedar corta la vida. Que odisea tan espléndida es la de tener algo que contar, pero nada comparado como cuando se tiene la certeza de que te están escuchando. Han tenido que pasar cincuenta años, para que este compendio de realidades se dé en mi vida y me doy cuenta del precioso tiempo que he perdido, pero nunca es tarde para volver a empezar, voy a vivir a partir de este instante como si, todo el universo, toda la existencia de este mundo, se concentrara en un solo día… en hoy. Te imaginas Chipi, no quedarse nada para si mismo, regalar sonrisas, compartir atardeceres, extender las manos a quien lo necesite, bañarse en la felicidad de lo ingenuo, tolerar humanidad. -Piii… Piii… Piii… -Ya se, eso es lo que tú llevas haciendo toda la vida. ¡Por qué me cuesta tanto darme cuenta de las cosas realmente importantes! Mientras nos relacionamos en una cana informal, casi sin querer, paso la vista por cada uno de los

comensales, por la manera que tienen de hablar y de moverse, de reír y de comer, casi me atrevo a asegurar quienes son los que gozan de una serenidad constante. El obispo emérito de la ciudad de Cartagena monseñor Azagra. habla con la calma que le dan los años y su veteranía, Luís, Paco, Rosa y unos pocos más respiran prudencia mientras charlan animadamente, un par de matrimonios cuchichean, cómplices de su sobriedad, algunas mujeres con la cara descompuestas, aún por la lucha que mantienen con el alcohol, apuran en apenas dos caladas los cigarrillos que temblorosos humean entre sus manos, Juan se empeña en que las palabras salgan de su boca de una en una y de un tirón, casi nunca lo consigue, su tartamudez le obliga a gesticular y manotear hasta que, consigue parecer un poco cómico. Alguien que no recuerdo su nombre, hética, blanca y delicada como una rosa de pitiminí, pasea su extremada delgadez de un lado a otro del salón, con un cigarrillo que parece que forma parte de su mano izquierda, vestida de un negro absoluto, desde los zapatos hasta el gorro, que le cubre parte de

la cabeza y que contrasta con la blancura de su rostro y el rojo chillón de sus labios. Calculo que si se pone sobre una báscula, no sobrepasará

los

treinta

kilos.

Come

sin

parar,

compulsivamente, por lo que deduzco que padece algún trastorno de la alimentación. -¡Chipi; los humanos queremos disimular nuestros miedos y fracasos, huyendo de nuestras realidades, cada uno a través de su propia impotencia!

Absortos cada uno con sus cosas, tratamos de gastar esta mañana del domingo mi mujer y yo, en este momento ella lee el periódico que yo ya he ojeado hace un rato, escribo, Mozart

con

un

concierto

para

flauta

sirve

de

acompañamiento, mientras tú te eriges en indiscutible solista de esta soberbia música. Pienso en como sin darnos cuenta, pasan los años, hace poco mis hijas entraban y salían cada cinco minutos, no dando reposo a nada ni a nadie con sus grititos y sus cositas de niñas. Aunque este silencio me

agrada,

a

veces

todavía

espero

verlas

entrar

diciéndome: ¡papi! Y dándome un beso. Poco a poco vuelan más lejos del nido y cada vez menos pernoctan el él, mi pequeña, que va a cumplir veinte años y aunque ella no lo sabe todavía, le queda poco par alejarse definitivamente, (la pasión del amor a esta edad, lo irreflexiva que ha demostrado ser en otras ocasiones y la independencia económica,) forman un cóctel, que va a ser muy difícil de rechazar por ella. Una nubecilla por un momento oscurece el sol de este mediodía de marzo y espero con ansiedad, que llegue la hora de comer a ver si aparece, para darle un beso y decirle que la quiero. Ayer fuimos de boda chipi, se casaron la hija de unos amigos míos y su novio. Cuando llegamos a la iglesia de Santa María de Gracia, con la puntualidad con que se toma el té en el Reino Unido, nos dicen, que el novio ya lleva esperando media hora. ¡Ojalá, esa impaciencia por esperar a la persona amada, durara toda la vida!

Cuando llega la novia y comienza a sonar la marcha nupcial, una alfombra roja la recibe para llevarla hasta el altar, un banco no y otro sí, se adornan con ramos de rosas: rojas, amarillas y naranjas, también con claveles blancos y con la esperanza representada en el color verde de las hojas. Se acerca pasito a paso, sonriendo, como solo saben sonreír las novias. Ante la presencia de la virgen del Rosell, los cuatro santos de Cartagena son testigos de primera mano del enlace matrimonial entre Marcos y Virginia. Me

recreo,

mientras

el

párroco

arenga

a

los

contrayentes para que se amen durante toda la vida, en recorrer con la vista las diferentes capillas de esta maravillosa iglesia, La Piedad, sigue con el mismo gesto de dolor, que el primer día, a pesar de la alegría del momento, El Jesús del Prendimiento, La Virgen del Primer Dolor, El San Juan Californio y San Pedro, disfrutan del impresionante retablo recién inaugurado. ¡Qué espléndido trabajo han hecho los restauradores! La virgen de Fátima, El Cristo de Medinaceli, La Sagrada Familia… todos bendicen esta unión y Marcos nervioso, se equivoca una y otra vez, mientras los

invitados nos miramos unos a otros, haciéndonos cómplices de su nerviosismo.

Que olor más rico me ha llegado de repente a leña quemada y me ha venido como por arte de magia a la mente, las candelas que hacíamos en los fríos días de invierno en los campos del Campillo. Con las manos entumecidas por el frío y la claridad de la vista nublada por

el

vaho

que

desprendían

nuestras

bocas,

amontonábamos hojarasca de los pinos, todavía húmeda por el rocío y la prendíamos fuego con una cerilla, al instante, un humo blanco, denso y pegadizo, se juntaba tanto a nosotros, que por momento no nos dejaba respirar, yo casi siempre me afanaba, con un ojo cerrado y el otro lleno de lágrimas, en soplar fuerte a la incipiente candela, para que las llamas rompieran el humo en mil pedazos. Por fin se producía el milagro y miles de lenguas de fuego empujadas por los remolinos del aire, parecían que querían atraparnos, cada vez que alimentábamos a la lumbre con el tronco de alguna rama, un universo de chispas explotaban a nuestro alrededor y llamas de todos los colores,

crepitaban, mientras nosotros no poníamos de acuerdo sobre, en qué orden íbamos a saltar sobre ellas. Brincábamos una y otra vez, hasta que la furia del fuego, poco a poco se iba aplacando, llegado a este punto, nuestras orejas y manos ardían a la par que las ascuas de la candela y aprovechábamos la ocasión para echar un puñado de bellotas en el rescoldo y gritar: una… dos… tres…, mientras salían disparadas por los aires, como si se trataran de petardos en la noche de San Juan. El olor de una simple candela, ha hecho que mi felicidad, esta tarde sea completa canario amigo. En los meses de Julio y Agosto, me escapaba de mi casa a la hora de echar la siesta, aprovechando que mis padres se quedaban dormidos nada más comer, para cazar saltamontes con los que poder alimentar a los picachos y rabuos que había robado furtivamente de los nidos de los árboles. Estoy con el pensamiento encima de la era, con aquel color del oro viejo, a la que trillábamos mientras nos revolcábamos, ella nos hería con sus pajas y nos encandilaba con su brillo. Aquel arroyo con las aguas

cristalinas permanentes al que nos acercábamos para saciar nuestra sed. El bosque de cipreses con sus charcas repletas de cielo y renacuajos y aquel sol que quemaba sin piedad nuestro torso desnudo. aquella pareja de guardias civiles, que no cesaban de atosigarnos con preguntas sobre quienes eran nuestros padres, aquellas adelfas: verdes, amargas y repletas de flores, aquellos juncos cimbreándose con la brisa tórrida del veranos y,,, aquellas niñas con faldita s cortas y trenzas negras como las noches sin luna, que sin saberlo ya nos inspiraban poesías, aquellas casas de cal y hambre con aquellas calles de tierra roja recién regadas cuando caía la tarde, aquellas tertulias bajo aquel edredón de estrellas, ¡Qué tiempos! ¡Qué Andalucía! ¡Qué recuerdos!

Todavía es de noche Chipi, cuando desde lo alto de La Atalaya veo el mar Menor escupir las primeras claras del día, los faros de San Pedro y el Chalet, guiñan intermitentemente los faros, mientras salen por la bocana

del

puerto,

barquillos,

unos

tras

otros,

acompañados por un coro de gaviotas. El sol desde el otro lado del horizonte se asoma, al principio, tímidamente, rojo, como si se ruborizara al alumbrar un nuevo día. Poco a poco, este campo de Cartagena se va despertando y bajo una ligera gasa de boria, una gama de verdes como no había visto hasta ahora, va llenado este espléndido día de la esperanza que todos necesitamos, Oigo desde aquí el toque de diana en el arsenal militar y un submarino negro y lento, como si estuviera todavía medio dormido, parte la dársena en dos. El sol ahora es más grade y naranja, suspendido a un par de metros de este mar que, igual que un espejo, me regala otro sol gemelo del primero. Naranjas,

verdes,

azules

de

mar

y

cielo

se

entremezclan, dándole a este mini universo, el colorido que tendría la paleta de Miguel Ángel. Veo en lo más alto de los montes de la sierra minera, unos molinos con sus aspas al viento, que si a mí me parecen gigantes, Cíclopes, le hubieran parecido a Don Quijote. Te imagino posado en una ramita de espliego

picoteando sus flores moradas, Un soplo de brisa fresca me acaricia el rostro, e imagino lo que debía sentir Adán cuando estaba en el paraíso.

Cuentan que un hombre murió y cuando pudo hablar con Díos le dijo: -¿Por qué en algunas ocasiones a lo largo de mi vida, y cuando más te necesitaba, me abandonaste? -¿Por qué me dices esto? Preguntó Díos. -¿Por qué cuando miraba hacia atrás, algunas veces, sobre la arena estaban tus huellas y las mías, sin embargo, en otras ocasiones, que eran la mayoría, solo aparecían las mías. -Esas huellas que aparecían solas, no eran las tuyas, le contestó El Poder Superior, eran las mías cuando cargaba contigo, Durante la mayor parte de mi vida he culpado de mis soledades y frustraciones a los demás, por eso a mí también me parecía que solo se veían mis huellas en la arena, con la mente nublada por el alcohol, solo se ven las cosas que se quieren o se pueden,

El día que dejé de tomar licor, se abrieron las puertas del Hades para que yo saliera, ahora cuando algo me preocupa, tengo una bandeja imaginaria, donde por las noches deposito mis inquietudes, para que se ocupe de solucionarlas, ese Díos sin rostro al que he hecho mío, eso si, una vez que están los problemas depositados en la bandeja, no puedo volver a cogerlos por la mañana, porque algunos necesitan más de un día para que queden resueltos,

Chipi, vengo de andar entre pinares, si hubieras visto los barquillos que construía cuando era niño con la corteza de estos árboles y la imaginación de Julio Verne, como navegaban por aquellos arroyuelos, que se formaban en medio de las calles cuando llovía, hubieras gozado, como gozábamos nosotros con los duendes del invierno y con aquel barro rojo, compacto y tan pegadizo como las hojas de los jarales. Con las mangas mojadas hasta medio brazo y las piernas salpicadas hasta las pantorrillas, corríamos abajo y arriba, una y otra vez tratando de taponar las brechas de la presa, que con barro y piedrecillas,

tratábamos de construir, muchas veces inútilmente, pero cuando lo conseguíamos, sentíamos el orgullo que debieron experimentar los faraones cuando las pirámides se hubieron terminado, Muchas veces si Pepa la portuguesa quería cruzar la calle, mientras el dique estaba intacto, tenía que dar un rodeo porque el agua llegaba hasta su misma puerta, no sin antes regalarnos una de sus famosas regañinas y algún que otro recuerdo para nuestras madres, comparándolas en más de una ocasión, con esas señoras que se ganan la vida vendiendo su cuerpo. ¡Todo un carácter! Hay que decir a su favor, que entre los constructores de las presas, también se encontraba su hijo. El Portu, el Manolo y yo, en todas las competiciones que participábamos con nuestros barcos de vela, en aquellas

presas

callejeras,

nos

turnábamos

las

medallas de oro, plata y bronce, lástima que la mayoría de las veces, solo navegábamos los tres. Todo el barro pipote pegado en nuestras ropas y las broncas de nuestras madres y algún que otro cachete, merecía la pena por conseguir uno de aquellos premios,

Cuando nos cansábamos, rompíamos el dique y dejábamos que las aguas corrieran calle abajo, como se

corre

en

atropelladamente.

la

salida Si

de

pillábamos

un

maratón… a

alguien

desprevenido pasando por el medio de la calle, entonces para nosotros era el delirio de aquellos maravillosos días, con los pies mojados y su ego seguramente herido, nos mandaban recuerdos otra vez para nuestras madres y nosotros tratábamos de ocultar nuestra identidad, corríamos a escondernos en la primera esquina que encontrábamos. La inocencia, que en aquellos años, a ratos iba y venía, creía resguardarnos sin conseguirlo, de las miradas de la gente de un pueblo de apenas mil habitantes.

En uno de mis paseos por la nueva Santa Ana. Dos palomas que están picoteando el suelo, al verme llegar, aceleran el paso y un par de metros antes de alzar el vuelo, andan a la par mía, un poco más adelante, con paso decidido y con cartucheras como Bill el Niño, caminan tres mujeres, por la otra acera y caminando de ladillo, igual que andaba nuestro Rabi, dos perrillos van

hasta la primera esquina que encuentran y se ponen a olisquearla, hasta que un hombre con ademanes de hastío, les pega un silbido desde la otra esquina. Llego hasta la arboleda, después de cambiar de acera en varias ocasiones, por las muchas obras que se están realizando en este momento. Solamente los álamos están pelados, apuntando con sus ramas plateadas a los cielos, como implorando que les devuelvan sus hojas. Cuando paso por el palmeral, parece que alguien ha extendido una alfombre de musgo verde, para que mis pies descansen antes de volver sobre mis pasos. Cada vez hay menos cañas, mientras pienso estas cosas, un bando de cotorras se asustan con mi presencia y alzan el vuelo, formando tal algarabía, que casi logran asustarme ellas a mí, sigo el camino y paso por el lado del helipuerto, las antenas se están robinando, cientos de tordos, como si estuvieran en un desfile, se alinean sobre los cables. Sigo hacía abajo por dónde están esos algarrobos tan fabulosos, paso por la rosaleda, solo las rosas se atreven a mirar al sol cara a cara en estas tardes de primavera. Rompen la monotonía de mis pasos, las voces a lo

lejos de unos chiquillos que juegan en un parque de estos jardines tan amplios, desde un ciprés solitario, un compañero tuyo Chipi, me parece que también me llama, Piii… Piii… Piii… Me acuerdo de ti, si hubieras estado allí conmigo, contemplando la luna translúcida y una nubecilla que me pareció una peca en aquel cielo tan despejado, seguro que te habrías echado a volar. Sigo caminando, los albañiles están recogiendo, las grúas plumas se balancean, colgando desde sus ganchos: herramientas y carretillas, el sol allá por el horizonte se cierne sobre las montañas y se marcha para mi Andalucía. ¡Qué ganas tengo de que se alarguen las tardes! De que esta sombra mía, que me acompaña a todas partes, se acorte, Camino dándole en todo momento la espalda al sol, que agradezco como los campos las aguas de mayo, mi sombra, quince o veinte metros por delante de mí, me hace perecer un gigante. Estoy impaciente porque este silencio, solo roto por el respirar del viento, se cambie por baladas de amor en boca de los pajarillos, que nos trae la primavera. Ya se empiezan a vislumbrar las margaritas en las orillas de

los caminos, ya verdean los campos de trigo, ya falta menos para compartir la soledad de una amapola, a ver si para entonces te has decidido a abandonar tu jaula y me acompañas. Mientras paseo, hablo con mi grabadora para luego poder escribirlo. Me encuentro con una paloma muerta entre el musgo que cubre toda la umbría, otra paloma, al verme ha levantado el vuelo y sobre la rama de un árbol cercano se ha posado, me paro para poder contemplarla, la torcaz del árbol, inquieta, da unos cortos vuelos cambiando continuamente de rama, impaciente por velar a su compañera. ¡También en las cosas hermosas, se encuentra la muerte, Chipi! ¡Nunca te he hablado del Rabi! La primera vez que lo vi, encerrado en una jaula como si se tratara de un animal salvaje, no mediría más de un palmo, dos cosas me llamaron la atención en él a primera vista: no tenía rabo pero; si una mirada que me decía… ¡cómprame y llévame contigo!, que pase lo que pase, yo siempre te seré fiel.

Por solo dos mil pesetas, compré la libertad de aquel perrillo canelo, que se sentaba de lado, que ladrar le daba miedo, que ladrando me decía: que yo siempre sería su amo y cuando mis manos lamía, él sabía que yo era su esclavo. Me defendía con amagos y unos gruñidos tan chicos, que, provocaba en los presentes, las risas, cuando corría dando brincos. -¿Habrá un cielo para los perros, Chipi? -¡Seguro que sí! Si no fuera recompensada la lealtad, ¿Qué nos quedaría? Gozaba de la libertad de entrar y salir cuando le venía en ganas, no se si alguien con la conciencia tan negra como el carbón se encaprichó de él, o si algún coche, sin percatarse de lo pequeño e indefenso que era, lo atropelló, lo que si se es profundo vacío que dejó en mi casa y en el corazón de todos los que convivíamos con él. Han pasado años desde que ocurrió esto Chipi, pero todavía al revolver alguna esquina me parece que me lo voy a encontrar y que me va a defender como lo hacía antes, de las caricias y de los besos de mis hijas.

Escribí unas notas el día de Año Nuevo y hoy me las he encontrado, voy a leértelas. Hoy es Año Nuevo, me he levantado como tú, como si fuera el dieciséis de octubre, por poner un ejemplo, atrás

se quedaron las

noches de

excesos,

si

exceptuamos un trozo de turrón, que ha hecho que hoy tenga los niveles de glucosa en sangre por las nubes. Me he levantado temprano, después del aseo diario, me he puesto el traje nuevo, mis mejores gemelos, la última corbata del mismo color que tienen las violetas y, cuando entro en la cocina, para desayunar mi naranja diaria, ya está mi mujer colocando el cochinillo sobre la bandeja del horno. -¡Qué pequeño! ¡Qué rosado! Pienso que la vida no le ha dado ninguna oportunidad y me entristezco un poco. -¿Y si yo hubiera nacido cochinillo? Pero relamiéndome con su yantar, me digo a mí mismo, ¡qué tontería! Y pongo la televisión para ver y oír el concierto de Año Nuevo, que todos los años televisan desde Viena.

-¿Qué tipos más alegres debieron ser los Strauss? Para componer esas polcas y esos valses tan maravillosos. Este año, comenta el presentador, todo el mundo debe estar de duelo por los maremotos ocurridos en el sudeste asiático, los tsunamis en SriLanka, Sumatra, Indonesia, India, Tailandia y las islas de los alrededores, han provocado alrededor de trescientos mil muertos, entre nativos y turistas, que pensaban finalizar el año en esas playas paradisíacas. -¡Qué tragedia Chipi! Con los adelantos que hay hoy en día, que no se puedan prever estos fenómenos.

Estoy pensando en voz alta, tú entre trino y trino, parece ser que me escuchas. Si cada una de las personas que me rodean, llevaran en sitio visible escrito lo que ocurre dentro de su mundo, (sus preocupaciones, sus anhelos, sus desvelos, etc.) creo que la envidia no existiría. La envidia es uno de los pecados capitales, que no deja estar en paz consigo mismo, hace sentir disgusto o pesar por el bien ajeno y es de todos ellos, el que tiene menor razón de ser.

Sin ser un hombre religioso, visito todas las iglesias y catedrales que me brinda la oportunidad, porque la arquitectura si me interesa, contemplar las imágenes me transporta a un mundo de sentimientos, que ni siquiera yo comprendo, disfrutar con los recamados de los lujosos trajes de terciopelo, deleitar mi vista con esas monumentales construcciones hace que me transporte a otros tiempos. Este verano sin ir más lejos, durante los siete días que he disfrutado de vacaciones, he visitado la catedral de Jaén y Baeza, un centenar probablemente de iglesias y algunos castillos. En una visita obligada a Andújar, nos dicen en la oficina de información y turismo, que no nos vayamos de la ciudad sin visitar el santuario de la Virgen de la Cabeza, que no está lejos. Cogemos el coche y nos adentramos en sierra Morena, viajamos a una velocidad de cuarenta kilómetros por hora, por causa de la fauna protegida, sobre todo, el lince ibérico, a unos treinta y dos kilómetros de la población, divisamos el santuario en la cresta de una montaña, me parece ni más ni menos, uno de tantos de los que hay diseminados por España.

Recorremos la iglesia mi mujer y yo y nos detenemos en el camerín de la madre de Díos, cuando nos disponemos a salir, nos damos cuenta de que hay un libro sobre un pedestal y alguien está escribiendo sobre él, lo ojeamos y vemos que está repleto de peticiones y súplicas a la Virgen, nos emocionamos cuando leemos algunos de ellos, (Solo te pido Virgencita, no tartamudear más). Por la letra con que estaba escrito y la lágrima que manchaba el margen izquierdo de la hoja, nos pareció la de un niño. El nudo que se nos puso en la garganta no permitió que nos dirigiéramos la palabra, hasta pasado un buen rato después de salir del santuario.

Me he asomado a la calle a través de mi ventana y he visto a la noche negra tirarle bocados a mi alma y a alguien

que

carece

de

techo

donde

refugiarse

adueñarse de ella, las estrellas parecen que tiritan con el frío que hace, con un edredón de chispas me parece desde aquí, que se cubre una candela, la luna alumbra a la escarcha que debe de herir como cuchillos a los pies semidesnudos del vagabundo, lleva puesto un

abrigo con más sietes que el setenta y un pantalón, que de joven me da la sensación de que pudo asistir a alguna fiesta, debajo de su bufanda se esconden los sabañones que cubren sus dos orejas y la boina trata de esconder sin conseguirlo su estropeada melena, dos remiendos se golpean al chocarse sus dos piernas y tiembla la mano que coge por el cuello la botella que asoma del bolsillo del abrigo, no lo oigo pronunciar ningún lamento, ni quejarse se su perra suerte, solo se escucha la noche y el crepitar de la candela, desde mi ventana lo veo Chipi, compartir con las estrellas y me doy la media vuelta para acallar a mi conciencia.

Estoy preocupado amigo mío por alguien a quien quiero ayudar pero; él no se deja. No sabía que la noche antes de tomar aquella fatídica decisión, el diablo y el alcohol se habían aliado para que no pudiera salir del infierno. Mientras ese día en los Estados Unidos de América, tenía lugar la investidura del nuevo presidente Barack Obama, los nervios y las decisiones equivocadas, encarcelaban a Manuel, en una prisión, en la que de

momento nadie tenía la llave. Trataba por todos los medios que conocía, de poner su intelecto al servicio de

su

conciencia,

pero

el

alcohol

no

tiene

entendimiento y por lo tanto hace irracional a aquel que ha caído en sus garras. Una y otra vez trataba de convencer a los que le escuchaban, de que con sus propios medios sería capaz de salir vencedor de aquella guerra, que ya tenía perdida antes de empezar a librarla. Su mente permanecía tan blindada, que era imposible que pudiera llegar a ella, el más mínimo atisbo de la fortaleza que le hacía falta, para que la esperanza perdida pudiera asirse a su corazón. Solo estaba dispuesto a escuchar aquella noche, los consejos que le daban su propia impotencia y la ingobernabilidad de su vida. Ni la sobriedad continuada durante casi treinta años de algunos que pretendían ayudarle, pudieron convencerle de que era posible una vida fructífera y feliz sin probar una gota de licor. La sola idea de tener que dejar de consumir, provocaba tal reacción en su mente, que ni siquiera las amenazas de abandonarlo su familia, ni la

pérdida de respeto hacia su persona en su trabajo, ni la ausencia de dignidad, ni la soledad del alma, eran suficiente para que Manuel tome conciencia de su enfermedad.

Ahora con tanta televisión y tantos juegos de ordenador, ya no se juega ni siquiera al pipirigaña en la frías tardes de invierno. Piii… Piii… Piii… ¡Ah, que no sabes que es el Pipirigaña! Es normal, si ya te digo que casi nadie conoce los juegos antiguos, pero yo te voy a contar como se jugaba. Mientras el cisco se consumía en los braseros y se recibían los consejos oportunos sobre como evitas los sabañones en las manos, cuantas veces cansaríamos a mi abuela Gregoria, con la misma cancamurria mi hermana y yo. -¡Abuela, vamos a jugar al Pipirigaña! Ella, con la paciencia que hace sabias a las personas que han vivido muy extensa e intensamente, casi nunca nos decía que no.

Poned las manos sobre la mesa, con las palmas hacía abajo, que empezamos. Pipirigaña, mata a una araña. / Un cochinito, bien peladito. / ¿Quién lo peló? / ¡La pícara vieja, que está en el balcón! / Esconde esa mano… / Que te pica un gallo. / Uno azul y otro canario. Piii…Piii…Piii. Con cada palabra del Pipirigaña, nos daba un pellizquito en cada dedo que había sobre la mesa y cuando terminaba no paraba de emular el pico de los gallos, golpeando nuestras manos, hasta que las escondíamos debajo de la falda de la mesa camilla.

Me doy cuenta Chipi, que ya he cruzado el ecuador de mi vida, cuando esta juventud de ahora, en vez de hacerme sentir cómodo cuando comparto con ellos, en más de una ocasión logran sacarme de mis casillas; con sus juegos, sus risas y con esa falta de atención, de la que yo presumía cuando tenía sus años. Me doy cuenta de que he vivido más de la mitad de la vida que me corresponde, cuando recuerdo cosas, que ninguno de los presentes ha vivido, cuando cada día

que pasa me acuerdo menos de soñar despierto, cuando mis hijas dejan ver claramente un mohín de contrariedad en sus rostros, cuando trato de darles algún consejo. Me doy cuenta de que camino por las cunetas del otoño, cuando los sofocos persiguen a mi compañera en los fríos días de invierno, me anuncian que cada día que pasa estoy más cerca de ser abuelo. Más de media vida la he recorrido sin estar de acuerdo con las normas que los demás imponen y lo que me queda de la otra media, seguramente la viviré sin atreverme a romper con esos cánones por temor a hacer daño a los demás. Me doy cuenta, sin osar afirmarlo delante de nadie, que para algunos la soledad es el infierno, sin embargo para mí, que se me hace tan difícil la convivencia con los demás, en alguna ocasión cuando estoy solo, me parece estar en el paraíso. Pero al fin y a pesar de haber gastado media vida en naderías, ahora vuelvo a gozar de la libertad que tenía cuando era niño y para darme cuenta de lo sencillo que resulta vivir con estos pensamientos y tener esta

actitud hacía lo cotidiano, solamente he tenido que gastar, “eso”, media vida.

Hoy es domingo y como siempre me levanto temprano, salgo al patio y te veo en tu jaula saltando de un lado al otro, siento cierta melancolía y antes de ponerme a escribir, pongo un disco con las glorias de Vivaldi, lo que contribuye a crear un ambiente de misticismo y añoranza. Me vuelven a venir a la mente recuerdos de mi niñez, no se por qué motivo revivo como si fuera ayer, el día que se casó mi tío Jerónimo. Era menor que mi padre, tuvo que nacer antes de que comenzara la guerra civil, porque cuando fue a pedir la partida de bautismo para poder casarse por la iglesia católica, resulta que no constaba por ningún sito, porque la iglesia se había quemado durante la contienda y se habían destruido todos los documentos que se hallaban en los archivos de la parroquia. Debido a este hecho, le exigieron que para poder casarse, antes tenía que volver a bautizarse, lo que para toda la chiquillería fue motivo de mofa y algarabía.

Un sábado a mediados de agosto del sesenta y seis o sesenta y siete, fuimos todos con gran júbilo al bautizo, era la primera vez que veíamos al cura echarle el agua por la cabeza a alguien mayor. En el pueblo de Río Tinto estaban celebrando las fiestas de San Roque, así que aproveché la ocasión para sacarle al padrino alguna propina extra para montarme en los caballitos y en el tren de la bruja. El domingo por la mañana se celebró la boda, apenas me acuerdo de la ceremonia. Mientras subíamos la cuesta que nos llevaba al Alto de la Mesa, barrio donde vivían y se celebraba el convite, delante de mí,

el

señor Ulpiano resoplaba mientras tomaba un poco de resuello, Ulpiano era el padre la novia, que a partir de entonces también era, mi tía. En aquellos tiempos el coche más utilizado era el de San Fernando, por lo que el padrino sudaba la gota gorda, mientras arrastraba sus ciento cincuenta kilos por aquella cuesta arriba. La señora Adela, su mujer, era menuda, ágil como una gata cuando caza, llamaba la atención una pareja tan dispar.

Donde se celebraba el bodorrio no había frigorífico, por lo que a otro chaval y a mí nos mandaron a la fábrica del hielo, a por un par de barras, para enfriar las bebidas, así que cogimos un barreño de zinc y otra vez para abajo, cuando hacíamos el camino de vuelta, muy bien dobladito me encontré un billete de veinte duros, (sesenta céntimos de euro) ¡Menuda fiestas de San Roque pasé aquel año, Chipi!

En las mañanas solitarias de los sábados de Agosto, cuanta paz se respira Chipi, de fondo una flauta travesera y un clavecín, hacen que la armonía sea casi perfecta, solo faltan tus trinos, que no se para que ocasión mejor los estás guardando. ¿Pero quién soy yo para disponer de tus cantares? Una suave brisa hace bailar a los visillos, que caprichosos, rozan una y otra vez mi cogote, haciendo que los bellos se me pongan de punta, un suave escalofrió recorre mi espalda y, los recuerdos se empujan unos contra otros, pero hay uno que sobresale por encima de los demás, me estoy viendo delante de un espejo obligado a mantener una postura de sumisión, mientras el barbero

una y otra vez con la punta de las tijeras picotea en los pelillos de mi nuca. Las cosquillas, las risitas nerviosas y los escalofríos, hacen que el señor Damián tenga que estar continuamente modificando la posición de mi cabeza y de sus manos. ¡Cómo pasa el tiempo! Hace por lo menos diez años que no piso una peluquería, el poco polo que me queda, todas las mañanas me lo afeito sin esfuerzo alguno, parece que fue ayer cuando los remolinos de mi frente no dejaban a mi abuela peinarme a su gusto. Dejo volar mi imaginación y me voy por los cerros de Úbeda. ¡Ahora que lo pienso! ¿Dónde se puede estar mejor que en los cerros de Úbeda? Desde

allí

se

puede

contemplar

el

valle

del

Guadalquivir con sus inmensos olivares, desde lo alto de esos montes sería donde Machado escribió: campo… campo, campo / entre los olivos / los cortijos blancos. La plaza de Vázquez Molina, en el centro de Úbeda, me maravilla, con la iglesia del Salvador, el palacio de

los Cárdenas, el palacio de don Francisco de Cobos, la iglesia de Santa María de los Reales Alcázares… Paseando por sus calles, se da uno de bruces con el hospital de Santiago, conocido también como el escorial andaluz, dicen que en esta obra echó el resto el arquitecto Andrés de Vandelvira. Palacios tras palacios, conventos, casas señoriales, iglesias…, en definitiva, pasear por sus calles y sus montes es reencontrarse con otros tiempos, vivir el esplendor de otra época, es visitar un museo de arquitectura en sus calles. Mis palabras se amontonan, / a lo lejos se oyen perros, / patrimonio de la humanidad / son se Úbeda… sus cerros.

Morían

junto

con

la

tarde

de

Cartagena,

dos

relámpagos, en lo más lejano de este mar, que hoy se me antoja hermano del mar Cantábrico, por lo plomizo y picado que está. Por detrás del Roldán, la fina lluvia por un momento, de sol se ha llenado, desde la calle Real estoy

contemplando La Atalaya con su giralda de acero, afilada, apuntando hacia el cielo, muchos días como hoy, juega con las nubes al escondite, no es frecuente tener tres o cuatro días de lluvia seguidos, así que aprovechemos

este

lujazo.

Las

luces,

se

han

encendido hoy antes de tiempo, son las siete de la tarde y ya parece de noche. Desde el arsenal o no sé de donde, se escuchan unas salvas, una corneta manda arriar la bandera y luego recuerda a los caídos por España en cumplimiento de su deber tocando oración.

Como

envidio

el

patriotismo

de

los

americanos de los EE UU., el amor por su país. En el nuestro, todavía algún presidente autónomo tiene la desfachatez de llamarlo “esta nación de naciones”. Como diría Federico Trillo, en un lapsus cuando era presidente del congreso de los diputados. ¡Manda güevos!

Mi madre Chipi, es una mujer amena, independiente, muy independiente, con un corte de pelo parecido al de los hombres y con una piel tan tersa y suave que, para si quisieran algunas modelos. Donde quiera que vaya,

siempre la acompaña una inseparable bolsa de plástico, en alguna ocasión me ha picado la curiosidad de echarle un vistazo para ver que esconde en su interior, pero me sujeto y trato de imaginar la trama de una novela de suspense de Aghata Christie. “El gran secreto de la bolsa de plástico” Todas las tardes cuando subo hasta la arboleda Santa Ana, ella ya baja, nos cruzamos en el camino, nos damos un beso y con un hasta mañana, nos despedimos. Pero esta tarde cuando he llegado a medio camino, me la he encontrado sentada en un banco y raro el ella, está sola, así que me he sentado ha hacerle compañía, nos hemos puesto ha hablar de nuestras cosas, de costumbres antiguas de Andalucía, de los campos de Huelva. Hace fresco a pesar de ser las cuatro de la tarde. Ella no quiere que se le note, pero una soledad tan inmensa como el universo, la abraza, algunas veces hasta casi ahogarla, día a día está aprendiendo a vivir con ella y a su manera le hace ver al mundo que es feliz.

Te voy a contar Chipi lo que sentí cuando la vi bailar sobre un tablao en un hotel de Salou, aquella muchacha tenía duende. Serpentinas de colores / dibujaban sus caderas, / la mantilla entre sus manos / pinceladas de acuarela. / Su pelo… como la noche, / con reflejos de luna llena, / un clavel atravesaba / por el medio una peineta. / Dos pendientes realzaban / si cabe más sus orejas, / y sus ojos desgastaban / hasta las mismas candelas. / Su nariz respingaba un poco / lo mismo que toda ella, / su vestido se ajustaba / como se ajustan las cuentas. / Los labios al sonreír / mostraban dientes en hileras, / que ni un desfile de soldados / guardan tan bien las maneras. / Dos senos desafiantes / danzan a la par que ella, / mientras tiembla una guitarra, / y una garganta se queja. / Los zapatos hieren tablas, / las piernas dicen sentencias, / al compás de voces rotas / se emocionan hasta las piedras. / Hay poesía en su cuerpo, / duende… dónde baila ella, / a los bellos pone firmes, / se me erizan hasta las cejas.

Parece que fue ayer cuando nació mi nieto y ya ha cumplido ocho meses, él no lo sabe todavía pero; tiene a mi alma secuestrada, he dejado pasar un tiempo prudencial para poder contar cosas de él. El viento contra los mástiles / suena como cien carracas / y un tío vivo de nubes / al sol le dan la matraca. / Una gaviota sostiene / el azul del cielo en sus alas / y recordando a mi nieto / con el mar mezclo mis babas.

Su cabecita es redonda, / sus orejitas dos señas, / sus ojillos dos luceros, / su boquita agua fresca. / No puede hablar… se lo impide, / su edad… es lo que lo frena, / si no tuviera seis meses / sabría que tiene dos piernas. / Con sus manitas me agarra / como a un sonajero la oreja / y sus abrazos tan chicos / hay que ver como me llenan. / Con su ternura me saca… / casi siempre cosas buenas / y sin saberlo me ata, / el corazón con cadenas.

Por la carretera pasan / manadas de coches bravos / un berrear de bocinas / atan al silencio sin clavos. / El

niño lo mira todo: / el cielo, las nubes, los claros, / a su abuelo lo acaricia / con los ojos al mirarlo. / Una bandada de pájaros, / cotorras por seña y santo, / al abuelo y a su nieto, / asustan con falsos cantos. / Las nubes lo cubren todo, / cada una ocupa su escaño, / y la mañana se mece / en cuna de cobre y estaño. / Antes de llegar a Santa Ana, / el niño se duerme soñando, / el abuelo sin palabras / canta una copla silbando. / Pasean con parsimonia, / marcándole al tiempo un tanto, / el silencio ahora se escucha, / ¡mañana se Viernes Santo! / pasan por un camino / con flores en ambos lados, / abre el niño sus ojillos, / ¡espera… vuelve a cerrarlo!

Mi madre, chipi, se ha ido para siempre en busca de la soledad del otro mundo, se ha muerto sola, como no dándole importancia a la muerte, sentada en su sillón y mirando la televisión, siempre temí que pudiera acabar de esta manera, pero ella así lo quiso, siempre prefirió vivir de la añoranza por los hijos lejanos, que con la compañía del que vivía a un paso de ella. Me voy a callar porque seguramente acabaría queriendo

modificar la historia. En la insomne noche del velatorio le escribí estos versos. Sola… con tu soledad, / viviste, como quisiste, / sola… con tu soledad, / sin avisarnos te fuiste. / Sola… con tu soledad, / a tu manera, perdiste, / sola… con tu soledad, / ¡qué triste día… qué triste!

Si queréis discursos, demandádselos a los hombres, pero si lo que queréis son actos, a las mujeres. Esto lo afirmó Margaret Thatcher, (La dama de hierro). Por la experiencia que tengo en el trato con algunas mujeres, no me queda más remedio que estar de acuerdo con ella. Yo conozco mujeres de hierro como Margaret Thatcher, las he visto ganar batallas en guerras intolerantes, mujeres que han perdido sus amores y sus dignidades, que las derrotó la vida por errores propios o por exceso de vanidades, mujeres con valentía, con sus miedos, con coraje, poniéndolas como ejemplo le sacan los colores al aire, mujeres que templan sus nervios después de decir verdades, que se emocionan, que lloran, que parecen irreales, mujeres que con esfuerzo,

cambian iras por sonrisas, que comparten esperanzas con quien más lo necesitan, he recibido sugerencias de mujeres que querían, que saliera de un infierno al que no pertenecía, conozco heroínas de cuentos, fábulas que son reales, Juanas de Arco a cientos, triunfadoras a millares, conozco mujeres de hierro con voluntades de jade, de pensamientos abiertos, vencedoras de adversidades.

Hoy por casualidad, he pasado por el Molinete, solamente queda abandonada la historia en cada una de sus piedras y un par de putas que se resisten al paso del tiempo. Desde este cerro, estoy contemplando Roma y piedra tras piedra, emergen los fantasmas de la historia, ruinas, ruinas y más ruinas, calzadas, columnas, teatros, el silencio de la muralla bizantina se escucha en esta tarde de verano y desde aquí oigo los gritos que dan las espadas al cruzarse en lo más alto. ¡Qué silencio se respira a estas horas! Solo escucho a algunos patos y surgen veloces como el viento, en cada rincón, las voces del pasado.

¡Qué quietud hay en este cerro! ¡Este aire me está abrasando! ¡Qué desolado está este domingo! A lo lejos, presumo las cuadrigas de los romanos. Las ruinas me hablan y gritan a los del senado, pero solo yo escucho sus lamentos, no hay nadie más para escucharlos y me voy con la tristeza del jugador arruinado, en las Puertas de Murcia respiro, ¡lo contemporáneo y el ayer viven al lado! Todavía en la calle Mayor, cuando dirijo al puerto mis pasos, en mis sienes retumban las voces del ayer y de los romanos. Alguien me toca en el hombro, ¡estás como alelado! Sonrío igual que un tonto, ¿será verdad que estoy atontado?

Por casualidad Chipi, hoy ha caído una carta en mis manos y me he quedado sorprendido y admirado, te la voy a leer. Carta de Díos a un alcohólico: No me dirijo al orgulloso, ni al poderoso, ni al famoso o encumbrado, me dirijo a ti, al enfermo, al infortunado, al humilde, al borrachín perezoso, a la vergüenza del mundo, a los que estáis o habéis estado apresados por

el alcohol. Entre tus débiles y temblorosas manos, he depositado, lo que a los más cultos hombres les he negado, “el Don de la Curación” No se lo he dado a los científicos, ni a los estadistas, ni a las esposas, ni a las madres, ni siquiera a mis sacerdotes, ni a escritores, ni a periodistas. Solo en ti confío para que lleves a buen puerto

este

barco.

Debes

usar

este

Don

desinteresadamente, tienes que saber que lleva consigo una gran responsabilidad, ni un solo día tiene que parecerte una eternidad, ni las razas, ni los credos, ni las distintas culturas, deberán detenerte, no alardees jamás de ser superior a nadie. No alegues nunca que tu tiempo es demasiado valioso, que ninguna tarea sea para ti demasiado dura, piensa que todo esfuerzo tiene a la larga su recompensa, no des ningún caso por lastimoso que parezca, por perdido y piensa que la tolerancia es una buena cura para el orgullo. Que no te importe la crítica, siempre habrá alguien que no esté de acuerdo contigo, lo hagas como lo hagas, no dejes a la suerte o al azar lo que está en tus manos, que las ofensas que te hagan, choquen contra la

muralla de tu indiferencia y que las virtudes que poseas sean siempre apolíticas. Tus motivos serán la mayoría de las veces mal juzgados, pero piensa, que lo que los hombres llamáis adversidad, para ti, debe ser la universidad que te lleve hacía el camino de la espiritualidad, más si a tus esfuerzos el triunfo acompaña, se prudente, no creas que has llegado a ninguna meta, nunca pienses que fue por tu talento por lo que fuiste seleccionado. Durante mucho tiempo fuiste un borracho y ahora que no bebes, te doy el Don de poder transmitir a los demás como lo estás haciendo.

Esta noche he soñado que estaba en el cielo, quiero pensar que de visita. Hombres y mujeres estábamos callados, para escuchar a Díos, nos cogíamos las manos. ¡Díos! Como lo definiría yo… era más bien achaparrado, tenía una guitarra colgada del cuello y Camarón estaba sentado a su lado, no era en absoluto como en las estampas, rubio y con el pelo largo, tenía una barriga

prominente, también estaba un poco calvo, hablaba como hablaba

yo, como hablan

los borrachos,

permanecía vuelto de espalda, con la mirada perdida entre sus manos, se apoyaba en una nube, que era rosa por algunos de sus lados, respiraba prepotencia por tenernos embelesados. Al darse la media vuelta, me quedé petrificado. ¡Yo era el mismísimo Díos! ¿Todavía estoy asustado!

Esta mañana, mientras daba un paseo por las calles de Cartagena, ha pasado una furgoneta muy despacio y formando tal ruido, que casi era imposible escuchar el mensaje que trataba de pasar, pero por los letreros que llevaba en ambos lados y por el monito que iba encima amarrado con una cadena, he podido deducir sin muchos esfuerzos, que trataba de anunciar las funciones de un circo. El tití me ha hecho recordar un suceso que me ocurrió en Sevilla cuando yo era niño. Un día de los muchos que tuvimos que desplazarnos desde mi pueblo a la ciudad, mientras hacía tiempo para entrar en la

consulta del oftalmólogo, vi a un titiritero que estaba haciendo jugos malabares en bar de una calleja, mientras tanto en la puerta de la tasca, amarrado en un carrito de feria, había un monito tití, que se estaba alimentando de su propia impaciencia, con curiosidad de niño, poco a poco, fui cogiendo confianza y acercándome al simio, le tiré un caramelo para que se lo comiera, pero; fuera porque el mono era torpe o porque el caramelo estaba muy bien envuelto, el caso fue, que no lo podía desliar, bastante enfurruñado y chillando como si lo estuvieran matando, no paraba de moverse de un lado a otro, reliándose con la cadena. Mi

conciencia

de

niño

bueno

no

me

permitió

permanecer como un simple observador, traté de coger la golosina para quitarle el envoltorio, pero el hijo puta del mono, de repente se transformó en una fiera salvaje, por un momento me pareció el mismísimo King-Kong, sobre mi pecho sin pelos, de un salto se me subió y me pegó tres bocados, cuarenta y tres arañazos me dio, me rompió la camiseta, mis gafas las destrozó, mi honor lo dejó tocado y cuando mi madre me vio, me pegó dos cocotazos ¡La madre que lo parió!

La vida no para de correr y en ese maratón sin límites nos involucra a todos, lo que pasa es que no nos paramos un momento para poder verlo, ocurren tantas cosas a nuestro alrededor y a tanta velocidad, que creo que el cerebro humano no está preparado para adaptarse a esa carrera, necesita un tiempo para poder procesar todos los avatares que van ocurriendo en el día a día. La enfermedad, esta vez en forma de cáncer, ha hecho presa en algunos de mis amigos. Al señor de los anillos, después de robarle el habla, ha intentado ponerlo de rodillas en más de una ocasión, creo yo, que sin conseguirlo, pero como esta enfermedad es un enemigo incansable, al final ha conseguido derrotarle, solamente, de la forma que le quedaba, arrebatándole la vida, seguro que estará dándole la tabarra al más paciente de los santos. No nos habíamos repuesto de ese mal trago, cuando Suspiro, durante el disfrute de las vacaciones estivales, cogió lo que a simple vista parecía un resfriado, desde que visitó al médico, hasta que se fue a hacerle compañía al señor de los anillos,

apenas transcurrió un mes. De nuevo el cáncer se cebaba con alguien que creía que tenían las mismas probabilidades de padecerlo, los que fuman que los que no, ella era una fumadora empedernida. La cerrazón que produce la dependencia de alguna sustancia, en este caso el tabaco, hace que la mente humana se vuelva en sus conclusiones, absurda, se por mi propia experiencia que es así. Lo mejor, después de haber dejado atrás las adicciones que producen el alcohol y el tabaco, etc., no es ganar calidad de vida, ahorrar dinero o no molestar a los demás, no, lo mejor es; la no dependencia, ser libre para beber agua o respirar aire, puro o no, es otro cantar. Algunos, en un intento por reconciliarnos con la vida, hemos dejado atrás estas adicciones, después de habernos pasado de la raya, hace ya algunos años, y claro no conseguimos del todo darle esquinazo a esta enfermedad que acecha sin piedad en cada esquina. No me quejo, lucharé con el tesón de los que creen que esta vida merece la pena ser vivida.

En algunas ocasiones, el desánimo intenta apoderarse de la fortaleza y de la esperanza con la gozan algunos privilegiados, en más de una ocasión lo consigue y, es que cuando se trata de mirarnos en lo más profundo de nuestro ombligo, no siempre nos gusta lo que vemos, si tenemos la suerte de gozar de una mente abierta a la comprensión,

tampoco

simplemente con aceptar

tiene

porque

gustarnos,

que somos de carne y

hueso, tendría que ser más que suficiente para que nuestra conciencia nos dejara en paz con ese asunto de la perfección. El emprender un nuevo día, no debería significar gastar un día más, con la rutina de haber pasado un millón de veces por las mismas situaciones, si por el contrario soy capaz de enfrentarme al nuevo día, como lo que es, no otro día cualquiera, sino un día nuevo, lo tendría que vivir de distinta manera al de ayer, solamente los errores del pasado deben servirme de experiencia para no volver a caer en los mismos, ¡pero mucho ojo! Tendré que armarme de paciencia y ser tolerante con los nuevos errores que cometeré en ese nuevo día.

Dicen los iluminados, que de esta forma se forja la sabiduría.

Hoy he bajado a Cartagena Chipi con la intención de visitar la feria del libro, que la inauguraban esta mañana a las doce del mediodía. Para no complicarme la vida, he dejado el coche aparcado en las inmediaciones del estadio Cartagonova, al cruzar el puente que duerme sobre la rambla de Benipila, he podido observar con gran sorpresa, que la cubre un manto de hierba fresca, el agua que ha caído en estas últimas semanas en forma de chaparrones, le ha venido al campo como anillo al dedo. Donde quiera que pose mi vista hay alguien con un perro, me pregunto, si esto será una moda o por el contrario, se busca en la mayoría de las ocasiones compartir la soledad con un animal, que devuelve caricias por puntapiés. Al bajar el puente, me doy de bruces con el ajetreo de la ciudad, veo que comparten la alameda de San Antón, una jauría de coches con peatones tan absortos en sus asuntos, que no tienen tiempo ni oportunidad de contemplar la maravillosa vegetación que tienen sus

jardines. Algunos jubilados, improductivos, se recrean criticando estos tiempos modernos, otros sin embargo, esa misma modernidad les obliga a ocuparse de sus nietos, se ven más abuelos que padres cuidando a los niños. ¿No estaremos criando una generación de niños mimados? Llego hasta la plaza de España, me permito la licencia de cruzar dos semáforos para parear por el medio del parque, todos los columpios están vacíos, solo algunos transeúntes lo cruzan, un operario del servicio de parque y jardines bosteza apoyado sobre la caja de su camión, sus frondosos árboles apenas dejan pasar algún rayo de sol. Paso por delante de una óptica, que siempre anuncia en sus escaparates, que tiene ofertas de gafas graduadas, ninguna vez que he entrado

con la

intención de

aprovechar dichas

oportunidades, he tenido la ventura de beneficiarme, ya sea por falta de existencias o por que los cristales que yo necesito, no entran en las susodichas ofertas. He decidido no volver a visitarlos. Cuando entro en la calle del Carmen, me paro, pienso que es la calle más señorial de toda Cartagena,

Aun cuando muchas de sus fachadas están tapadas con toldos, ya sea porque la están restaurando o porque

están

haciendo

nuevas

viviendas.

Los

comercios empiezan a abrir sus puertas, el crujir de las persianas se mezcla con las voces que da un hombre que vende cupones de la O.N.C.E. (La mierda, el agua, el abuelo, el sesenta y nueve) Entro en única bodega que sobrevive en toda la calle y al entrar, el olor a tabaco y a vino me echan para atrás, a mí, que me he bebido todo lo que sobró de las bodas de Canaán, pero bueno ahora no bebo ni fumo, la bodeguilla es larga y angosta,

tres

o

cuatro

camareras,

todas

ellas

sudamericanas, atienden al personal que se agolpa sobre la barra, sus modales, aun siendo correctos, denotan una suficiencia, que seguramente es con la se cubren las personas que no acaban por integrarse en una sociedad que declara a bombo y platillo, que no es racista, pero que al referirse a alguien que se llama Abderramán, decimos el moro ese. Me tomo un refresco y no pudiendo soportar más el descaro de las ecuatorianas, me voy murmurando por lo bajini. ¡Qué se habrán creído! Me cruzo con una guapa señora, con

altos tacones, pantalón negro de talle alto, su blusa rosa de amplio escote, enseña el canalillo que separa sus pechos, una melena rubia adorna sus hombros, sus ojos, que supongo claros, tapados por unas gafas de sol me parece que me miraron un momento de reojo, en lo último que tuve oportunidad de fijarme, fueron sus labios, que pintados de sensual rojo, hacían que más de un mortal volvieran sus miradas para admirarla, algún pensamiento lujurioso, seguro que se apalancó en alguna mente masculina. Me siento en un banco y contemplo con la boca abierta los caprichos que tiene la naturaleza para asombrarme, hay unos macetones grandes de madera con unos arbustos o arbolillos, con una forma tan bonita y peculiar como curiosa y no puedo por menos que cada vez que paso por aquí pararme contemplarlos. Sigo el paseo, llego hasta el monumento del Icue, no sin antes sortear un par de camiones del servicio de alcantarillado del ayuntamiento, que están haciendo su trabajo, las mangueras y los cables que hay extendidos por el suelo, junto con el agua que han derramado los operarios, hacen que el tránsito, si no peligroso, se

vuelva difícil. Tuerzo hacía la calle Santa Florentina, me embriaga el olor a café, por unos momentos, estoy tentado a degustar uno, pero la sensatez me aconseja que no me lo tome, respiro tan hondo para gozar con ese olor, que se me escapa una lágrima, cuando paso por la tienda de discos, como hago siempre, me paro, no está en mi pensamiento comprarme ninguno, pero aun así, leo los títulos de todas las carátulas que hay en los escaparates. Sin darme cuenta, me encuentro sentado en un banco de la plaza Juan XXXIII, desde donde estoy, veo que todavía no han terminado de colocar los libros en las casetas de la feria, vuelvo a leer el programa de actos y me confirma que todavía es temprano, falta una hora y media para el mediodía, saco de mi mochila un cuaderno y un bolígrafo y me pongo a escribir. Un barrendero, celoso con su trabajo, no deja de amontonar con un rastrillo, las hojas secas que el otoño derrama por toda la plaza, sin darse cuenta, quiero creer, levanta una polvareda que hace que cambie de banco en tres ocasiones, para no ahogarme con el polvo. Me vuelvo por el mismo

camino por el que he venido, porque mi impaciencia no me permite esperarme a la hora de la inauguración. ¡Otro día vendré!

Voy a leerte una carta que le he escrito al periódico de La Verdad, a ver qué te parece Chipi. Anoche,

mientras

la

conciencia

de

la

ciudad

descansaba su apatía delante de la conciencia del televisor, se me hizo un nudo en la garganta, que todavía esta mañana apenas me deja pasar el desayuno. Creyendo que iba a hacer una obra de caridad, me acerqué a alguien que me da la sensación de que toda su vida ha estado acaparando soledad, él se cree el dueño de las afueras del hospital de Los Pinos. Le acompañaban:

la

enfermedad,

la

tristeza

y

la

resignación de los que saben que han perdido todo en la vida, y me asaltan algunas preguntas y muchos reproches. Durante años, día tras día, noche tras noche, le he visto en el mismo sitio, rodeado de miseria y de bichos,

teniendo por vecina a la desesperanza que tienen todos los que han perdido su dignidad. Me acerco y le hablo, por respuesta, obtengo un balbuceo que me resulta imposible de entender junto con un montón de toses y pitos, que salen de su pecho atropelladamente, sin duda alguna, me da la impresión, de que el alcohol tiene mucho que ver con el estado tan lamentable que presenta. Seguramente los remordimientos, por argumentar mil veces, que ese no es mi problema, son los que no me han dejado pegar ojo en toda la noche, hoy no quiero privar a mi ego, de hacer algo por este hombre, que sin encontrar otra solución, se ha rendido ante la vida. Me dirijo a exponer el caso ante los asistentes sociales del ayuntamiento y me dicen que ya conocen el caso y que tiene difícil solución, porque el indigente no quiere que se le interne en ningún centro. ¿Entonces tenemos que permanecer impasibles, hasta que una mañana alguien se lo encuentre muerto? ¡Alguien debería hacer algo! Aunque sea en contra de su voluntad, él no está en condiciones de poder discernir, que su salud es lo más importante, para eso,

supongo yo, que está el estado del bienestar, del que tanto presumimos cuando tenemos la más mínima oportunidad. Me dirijo a usted, con la esperanza de que, si lo considera oportuno, lo publique en el periódico que dirige.

Hace algún tiempo que no me pongo delante del ordenador a escribir y es que ahora no tengo a nadie a quién contarle mis cosas, porque resulta que a pesar de lo que yo creía. ¡Si pensabas en la libertad, Chipi! No se si estuviste mucho tiempo urdiendo tu fuga o si fue una cosa fortuita. Aquella mañana cuando fui a limpiar tu jaula y a reponer tu comida, te noté especialmente inquieto, cómo siempre no puse el menor cuidado en tapar los huecos que quejaban libre en tu jaula, había hecho tantas veces la misma operación sin tú mostraras el más mínimo interés por escaparte, que pensaba neciamente que el aprecio que sentías por mí, era más fuerte que las ansias que todos los pájaros muestran

por la libertad, pero estaba equivocado y antes de que apoyara tu cárcel en el poyete de la lavadora, la Diosa Fortuna, esa mañana se alió contigo, dejando caer uno de los palitos en donde tantas veces subido has dado tus serenatas, el palo se interpuso entre la jaula y el apoyo y tú aprovechaste el hueco para escapar. El patio no es muy grande, está cubierto por un tejado translúcido y una celosía que da el exterior también prisionera detrás de una mampara de polivinilo, solamente un huequecito que servía de gatera a un minino que tuvimos y que en su día, después de hacerle muchos feos a mi mujer, decidió no volver, era el escape que quedaba libre, por una parte hubiera preferido que no lo vieras, para seguir alimentando mi ego con la creencia de que me preferías a la libertad, emprendiste el vuelo sin vacilación, seguro de lo que querías, con la determinación de aquel qué durante mucho tiempo ha estado planeando y paladeando su fuga. Durante el par de segundos que tardaste en alcanzar tu emancipación, me asaltaron una legión de temores, por ti y por mí, corrí para abrir la puerta que estaba cerrada

con llave, con la esperanza todavía, de que tú Chipi estuvieras posado en algún tejado cercano esperando a que te llamara, pero no, te alejaste de tu prisión como los fugitivos huyen de la justicia. Volví a entrar en casa, resignado y en el fondo del corazón, contento. ¡Qué tengas mucha suerte! ¡La vas a necesitar! Limpié tu jaula con mayor esmero que cuando vivías en ella, por si algún día, decides volver Chipi.

Hace por lo menos un mes desde que te marchaste a volar por esos mundos de Díos, ahora me resulta muy difícil ponerme a escribir sin escuchar tus trinos, así que tendré que usar otra técnica para poder seguir contando las cosas que vienen a la memoria. Los conciertos de flauta de los grandes clásicos ayudan, pero no es lo mismo, ni mucho menos, me conformo pensando que tú estarás dando un recital en alguna parte del campo y que es ahora la primavera la que goza de tus cantares. De todas maneras algunos compañeros tuyos, con el plumaje más parduzco y con el descaro de los que

desconocen el miedo, se posan en los nísperos que tenemos en el jardín y mientras picotean los frutos más maduros, a su manera también alegran los cielos y a mí. ¿Cómo te va Chipi? Si pasas por aquí y puedes perdonar que durante una temporada estuvieras encerrado. ¡Pósate en los árboles! de la que todavía es tu casa y regálame una de tus serenatas. ¡Cuéntame lo que sientes! A ver si se parece a lo que sentí yo cuando fui liberado de las garras del alcohol ¿Dime que no guardas ningún rencor hacía mí, que no abrigas algún deseo de venganza! Alguien dijo en alguna ocasión que el que reclama venganza, debe cavar dos tumbas. Yo he comprobado que la ira es un dudoso lujo, que yo no me lo puedo permitir. El otro día sin ir más lejos y ante una situación que no tiene la mayor importancia, comprobé que toda situación puede empeorar si me empeño en ello. Estaba haciendo una instalación con tubos de cobre en un cuarto de baño, al realizar un salto en una tubería que estaba en el techo del aseo, tuve que utilizar varios codos de distintos grados, se

me cayó uno al suelo, bajé de la escalera y lo recogí, lo limpié y le puse otra vez pasta flux, al colocarlo de nuevo, se me cayó otro, volvía bajar y otra vez la misma operación, cuatro o cinco veces repetí la misma maniobra, al tener las manos resbalosas por la pasta y mi ánimo airado por las circunstancias, se me volvieron a caer, cuando me agache a cogerlas de nuevo, dije en voz alta: “¿Pero es posible que pueda sucederme algo más? ¡Púes si! Se me cayó el chicle que acababa de meterme en la boca. ¿Cuántas veces agravé situaciones por no estarme quieto? No acometas obra alguna con la furia de la pasión, equivale a hacerse a la mar en plena borrasca, esto lo pensaba Thomas Fuller. Los años vividos y esta mente abierta de la que gozo ahora, hacen que esté completamente de acuerdo con él.

Desde una de las múltiples terrazas que hay en las casas en las que estoy trabajando, después de dos años me ha parecido verte llegar, golpeando los cristales una y otra vez y no he podido reprimir la emoción, una lágrima, que se ve que estaba preparada

esperando este momento ha hecho su aparición en mi mejilla como por arte de magia. Te llamo: Chipi… Chipi….Chipiiiii. Y trato inútilmente de emular tus trinos: Piii…Piii…Piii…, pero tú ni me escuchas, sigues insistiendo, revoloteando y golpeándote sin cesar contra los cristales. Un estucador que está rematando una de las fachadas, me mira y casi gritando me dice; ¡Tío, estás como una cabra! Te pierdo de vista por unos momentos y supongo que estás tomando resuello en el suelo de la terraza, reflexiono un momento y la realidad acaba por imponerse, me doy cuenta entonces de que el canario que intenta entrar en la casa, no eres tú. Una

inesperada

melancolía

me

envuelve

secuestrándome en ese instante, dándome cuenta de que te añoro más que tú a mí. Porque quiero pensar que estás disfrutando de esa libertad que buscaste tan de repente, siendo realista y viendo a este compañero tuyo luchando por entrar en una casa cualquiera, me invade el temor de que a ti te haya podido la añoranza de la melancolía y hayas terminado en la jaula de cualquiera.

Pensaba alargar estas conversaciones contigo y como ya ha pasado un tiempo más que prudencial para que hayas vuelto, aquí y ahora doy por terminada mi relación contigo canario amigo. ¡Siempre te echaré de menos! ¡Adiós!

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