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DROGAS Conceptos, Miradas y Experiencias. Claudio Rojas Jara EDITOR
DROGAS Conceptos, Miradas y Experiencias Claudio Rojas Jara EDITOR DROGAS Conceptos, Miradas y Experiencias Editor: Claudio Rojas Jara Primera Edi

Director Fernando Tuesta Soldevilla. Editor Carlos Reyna Izaguirre. Editor asistente Jessica Bensa Morales
ELECCIONES Director Fernando Tuesta Soldevilla Editor Carlos Reyna Izaguirre Editor asistente Jessica Bensa Morales Consejo editorial Samuel Abad, Cri

Claudio Lozano Director
Este material busca sintetizar el conjunto de elementos que es imprescindible tomar en cuenta para pensar la crisis que hoy afronta el Sistema Previsi

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pampa pensamiento/acción política

Responsable Editor Claudio Lozano Consejo Editor Karina Arellano Lucía De Gennaro Sebastián Scigliano Fernando Bustamente Martín Rodríguez Arte de tapa e ilustraciones Ana Celentano Participan en este número Alejandro Kaufman Maristella Svampa Isabel Rauber Ernesto Laclau Eduardo Rosenzvaig Diseño y composición Nahuel Croza Agradecimientos Ariel Minimal Rafael Chinchilla Soraya Giraldez Héctor Maranessi Instituto de Estudios e Investigación CTA Redacción [email protected]

Administración Av. Independencia 766 C1099AAU - Buenos Aires Teléfono: 4307-3637

sumario apuntes de un debate PERSPECTIVAS

DE UN MOVIMIENTO POLÍTICO Y SOCIAL A PARTIR DE LAS MEMORIAS DEL 2001

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Claudio Lozano / Avance popular, crisis de hegemonía y obstáculos para la profundización democrática (Argentina 2001-2006)

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Alejandro Kaufman / Politizar lo experto

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Maristella Svampa / Modelo de dominación, tradiciones ideológicas y figuras de la militancia

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Isabel Rauber / Construir el actor colectivo

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pensar lo nacional LA CONJURA SANGRIENTA DEL DESIERTO

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Fernado Bustamante / De fundaciones, desiertos y otras pertenencias nacionales

73

Karina Arellano / “La vanguardia es así”

81

comunicación, lenguaje, discurso

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ENTREVISTA / Ernesto Laclau. Populismo o la lógica de la dicotomización como práctica hegemónica

91

Lucía De Gennaro / Sobre los posibles usos del concepto de articulación

97

Sebastián Scigliano / Instituciones

103

Eduardo Rosenzvaig / La fragilidad y el Capitalismo

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La pampa es una ilusión; es la tierra de las aventuras desordenadas en la fant asía del hombre sin prof undidad. Todo se desliza, animado de un movimiento ilusorio en que sólo cambia el centro de esa grandiosa circunferencia. Ahí el hombre grosero empieza de nuevo; el hombre culto concluye. EZEQUIEL MARTÍNEZ ESTRADA

editorial

Una ilusión trae certidumbre. Pampa no es el terreno pampeano ni su mapa, es una ilusión obsesionada por lo real que no termina de ser huella ni destino. Es la zona oscura del mundo imaginario, necesariamente verdadera para pensar lo nuestro, su grandeza y su horror. Significación del llano que devela otros terrenos, fallas que ponen en jaque sus propias representaciones. Allí no hay contradicción sino convivencia y conciencia de lo ausente. Pues la patria no es una llanura. Es, en todo caso, un entramado de ondulaciones modales, de modos de habitar lo propio, que conjugan el verbo en tonos armónicos a veces, crispados otras. Y si es la Pampa su fondo eterno, lo es en tanto cuestión a resolver, en tanto pregunta abierta e irresuelta. De conjurar la inmensidad se trata, entonces, la palabra, esta palabra. Libertad –grito sagrado–, que queda flotando en cada instante de la historia como un banco de niebla que nada disuelve ni aleja a su paso. Históricamente, la libertad exacerbada retóricamente se expuso en programas y mecanismos culturales mientras las condiciones materiales para que exista lo libre en la vida cotidiana de los argentinos se hundieron en el desprecio por el otro. Los intentos de refinamiento de los instintos pampeanos, o sea, los esfuerzos por convertir a la Pampa en algo social, culto, limpio y espiritual, fueron las máscaras de una naturaleza que desde el momento que se nombra no conoce otra historia que la de circunstancias que existen desunidas. En ese sentido, la cultura nacional y sus legitimaciones no terminan de nombrar lo nuestro. Humedades, islas y pamperos. Una certidumbre, un divorcio y una necesidad. La frase memorable de Martínez Estrada propone una mirada y trae una serie de resortes a la experiencia interrogativa de qué hacer con Argentina. ¿Cómo pensar la cultura de un país sin caer en el extremo cuidado de la historia? pampa | 7 |

Los modos en que se interpretó la historia, el tiempo, el mundo; las ideas, la acción política y la cultura instalaron al pensamiento exclusivamente en las lecturas coyunturales y los medios; ese enjambre de papers y sus corsets proyectuales, que en muchos casos no han hecho otra cosa que generar su propia supervivencia. Así, la discusión se ha reducido a la denuncia de responsables, cadenas de castigos, cifras presupuestarias, meras declaraciones de derechos, nombres de personas e ineficaces llamados a la participación. Desde esa impronta, las políticas de estado y los medios son los que protagonizan los reclamos sobre una cultura argentina posible y el peligro, justamente, será que la dimensión de lo pensable y deseable en Argentina quede reducido a la gestión o la mera representación. Por su parte, la inteligencia argentina no fue ajena a un pensamiento fundado en la especialización que reprodujo más poder de los jefes de empresas, de los altos funcionarios, de los dirigentes de grandes organismos profesionales y políticos, por un lado, y más sumisión de los que sólo tienen acceso a los resultados del conocimiento, en el mejor de los casos, por el otro. El enmascaramiento del instinto dejó en nuestro presente una cultura cruzada por la compleja relación entre lo vital y lo voluntario pampeano –“el hombre grosero empieza de nuevo, el hombre culto concluye”–. Máscaras para ocultar un instinto ancestral que desea dejarse doblegar al paso de la historia. Infantil reflejo para disfrazar la naturaleza desoladora, imaginario estético o formas reguladas de un comportamiento impaciente que buscó trascender el tiempo. Esgrimir la palabra contra un país injusto e incapaz de aceptar la libertad no sosiega el cansancio que han provocado las discusiones sin horizonte alguno. En esta trama, la labor intelectual quedó, también, tan huérfana como otros de aquel gesto de voluntad ante la historia que la comprometía con la vida, que le otorgaba sentido a su propia condición. Ilusión, potencia, palabra. Somos hijos del siglo deseosos de ser arrancados de la promesa incumplida, de la nostalgia cons| 8 | pampa

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tante. Umbral entre el cuerpo que acepta la violencia sin mediaciones y lo real que arranca a la reflexión de ese mismo horror. ¿La intención? Aceptar que el papel de unir en esta Pampa y sus múltiples horizontes posibles es aportar a una transformación de la política y la cultura que siembre condiciones para un terreno más libre, más justo y comprensible. Comprensible, justamente, para entender que la libertad es mucho más difícil de construir que la justicia. Unir, como principio activo de hacer fraternal un encuentro que no juzgue, que no envenene, que asuma la honda tristeza, que libere. Proteger la poética ilusión de una vida armoniosa, sin enojos ni culpables.

editorial

Intento de ingresar a un lugar de discusión más interesante que el terreno resquebrajado de las pragmáticas identitarias. Acción previa y posterior al mutismo. El debate de ideas sobre cultura y política en la Pampa ha sido silenciado por derecha y por izquierda. No puede permitirse que se renueven las figuras policiales que dejaron fuera las palabras que produzcan una discusión permanente y estructurante. Instituciones culturales que discutan y construyan hábitos y creencias para una convivencia pampeana, final y justamente armónica. Empezar y concluir en un mismo movimiento. | pampa CONSEJO

EDITOR

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apuntes de un debate

p er sp ec t i vas de un mov imient o p olít ic o y s o c i a l a p a r t ir de l as memo r i as del 20 01

A MEDIADOS de 2005 el Espacio de Subjetividad, Discurso y Acción Política del IEF organizó una mesa de reflexión sobre las perspectivas de movimiento político y social. Cuatro son los trabajos que conforman esta aproximación a repensar la condición actual que atraviesan las organizaciones políticas y los vínculos sociales que poseen como colectivo desde su activismo cotidiano. Participaron de este encuentro –junto a los integrantes de la mesa nacional de la Central de Trabajadores Argentinos–, y del presente dossier, Alejandro Kaufman, Maristella Svampa, Claudio Lozano e Isabel Rauber. Desde Pampa consideramos oportuno reproducir parte de aquel trabajo compartido con los representantes de la Central, ya que la construcción política y la significación de esta organización sindical constituye una red de ideas, políticas y acciones que expresan significantes de amplios idearios de los sectores populares organizados. Desde esa perspectiva, su trascendencia en la constitución de movimiento político es un marco de reflexión privilegiado desde donde analizar los diferentes procesos de transformación de las prácticas que acontecieron a partir de la crisis del 2001, las distintas caracterizaciones de la etapa que conviven desde esos días y las referencias ideológicas y conceptuales que juegan a la hora de proponer país. La relación entre movimientos sociales, acción política y representación recorre las diferentes reflexiones y relatos. La misma remite a problemáticas como la ausencia de conducción consciente del campo popular; la crisis de hegemonía; las nuevas formas de dominación y figuras de la militancia; el drama del micro-fascismo argentino y la pregunta por el actor colectivo de la acción movimientista que recorre el pensamiento de la militancia y el activismo contemporáneo. | 10 | pampa

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Avanc e popular, cr isis de hegemonía y obst áculos para la prof undización democrática (A rgentina 2001-2006) por CLAUDIO LOZANO

Lo que aquí se expone es una “reflexión situada” a partir de dos puntos de referencia fundamentales. Por un lado, una práctica concreta de construcción e intervención política desde la Central de los Trabajadores Argentinos. Por otro, una concepción que tributa en un proyecto emancipatorio, entendiendo que es el ejercicio de la soberanía popular lo que permite poner en suspenso las condiciones de dominación y favorece el avance a “situaciones políticas de mayor justicia”. Ese ejercicio de la soberanía popular, dada la historia de nuestro país, le otorga, desde nuestra visión, a los trabajadores y al trabajo un lugar principal, y dadas las transformaciones recientes obliga a considerar como trabajadores tanto a los asalariados en blanco de los sectores más dinámicos, como a aquellos que transitan en la informalidad, la ilegalidad y el desempleo.

I. Reflexionar desde las memorias del año 2001 ¿Qué fue lo que sostuvimos en aquel momento? Afirmamos que los procesos de movilización política que nuestro país viviera durante el año 2001 y que se sostuvieron durante el 2002 habían sido

capaces de cuestionar la hegemonía que los sectores dominantes construyeran en nuestra sociedad durante la nefasta década del noventa. El año 2001 podía ser caracterizado como el verdadero final de la dictadura militar. Es decir, aquel momento en el cual los procesos de resistencia y construcción política que nuestra sociedad había puesto en marcha desde el genocidio dictatorial en adelante, habían permitido desarrollos organizativos y expresiones colectivas lo suficientemente importantes como para cuestionar, en autonomía, las estrategias dominantes. Nuestra lectura no acentuó la evaluación exclusiva y excluyente del 19 y 20 de diciembre. Pretendimos situar dichas jornadas en el marco de lo que había ocurrido durante todo el año 2001. Entendimos que se había vivido un importante proceso de movilización política a nivel nacional y regional. Proceso que comenzara a nivel de América Latina con la primera reunión del Foro Social Mundial de Porto Alegre –febrero del 2001–, y que en términos locales había continuado con el derrocamiento del intento de colocar a López Murphy –paladín del neoliberalismo–, como Ministro de Economía del Gobierno Aliancista. El citado derrocamiento se dio bajo un marco de movilización política y pampa | 11 |

fractura del gobierno de De la Rúa. La incorporación de Cavallo al Gabinete de entonces y su estrategia del “déficit cero” fue resistida con fuertes movilizaciones populares en todo el país. Se vivieron luego las elecciones de octubre del 2001, que bien pueden caracterizarse como una verdadera advertencia popular al sistema institucional, signadas por la estrepitosa derrota del gobierno nacional que sacó 5.500.000 votos menos que dos años antes; el triunfo de un justicialismo que ganó perdiendo 1 millón de votos y un espectacular incremento del ausentismo electoral. A posteriori, entre el 14 y el 17 de diciembre, se materializó la consulta popular del Frente Nacional contra la Pobreza, experiencia inédita de participación convocada y realizada por un arco amplísimo de organizaciones populares de diferentes características y que obtuviera una masiva respuesta a la propuesta enarbolada de “Ningún hogar pobre en la Argentina” que fue legitimada por más de tres millones de votantes. Es en este recorrido de todo el año 2001 donde nosotros ubicamos la “reacción popular” del 19 y 20 de diciembre. Reacción que amasó su potencia en el desarrollo político previo de la experiencia popular, pero que en ningún caso se vinculó con ninguna estrategia explícita de organización alguna. Sin embargo, en paralelo con lo expuesto, una mirada en profundidad de los acontecimientos de aquel momento, sí permite observar los movimientos que realizara una parte del sistema político articulado con facciones del poder económico local, en dirección a promover una estrategia de | 12 | pampa

“desestabilización institucional”. Es fácil hilvanar la relación entre el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires de aquel momento, los comportamientos de Eduardo Duhalde, la conformación del denominado “Grupo Productivo” –UIASRA-CAME, etc.–, y la propuesta devaluacionista, en el marco de la penuria de legitimidad que atravesaba el gobierno de la Alianza. La mixtura entre la estrategia de una parte del sistema de poder de la Argentina y la reacción popular, ante el hambre, el desempleo, la definición del Estado de Sitio y la sustracción del dinero por parte de los bancos, son los componentes de las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre. Reacción popular que se transformó en el acontecimiento capaz de llevar al límite la ilegitimidad del sistema de representación. Todo el proceso de movilización política fue capaz de poner en crisis la hegemonía de los sectores dominantes. Utilizamos, por tanto, para la caracterización de ese momento, la idea gramsciana de crisis de hegemonía. Idea entendida como “aquel conjunto de relaciones que definen el funcionamiento de una sociedad y que en determinado momento histórico no pueden reproducirse bajo el liderazgo de las clases dominantes y con el reconocimiento de las clases dominadas”1. Durante el 2001 se hizo manifiesta la imposibilidad de los sectores dominantes para mantener el régimen vigente bajo condiciones de legitimidad. La segunda definición que situamos en relación estricta con el 19 y 20 de diciembre, es que del julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

mismo modo en que esas fechas mostraron la potencia de la movilización popular en su capacidad para ilegitimar un régimen de desigualdad y cuestionar las prácticas deleznables del sistema político tradicional, también revelaban el límite de las experiencias populares. La peculiaridad de la situación argentina consistió en que la “crisis de hegemonía” convivió con la “ausencia de dirección consciente de la experiencia popular”. Las luchas populares fueron capaces de clausurar la experiencia neoliberal –en lo que hace a sus núcleos fundantes de sentido y como perspectiva de futuro para el país–, al tiempo que abrieron condiciones políticas para poner en discusión un nuevo proyecto de sociedad. Sin embargo, la experiencia política de los sectores populares accedió a esta nueva etapa en ausencia de una organización política reconocida por el conjunto de las organizaciones populares y en capacidad de intervenir en el nuevo momento institucional. Confirmado el fracaso durante la experiencia democrática de las fuerzas históricas de la Argentina –radicalismo y justicialismo–, como canales para afirmar procesos de reforma social en la etapa post-dictatorial, la puesta en marcha de nuevas experiencias tanto en el campo social como institucional no habían logrado afirmar una dirección consciente del campo popular. Es en función de esta caracterización que nuestra Central sostuvo que era necesario aportar a la tarea de construirla, señalando entonces la necesidad de promover un Nuevo Movimiento Político Social y Cultural en nuestro país. Definición que sostuvimos

ratificando que para esa nueva experiencia política resultaba estratégica la consolidación de una Central de Trabajadores. Como en toda crisis de hegemonía, que como es obvio supone también la existencia de diferencias al interior del bloque dominante respecto a cómo organizar el régimen capitalista en la Argentina –dolarización vs. devaluación–, señalamos en aquel momento que ante la misma se planteaban, a futuro, tres escenarios: 1) el mantenimiento autoritario del bloque dominante en el poder; 2) la reconstrucción hegemónica del bloque en el poder y 3) la afirmación de una nueva coalición política que permitiera replantear las condiciones vigentes en nuestra sociedad. Planteada la visión respecto a lo acontecido durante los años 2001 y 2002, ¿qué efectos produjo sobre la presente etapa política abierta en el 2001 –y sobre la experiencia de las organizaciones populares–, el hecho de que la misma se haya transitado en ausencia de una dirección consciente del campo popular?; ¿cuál de los tres escenarios que formuláramos como hipótesis de salida de la crisis de hegemonía estamos transitando?

II. Sobre la etapa política post-2001 La capacidad que nuestro pueblo mostró de hacerse presente, cuestionando las representaciones tradicionales –incluida la de los medios de comunicación–, no sólo ilegitimó al régimen dominante, sino que logró ponerle límites a la estrategia de violencia económica y de autoritarispampa | 13 |

mo político, que se expresara desde el final del gobierno de De la Rúa hasta la convocatoria electoral realizada por el Gobierno de Duhalde. La frase expuesta merece dos aclaraciones. Por un lado, la referencia a que durante el proceso de movilización política se cuestionó la propia representación de los medios de comunicación supone reconocer que éstos proponen como lógica de la política: el espectáculo y la escena, donde el marketing mediático sustituye la participación popular y confina a la ciudadanía al lugar de espectadores pasivos que deben opinar y/o elegir sobre la escena presentada. La ruptura con esa lógica, expresada en los niveles de movilización de la sociedad y en el papel dinámico y central que ocuparon las nuevas organizaciones populares –entre ellas nuestra Central–, fue una de las claves del año 2001. Asimismo, el intento de mantenerse de manera autoritaria por parte del bloque en el poder, que casualmente fuera uno de los escenarios que habíamos previsto, encontró límites para su afirmación o perpetuación en el marco de las movilizaciones del año 2002, siendo su momento final la respuesta popular a los asesinatos de Maximiliano Kosteky y Darío Santillán. Es en ese contexto en el que emerge el Gobierno del Presidente Kirchner. La movilización popular y los límites a la estrategia autoritaria de Duhalde, a la opción de Reutemann y a la propuesta electoral de De la Sota, definirán el terreno que posibilitará, en el marco de la nueva gestión institucional, la materializa| 14 | pampa

ción de un conjunto de cuestiones centrales para la lucha popular. En tal sentido, deben destacarse aspectos del momento inaugural de la gestión gubernamental. Uno de ellos es la afirmación de un nuevo discurso público cuestionador de la lógica y el paradigma de los noventa, reivindicativo de la militancia y los ideales de los setenta, comprometido con el logro de justicia para con los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura y fundado en apelaciones a la cuestión nacional y la distribución del ingreso. Por otro lado, la renovación de la Corte Suprema de Justicia y una nueva política en materia de Derechos Humanos que promovieron la depuración de las Fuerzas Armadas, la derogación de las leyes de obediencia debida y punto final, y el traslado del máximo ícono del horror –la ESMA–, desde la Armada a los organismos de Derechos Humanos. También, se afirmó un discurso público en materia económica y política que provocó, incluso, conflictos con el Ministro de Economía Roberto Lavagna –procedente de la gestión anterior–, y que se basaba en: • Señalar la corresponsabilidad de los organismos multilaterales de crédito (FMI, Banco Mundial) en la problemática del endeudamiento externo. • Afirmar una nueva estrategia en materia de relación con las privatizadas que incluía la recuperación del papel del Estado (Ej: estatización del Correo y del espacio radioeléctrico), y que impedía el aumento de tarifas. • Apertura al diálogo con las distintas organizaciones populares pluralizanjulio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

do incluso la interlocución sindical. El recibimiento de la CTA por parte del propio Presidente de la Nación así como la incorporación de la misma al Consejo del Salario son ejemplos de lo mencionado. • Reivindicación de las políticas de ingresos basadas en la recuperación del salario mínimo y de los haberes mínimos jubilatorios. • Reivindicación de una idea de transversalidad como criterio para la construcción de una coalición política capaz de transitar la nueva etapa en vigencia. • Puesta en forma de una nueva estrategia en materia de política exterior, que por lo menos en las definiciones políticas y regionales rompe con el “alineamiento automático con los Estados Unidos”, al tiempo que parece buscar mayores márgenes de autonomía (Ej.: Mercosur, Venezuela, modificación en las relaciones con Cuba, etc.). ¿Qué impacto produjo esta peculiar combinación entre crisis de hegemonía y ausencia de dirección consciente sobre el desarrollo de la coyuntura política? La ausencia de una dirección consciente no resultó neutral en el devenir de la coyuntura política y, en consecuencia, el marco de cuestionamiento popular al régimen vigente, que signara los primeros momentos de la gestión Kirchner, comenzó a modificarse. Dicha ausencia permitió, con antelación al gobierno de Kirchner, la “reorganización de la sociedad argentina y por lo

tanto la resolución de la crisis en lo relativo a sus fundamentos estructurales”. Es decir, los aspectos centrales de la reorganización social post-crisis fueron encarados durante la fase autoritaria que encarnaran De la Rúa primero y Duhalde después. Cuatro cuestiones fueron esenciales en dicho período. En primer término, tuvo lugar la estrategia de contención represiva sobre la movilización popular. Los hechos que acontecen entre el 19 y 20 de diciembre del 2001, y el asesinato de Maximiliano Kosteky y Darío Santillán, reemplazaron la metodología de “represión legal” que se había afirmado durante los noventa y que se expresara en el aumento sistemático de “militantes procesados”, por la amenaza, el atentado y el asesinato de militantes populares. Segundo, la reorganización del patrón de acumulación de la economía argentina vía devaluación, fijó las nuevas condiciones de explotación de la fuerza laboral en base a la fijación de un nuevo piso salarial. Tercero, se consolidó un cuadro de violencia social en base a la ampliación de los niveles de pauperización de la sociedad. Y, por último, se afirmaron condiciones para la reconstitución del vínculo –puesto en crisis–, del sistema político tradicional con los sectores populares. La combinación de elecciones en etapas –no simultáneas–, y la instrumentación del Plan Jefas y Jefes de Hogar coadyuvaron a dicho objetivo. Consideremos. Tanto la reorganización del patrón de acumulación vía devaluación pampa | 15 |

como el cuadro de violencia social producido por el nivel de pauperización de la sociedad, obligan a considerar dos cuestiones. En primer lugar, el impacto que produce sobre una sociedad movilizada, la percepción de que las condiciones de resolución de la crisis definieron un deterioro brutal del nivel de vida de la población –los niveles de pobreza saltaron de 14.600.000 personas a finales del 2001 a casi 21.000.000 a finales del 2002–. En segundo lugar, aparece claramente que el “ajuste brutal sobre las condiciones de vida” fue previo a la asunción del gobierno de Kirchner. Es más, es impensable la recuperación que vivió la actividad económica por fuera de dicho ajuste vivido. Éste, acompañado de una nueva situación internacional con precios inmejorables y bajísimas tasas de interés en el plano mundial, definieron las condiciones para desplazar la valorización financiera y sustituirla por la posibilidad de realizar ganancias extraordinarias en los negocios de exportación y luego en los segmentos del consumo asociado a los sectores más acomodados de la población. Son estas condiciones las que están por detrás de la recuperación de la actividad económica que, como es sabido, comienza a plantearse a partir del segundo semestre del año 2002. Es decir, la fase ascendente del ciclo económico es previa a la asunción del actual gobierno; tanto como la agudización de la desigualdad que sostiene la fase ascendente. Desde esta perspectiva es difícil pensar que el patrón de acumulación inaugurado luego de la crisis resolverá lo que en gran medida lo constituyó. Dicho de otro modo, la desi| 16 | pampa

gualdad no es la “deuda pendiente del patrón de acumulación inaugurado”, es en gran medida su “condición de existencia”. Por otro lado, queda claro, que con tasas de desocupación que superaban el 20% y niveles de pobreza por encima del 50%, las prácticas de intervención sobre los sectores populares del sistema político dominante habían sido desbordadas y puestas en cuestión por el avance y desarrollo de experiencias de organización popular y base territorial. En este marco, el pasaje durante el año 2002 de un total de 200.000 planes para desocupados a cerca de 2.200.000 con el Plan Jefes –donde sólo 250.000 tuvieron por destino las “organizaciones territoriales de trabajadores” y la gran mayoría fue administrada por vía estatal ya sea nacional, provincial o municipal–, transformó a estos “planes” en un instrumento estratégico en la recomposición de las citadas prácticas de intervención sobre los sectores populares de cara a las elecciones distritales que en el marco de una salida institucional “controlada” se desarrollaron a partir del año 2003. Seguramente el pasaje de la Argentina del “que se vayan todos” a la del país en el que “no se fue casi ninguno”, tiene bastante que ver con lo expuesto. También éste es el contexto concreto en el que se inscribe la gestión de Kirchner, ya que, a nivel de los gobiernos provinciales, las modificaciones fueron prácticamente inexistentes. La ausencia de una dirección consciente de la experiencia popular, posibilitó que el julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

reordenamiento post-crisis de la sociedad argentina fuera encarado por el viejo y cuestionado sistema institucional articulado con la facción devaluacionista del poder económico local. Proceso éste que se desplegó en un escenario ciertamente autoritario donde los contenidos de represión física y social resultaron claves. Es decir, la resolución de la crisis de hegemonía requirió del pasaje por el escenario del “mantenimiento autoritario del bloque en el poder”. Sin embargo, pese al límite que exhibieron las fuerzas populares y que impidiera la intervención de las mismas en el rediseño institucional y económico, sí pudieron volver a aglutinarse frente a la agresión de la fase autoritaria cuestionando su continuidad y evitando el triunfo de Menem.

III.Sobre la etapa económica post-devaluación El primer aspecto a señalar es que luego de producida la devaluación con sus secuelas de ajuste en materia de ingresos, se observa una inversión del signo que venía describiendo en los últimos años la economía argentina. Del proceso de caída en la actividad económica y destrucción del empleo que se abriera en 1998, se inicia a partir del segundo semestre del año 2002 una fase de recuperación de la actividad y creación de puestos de trabajo que, como es obvio, actúa como bálsamo de contención para amplios sectores de la comunidad. Este hecho que claramente otorga mayores y mejores condiciones para la legitimación de cualquier gestión

gubernamental, debe ser puesto siempre en el marco de las determinantes estructurales que definen y rodean el citado proceso. Corresponde precisar los siguientes elementos a efectos de desmontar ciertas afirmaciones que contribuyen a re-situar, bajo un discurso diferente, la ya conocida teoría del derrame. Formulación que más allá de intencionalidad alguna impacta naturalizando la pobreza y potenciando las expectativas en la remanida idea de que el crecimiento resolverá en algún futuro los problemas heredados del pasado. Concepción que le asigna al presente el sólo lugar de la espera. Los elementos a precisar son los siguientes: 1. Aún con las importantes tasas de crecimiento que ha registrado la economía en los últimos tres años, el producto por habitante –riqueza– que genera nuestro país es apenas superior al del año 1974. Es decir, Argentina es un país que exhibe un cuadro de estancamiento estructural que lleva ya tres décadas –0,2% de crecimiento anual durante 30 años– durante las cuales hubo momentos de ascenso y declive en el comportamiento económico. Afirmar que ya ingresamos en un proceso de crecimiento que se sostendrá en el tiempo supone que se habrían modificado las tendencias que hasta el momento exhibiera la Argentina en materia de inversión. En la práctica, esta variable, determinante del futuro económico del país, evidencia no sólo una magnitud reducida como para sostener un proceso de crecimiento con las tasas que hasta el momento se han dado, pampa | 17 |

sino que además mantiene severos problemas de composición. En este sentido, la vigencia de una fuerte desigualdad en la distribución de los ingresos –los ingresos populares representan el 26,7% del PBI– define que el ritmo de expansión y la composición de la demanda en el mercado local, esté determinado por los sectores de mayores recursos –representan aproximadamente el 60% del consumo total de los hogares–. Por esta razón, una parte sustancial de la inversión –prácticamente el 60%– son “ladrillos” asociados al boom inmobiliario de carácter residencial y privado que se despliega en los principales centros urbanos del país. Es decir, el componente de capital reproductivo en el total de inversión es muy bajo, lo cual, por lo menos, transforma en aventuradas aquellas hipótesis de que hemos ingresado en una senda de crecimiento sostenido. 2. Considerando el ciclo corto desde que se inicia el proceso recesivo –mediados del 98–, a finales del 2005 se superaba el nivel de actividad de aquel momento –no obstante, aún estábamos por debajo en términos de producto por habitante–, pero sobre la base de otro esquema de negocios, y en base a un cuadro social que revela mayor desempleo, menores ingresos y mayor empobrecimiento. 3. Lo expuesto indica que tiende a cristalizarse un nuevo escalón más bajo en términos de nivel de vida a la salida de la crisis. Esto es así porque la economía postdevaluación combina mayor riqueza con más pauperización relativa. Asimismo, los datos disponibles indican

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una reducción del impacto social del crecimiento. En concreto, la generación de empleo es menor, la proporción entre empleo ilegal, informal y formal no se modifica sustantivamente, y los puestos de empleo registrados exhiben menores ingresos que los históricos. Lo señalado es tan cierto como el hecho objetivo de que el 2005 revela mejores condiciones sociales que el año 2002. 4. El nuevo esquema fiscal a partir de la devaluación medido a valores constantes –es decir sin considerar la inflación– permite sacar dos conclusiones. En primer lugar, que el 70% del superávit se explica por el ajuste del gasto público. Pero además sobre este gasto menor, la expansión de los gastos en inversión se financia con el retroceso de la masa de salarios y de la asignación de recursos en partidas sociales. 5. Los procesos mencionados de caída en la participación de la masa de ingresos de los ocupados y de ajuste fiscal indican que la cúpula empresarial más concentrada ha logrado restablecer sus condiciones de rentabilidad en base a una mayor explotación de la fuerza laboral, al tiempo que pudo descargar el pago de deuda pública dominantemente sobre el ajuste del gasto. A su vez, la consideración de los nuevos niveles de rentabilidad que benefician a la producción de bienes en desmedro de los servicios, exhibe los mayores márgenes en las actividades de menor valor agregado (a saber: petróleo, minería, agroindustria, siderurgia elemental, etc.). julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

6. Argentina demuestra que a pesar de los cambios en el esquema de precios producidos por la devaluación, sigue siendo una economía capitalista donde muy pocas empresas en muy pocos sectores realizan ganancias extraordinarias a expensas del resto de las empresas y del conjunto de la sociedad. Esto redunda en el mantenimiento y profundización de la desigualdad y en una baja tasa de inversión que nos devuelve una y otra vez al estancamiento por distintas razones. A saber: agotamiento de la capacidad instalada, estrangulamiento externo, inflación, conflictividad social, deterioro de la fuerza laboral y de su base de recursos naturales, etc.

Los elementos descriptos permiten precisar entonces que la etapa actual transita en el marco de la legitimidad que otorga a la gestión gubernamental la fase de ascenso del ciclo económico, pero que la misma aparece amenazada por la reducción a futuro del derrame social del crecimiento, y por los limites que resultan del tipo de reorganización estructural que se consolidara en la economía argentina luego de los últimos treinta años. En suma, más allá de la coyuntura de relativa mejoría que en términos económicos se observa respecto a la situación de “fondo de pozo” que Argentina exhibiera hasta mediados de 2002, la economía nacional sigue evidenciando una profunda desigualdad –resultante del colapso de la convertibilidad y la devaluación–; mantiene una baja tasa de inversión, y tiene por lo tanto, un pronóstico reservado.

IV. La ausencia de dirección conciente Los efectos que ha impuesto la ausencia de dirección consciente del campo popular se han hecho presentes en tres niveles: 1. Dificultades en la relación del gobierno con las organizaciones populares En tanto las experiencias populares que crecieron durante los noventa y que protagonizaron las movilizaciones del final de la década, se construyeron en disputa con las prácticas de intervención que el justicialismo tiene sobre los sectores populares –Ej.: intendentes, gobernadores, CGT, etc.–, y el nuevo Presidente era parte de esa estructura; la primer clave de la relación entre el gobierno y las organizaciones fue la distancia e incluso la desconfianza. Parece conveniente considerar este punto a la hora de evaluar las diferencias políticas que se observan en los distintos países de la región. Más allá de la gestión concreta que puede darse hoy en Brasil, Uruguay, Bolivia o Argentina, lo cierto es que Lula, Tabaré y Evo Morales fueron parte del proceso concreto de construcción de las nuevas fuerzas de signo popular de dichos países –PT, Frente Amplio, MAS–. En Argentina, la década del 90’ fue el momento donde, por primera vez en mucho tiempo, se consolidaron estrategias de poder popular claramente por fuera de la experiencia de un Justicialismo que emergió –Menem mediante–, como el rostro institucional principal del sistema de dominación. En el marco de dicho proceso, Kirchner se mantuvo dentro de la estructura del Justicialismo y más allá de afipampa | 19 |

nidades o vínculos personales con algunos dirigentes o referencias, no participó orgánicamente del citado proceso. Esta situación sumada al control minoritario que el nuevo Presidente tenía sobre la estructura del Justicialismo, favoreció una estrategia de centralización de las decisiones en el Ejecutivo vía el uso de los decretos de necesidad y urgencia, que tendió a afirmar la gestión más en el decisionismo presidencial que en la potenciación de la movilización y la organización de la sociedad. La ausencia de dirección consciente se expresó en el hecho objetivo de que las experiencias populares y la gestión del nuevo gobierno no eran el resultado de un proceso común. Esto limitó la capacidad de transformar a las instituciones en canales de convocatoria para una gestión más abierta, donde la voluntad de participar que la población había exhibido a la hora de cuestionar, pudiera transformarse en una mayor intervención orgánica de la sociedad en las decisiones. No se apeló a recursos institucionales que promovieran la participación directa como el plebiscito o la consulta popular, que permitieran a la sociedad un mayor protagonismo en la definición de la nueva etapa del país. No se promovieron formas más directas de participación social en la asignación de los recursos públicos, ni tampoco se profundizó el respaldo legal a una mayor y mejor organización de los trabajadores al interior de las empresas. En este marco general, y más allá de aspectos puntuales donde determinadas decisiones institucionales actuaron articuladas con la participa| 20 | pampa

ción de las organizaciones populares –Ej.: Anulación de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, Cooperativas de autoconstrucción de viviendas, convenio colectivo para los estatales nacionales, Ley de Financiamiento Educativo, desarrollo rural, etc.–, el proceso descrito abrió paso a formas de relación del gobierno con las organizaciones sujetas a maniobras donde la demanda de adhesión, es decir de oficialismo, ocupaba un lugar central en el vínculo. Asimismo, el no ser parte de un proceso común de construcción produjo el efecto inverso en el seno de las experiencias populares. En algunos casos el discurso y ciertas realizaciones institucionales fueron “leídas” por algunos sectores como estrategias de “apropiación oficial” dando lugar a cuestionamientos opositores fundados más en el “pasado o en la historia” de quienes gestionan, antes que en el resultado concreto de la propia gestión. En síntesis, la “ausencia de dirección consciente”, es decir el hecho objetivo de que la construcción popular y la nueva gestión no eran el resultado de un “proceso común de construcción”, se expresó en la instalación como dicotomía dominante de la etapa del dilema oficialismo-oposición. Situación que inhibió la posibilidad de potenciar la participación y la organización de la sociedad en el proceso de toma de decisiones. 2. Desconfianzas, conflictos y fracturas entre las organizaciones populares. El hecho objetivo de una gestión que era capaz de enunciar un discurso que julio 2006 | nro.1

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retomaba núcleos importantes de la experiencia de las organizaciones populares e incluso daba lugar a logros institucionales, pero que al mismo tiempo era percibida como ajena a la propia construcción, abrió debates al interior de las organizaciones respecto al alineamiento que las mismas debían tener frente al gobierno. Por tanto, el dilema “oficialismo-oposición” debilitó la capacidad y la iniciativa que había sido propia de las organizaciones populares limitando su protagonismo en el plano nacional y recluyéndolas en estrategias sectoriales, temáticas o locales. Por cierto, si estas organizaciones habían sido protagonistas del proceso de movilización de los noventa, esto también debilitó la participación de la sociedad. 3. Dilema Oficialismo-Oposición, menor protagonismo popular y límites en la gestión gubernamental El hecho objetivo de que la nueva gestión y el avance de las organizaciones populares no fueran el resultado de una “estrategia común” signó de contradicciones a la gestión gubernamental. Posibilitó que el dilema “oficialismo-oposición” desplazara de la agenda pública el debate acerca del “país que hay que hacer”, y debilitó el proceso de participación de la sociedad. En tanto fuera este último punto el que determinó la novedad política del proceso argentino abierto en el 2001, esto obviamente impactó sobre la gestión gubernamental. Así, del original discurso acerca de la corresponsabilidad de los organismos

multilaterales, el gobierno ha terminado adoptando la denominada “política de des-endeudamiento” que en la práctica supuso que no podía negociarse en autonomía con el FMI, y que la opción consistía en “comprar nuestra libertad” pagando hasta el último centavo. En concreto, si se rifó nuestra soberanía endeudándonos, el des-endeudamiento propone re-comprar la autonomía pagando no sólo intereses sino capital al FMI, el Banco Mundial y el BID. Esta estrategia se coronó con el pago total con reservas al FMI. Pago éste que evidenció los puntos de contacto que la estrategia de desendeudamiento tenía con las propuestas que los Estados Unidos venían impulsando al interior de los organismos multilaterales y que consistían en bajar la exposición de los mismos ante sus principales deudores. Es decir, recuperar su cartera de créditos –Ej.: Rusia, Brasil, Argentina–, a efectos de evitar que estos organismos requirieran de mayores aportes por parte del Tesoro norteamericano. Obviamente, la original idea de la “corresponsabilidad” implicaba que la solución a la crisis de la deuda suponía compartir costos con los acreedores, incluidos los organismos multilaterales. Lejos de ello, Argentina –aún en el marco del default–, nunca dejó de pagar, asumió todos los costos y maximizó sus pagos en el momento de mayor crisis social. Así, entre el año 2002 y el 2005, cuando la recuperación económica no lograba retornarnos ni siquiera a las deterioradas condiciones de vida del año 1998, Argentina completaba pagos del orden de los U$S 30.000 millones. pampa | 21 |

Del mismo modo, del planteo original que incluía la re-estatización de actividades que habían sido privatizadas, se ha pasado al explicito paradigma de la “reprivatización” y al objetivo de tratar de retener a los “operadores privados” articulado con dos definiciones concretas. Por un lado, la “búsqueda de una supuesta burguesía nacional en un contexto donde la cúpula empresarial revela una extrema extranjerización, y donde los pocos grupos locales que subsisten exhiben un comportamiento transnacionalizado que supone el mantenimiento de fondos fuera del país. Por otro, la postergación de importantes definiciones –Ej.: rescisión del contrato de Aguas Argentinas– en función de los avances del proceso de renegociación de la deuda pública. Lo que produjo las siguientes consecuencias: 1) Consolidación de un esquema de negociación con las privatizadas que si bien se funda en reducirles la rentabilidad respecto a las ganancias extraordinarias que obtuvieran en los noventa, se ve acompañado por una menor exigencia en materia de compromisos de inversión y el traslado de dicha responsabilidad al Sector Público y a la comunidad ya sea vía uso de recursos impositivos, la aplicación de “cargos tarifarios específicos”, o la participación directa –aunque minoritaria–, del Estado en algunas empresas con dificultades. 2) Creciente articulación con grupos empresarios que fueron partícipes y beneficiarios del proceso de decadencia de la Argentina –Eurnekian, Brito, Techint–. 3) Renuncia a rescindir contratos absolutamente incumplidos –Ej.: Aeropuertos, Aguas Argentinas, ferrocarriles–, avance en | 22 | pampa

asociaciones de dudosa conveniencia –Ej.: sociedad con Eurnekian en Aeropuertos o participación en Aerolíneas–, mantenimiento de la operatoria en manos de concesionarios privados luego de efectuada la rescisión –Ej.: ferrocarril San Martín–, o constitución de sociedades anónimas con mayoría estatal pero conducidas por los viejos socios de las privatizadas –Ej.: el sindicalismo de Lingeri, y Carlos Ben, Director Adjunto de Aguas Argentinas, al frente de la nueva AySA–. 4) Mantenimiento del Régimen Privado de Fondos de Pensión –condición del Canje de Deuda–, y renuncia a modificar la regulación de los noventa en el mercado de hidrocarburos. Asimismo, de la apertura al conjunto de las organizaciones sociales y sindicales se pasó a la interlocución privilegiada con la CGT y a la ausencia de avances en el terreno de la libertad sindical. Y, de las iniciativas que promovían la necesidad de modificar la Ley de Radiodifusión planteada por la dictadura y que postulaban la importancia de la comunicación pública, se pasó a la renovación hasta el 2015 de las licencias a los multimedios más poderosos de la Argentina. Por último, de la convocatoria a la transversalidad se pasó a una estrategia donde la estructura del Partido Justicialista es el soporte principal del denominado Frente para la Victoria. Esto supone el predominio en parte importante de la geografía política del país de muchos cómplices de lo ocurrido en los noventa en diferentes planos de la realidad. julio 2006 | nro.1

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Podría decirse que el proceso descrito por la gestión del gobierno refleja cierta estabilización, límite e incluso retroceso en el potencial de cambio que, de algún modo, se esbozara al inicio del mismo. Sólo se mantienen, en términos de continuidad, las definiciones en materia de Derechos Humanos, los gestos en materia de política regional y algunos procesos de carácter sectorial –Ej.: Educación–. En síntesis, luego de la crisis del año 2001-2002, arribamos al 2006 con un debate signado por el dilema oficialismooposición que no sólo atravesó la contienda electoral sino que incluso intervino en las organizaciones populares condicionando sus prácticas, fragmentándolas, e impidiendo la profundización del vínculo de las mismas con la propia sociedad. Estos han sido los limites que la ausencia de dirección consciente le ha planteado tanto a las organizaciones populares como a la propia gestión del gobierno. Es obvio que lo expuesto redunda en la dificultad para profundizar la etapa política que supimos abrir en el año 2001 y le resta oxígeno a las necesidades de cambio que las condiciones de nuestro país exigen.

V. Efectos sobre la construcción política y conclusión El predominio de la dupla oficialismooposición sitúa el debate en un terreno donde el centro de la discusión pareciera ser quién gobierna, y no la construcción política dirigida a resolver el límite ex-

puesto en la crisis del 2001. En ese marco, el papel de la construcción política indudablemente se posterga y es sustituido por la tarea de acompañar la gestión en curso –ya que para los oficialistas la misma ha resuelto en la práctica la ausencia de dirección–, u oponerse para derrotar lo vigente, dirección que predica en el desierto y sin posibilidad de recuperar los aspectos de una etapa política donde el avance popular ha hecho sentir sus efectos. Este impacto del dilema oficialismooposición, en el marco de una fase de ascenso del ciclo económico, conduce a ocupar dos lugares absolutamente improductivos. O bien se es oposición, en un marco donde el nuevo discurso dominante recupera ejes básicos del avance popular y donde las mejoras en materia económica tienden a sumir ese planteo en el aislamiento político, o bien se hace oficialismo subordinando la estrategia de las organizaciones populares a los tiempos de una gestión estatal que es resultado de límites que hay que modificar, y para lo cual se requiere de un accionar autónomo respecto a dichos tiempos y en capacidad de considerar el conjunto de los aspectos de la coyuntura nacional. La dupla oficialismo-oposición como lógica para guiar la intervención en el contexto actual, al desplazar y fracturar el debate sobre el Proyecto de país a construir, sólo permite el desarrollo de estrategias sectoriales o distritales, pero obtura el avance en problemáticas de carácter global o colectivo. Si bien la gestión Kirchner emerge en el marco de la derrota de la pampa | 23 |

fase autoritaria posterior a la crisis de hegemonía y obturando el escenario de reconstrucción hegemónico del bloque en el poder, la ausencia de estrategias explícitas que tiendan a replantear la matriz distributiva resultante de las últimas tres décadas de la Argentina, indica que no se transita por un escenario donde se esté forzando, con claridad, una nueva y transformadora coalición política. A su vez, la ausencia de dirección consciente del proceso popular, mencionada, ha debilitado la participación popular al tiempo que le ha puesto límites al potencial de cambio que el gobierno parecía exhibir al comienzo de su gestión. Lo hasta aquí expuesto se sostiene en la idea de que sin la explícita apertura a la conformación de la citada “dirección consciente” no habrá posibilidad de transformar el límite que la sociedad argentina le puso al bloque en el poder, en la afirmación de ese tercer escenario que esbozáramos como una de las alternativas en que puede derivar una crisis de hegemonía: “la construcción de una nueva coalición política capaz de replantear las condiciones de dominación”. Más aún, si se mantuviera la situación actual es factible que se profundice el repliegue de la sociedad y que, consecuentemente, se afirmen condiciones para legitimar un orden político sostenido en una profunda desigualdad. La necesidad de promover un Nuevo Movimiento Político, Social y Cultural, sigue siendo absolutamente imprescindible | 24 | pampa

para sostener un proyecto emancipatorio que requiere, en nuestro país, de manera estratégica, de la consolidación y desarrollo de una organización que nuclée al conjunto de los trabajadores. Esto es así, en principio, por dos razones. La primera, radica en que en el marco de una Argentina signada por la existencia del drama que suponen 14 millones de argentinos en situación de pobreza, no hay construcción política posible en base a la sola enunciación de una sociedad futura que se logrará cuando quienes la anuncian tomen el Estado. Esto sólo cobra sentido en tanto exista capacidad de intervenir en el presente concreto limitando el daño que la desigualdad impone y abriendo instancias concretas y permanentes de reforma y resolución de las problemáticas sociales más inmediatas. El plano principal de la disputa política se da en base a la capacidad de intervención concreta que el discurso y la organización puedan tener sobre la vida cotidiana. De lo contrario, no hay práctica política en capacidad de disputar con la estructura actual del justicialismo, el replanteo de las condiciones de la dominación. Desde esta perspectiva es que se transforma en imprescindible la necesidad de una organización que articule al conjunto de los trabajadores y de los sectores populares. En segundo lugar, la idea de construir un nuevo Movimiento Político no puede ni debe subsumirse en una estrategia electoral. Afirmación esta que no limita ni cuestiona la necesidad de dar todas las disputas electorales que el objetivo del julio 2006 | nro.1

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avance popular exija. Sólo se intenta con lo expuesto destacar el aspecto sustancial del planteo. Si asumimos una definición integral del Estado interpretando como tal a aquel conjunto de instituciones que definen las condiciones de funcionamiento de la sociedad, es indispensable afirmar que en el presente contexto de internacionalización y concentración del poder económico, no alcanza con ocupar las instituciones existentes para modificarlo. Existe una ruptura en la relación entre el voto y la decisión efectiva sobre el rumbo de la sociedad. Una y otra vez, el poder económico se transforma en interlocutor privilegiado de quienes gobiernan sobre la base de la manifestación de un desequilibrio básico fundado en el hecho de que quienes gobiernan la economía votan cotidianamente mientras la sociedad vota una vez cada dos y cada cuatro años. Puesto en términos sencillos: si en una localidad los recursos públicos se asignan sin tomar en cuenta los intereses de la comunidad, eso ocurre porque la propia comunidad no ha logrado gestar aquellas instituciones que de manera concreta le permitan intervenir en dicha decisión. Asimismo, si en una empresa se practica una estrategia de sobreexplotación de los trabajadores, esto no habla sólo del carácter de la patronal sino de la falta de organización colectiva de los trabajadores. Por ende, la organiza-

ción en los barrios, en los sectores de trabajo, en las empresas, no tiene como objetivo la sola coordinación de las reivindicaciones de los sectores populares. Define la condición para la afirmación de una nueva institucionalidad popular que permita gobernar nuestro país en un sentido de mayor justicia. Es por esto que la organización barrial debe ser pensada desde la creación de instancias institucionales que permitan la disputa del presupuesto público, y la organización al interior de los establecimientos privados no debe entenderse como una simple disputa con la CGT. Es imposible subordinar al poder económico más concentrado si los trabajadores de las citadas empresas no están en capacidad de recuperar para el colectivo de la organización social las unidades económicas en las que participan. Es por esto, porque está en juego el gobierno de la sociedad ya que supone avanzar en la alteración de sus condiciones de reproducción, que la decisión de las principales firmas de los grupos locales y extranjeros es impedir, de cualquier modo, la organización de los trabajadores en sus establecimientos. Dicho de otro modo, no hay sociedad que pueda organizarse en base a relaciones de mayor igualdad, si no hay un actor social concreto, un sujeto, en capacidad de disputar palmo a palmo este objetivo. | pampa

NOTAS: 1

ERNESTO LACLAU, CHANTAL MOUFFE; “Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia”- Fondo de Cultura Económica. 2004.

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Po l i t i z a r

l o

e x p e r t o por ALEJANDRO KAUFMAN

Memoria I Estaba sentado en un avión, hace como dos meses. Mientras esperábamos despegar, nos informaron que el avión no saldría porque había paro. Nos bajamos y la gente empezó a increpar a las empleadas de Aerolíneas que estaban en tierra. Yo me puse a discutir con unos pasajeros sosteniendo que la huelga era un derecho constitucional. Ellos siguieron protestando. Empezamos a gritar y respondí: “Váyanse a una dictadura. Si ustedes no pueden soportar un paro es porque son nostálgicos de otros momentos históricos”. Entonces uno de ellos me dijo “Usted debe ser empleado público. ¿De qué trabaja?”. Yo contesté: “Soy profesor universitario” Replicó: “De qué universidad?” “De la universidad pública”, contesté. “Vio. Es lo que yo decía. Es empleado público”. Eso estaría relacionado con el modo en que la experiencia colectiva contemporánea está estructurada por los medios. Este es, hoy, un aspecto central de la acción política. Es decir: el escenario donde tiene lugar el debate es el escenario de los medios de comunicación. Hace unos días, de hecho, analizábamos con Maristella Svampa cómo los mejores militantes populares quedaban vencidos por el dispositivo mediático. Y esa es toda una cuestión. Traigo esta experiencia para aclarar desde dónde estoy hablando. En primer instancia, hablo desde ser un empleado público; de la universidad pública. Ese es un lugar, el lugar universitario, el lugar del conocimiento experto. Hay una segunda dimensión desde la cual analizar eso que se conoce como intelectual, que para mí es un trabajo. ¿En qué | 26 | pampa

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consiste el trabajo de intelectual? En politizar lo experto. No dejarlo en el gabinete académico o en el lugar de la prestación de servicios sofisticados, sino llevarlo al plano político, al plano público. Someter al saber al riesgo de la conversación. El material que se propuso como lectura previa a esta jornada tiene que ver con eso1. Y quiero decir algo sobre esa cuestión que apareció claramente en las reflexiones y producciones post 19 y 20. Una tercera perspectiva desde la cual intervengo es la del activista, en el sentido de base. Es decir, alguien que en la vida cotidiana se compromete con las situaciones de poder y de trabajo. Es algo que nos puede abarcar a todos siempre, aunque hay quienes se ausentan de esa escena. Esta breve introducción me sirve para decir algunas cosas sobre la conversación que tuvimos con María Moreno, para Página/12.2 Esa fue una conversación atravesada por el espíritu de ese momento que no tenía que ver, entonces, ni con el rol del universitario ni con el rol del intelectual. Tenía que ver con el rol del activista, con el rol de intervenir sobre esa situación corriéndose completamente de los lugares de las biografías y del encasillamiento. La conversación con María Moreno se produjo en caliente, en el momento donde no se sabía que iba a pasar. Todavía no se había cumplido un mes del 19 y 20 de diciembre. Hay que recordar que duró varios meses el período en el que uno no podía saber si iba a cobrar el sueldo, se iba a tener que ir del país o si iba a haber una guerra civil. La letra escrita, con el transcurso del tiempo, le da otra perspectiva a las conversaciones. La discusión fue cambiando. Porque es importante considerar que muy poco tiempo después del 19 y 20 había pasado ya la ola, más cuando hacemos evaluaciones del 2001 y los eventuales aciertos o errores que se han tenido. Aquel acontecimiento fue del tipo de los que des-estructuran completamente todo lo que se puede creer o pensar, en ese momento, acerca de la vida social o política. Es lo que caracteriza a un momento revolucionario, insurreccional, un momento

1 “La multitud creadora”. Nota de opinión de Horacio González, en Página/12, 13 de enero 2002. “Qué clase mi clase sin clase”, nota de Nicolás Casullo, en Página/12 del 13 de enero de 2002. “Uno no constituye una acción política por los ahorros”, entrevista a Alejandro Kaufman, 28 de enero del 2002, por María Moreno. “Cacerolas, multitud, pueblo”, entrevista a Horacio González, 11 de Febrero del 2002, en Página/12, por María Moreno. 2 “Uno no constituye una acción política por los ahorros”, entrevista a Alejandro Kaufman, 28 de enero del 2002, por María Moreno, en Página/12.

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digregatorio. En la circunstancia no se sabe qué carácter va a tener. Porque el relato sobre eso se produce a posteriori. En la investigación histórica se empezó a ver en las últimas décadas cómo se configuraron los relatos de las grandes revoluciones. Es decir, de qué manera había un momento informe, indeciso y no definible que después adquirió definición, decisión y características nítidas por los relatos posteriores. Nosotros, que en Argentina siempre estamos discutiendo todo porque somos grandes discutidores de las circunstancias, en el momento del acontecimientos del 19 y 20 de diciembre estábamos hablando de libros, por ejemplo. A mí me preguntaban por libros. Me cuestionaban sobre qué pensaba sobre los libros que bajan de los barcos en el puerto, se traducen y los leemos a ver qué tenemos que pensar. Y en esa conversación con María Moreno había un intento de des-estructurar esa actitud de que había que leer un libro para entender el acontecimiento de diciembre 2001. Porque ese momento insurreccional es un momento en que los libros se deshacen en pedazos. No hay libros. Cuando hay un acontecimiento, una irrupción popular, es cuando las instituciones, y con ellas los libros, se han disuelto. Pero eso dura muy poco. Duró cierta cantidad de semanas en que todos los discursos de los movimientos populares y las organizaciones sociales entraron en estado de disolución. Esa conversación fue publicada dos días antes del llamado encuentro de los piqueteros con los caceroleros, que después fue empleado como una crítica contra la posición que yo sostenía, como si el encuentro donde los caceroleros le cebaban mate a los piqueteros que llegaban de Liniers caminando hubiese cambiado lo que se estaba diciendo ahí. Y, visto desde ahora, podemos pensar una cosa bien distinta. Lo que trataba de hacer ahí era ver en ese momento lo que fue muy claro después: ¿qué era lo que estaba demandando la sociedad en ese momento? Porque las demandas no son necesariamente tan claras como uno puede suponer, sobre todo cuando se des-estructuran los discursos como en una insurrección. Buena parte de ese movimiento social estaba demandando un capitalismo eficaz, la ilusión que había tenido en el período anterior y que había entrado en crisis. | 28 | pampa

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Esto me lleva a señalar la siguiente idea: en los últimos 30 años hemos tenido dos crisis conocidas por todos, el genocidio y la crisis de la disgregación económico social, la de la salida de los ´90, de la convertibilidad. Esta no es una crisis solamente económica o solamente social. Es una crisis mucho más profunda. Es una crisis moral, es una crisis del lazo social. Es una crisis de las expectativas, una crisis de la historia y una crisis de los discursos. Es una crisis del país que se sustentaba sobre la educación pública, por ejemplo, en la que se llegó a discutir si se iba a comer o a educarse a las escuelas. Hay un tema que me parece clave y que estaba alimentando la exposición de ese momento y otras posteriores, que es sobre la funcionalidad de los acontecimientos político-sociales en la Argentina. Hay una pregunta para hacerse: ¿a qué fue funcional la desaparición de personas o la sustracción de los niños en nuestro país? Y otra pregunta para hacerse es: ¿a qué fue funcional la crisis de la post-convertibilidad? La cuestión es: ¿son esas las preguntas que hay que hacerse? ¿hay que preguntarse si esas crisis fueron funcionales o puede haber crisis que no sean funcionales? ¿todo en la historia tiene que ver con una coherencia funcional que lleve a una articulación entre lo que sucede y ciertas consecuencias? Yo creo que no. Yo creo que la historia tiene también componentes de contingencia, de azar, de no racionalidad, de destrucción social. No es cierto que los países no pueden morir. Hay países que mueren, que fracasan. Este es un tema muy caro para nosotros, los argentinos, que siempre miramos hacia arriba y no hacia abajo. Siempre miramos a donde no llegamos y no adonde nos podemos caer. Como nos hemos caído, sería bueno que empecemos a mirar qué hay abajo. Abajo está Paraguay, está Albania. Es decir, países con grandes crisis de todo tipo que han perdido la oportunidad histórica de ser otra cosa de lo que son. Nosotros estamos en ese dilema. Esto se articula con otra cuestión que es cuál es el interlocutor de la acción político social. Porque hay uno que es el Estado, de eso no hay ninguna duda, sobre esto estamos llenos de experiencias, de discursos. Pero hay otro que es el poder político económico que en Argentina tiene características que no lo igualan con los poderes político-económicos de otros países. pampa | 29 |

Memoria II Tengo una idea, que no sé qué base empírica puede tener –eso habría que estudiarlo–, y es que lo que pasó el 17 de diciembre de 2001 tiene profundas conexiones con lo que pasó el 19 y 20 de diciembre de 2001. Sin embargo, noto en el discurso de la CTA un tono de derrota, como si hubiera algo que lamentar. La palabra de Juan González, que me parece de una consistencia ejemplar, donde describe fenómenos objetivos, materiales, de enorme significación, está pronunciada con tono de fracaso, que es lo que quiero cuestionar. Tiene una tonalidad vinculada con las representaciones en el sentido más amplio, es decir, con los relatos. ¿Cuál es el problema de que una organización sindical represente a una parte y no al todo de un movimiento político y social? Creo que no hay una apreciación de la significación que tiene la consistencia, supervivencia y continuidad de la CTA en un país donde no hay nada que haya sobrevivido, donde hay muy pocas instituciones que hayan sobrevivido como instituciones. Uno de los fenómenos que está ocurriendo en nuestro país es que creemos que todo está destruido, aquello que está destruido y aquello que no. Ahí es donde está lo destituyente. A mí me ha pasado discutir con los alumnos sobre si la Universidad había sobrevivido o no a la crisis; me decían que no. Entonces, yo preguntaba, ¿cuál es el objetivo esencial de la Universidad? ¿No es acreditar el conocimiento, dar títulos, enseñar? ¿Se está haciendo eso o no? ¿O acaso se venden y compran los títulos? Que sería lo que podría haber pasado si hubiera ocurrido con la Universidad lo que pasó con otro conjunto de instituciones. En ese sentido, ustedes no han cesado en el cumplimiento de su objetivo esencial, bregar por las mejores condiciones para los que trabajan. Esto en un contexto nacional donde los bancos no son bancos y roban, la policía no es la policía, la corte suprema no es la justicia. Hay una larga lista de instituciones que se hicieron, verdaderamente, pedazos. Me quiero referir, entonces, a la cuestión de la consulta que organizó el Frente Nacional contra la Pobreza, impulsado por la CTA, pocos días antes del 19 y 20 de diciembre. Cuando apare| 30 | pampa

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ció, yo la subestimé por una tendencia libresca cultural nuestra que dice que hay que leer a Toni Negri, Paolo Virno, esos libros sobre autonomismo, que se supone que hay que leer para comprender lo real. En este sentido, realmente estoy muy disconforme con los modos en que se dan esas discusiones. Si se relee el debate sobre diciembre de 2001, se verá que eludo completamente discutir los textos de Virno. Porque lo que tiene que hacer un colectivo social es construir su propio lenguaje. En algunas intervenciones de estas jornadas de la CTA, incluso aquellas que reflexionan precisamente sobre la experiencia de la consulta, existe un lenguaje propio. Ese es un lenguaje auténtico, genuino, con una historia, producto de un desenvolvimiento. Eso es un logro. Hay un logro lingüístico, vinculado con las prácticas. Y eso tiene consistencia. Ha sobrevivido y está intacto. Lo cual no quiere decir que en los relatos eso tenga representación. En los relatos pasan otras cosas. Entonces, hay que analizar los relatos, ver qué pasa con los relatos y distinguirlos de las prácticas. En eso es en lo que fallamos. Yo estaba en Jujuy el 17 de diciembre, hasta el 19. El 19 a la tarde, me fui al aeropuerto de Jujuy, sin haberme enterado de nada. Cuando llego al aeropuerto, en la televisión estaba puesto el canal Todo Noticias. Fue una experiencia interesante. En TN había una revolución, en el aeropuerto no había pasado nada. Pero quiero contarles lo que me pasó el 17. Como decía, yo había menospreciado la consulta, por esta intoxicación libresca que uno tiene. Son pequeñas cosas, es un símbolo. El problema es valorar las pequeñas cosas. Y eso uno lo puede hacer retrospectivamente. Lo que me hizo valorarla mucho después, fue recordar a una profesora de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Jujuy, que todo el 17, estuvo sola, con un escritorio en la puerta de la Facultad, sin dejar pasar a nadie sin que firmara. Estuvo todo el día ahí, prácticamente sin comer y con un entusiasmo que me hizo pensar que estaba pasando algo. Lo que se desenvolvió después fue toda esa energía que estuvo implementándose en la firma de la consulta. Es decir, lo que puso la práctica de la consulta fue un límite moral, un límite ético a la hecatombe que estaba ocurriendo y que alimentó el movimiento insurreccional del 19 y 20 de diciembre. pampa | 31 |

Lo que ocurrió ahí fueron una serie de relatos. El tema del damnificado no se acota sólo en el ahorrista. Damnificados somos todos. La indemnización laboral tiene que ver con haber sido damnificado en la pérdida del trabajo. La condición de damnificado tiene que ver con la lógica del capital. Hablamos de la lógica del capital como si fuera algo ajeno y externo a nosotros. Se terminó el tema de la revolución. Se terminó hace mucho. Esto de que el soviet era la lógica del capital: el soviet no era ni la lógica del capital, ni estaba en contra. En cualquier caso, triunfó la lógica del capital. Uno puede pensar en utopías, puede tener ideas justicieras, pero estamos estructurados por la lógica del capital. Esta lógica es la que determina que en la agenda se hable de los piqueteros, porque ése es el negocio de los medios de comunicación. No es negocio hablar de los trabajadores, sino de los piqueteros. Artificializar un fenómeno –que en definitiva es parcial– y convertirlo en la agenda. Eso es lo que lleva a este tono de derrota que tiene que ver con que no podemos dar cuenta de lo real. Lo real es lo que somos nosotros. Lo real es este discurso acerca de una historia, de un conjunto de militancias, de prácticas concretas. Lo otro también es lo real, es lo social. Pero hay una sensación de que al discutir los términos teóricos que sí están en crisis –o sea el concepto de clase, de trabajo, de sociedad–, es la misma institución la que entra en crisis y no siempre es necesariamente transferible. Viendo desde afuera a la CTA, he encontrado un modo de actuar institucional, política y prácticamente que tiene consistencia, que ha definido ciertos objetivos, que tiene una articulación con las prácticas y que ha logrado dar cuenta de esas prácticas, aunque haya que discutir las representaciones y los discursos. Hay que hacer esta distinción, porque sino caemos en una desmoralización y desvalorización sobre lo que se cree y lo que se hace. Caemos en el microfascismo argentino. Nosotros no tenemos “la suerte” de tener un buen y verdadero fascismo, como Chile, como la Alemania Nazi. Sino que vivimos en el microfascismo argentino, el del “mientras tanto”. Este “mientras tanto” significa: “ellos tienen hambre pero mientras tanto yo quiero pasar”, “mientras tanto paso y que se mueran de hambre”, “yo sigo yendo a mi trabajo, llegando puntual por| 32 | pampa

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que su hambre no es mi problema”. Hay una estructuración a nivel de un relato sobre eso que se impone desde los medios de comunicación y las prácticas sociales. Esto es lo que hay que combatir. Y, en diciembre del 2001, la consulta popular estaba combatiendo eso. Porque estaba colocando a cada sujeto frente a la idea de hacer algo, que parece muy ínfimo y trivial como votar: Pero, ¿votar por qué? ¿Por un candidato en este país de la lista sábana? No, era imponer una reflexión a un sujeto sobre qué es lo que puede ser deseable en una sociedad, sobre la necesidad de definir un piso desde el cual dar la discusión. Y en este sentido, creo que lo que sí fue un fracaso colectivo en relación con el tema sobre el que trataba la consulta, es la universalización de los planes sociales. Porque el único recurso, que proviene de hace más de 20 años en Europa, para sostener una ética y una política del trabajo, es la cuestión del piso salarial universal. La gente sobra en este mundo del capitalismo avanzado. Ese es el problema. Ha habido una explosión demográfica. El recurso humano perdió valor. Entonces, las luchas sociales giran alrededor de establecer el valor de las personas, de los ciudadanos. Y esto sólo se ha logrado hacer, articulado con la lógica del capital, que es una lógica de la ciudadanía y el consumo, mediante el discurso del salario mínimo, universal, del piso salarial universal, independientemente del trabajo. Todo sujeto, por el sólo hecho de existir tiene un salario mínimo, porque ésa es la base para los derechos humanos, para la democracia, para la sociedad. Si alguien se muere de hambre porque está desocupado debido a las fluctuaciones del capital, no hay sociedad viable posible, sólo hay guerra civil, disgregación, catástrofe. Es el estado en que estamos nosotros. Es parte de nuestro fracaso colectivo no haber logrado imponer en la agenda, salvo como una especie de extravagancia, la cuestión de ese piso. No creo en esta cuestión de las nuevas subjetividades. La moda de hablar sobre las nuevas subjetividades es un relato muy superficial sobre la forma de entender a los movimientos piqueteros. Acá tenemos discrepancias que pueden no ser librescas o teóricas, porque lo que puede ser válido en un terreno teórico, hay que ver cómo se articula en un colectivo social. La palabra subjetividad es mucho más densa que la forma en la pampa | 33 |

que se suele usar. No significa que uno se pone una insignia o que vive de una manera determinada, sino que abarca al conjunto de las prácticas sociales. Yo no estoy negando la existencia de los piqueteros, lo que quiero decir es que esto se articuló con una subjetividad autoritaria clientelista que tiene que ver con “el hecho maldito del país burgués”, para citar a John William Cooke, con todas sus complejidades. No creo que se pueda discutir la Argentina si no se discute ese hecho y muchos de los debates eluden discutirlo porque hablan desde una perspectiva ideal. Cuando se habla de autonomismo en términos teóricos, se ignora completamente la historia concreta de los últimos 50 años en Argentina. La Argentina no se puede discutir si no se discute el peronismo y el gorilismo. Yo me defino mucho más como un anti-gorila que como un peronista. Pero, claro, los gorilas lo empujan a uno al peronismo. Hay una estructura de poder y una estructura cultural en la Argentina ligada con esta tensión. El gorilismo es básicamente el desinterés por la suerte concreta de los sujetos concretos de la sociedad concreta. Porque uno puede preguntarse cómo puede alguien sentarse en una mesa y definirse como gorila. Yo a ellos les pregunto por qué no se definen también como “nazi”. Ser gorila en Argentina es adherir a estructuras abstractas –el democratismo, el republicanismo, el contrato moral, la corrección científica–, donde uno se abstrae de lo real. La experiencia de la consulta era un comportamiento vinculado con un contrato moral. El contrato moral implicaba que se firmaba por un punto de partida ético de cualquier discusión. Pero quedó desdibujado y no es casual que ocurra eso. Y esto tiene que ver con el por qué se habla de lo que se habla y no se habla de lo que no se habla. Ahí es donde están las hegemonías. No hay que buscar tanto para ver cómo se produce la hegemonía en una sociedad. Lo que se ha hecho de la manera más perversa en Argentina es convertir en tema de agenda, de espectáculo, a la miseria, la pobreza, la lucha por la miseria. Lo han convertido en un tema obsceno. Qué más quieren los medios que vayan los piqueteros a discutir cómo se están muriendo de hambre. Hay que sospechar de esta democracia. ¿Cómo es que es tan fácil hablar? ¿Cómo es | 34 | pampa

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posible una sociedad donde todos los actores sociales están presentes? O esa es la imagen que se construye porque esos actores no son todos, son sesgados, manipulados y construidos por los medios de comunicación. Hay que entender en qué medida el fenómeno de los piqueteros, el fenómeno cacerolero, el fenómeno del 2001 fueron también co-construidos por los medios de comunicación. Y por los intelectuales. Porque esta discusión que presentó María Moreno en Página/12, es una discusión entre intelectuales donde lo que se estaba poniendo en cuestión –desde una postura muy minoritaria, porque éramos sólo dos los que estábamos argumentando una posición frente a todos los demás–, eran justamente los relatos. Se trataba más de hacer el poema sobre los relatos –“oh qué maravillosos que sois los que están las calles”–, en lugar de preguntarse qué es lo que se estaba diciendo o lo que realmente se estaba pidiendo. Finalmente, hay algo que me parece clave y es la conciencia clara que tenía la CTA de que el problema era la universalización, y esto implicaba no tener un comportamiento oportunista sobre la relación de trabajo y desocupación. Como sí, contrariamente, lo hace cierta izquierda con su oportunismo movilizante massmediático, que es solo un recurso para colocar escenas en la televisión. Acá hay un punto de discusión sobre las prácticas concretas y reales. Hay que valorizarlas, sostenerlas, independientemente de su visibilidad mediática. Porque la visibilidad mediática no da cuenta de lo social. Es una representación. Y está tan en crisis como todas las demás. Pero como es ella la que se representa a sí misma tiene la capacidad y el poder de ocultar sus propios puntos ciegos. Es lo único que no se discute, el poder de los empresarios mediáticos. Y todo el mundo tiembla frente a ellos. Entonces, lo que tiene que hacer un movimiento social es dejar de tener miedo al poder mediático, discutir el poder mediático, pelear contra ese poder y no ser su rehén, como está ocurriendo. Esa idea de que la agenda nos amenaza de una manera y que estamos en crisis porque la agenda nos dice que estamos en crisis, hay que discutirla. Lo que digo no excluye de ninguna manera que todos los textos, los discursos y las teorías están pampa | 35 |

absolutamente en crisis y eso hay que discutirlo muy profundamente: el concepto de trabajo, de capital, la tecnología y todas las problemáticas están en una crisis extrema. Entonces, creo que hay que valorizar prácticas instituyentes, instituidas, prácticas de valorización de los derechos laborales y dar una lucha por la representación de eso, pero no de acuerdo con las reglas de los medios de comunicación hegemónicos. | pampa

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Modelo de dominación, tradiciones ideológicas y figuras de la militancia por MARISTELLA SVAMPA

Comienzo con una auto-presentación. Alejandro Kaufman recordaba una conversación telefónica que mantuvimos hace unos días, y subrayaba que nosotros, en tanto profesores de la Universidad estatal, somos trabajadores públicos, empleados públicos. Yo opiné que había que ver cuál era la significación de esa caracterización, pues en realidad el Estado nos paga para que seamos “expertos”. En este sentido, no va de suyo que seamos intelectuales, que hagamos intervenciones públicas como éstas. Y esta tarea no es fácil, pues tampoco el intelectual se confunde con el activista. En realidad, la tarea del intelectual se define en un equilibrio muy frágil que se establece entre el compromiso y el distanciamiento, uno y otro necesarios para la comprensión y la reflexión social. Por otro lado, y por sobre todas las cosas, la función intelectual es la de establecer conexiones, crear puentes y vinculaciones entre distintos mundos. El intelectual se define, de alguna manera, por su naturaleza anfibia, por su pertenencia a diversos mundos. Este es el gran desafío nuestro ante una sociedad que está muy fragmentada y, sobre todo, ante la proliferación de expertos que solo hacen intervenciones autoreferenciales, sin estable-

cer las conexiones o puentes con otras realidades. A eso apunta la Universidad pública que existe hoy en Argentina: a formar expertos, antes que intelectuales. Sobre la temática que nos convoca yo quisiera subrayar tres ejes, o al menos avanzar sobre tres temáticas para la discusión: hacer una caracterización del modelo de dominación; reflexionar sobre la colisión de las tradiciones ideológicas a la que asistimos a partir de 2002-2003 y, finalmente, delinear algunos rasgos de las figuras de la militancia que hoy asoman como tendencias mayores. No me detendré en un análisis de la significación de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001. En realidad, esas jornadas deben insertarse en un proceso de movilización mayor, que presenta diferentes etapas o ciclos. Uno de ellos se inició en 1996/97, a partir del surgimiento de las organizaciones de desocupados. Otro ciclo se abre con las jornadas de diciembre de 2001, que marca la presencia de diferentes movilizaciones y sujetos sociales. No olvidemos que el 2002 fue un año absolutamente extraordinario en el doble sentido del término. Primero, porque anunció una crisis generalizada –tanto en lo económico como en lo social y lo político–. Segundo, porque dio emergencia a un pampa | 37 |

nuevo protagonismo social, a partir de las múltiples movilizaciones y experiencias de auto-organización. En este sentido, y más allá de los avatares presentes, las jornadas del 19 y 20 de diciembre tuvieron una gran productividad y abrieron un nuevo escenario político.

El modelo de dominación En América Latina, la entrada en un nuevo orden socio-económico implicó la conjunción de dos procesos diferentes: por un lado, la profundización de la trasnacionalización de la economía; por el otro, la reforma drástica el aparato estatal, que produjo el desmantelamiento del marco regulatorio del régimen anterior. Este doble proceso, que atravesó en gran medida el conjunto de los países latinoamericanos, desembocó en la institucionalización de una nueva dependencia, cuyo rasgo común sería la exacerbación del poder conferido al capital financiero, a través de sus principales instituciones económicas (FMI, Banco Mundial). En este nuevo escenario, la economía se separó y autonomizó, disociándose bruscamente de otros objetivos, entre ellos, la creación de empleo y el mantenimiento de un cierto estado de bienestar, ejes del modelo de acumulación anterior. Esos procesos resultaron ser más destructivos en la periferia globalizada que en los países desarrollados, en donde los dispositivos de control público y los mecanismos de regulación social suelen ser más sólidos, así como los márgenes | 38 | pampa

de acción política de los propios Estados nacionales, bastante más amplios. En estas latitudes el proceso de “reestructuración” del Estado fue crucial. En realidad, antes que “extinguirse” o aparecer como un fenómeno “residual”, el Estado fue reformulado y reapareció bajo nuevos ropajes. El caso argentino aparece aquí como paradigmático. Por un lado, a lo largo de los ´90, la drástica reconfiguración de las relaciones entre lo público y lo privado tuvo como resultado el vaciamiento de las capacidades institucionales del Estado. Por otro lado, la dinámica de consolidación de una nueva matriz estatal se fue apoyando sobre tres dimensiones mayores: el patrimonialismo, el asistencialismo y el reforzamiento del sistema represivo institucional. En efecto, en primer lugar, asistimos a la emergencia de un Estado patrimonialista, esto es, al servicio de la lógica del nuevo modelo de acumulación del capital, que tendría a su cargo impulsar el desarrollo de la dinámica privatizadora, favoreciendo la constitución de mercados monopólicos, protegidos por el propio Estado. En segundo lugar, en la medida en que las políticas en curso implicaron una redistribución importante del poder social –generando un contingente amplio y heterogéneo de “nuevos perdedores”–, el Estado se vio obligado a reforzar las estrategias de contención de la pobreza, por la vía de la distribución –cada vez más masiva– de planes sociales y de asistencia alimentaria a las poblaciones afectadas y movilizadas. En tercer y último lugar, el Estado se encajulio 2006 | nro.1

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minó hacia el reforzamiento del sistema represivo institucional, apuntando al control de las poblaciones pobres, por medio de la represión y criminalización del conflicto social. Así, frente a la pérdida de integración de las sociedades y el creciente aumento de las desigualdades, el Estado aumentó considerablemente su poder de policía, lo cual implicó un progresivo deslizamiento hacia un “Estado de seguridad”. Este cambio de matriz societal fue acompañado por grandes transformaciones de la política, que darían origen a un nuevo modelo de dominación, asentado sobre tres ejes: una determinada articulación entre política y economía, un estilo de acción política y nuevas estructuras de gestión. Así, el primer rasgo y tal vez el más notorio del “modelo argentino” fue sin duda el alcance que tuvo la subordinación de la política a la economía, como resultado del reconocimiento de la “nueva relación de fuerzas”. En los primeros años, esta sumisión de la política a la economía formó parte de una estrategia mayor de legitimación que, apoyada en la situación de emergencia, se esforzaba en subrayar el carácter ineluctable de las reformas. Dicha estrategia apuntaba a despolitizar las decisiones, restarle su carácter contingente, producto de una conflictualidad, enfatizando con ello el carácter unívoco de las reformas. En este sentido, el establishment político se esforzó en dar por sentado la identificación entre orden liberal y nueva dinámica globalizadora, naturalizando por ende, la nueva dependencia.

En la mayoría de los países latinoamericanos estos procesos se apoyaron y, en consecuencia, terminaron por reforzar la tradición presidencialista existente. En algunos casos, como el argentino, la confluencia de una tradición hiper-presidencialista y una visión populista del liderazgo –marcada por la subordinación de los actores sociales y políticos al líder–, aceleró la desarticulación de lo económico respecto de lo social, al tiempo que garantizó el proceso de construcción política de una suerte de “nueva soberanía presidencial”, frente al vaciamiento de la soberanía nacional, que emergió así como la clave de bóveda, esto es, la pieza fundamental, del nuevo modelo de dominación política. El tercer elemento del modelo es la triple inflexión de la política como gestión. Esta inflexión se refiere al pasaje a un determinado modo de “hacer política” vinculado al mandato de los organismos multilaterales, que puede ser sintetizado como un nuevo modelo de gestión estatal. Las nuevas estructuras de gestión se asientan sobre tres características fundamentales: la exigencia de profesionalización, la descentralización administrativa y la focalización de la política social. Dichas estructuras se nutren de un modelo de gerenciamiento, “la cultura del management”. Según esta concepción, la profesionalidad y el conocimiento colocarían al experto en una posición óptima para aprehender el interés público o general y, en consecuencia, para implementar las políticas más adecuadas. A su vez, esto fue acompañado por un proceso pampa | 39 |

de descentralización administrativa del Estado, sobre todo de la salud y la educación. Asimismo, la focalización de políticas sociales conlleva intervenciones territoriales muy precisas en relación al cada vez más empobrecido universo popular, que tiene como telón de fondo el quiebre o desdibujamiento del mundo obrero. Dichos ejes fueron la clave para la reformulación desde el Estado de la relación con las organizaciones sociales, peronistas y no-peronistas. Como consecuencia de ello, las nuevas estrategias de intervención territorial fueron produciendo un entramado social en el cual se insertaron las organizaciones comunitarias, cada vez más dependientes de la ayuda del Estado. Estas políticas tuvieron un fuerte impacto en el mundo popular, acentuando el proceso de territorialización que venía viviéndose desde la última dictadura militar. Por un lado, el escenario daría cuenta de la transformación del peronismo en relación al mundo popular, en la medida en que éste dejará de ser una contracultura política para transformarse en “clientelismo afectivo” y, en el límite, en un puro lenguaje de dominación que se apoya sobre intervenciones territoriales focalizadas. Por otro lado, la territorialización irá develando la emergencia de un denso tejido organizacional, en el cual adquiere cada vez mayor relevancia la figura de los militantes sociales. Esta red de militantes sociales le va a otorgar, sin dudas, un nuevo colorido a ese mundo popular. Cierto es que entre 1999 y el 2001, con la gestión de la Alianza, ese modelo de dominación asentado tanto en la | 40 | pampa

sumisión de la política a la economía, en el liderazgo de tipo presidencialista, decisionista; en la triple inflexión de las estructuras de gestión, se desmantela, se desencastra, se desarticula. Pero se desencastra de manera provisoria, no definitiva. A partir del 2003, con Kirchner asistimos a una recomposición de ese modelo de dominación, visible en la reafirmación de la continuación de ciertos elementos, como el decisionismo y la consolidación de las estructuras de gestión, garantía misma del modelo asistencialista y clientelar. Esta continuidad fue facilitada nuevamente por la convergencia entre una tradición hiper-presidencialista y una visión populista del liderazgo. En relación al estilo de acción política, el presidente Kirchner se hizo cargo de ambos legados. Al igual que Carlos Menem –diferencias de contexto estructural mediante–, Kirchner retomó ese espacio y fortaleció aun más el lugar de la soberanía presidencial, pero con el objetivo de redefinir y otorgar mayor variabilidad a la relación entre economía y política. Así, puede afirmarse que existe una suerte de “recuperación del espacio de la política”, en la medida en que Kirchner logró construir nuevos márgenes –variables– en dicha relación, en el contexto de la nueva dependencia. Sin embargo, la relativa “recuperación de la política” se ha hecho en provecho del fortalecimiento de la soberanía presidencial, de la ampliación de la esfera de decisionismo y personalismo del Ejecutivo y, por ello, en desmedro de las propuestas de innovación y democratización política. julio 2006 | nro.1

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Por otro lado, y aunque parezca paradójico, la crisis del 2001 otorgó al peronismo una nueva “oportunidad histórica”, pues le permitió dar un enorme salto a partir de la masificación de los planes asistenciales. Además, este proceso se vio fortalecido por la dinámica de “reperonización” de importantes organizaciones piqueteras (FTV, Barrios de Pie), caracterizadas por una fuerte matriz populista. En este nuevo escenario, los dispositivos del clientelismo afectivo se potenciaron y, a la vez, se transformaron, asegurando así la consolidación del modelo “desde abajo”.

La colisión de las tradiciones ideológicas La Argentina actual presenta una faz paradójica. Por un lado, el país aparece recorrido por una proliferación de conflictos y movimientos sociales, en torno a temas como el reclamo salarial, las demandas de los desocupados y la defensa del habitat, entre tantos otros. Un conjunto de acciones colectivas que, en gran parte, presenta un fuerte anclaje territorial, una clara propensión a la organización asamblearia y abarca una multiciplicidad de organizaciones y movilizaciones sociales. Gran parte de estas movilizaciones sociales han sido y son portadoras de una politicidad que desafía tanto los límites como las distorsiones estructurales del sistema representativo vigente. Por otro lado, pese a la tan mentada crisis del sistema institucional y de los partidos políticos tradicionales, manifiesta a partir de 2001, pese a la vitalidad de

las acciones y movimientos sociales, éstos presentan una gran dificultad por constituirse en una nueva alternativa político-social o, de manera más modesta, de lograr una traducción político-institucional que apunte a una real vinculación entre los diferentes actores sociales y políticos movilizados. Más aún, las elecciones parlamentarias de octubre de 2005 parecen indicar que “desde arriba” el escenario político se halla cada vez más caracterizado por una suerte de “peronismo infinito”, hoy fortalecido tanto por el debilitamiento de los restantes partidos tradicionales como por la pérdida de los pocos escaños que poseía la izquierda parlamentaria, mientras que “desde abajo” el desarrollo de una fuerte política asistencial y clientelar, a lo que hay que sumar la crisis de las organizaciones de desocupados, asegura al partido en el poder su reproducción política, en la relación con los sectores populares más vulnerables. En este eje me gustaría hacer referencia a algunos de los principales obstáculos que presentan los movimientos sociales en su proceso de articulación políticosocial, a nivel interno. Acerca de los factores externos sólo quisiera hacer mención, una vez más, a la productividad política del peronismo, la cual se nutre menos de una supuesta vocación de poder que estaría ausente en sus opositores, que de un hábil liderazgo presidencial que sintetiza legado decisionista y eficacia populista, así como de una demanda de normalidad institucional vehiculizada por una sociedad golpeada por el despampa | 41 |

vanecimiento de la ilusión neoliberal –pertenencia a un supuesto “Primer Mundo”–, la posterior amenaza de disolución social, vivida bajo la gran crisis de 2001-2002. Por supuesto, todo ello no es independiente del contexto de fuerte crecimiento económico que atraviesa el país. En realidad, quisiera mencionar algunos de los factores propiamente internos que dificultaron una verdadera articulación del espacio militante. Para ello, voy a referirme al estado actual de las tres vertientes que recorren hoy el campo de las izquierdas. Sin duda, lo más notorio dentro del espacio militante ha sido la creciente fragmentación organizacional, lo cual se halla ligada a las posiciones y diagnósticos asumidos por las distintas corrientes de la izquierda. En realidad, lejos de buscar las convergencias estratégicas, las diferentes vertientes ideológicas han potenciado el conflicto interno y, con ello, la división ad infinitum de movimientos y organizaciones. Veamos más precisamente los problemas y dificultades expresados por cada una de estas vertientes. En primer lugar, en todo este proceso cabe una responsabilidad mayor a la izquierda partidaria. Sobre todo en sus diferentes variantes del trotskismo, cuyo grado de dogmatismo ideológico, cuya visión cortoplacista del poder, del sujeto político y, por consiguiente, de la estrategia de construcción política, han sido mayores. La misma caracterización de “argentinazo” referido a las jornadas de diciembre de 2001 alimentaba la apelación a la movilización constante que | 42 | pampa

tenía, sin dudas como horizonte, la figura de la insurrección. En ese sentido, fueron notorios los errores de diagnóstico político realizados por la izquierda partidaria, sobre todo, en lo que se refiere a la negación del cambio de oportunidades políticas –la redefinición del escenario político a partir de 2003 y la demanda de “normalidad”–, como a la subestimación de la productividad del peronismo. Esta ceguera ideológica contribuyó al éxito del proceso de deslegitimación y aislamiento social de las organizaciones de desocupados que llevará a cabo el gobierno nacional a partir de 2003. Por otro lado, hay que tener en cuenta que las inveteradas tentativas de la izquierda partidaria por forzar una suerte de hegemonía dentro del campo militante suelen terminar, más temprano que tarde, en fuertes implosiones organizacionales e ideológicas, lo cual se ha venido traduciendo en el vaciamiento del capital político y simbólico de los nuevos movimientos. Así sucedió en 2002 con las incipientes asambleas barriales; proceso que entre 2003 y 2004 alcanzaría a las organizaciones de desocupados. Además, en tiempos electorales los partidos de izquierda suelen acentuar el énfasis instrumental respecto de las organizaciones sociales, en detrimento de su autonomía decisional –concepto por demás tabú al interior de los partidos– y del desarrollo de una lógica de construcción más territorial –ligada al trabajo comunitario y los emprendimientos productivos–, tan inherente a las organizaciones de desocupados. En este sentido, la izquierda partidajulio 2006 | nro.1

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ria refleja una perspectiva muy “clásica” de lo que es la sociedad, basada en el modelo fabril, salarial, el cual impregna su lectura acerca de las clases sociales, el poder y el Estado. En fin, esto alimenta una visión muy miserabilista acerca de la nueva red de militantes sociales y de la tarea que realizan las nuevas organizaciones sociales; todo lo cual se traduce en una gran dificultad por entender los elementos innovadores de las nuevas organizaciones y la potencialidad de ciertas experiencias de recreación de los lazos sociales desde el mismo barrio. En segundo lugar, podemos señalar el rol más reciente que puede adjudicarse a la izquierda populista, que ha terminado por reactivar los elementos más negativos de la tradición nacional-popular, a partir de su alianza con N. Kirchner. Aclararé qué entiendo por populismo o matriz nacional-popular –que utilizo de manera indistinta y sin connotaciones peyorativas. Para decirlo de manera esquemática, la matriz nacional-popular se asienta sobre tres principios o afirmaciones mayores: • La conducción a través del líder –un liderazgo carismático o personalista, según los casos, con fuerte retórica nacionalista. • Las bases sociales organizadas –la figura del Pueblo-Nación. • La constitución de una coalición interclases, condición para una redistribución de la riqueza más equitativa –un modelo socio-económico integrador, que implica la afirmación del Estado.

De esta manera, la tradición populista presenta diferentes variantes, según los ejes que estén presentes y la manera en que se articulen entre ellos. En este sentido, hay que señalar que la tradición populista argentina retoma elementos diferentes respecto de aquellas otras experiencias que recorren el continente, como es el caso de Bolivia, donde la tradición nacional-popular reaparece ligada a las demandas de nacionalización de los hidrocarburos, que proclaman el conjunto de los actores movilizados. Asimismo, pese todas las afinidades –más deseadas que efectivamente existentes–, el modelo kirchnerista poco tiene que ver con el proyecto propugnado por Chávez en Venezuela, cuyo carácter controvertido y ambivalente nos advierte ya acerca del carácter multidimensional de esa experiencia populista. A diferencias de las experiencias citadas, en Argentina, la tradición populista tiende a desembocar en el reconocimiento de la primacía del sistema institucional, a través del protagonismo del Partido Peronista, por sobre aquel de los movimientos sociales. Esta inflexión no es solo el resultado de una relación histórica o de un vínculo perdurable entre partido peronista y organizaciones sociales, sino que responde a una cierta concepción del cambio social: aquella que deposita la perspectiva de una transformación en la reorientación política del gobierno, antes que en la posibilidad de un reequilibrio de fuerzas a través de las luchas sociales. Esta primacia del sistema político-partidario tiende a expresarse en una fuerte voluntad de pampa | 43 |

subordinación de las masas organizadas a la autoridad del líder –como lo ilustran de manera evidente tanto los sindicatos de la otrora poderosa Confederación General del Trabajo, así como actualmente las organizaciones piqueteras oficialistas–. Al mismo tiempo, esto se expresa a través de la desconfianza hacia las nuevas formas de auto-organización de lo social y sus demandas de empoderamiento y autonomía. En realidad, como para la izquierda partidaria, para la tradición populista argentina y sus herederos actuales, la cuestión de la autonomía de los actores constituye un punto ciego, impensado, cuando no una suerte de paradigma incomprensible y hasta “artificial” en función de nuestra geografía de la pobreza. Asimismo, esta no-tematización denota que el populismo argentino –en todas sus facetas, independientemente de las internas partidarias– tiene un gran desconocimiento de las nuevas tendencias organizativas globales, al tiempo que no valora las nuevas prácticas políticas ni el impacto positivo que éstas podrían ejercer en un proceso de reformulación del contrato social, en un sentido incluyente. En tercer lugar, no es posible soslayar el rol que han tenido aquellos grupos que componen el heteróclito espacio de las organizaciones independientes, caracterizados por una narrativa autonomista. No hay que olvidar que las nuevas experiencias militantes –sobre todos en los jóvenes– se nutren de un ethos común: aquel que afirma como imperativo la des-buro| 44 | pampa

cratización y democratización de las organizaciones y se alimenta, por ende, de una gran desconfianza respecto de las estructuras partidarias y sindicales, así como de toda instancia articulatoria superior. Por ello mismo no es casual la fuerte resonancia que en Argentina ha tenido lo que genéricamente se ha venido denominando “autonomismo”. Esta nueva narrativa política, que atraviesa un conjunto de colectivos y movimientos contra la globalización neoliberal, se nutre también del pensamiento de un sector de la filosofía política italiana, especialmente de la obra de Toni Negri y Paolo Virno y, a nivel continental, reconoce su modelo de referencia en la experiencia y el discurso zapatista. Sin embargo, en Argentina ha sido muy influyente también la versión visiblemente más simplificada que presenta el libro de Holloway, “Cambiar el mundo sin tomar el poder”. En realidad, hay autonomía y hay autonomismos. Así, la defensa de la autonomía recorre hoy una parte importante de las experiencias sociales y políticas contemporáneas. Pero el “autonomismo” es otra cosa; se refiere a una visión hiperbólica de la autonomía y, como tal, presenta una crítica radical a cualquier forma de poder, aún aquellas que apunten a la posibilidad de construir articulaciones superiores en vista de la producción de un bloque contra-hegemónico. Así, pese a que el campo de la autonomía es mucho más amplio y variopinto que lo que las referencias anteriores indican, lo cierto es que en Argenjulio 2006 | nro.1

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tina éste tuvo su inflexión hiperbólica entre los movilizados años 2002 y 2003. En fin, convengamos que si la izquierda partidaria y populista posee más de un punto ciego respecto de la comprensión de las nuevas formas de auto-organización de lo social, para el caso del autonomismo su dificultad estriba tanto en su visión unidimensional del poder y la relación con el Estado, como en la negación de la posibilidad de pensar la instancia de la articulación política como algo más que una coordinación horizontal de movimientos diferentes. No es raro que, para muchos militantes que se reconocen en el autonomismo, la noción misma de “hegemonía” –en un país donde el pensamiento de izquierda de hace unas décadas nomás estuvo muy marcado por la obra de A.Gramsci– se haya convertido en una suerte de cristalización de todos los males... Lo cierto es que la tentación hegemonizante de los partidos de izquierda no hizo más que potenciar los elementos extremos del campo autonomista, que en muchos casos confundió la defensa de la diferencia con el llamado a la pura fragmentación, así como tendió a disolver la lógica política en la acción contracultural, o en una suerte de afirmación de autonomía de lo social –la ontologización de lo social–, carente de mediaciones. Por otro lado, en el marco de una lógica recursiva de lo social, dicho exceso tuvo su traducción posterior en una reacción de rechazo a toda forma de defensa de la “autonomía”. Por ello, no es raro que a la hora actual, sobre todo

dentro del campo piquetero y las organizaciones contraculturales, se haya registrado una suerte de involución por parte de ciertos grupos y colectivos militantes que, decepcionados de la poca repercusión política que han tenido las promesas de democratización y horizontalidad sostenidas por el autonomismo –pues la política de Kirchner ha traído consigo una profundización del clientelismo en el mundo de los sectores populares– y ante el nuevo cierre de las oportunidades políticas, hoy tiendan a refugiarse en una defensa por demás ortodoxa y dogmática de los principios revolucionarios clásicos. Insisto que cuando afirmo que a partir de 2002 se entrecruzaron y potenciaron los elementos más reactivos de estas tres tradiciones ideológicas, estoy minimizando los elementos positivos que están presentes en otras experiencias del campo de las organizaciones sociales, y que creo necesario rescatar. Respecto de la narrativa autonomista, es importante tener en cuenta que la autonomía aparece no sólo como un eje organizativo, sino también como un planteo estratégico, que remite a la “autodeterminación” de los sujetos. Asimismo, esta aspiración converge con la valorización de la práctica en sí misma, en tanto modalidad de construcción política, antes que la adhesión a las grandes declaraciones ideológicas o a los acuerdos programáticos. Ambos ejes atraviesan de manera central el proceso de recomposición de las subjetividades políticas contemporáneas. Respecto de los partidos de izquierda, uno puede advertir también la importancia de elementos que remiten pampa | 45 |

a la centralidad que adquiere la interpelación clasista, muy especialmente en contextos de grandes asimetrías sociales y económicas. Sin duda, ello nos ayuda a recordar que en Argentina en 30 años hemos pasado del “empate social o empate hegemónico –como se lo denominaba en sociología–, a la “gran asimetría”, reflejada en la distancia entre la elite económica y política y los sectores subalternos, que engloban tanto a las fragmentadas clases medias como a los empobrecidos sectores populares. Por último, la tradición nacional-popular nos recuerda la necesidad de repensar desde una óptica “positiva” el rol del Estado nación. Y ello en un contexto de debilitamiento del Estado nacional y en el marco de una dependencia que, como diría Guillermo O’Donnel, ha llegado a niveles que ni remotamente imaginaban aquellos que escribieron sobre ello en los años ’60/’70. En definitiva, la posibilidad del surgimiento de un nuevo sujeto político que pudiera encarnar la fuerte expectativa de cambio que recorría la sociedad argentina de principios del nuevo milenio se desvaneció, no sólo ante la vuelta a la normalidad institucional encarnada por el “peronismo infinito”, sino también por la abierta divergencia que se instaló entre las diferentes vertientes ideológicas que recorren el movilizado campo de las organizaciones sociales. Así, lo sucedido entre 2003 y 2005 deja planteado no sólo la importancia de la disputa cultural y simbólica en toda puja política frente al proceso de estigmatización de las | 46 | pampa

luchas sociales, sino la necesidad de tender puentes y articulaciones entre los elementos más positivos y aglutinantes de las diferentes vertientes de la izquierda –la tradición nacional-popular, la tradición marxista clásica y la narrativa autonomista–, que recorren y forman parte del acervo popular.

Nuevas subjetivades y formas de la militancia El tercer eje que quiero presentar alude al proceso de recomposición de las subjetividades políticas. En los últimos años han surgido nuevas figuras de la militancia y me atrevería a decir, aunque el término suene complicado, un nuevo ethos militante, entendiendo por ethos un conjunto de orientaciones éticas y políticas que estructuran la acción. Por encima de las diferencias sociales y nacionales, uno de los componentes más significativos de las movilizaciones sociales contemporáneas es 1) la auto-organización comunitaria. Esta dimensión “material”, ligada a la producción y reproducción de la vida, a partir de la gestión de las necesidades básicas, aparece como uno de los rasgos constitutivos de los movimientos sociales en América Latina, tanto de los movimientos campesinos, muchos de ellos de corte étnico, como de los nuevos movimientos urbanos, asociado a la lucha por la satisfacción de las necesidades más elementales; 2) la acción directa, a saber, nuevos repertorios de acción que enfatizan la julio 2006 | nro.1

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acción sin mediaciones, como los bloqueos, cortes, ocupaciones, entre otros y 3) el desarrollo de prácticas asamblearias, a través de formas de democracia directa y participativa. Así, las estructuras de movilización existentes se colocan en tensión respecto de las formas jerárquicas y centralizadas canalizadas tanto por los partidos de izquierda –sean de cuño leninista o de matriz socialdemocráta–, como por las organizaciones latinoamericanas que propugnan una suerte de movimientismo tradicional, propias de la matriz populista. Mi hipótesis es que estas dimensiones o tendencias de los nuevos procesos de movilización se constituyen en los ejes organizadores que van configurando las subjetividades militantes contemporáneas. Estos ejes nos proporcionan así una nueva entrada para leer las relaciones entre dimensiones subjetivas de la política y nuevos modelos de militancia, al tiempo que nos ayuda a complejizar las relaciones entre política y marcos ideológicos. Un primer abordaje de dicha temática nos permite detectar dos figuras centrales de la militancia: en primer lugar, la figura “local” del militante social, que encontramos en diferentes movimientos sociales de América Latina; en segundo lugar, la figura “global” del activista cultural, que se halla difundida en distintas latitudes, tanto en los países del centro como de la periferia. Aclaro, que estoy hablando de las grandes tendencias, a fin de señalar los elementos centrales de un proceso. En este sentido, la tendencia revela la centralidad del militante social o territorial y del activista

cultural. El militante sindical posee un rol muy importante, pero en la actualidad no aparece como el protagonista central de los nuevos procesos sociales. Veamos brevemente las dos figuras enunciadas más arriba. • El militante social o territorial. El desarrollo de redes territoriales, concebidas como estrategias de sobrevivencia, tiene una larga historia en América Latina. Durante los ´60/´70, éstas dieron origen a los llamados “movimientos sociales urbanos” cuyas demandas –servicios básicos, títulos de la tierra–, se orientaban hacia el Estado, lo cual ponía de manifiesto las limitaciones “integracionistas” del modelo nacional-popular. Sin embargo, en los ´90, la globalización en su versión neoliberal, caracterizada por la superación de las fronteras, así como por el desmantelamiento del Estado social, produjo una inflexión mayor en el heterogéneo mundo de los sectores populares latinoamericanos. Como hemos señalado antes, la implementación de un nuevo modelo de gestión, asociado al discurso neoliberal y al mandato de los organismos multilaterales, produjo así la acentuación del proceso de empobrecimiento y territorialización de los sectores populares, a través de una batería de políticas sociales focalizadas. En consecuencia, las nuevas redes territoriales se constituyeron en el locus del conflicto, en la medida en que fueron emergiendo como el espacio de control y dominación neoliberal, a través de las políticas sociales compensatorias, al tiempo que se convirtieron también, en diferentes países de América Latina, en el pampa | 47 |

lugar de producción de movimientos sociales innovadores. Este proceso colocará en el centro de la nueva política local la figura del mediador, a través del “militante social”. La centralidad que ha adquirido el militante social, como hemos visto antes, se halla vinculado al proceso de territorialización de los sectores populares y a la lucha por la sobrevivencia. Aunque no conoce una figura única ni una evolución lineal, el militante social aparece desde el origen asociado al peronismo. En los últimos años, dicha figura ha conocido diferentes inflexiones. En este sentido, tocaría a las organizaciones de desocupados la tarea de abrir una brecha en este transformado mundo popular, por fuera del peronismo, tornando posible la emergencia de nuevas prácticas políticas, a través de la resignificación política de la militancia territorial, cuyos ejes serían precisamente la crítica al clientelismo y la afirmación de la dignidad. En consecuencia, entre 1997 y 2002, el surgimiento de nuevas organizaciones de tipo territorial, aunque no llegó a cuestionar la hegemonía del peronismo, puso en evidencia no sólo el deterioro de la relación entre el peronismo y el mundo popular, sino también la posibilidad de la politización de lo social. Más aún, la nueva experiencia se fue apropiando y actualizando con las apelaciones más plebeyas del mundo popular, tan asociadas al peronismo de otras épocas, como expresión auténtica de la gente “de abajo”. •El activista cultural. La expansión de colectivos culturales, tanto en el ámbito de la comunicación alternativa como de | 48 | pampa

la intervención artística, constituye una de las características más emblemáticas de las nuevas movilizaciones sociales. Muchos de estos colectivos se basan en grupos de afinidad, que desaparecen una vez realizada la acción. En este sentido, en tanto movimientos de “experiencia”, donde la acción directa y lo público aparecen como un lugar de construcción de la identidad, no resulta extraño que gran parte de estos grupos se agoten en la dimensión cultural-expresiva y no alcancen una dimensión política. Sin embargo, en otros casos, sobre todo en países capitalistas periféricos como el nuestro, los colectivos culturales deliberadamente buscan una mayor articulación con los movimientos sociales, constituyéndose en creadores de nuevos sentidos políticos y culturales, o bien, asumiendo el rol de reproductores de los acontecimientos en un contexto de intensificación de las luchas sociales. Esta forma de militancia expresa así una vocación por el cruce social y la multipertenencia, en el marco del desarrollo de relaciones de afinidad y redes de solidaridad con otras organizaciones. La experiencia argentina de los últimos años refleja a cabalidad el desarrollo y eclosión de nuevos colectivos culturales, cuya tarea ha ido fructificando o declinando en función de su mayor o menor articulación con movimientos sociales. Estas dos figuras enfrentan hoy obstáculos diferentes. En el caso del militante social, ello se ve reflejado en las dificultades por politizar lo social en el marco de un “cierre” del peronismo desde abajo julio 2006 | nro.1

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y ante las limitaciones que presupone una tarea tan asociada a la gestión de las necesidades básicas. La actual crisis de las organizaciones de desocupados no es ajena al estallido de esta tensión, ya inscripta en sus mismos orígenes. Asimismo, los militantes o activistas culturales han contribuido de manera decisiva a recrear los sentidos de la protesta –como en nuestro país, sobre todo a partir del año 2002, y hasta el presente, aún sin tener la visibilidad de los años anteriores–. Sin embargo, hoy, el lazo con los movimientos sociales aparece muy debilitado o, por el contrario, cuando éste existe, el

activista cultural se halla muy encapsulado en el espacio militante. El tema no es menor, pues el activista cultural es, como el intelectual, un anfibio, y en ese sentido tiene que llevar a cabo, un rol articulador, particularmente importante en tiempos de fragmentación social y aislamiento de las experiencias militantes. Cómo politizar la tarea del militante social, vincularlo con otros ámbitos –sobre todo, con el sindical–; cómo dotar de una nueva dimensión articuladora el trabajo del activista cultural, aparecen hoy como dos de los grandes desafíos. Aunque no son seguramente los únicos. | pampa

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Const r uir el actor c olect i vo por ISABEL RAUBER

1.

Condiciones nuevas para la izquierda

Las condiciones sociopolíticas del continente se han modificado sustantivamente en los últimos cinco años. Luchas sociales y levantamientos populares marcaron el ritmo de las resistencias de los pueblos ante la embestida neoliberal y su secuela de destrucción de los aparatos productivos industriales y rurales, de saqueo de los recursos naturales, de apropiación descarada de los bienes nacionales, de robar los depósitos bancarios de ahorristas privados... La desocupación, el hambre, el analfabetismo y las enfermedades curables volvieron a enseñorearse por los campos empobrecidos y los suburbios de las grandes ciudades latinoamericanas. Y todo ello a nombre de la modernización, el progreso y la democracia. Esta situación –que parecía por momentos, inevitable e indetenible–, está comenzando a ponerse en cuestión y a revertirse. Procesos político-sociales como el de Venezuela bolivariana, han conmovido las fibras dignas y patrióticas de hombres y mujeres de estas tierras: campesinos, trabajadores urbanos empleados y desempleados, pobladores originarios, mestizos, negros, mulatos, intelectuales y profesio| 50 | pampa

nales conscientes de la realidad, y muchos otros sectores. Brasil, con Lula, recomenzó la senda del cambio iniciada por Cuba. Hoy, Bolivia es el más digno ejemplo de que sí es posible cambiar esta realidad de opresión, discriminación, saqueo e injusticia. No es cualquier sector el que ha asumido la representación de todos los bolivianos, sino, ni más ni menos que uno de los más discriminados entre los discriminados –por derecha y por izquierda–: los cocaleros. Haciendo posible lo imposible, un descendiente de los pueblos indígenas, un campesino sin tierras para cultivar como no sea la hoja de coca, es decir, un cocalero, encabeza el gobierno nacional como ayer las luchas urbanas, los cortes de carreteras, la oposición parlamentaria, la unidad de todas las fuerzas sociales a favor de Bolivia libre y soberana. En Chile, la Presidencia del país fue ganada por una mujer claramente identificada con el progresismo. Igualmente un gobierno de este corte dirige los destinos de Argentina desde el 2003. En Uruguay, el Frente Amplio, llegó a ser gobierno nacional en el 2005, luego de más de 35 años de luchas y resistencias. Esto sin olvidar el significativo y trascendental levantamiento indígena de Chiapas, en el 94; los levantamientos indígenas de julio 2006 | nro.1

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Ecuador y sus llegadas al gobierno nacional en dos ocasiones; las resistencias populares en Perú, Colombia, Paraguay; los aportes de la izquierda salvadoreña. Todo esto marca un cambio sustantivo en la situación sociopolítica actual del continente, sobre todo en la región suramericana. La participación en elecciones nacionales, estaduales, provinciales y municipales se abre paso como camino para los cambios buscados. Luego de Brasil y Venezuela, con la llegada de Evo a la presidencia de Bolivia, la vía democrática –que después de la experiencia chilena del 73 parecía un camino inestable y poco confiable–, ha mostrado nuevas aristas y posibilidades si se asume articulada a una estrategia de construcción de poder propio desde abajo, y –a la vez– como parte medular de ella. La coyuntura ha cambiado: ya no es la de los años 80 y 90, cuando reinaba el pensamiento único neoliberal del “fin de la historia”, del “no queda otra”. Hoy está claro, resulta palpable para los pueblos de este continente, que es posible otro mundo, que es posible otro país, si los pueblos asumen conscientemente la responsabilidad y la tarea de construirlo, desde abajo, día a día. Y esto, como dijera el Presidente Hugo Chávez en la clausura del último Foro Social Mundial policéntrico realizado en Caracas, no es para mañana, es ahora que puede hacerse. Para ello, la política revolucionaria enfrenta hoy varios desafíos, uno de ellos central: construir el actor social y político colectivo capaz de llevar adelante los procesos sociales y políticos concretos nece-

sarios para transformar las sociedades en las condiciones de la democracia latinoamericana, con las oportunidades que ella brinda hoy y a pesar de sus limitaciones; profundizarla, transformarla, es parte también de las tareas sociotransformadoras.

El gobierno, una herramienta posible para la transformación No existe justificación, después de la realidad actual de Venezuela, para afirmar que es imposible hacer transformaciones sociales radicales siendo gobierno, argumentando –por ejemplo– que el Estado está en manos de sectores enemigos y que no se tienen aún las fuerzas necesarias para impulsar los cambios previstos. Si el peso del Estado burocrático y oligárquico es mayoritario, la experiencia venezolana enseña que es posible hacer lo que haya que hacer para construir las fuerzas propias, para desarrollar y fortalecer la participación protagónica del pueblo en el proceso y, con ella, construir desde abajo el poder del pueblo que es, a la vez, un proceso de construcción del sujeto revolucionario, de su conciencia y organización revolucionarias. Es precisamente por ello que en el proceso revolucionario venezolano cristaliza hoy la experiencia de transformación política y cultural –práctica-educativa– que se viene gestando en distintas latitudes de nuestro continente. Los logros están a la vista, también los desafíos. La participación en la disputa política por el gobierno nacional resulta clave. En pampa | 51 |

las condiciones actuales, lo contrario implicaría, de hecho, la negación de toda política y tornaría un sinsentido la lucha de clases, la acumulación de fuerzas y la construcción sociopolítica toda, ya que –de antemano– se les impondría un límite que –por definición– no se desearía traspasar. El problema radica, por un lado, en cómo superar la desconfianza instalada en las mayorías populares hacia los partidos políticos, los políticos y la política, y –anudado a ello–, por otro, en cómo hacer política de un modo y con un contenido diferente al tradicional. Porque hacer política es imprescindible y fundamental, tanto para lograr alguna salida positiva a las luchas reivindicativo-sociales, como para el desarrollo político de sus protagonistas. “No resulta suficiente protestar contra las injusticias. No resulta suficiente proclamar que otro mundo es posible. Se trata de transformar las situaciones y tomar decisiones efectivas. Y en ello radica la pregunta acerca del poder.” [FRANÇOIS HOUTART: 1] En esta perspectiva, la participación en parlamentos y gobiernos provinciales, estaduales y nacionales, resulta central. Lo que podría entenderse como vía electoral para realizar las transformaciones sociales, resulta hoy un camino medular para el proceso de construcción, acumulación y crecimiento de poder, conciencia, propuestas y organización política propias, en proceso de (auto)constitución de los actores sociales y políticos en sujeto popular del cambio. Esta es una definición de fondo, estraté| 52 | pampa

gica y primera. Deja sentado, de inicio, que participar en elecciones, llegar a ser gobierno de un país –con todos los desafíos que ello implica–, es parte de un camino que puede contribuir enormemente a impulsar la transformación social hacia objetivos superiores. Estar en el gobierno dota a las fuerzas sociales transformadoras de un instrumento político de primer orden que, en conjunción con el protagonismo de las fuerzas sociales extraparlamentarias populares activas, puede abrir puertas para promover transformaciones mayores. Ni la participación electoral, ni el ser gobierno provincial o nacional constituyen –en esta perspectiva–, la finalidad última de la acción política. Por un lado, esto define los métodos y el o los instrumentos a emplear, crear, etcétera. Por otro, indica la apertura de un largo proceso de cambios, que es –precisamente– lo que caracteriza las transformaciones sociales de la época actual, pues la transición a otra sociedad supone, necesariamente, la articulación de los procesos locales, nacionales y/o regionales con el tránsito global hacia un mundo diferente –y la formación del sujeto revolucionario global–. Se puede avanzar –de hecho ocurre– en el ámbito de un país, pero es necesario ir generando simultáneamente consensos regionales e internacionales, interarticularse con otros procesos sociotransformadores de similar orientación. En Latinoamérica se abren hoy grandes oportunidades para ello, dada la coincidencia histórica de gobiernos –cuando menos– críticos del sistema neoliberal global. Es una situación julio 2006 | nro.1

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que emerge como resultado de la acumulación de resistencias y luchas de los pueblos, que marca el predominio de la tendencia transformadora que se abre paso en medio (a través) de la casualidad. El desafío es, en este sentido, superar la sorpresa y poner en marcha propuestas concretas que permitan, por un lado, fortalecer (y articular) las organizaciones sociales populares y, por otro, profundizar los procesos de cuestionamiento de las medidas regresivas del neoliberalismo, frenar su implementación y, de ser posible, anular su vigencia. Sobre esa base, y simultáneamente, el objetivo es avanzar en la construcción de alternativas concretas, desarrollar programas de gobierno que –teniendo en cuenta la correlación de fuerzas existente y las posibilidades de modificarla favorablemente–, impulsen el máximo posible los procesos sociotransformadores. La participación en elecciones, en inferioridad de fuerzas, tiene sentido cuando es parte de un camino de acumulación política. En esa relación, es un objetivo coyuntural en situación de avanzar hacia la realización de determinados pasos, establecidos en función de la estrategia global. Esta supone la conquista del ámbito gubernamental nacional como herramienta política primera para impulsar desde el gobierno transformaciones mayores. En tanto tal, lo electoral es siempre instrumento, medio y vía, nunca un objetivo en sí mismo. No se trata de llegar al gobierno para ocupar cargos, sino hacer de los cargos una palanca capaz de propiciar el avance colectivo hacia los objetivos consensuados socialmente, de concretar determinadas

propuestas previa y colectivamente definidas, y de crear otras. Esta es, de última, la trascendencia de la tarea. Y llama también a no minimizar la decisión de quienes desempeñarán determinadas funciones a través de los cargos de gobierno. En cualquier caso, todo esto debe ser diseñado y decidido con la participación plena de los actores sociales y políticos articulados orgánicamente, concientes de por qué se hace lo que se hace, y para qué.

Gobierno y proyecto alternativo La vida se juega ahora y es ahora cuando hay que responder por ella. Esto supone identificar los elementos comunes a partir de los cuales sea posible articular actores sociales con problemáticas y propuestas diversas, coordinar acciones concretas combinando la lucha por la sobrevivencia y por reivindicaciones inmediatas, con la defensa (y construcción) de la soberanía nacional, regional, continental y global de los pueblos. Tales coordinaciones podrían ser un paso hacia la constitución de frentes populares: por la paz, a favor de la vida, por el derecho al trabajo, a la producción de alimentos, a la educación, a la salud, a la protección de la naturaleza, etcétera.

PROYECTOS DE ENTRADA Proponer políticas para ello, implica construir alternativas programáticas y organizativas que cristalizarían en lo que denomino –con Dieter Klein–, proyectos de entrada o de partida. pampa | 53 |

Se tata de proyectos que se construyen poniendo el énfasis político en solucionar o paliar la problemática social, política, económica y cultural en la coyuntura en la que intervienen. Resultan condicionados por la correlación de fuerzas existente en los ámbitos local e internacional, y –a la vez– estimulados por las posibilidades que este “escenario” les brinda. Pensar en los proyectos de entrada, llama a concentrar los esfuerzos colectivos en la construcción del programa político (de oposición y/o gobierno), en primer lugar, a partir de las propuestas programático alternativas.1 En interacción dialéctica con los proyectos de entrada, el proyecto estratégico alternativo podría considerarse como un proyecto de salida. En referencia a él, los proyectos de entrada pueden considerarse tales, por estar articulados a una proyección estratégica que los incluye y sitúe como parte de un –prolongado– proceso histórico de transformación de la sociedad, dotándolos de un sentido y una perspectiva de continuidad, desafiando a sus creadores y protagonistas a explorar nuevos caminos para avanzar hacia metas superiores. En ese sentido, los proyectos de entrada constituyen (la posibilidad de dar) un paso en dirección a los objetivos estratégicos, y (la posibilidad de ser) un puente en transición hacia ellos. Atravesar dicho puente no es algo que ocurrirá inevitablemente, dependerá de muchos factores, por ejemplo, de la modificación favorable de la correlación de fuerzas internas y externas, de la voluntad política (con| 54 | pampa

ciencia, capacidad de comunicación, de organización, de participación, de resistencia y de lucha) de las amplias mayorías populares y sus organizaciones (socio)políticas, de su capacidad para constituir y reconstituir permanentemente la dirección política colectiva-plural del proceso, también sujeta a las –cambiantes– necesidades políticas de las coyunturas sociohistóricas y sus requerimientos.

ESTAR ATENTOS AL ADVENIMIENTO DE LA POSIBILIDAD U OPORTUNIDAD

Los acontecimientos políticos internos y externos, el curso de la lucha de clases en los ámbitos local y/o global, pueden desencadenar sucesos político-sociales imprevistos y modificar repentina y temporalmente la correlación de fuerzas. Esto podría resultar favorable para iniciar procesos que posiblemente abran puertas para una posterior transición hacia la implementación de un proyecto de entrada. Se trata de sucesos cuya ocurrencia no ha sido planificada por algún actor político-social. Son situaciones que se presentan, por ejemplo, luego de un estallido social como el ocurrido en Argentina, en diciembre de 2001, o en Bolivia –aunque de modo menos espontáneo e imprevisto– con la expulsión de Sánchez de Losada, en 2003. Ellas modifican repentinamente, por un lado, las relaciones de fuerza (y de poder) entre los sectores del poder en conflicto y, por otro, la relación de fuerza entre el sector o bloque de poder con los sectores sociales populares y sus luchas, inclinando –temporalmente o, a veces incluso, fugazmente– a favor julio 2006 | nro.1

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de ellos la balanza política de las fuerzas sociales enfrentadas. Es el momento en que se abren posibilidades para que las luchas sociales, con sus propuestas concretas, se impongan por sobre los conflictos internos del poder. Es decir, se abren posibilidades concretas para un accionar abiertamente político. Repentinamente se abre un período muy favorable para que las fuerzas populares en lucha puedan colocar, por ejemplo, en el mejor de los casos, sus propuestas programáticas concretas como alternativa de gobierno nacional, o –en caso de no estar en condiciones para ello– para aliarse o apoyar a una fuerza política de avanzada que –en ese momento– tenga capacidad para asumir el control de la crisis sociopolítica nacional. Se trataría de un sector político que estará jaqueado por la sociedad que le reclama soluciones, y por la presión que sobre él ejercerán los fragmentos más reaccionarios del bloque del poder, ansiosos por recuperar su hegemonía dentro del bloque de poder y en la sociedad. Aún en tales condiciones, es conveniente no subestimar ni simplificar la situación, y desechar las oportunidades que pudieran presentarse para consolidar y fortalecer la fuerza propia. Dichos gobiernos pueden abrir procesos que signifiquen una posibilidad hacia la transición, creando condiciones para un posterior advenimiento de gobiernos nacional-populares. Es decir, serían una oportunidad para crear las condiciones para caminar hacia una perspectiva de transición, hacia la instalación de un gobierno propio.

Dicha oportunidad, a diferencia de la que emerge como resultado de la acumulación política orgánica –como sería el caso, por ejemplo, de la llegada de Lula a la Presidencia de Brasil–, es simplemente algo que sucede. Es un producto de la crítica social que, por acumulación, en medio (del caos) de innumerables luchas y tendencias en disputa, sin que maduren todas las fuerzas que se forman en su seno, transforma la tendencia o fuerza predominante en oportunidad histórica para la concreción de la posibilidad. La coyuntura que allí se conforma, abre al campo popular las ventanas hacia la posibilidad de imprimirle un sentido propio al curso de los acontecimientos, orientándolo hacia posibles procesos ulteriores de transición. Pero ello no afirma que esa posibilidad sea factible de alcanzarse, indica solo que la disputa tiene un terreno favorable para desplegarse.2 Señala la apertura de un período en el que es posible robustecer las fuerzas propias, ampliar la capacidad de comunicación y diálogo con las mayorías, consolidar las organizaciones, y construir propuestas concretas que favorezcan la profundización de la posibilidad hacia la apertura de un proceso más claramente orientado hacia la concreción de un programa de liberación nacional (proyecto de entrada), estratégicamente articulado al proyecto alternativo (de salida). La ambivalencia de las oportunidades que se abren o que podrían abrirse indica precisamente que los resultados pueden conducir a situaciones mucho peores que las iniciales, pues las variables que interviepampa | 55 |

nen son múltiples y dinámicas: económicas, políticas, culturales... y los desafíos enormes. Pero habrá que aprender a convivir con la incertidumbre, las ambivalencias y los riesgos, y avanzar en medio de ellas. En el pensamiento político, esto exige superar las concepciones finitas, acabadas y cerradas, trabajar con conceptos abiertos, no terminados, transformar la concepción reduccionista positivista acerca de la verdad y la práctica. Pero resulta que nuestra estructura de pensamiento fue construida con fundamentos lineales, unidireccionales y unidimensionales, estáticos y dicotómicos. Tomemos, por ejemplo, el concepto de estrategia: En los años 60-70 parecía que, de la definición de una estrategia correcta (“científicamente” argumentada), dependían –en lo fundamental– los aciertos políticos y el logro de la victoria. Sin embargo, la experiencia demostró que ello no era razón suficiente... Porque las estrategias no son en sí mismas la posibilidad del cambio, sino una puerta (semiabierta, abierta, o cerrada) hacia ella. Con el desarrollo de la participación popular organizada como base y sustento del proceso, un gobierno popular puede avanzar en las transformaciones hasta donde se lo proponga, en la medida que –a partir de las fuerzas acumuladas– vaya modificando a su favor la correlación de fuerzas, y vaya construyendo consenso entre los suyos, con pluralismo y tolerancia, sin desesperación, pero –a la vez– sin perder un minuto de labor. El actual proceso sociotransformador de Venezuela constituye –vale reiterarlo– un valioso ejemplo de ello. | 56 | pampa

Contrastando positivamente con la experiencia del gobierno de Brasil, encabezado por el Partido del Trabajo que mantuvo los cánones tradicionales de la representación y acción políticas, la experiencia venezolana resulta esperanzadora, convocante y desafiante. Ella arroja luces largas, por un lado, para asumir la lucha democrático-electoral como parte importante y vital del proceso de transformación social. Ayuda a entender que ser gobierno no obliga a obedecer los designios del FMI, al contrario, demuestra que puesto a disposición de los intereses del pueblo, el gobierno se transforma en una herramienta política de primer orden para promover e impulsar transformaciones sociales, económicas, culturales, y construir empoderamiento popular, avanzando hacia la transformación radical de la sociedad. Articulado a ello, por otro lado, deja claro que –en tales condiciones–, la fuerza política central del gobierno está más allá de los cargos, las instituciones, y las posibles alianzas con sectores de la oposición política vinculados al poder que se busca contrarrestar y transformar, radica en su capacidad de articular la gestión gubernamental con la participación protagónica, creativa y organizada del pueblo (fuerza político-social extraparlamentaria).3

2.

Desafíos de la política

Construir el actor colectivo, fuerza político-social del cambio La hipótesis es: Construir un amplio julio 2006 | nro.1

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movimiento sociopolítico que articule las fuerzas parlamentarias y extraparlamentarias de los trabajadores y el pueblo, en oposición y disputa a las fuerzas de dominación parlamentaria y extraparlamentaria del capital (local-global); es decir, una amplia fuerza social de liberación que coordine su accionar político en los ámbitos parlamentario y extraparlamentario. En un primer momento, esta fuerza se irá nucleando a través de la confluencia creciente de actores sociales y políticos en la certeza de lo que no quieren: el capitalismo. Poco a poco, se irá abandonando la identidad negativa y el anticapitalismo podrá dar cauce –labor de formación político-cultural mediante–, a la construcción de la propuesta alternativa de superación del capitalismo, es decir, al proyecto de liberación, patriótico, indo-afro-latinoamericanista y solidario con los pueblos del mundo. En ello radica la clave revolucionaria de esta opción estratégica. Resulta fundamental que la participación electoral se discuta, construya y desarrolle articulada a un proceso político mayor de construcción del actor colectivo, amplia fuerza social y política capaz de acumular y avanzar hacia transformaciones mayores más allá del capitalismo, hacia una alternativa nacional y continental de liberación de los trabajadores y el pueblo, creada y construida –desde abajo y día a día– colectivamente. Este es el sentido y la significación política central del llamado a la construcción de un movimiento político-social, núcleo articulador horizontal de una amplia fuerza social parlamentaria y extraparlamentaria

de los trabajadores y el pueblo, capaz de constituirse en actor colectivo protagonista de la transformación (sujeto popular). El problema no radica en lo electoral como tal, sino en cómo se implementa lo electoral, dentro de qué estrategia, y cómo –a partir de dónde, hacia dónde y con quiénes– se construye estratégicamente mediante lo electoral. El problema es, una vez más, para qué. Y esto se expresa en la relación entre la estructura política, el proceso de la toma de decisiones, la selección de quienes ocupan cargos y desempeñan determinados roles, y las vías de participación de las mayorías del pueblo. Se expresa en la relación entre las organizaciones políticas y los movimientos sociales, entendiendo que unos y otros son protagonistas del cambio social y de la política, sujetos políticos del proceso sociotransformador. De conjunto, concertando propuestas, reclamos sectoriales e intersectoriales, y un programa común, pueden dar cuerpo a lo que será el actor social y político colectivo, fuerza social de liberación, fundamento para construir la participación parlamentaria y hacer del gobierno nacional un instrumento de todo el pueblo para la transformación de la sociedad. La experiencia revolucionaria de Venezuela y, particularmente, el reciente triunfo del MAS en Bolivia, abren pistas acerca de las posibilidades políticas que tiene una amplia fuerza político-social cuando es capaz de combinar la acción parlamentaria con la de un fuerte movimiento social y político anticapitalista, de los trabajadores y el pueblo todo. Uno y pampa | 57 |

otro proceso demuestran que –pese a los límites que impone la democracia burguesa–, es posible cuestionar el poder político, social, económico y cultural del capital. En esta perspectiva, estar en el gobierno significa acceder a un instrumento privilegiado para profundizar la participación democrática y, sobre esa base, impulsar –desde abajo– la formación y maduración del sujeto revolucionario, de su conciencia, sus organizaciones y su proyecto. Además de un sentido estratégico, la participación electoral tiene, para la izquierda, objetivos propios cuya concreción no se puede subestimar ni relegar a la hora de ejercer el gobierno. Si el esfuerzo por acceder al gobierno y gobernar, fracasa, ello puede implicar un freno en el caminar hacia la estrategia definida, y sus implicaciones pueden ser más o menos graves en función de las fuerzas y acumulaciones puestas en juego. Si la responsabilidad del fracaso no cabe a las fuerzas populares, puede significar un fortalecimiento de la perspectiva estratégica popular. Todo dependerá de las razones del fracaso, de la conducta de los líderes implicados, y de su interrelación con el pueblo, protagonista primero y último del proceso. Por temor a equivocarse, algunos sostienen que lo mejor es no participar en las elecciones, no disputar poder en ese ámbito, ni desde ese ámbito. Sin embargo, lo más adecuado y necesario es prepararse y preparar al pueblo para ello. Transformar la sociedad es transformar un modo de vida, y ello no es ni será un camino alfom| 58 | pampa

brado con pétalos de rosas; habrá inconvenientes de uno y otro sentido, pero el peor de todos es el de no atreverse a participar, a crear, a construir.

UN NUEVO TIPO DE DEMOCRACIA Desarrollar un nuevo tipo de democracia en lo político, económico, cultural, en el derecho, en la moral, como base para la construcción de una sociedad solidaria y un poder popular revolucionario, implica también y simultáneamente construir un nuevo tipo de relación sociedad-estado-representación política, abriendo los mayores cauces para que el pueblo –en tanto protagonista– se reapropie plenamente de sus capacidades y derechos ciudadanos, participando también en las decisiones políticas y asumiendo las responsabilidades que ello implica. Esto es, en definitiva, lo que impulsará como nunca antes –junto a transformaciones económicas radicales que instalen un nuevo tipo de racionalidad económica–, el proceso de superación de la enajenación humana en lo social, cultural, político, en la producción científico-técnica, etc., y se traducirá en la construcción, desarrollo y consolidación de un nuevo modo de vida humano, digno, solidario y justo. Y nada de ello puede relegarse para después de “la toma del poder”. El debate acerca de los actores sociales, del sujeto o los sujetos del cambio, acerca de la relación entre los movimientos sociales y los partidos políticos, el debate acerca de la necesidad de superar las vanguardias julio 2006 | nro.1

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–siempre autoproclamadas–, y la cultura vanguardista, elitista y sectaria, el debate acerca del desarrollo de la conciencia política, la subjetividad, la superación del individualismo, la definición de los perfiles de la utopía social (nuevo socialismo) que cada pueblo desee darse a sí mismo, se desarrolla desde el presente y tiene que ver directamente con la búsqueda de superación de la enajenación en todos los ámbitos de la vida social e individual. Es parte de la movilización social-cultural que contribuirá a impulsar las búsquedas de la liberación humana, que son también –por eso–, las búsquedas de la felicidad colectiva e individual.

Ampliar el contenido de la política y sus protagonistas Los planteamientos expuestos definen hoy nuevos sentidos, contenidos y formas de lo político y la acción política, e indican correlativamente quiénes los diseñarán y harán realidad. En los actuales procesos de cambios en Latinoamérica, lo político y la acción política se vuelven ámbitos de promoción de la participación creativa, activa y responsable de las mayorías populares, hacia la formación de una amplia fuerza social y política capaz de modificar a su favor la correlación de fuerzas, de impulsar y concretar los cambios para avanzar más allá del capital. Y esto reclama modificaciones de fondo en la concepción tradicionalmente difundida y aceptada de la política, lo político y el poder.

Si coincidimos en que “(...), la política es básicamente un espacio de acumulación de fuerzas propias y de destrucción o neutralización de las del adversario con vistas a alcanzar metas estratégicas” [GALLARDO 1989: 102-103], la práctica política es, por tanto, aquella que tiene como objetivo la construcción de poder propio y, simultáneamente, la destrucción, neutralización (o consolidación) de la estructura del poder hegemónico, de sus medios y modos de dominación. El ámbito de lo político –amplio, móvil y dinámico–, resulta demarcado en cada momento por las prácticas políticas concretas de los actores (sociales y políticos) que las llevan a cabo, por sus ejes temáticos y sus ritmos de implementación. En este sentido, la política –que es un arte–, tiene que orientarse a descubrir en cada situación concreta las potencialidades que existen para impulsar el desarrollo de las fuerzas propias, para hacerlas emerger y desplegarse en función de los fines propuestos en ese momento con convergencia estratégica. Y eso se interrelaciona con la capacidad para modificar la correlación de fuerzas existente. Construir el actor colectivo, fuerza propia cuya existencia se articula a la modificación de la correlación de fuerzas a favor de los cambios, exige cambiar la visión tradicional (restringida) de la política que se plantea construir fuerza política sin construir fuerza social, que reduce, en tal caso, la acción política al ámbito partidario, y centra la acción de los partidos en las luchas por el acceso y el control de las instituciones del poder estatal y gubernamental. pampa | 59 |

El sentido revolucionario-transformador de la política radica en cambiar la correlación de fuerzas existente hegemonizadas por el poder del capital, por otra favorable al proyecto social alternativo. Este empeño será posible si se articula –simultáneamente– a la construcción del actor colectivo capaz de diseñar y llevar a cabo dichas transformaciones. Solo una amplia y poderosa fuerza social (político-social) podrá hacer realidad los anhelados caminos de liberación, a la vez que los va diseñando y construyendo. La interrelación de fuerzas sociales, políticas, económicas, jurídicas y culturales en pugna, define una determinada relación de poder, caracteriza su hegemonía y su capacidad de ejercer la dominación y el control sobre el conjunto social en beneficio de los intereses de una clase. Aceptar esto supone un cambio en la concepción del poder: este no se restringe a lo institucional estatal y gubernamental, va más allá, abarca y se funda, se crea y se recrea sobre el conjunto de relaciones sociales regidas por el predominio (hegemonía) de los intereses, las aspiraciones y las miradas de la clase dominante (hegemónica). Es por esto, precisamente, que el poder no se puede “tomar”. En realidad cuando se hablaba de “tomar el poder”, se reducía el poder al aparato institucional estatal-gubernamental, y era eso lo que se tomaba –o se pretendía tomar– por asalto. Pero en ningún caso, ello significó una garantía de hegemonía porque la hegemonía abarca lo cultural, lo ideológico, la subjetividad, y eso no se “toma”, | 60 | pampa

ni se “conquista”, ni se “decreta”, se construye. Basta recordar a modo de ejemplo, las dificultades de los revolucionarios rusos en los primeros años que siguieron a la Revolución de Octubre. La polémica entre tomar el poder o construirlo (desde abajo) se plantea sobre ejes falsos. Porque el nuevo poder social popular alternativo liberador y de liberación, necesariamente conjugará ambos espacios: el del poder que emerja de las nuevas interrelaciones sociales construidas desde abajo y el de los ámbitos institucionales del Estado y el gobierno conquistados en las contiendas políticas establecidas para ello (elecciones). Y esto supone también modos de conjugación nuevos entre los movimientos sociales y políticos.

EJES CENTRALES La acción política debe concentrar esfuerzos en construir las articulaciones entre los diversos actores sociales, sus problemáticas y aspiraciones, y diseñar las herramientas organizativas, políticas y culturales que hagan posible la formación de una amplia fuerza social de liberación del actor sociopolítico colectivo capaz de definir los cambios y llevarlos adelante.

PRINCIPIOS PARA LA ACCIÓN • Articular múltiples ámbitos, problemáticas, tareas y actores sociales y políticos • La fuerza política de liberación radica en el pueblo, no en las vanguardias julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

• Modificar las modalidades de la labor política • Concebir al proceso de resistencia, lucha y transformación social como un proceso político-pedagógico de formación y autoformación de conciencia (de poder y de sujetos) • Abrir el campo de acción políticaideológica a los medios de comunicación masiva • Conquistar la cabeza y el corazón de millones de seres humanos • Construir el ideal social a partir de la cotidianeidad • Rescatar críticamente las enseñanzas, las propuestas y los valores creados por los diversos actores sociales • Formar un nuevo tipo de militante • Abrir los espacios al protagonismo de las mayorías

Construir poder popular desde abajo ¿CONTRAPODER, ANTIPODER U OTRO PODER? El punto de partida de esta propuesta pasa por entender que el Poder se constituye como síntesis articuladora políticosocial-cultural de las relaciones sociales levantadas a partir de la oposición estructural capital-trabajo, que instaura desde los cimientos mismos el carácter de clase de las múltiples interrelaciones entre las fuerzas sociales del capital y las del trabajo, entre las luchas por la hegemonía y la dominación, y las luchas de resistencia y oposición a ello, que –de conjunto– definen una determinada correlación entre las

fuerzas (de clase) a escala social. El polo hegemónico dominante se expresa institucionalmente –sobre la base de una múltiple e intrincada madeja de dominación cultural, ideológica y política que atraviesa todo–, en la constitución de un determinado tipo de poder político y su aparato estatal y gubernamental. El Estado es solo una parte del poder político y del Poder social (de la relación hegemónica de poder del capital sobre el trabajo, y –a partir de allí– sobre toda la sociedad). Esto habla también de la necesidad de atender a los diferentes modos de producción de la hegemonía dominante y de dominación y, a la vez, a los diversos modos posibles de construcción de contra-hegemonía popular. En el momento actual, en Latinoamérica, esto supone, en la mayoría de los países, la necesaria reconstrucción de un proyecto nacional de liberación, que –definiéndose en interacción e integración con los otros países de la región y el continente– rescate las identidades históricas y promueva la formación de nuevas identidades colectivas conjuntamente con los procesos de (auto)constitución del sujeto popular del cambio, tal como ocurre, por ejemplo, en el proceso revolucionario venezolano actual. No se trata realmente de un contrapoder, camino que ya fue ensayado por las revoluciones históricas, y lejos de romper con el predominio de la lógica del capital, ésta sobrevivió en ellas más allá del capitalismo. El desafío es, en este sentido, construir alternativas que se planteen ir más allá del capital y ello solo puede empezar desde el presente, no puede pampa | 61 |

quedar relegado para el día de mañana. Para ello, la coherencia entre medios y fines resulta vital. No se trata de un antipoder, concepto que –muy abreviadamente– recrea hoy –más o menos ingenuamente–, los postulados anarquistas. Pero vivimos una época de enfrentamiento local y mundial de fuerzas que luchan, unas a favor de la defensa y de la sobrevivencia de la humanidad, y otras representando a las fuerzas reaccionarias del consumo, la muerte y la barbarie. Éstas, desarrolladas y defendidas por el poder mundial centralizado y agresivo del capital imperialista, no pueden derrotarse si no es enfrentándole otro poder. La opción de las fuerzas a favor de la vida es la de construir ese otro poder, fuera del dominio de la lógica del capital, basado en la participación democrática plena del conjunto de actores sociales y políticos, organizados y no organizados, construyendo interrelaciones horizontales y nuevas modalidades de representación y organización política. Éstas, lejos de separarse de lo social (la sociedad) y darle la espalda, deberán hacer de la participación protagónica y conciente de las mayorías, el bastión para la construcción de una amplia fuerza social de liberación, promotora e impulsora –desde abajo– de las transformaciones posibles (y deseadas), del actor sociopolítico colectivo. La construcción de poder propio por los trabajadores y el pueblo es parte del proceso de de-construcción de la ideología y las culturas dominantes y de dominación. Este constituye, simultáneamente, | 62 | pampa

un proceso de construcción de nuevas formas de saberes, de capacidades organizativas y de decisión y gobierno de lo propio en el campo popular. Son nuevas formas que constituyen modos de empoderamiento local-territoriales, comunitarios, bases de la creación y creciente acumulación de un nuevo tipo de poder participativo-consciente –no enajenado– desde abajo, de desarrollo de las conciencias, de las culturas sumergidas y oprimidas, con múltiples y entrelazadas formas encaminadas a la transformación global de la sociedad. Según los paradigmas vigentes en el siglo XX, la toma del poder se consideraba requisito indispensable para transformar la sociedad. En virtud de ello, los problemas sectoriales e incluso cuestiones de fondo como la discriminación y explotación de los pueblos originarios, de los negros, la subordinación y opresión de las mujeres, los problemas de la naturaleza, etc., eran considerados “contradicciones secundarias”. Consiguientemente, las propuestas –reivindicativas– que se dirigían a ellos, eran tratadas como factores que distraían la atención de la “cuestión fundamental” y, por tanto, debían esperar hasta después de la toma del poder. A partir de allí, se suponía, las soluciones llegarían mecánicamente desde arriba. Hoy resulta claro que la transformación de la sociedad con sentido liberador y de liberación humana, nunca será posible si no comienza a impulsarse y construirse (realizarse) integralmente desde el presente, en las resistencias, las luchas y las construcciones cotidianas de julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

lo nuevo en todos los ámbitos en que ello se lleve a cabo. La supuesta contraposición entre tomar el poder o transformar la sociedad resulta –desde esta perspectiva– falsa, pues la transformación de la sociedad desde abajo no excluye la conquista del poder político, solo que la ubica como parte de un camino de construcción de poder propio, más amplio y complejo, y no relega la búsqueda de soluciones a los problemas inmediatos, para un mañana hipotético que –como sabemos–, nunca será diferente del presente si no comienza a construirse desde ahora. En esta dimensión, la conquista del poder político resulta instrumental. Es parte del camino de la transformación, en el momento en que la construcción y la acumulación de conciencia, de poder social, de organización y voluntad colectiva social lo hagan posible. Resulta conveniente hacer un llamado de alerta frente a posibles lecturas o interpretaciones gradualistas, ajenas a las dinámicas complejas del movimiento social actual. Porque los planteamientos analíticos, forzosamente expresados uno después del otro, pudieran sugerir que primero hay que construir el poder para luego tomarlo. Pero no se trata de eso; es desde otra lógica que se sustenta el planteo: la del poder entendido como síntesis de determinadas fuerzas sociales, económicas culturales y políticas en interacción múltiple, diversa, yuxtapuesta. Por tanto, los modos de luchar contra ella, no pueden pensarse linealmente, sino también superpuestos, yuxtapuestos, múltiples,

diversos, simultáneos, cambiantes e imprevisibles, abriéndose caminos en medio de incertidumbres y sorpresas constantes. Ciertamente, es necesario un mínimo de acumulación previa. El proceso revolucionario venezolano es clave, es el ejemplo de la transformación social en nuestra época. Allí, con una fuerza política mínima organizada, y con una parte del poder institucional del estado: las FFAA, Chávez se propuso conquistar una parte del poder político: el gobierno. Haciendo del gobierno una herramienta política privilegiada para desatar y desarrollar las potencialidades sociales contenidas en los sectores populares olvidados, explotados y excluidos, Chávez ha emprendido la tarea de construir la fuerza social de liberación, la fuerza política principal del cambio: el pueblo conciente y organizado constituido en sujeto de su historia. La conformación del actor colectivo (sujeto) sociotransformador no fue una premisa para el acceso al gobierno; está siendo una resultante, parte de una obra colectiva, con el empeño consciente del propio pueblo en autoformación y autoconstitución en sujeto de su historia. La acción política popular que tuvo lugar contra el golpe contrarrevolucionario y pro-imperialista ocurrida hace más de dos años, demuestra con creces que dicho proceso está en marcha. No hay un antes y un después en las tareas políticas y sociales, en la construcción de poder propio desde abajo. La explicación lógica analítica nos obliga a guardar un ordenamiento en la exposipampa | 63 |

ción, pero éste no se corresponde con la vida real, dinámica, abierta y siempre capaz de sorprendernos rompiendo con todo intento por esquematizarla.

Construir un nuevo tipo de organización política La actual estrategia de construcción de poder propio social, cultural y político desde abajo plantea el desafío de construir un actor colectivo que, lejos de ahondar la fractura entre lo social, lo político y sus actores, los integre, articule y cohesione.4 La nueva estrategia de poder reclama fundar –desde la raíz, desde abajo– un nuevo tipo de organización política, horizontal y participativa. Sería errado suponer que esta tarea se resuelve cambiando el nombre del partido, o fundando otro pero manteniendo el mismo contenido. Se requiere de un instrumento político capaz de promover la articulación de los actores aislados encaminada a la conformación de una amplia fuerza social y política, base para la constitución del actor colectivo. Para ello, simultáneamente, el desafío consiste en avanzar en la construcción de un programa político de oposición y/o gobierno propio, articulado al proyecto alternativo, soporte político para la conformación de una articulación social y política, base para la conformación de una dirección sociopolítica plural de los procesos de resistencias y luchas sociales en cada país. Esta reclama la conjugación consciente de protagonismos, identidades, | 64 | pampa

problemáticas y experiencias singulares, porque se trata de una dirección que solo puede construirse con la participación directa y plena de todos los actores sociopolíticos implicados en ella.

TRANSFORMAR LAS RAÍCES Y LOS MODOS DE LA REPRESENTACIÓN POLÍTICA La representación política, en cualquiera de sus modalidades, expresa y condensa un determinado modo de relación entre lo social y lo político, que supone a su vez un determinado modo de entender las interrelaciones entre lo que se conoce como sociedad civil y sociedad política, entre Estado y sociedad y la intermediación que para ello se ha erigido desde el poder hegemónico: los partidos políticos, establecidos jurídicamente como los representantes y voceros de los ciudadanos “de a pie” ante las instancias política y de gobierno, es decir, como mediadores entre la sociedad (civil) y el Estado. Este tipo de mediación y representación político partidaria sintetiza el despojo de los derechos políticos ciudadanos, reduciéndolos –en el mejor de los casos– al hecho de votar por algunas autoridades gubernamentales cada cierto tiempo. Correlativamente, reclama la delegación de las facultades políticas ciudadanas, haciendo de la ciudadanía una condición pasiva. En el sistema democrático-burgués, los derechos políticos del ciudadano común quedan circunscriptos al acto eleccionario, sin intervenir en las decisiones que adopta luego el gobierno electo (municipal, comunal, estadual, provincial, nacional). julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

El proceso de vida y desarrollo de la sociedad resulta fuera de su alcance y comprensión, y se le presenta como ajeno a su cotidianidad. Este extrañamiento o ajenamiento político se consuma una y otra vez mediante la reiteración de las prácticas de despojo (y delegación) que se conjugan y retroalimentan en cada acto (y estructura) de representación políticas así concebidas, interrelación fracturada que se profundiza aun más en las actuales democracias de mercado, que tornan a las sociedades en incomprensibles y hostiles a los propios ciudadanos que las construyen y dan vida con su trabajo y espiritualidad. Todo despojo de derechos, de facultades, de espacios, etcétera, supone (e impone) la delegación de los mismos hacia quien despoja y viceversa, a escala individual y colectiva. Y esto se produce y reproduce en los diferentes sectores de la sociedad, como parte de la ideología y cultura hegemónicas del poder y –por ende–, también de la contracultura, la que germina (solo) como respuesta (reacción) a la dominante, y que –como toda negación– lleva implícita los rasgos fundamentales del fenómeno que niega. Es por ello que la contracultura que se gesta por oposición, hereda gran parte de la lógica de funcionamiento del poder y de la cultura que rechaza. Al no construir una cultura propia, diferente, radicalmente transformadora y removedora de lo viejo, el horizonte político de las fuerzas sociopolíticas opositoras se agota en la (pequeña) aspiración corporativa de convertirse en poder hegemónico una vez que la “tortilla se vuelva” (contrapoder).

En este sentido, entiendo la reflexión de István Mészáros cuando señala que el modus operandi de los partidos políticos de la clase obrera fue marcado por la oposición a su adversario político dentro del estado capitalista, para la cual se crearon y desarrollaron. De esa forma, explica él, los partidos políticos obreros, también el leninista, espejaron en su propio modo de funcionamiento y articulación, la estructura política subyacente (el estado capitalista burocratizado) a que estaban sujetos. El centralismo democrático como base lógica de la estructuración de dichos “partidos de nuevo tipo”, y como base de la formación y caracterización de su militancia, en casi un siglo de prácticas de diverso corte y alcance, desnudó el rostro verticalista-autoritario de una democracia centralista –popular y revolucionaria por intención y definición–, basada en la jerarquización piramidal de las decisiones, en la obediencia de arriba hacia abajo de los militantes (de la clase y de la sociedad), y en la subordinación de todas las organizaciones “de masas” (sociales, sindicales, culturales, religiosas, etc.) a las decisiones partidarias. En ese contexto, las organizaciones sociales fueron concebidas, creadas y desarrolladas como correas de transmisión de las decisiones partidarias hacia los sectores sociales que representaban. En América Latina, la mayoría de los partidos comunistas y de izquierdas rigió su estructuración y funcionamiento por tales paradigmas. Organizarse reflejando la estructuración y la lógica del funcionamiento político del adversario, impidió a tales partidos pampa | 65 |

buscar y construir una forma alternativa propia, de transformación, organización, y control del sistema. Centrados exclusivamente en la dimensión política del adversario, permanecieron absolutamente dependientes de su objeto de negación. [Ver: MÉSZÁROS 2001: 75] Es justamente esa réplica de la lógica jerárquica, subordinante y verticalista del capital la que tipifica el modo tradicional de representación política de la izquierda, representación política que –en virtud de ello– lejos de caminar hacia la eliminación de la enajenación política de los representados –síntesis de todas las enajenaciones sociales–, la afianzó y multiplicó a partir de recrear la fragmentación entre lo social y lo político, y la subordinación jerárquica de los actores sociales a los políticos. Regida por la lógica reproductiva del poder del capital, esa fragmentación se tradujo en la separación entre las organizaciones obreras sindicales y sus expresiones políticas, y –como lo recuerda críticamente Mészáros [2001-b: 66]– fue asimilada en la concepción que sirvió de plataforma constitutiva y funcional de los partidos de izquierda (“de la clase”), que se mantiene hasta la actualidad. Es por ello que el debate acerca de la relación entre lo político y lo social trasciende la cuestión de las formas organizativas, sintetiza y expresa el debate sobre el proyecto estratégico, los sujetos y las tareas que debe realizar. Y esto replantea la articulación entre las llamadas sociedad civil y sociedad política sobre nuevas bases: Supone la re-apro| 66 | pampa

piación por parte del pueblo de la política y lo político, constituyentes propios de su ser ciudadano plenamente capacitado y con derecho a decidir sus destinos además de construirlos.

• HACIA UNA REPRESENTACIÓN POLÍTICA QUE SE ASIENTE Y PROMUEVA LA PARTICIPACIÓN PLENA DE LA CIUDADANÍA

Los pueblos han avanzado, han hecho sus experiencias, han aprendido de aciertos y errores, y se han enriquecido como protagonistas de su historia; buscan caminos para representarse a sí mismos, creando nuevas formas de democracia participativa en los distintos ámbitos de la vida política y social donde construyen sus organizaciones y desarrollan sus luchas. La democracia directa se abre paso como una opción viable en los casos más sólidos (estables con crecimiento), y reclama, a su vez, articularse con nuevas formas de representación. Estas tendrían entre sus características primeras, la de propiciar y promover la participación directa y, a la vez, encontrar los nexos para articular uno y otro modo de participación política de la ciudadanía, es decir, las formas de democracia directa con formas nuevas de representación.

• LAS FORMAS DE ORGANIZACIÓN Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA, CONTIENEN –EN GERMEN– LAS FORMAS DE ORGANIZACIÓN DEL PODER POPULAR Si partimos de aceptar como un principio inalienable, que la transformación julio 2006 | nro.1

APUNTES DE UN DEBATE

de la sociedad es obra de los actoressujetos sociales constituidos, como sujetos plenos, en sujetos políticos, resulta claro que al discutir las formas de organización y representación política actuales para la transformación, discutimos –en germen– las nuevas formas de organización del poder –nueva dialéctica en la [inter]relación entre sociedad civil y política, en base al protagonismo ciudadano y su [re]apropiación de la política como parte inalienable de su ser–. Para ello hay que revertir las relaciones entre Estado y sociedad, entre política y ciudadanía, abrir los espacios políticos al protagonismo colectivo. Y ello solo puede hacerse desde abajo y cotidianamente, desarrollando organizaciones abiertas y articuladas horizontalmente, capaces de construir identidades colectivas, plurales y unitarias, sobre la base del respeto y la aceptación positiva de las diferencias. Esto supone revalorizar el contenido de la interrelación unidad-diferencia-identidad, para –sobre esa base– replantearse hoy una lógica de unidad diferente, que reconozca las diferencias, para construir desde ellas, los puentes hacia la unidad. Este es un camino posible para construir colectivamente en diversidad y pluralidad. El camino contrario conduce, ya se ha visto, irremediablemente, de la diferenciación al antagonismo, y del antagonismo a la ruptura. Se trata de una unidad que no aspira a la uniformidad y unicidad del pensamiento, ni de las propuestas, ni de las organizaciones; no se basa en la creencia de la existencia de una verdad única y válida para todos, sino que reco-

noce la verdad como una resultante histórico-social (cambiante) de verdades parciales que existen (están presentes) y se expresan fragmentada y entremezcladamente en los pensamientos, en las prácticas y realidades de los distintos actores sociales. Por eso, construir la verdad colectiva en cada momento no es equivalente a una simple sumatoria, se trata de una sumatoria, pero en sentido de articulación-integración. La nueva democracia será posible –ya se avizora– sobre la base de la democratización de lo nuestro en un doble sentido: democratizando las organizaciones y espacios existentes, y manteniéndolo abierto siempre a la posible llegada de nuevos actores. En Latinoamérica han madurado las condiciones sociales y políticas para avanzar hacia la construcción-constitución de nuevas instancias políticas y de ámbitos plurales del quehacer político (articulación de distintos actores sociopolíticos y sus propuestas). Y todo esto reclama por organizaciones políticas capaces de promover el protagonismo de las mayorías, de organizarlo y conducirlo.

CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DE LAS NUEVAS ORGANIZACIONES POLÍTICAS

Las tareas que emanan de las problemáticas sociohistóricas concretas, son las que van definiendo a los actores-sujetos, y estos al proyecto y a los instrumentos. Es por ello que el sentido de la organización política en la actualidad, pasa –en primer lugar– por descubrir los nexos pampa | 67 |

concretos que permitan construir puentes articuladores entre los actores sociales fragmentados, entre sus problemáticas, propuestas y aspiraciones; resulta vital también llegar al ciudadano común no organizado, y promover su participación en los debates acerca del quehacer actual, convocándolo permanentemente a ser partícipe de la definición de las decisiones sociales y políticas que se tomen. Esto significa, en síntesis, recrear el ámbito y el sentido de lo político, haciendo de la política una actividad colectiva, protagonizada por el pueblo. En segundo lugar, y articulado a lo anterior, es necesario replantearse los modos orgánicos de existencia, construcción y desarrollo de la organización política (no reducirla a un partido) capaz de dar cuenta hoy de esta realidad, y de resolver las tareas estratégicas y coyunturales. Teniendo en cuenta este contenido político-social, resulta evidente que las actuales organizaciones políticas requieren de estructuras flexibles y abiertas, capaces de articular a los actores sociales y políticos diversos, a los ciudadanos organizados y a los no organizados, con

sus múltiples propuestas y aspiraciones. El desafío es, entonces, poner en sintonía el instrumento político con el sentido y los modos de la acción política sociotransformadora que reclaman los tiempos actuales. En tal sentido, vale subrayar los siguientes aspectos: 1. La organización política tiene un carácter instrumental; es una herramienta para el logro de determinados fines. 2. La organización política no es del sujeto político (ni social, ni histórico). El sujeto es irreductible a la organización. 3. No hay sujeto político separado e independiente del sujeto social, del sujeto histórico. 4. La construcción-articulación del sujeto popular implica una nueva y diferente relación política y orgánica entre los partidos y los movimientos sociales. 5. Ser de izquierdas es, ante todo, una actitud práctica revolucionaria de lucha contra la hegemonía y la dominación del capital. 6. Construir una nueva mística.| pampa

NOTAS: 1

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Son propuestas reivindicativo-concretas cuya realización tiene un alcance político-nacional e implica un profundo cuestionamiento al sistema. Por ejemplo: defensa del agua, de la energía, lucha por la tierra, por el trabajo, contra los transgénicos, etc. Estas propuestas se anudan directamente a lo programático porque responden a demandas reivindicativas que demandan soluciones de marcado rumbo alternativo. Tienen una clara dimensión estratégica alternativa. La presencia de una posibilidad no implica que “lo posible” llegue a ser necesariamente realidad; no define una situación, sino lo que esta podría llegar a ser. Abre puertas, sin garantías.

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Venezuela bolivariana revolucionaria constituye, por todo ello, un vivo ejemplo de la propuesta estratégica de transformación social desde abajo, sin recetas ni proyectos o programas preestablecidos, construyendo –sobre la base de iniciales definiciones estratégicas claves– los caminos indispensables para que, colectivamente, se vayan definiendo los rumbos y ritmos parciales, las urgencias coyunturales, etcétera. Lógicamente, la participación activa y positiva de amplios sectores de las FFAA en dicho proceso no puede pasarse por alto; habrá que encontrar las maneras y los caminos para construir alianzas similares en cada país, o buscar otras opciones. Todo proceso tiene su sello propio que lo hace excepcional, quizá el de Venezuela sea ese. Pero la copia no es válida. Está comprobado que copiar y transplantar experiencias es fuente segura de errores. Por ello no coincido con los enfoques de algunos intelectuales que convocan a la izquierda partidaria tradicional a democratizarse, reconociendo como parte de la izquierda a lo que ellos denominan “izquierda social”, para poder organizarla alrededor suyo. Este propuesta se limita a sumar la “izquierda partidaria” y la “izquierda social”, subordinando jerárquicamente lo social a lo político, es decir, manteniendo la división entre lo político y lo social, y la lógica subordinante jerárquica y excluyente del capital.

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la mirada por MARTÍN RODRÍGUEZ

el feto en un campo abierto, el universo en orden, de un lado el amor, más allá el trigo, del otro lado la madre, las cruces y el agua, pero tronó la sangre que rodea su nacimiento (el pesebre sencillo, de barro y arcilla) separando alma y carne, pelos y huevos, casi sin amor. lo viejo y lo nuevo estaban queriéndose unir en él, pero partía la cosecha en el tren, un tren que parte la mirada: lo que parte y lo que queda gelatinoso, en las vías, el tren pasando por un campo virgen paja, pesebre y fuego, un tren lleva al niño hacia la ciudad, y en esa criatura celeste anida el cuero antiguo de un árbol genealógico con la rama raquítica

* “Maternidad Sardá”, Editorial Vox, 2005.

pensar lo nacional la c onjura sangr ient a del desier t o TODAS las naciones posibles caben en la pregunta por su destino común. Indagarse por el sentido de lo nacional, por su espíritu, por sus circunstancias, es un ejercicio, entonces, de reconversión de proyecto, en el más vital de sus sentidos. Se trata de componer lo nacional, restaurarlo del desgarro que la historia le produjo. La pregunta por la nación empieza en el límite que marcan sus fundaciones extranjeras respecto de lo propio, de lo que ya era en esta latitud, y termina en el destino criminal, sangriento de los hacedores del drama nacional. Si el desierto es tal solo para el que lo mira desde afuera y esa mirada es la que organiza la Nación / institución, entonces no queda más para los desterrados en tierra propia que la locura, la desazón o la sangre. Y en ese devenir luctuoso la patria se vuelve a fundar, una y mil veces, cada vez que se mata y se muere en contra de lo andado y a favor de lo por venir. Pero esos renaceres cuentan la muerte como el estigma amado, como el signo infranqueable de ser todo el tiempo naciente. Así, el sentido último de esa tragedia, el alma que la alienta, vive oculta tras el velo que las miles de representaciones –de la política, del arte, de la retórica– han construido como trama de lo vivible, o al menos de lo durable, en armonía con los muertos y con los vivos. Condición de la vanguardia, matar y morir en una sola estocada, se ha vuelto el drama que los sujetos de esta nación en hechura deben conjurar, como un patrulla en busca de la tumba que la nombre. Lo que tienen por delante: un desierto de palabras que deben reescribir. | 72 | pampa

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De fundaciones, desier tos y otras per tenencias nacionales por FERNANDO BUSTAMANTE

No existe ningún documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie. WALTER BENJAMIN

La noción de desierto ha estructurado los discursos sobre nuestra Nación desde su fundación. Hector A. Murena había sugerido que también las fundaciones de las ciudades han definido el destino nacional. La noción de desierto se vincula con ideas como barbarie, y la de fundación pareciera tener que ver con la de civilización, o quizás también con la de barbarie. Desde diciembre de 2001 han proliferado las vocaciones a la refundación de la Argentina. Quizás sea pertinente entonces esta reflexión hecha desde uno de los escenarios desérticos por excelencia de campañas militares, políticas y sojeras, el Chaco Salteño, la región de mayor diversidad indígena del país. Preparándonos para los bicentenarios de la independencia, exploremos algunas posibles relaciones entre desiertos y fundaciones como un eje quizás esclarecedor de lo nacional.

Las ciudades y sus nombres Dice H. A. Murena que tres tipos de nombres eran otorgados a las ciudades en la antigüedad1. En primer lugar, nombres útiles, de conocimiento público, de uso profano. En segundo lugar, nombres sacerdotales, religiosos en su aspecto abierto para la comunidad eclesial, exotéricos. Por último, nombres secretos, esotéricos, místicos, que son el fundamento de los otros dos. En el sentido místico, espiritual de los nombres secretos residía su capacidad fundante, un nombre con la naturaleza de la palabra primigenia, cuya pronunciación era la misma creación de lo humano en recta relación con la tierra habitada. El abandono de la tierra donde descansaban los ancestros era prohibido por la religión, porque esta religaba al hombre con los dioses y con la tierra –y sus pobladores espirituales, visibles para los de percepción dispuesta. El cielo y la tierra unidos con los hombres sensibles y respetuosos, era el sentido común de la habitación humana, aquello que comunicaba a la comunidad. Si el fundar supone que el fundador abandona su tierra de origen, era necesapampa | 73 |

rio entonces, restaurar la ofensa de aquel abandono de la tierra originaria. Para ello, durante el rito de fundación se debía arrojar terrones del suelo abandonado en el mundus, bóveda cavada en el lugar de la fundación, signo de la bóveda celeste sobre la tierra. La presencia de la tierra antigua en la nueva lavaba la trasgresión del destierro y hacía, a esta tierra nueva, originaria.

Fundaciones poscolombinas Según dice Murena, entonces, era culpable quien viajaba. Y los hombres que fundaron ciudades poscolombinas eran hombres dedicados a viajar; sus ciudades no tuvieron nombres secretos. Se ha dicho que había motivos religiosos en el origen de estas incursiones. En general no ha sido así. El hombre poscolombino ha demostrado una incapacidad general para contemplar reverentemente los signos de estos cielos y esta tierra, y percibir la ligazón de lo creado como totalidad, y la correspondencia que al ser humano toca en ello. Nombres como Río de la Plata y Argentina muestran las intenciones de aquellos hombres, que no vinieron a fundar ciudades, porque no vinieron a habitarlas. No fueron sus pretensiones saldar el abandono de la tierra de origen para hacer de estas tierras unas en las que interactuar con sus númenes, como signo de la vitalidad de sus existencias interiores. Más bien, algo muerto había en sus espíritus, vinieron a violar y a regresar cargados de botines. Eran hombres solos, desliga| 74 | pampa

dos de sus pares, de los dioses y de la tierra. Eran hombres sin religión, sin una voluntad de habitar en comunidad: fundaron sin nombres secretos que dar. De igual modo que desde la Conquista, en el siglo XX, estas corrientes de hombres vinieron a hacerse (con) la América.

Fiebre del oro: El campamento En América, señala Murena, se fundaron campamentos. El campamento indica precariedad, provee los medios para un habitar transitorio. Es apto para la extracción de riqueza, sin compromisos con la tierra de la que se aprovecha, susceptible de ser desmontado rápidamente y montado nuevamente en el siguiente lugar al que se despojará de sus valores. Aquí, solo los nombres útiles son necesarios, allí se agota su sentido. La única ley que rige en el Campamento es la fiebre del oro. Esta ley estuvo en el espíritu del despojo colonial, y se estableció definitivamente cuando Buenos Aires, el campamento más excelente, impuso su dominio a las provincias: fiebre de renta de aduana. Tuvo un punto alto en el tratado RocaRunciman; y su historia se extiende hasta nuestros días. Pero la Fiebre del Oro termina cada vez por conducir al caos. Así ha ocurrido con la separación de la Corona luego de 1810, con la caída de Rosas en 1853, con las masas sin oriente que habían aparecido en 1930, con la siesta oligárquica en el gobierno durante 1943, y con el laissez faire de 1965. Qué habría dicho Murena del manotazo encabezado por la julio 2006 | nro.1

pensar lo nacional mafia sindical a partir de 1973, o de la frustración de las clases medias despojadas durante toda la década de los 90, expresada en diciembre de 2001.

Refundaciones El odio estuvo en el origen de estas fundaciones nuestras, continúa Murena, donde la Fiebre del Oro es la ley. Luego del caos al que ésta conduce, se ha pretendido cada vez reestablecer el Orden, esa disciplina militar con que se debe regir a los habitantes del Campamento para impedir el despedazamiento mutuo. Se busca una refundación, una vuelta a la prehistoria del nombramiento. Pero aquel momento fundacional era el de la retención de los hombres ya afiebrados. Estos hombres que ignoraban la religión implícita en la dación de un nombre secreto, sin interés de apaciguar la tierra, de aplacar las fuerzas –numinas– que la recorren, y carentes de voluntad de formar comunidad. Esta es la pureza de origen a la que estas refundaciones buscan retornar. Este origen es el de la Conquista, la Colonia, y su continuidad no es rota por la Independencia.

Pampa al Norte Las llanuras de todo el país por igual están llenas de horizontes, completas de extensión, son desiertos de nacionalidad y conflictos sociales. Las habitaciones fundadas en las plani-

cies al norte de Argentina, y en toda América, fueron predominantemente los Campamentos. Los hubo históricamente de distintas clases, y construyeron consecuentes representaciones de desierto, como estrategia de legitimación de sí y de su función predadora. Las fundaciones deben hacerse, por definición, en lugares no habitados, en desiertos, en lugares sin humanidad. El desierto debía ser transformado en civilización, a través de la fundación de lugares habitables. Esto requería delimitarlo, establecer con él una frontera. Los mojones de esta frontera eran esos asentamientos más o menos estables. La transformación del desierto supuso el corrimiento de la frontera que el mundo conocido tenía con él. Los campamentos necesitaron despejar el territorio de indígenas, fundar más campamentos, ocupar el territorio, declararlo nacional y extraer las riquezas naturales. En este control territorial estatal y en su transformación a través de la empresa privada consistió el mandato civilizador para la fundación de esta Nación. Retomamos aquí algunos momentos históricos señalados por Héctor Trinchero2. Los dominios del demonio3, los misioneros imaginaron que la evangelización se justificaba por una vasta porción del mundo en la que Dios no habitaba. El padre jesuita Pedro Lozano decía en 1736: “Es innumerable el gentío (en América), que retirado del comercio, ya de castellanos, ya de portugueses, que pudieran franquearles las puertas del Cielo, perecen miserablemente en las tinieblas de su infidelidad”4. Con estos pampa | 75 |

escritos, se inauguran narrativas sobre los indígenas del Chaco como seres endemoniados y muy hostiles al conquistador, y donde el mismo Satanás en persona combatía contra los avances de los españoles. A las llanuras chaquenses, el despojo de su control indígena les llegó muy avanzado ya el siglo XIX. En el Chaco no se trató del exterminio de estos pueblos, como en las incursiones de conquista pampeanas, sino de su sometimiento como mano de obra odiada y servil. En esta etapa, las incursiones eran privadas, solventadas por las burguesías provincianas del norte, propietarias de ingenios azucareros. Así, a mediados del siglo XIX, la mirada sobre la región chaqueña fue productivista, con necesidad de sistematizar los recursos y las personas según el espíritu de la ciencia. El gran Chaco de J. Fontana de 1881 es la obra de referencia de la época, donde se lee por ejemplo sobre las matanzas de indígenas: “miles de seres humanos, completamente ajenos al mal y dispuestos a ser cuanto el hombre civilizado hubiese querido que fuesen, perecieron al golpe sangriento de la crueldad y el fanatismo”5. Aunque está escrito en una época posterior, durante las campañas militares a los desiertos de la Patagonia y el Chaco, este relato representa las visiones humanistas y positivistas sobre la región y sus pobladores indígenas. Los campamentos en su modalidad militar aparecen con su propio repertorio de relatos en tiempos de Roca, ya como Ministro de Guerra de Avellanenda, ya bajo su propia presidencia de campamen| 76 | pampa

tos. Relatos preferidos por estos sedientos y uniformes hombres, con descripciones del territorio, útiles para las maniobras militares, o para establecer la belicosidad de los naturales; o narraciones de sus hazañas pasadas e imaginarias. Relatos todos lobbistas del negocio de la guerra. Para Roca, a los “holgazanes y estúpidos” pueblos del Chaco convenía reemplazarlos, en los ingenios, con los pampas capturados en la campaña del desierto. Aquí, una forma particular de capitalismo empuja militares con su oficio a la frontera y tracciona la polea del lenguaje conquistador. Ascenso de la burguesía de Buenos Aires y aliados, sobre todo de Santa Fe; descenso de los ingenios azucareros del norte. Triunfan, se invisten de la estatalidad y delegan la institución de la nacionalidad en las fronteras a quienes les convencieron de esas guerras contra el indio. Ha pasado el tiempo de las incursiones a costas de los dineros privados. Es ahora el estado quien planifica los campamentos militares y les destina la mitad de todos los recursos oficiales, en estos tiempos de Roca. Aumento de uniformes, pertrechos y disciplina se transforman en fines en sí mismos, y desde esos quehaceres se narran este desierto boscoso y sus hirustos pobladores. Ya no son, estos naturales, susceptibles de participar en el desarrollo de los campamentos en los ingenios. Son belicosos, holgazanes, estúpidos e incompatibles con la civilización, que debe fundar ahora campamentos militares para hacerse camino sobre sus cadáveres. julio 2006 | nro.1

pensar lo nacional Estas visiones de lo desértico, narradas así, según las fuerzas de cada época, han convivido y pugnado, entre sí y con otras narraciones, por su lugar en los discursos de la nación. La idea de la incompatibilidad básica entre el indio y la civilización, como una frontera infranqueable, pervive en el sentido común, en ciertos discursos sobre la diversidad cultural y, durante un período de tinieblas, en las ciencias sociales –que abonaron una noción de cultura aislable de otras con las que se infunde. Los mandos militares más inhumanos se beneficiaron de escrituras antropológicas sobre la región del Chaco, que engrosaron la frontera de sentido con el aborigen. Animismo y relatos mitológicos estaban en el centro de sus descripciones. La irracionalidad, como una parte, ocupó el lugar del todo de la cultura. La antropología fenomenológica argentina consolida el espacio social indígena como escindido del resto de nosotros. Así se oscurece la historia de vínculos y violencias que delinean identidades entre sociedades. Aquel Estado pervertido, que exilió otras escrituras sobre el desierto, recibió complacido estas6. Por fin, la muerte disolvió su régimen, se reabrieron los Congresos y la ley se ocupó del indígena. En su horizonte aparece el desarrollo7. Es que la visión que del desierto se forja, es de atraso y de falta. Los habitantes del desierto son ahora los más pobres entre los pobres, y sus necesidades e intereses aparecen como de sentido común: se pierde de la vista sus distinciones culturales. En la ley salteña, la integración del aborigen al mercado parece ser menos un instrumen-

to entre otros posibles, y más bien el fin no declarado. La frontera con el indio debe sufrir una abstracción, ya no debe ser territorial –el reclamo territorial los sumiría en el atraso– sino económica. Una nueva frontera más sutil, pero no menos trazable, subyace a las invocaciones del progreso: la sojera.

La nacionalidad restringida A esta altura, están claros los pilares de la estatalidad argentina: unidad de territorio e identificación de la Nación con él. Estrategia esta de construcción de identidades –nacional y salteña–, vía de interpelación de los sujetos, prenda de extorsión en la palabra política oficial frente a dignidades disputadas, indígenas y criollas. La salteñidad estaba en la filiación con los gauchos de Güemes, símbolos estos valorados por su aporte a la independencia nacional. Y la continuidad filiatoria era dada por la tierra, por el nacimiento en ella. El ser salteño solía consistir en haber hecho un aporte a la fundación de la Nación y a la consolidación de su territorio. Hoy, los relatos del poder imaginan un mundo donde la sangre salteña es la de aquellos gauchos –se omite referencia al componente indígena, donde el oficialismo es la fuerza política autóctona y genuina, y donde cualquier crítica u oposición significa renegar de la herencia de Güemes. El deseo de una nación aparte es la prenda del discurso oficial con que extorsiona, frente a la opinión pública, a la pampa | 77 |

organización indígena Lhaka Honhat, cuando media su reclamo territorial en la cuenca del río Pilcomayo. Están, dice el Gobierno, instigados por los ingleses –la Iglesia Anglicana–, extranjeros interesados en desmembrar nuestra tierra. Extranjeros en su tierra, los indígenas reclaman un título de propiedad, no una declaración de independencia. El aborigen sería, en Salta, bárbaro, atrasado y pobre. Los funcionarios construyen su imagen de los pobladores de este desierto con la medida que va del atraso al progreso. Atraso sería un espacio vital, recursos naturales y defensa de las pautas tradicionales de su aprovechamiento. Progreso sería sobre explotación de recursos y mano de obra indígena por emprendimientos multinacionales. No habría, entonces, en este desierto, pobladores con especificidades, no habría cultura sino pobreza, no habría alternativas económicas ni de organización social, sino solo atraso. Luego de Colombo, las fundaciones dieron a la luz solo campamentos, que siguen proliferando hoy en forma de campamentos petroleros y finqueros en la región8. La fiebre del oro que los rige ha sido desculpabilizada en los años noventa y hoy sigue siendo actualizada. No hay intención de fundar comunidad. La fiebre de tierra, de soja, de madera, no cesa.

Relatos del desierto: Lo indígena en lo nacional La noción de desierto ha estructurado los discursos sobre nuestra Nación desde | 78 | pampa

su fundación, quizás más de lo notado. Esta noción se vincula con ideas como barbarie, y la de fundación pareciera tener que ver con la de civilización. El mote desierto parecía apelar a la nada que necesitaba ser escrita, nombrada, pronunciada. Nadie puede escribir en el desierto, piensa Sarmiento, que imagina un caos original sobre el que se proyectarían las claves de lectura positivistas de la generación del ´80. La misma idea de desierto impide pensar en la rapiña: no habría nada de valor allí, y de haberlo sería poco y disponible, como pago simbólico a cambio del bien de llevar la civilización. Ese vacío estaría reclamando fundaciones. Haber nombrado estas extensiones como desierto constituye un acto profundamente político; ha producido el sentido de que el momento fundacional, el momento de origen de la vida (civilizada) fue el exterminio y la llegada del hombre blanco y su Dios. Ha sido político porque ha establecido una realidad, ha naturalizado la perversión. Pero la conquista del desierto ha sido en rigor de verdad la desertificación de la humanidad de las pampas. Entonces, nombrar es un hecho político. El nombre ordena el caos de lo real, ejerce el poder de la creación allí donde el lenguaje parece volver a una relación primordial con las cosas. El acto de nombramiento decide por los aspectos presentes en el Ser que serán los distintivos. Por lo tanto infringe violencia. Esto parece ser lo que Murena tenía claro e intentaba establecer, pensando julio 2006 | nro.1

pensar lo nacional desde fuentes esotéricas y desde la experiencia mística: la palabra original, el nombre, abre el mundo, tiene el poder de fundarlo y tal parece que también de desfondarlo, es decir, de que esa fundación sea un paradójico despojo de su fondo espiritual, ético, sin más, humano. Nombres útiles y nombres secretos. Los nombres criollos y los indígenas señalan una confrontación entre relaciones diferenciadas con la tierra en el chaco salteño. Digamos al pasar que los nombres que los indígenas otorgaron a la tierra fueron todos secretos para los blancos, tanto más cuanto se le niega a su lengua, aún en nuestros días, su poder de nombrar. Por un lado, nombres de generales, de gobernadores, de fundadores de campamentos y nombres de campamentos (Campamento Vespucio9) se oponen, por otro lado, a nombres de hechos, de historia, de pertenencia, no como promesa de hacer propia la tierra y ligarse con ella, sino como testimonio de que ya habitaban y eran de la tierra cuando algo ocurría a esos originales. Nombres que evidencian una percepción sobre el mundo10. La toponimia wichí muestra que nombrar la tierra es, para ellos, ubicar las fuentes de agua y manifestar la diversidad biológica del monte chaqueño y su vitalidad. Siguiendo a Murena, estos podrían ser los nombres útiles. Pero también, para los wichí, dar nombre a los lugares tradicionalmente ocupados es señalar las marcas de la encarnizada lucha entre los principios cosmológicos opuestos –la Vida y la Muerte– de la que los wichí participan. Quizás estos sean

aquellos nombres secretos dados en contemplación de los númenes de la tierra de los que hablaba Murena. ¿Qué han narrado los indígenas en el desierto? Volviendo a Sarmiento, ni siquiera él puede obviar, y es deslumbrado por el rastreador, quien sí puede leer en el desierto. Señal de la presencia de otras escrituras. El desierto siempre es tal para quien lo mira desde fuera. ¿Qué desierto narraban los indígenas? Nuevamente el componente indígena en el pensamiento nacional, como reverso. Decía Mansilla: “en el desierto mandan los narradores, los que saben transmitir al lenguaje la pasión de lo que está por venir.”11 En la región chaqueña, sin embargo, hablan permanentemente del pasado, pero para recrear y reinterpretar el presente. En estas sociedades horizontales hasta la exasperación, sus autoridades sin poder detentan la palabra, no como complemento del poder, más bien como su negación. Entre los indígenas, parece ser autoridad no quien es capaz de imponer su voluntad, sino quien es capaz de recrear permanentemente lo real, de sostener una visión del mundo, de hacer el presente verosímil. En estos desiertos, aprovechados de formas tradicionales por sus pobladores originarios, el lenguaje tiene una función más cercana a la primordial. Las sociedades indígenas de las llanuras chaquenses no experimentan una escisión entre el tiempo mítico y el tiempo histórico. Viven aún allí, y conviven y disputan con los espíritus (en wichí ahät=espíritu) dueños de la naturaleza por sus recursos. Los relatos pampa | 79 |

orales ancestrales sobre los dueños de la naturaleza cambian de sentido al haber cambiado el contexto de la enunciación, cuando quienes se adueñan de los recursos naturales son nuevos aparecidos (ahätäy=criollo, blanco). ¿Cuáles son los relatos indígenas de hoy? No es el discurso ambientalista de Greenpeace sobre la reserva de Pizarro. Los indígenas chaqueños siguen siendo hoy lo Otro no asimilable, incluso para los movimientos sociales, muchas veces constituidos sobre una noción de trabajo12. El relato que resuena es el reclamo por las tierras. Sus argumentos son los de un relato sobre el reconocimiento de que la realidad puede ser –y la suya es– otra,

o de lo contrario serán exterminados. Otro concepto de desarrollo, de uso de los recursos naturales, de organización social horizontal, de relación con el lenguaje. Desde el comienzo, la presencia indígena se yergue allí como testimonio de esa verdad apropiada por los filósofos y los poetas, verdad intolerable para el proyecto homogeneizador de nación concebido por la generación del 80, e improcesable para nuestras instituciones tal como las concebimos todavía: ante tantos llamados a la refundación de lo existente, son posibles y además necesarias otras instituciones, otros nombres y otros relatos, esta vez con poder fundante de comunidad.| pampa

NOTAS: H. A. MURENA, El nombre secreto o un intento de explicación de ciertos males argentinos y americanos, pasados y presentes, Pensamiento de los Confines, Buenos Aires, nº 7, 2º semestre 1999. 2 TRINCHERO, H. (2000) Los dominios del demonio, Bs. As., Eudeba. 3 sic. TRINCHERO, op. cit. 4 TRINCHERO, op. cit. 5 Citado en TRINCHERO, op. cit. 6 TRINCHERO, op. cit. 7 CARRASCO, MORITA (2000) Los derechos de los pueblos indígenas en Argentina, Buenos Aires, VinciguerraIWGIA. (cap. II) 8 Estos tipos de explotaciones se desplazan para realizar obras a través de cientos de kilómetros a lo largo de los gasoductos, o para trabajar por sectores las plantaciones latifundistas. Para ello son necesarios los campamentos. 9 Localidad al sur de Tartagal. 10 PALMER, J. (2005) La buena voluntad wichi. Una espiritualidad indígena, Grupo de Trabajo Ruta 81. 11 PIGLIA, R. (2000) Crítica y ficción, Buenos Aires, Seix Barral. 12 El pueblo wichí, con un trasfondo cazador-recolector, no se siente interpelado desde la cultura del trabajo asalariado. El trabajo no constituye una fuente de identificación, esa función es cumplida por la tierra y la lengua. Tampoco es considerada un valor la productividad. La caza, la pesca y la recolección en estas regiones subtropicales inhóspitas requieren más bien resistencia. 1

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“ L a

v a n g u a r d i a

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a s í ”

por KARINA ARELLANO

“Intentaron hacernos creer que el mundo era demente, deforme, absurdo, caótico e imbécil. Esa era la trampa. La sentencia condenó al universo a la locura.” DE

FRAGMENTO DEL GUIÓN DE LA PELÍCULA “EL PROCESO” ORSON WELLES, BASADA EN LA OBRA DE FRANZ KAFKA

1.

Hasta ahora, la nación es situación permanente de los hombres. Aún ahora, es, hasta que su desaparición demuestre lo contrario. Escribir en el tiempo donde las naciones dejaron ver su costado fétido, su aspecto moribundo, podría ser prefigurado como el relato de su propia muerte, o bien, como su potencia de resurrección o, final y más modestamente, cómo el relato de su dificultad, de su prolongada desdicha. La desdichada paradoja nacional, en nuestro caso, es el patriotismo no fundado en el amor por el pasado, sino en la ruptura violenta con él.

2.

Sostiene Nicolás Casullo que “hay una obra Facundo en nosotros permanentemente pensando que sí, que el país se puede proyectar con un gran estadista, un gran guerrero o un gran autor”1. Esta frase presenta al desnudo la pregunta por el fundamento de la patria y señala los desafíos a los que se enfrenta la teoría. Efectivamente, en nuestra experiencia, la política –como estrategia de representación republicana–, ha sido separada de la ética –como misión de lo colectivo respecto al ser humano– y de la estética –en tanto conciencia trágica de la irrealidad del mundo–. Tal separación propone a la teoría crítica lecturas centradas en los diferentes tipos de vínculos que se tejen disolviendo singularidades, absorbiendo esferas y recreando voluntades en esta zona indistinta que presenta, también, lo nacional actualmente.

1 NICOLÁS CASULLO, Revista Pensamiento en los Confines, La condición del intelectual, número 14, Fondo de Cultura Económica de Argentina, junio de 2004.

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3.

La política moderna bajo la que se independiza nuestro país pertenece al ámbito de la representación. Situó en el centro el conflicto entre Estado y sociedad civil. Mientras que su pretensión fue moldear la realidad nacional de acuerdo a un ideal político social conforme a la razón, su fisura fue el deseo de revertir el orden social establecido por el desborde de esa escena de representación nacional. Esas dos características recrearon, por un lado, la absorción de lo ético y moral con su consecuente quita de autonomía y el aporte a la consumación de pretensiones estéticas no significantes.

4.

La condición experiencial del presente nacional propone repensar los vínculos entre política y moral. Dice Simone Weil2 que las reglas para cuidar la salud de la república no deben ser las mismas que las reglas para cuidar el alma del pueblo. Argumenta que cuando la responsabilidad por la salud del Estado obliga a sus subordinados a emplear cualquier medio, incluso el sacrificio de sus propias personas, por ende su condición soberana, se establece como absoluto algo sin conexión con lo que redime el alma del pueblo. Cuando la política se establece como absoluto opera ocultando la necesidad de la vida espiritual nacional y la soberanía nacional se traduce en fidelidad hacia las instituciones del Estado. Así, no existe más el pueblo soberano, existe la soberanía del Estado.

5. 2 SIMONE WEIL, Echar raíces, Editorial Trotta, 1996. 3 TULIO HALPERIN DONGHI, El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional, Siglo XXI Editores Argentina (Mínima), 2005. Buenos Aires.

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La supremacía de ‘la política ante todo’, esa inspiración maurrasiana –que bien comenta Halperin Donghi3–, transformó lo político en punto de partida y de llegada. Bajo tal absorción de la necesidad moral hubo que sojuzgar espíritus y desoir pretensiones del pasado que traían consigo la conexión redentora. Trágicamente, lo verdadero es que el espíritu del pueblo que derrama su sangre es el único hacedor de la epopeya, no hay táctica ni subordinación que lo reemplace. La desdicha de la política nacional es olvidarlo.

6.

El progreso modernista y lo estadista ejemplar, como usinas de la soberanía fueron parte de una ilusión que hoy podrá reclamar el simulacro del mito republicano – no existe ejemplo más contemporáneo que la “plaza del sí”-, para sobrevivir a julio 2006 | nro.1

pensar lo nacional hechos terribles que necesitan recuperación moral pero, paradójicamente, ya no podrán servir de objeto al amor necesario para enfrentar un nuevo desconcierto. La vida moral no sale de su aniquilación a través de un Estado garante de democracia. No es novedoso, pero vale la pena repetirlo, cuando el patriotismo se vuelve hacia el Estado deja de ser popular.

7.

La violenta pedagogía con la que se quiso imponer lo libre en estas tierras, “la renovación”, convirtió al patriotismo en un deber sagrado hasta que dejó traslucir su identidad con las realidades heredadas de la Argentina arcaica. Ahí, pasó a ser vergonzoso, torpe y estéril. La ruptura, el asalto, la precipitación fueron las claves para hacer a las fuerzas subterráneas –hacedoras de nuestra historia– invisibles, relativas y olvidadas... o traidoras. ¿Por qué esperar con esta voluntad hacedora de lo nacional más que la reacción?

8.

¿Qué nación quedó a la vista cuando se obturó completamente la obediencia de los argentinos a los poderes públicos? El desprecio hacia el Estado y la tendencia hacia la estafa que hemos vivido en las décadas post-dictadura, son síntomas del odio que profesamos a instituciones organizadas bajo el signo de invencibles máquinas electorales que aún no poseen la capacidad civil de solidarizarse con los intereses nacionales. Ese odio, enfermedad del alma nacional, redunda en los rencores excitados por una república que histórica y deficientemente utilizó la vida popular, su lazo con la arcaica armonía criolla, como alimento institucional que no arribó a ningún lugar que no se condiga con el recurso oportunista de monopolizar el presente. En tal sentido, la espectacularización de situaciones republicanas no solo termina moldeando el carácter político nacional: también despierta ilusiones y demandas de terminar con el rencor y frustración en la vida pública. Más allá de que actualmente aceptemos pagar algún precio a cambio de paz civil, nadie en esta tierra puede llevar su sacrificio más allá de lo que su alma lo inspira. Existe un espíritu cautivo que no se sosiega en el montaje de un espectáculo. Una conciencia histórica de lo nacional que no se funda en las restauraciones. pampa | 83 |

9.

La violencia es el resultado de la disyuntiva entre el orden de la historia y la sumisión voluntarista a la política. En este plano la vanguardia como marca indeleble de la política nacional, podría ser pensada como la exacerbación de una épica de lo nuevo que le debe más a la voluntad que a la necesidad o desde otro lugar, responde exclusivamente a la necesidad de ser lo que le falta.

10.

La condición experiencial del presente nacional propone también repensar los vínculos entre política y estética. Nuestra ruptura violenta con el pasado, ¿no responde en un punto a la ansiedad y reclamo estético de vanguardia? La voluntad vanguardista de tener un pasado para convertirlo en objeto de odio y precipitar el desconcierto posibilita la disolución de lo que representa nación y democracia. La voluntad de acontecimiento que proyecta el sin sentido acabó por ser realidad en esta tierra. Consideremos: la voluntad vanguardista es cobarde en tanto no puede vivir la angustia inherente a la imposibilidad de un sujeto social libre de opresión. Necesita crear no solo un tiempo sino también un sujeto para odiar: el traidor a la patria o el que no es digno de pertenecer a ella. El procesado.

11.

¿Podía haber vanguardia sin reclamo de que todo se trastoque? No hay síntesis histórica, ni paradigma progresista alguno que medie entre el afecto negativo –prejuicios, temores, culpa– que emerge en nuestra trama y la certeza voluntarista de transformación radical vanguardista. Hay desborde de la representación, pensamientos más veloces que la síntesis. Es imposible la protección del sistema representacional nacional bajo el régimen de la excepción. Mejor dicho, cuando la excepción se convierte en la regla, existe la tentación política de acumular sobre la singularidad o unir en la diversidad. Se desdibuja la obligación ética de situarse en lo denso que implica la homogeneidad indiferenciada funcional a las relaciones más injustas.

12.

...(un pensamiento que testimonie el origen de la relación argentino-argentinidad, su frágil e invencible pacto de adhesión, el estado de ánimo que existe luego de la consumación siniestra de la sangre)...

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pensar lo nacional

13.

No es vano recordar, ahora, nuestras formas de pensar lo nacional, tan contextualmente necesarias, tan marcadas por un revisionismo materialista que ejemplificó con la muerte a manos de los poderes facciosos para continuar el cuidado de la historia de una Nación, que quizá no esperaba que la decodifiquen objetivamente para aprender a desconfiar de su realidad. Vale la pena poner el ojo en la historicidad liberal que se empecinó en hacer comprensible una experiencia nacional fundada en la profunda transformación de la economía y la sociedad que significara la lectura ejemplar ante las instituciones de los demás países hispanoamericanos. Ambos rasgos de voluntad política en Argentina, con sus obsesiones en el paradigma del progreso no pueden negar, todavía, que la epopeya civil no pasó en estas tierras por los cánones clásicos de la razón y la ley.

14.

La reconciliación entre nuestra historia –el lenguaje de la conciencia colectiva– y la representación de la nación –el teatro de la imagen pública–; reclama una decisión: escoger entre la recuperación del alma de la nación y la ambición por la grandeza argentina dentro de Latinoamérica. Lo que se pone en juego en tal decisión es la propia existencia. Luego de tanta ruptura, asalto y precipitación, el conflicto identitario de los argentinos podría someterse a la protección y la espera. Un gesto compasivo y redentor de aquel legado que marcaba el lado fértil de nuestra tierra, agua que continúa en las napas de lo no dicho. Aquello, todavía no se somete al sacrificio de lo comprensible porque el diálogo moral, estético y ético entre argentino que recrea el mito, argentino que concluye en el pensamiento y argentino que civiliza se produce más allá de las normas de comunicación vigentes. Igualmente, la desesperada búsqueda de respuestas al “nosotros” pertenece también a un proceso de verdad que lo autorice a decirse argentino. Así, el pensamiento sobre lo nacional se encuentra en condiciones de asumir que la primera violencia en Argentina ha dejado sin habla a lo que le ha sobrevivido y, por ende, podría arriesgar que su voluntad de acelerar ese devenir nacional de lo que ocurre en pos del sujeto nacional que debería, no se emparenta con la necesidad nacional de devenir eterna. pampa | 85 |

15.

Dice Simone Weil que “el hecho de que un ser humano posea un destino universal solo impone una obligación: el respeto”4. Una reunión nacional realizada conforme a un modelo eterno se hace imposible de palpar si no rastrea su respeto virtuoso en las señas de una imaginería previa a la impronta vanguardista, previa al horror y a la pérdida de la experiencia. Los argentinos debemos estar obligados para con ello. Eso es lo opuesto a cualquier ironía o provocación. Es asociar a la fuerza humana una parte de saber supremo que le susurre aquello que hay que hacer al tiempo que la despreocupe de lo que debía ser. Su devenir espera.

16.

¡Espera! Como niño que intenta volver una y otra vez al regazo maternal, nuestra nación puede volver a acurrucarse ante un tibio sol de mayo –aquel que debía salir después de la lluvia bendita del veinticinco–, hasta dejar saldadas las representaciones de sus dos alegorías fundacionales y fundamentales: el continnuum de la sangre derramada, su capacidad homicida, suicida y la marca franca de la obediencia a la vida armónica y justa, su natural capacidad creadora, aquella que acontece entre esos sostenidos estados de guerra civil, la usina de su supervivencia. Olas de sentido a las orillas de la comunidad nacional.| pampa

4 SIMONE WEIL, op. cit.

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caminar por ARIEL MINIMAL

Si sólo importara el sol, y no hubiese dónde volver. Si caminar fuera todo y no existiera otro modo de curtir más esta piel. El tiempo me acuchilló, me quiso dejar tirado atrás. Me quiso cargar con todo, y si me olvide que todo es mucho para compensar. Ay, vida, si lo que se ve se va ay, vida, dame ojos para ver un poco más allá

* Tema “Caminar” del disco “Folklore” de Pez, 2004.

comunicación,discurso y política TODO discurso es, en toda su dimensión y profundidad, la mediación simbólica insoslayable de todo lazo posible. Transitar el entramado reflexivo de la pregunta por la relación entre palabra y mundo es, a un tiempo, alejar definitivamente la ilusión de una aprehensión inmediata de “lo real”, e imaginar lo social, lo subjetivo como efectos discursivos. Las producciones contenidas en este tercer momento, recogen esta pregunta por lo discursivo desde la decisión de abandonar la tranquila certeza de los significados instituidos, para trabajar sobre el horizonte de la discursividad, la fluctuación de los sentidos, la derivación de los contextos. Anclados a la indagación sobre el decir posible –en su sentido más amplio–, discuten la idea de límite como potencialidad y la identidad –de los sujetos, de los procesos–, desde la conflictividad y la imposibilidad constitutivas, impulsando el pensamiento hasta la potencialidad de imaginar una contradictoria indeterminación estructural. Sobre este supuesto de la imposibilidad de aprehensión del mundo por fuera de la materialidad del lenguaje, se problematiza la distancia entre representación y mundo cuando la palabra deviene institución, organización, Estado. Emerge, entonces, la búsqueda por iluminar la falla, el doblez, la dimensión simbólica oculta tras su ilusión de transparencia, que sitúa a la reflexión en el vértigo de pensar lo resistente a la simbolización, el sujeto inacabado, la sociedad como totalidad imposible. Por detrás, la idea de contingencia, de aquello que, atravesado por un conflicto constitutivo, debe transitar la tensión constante para devenir ser. La falta y el exceso, al mismo tiempo. | 90 | pampa

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Ernesto Laclau / Populismo o la lógica de la dicotomización como práctica hegemónica

Hegemonía y Estrategia Socialista presentaba el concepto de antagonismo social como posibilidad para la operación política capaz de articular las luchas contra las diferentes formas de opresión, como alternativa política eficaz al orden injusto. En los últimos años, las coyunturas políticas de los países de nuestra región, parecen enmarcar la actualización de este pensamiento en un debate alrededor del concepto de populismo. Como aporte a la discusión, estas breves preguntas a Ernesto Laclau aparecen como intento de focalizar la relación entre el populismo como lógica estructurante del espacio social y su dimensión en la lucha hegemónica en relación a las demandas que circulan en nuestro colectivo social, para indagar sobre los éxitos y fracasos de las luchas de los movimientos populares.

En su concepción de populismo, tiene vital importancia la forma en la que se organizan y articulan las demandas sociales. En ese marco, el Estado cumple la función de satisfacer –o no– esas demandas en torno de las cuales se articulan las prácticas y los discursos populistas. En cuanto a la situación regional actual de América latina, está por estos días muy difundida la idea de la existencia de estados populistas, lo que sería, a priori, desde su perspectiva, una aparente contradicción. ¿En qué medida es pensable, para usted, un concepto como ese? –Hagamos algunas aclaraciones. Para mí el término populista no es peyorativo, como no lo es hegemonía tampoco. En segundo lugar, populismo no se refiere ni a un tipo de estado. Tampoco a un tipo de ideología; la larga marcha de Mao fue populista y también lo fue el fascismo italiano, con lo cual tenemos toda la gama de ideologías posibles. pampa | 91 |

A lo que se refiere el populismo es a una cierta forma de construcción de lo político, a una modalidad posible que consiste en la dicotomización de los espacios sociales y políticos. Es decir, dividir la sociedad en dos campos y apelar a “los de abajo” frente al “poder”. Siempre que hay una construcción de lo político que enfatiza este momento de dicotomización, tenemos populismo en el sentido más clásico de la palabra. Ahora bien, toda sociedad tiene un aspecto institucional por el cual ciertas demandas son absorbidas idealmente dentro del sistema. Cuando esto no ocurre, empieza a producirse entre todas las demandas insatisfechas una cierta solidaridad, lo que yo llamo una equivalencia. Es esta lógica de la equivalencia la condición de posibilidad del populismo, en tanto da lugar, finalmente, a la construcción de un pueblo. Desde este marco, un estado populista es aquel desde el que se promueve directamente esta lógica de la dicotomización social. Perón en 1943 o 1944, como parte de un gobierno, al producir su discurso dicotómico por excelencia –“Braden o Perón”–, estaba llevando a cabo un populismo desde el aparato del estado. Pero, al mismo tiempo, el populismo puede ser llevado a cabo desde fuera del estado. Usted tampoco utiliza peyorativamente el término hegemonía. Sin embargo, en la agenda política argentina de estos días ha aparecido con mucha recurrencia el término “hegemonismo”, con una carga valorativa claramente desfavorable. ¿Tiene sentido hablar de hegemonismo? –Sería necesario analizar qué se quiere decir con eso. Cuando el Partido Comunista Chino hablaba de la política hegemónica de la Unión Soviética, hablaba simplemente de la política del poder. Cuando se usa hegemonismo en ese sentido, se refiere al intento de crear poder. Por supuesto que en la teoría de la hegemonía tal cual la hemos desarrollado nosotros, la cuestión no es tan simple, en tanto se afirma que no hay identidad social que no se construya como sistema de poder. Esto implica que, cualquier política, desde este punto de vista, va a ser hegemónica. Lo cual tampoco es una calificación peyorativa ya que una fuerza política que no quisiera tomar el poder sería como una suerte de masoquismo. | 92 | pampa

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Otra expresión que ha circulado en el último tiempo en los espacios de militancia, es la frase que habla de “una vuelta de la política” como proceso dado en los últimos años. ¿Cómo lee usted, a la luz de esa frase, la política en los años ’80 en nuestro país? –En Argentina, después del 2001, se dio un gran desarrollo de la protesta social. Pero esa protesta social, que tuvo muchas formas interesantes y que continua hoy de alguna manera, no condujo directamente a una politización. Al contrario, el lema era “que se vayan todos”, o sea, el rechazo de la arena pública como esfera de acción. El resultado es que se llegó a las elecciones de 2003 con poca participación en relación al grado de movilización que se había creado a nivel social, y las elecciones se resolvieron dentro de la partidocracia más tradicional. En este marco, la cuestión se resolvió de manera exitosa, en tanto el elegido fue Kirchner; por supuesto, el resultado hubiera sido muy distinto si el ganador hubiera sido Reuteman o De la Sota. A partir del momento de la asunción, lo que ha llevado a cabo el gobierno es un esfuerzo por poner juntos el nivel vertical de la politización y el nivel horizontal de la protesta social. De modo que el estado sea más sensible a los reclamos, pero que estos reclamos puedan plantearse de una manera más institucionalizada, es decir, se politicen. Siempre va a haber una suerte de tensión en estos dos momentos. Si la cosa avanza mucho hacia el lado de la institucionalización, lo que pueden darse son formas de cooptación. Si la protesta social se mantiene absolutamente separada de lo político, se condena a la impotencia y, a largo plazo, a la disgregación. Desde luego que hubo política durante los años ´80 y ´90; pero después de 2001 se produjeron fenómenos totalmente nuevos, inéditos hasta entonces, que es necesario repolitizar. En relación a esta construcción de demandas populares que usted plantea, ¿qué rol cree usted que tiene las organizaciones políticas autónomas del estado, como los sindicatos, por ejemplo? –Todo tipo de demanda amerita un tipo de institucionalización, y no todo tipo de institucionalización está ligada a una forma política enmarcada en el sistema de partidos que luchan pampa | 93 |

por el estado. Un sindicato es, en principio, una forma de aglutinar y encauzar demandas, pero su tarea inmediata no es tomar el estado. Toda demanda social que entra en una cadena de equivalencias puede hacerlo a través de formas que no están necesariamente asociadas con lo estatal. Depende también del contexto social en el que se inscriban. Hay ciertas situaciones de marginalización extrema de ciertos sectores sociales que, para ser lanzados a la arena histórica y política, requiere un tipo de institucionalización que muchas veces es provista por el sistema de partidos. Por ejemplo el APRA, en el norte de Perú, fue siempre un tipo de organización política que tenia un rol organizador de la sociedad civil. El PC italiano tenía las mismas características. Pero el Partido Laborista inglés nunca ocupó ese rol, en tanto existe una sociedad civil mucho más organizada y los partidos son sólo la maquinaria para ganar elecciones. Pareciera que esta distinción puede tener que ver con el desarrollo integral de las sociedades en términos económicos y sociales. –No necesariamente. Estos fenómenos se dan en sociedades altamente desarrolladas también. Las movilizaciones por la baja de impuestos en California, por ejemplo, que se dan en un contexto social y económico de alto desarrollo, tienen características marcadamente populistas. Desde esta perspectiva, ¿cómo lee la demanda de seguridad que se registra en nuestro país? –Creo que la demanda de seguridad estuvo ligada a una crisis tan profunda que produjo la proliferación del crimen en muchísimas áreas. Desde esta perspectiva, entiendo que el mejoramiento de la situación económica, que colabora con la disminución del crimen, va a producir que esa demanda de seguridad baje. Volviendo al contexto latinoamericano, y entendiendo que, desde su perspectiva, las formaciones sociales tienen en su base un alto grado de indeterminación. ¿Cómo es posible pensar, entonces, en contextos regionales de cierta aparente homogeneidad, como es el de América Latina hoy? | 94 | pampa

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–Indeterminación no quiere decir necesariamente falta de determinación contextual. Por lo que el contexto del tipo de régimen populista que se está generalizando en América Latina hoy en día responde a una serie de cosas. En primer lugar, la democracia y el liberalismo no fueron sinónimos, ni mucho menos términos complementarios, en la historia europea. A principios del siglo XIX, el liberalismo tiene una forma de organización política perfectamente respetable, mientras que la democracia era un término peyorativo, era el “gobierno de la turba”. Fue necesario todo el complejo proceso político europeo del siglo XIX para llegar a esta simbiosis entre liberalismo y democracia, a tal punto que hoy decimos “liberal / democrático” como siendo la misma cosa. Esa síntesis no se produjo tradicionalmente en el caso de América Latina. El liberalismo fue la ideología de constitución de los estados oligárquicos, a mitad del siglo XIX, que tenían escasa capacidad de absorber las demandas de las masas. De modo que cuando esas demandas desbordan el sistema institucional liberal, tenemos una democracia nacional populista, pero que iba en contra de las formas liberales como tales. En general, fueron los regímenes nacionalistas de base militar los que expresan este nuevo tipo de demandas. Lo que ocurre hoy día es que venimos de la experiencia de las dictaduras brutales de los años ´70 y ´80, que golpearon por igual a la tradición liberal / democrática y a la nacional / popular, de modo que crearon las bases para una convergencia de todas ellas. Hoy no hay populismo en América Latina que se presente como oponiéndose al estado liberal / democrático. Me preguntaron en varios países, en las últimas semanas, si no hay una posibilidad autoritaria en el populismo. Les respondí que, claramente, si hay una posibilidad de autoritarismo en la experiencia latinoamericana en los últimos 30 años, no ha estado ligada al populismo, sino al neoliberalismo económico. La otra gran experiencia de fracaso fue la del neoliberalismo de los años ´80 y ´90, que llevó a varios países al borde del colapso –a la Argentina muy notoriamente– y entonces, hoy día, lo que estamos viendo es el desarrollo de políticas más pragmáticas. Esto no implica un pasaje del endiosamiento del mercado al endiosamiento del estado, pero es evidente que el pampa | 95 |

estado va a pasar a cumplir funciones de regulación mucho más importantes que las que cumplió en la década pasada, lo cual me parece una buena cosa. Se está dando una democracia participativa de base más amplia, modelos económicos mucho más pragmáticos y, como resultado de todo esto, creo que podemos pensar en sociedad democráticas más estables que las que la región tuvo en los años recientes. | pampa

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Sobr e l o s p o sibl es uso s del c onc ept o de ar t ic ulac ión por LUCÍA DE GENNARO

Las categorías son los contornos difusos e imaginarios que, como intento siempre fallido, trazan los límites del decir posible sobre lo real y delimitan lo pensable de nuestras realidades históricas. En su transcurrir puede que lo realpensable-deseable sea fagocitado por ellas, que su uso termine por perder su capacidad explicativa. Plantea Foucault que la interpretación es infinita porque no puede acabarse nunca, en tanto no hay nada primario que interpretar, “en el fondo –dice– todo es ya interpretación; cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino interpretación de otros signos”1. Sobre esta trama densa parecen emerger reflexiones añoradas de sentidos últimos, develamientos esenciales, totalidades absolutas, identidades plenas y modos ontológicos acabados que clausuran más que inaugurar las posibilidades de imaginar nuestro territorio y los sujetos que lo habitan.

I.

En las últimas décadas el transcurrir de las organizaciones políticas populares –cada día más alejado de los sujetos que pretenden contener–, ha provocado la pregunta por su identidad y devenir. Este hecho multiplicó los intentos de revisión de la lógica del espacio político y los

modos de constituirse de los sujetos en su entramado. Se reprodujeron, entonces, reflexiones que, en una misma operación teórica, al tiempo que se sitúan en un plano cruzado por esa valiosa indagación, parecen clausurar alternativas de respuestas cuando intentan saldar las distancias entre palabra y mundo. En tanto operan sobre los modos de constitución de los espacios políticos populares, estos aportes hacen surgir algunas inquietudes sobre las posibilidades del pensamiento cuando éste pretende convertirse en decálogo, mapa o guía para la práctica política. Cruzadas por el fatal olvido de la distancia entre la puesta en discurso de un concepto y sus implicancias ontológicas, estas reflexiones quedan ante la irresponsabilidad política de la mera pretensión teórica. Reducen muchas veces al pensamiento a la empobrecida circulación de “nuevas” acepciones, sin el agregado en la imaginería política de la potencialidad de la experiencia crítica radical que inauguraran otros modos de indagar sobre lo social en los que supuestamente se inscriben. El concepto de “articulación”, lamentablemente, no ha corrido mejor suerte. Su pampa | 97 |

interpretación, su uso, dentro de la teoría crítica que recorre actualmente los textos, conferencias, producciones destinados a la platea de los militantes sociales; convoca a pensar su a priori material, a hacerse cargo del servicio que puede brindar a la invisibilidad de aquello que la teoría que lo engendrara pretendía hacer visible: el orden y desarrollo irrestricto de la crueldad del capitalismo. La impresión de su materialidad en tanto sentido se traduce en una sospecha verdadera: el uso abominable sumado al gesto honesto de abrazarse a él, lo termina exacerbando como si con el conjuro de lo “articulado” la honestidad intelectual quedara redimida de pensar la desunión del campo popular. Así, sujeto a la simple enunciación exacerbada, el concepto queda atado a un trágico destino de determinación acomodaticia, lógica analítica cerrada y pensamiento por oposición.

II.

Todo pensamiento arraiga sobre las posibilidades de su tiempo histórico de explicar el mundo, su relación con el pasado y su idea sobre el devenir. Si, tal como afirma Habermas2, la modernidad es la época caracterizada por la concepción de evolución, novedad y el progreso infinito del conocimiento y del mejoramiento social; los tiempos de la post-politica, la virtualización de lo real y el desarrollo de las nuevas tecnologías, proponen nuevas interrogaciones sobre la relación palabra-mundo. La constitución de la subjetividad a | 98 | pampa

partir de la nominación en Lacan, la noción althusseriana de interpelación como constitutiva de la identidad subjetiva dentro de un horizonte ideológico, el sí mismo situado en nudos de circuitos comunicativos que lo atraviesan y lo constituyen en una red de relaciones complejas en Lyotard; alumbran modos posibles del ser sujeto como resultado de relaciones diferenciales y contingentes. Explicaciones que centran la identidad no ya en relación con los grandes relatos dadores de mundo, como mero lugar de subjetivación de la estructura, sino desprovista de esencias últimas y determinaciones cerradas a las que remitir todas las acciones y los acontecimientos posibles. El sujeto incompleto, borrado, tiene como correlato el abandono de la idea de la sociedad como totalidad que aparecía tanto en el planteo de la dicotomía marxista como en la concepción del sistema orgánico funcional. En ruptura con este sentido, propone Zizek3 el rastreo de concepciones ontológicas que imaginan la naturaleza de lo social a partir de una brecha constitutiva entre el ser y el acontecimiento, entre lo universal y lo particular; tal como era concebido dentro de la lógica hegeliana y que aparece, aún, replicado en Marx. A saber, Laclau y la imposibilidad de reducir lo particular a lo universal –el primero en tanto fenómeno del segundo–; Badiou y la brecha entre el ser –estado de situación– y el acontecimiento de la verdad. En ambos casos, para escapar al orden ontológico último, la operación teórica consiste en plantear julio 2006 | nro.1

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una subjetividad política que se constituya en la decisión ética –de carácter contingente–, sobre un fondo infinito de posibles multiplicidades de ser: sin universo positivo, determinaciones, lógicas estructurales. Más radicalmente, para estos dos autores, tanto el acontecimiento como la capacidad del significante particular –que adquiere la categoría de vacío para hacer emerger la totalidad social siempre imposible–, se fundan en aquello que no puede ser nunca representable. Fragmentación de las identidades, virtualidad del mundo, contingencia de la lógica de constitución de lo político. El planteo de la constitución de los sujetos de la emancipación por fuera de los grandes relatos legitimadores, lleva a Laclau y Mouffe4 a la crítica de la determinación endógena del vínculo hegemónico, es decir, a situar el problema de la hegemonía por fuera de las determinaciones de clase. Si la identidad se constituye en un terreno distinto al que operan las prácticas discursivas hegemónicas –la estructura económica–, la presencia de esta en el campo político se daría como meras “representaciones” de clase y la operación hegemónica consistiría sólo en la “alianza de clases”. Identidad de clase en el orden de las esencias; vínculo hegemónico en el orden de las circunstancias, como sombra, mera consecuencia, segunda narración que debe su ser siempre a la primera. Para devolverle a la operación hegemónica toda su capacidad de operación

política, estos autores retoman el desarrollo teórico de Althusser. Imaginan otro vínculo posible desde un nuevo concepto de articulación, fundado en la sobredeterminación de las relaciones sociales. Articulación ligada, entonces, ya no a cualquier tipo de relación de elementos, sino a una fusión que supone formas de reenvíos simbólicos y pluralidad de sentidos. La formación de la identidad como la presencia de unos objetos en otros, sitúa a la articulación como un tipo de relación muy distinta a la planteada por una mera “alianza de clases”. Sentidos, matices, trazos, perspectivas, elementos y rasgos identitarios, que hacen emerger a cada uno de los sujetos en los otros, componiendo una nueva forma identitaria, una palabra con capacidad de decir lo colectivo donde las singularidades se diluyen en el mismo instante de su pronunciamiento. Aquello que ellos llaman discurso. Si la hegemonía política, como lógica de la articulación y de la contingencia, pasa a implantarse en la propia identidad de los sujetos políticos que ella genera, en el instante mismo del vínculo con un discurso con capacidad enunciativa articulatoria y aglutinadora, ¿qué implicancias tiene potenciar este aporte teórico como capacidad de revisar nuestra práctica política cotidiana para escapar realmente del orden de las esencias al orden de las circunstancias? Si, justamente, estamos hablando de la crisis de los espacios políticos en tanto su capacidad de enlazar lo deseable como pampa | 99 |

colectivo social con un discurso que pueda decir lo justo y alumbrar otro modo de reconstruir el lazo con los victimizados en diálogo con la memoria sensible del sujeto político popular ¿qué consecuencias plantea pensar lo político desde un sujeto que instaura su práctica a partir de una decisión ética, no fundada en la legitimación de una pertenencia anterior –ya se trate de la clase, el pueblo o cualquier otra entidad preestablecida–? La distancia entre la representación y lo representado centra nuestra mirada en la necesidad primaria de la nominación como constituyente de la subjetividad y del entramado discursivo que diga lo político sin ninguna esencia última a la que remitirle todas las acciones posibles. ¿Podemos creer que esto se agota en la formación de nuevos espacios políticos cruzados por la “capacidad de articular consensos” entre “actores heterogéneos” para alcanzar “objetivos comunes” a un supuesto sujeto político popular?

III.

Sin intención de desarrollar ninguna revisión ontológica, la breve recapitulación anterior muestra miradas interesantes para releer los sentidos que funcionan como horizonte de la práctica a la hora de producir política en las organizaciones populares. Y regresa la cuestión de cuáles son los planos de constitución del sujeto, según las lógicas de articulación en los espacios políticos de estas organizaciones. Mucha de la bibliografía que aporta | 100 | pampa

los supuestos de base para la acción política, presenta a la fragmentación y la sectorialidad de las luchas como el eje central en la imposibilidad de su desarrollo. Aparece, entonces, en la explicación teórica, la noción de “articulación” como recurso constante. Operación que implicaría, por un lado, la identificación de las raíces de todas las problemáticas que cruzan a los conflictos protagonizados por los sujetos político populares e incluiría un segundo momento de integración en propuestas comunes. Homologación entre articulación y coordinación que conllevaría a la construcción del denominado “proyecto estratégico”; dividido en diversas prácticas: elaboración de propuestas ligadas a problemas reivindicativos, “articulación” de éstas, mediante el consenso, en un plan de acción común. Si coincidimos en que uno de los aportes esenciales del revisionismo marxista es colocar a la formación de la identidad en el preciso momento en que la operación discursiva puede establecer un decir colectivo. Esto es, no hay identidades –de clase, popular, o lo que fuere– establecidas con anterioridad a la formulación de la palabra política, ¿cómo imaginamos la eficacia política de un planteo que vuelve a sujetar la identidad a un momento anterior a la práctica? Entendiendo que este tipo de articulación “consensual” debe operar, necesariamente, sobre identidades cerradas que se relacionan sólo en términos de alianzas de clase, imaginar los nuevos espacios políticos a partir de grados de julio 2006 | nro.1

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“negociación” entre actores que, mediante grandes debates y puestas en común, llegan a constituirse en sujetos políticos, nos coloca ante identidades cerradas previas al proceso de constitución de su vínculo con lo político. Es decir, ante una operación que vuelve a situarlas en la lógica de la determinación y en el terreno exterior a la práctica y al discurso político mismo. Central para pensar el espacio político posible en nuestro colectivo social, la pregunta por la fragmentación de la subjetividad, permite situar la indagación sobre complejos procesos que atraviesan a los sujetos actuales en el mismo instante que se constituyen frente a la vacuidad de sentidos. Apartados de este movimiento, algunos aportes empobrecen la visión ligando lo fragmentario a la mera diversidad de demandas o de necesidades. Irresponsabilidad política que tiene su correlato dentro de las organizaciones populares en la mera puesta en común de listas inacabables de reivindicaciones. Grandes estrategias y tácticas que cristalizan en propuestas políticas que aspiran a “tender puentes”, “construir redes” o crear “nodos de articulación”, como modalidades de los procesos de “construcción de poder” que, hasta ahora, debemos decirlo, sólo construyeron listados infinitos de heterogéneas reivindicaciones. Esta producción de sentido, basada en la aspiración a la recomposición del todo social, olvida que sin más real ultimo que develar, la operación hegemónica –del

actor político que se trate– opera sobre la sociedad en tanto la constituye desde sus valores morales, sus parámetros éticos, sus modalidades de legitimación, sus nociones sobre lo subjetivo y lo colectivo. Son aportes que al colocar la acción política dentro de una supuesta “batalla cultural” ligada a la de-velación de la lógica del capital, son responsables de contribuir a desgastantes prácticas políticas que desvían la reflexión sobre el sujeto político popular y su verdadero y violento litigio por el sentido. La crisis profunda que atraviesan los espacios políticos populares, requiere de una imaginería política que pueda dar cuenta de estos procesos de traducciones y alarmantes desfasajes; de la escasa presencia de las cosas en el lenguaje que fracasa una y otra vez en su intención de nombrarlas. En este tiempo cruzado por la tragedia del lenguaje y la representación, la única posibilidad para un proyecto emancipatorio desde lo popular, que realmente encarne en la compleja subjetividad de nuestra tierra, se sitúa en la operación discursiva que diga la hermandad en la opresión. Se necesita más audacia para imaginar una palabra que libere de las operaciones discursivas del neoliberalismo que para esgrimir una palabra que ajusticie dentro de la rentabilidad que él mismo propone. Entendiendo que la libertad es justamente el límite de la obediencia militante al respeto radical por el otro y que su capacidad política consiste en religar un relato sobre el devenir colectivo con pampa | 101 |

cada una de las historias cotidianas que hacen a lo subjetivo nuestro. Nadie niega que la puesta en juego de la potencialidad de un pensamiento que imagine un discurso con capacidad de articulación política es un desafío; siem-

pre y cuando, ese pensamiento sea capaz de contener nuevamente un modo de decir lo social desde el paradigma de lo justo y verdadero; aquel capaz de encarnar en las acciones cotidianas de los hombres de nuestra tierra. | pampa

NOTAS: 1 2 3 4

FOUCAULT, MICHEL, Nietzsche, Freud, Marx, El Cielo por Asalto Buenos Aires, 1995 HABERLAS, J. El discurso filosófico de la modernidad, Taurus, Madrid, 1989. ZIZEK, S., El espinoso sujeto. El centro ausente de la ontología política, Paidós, Buenos Aires, 2001. LACLAU, ERNESTO y MOUFFE, CHANTAL, Hegemonía y estrategia socialista, Siglo XXI, Madrid, 1987.

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Instituciones por SEBASTIÁN SCIGLIANO

1.

En Match Point, la última película de Woody Allen, hay un crimen. Un crimen brutal, despiadado que, además, son dos: el de la bella y desafiante Nola Rice –Scarlett Johansson– y el del hijo que lleva en camino. Es, a decir verdad, EL CRIMEN, el de la vida que todavía no es, el de todas las vidas posibles. Un asesinato mítico, el del vientre, que, sin embargo, lejos de desencadenar la debacle de los personajes de la trama, organiza una suerte de reposo final en el que todo va tomando la forma de la tranquilidad, la armonía y el progreso. En realidad, lo que hace posible el regreso de la calma no es el crimen, sino la combinación entre su calculada desfiguración y la serie de biografías candorosas que ese crimen permite seguir con vida: obviamente, el culpable no es culpado y la muerte de ese hijo y de esa mujer permiten el nacimiento de otro hijo, fruto de un vientre, ahora sí, público y aceptable. ¿Qué nos interesa de esto? Lo que finalmente queda en pie: el matrimonio, la institución que organiza la vida burguesa y alrededor de cuyos conflictos se enrosca, en parte, la película. Hay, para que esto sea posible, un cuidado entramado de secretos y silencios –y su revés, esos diálogos insoportables y perfectos que sostienen la ocasión, que el bueno de Woody sabe manejar con maestría– y que es, en definitiva, lo que hace posible que la historia siga, a pesar de, o casi gracias a, esos crímenes inconfesables. Una maldad: la única forma en que uno de los personajes consigue reconstruir el crimen con todos sus detalles –uno de los policías que investiga el caso–, es soñándolo.

2.

Toda institución es inconfesable. Lo es en el sentido de que su fin último, que es también su origen, debe permanecer celosamente oculto, a riesgo de destruir su empresa. pampa | 103 |

Llámese al proceso despojo, sustracción, crimen o deseo. Todo instituto supone una desigualdad nuclear y, al mismo tiempo, desgarradora y muda. Es cierto, no es esto una novedad. El estado de naturaleza de las sociedades contemporáneas vive de ese hiato de origen; es su motor y su combustible a la vez. El capitalismo, es ni más ni menos que eso: un despojo. Sin embargo, y a pesar de cierta extendida iluminación sobre el problema, las instituciones, como la cultura, ay, funcionan. Y lo hacen en buena medida gracias al entramado simbólico que son capaces de concebir, más o menos concientemente, y que vela convenientemente esa situación embarazosa e inconfesable.

3.

A la gestión de esa malla de protección se la conoce como comunicación institucional. Henos aquí, entonces. Instituciones, formas reguladas de la interacción humana, estatuto de relaciones, intercambio. Unidades celulares de producción de sociabilidad; extensos campos de fuerza. La forma institucional es una razón, y su propia razón instituyente es, en última instancia, siempre un relato, una manera de contar la ley, la celebración del rito, su puesta en acto. Y alrededor de esa pequeña épica, las instituciones organizan sus escalafones, sus sistemas de ascenso, sus premios y castigos, sus entonaciones. La comunicación institucional es la forma pública de ese polifonismo, es el coro. Y como tal, renueva cada vez esa invocación, la refuerza al tiempo que la desnuda. Es que toda comunicación construye un mito de la transparencia, juega a ocultar lo que muestra y develar lo que oculta. Su autonomía es, en realidad, un juego de espejos, en el que lo aparente es lo extraño. El acto de comunicación es una invocación ilusoria. Gestualidad, rito, puesta en escena, el acto de comunicación restituye el sentido de pertenencia común, ilumina, produce ilusión.

4. 5.

La iluminación es una providencia artificial, como toda providencia.

El sistema de participaciones en la malla de la comunicación institucional es, entonces, necesariamente un doblez. Es decir: la forma de ser sujeto de la comunicación en las instituciones es un pliegue, un desdoblamiento. Porque la misma

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COMUNICACIÓN, LENGUAJE, DISCURSO

trama comunicacional tiene sus propias formas ritualizadas de invocación, su propio sistema de mentira. Que, al mismo tiempo, produce el efecto institucional del mito y su invocación. Es un engranaje doble, la máquina adentro de la máquina. Entonces, la forma de ser de los comunicadores institucionales es la forma de ser institución, es decir, su forma de habitar la institución es la forma institucional. Todo sujeto productor de comunicación institucional cuelga de una soga doblado sobre sí mismo. Esa es la forma virtuosa de la ética que la institución construye: verse a uno mismo cometiendo el crimen. La escena del doblez es el núcleo de la razón sínica que alienta todo ejercicio comunicativo en el seno de las instituciones. A decir de Zizek1: todos saben que lo hacen, y aún así, continúan haciéndolo.

6.

¿Cuándo empieza una institución? ¿Cuántos deben creer? La respuesta es una tentación: uno solo, pero uno cada vez. El “efecto institución” es una recreación, un episodio. Ninguna institución nace de una vez y para siempre. Es muy probable que ahí resida su fortaleza, en la capacidad de reponer su sentido cada vez que es invocada. Sin embargo, como es de imaginar, esa escena encarna, también, un alto grado de fragilidad, porque la invocación siempre oculta la posibilidad de la profanación, como dice Giorgio Agamben2, la posibilidad de restituir el uso profano de lo sagrado. Pero para evitar esa profanación está la comunicación institucional, el discurso suturante, el que vuelve creíble el hechizo. Y los comunicadores institucionales son los obreros de esa colmena, quienes ejecutan la partitura del rito, los que hacen institución. De ahí la sospecha de que las instituciones son su comunicación, son en tanto se comunican como instituciones. Quiero decir: lo institucional se amalgama en ese relato de ser institución, que necesita confirmarse todo el tiempo.

7.

Consecuencia: hay un no tiempo de las instituciones. Como fenómenos de consenso, las instituciones deben ser eternamente presente. Lo paradójico es que ese efecto de atemporalidad es el resultado de un relato que las cuenta como siendo. El discurso del presente permanente es el discurso de la publicidad, en la que nada envejece –vale recodar aquella publicidad

1 ZIZEK, SLAVOJ, Zizek, Slavoj, Ese oscuro objeto de la ideología. 2 AGAMBEN, GIORGIO, Profanaciones.

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de una administradora de fondos jubilatorios cuyo slogan era for ever young–. El presente permanente es, también, el tiempo del deseo. Institución, publicidad, deseo. Todos ocultan algo, todos guardan un cadáver en el armario. Sin embargo, como rito, las instituciones proponen una memoria, la invocación de una memoria que se “presentifica”, que se consolida como monumento. En esa operación paradojal del presente eterno que invoca una memoria es en la que intervienen los comunicadores institucionales, como contadores del mito, como rapsodas.

8.

No hay, sin embargo, comunicación sin mal entendido, sin confusión. Es decir, solo el desbalance simbólico que produce una situación de incomprensión, de duda o de paradoja, crea la necesidad de la explicación, de la restitución del sentido, la profanación. La situación de eventualidad de la institución como episodio consensual está todo el tiempo amenazada por la salida de cauce, por el desvarío. Como explica Eduardo Rinesi a propósito de Hamlet, la representación del crimen del padre, como fuera del relato, como recreación, es lo que permite destrabar el engaño, quitar el velo, poner color ahí donde había –una supuesta– transparencia3. El territorio de la comunicación no es nunca una llanura; es siempre, al menos, un grupo de ondulaciones modales, en el que la diferencia de niveles es lo que permite –lo que vuelve necesario– la comunicación. Es lo que permite revelar el nombre del autor del crimen.

9.

3 RINESI, EDUARDO, Palabras Cruzadas. Política y comunicación el Hamlet, en Zigurat nro. 3.

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Frente a la forma ética de habitar lo institucional que la institución les propone a los comunicadores, hay una forma estética, la posibilidad del juego con la farsa, con la puesta en relieve de las contradicciones entre mito e historia, entre celebración y juego, entre lo aparente y lo aparecido, capaz de poner entre paréntesis las identidades y sus solidificaciones. Ética y estética se necesitan mutuamente, son, en realidad, parte de un mismo proceso que configura el terreno complejo y poroso de lo comunicacional, que desanda las instituciones y las pone enfrentadas a sí mismas. Es un proceso conflictual, en el que se diputa la capacidad de instituir el “sentido genuino”. Lo que seguro no hay es institución sin conflicto, sin política. julio 2006 | nro.1

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Una maldad: la única forma en que uno de los personajes de la película de Woody Allen puede desentrañar la verdad sobre la muerte de Nola Rice, es soñándolo. La escena es fascinante: ese personaje, un policía “excéntrico”, le cuenta a su compañero de investigación, alucinado y de un tirón, toda la trama del crimen –que el espectador ya conoce, claro está–, pero que ninguno de los otros personajes de la historia podría reconstruir, ni siquiera él mismo. Cuando su compañero, escéptico, le pregunta cómo consiguió armar esa historia le confiesa, avergonzado, que lo soñó. La historia oficial, que la película se encarga de subrayar como azarosa y forzada, encuentra otra explicación, resuelve el dilema de otra forma. Esa forma, la forma pública, les permite a todos convivir con el crimen sin conflicto, sin culpa y sin castigo. Esa es la ética de la película de Allen. La estética está en la figura de ese policía que construye fantasías en el sueño del wisky. La verdad parece ser hija de la sin razón, de la fantasía, del juego, de la representación. Pero no hay verdad sin mito, ni sueño sin vigilia. Y de eso vivimos. | pampa

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La fragilidad y el Capitalismo por EDUARDO ROSENZVAIG Evidentemente no experimentará temor quien cree que nada puede sucederle (...) Sienten miedo aquellos que juzgan probable que algo les pase (...). Los hombres no piensan así cuando se encuentran o creen hallarse en la plenitud de la prosperidad, y en consecuencia se muestran insolentes, desdeñosos y temerarios. [Pero si] conocen la angustia de la incertidumbre, tiene que haber alguna esperanza de salvación, por exigua que sea. ARISTÓTELES. RETÓRICA

1. El recuerdo El recuerdo icónico de mi infancia es la pampa y el ombú. Solitario, raro en la inmensa planicie verde. Como la Tierra, rara, solitaria en la inmensa planicie azul del universo. La soledad de la Tierra en el Universo conocido se percibe como una relación única entre pensamiento y sentimiento. La originalidad de la Tierra, productora de vida, tiene algo del ombú, esa hierba transformada en árbol gigantesco. La fragilidad de la Tierra, como en el ombú, es un tronco blando, increíblemente blando, hecho de agua. Sólo un delicado equilibrio medioambiental y la casualidad, permiten que la hierba se haga árbol antes que el pampero la arranque de cuajo.

2. El cuadro de la evolución del Universo En las fases tempranas de la expansión | 108 | pampa

del Universo se formaron los núcleos de los elementos livianos: hidrógeno y helio. Nacieron condensaciones que dieron origen a estrellas y galaxias. Reacciones termonucleares en el seno de las estrellas que dieron lugar a la fusión de los elementos más pesados. En nuestro Universo se formaron cien mil millones de galaxias, de las cuales una es la nuestra: la Vía Láctea. Esta vía que parece de leche, está compuesta de gases, polvo y unos cuatrocientos mil millones de soles. Uno de estos soles es nuestro Sol, situado en un oscuro brazo del espiral. Una estrella corriente, anodina, vulgar. Alrededor del Sol y otras estrellas comenzaron a formarse los planetas. Por lo menos en el tercer planeta alrededor de este sol –la Tierra– hace cuatro mil millones de años atrás, se dieron condiciones favorables para la vida. ¿Cómo pudo crearse un complejo de condiciones tan julio 2006 | nro.1

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poco probable para la aparición de la vida? Dos posibilidades. UNO. Nuestro Universo atravesó innumerable cantidad de ciclos –expansiones y compresiones–. Las constantes físicas originadas en el inicio de cada ciclo, cambiaban de uno a otro. Nosotros aparecimos en un ciclo donde se creó una combinación de constantes físicas y otras propiedades favorables a la formación de estructuras complejas y sistemas vivos. DOS. Otra posibilidad sería que en el mundo de la materia haya infinidad de universos distintos, cada uno con su complejo de constantes y propiedades físicas. Y que nosotros estemos en aquel que permite precisamente la existencia de la vida. En cualquiera de estos dos sentidos nuestro Universo es único. Pero, además, la Tierra se halla a una distancia del Sol que le permite obtener una cantidad óptima de luz y calor. La Tierra es el único planeta del sistema solar que posee hidrosfera –agua que entra en la composición de la célula viva–. La composición única de la atmósfera; la fuerza óptima de la radiación solar que llega a la superficie terrestre –con la capa de ozono que protege a todo lo vivo del componente duro de la radiación ultravioleta–. Pero, además, en nuestra galaxia existe una zona con condiciones favorables para el surgimiento de la vida; el llamado círculo de corotación, vinculado a la estructura espiral de la galaxia, que en realidad es un “círculo de la vida”. Justamente en él nos encontramos nosotros junto con el sistema solar.

Además, el Sol se halla entre dos brazos de la galaxia, lejos el uno del otro. Por eso la vida en la Tierra –escribe Carl Sagan–, no está amenazada por la radiación nefasta de las nuevas estrellas que nacen en estos brazos, o sea, en lugares de acumulación de la materia.

3. El cerebro humano El cerebro humano se parece al globo terráqueo y al ombú en que está dividido en dos hemisferios. El encéfalo se parece a un hongo, cuyo pie es el tronco cerebral, su parte más antigua. Desde aquí se dirigen los reflejos más importantes: deglución, respiración, ritmo cardíaco. Encima se halla el diencéfalo, surgido con los primeros mamíferos que habitaron nuestro planeta unos ciento cincuenta millones de años atrás. En él se encuentran los centros del olfato, el gusto, las emociones. Por último, está el sombrerete, la parte más joven, también formada hace millones de años. Aquí se concentra nuestra capacidad para percibir señales, hablar y pensar. Pareciera, entonces, que hay tres cerebros en uno. Durante nueve meses en la cabeza del embrión se forman las neuronas; a razón de veinticuatro mil por minuto, llegando a diez mil millones. Los físicos calcularon que el número más grande conocido –de la ciencia física– es 1088, o el número que expresa la cantidad de partículas elementales –electrones, protones, neutrones– de todo el cosmos conocido. No estaba tan lejos el matemático siciliano Arquímedes que en pampa | 109 |

el siglo III a.C. estimó en su libro El arenario que harían falta 1063 granos de arena para llenar el cosmos. Cifras grandes: 1018, por ejemplo, es un trillón; para contar un trillón a un número por segundo necesitaríamos vivir más que la edad del Universo, unos treinta y dos mil millones de años. Quedamos en el número más grande: 1088. Pero hay fenómenos que compiten con este número. Cada célula nerviosa de nuestro cerebro se une con decenas de otras por medio de axones y dendritas. Estos enlaces se hacen a una velocidad media de una milésima de segundo. Yo digo, “¿Quiénes somos nosotros?” y el cerebro tardó ese tiempo en comprender la frase, en hacer las relaciones necesarias. Un segundo dividido en mil partes. Se ha calculado que el cerebro necesita hacer una serie de combinaciones en esa milésima de segundo, superior a 10100. Es decir un número superior a todas las partículas que hay en el Universo. El tejido nervioso tiene dos coloraciones: el gris, como resultado de la acumulación de neuronas, y el blanco, de la asociación de sus apófisis –axones y dendritas–. La sustancia blanco-grisácea de varios milímetros de espesor que cubre los hemisferios del cerebro es lo que nos hace tomar conciencia de los sucesos de nuestra vida. Por ejemplo, que un ombú en la pampa verde, es algo raro y también hermoso. No existen dos neuronas idénticas. Cada una es una complicadísima fábrica química, con cientos de miles de substancias diferentes y miles de fermentos catalizadores que provocan una multitud de | 110 | pampa

reacciones bioquímicas ininterrumpidas. Las neuronas “conversan” entre ellas en varios idiomas: en el de la química, en el de los impulsos eléctricos. Las diez mil millones de neuronas únicas, y sus enlaces en combinación del 10100 y sus idiomas para –a la velocidad de una milésima de segundo– decir: “El ombú es solitario, original, frágil como la Tierra”.

4. El capitalismo Aquí tengo las declaraciones de un economista. Recibido en la Universidad Nacional de Tucumán, profesor, doctorado en la Universidad de Chicago en 1972, asesor de Cavallo entre 1991 y 1999 en el Ministerio de Economía de la Nación, consultor del BID y experto de la OEA, hincha de Boca, aficionado a la pesca del pejerrey. Carlos Pucci acaba de decir a la prensa la conclusión de toda su vida de académico, ejecutor económico y creador de la última frase conocida del sistema dominante: “El capitalismo no puede tener sentimientos”. Todo lo que hemos explicado en esta tangente singular del Universo hasta llegar a la vida, el cerebro, los sentidos, para que el hombre viva en un sistema que carece y que no puede tener sentimientos. Como si todo hubiese sido para nada. Para lo que Kurosawa llamara en su film Los sueños, una estupidez. Una gran estupidez. En la Universidad de Chicago hay una sola escultura en los jardines. El campus es bello, se parece a Cambridge por el verdor y los edificios simulando la piedra julio 2006 | nro.1

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medieval. La estatua es en bronce, obra de Henry Moore, el gran escultor contemporáneo. Se trata de una estatua a la bomba atómica. Porque, allí, un científico de la Universidad creó la teoría de la bomba. Recibió el premio Nobel por eso. La Universidad de Chicago, entonces, creó la bomba atómica y el neoliberalismo. Dos bombas. Creó la posibilidad de una guerra final y creó la teoría del capitalismo de vivir en una sociedad cuyo sistema de producción, distribución y consumo carezca de sentimientos. Con la amenaza de las bombas –las armas y la economía sin sentimientos– el mundo rico pretende sostenerse como poder global. Con la realidad del sistema sin sentimientos pretende dividir al género humano en dos mitades, como los dos hemisferios del cerebro, y como los dos de la Tierra y los dos del ombú. El hemisferio de la riqueza y el hemisferio de la exclusión. El que tiene hambre no puede pensar en la naturaleza; así como al que está saciado no le interesa pensar en el que tiene hambre. La Tierra está en peligro. Toda la evolución de la tangente está en peligro. Pero el planeta es indivisible, como la relación entre el ombú y la pampa. En Estados Unidos, se respira el oxígeno generado en las selvas ecuatoriales brasileñas. La lluvia ácida, emanada de las industrias contaminantes del Medio Oeste de Estados Unidos, destruye los bosques canadienses. Con el efecto invernadero ocurre otro tanto. Yo vi los bosques quebrados del Canadá cuando, hace algunos

años, llegó a hacer el frío suficiente para que el agua se congelase. Los clorofluorcarbonos de los aerosoles de Italia provocan cáncer de piel en Australia. Un llamamiento de la Comisión conjunta de ciencia y religión (1990) denomina lo que está ocurriendo “Crímenes contra la Creación” ¿No es un crimen contra la creación un sistema de vida que se perciba y defina sin sentimientos? Este sistema –sin sentimientos– ahora pretende ser dueño del agua en el mundo. De la hidrosfera donde nació la vida, casi como de lo que está compuesto el tronco del ombú. Avanzamos en la comunicación global; retrocedemos en los sentimientos globales. La cara de Bush es la cara del mundo rico. ¿Cómo es posible que se adueñen del agua, de la hidrosfera donde nació la vida, el origen de los sentimientos, empresas cuya razón de existir es negarlos? Ahora se sabe que el mundo animal se desarrolló en forma tan impetuosa no sólo gracias a la selección natural –Darwin– sino también con otros instrumentos. Entre ellos el amor. Es decir formar pareja con un ser que no le es indiferente. Darwin desarrolló parte de la teoría de la selección sexual, en base a la mayor atracción. Ahora se sabe que ocurrió la instancia del amor. En vez del capitalismo considerar sagradas las condiciones ambientales suficientes a la vida, sacralizó el beneficio, la desigualdad, la explotación colonial tardía con su metáfora dramática llamada deuda externa. Si no es posible un sistema de producción, de distribución, de intercampampa | 111 |

bios y de consumo con sentimientos, no habrá alternativas al crack de la Tierra. Se llame como se llame, esa nueva relación social-ambiental, no será ya capitalismo.

6. Lo otro En Uruguay hay un monte de ombúes. Si el ombú es ya raro de ver, mucho más un bosque de ombúes. Algo extraordinario, tan único en su entrelazamiento casual de circunstancias. Cada vez es más raro ver un ombú en la pampa. Sobre todo en una pampa talada por la soja transgénica y el Randap. Desaparece toda flora bacteriana que obstruya “por arriba y por abajo” a la soja, aunque sirva a los nutrientes de otras múltiples especies, entre ellas esa

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hierbita llamada ombú. Se corta catastróficamente la cadena biológica, la relación entre bacterias, flora, fauna y el desierto aparece como metáfora –el campo amarillo uniforme de la soja– y como realidad, el ecocidio. Proponer otro sistema, con sentimientos, es la tarea actual de la especie homo sapiens. Tarea univalente. Tarea sin alternativa. Tarea de la propia evolución natural. La tarea de la originalidad del ombú o de la Tierra. La tarea de un planeta vecino a un solcito vulgar, entre otros cuatrocientos mil millones de soles en la Vía Láctea. Es más fácil encontrar la punta de la madeja de un sistema con sentimientos, que contar uno por uno todos estos soles. Tenemos unos segundos para hacerlo. No más a escala de la vida en la Tierra. | pampa

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