Perderse en el otro

Perderse en el otro http://dev.radiomaria.org.ar/_audios/714.mp3 GL: Virginia Gawel ha escrito un artículo que se llama “el riesgo de perderse en el

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www.liderinformativo.com Número 1751 Año 4 84 Páginas 9 Secciones Domingo, 14 de octubre de 2012 Periodismo con seriedad FIN deSEMANA ADUANA DE M

EL OTRO MOVIMIENTO ESTUDIANTIL
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Perderse en el otro http://dev.radiomaria.org.ar/_audios/714.mp3

GL: Virginia Gawel ha escrito un artículo que se llama “el riesgo de perderse en el otro”. Hubo un tiempo en que estudiábamos lo que se llamó la Matemática Moderna, donde se daba lo que se dio en llamar “Teoría de conjuntos”, donde se dibujaban, por ejemplo, dos círculos separados, cada uno era un ‘conjunto’, luego dos círculos en intersección. Esto sería lo que Virginia grafica como un vínculo entre dos personas en el cual estas dos personas, cada una se nutre de sí misma, de su realidad, de su entorno, y aporta a esa otra, digamos, ‘porción de la vida’ que hace su intersección con otro, que a su vez se nutre de sus pensamientos, gustos, puntos de vista, ideas, y lo aporta a ese ámbito en el que el yo y el tú se convierten en un ‘nosotros’. Cuando ese espacio es sólido y nutricio, no importa, por decirlo de alguna manera, ‘si llueve o si sale el sol. Es la maravilla del amor. Pero de algunos vínculos se puede hacer también otro dibujo donde ya no hay dos conjuntos con un espacio de intersección, sino un círculo con otro adentro (que llamábamos sub-conjunto). Esto es lo que Virginia utiliza para hablar de los vínculos dependientes, en los cuales una persona más que ser una persona que se relaciona con otra, está bajo una fuerte influencia de otra persona perdiendo así identidad y al mismo tiempo autonomía. GL: ¿Cuáles son los riesgos de perderse en el otro? A veces confundimos el amor, la fuerte unión con el otro, con una especie de dependencia o absorción por parte de uno o de otro miembro. VG: en este difícil oficio de ser ‘humano’, ocurre en los vínculos tanto de pareja, como en la amistad, como también entre nosotros y los colectivos a los que pertenecemos: ‘yo y mi club’, ‘yo y la institución a la que pertenezco’, ‘yo y la empresa’, y también en el vinculo con los hijos, con los padres. En la identidad que se disuelve en ‘lo otro’ o en ‘el

otro’, siempre hay pérdida para las dos partes. “La vida es el arte del encuentro” decía Vinicius de Moraes. Encontrarnos en este mundo significa ir tejiendo alianzas. En la pareja se nota más en algún sentido porque hasta está la palabra: yo me voy a aliar con otro. Se alían dos metales para hacer un tercero que sea más fuerte, de mejor calidad. En una pareja, ninguno de los metales debiera perderse en el otro, sino entre los dos sumar sus partes para hacer uno más fuerte. Sin embargo, no nacimos para ser uno con el otro. Hay instantes en el que somos uno, porque en el espíritu sí somos todos uno. Y cuando tenemos vínculos intensos con un hijo, con una pareja, con un amigo, nos sentimos uno con el otro. Y esos son instantes en donde casi estos dos círculos en intersección se vuelven un único círculo. Pero son momentos del espíritu donde ese instante debe recordarnos que tenemos que ser compasivos con el otro, ser tolerantes, tener reciprocidad con el otro. Pero en la vida cotidiana hace falta que haya dos individuos. Hubo un tiempo que se acostumbraba como regalos para las parejas las tacitas “tú y yo”. ¿quién toma en la que dice ‘yo’? Supongamos que toma él (en general, en la época en que esto se dio se usaba así). Significa que la otra persona es solamente ‘tu’, porque el ‘yo’ dice que es un ‘tú’. Esto podemos verlo desde un lugar egoísta, o desde un lugar de identidad. Las tacitas debieran ser ‘yo’ y ‘yo’, en todo caso, con la inicial de cada uno. Después hubo una revolución de la mujer en las distintas décadas, y mujeres que fueron de esa época y ahora tienen 70 u 80 años, van estableciendo en múltiples actividades que hacen actualmente, la noción clara de ser individuos. Y en verdad, para que exista un vínculo, curiosamente, tiene que haber por lo menos dos individuos. Si uno está perdido en el otro, estamos en problemas. Esto tiene un nombre concreto en psicología, que se toma de la hidrografía, y que es “confluencia”. En los ríos, confluencia se da cuando uno de los ríos desemboca en el más grande. El más grande sigue con su nombre, pero el otro se perdió. En los vínculos, cuando ‘confluenciamos’ –con nuestra pareja, con nuestro hijo, con nuestra empresa, etc-

perdemos nuestro punto de vista y los dos pierden riqueza: uno se pierde a si mismo, y el otro se pierde de nosotros, se pierde de nuestro disenso, de nuestro aditamento a su punto de vista, se pierde incluso de un conflicto hasta llegar a un acuerdo que tal vez resuelva mejor las cosas. Por otra parte, perderse en el otro tiene otro riesgo que es la dependencia. Depender es ser como un péndulo (que se usa para ipnotizar) que va de un lado al otro. Los dedos que sostienen los dos hilitos del péndulo, son el otro sujeto: cuando se mueve para un lado, el otro se mueve para el mismo lado ¿cómo va a hallar su propio eje cuando ese eje está insertado en la otra persona? Particularmente las mujeres somos, en algunas áreas, más dependientes. (Los hombres lo son en otras áreas). La dependencia genera, por un lado, sufrimiento de parte de ambos. Y por otro lado, violencia, porque el que se siente con el otro ‘colgando de si’, le pesa; porque necesitaría otro con quien intercambiar, y en realidad no hay un ‘otro’: está consigo mismo. Y el que está dependiendo, sufre y siente enojo y la frustración de, por un lado, no ser él mismo, y por otro lado que no se cumpla aquello que en el fondo anhela que es tal vez que el otro cambie, se mejore con lo que él le puede dar. Y a veces hasta hay como un ‘acuso existencial’: estar detrás del otro para ayudarlo, para asistirlo, para facilitarle la vida. Hay una gran frustración porque desaparece ese río que era esa identidad inicial de ‘yo’: yo ayudándote, yo acompañándote. Y esa frustración nos enoja con el otro, con nosotros mismos, nos enoja porque el tiempo pasó y no hicimos nada personal con nuestra vida. Entonces necesitamos ver en qué momento nos encontramos sumergidos en un sub-conjunto del otro, en qué momento nos quedamos sin vida propia. En una oportunidad un hijo le dijo a su mamá: “¡conseguite una vida, mamá!” Y a veces conseguirse una vida resulta difícil y es el desafío con el que uno se encuentra cuando el otro del cual dependíamos toma distancia, y es bueno que eso pase, porque nos confrontamos con lo bueno: yo conmigo. Y ¿qué hago yo conmigo? GL: Hay vínculos en los cuales esta relación de simbiosis, de dependencia, de confluencia, es mas o menos evidente. Por ejemplo, cuando un miembro de la pareja resigna continuamente

en pos de un vínculo, y el otro controla y controla. Los perfiles de la dependencia son bastante evidentes, incluso las mismas personas rápidamente se dan cuenta porque está plasmado en hechos objetivos. Pero también se dan casos en que no es tan fácil diferenciar o detectar esta dependencia, porque la necesidad que tenemos del otro es muy grande. Como decías citando a Vinicius, “la vida es el arte del encuentro”, y el arte implica toda una tarea diaria. Y hay filósofos que han desarrollado esto de lo que implica la mirada del otro, y cómo nos constituye el otro. De manera que realmente tenemos una necesidad enorme del otro. Sin el otro no somos nada ni nadie, no hubiéramos llegado a donde estamos –sin la madre, sin la colectividad, sin la manada-. En definitiva, casi que lo tenemos en nuestros genes. Entonces ¿cómo darse cuenta cuando esa necesidad del otro comienza a ser más allá de lo saludable, nutricio, constructivo para uno y para el vínculo? Y ¿cómo darnos cuenta de si lo que vamos a perder cuando logramos autonomía no va a ser realmente nefasto para nosotros, es decir, sumergirnos mucho más en una pérdida de identidad? TU Y YO Los nocheros Yo no sé la justa medida, si el amor eterno es mejor sobre aquel que curó las heridas o en pampa y la vía quedó por vivir desesperado una pasión Yo no sé amar como Cristo, yo no sé si este amor tendrá fin pero amando a mi modo yo insisto que nadie en su juicio podrá amarte así tal como yo te amo a ti… Si el amor es seguir adelante, ¡ay! de aquel que de amor se murió! yo prefiero vivir para amarte llevando en mi carne la cruz de tu amor tu y yo, yo y tu, tu y yo Una vez me he sentido un poeta, otra vez un obrero del sol Una vez te amé como Julieta mirando a Romeo desde su balcón y otra vez lloré de amor Me sentí condenado a perpetua encerrado en tu habitación cómo yo perdoné tu belleza y tú no has querido tener compasión

y aquí me tienes y aquí estoy… GL: Pensando en lo que la humanidad toda ha dicho acerca del amor y del poder que un vinculo puede llegar a tener en su propia vida, de cargar con el amor cono una cruz ¡lo que se sufre por este amor de confluencia o este riesgo de perderse en el otro. Entonces ¿cómo diferenciar esta necesidad tan fuerte del otro que tenemos y que nos viene casi como una manera constitutiva, de lo que es el perderse en el otro? VG: La psicología que tiene este enfoque humanista transpersonal, tiene como una de sus características mirar no solo lo patológico, sino también lo excelente: las parejas que funcionan de un modo excelente, las personas que se autorealizan, las amistades que funcionan bien, las familias que son una comunidad de afecto y ayuda recíproca, sin ignorar que existe el síntoma y la patología. Tendríamos los dos parámetros. Por un lado, cuando uno de los dos está perdido en el otro o los dos perdidos recíprocamente, si tienen suerte, en algún momento va a haber una crisis. Lo peor que les puede pasar es que esa situación se conserve así toda la vida: que un hijo no crezca porque está perdido en sus padres, que en una pareja uno de los dos haya desaparecido y ninguno se dio cuenta. Suele suceder en una pareja que el que era ‘el alma’ de esa familia es el que falta, y el que queda todos se dan cuenta de que realmente no existía. Se acabó el vinculo porque el que lo sostenía es el que se fue. Entonces el síntoma, la crisis nos acusa, nos da la oportunidad de cambiar, de transformar, de volvernos individuos, que es el imperativo de nuestra alma. Nuestra alma, nuestro espíritu, puja como un niño cuando está por nacer, para ser un individuo, y eso no es el ego. Nadie vino a vivir la vida del otro. Aún cuando tengamos que ayudarlo y sacrificar nuestra vida por él –como sucede a veces con un hijo, con un padre, con algún miembro de la familia enfermo-: el vínculo de ayuda de los que tienen que ser personas de apoyo de alguien que es enfermo crónico, ¿cómo no perderse en la enfermedad del otro?. El síntoma, la angustia , la depresión, síntomas físicos como la irritación permanente, nos avisan que algo no está funcionando bien. Por un lado, en un extremo, eso: la disfunción. Como en el plano físico el síntoma nos avisa de que hay que cambiar la dieta, el estilo de vida, que hay un órgano que está afectado. Los

síntomas psicológicos, los síntomas vinculares, nos avisan de eso. Y si miramos en el otro extremo es interesante ver las características de los vínculos interpersonales en familias, en parejas, en amistades, que son excelentes, que funcionan muy bien, y que afortunadamente distintos terapeutas desde hace muchos años, sobre todo desde los 60 en adelante, se dedicaron a estudiar desde “El arte de amar” de Erich From, Abraham Maslow y otros. Hay muchos especialistas en lo que es la vinculación de individuo a individuo donde esa vinculación sea “ganar-ganar”: si uno se realiza y se despliega, el otro también lo haga sin que ninguno de los dos salga aplastado. Y lo que vemos all{i es que las dos personas, independientemente de las edades que tengan, aprenden recíprocamente. La madre aprende de su hijo, el hijo está atento a lo que dice su madre y aprende de ella, porque si bien está el vínculo que lo sustenta, por un instante se disfumina la relación formal y son dos seres viviendo esto tan difícil que es la vida, tan distintos unos de otros, que lo menos que puede hacer el hijo si si madre lo trajo al mundo, si convive en su casa, es ver ‘¿qué aprendiste hoy?’ ‘compartímelo, porque eso a mi me va a nutrir, y yo te doy lo que soy y lo que aprendí’. De manera tal que en esos dos círculos que se interseccionan generando algo en el medio sin que se pierda ninguno de los dos, la parte que no compartimos que se llama ‘yo’ en vez de ‘nosotros’, tiene una flechita hacia ese nosotros. Mi vida personal. Lo que yo hago en mi trabajo, en mi estudio, lo que yo leo, ansío compartirlo con mis padres, con mis hijos, con mi pareja. El viaje que uno hace es también para los que se han quedado. De modo tal que comienza a haber un cuidado de la realización del otro sin perder la realización de mí. Desplegarse, ser pleno, hacer cosas que valgan la pena para uno y para los demás sin que todo mi tiempo, mi pensamiento, esté dedicado al otro sino que el otro es ‘una porción’ de mi vida, importante. Si no, sí se vuelve mi cruz. Y ahí estamos en el síntoma. Preguntan los oyentes – ¿Puede haber entre una persona más madura y otra no tanto, un vínculo libre y autónomo? VG: Imagino que se está refiriendo a una pareja. Hay un concepto que sería interesante traerlo: la psicología

comúnmente nos habla de la maduración que ofrecen los años, y naturalmente esto es visible en las décadas las diferencias de puntos de vista y la cosmovisión de criterios que una persona pueda tener. A medida que la persona es mayor en edad, si además crece en madurez, va viendo la vida de otra manera. Pero además de eso hay algo que se trae: es el nivel de conciencia. El nivel de conciencia es la capacidad de ver en relación, de ver con profundidad, de no estar desconectado del espíritu. No todas las personas tenemos el mismo nivel de conciencia. Hay niños que tiene, adolescentes que tiene, jóvenes que tienen una mirada que a veces a un adulto que nunca se ha sentado a reflexionar, lo dejan shoqueado por la pregunta o la observación que hicieron. ¿qué es lo que pasa allí? Que ese adulto creció en edad pero no creció en conciencia. Esos vínculos , en el enamoramiento son solamente proyectivos: es el inicio del vínculo, donde prácticamente uno imagina todo del otro pero no se conocen en hondura y allí también nos perdemos en el otro. Hay veces en que dos personas tienen similar nivel de conciencia, similares valores, similar visión de la vida, -que ya no es la proyección del enamoramiento inicial- y se encuentran más allá de las edades, ya se ha establecido quién es el otro y quién soy yo, y el misterio que hay entre los dos, y hay una afinidad muy fuerte en el nivel de conciencia He conocido relaciones de amistad que no tienen nada que ver con las edades recíprocas de los partícipes. Y relaciones de pareja que funcionan de una manera muy evolucionadas con diferencias marcadas en edad, que nos hacen replantearnos los prejuicios. Son personas que tiene una fuerte afinidad y que se cultiva a lo largo de los años y se vuelven uno en esencia, en espíritu, pero manteniendo los psiquismos bien individualizados GL: creo que este mensaje apunta a la diferencia de madurez emocional, algo muy frecuente. En el proceso de convivencia o de vinculación suele darse que uno hace más proceso de maduración emocional que el otro VG: Además de muy frecuente, esto es muy desesperante para quien lo vive. Porque el que va evolucionando comienza a tener otras necesidades –las de una persona más madura emocionalmente-. En ese caso, si entendemos los niveles de conciencia como ir subiendo una escalera y en cada escalón ir viendo el paisaje desde un poquito más arriba, con más

perspectiva, ve mas la relación que hay entre una cosa y la otra . A medida que va creciendo va teniendo una visión más global, mas profunda y mas integrada y puede integrar cuestiones que a veces parecen opuestas. Todos vamos subiendo la escalera despacio, porque es difícil. Cuando uno está mas abajo, algo que son dos opuestos porque uno no los puede integrar, son un conflicto. Cuando uno está más arriba, son una paradoja. O sea. Yo soy egoísta y generosa a la vez. Estando mas abajo, esto es para mí una lucha: ¡cómo puedo ser tan egoísta si yo quisiera ser generosa! Cuando estoy más arriba puedo integrar: acepto que están en mí las dos partes y procuro darle espacio a las dos de un modo inteligente y aceptar que tengo esa limitación, procurando ejercer los mejores valores que tenga. En una pareja es muy común que esto suceda, y por supuesto, esto traza líneas de distanciamiento. Cuando sucede en una familia, entre padres e hijos o entre hermanos, casi siempre la responsabilidad vincular es del que ve más, del que tiene más capacidad de comprensión. Esa persona necesita poner más, trabajar más ese vínculo, porque es el que tiene más herramientas y hay veces en que el otro no puede. Y ahí es donde a veces surge el drama asistencial, en donde ‘yo quisiera que el otro crezca’, entonces. Le compro libros, le digo que haga cursos de tal cosa, trato de que el otro cambie, transforme, amplíe su visión. Si yo quiero cambiar, y anhelándolo me cuesta tanto ¿cómo va a cambiar alguien que no hace ningún esfuerzo porque no tiene interés ni noción de que tenga que cambiar? Entonces, cuando quiero ‘asistirlo’, ‘cambiarlo’ al otro, en general, estoy generándome un problema y generándoselo al otro. No es por allí la vía casi nunca. Y muchas veces sí tenemos que refaccionar las leyes de ese vínculo, las maneras, los patrones vinculares, y otras veces, en esas maduraciones desparejas, el vínculo que era por ejemplo en una modalidad de pareja, queda en una modalidad de amistad, pero no puede seguir adelante como pareja. A lo mejor más adelante puede, pero no cuando quedan desparejos.

DIABLO Y ALCOHOL Comprendo que han cambiado algunas cosas: color de mi pelo, de mi voz. Los juegos ya no son los mismos juegos y no hay secretos entre vos y yo. Comprendo que no siempre estés dispuesto a darme libertad para sentir, yo me la tomo igual y te aseguro que es una buena forma de vivir. Podrás decirme que querés tocar el cielo, podré decirte que me quedo por aquí. Son tantos días los que forman una vida. No me condenes a vivirlos sin amor. Todos tenemos un infierno en la cabeza que no se lleva bien con este corazón hay emociones que no pueden compartirse ¿Cómo te explico que me duele igual que a vos? Si estoy rezando te vestís de diablo, si estoy en carne viva sos alcohol; yo siempre estoy al borde del desmayo, vos siempre estás llamando la atención. Comprendo que no puedas con tu vida, pero yo también tengo que vivir. No existe ningún punto de partida si no se sabe bien adónde ir.

– Hace 6 meses que estoy separada. Era muy dependiente de mi pareja y me cuesta mucho enfrentar todo sola ¿qué puedo hacer’ VG: en principio, la separación es una muerte, y como tal, requiere de un duelo. Una muerte que propicia un nuevo nacimiento. Es doloroso. Pero estamos en una época en que, quien mas quien menos, hemos pasado por esta clase de situaciones. En los vínculos en donde no es uno quien decide esas separaciones sino el otro, hay una disparidad en la elaboración del duelo. El que tomó la decisión, si no es uno, ya tiene más elaborado el duelo, el hecho de no estar juntos. Y el que recibe la noticia recién allí comienza su duelo. Y en la separación –aunque en la muerte física también sucede- ese

duelo implica aprender a pararse en los propios pies, aprender a sentir el dolor y permitírselo porque es necesario. No se puede anular eso: la supresión de un duelo es peligrosa para el psiquismo. Pero hace falta ir encontrando quien nos escuche, quien nos contenga –amigos, terapeutas, una red-, pero también hace falta lanzarse a vivir cosas que no hemos hecho antes, sobre todo aquellas que propicien aprendizajes. Hay una película: “No sos vos, soy yo”, que muestra este proceso de un modo muy lindo (penoso porque uno se identifica si lo ha vivido). Al médico, lo ha dejado su mujer y que no puede parar de hablar de ella con sus amigos. Y en un momento comienza a darse cuenta de que él se tiene que conseguir una vida –que no significa que se tenga que conseguir otra mujer-, es decir, plantearse ¿a mí, qué me gusta, qué leo?. Y comienza a darse cuenta de que las dependencias que tenía de esa persona las tiene que cubrir consigo mismo. En este caso, lo que le puedo decir a esta oyente es: la crisis es por un lado peligro, porque uno se desestructura y sufre. Pero también es oportunidad de rehacerse, de encontrarse uno con uno mismo. Jung –psiquiatra suizo- decía “nadie puede vincularse con otro si no se vincula primero consigo mismo”. Esto significa entonces empezar a buscar qué dar de mí, en qué ámbitos dar, en qué ámbitos encuentro personas afines, qué parte de mi vida dejé sin explorar? A cualquier edad en que esto suceda (y también sucede en la viudez) hay una parte de vida que necesito explorar. Richard Bach decía “existe una prueba irrefutable de que tu vida en este mundo tiene un sentido”. Esto significa que tengo que seguir adelante y encontrar ese sentido en aquello que yo vaya haciendo, que muchas veces es lo nuevo, lo que dejé pendiente de mi. Y eso ya depende de mi mano, no de la otra mano. Y nos ayuda a elaborar el duelo. – Soy divorciada. Tengo un hijo de 36 años. Quisiera saber hasta qué punto puedo yo meterme en su vida cuando él está viviendo conmigo y cuando se siente mal y me habla y me dice cosas. ¿cómo actuar sin meterme pero ayudándolo? VG: ayudar a otro –no siendo uno su terapeuta- implica siempre ‘pedir permiso’. Y ser muy medido. Muchas veces el otro necesita solo ser escuchado. Y tal vez, si ud. tiene algo que decirle, es ‘¿querés que te comparta lo que yo pienso?’ Un

refrán africano que me parece muy sabio es “se puede llevar el buey al río, mas no se lo puede obligar a beber”. Uno puede compartir algo. Y a veces quisiera hacer una ‘transfusión de experiencia’, sobre todo cuando son hijos. Pero la experiencia es intransmisible, aunque sí podemos darla. Yo siempre escucho a mis padres aunque soy grande: ellos son seres ‘grandes’ en otro sentido, que ya han vivido y son buenas personas, y entonces me interesa lo que me dicen. A veces mi madre me pregunta ¿querés que te diga algo?. Y yo puedo decirle ‘no, en este momento no. Gracias’ y se que cuento con que ella no se va a ofender, porque me ha pedido permiso, y mi ‘no’, es ‘en este momento no estoy ‘porosa’ para recibirte’. Entonces, ese pedir permiso puede ser así de explícito, muy cuidadoso, y tener claro en esa intersección qué es nosotros y dónde está la vida del otro. GL: voy a hacer una problematización de esto. Sobre todo en los vínculos que en alguna etapa de la vida han sido genuinamente dependientes como los de madre-hijo, cuando el otro corre riesgos (vivimos en una sociedad muy contaminada, muy distractora, muy superficial en muchos aspectos o que tiende a la superficialidad y a la inmediatez) y de pronto aquel ser que amamos y que en algún momento ha sido nuestra responsabilidad educar o criar o cuya vida procurar desarrollar, vemos que va tomando un camino que posiblemente sea riesgoso y peligroso –digo en esa etapa en que los hijos ya crecieron porque son mayores de edad: es una problemática muy frecuente y que muchos padres consultan con hijos de 21 años aproximadamente, pero que por las circunstancias culturales no son del todo maduros- y vemos esa lucha difícil de resolver, que es típicamente la que pregunta esta mamá:¿hasta dónde intervengo? Porque veo que está corriendo riesgos y por otro lado ya es grande ¿cómo encuentro el equilibrio? VG: Algo que hoy en día se llama la ‘comunicación no violenta’: la comunicación de esencia a esencia, cómo nos defendemos, cómo llegar al otro, cómo hacer saber lo que nos pasa sin atacar al otro, sin ocasionar un conflicto. Hay maneras de trabajar con eso para que sea la convivencia en base a valores –ya sea en el trabajo, en la familia, etc-. Aquí quizá sea bueno tener en cuenta esto: con un compañero de trabajo, con un hijo, con una pareja: hay charlas que son

funcionales, esto es, en el momento me sale decir ‘no ves que estás fumando y te hace mal’, o ‘dejaste todo tirado’, o ‘estoy harta de esto’. Esto es funcional: mientras estamos funcionando, nos decimos cosas, el otro se defiende… Casi siempre, esas charlas son estériles: el otro es refractario a escucharnos y uno lo dice desde una carga emocional con pocas posibilidades de éxito de llegar del otro lado. Es como una catapulta mas que una línea de comunicación. En el otro ‘rulo’ están lo que se llaman ‘charlas estructurales, que es ‘necesito que hablemos’. Esas charlas son fundacionales. A veces esas charlas, si el otro no está permeable, necesitan ser sustituidas por una carta, que es lo único que el otro va a escuchar. Y en esa charla o en esa carta, lo único que uno necesita decir es ‘me preocupa lo que yo siento’ (no lo que vos sos: sos un descuidado, sos muy temerario, eso ya te pasó). No es una crítica, sino lo que yo siento: ‘siento que te estás poniendo en peligro’ ‘te estás metiendo en algo complicado y necesito decírtelo aunque me esté metiendo en tu vida. Necesito que lo mires, lo reflexiones. Necesito que ahora me escuches y no te defiendas’ ‘No quiero atacarte ni mucho menos. Quiero que sepas que estoy preocupada por estas razones’. Estas charlas fundacionales, son estructurales porque hay veces que pueden hacer como una ‘quiropraxia vincular’ (como cuando alguien te acomoda los huesos de un tirón y ya quedan en otro lugar): ese mensaje,, si no está en medio de la agitación, puede tener una penetración importante. Es un ‘sentémonos a charlar puntualmente de esto’: no nos remontamos a la historia Es decir: me preocupa esto hoy. Si hace falta, pregunto: ‘me gustaría saber esto –si querés respondérmelo-, pero en principio necesito que sepas que esto me preocupa y te pido que te cuides’ (por ejemplo). Esto cuando el riesgo escapa a nuestra posibilidad de hacer más que eso. A veces sirve hablar desde sí, es decir, ‘a mi me pasó esto’. Pero básicamente no es ‘vos sos’, sino ‘yo siento esto’, ‘me preocupa esto’. En estas charlas en que queremos llegar al otro, no descuidar valorizar lo que el otro es, lo que el otro se esfuerza en crecer, lo que está haciendo, de manera explícita. Y empezar por eso. Luego lo que nos preocupa. Porque si no, parecería que suena como una crítica. Cuando hay riesgos extremos –como por ejemplo un familiar en situación de

adicción grave, donde ya la ayuda tiene que ser compulsiva- me meto en la vida del otro a como de lugar. Cuando se trata de estas charlas o cartas, el tener escrito una lista de cosas para decir o para que el otro lea delante de uno es bueno porque son cosas escritas y claramente explicitadas con calma, y no teñidas por la emoción turbulenta al comunicarlo. Esto nos puede permitir entrar al otro y tener un diálogo que suelen ser inolvidables. – Si quiero conseguirme una vida ¿cuáles serían los pasos a seguir? VG: Hay personas en que, porque se fueron los hijos, o porque queda sola en su pareja, o porque se quedó con sus padres y sus padres murieron, o por cualquier otra circunstancia se encuentre con que el tiempo que aplicaba a ese otro, renacen de la pérdida organizándose en una ‘nueva’ identidad. Pareciera ser que el primer paso es algo interno: es una recolocación de la identidad, que significa: ‘sobre mi, decido yo’. ‘mi capital es mi tiempo/vida, energía, y es muy valioso ¿en qué lo quiero invertir? En general, las personas invierten en cosas que le reditúan bien, por ejemplo, en lugares donde aprender cosas que se han postergado y que tenemos condiciones para desarrollar. A veces no contamos con el ánimo para hacerlo, pero hay que hacerlo igual, porque con la acción el ánimo se levanta. Otro punto importante es invertir el tiempo en servir: ¿dónde puedo dar lo que sé, lo que soy? Eso me da la satisfacción de ser, de afirmar mi identidad, y de que ese tiempo empleado en servir valió la pena, y que me relaciono con otras personas, y empiezo a tener redes que no existían antes. Y siempre tenemos algo que enseñar, para transmitir. ¿dónde puedo volcarlo? En clases de apoyo en una escuela, en una biblioteca. Distribuyo mis tiempos que antes no tenía disponible, y eso hace que comience a construir vínculos con personas nuevas que amplían mi paisaje. – En el vínculo madre-hijo ¿cómo se manifiesta el reclamo del hijo ante una madre invasora ¿Cuál sería la trampa? Yo me considero tal. – Intuyo que el tema de los límites tiene que ver con lo que están hablando. Quisiera ahondar en eso: el que no los tuvo, como influyen en las relaciones a futuro que pueda tener

tanto con la pareja, con los hijos, etc. Y si en la pareja la relación se da justamente con otro que quiera controlarlo porque excede los límites. VG: si imaginamos los circulitos de los que hablábamos al comienzo: este soy yo, y sobre mí decido yo. A partir de allí los límites comienzan a ser más claros –ya se trate de una pareja, de un hijo, de un vecino-: de un modo amable pero firme, este soy yo y no voy a permitir que ingreses aquí. Una palabra muy valiosa que se debe decir es NO: aquí no, éste es mi tiempo, no quiero, no me hace bien. Porque eso nos habilita a decir SI. Y el límite mayor se marca a veces no con palabras sino con gestos. Hay veces en que el límite es irse: no acepto esto, y eso significa: me levanto y me voy. Otras veces el límite significa dejar de hacer: dejo de darle al otro lo que siempre le daba, dejo de estar todo el tiempo detrás del otro. Esa omisión marca un límite. Cuando yo dejo de hacer, empiezo a cambiar las reglas del juego. Este juego de ‘tu y yo’ es un ping-pon. Cuando yo dejo de hacer ‘ping’ ¿qué pasa con el ‘pong’? Cuando yo dejo de juntar la ropa que el otro deja tirada, y no pago más las cuentas que el otro tiene que pagar y no paga, etc etc, es decir ‘omito’ hacer cosas que le corresponden al otro, esa omisión es un límite. Porque si el NO de palabra se contradice en la acción, no tiene fuerza. El límite no solo hay que expresarlo, sino también sostenerlo. Y eso es lo difícil. El límite es un acto de sano amor. Cuando digo no estoy ayudándolo a comprender que no es una persona incapaz, que puede hacerse cargo de su vida. Esa mamá que se siente invasora (sin querer dar recetas, porque cada caso es particular): el ‘dejar de’ es muy importante en los cambios vinculares. Dejar de hacer lo que uno siempre hacía cambia la danza vincular: hasta acá veníamos bailando un vals. Cambié la música. Me quedo quieta. ¿Qué paso marca el otro? En general, a partir de allí empiezan a surgir cosas más sanas. Como dejo de hacer compulsivamente, empiezo a ver lo que antes no veía

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