PIEDAD BONNETT UNA ESCRITURA QUE DESAFÍA LA MUERTE 1

PIEDAD BONNETT UNA ESCRITURA QUE DESAFÍA LA MUERTE1 Augusto Escobar Mesa Universidad de Antioquia [email protected] No se había mitigado aún el

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PIEDAD BONNETT UNA ESCRITURA QUE DESAFÍA LA MUERTE1 Augusto Escobar Mesa Universidad de Antioquia [email protected]

No se había mitigado aún el basilisco de la muerte a mediados del siglo XX en Colombia que dejó a la vera de los caminos más de 200 mil víctimas, cuando una niña de ocho años y de la mano de sus padres tuvo que salir desde uno de esos pueblos perdidos y olvidados de las montañas antioqueñas, Amalfi, en busca de otro espacio que se convirtió en el suyo, Bogotá, y en él, el barrio Teusaquillo del que dijera: aquí voy yo, sin metas y sin rumbos, / odiándome en tu esquina sin sorpresas, / en el mezquino barrio donde habito, / en el precario verde que embellece / tu triste fealdad de puta vieja. Ciudad, como cualquiera gran capital, hecha de trucos y de azares / inconsistente juego de escondrijos, en la que siente ajena y enemiga, la que la hace sentir yo sin asideros, yo perdida / y para siempre sola en tus entrañas (en “Bogotá” De círculo y ceniza, 13)2. Es en ese medio de la dura supervivencia personal y mental, de una Bogotá extraña a los exiliados de tantas partes, que la niña Piedad debe abrirse camino con dificultad, manifestando siempre una rebeldía con causa ante tan inesperado y permanente desarraigo. Aunque hacia fuera y en lo académico es una joven ejemplar y asume cualquier reto para demostrarse a sí y a los otros lo que pueden los desafíos personales, por dentro lleva un alma rota que sólo mitiga la lectura, y se vuelve catarsis con la escritura. Esos tanteos por el alma desgarrada de tantos otros alelados por las palabras: Baudelaire, Neruda, Vallejo, Emily Dickinson, Barba-Jacob, León de Greiff, Rulfo, Borges, la llevan a delinear progresiva y dudosamente las fronteras de una geografía verbal que a veces se torna cenagosa, otras cristalina, pero eso sí, espacio suyo, Comienza pues a defender el baluarte único que le queda, a protegerse del distorsionante, del estruendoso ruido que la acecha, y de todo aquello y todos los que pretenden franquear sus muros para dejarla al desnudo como quedó cuando abandonó aquel bucólico tiempo primero. Tras esa peculiar y única geografía en la que puede guarecerse y con las pocos restos de piel que le pertenecen, se esconde, hasta ir perfilando los senderos que serán suyos tras aquellas fronteras que dejan vislumbrar el mundo que ha construido –rémoras del

pasado– a pesar suyo y de los otros. Es a ese pasado que canta la poeta escondida tras la imagen de la casa: Mi alma es una casa vacía donde habitan / fantasmas de otros días […] Mi alma es una casa de puertas clausuradas / y a un desierto lunar sus ventanas se abisman (en “Casa vacía” de CC, 37). Perfeccionista consigo, exigente con los demás, y aunque otras esferas del conocimiento le atraen, Bonnett se deja seducir por la escritura para fijarse definitivamente en ella; es por eso que busca la formación exigente de la filosofía, de la literatura, de las artes, y de la actividad docente en la que aún se encuentra como una forma de insaciedad y de demostrar la alta competencia a la que puede llegar; sin embargo, todo eso la deja vacía y siempre a punto de comenzar. Cada curso, cada seminario que dicta, se vuelve, aún hoy, en reto tras la búsqueda de respuestas de otros ávidos de saber, pero en ella ese conocimiento representa sólo variantes de una y de tantas preguntas que la acosan desde siempre, de ahí que cada poema, cuento, relato o ensayo suyo no sea otra cosa que la puesta en manifiesto de esos interrogantes, que traducido en versos sería: ¡Tanto sueño perdido, / tanta esperanza rota, / tanto para tan poco / y tanta pena! (en “Al lector” de CC, 2). En 1985 y de manera tímida, Bonnett da a conocer al maestro y humanista Ramón de Zubiría su primer libro de poemas De círculo y ceniza, del que hace un elogioso comentario y será publicado en 1989 por la Universidad de los Andes. Dice Zubiría al respecto que es un libro de "una expresión poética limpia, refrescante, liberada de toda postiza decoración, en la que cada poema es testimonio lúcido de alguna experiencia transferible, suscitada por la realidad exterior, sorprendida, desde un ángulo personalísimo, en el despliegue de sus prodigios innumerables, o de alga incursión por la realidad interior, por el laberinto de 'las secretas galerías del alma', de que hablara Antonio Machado, en una indagación también lúcida, de la propia identidad" (1996:v). Un año antes adapta para el teatro la obra Noche de Epifanía de Shakespeare que lleva a escena el Teatro Libre de Bogotá dirigido por Ricardo Camacho. En 1991 estrenará otra pieza dramática titulada Gato por liebre centrada en el tema de la mujer que busca defender su identidad recurriendo –mediada por una fragmentación textual y discursiva–al equívoco de ir vestida de hombre para sobrevivir en un medio machista. Es un tema muy socorrido en la dramaturgia occidental y que según Rizk (1995: II, 258), Bonnett se inspiró en la obra Jacke wie Hose de Manfred Karge para revelar el drama identitario femenino. Mientras escribe poesía y dicta clases, traduce, entre otros, el famoso poema El cuervo de Edgar Allan Poe. En 1994 publica su segundo libro de poemas Nadie en casa. Esa casa primera y

arquetipo de toda realidad es como, dirá Borges, "del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo" (cit. Bonnett 1995: 9) porque lo contiene todo: el tiempo del origen y su paraíso perdido e irrecuperable; los miedos primeros, el terror al abandono y el exilio definitivo; la presencia tutelar del padre y su fuerza adánica; el espacio de los sueños y la imaginación; la apacible convivencia con una naturaleza no hollada; el desgaste y derrumbe inevitable de la casa y de sus habitantes; la vejez, la muerte y el olvido que deja un lastre ineluctable. Al año siguiente se entrega a los lectores El hilo de los días con el que gana un premio nacional de poesía. En 1996 da a conocer otro poemario titulado Ese animal triste. En 1997 incursionar de nuevo en el género teatral al que le es fiel con la obra Que muerde el aire afuera y, a finales de 1998, sale publicado su libro de poemas amorosos Todos los amantes son guerreros. Un proporcionado tiempo de espera y mucha reflexión para volver al género inicial, la narración, permitió la aparición de su primera novela Después de todo, casi inaugurando el milenio, 2001, con el que abre nuevas expectativas porque la construye con la misma dote en el manejo del lenguaje, y el mismo cuidado, rigor e intensidad observados en su poesía. Y sobre todo, profunda intensidad y sensibilidad para mostrar el drama de dos seres que deambulan por el mundo en busca del otro, sin que puedan encontrarse, porque las mismas circunstancias, absurdas muchas veces, lo impiden como si un destino trágico de burlas se interpusiera. La enfermedad como un mal real o simbólico, cuando no es el azar, la tragedia, los celos, la locura, se interpone para aguar la fiesta de la vida, porque ésta está minada desde sus cimientos. Cualquier acto, gesto, intento, de los protagonistas de la novela, por osado que sea para liberarse de esa carga, es inútil. Hay que asumir la cuota trágica de la vida como una condición de ella sine qua non. Para alejar el fantasma de la novela y de la poesía reciente, incursiona en nueva obra teatral. En el 2001 se pone a la tarea de escribir, para ser representada por el Teatro Libre, Sanseacabó, que se estrena en el 2002 con gran acogida por parte de los espectadores atraídos sin duda con la actuación magistral de Laura García y una obra teatral que se sale de los cánones establecidos, porque en ella se combina el vaudeville, la comedia, la tradición popular, la parodia, la música popular, revelando así otra faceta Piedad Bonnett, más festiva pero no menos vitalista y crítica. Con sus dos primeros libros de poemas, De círculo y ceniza y El hilo de los días, se sella un pacto de reconocimiento por parte de los lectores colombianos y de habla hispana ante alguien que sólo era una sombra poética en el panorama colombiano, habida cuenta de figuras reconocidas como Álvaro Mutis, Fernando

Charry Lara, Rogelio Echavarría, José Manuel Arango, para no citar sino unos cuantos, y a pesar de los muchos cuentos, poemas y ensayos que Bonnett había escrito y publicado antes en distintos medios. Era como si a ella con estos dos libros se le hubiera reconocido el derecho a una carta de identidad, cuando lo que había pasado era que, inmersa en un grupo amorfo de poetas en un país de tanto versificador, no alcanzaba a distinguirse, no porque no tuviera cómo, sino porque el medio y la crítica, obnubilados observando otras estrellas, unas pocas permanentes y muchas fugaces, no había podido reconocer el halo de distinción que comenzaba a germinar en ella. Aura que, paradójicamente con su primer libro y allende nuestras fronteras, otros comenzaron a distinguir al otorgarle una mención de honor en el concurso hispanoamericano de poesía Octavio Paz de México. Mención que indicaba que en ese primer libro había destellos singulares, pero faltaba aún trabajo de perfeccionamiento y afinación de la voz personal. Desafío que asume y logra casi diez años después de escrito De círculo y ceniza con El hilo de los días, libro que gana una de las más codiciadas justas literarias del país, el premio nacional de poesía de Colcultura de 1994 con el que refrenda su condición de poeta y se le abren las puertas a los lectores y a las editoriales que comienzan a interesarse por sus nuevas y anteriores obras. Estimada en general como una de las autoras femeninas más importantes en el campo poético, Piedad Bonnett es hoy una de las voces más representativas de la nueva generación de escritores colombianos; sin embargo, y paradójicamente, es más reconocida, valorada y comentada su poesía fuera del país que dentro. Empero, en ella, estas circunstancias adversas por la ausencia de lectores debido a una pobre divulgación y poco espacio para la crítica en los medios y un menguado interés –o limitada formación– de los críticos, pareciera convertirse en acicate para seguir en la ardua labor de tejer la trama de la vida con palabras que llevan a sentidos deseados, pero que siempre ocultan lo esencial, lo que en otros términos significa que son inatrapables y por más que se las combine jamás se logra alcanzar la expresión absoluta deseada, por eso las palabras siguen seduciendo a los poetas, narradores, ensayistas; en fin, a esos escribanos de la vida y la muerte. La palabra es, canta la poeta: "hechicera", "dulce mentirosa" que "tienden su trampa", que se hace agua, se hace lágrima, / se hace calor, saliva, piel y beso. / La palabra, / loca fabuladora del deseo (en “Canciones de ausencia IV” de CC, 33). Y parodiando a Borges3 dirá que ellas son palabras astilladas, / palabras mutiladas por el tiempo (en “Al lector” de CC, 2) que tienen la capacidad de revelarnos al hombre, esos animales tristes que somos.

De círculo y ceniza es un libro fundacional porque allí se encuentran los cimientos con los que se irá construyendo luego todo el resto de la obra de Bonnett: los miedos primeros y últimos, lo que desastilla el corazón pero también lo nutre, la cotidianidad que enajena y la misma que permite distanciarse para reencontrarse con el silencio de sí mismo; el amor que, en extraña confabulación con la muerte, hace vivir intensamente el instante de luz que irradia en cualquier circunstancia; la actividad doméstica y el tráfico cotidiano que alcanzan su fuerza lírica por el grado de enajenación a la que pueden llevar, pero también por su lado metafísico que sorprende. Igual canta a la casa y todo aquello que se le asemeje, espejos del alma por donde a diario se asoma para revivir otros tiempos o los del deseo. Allí se asoma la muerte y sus múltiples maneras de representarse: monstruo, toro, minotauro, figura bestial, simún que todo contamina y arrasa, que se torna memoria y afán de olvido e incita a vivir el instante como si fuera una eternidad. Pero detrás de todo ésto, insoslayable, como si fuera una huella perpetua, un estigma hasta la muerte, el AMOR es la palabra mayúscula, realidad inagotable en Bonnett. Pocos poetas han invertido tanto ingenio creador en cantarle a esas cuatro letras que se han vuelto miles, o más precisamente, combinatoria infinita del ars poética y del arte de seducción lírica. Al respecto sostiene Ronderos:

En franco contraste con esta muerte en vida aparece el amor. Devastador, tremendo, ataviado para la guerra y el dolor. He aquí la vid, la fuerza, el desatarse de los elementos cósmicos, la exuberancia de la naturaleza. El amor que se posee, que parte súbitamente y que produce rabia, miedo y soledad al fin, como al principio. Un lenguaje diferente nombra aquí los espacios y el tiempo […] En De círculo y ceniza hay un movimiento del amor al abandono, del fuego a la ceniza, de la plenitud del universo a la desolación de la casa vacía pasando por la lucha por conservar el fuego. Este amor al fin no logra habitar más que en los turbios y entrecortados sueños que como el poema, son los únicos capaces de atrapar aún algo del delirio y la pasión perdidos" (1996: xi, xii). Si bien Bonnett ha sido fiel al amor en medio de tantas vicisitudes, más lo ha sido a las palabras, a las que somete a su crisol permanente. Ellas han sido y son sus compañeras, confidentes y las que tanta satisfacción dan. Sometidas a una complaciente, dedicada y apoteósica alquimia, las palabras han instaurado su reino en la vigilia y el sueño, así como en los entresueños, de ahí su goce por conocer la cara y el envés de cada una de esas medusas que, entronizadas en un verso,

quedan petrificadas para siempre, pero que igual y paradójicamente renuevan su sentido cada vez que el nuevo o reiterado lector vuelve sobre ellas. Por eso dice la poeta refiriéndose a la poesía: Otra vez vuelvo a ti. / Cansada vengo, definitivamente solitaria. / Mi faltriquera llena de penas traigo, desbordada / de penas infinitas, / de dolor […] vengo a beber de tus profundos manantiales, / a rendirme en tus brazos, / hondos brazos de madre, y en tu pecho / de amante, misterioso, / donde late tu corazón como un enigma […] Humilde vuelvo a ti con el alma desnuda / a buscar el reflejo de mi rostro, / mi verdadero rostro / entre tus aguas (en “Vuelta a la poesía” de CC, 41). Borges piensa poéticamente que el tiempo es como el río interminable / que pasa y queda y es cristal de un mismo / Heráclito inconstante, que es el mismo / y es otro, como el río interminable (en “Ars Poética”) y Bonnett en muchos de sus poemas no hace otra cosa que nostalgiar tiempos idos, ¿será su viaje de regreso por los pasos perdidos?, ¿acaso será la vuelta a la casa primera? Para la poeta han pasado muchos años desde que se abandonó aquel espacio solaz sin posibilidad de retorno, donde hace tantos años que nadie visita […] En la casa entera no hay un solo / murmullo, / porque en el mundo entero se apagaron los ruidos (en “En la sala…” de HD, 13). Tras su abandono total, paradójicamente, ya no es posible romper el nimbus mítico que la rodea. Todavía se oye en ella el golpe airado del padre sobre la mesa causando un temblor de cristales, una zozobra en la / sopa, / volcaba el jarro de su autoridad aprendida, de sus / miedos, / de su ternura incapaz de balbuceos (en “Aquí golpeaba…” de HD, 17). De nuevo el padre hace presencia sin la fuerza del tótem originario porque todo se ha derrumbado de manera inexorable, pareciera que la paz de la casa, tanto silencio pesaroso / fuera el golpe de Dios sobre la mesa (idem). Bajo la égida de esas dos sombras ineludibles, padre y Dios, es imposible crecer sin padecer las consecuencias, por eso ella no creció nunca tiene miedo / a lo oscuro y al triángulo que es el ojo de Dios / y al Padre que ajusticia con su voz militar ( en "Álter ego" de AT, 69) Aunque ya no está, sigue incólume en la imaginación aquel lugar que un día un toro entró a la casa de puertas abiertas y Por las habitaciones frescas de sombra / erró con su furia ebria, / devastando un universo de cosas minúsculas, / de flores de papel y pocillos y sillas vacías, / hasta llegar a ese cuarto final / al que el silencio temeroso había huido (en “A la hora…” de HD, 29) y allí, finalmente, en su precario escondite, escucha la niña el retumbar acompasado de los pasos de la bestia en la penumbra (idem) que no quiere abandonarla. Es tal el miedo que se bebe el aire de la alcoba con los ojos / abiertos / y el monstruo que me habita / sofocaba mi voz con su cola de escamas (En "Ración diaria" de AT, 67). El toro,

el monstruo, el Minotauro se ha hecho al espacio de la niña para no abandonarla jamás. Siguiendo a Cortázar en su pieza dramática Los reyes: "sólo hay un medio para matar los monstruos: aceptarlos" (cit. Bonnett 1996a: 67), así la poeta ha decidido hacer lo mismo, lo ha adoptado como su fiel mascota o su espejo: ¡ay! amorosamente, desde entonces, le doy su / ración diaria. / Tenso animal carnívoro, / el ruido de su boca que mastica / es música en mi insomne madrugada (En "Ración diaria" de AT, 67). La presencia de esas figuras míticas y cotidianas providenciales son de alguna manera representación del paso del tiempo de la infancia a una adolescencia que se avisora dolorosa, trágica y sin remedio, por eso debe quedarse allí en cuclillas, silenciosa, absolutamente sola porque pronto pasarás esa puerta. Para siempre (en “Frente a la …” de HD, 31). La pérdida de ese tiempo y esa casa deja sin techo el mundo propio y familiar al punto de preguntarse la poeta ¿Qué poderoso cataclismo, / qué oscura y sistemática tarea/ nos deja a la intemperie sufriendo viento y lluvia? (“Tenía techo el mundo…” de HD, 39). A la deriva y de tiempo atrás el único solaz es recrear ese universo de despojos y olvido con mil y un versos. ¿Qué tiene la muerte agresiva, la violencia que despoja al individuo del bien físico, corporal y moral que motiva a la poeta al reiterado canto lírico? Entre el amor y la muerte todo umbral ha desaparecido para dar cabida a la realidad disolutiva y engullidora; todo es mar desolado y oscuro cuya marejada avanza incontenible. En muchos de sus versos la poeta canta a la muerte como si un demonio interior hubiera tomado posesión suya: boca oscura que a todos nos devoras / y a todos nos trituras / y a todos nos escupes convertidos en polvo (en “Apelación” de CC, 53). Ya no es el canto seductor de la pasión amorosa el que se escucha, sino el de la bestia desfogada que sobresalta el alba con el ronco bramido de las bestias / que son sacrificadas […] La muerte va trazando sus signos en la blanca madrugada (en “Los cuchillos del alba” de HD, 43). Y luego la poeta sugiere que está cerrada toda posibilidad a la esperanza porque la vida como el alma han sido cercenadas: Fueron veintidós, dice la crónica. / Diecisiete varones, tres mujeres, / dos niños de miradas aleladas, / sesenta y tres disparos, cuatro credos, / tres maldiciones hondas, apagadas, / cuarenta cuatro pies con sus zapatos, / cuarenta y cuatro manos desarmadas, / un solo miedo, un odio que crepita, / y un millar de silencios extendiendo / sus vendas sobre el alma mutilada (en “Cuestión de estadística” de HD, 51). De la ciudad, la juglar ya no escucha el tráfago cotidiano que anuncia la presencia de los hombres, ni siente el frío benévolo del altiplano, ni el calor del trópico en tiempos de verano, sólo un silencio pétreo y el frío glacial de la parca que ha fijado su imperio yacente: Sobre la infame ciudad / pasó una bandada de aves que huían pavoridas / estremeciendo

el cielo con su torvo silencio. / La gentes apenas si elevaron la vista / tan grande era su empeño de vivir, tan pobre era su / tiempo. / Una noche ficticia se hizo por un instante, / y un olor a cadáver se apoderó del aire / y las calles, los árboles, los techos / enmudecieron / con la lluvia de estiércol en las frentes (en “Memorias de Sodoma” de HD, 49). La violencia, la muerte, un universo de desigualdades, rondan a la poeta y contaminan cada palabra que anuncia, por eso no logra fijar la vida y el amor en una única estaca; siempre están allí como sombras nefastas para aguar la fiesta. "Las multiplicadas muertes de su estadística poética y la presencia de la sangre y del miedo –sostiene Ronderos–, hablan como sin mirarla de frente, pero sintiéndola en todas las heridas" (1996: x). La patria de la poeta es una herida abierta que sangra sin límite, es barco que ondea "la enseña de la peste". Al tiempo ineluctable y a la muerte violentada, le acompañan otros temas compartidos: homenaje a los que ya partieron y fueron grandes en vida y más allá de ella porque se quedaron en la memoria de los que le sobrevivirán al olvido: el padre, la embalsamadora de cadáveres al igual que el hacedor o hacedora de cualquier oficio, el poeta, llámase Eliseo Diego, Borges, Kavafis o Blanca Varela; el ciego, el niño, el mutilado o la muchacha en flor que repasa su cicatriz en el espejo, el salón de baile con cortinas de raso, / donde ella está esperando para bailar contigo, / para decir obscenas palabras en tu oído (en "Salón de baile" de AT, 53) y las agujas tejiendo con paciencia mis palabras (de TAG, 21) y el taxi en su lento andar hacia sitios que son todos ajenos (de TAG, 51). El padre es para la poeta el tótem poderoso que somete con su mirada y sus gestos, la conducta recta que no admite el menor extravío, pero es un hombre irremediablemente solo, con miedos tan profundos e incomprensibles como los de ella: Mi padre tuvo pronto miedo de haber nacido. / Pero pronto también / le recordaron los deberes de un hombre / y le enseñaron / a rezar, a ahorrar, a trabajar. / Así que pronto fue mi padre un hombre bueno. / ('Un hombre de verdad', diría mi abuelo). / No obstante, / –como un perro que gime, embozalado / y amarrado a su estaca– el miedo persistía / en el lugar más hondo de mi padre […] Pero siempre, siempre tenía, un aire de hombre solo. / De tal modo que cuando yo nací me dio mi padre / todo lo que su corazón desorientado / sabía dar. Y entre ello se contaba / el regalo amoroso de su miedo (en “Biografía de un hombre con miedo” de HD, 57). La poeta es la embalsamadora que quiso ser cantante de ópera, bailarina, tahúr, mendiga o poeta, en último caso; aún era niña cuando supo de su inclinada sombra y su / silencio./ Y de lo fácil que resulta morir y de lo fácil / que es vivir y

estar muerto al mismo tiempo en “Canción de la embalsamadora” en HD, 61). Cuando menos lo esperaba, la embalsamadora se entregó al cuidado de los primeros muertos ajenos, de caras aleladas, pero luego vino el tronar del río arriba sin que pudiera percatarse la hecatombe que se avecinaba y así y luego fueron muriéndose uno a uno / los que algún día quise, casi todos. Les cantaba mis / plantos, / desgarraba mi túnica, plantaba / un árbol en memoria de sus días. / Tanta muerte tocó mi corazón / que este se acorazó y se armó de púas. / Ahora me sorprende la mañana de cara al cielo limpio / de rencores / entre mi verde bosque, sola, sola (idem). La muerte se apodera de todo, cubriendo con su negra sombra todo resquicio, atosigando el ánimo hasta la asfixia; sólo queda como asidero las palabras del poeta, Eliseo Diego, poeta de la isla del sol que trae su lámpara prometeica y ella lo ve mecerse en su silla, milagroso / entre el chorro de luz de tus palabras, por eso le escribe a esa otra patria de bruma en donde callas / en tu lunes perpetuo, / inmaterial y eterno como quisiste un día (en: “Leyendo a Eliseo Diego” de HD, 71). A estos temas le asisten también la vida cotidiana que se impone con sus domingos muertos, los bajos sentimientos, el insomnio, la fiesta llena de sobras a la espera de algo que no ha llegado todavía (en “La fiesta” de HD, 67), y las cicatrices en el espejo y el poema. La poeta se nos impone al mostrar su atenta y fina observación del universo polifacético de lo cotidiano con su irremediable inmediatez, su avasalladora presencia y el oculto sentido de una trascendencia que alcanza visos metafísicos. ¿Cómo se forja el poema para que la observación de la inmediata cotidianidad quede plasmada como cristal refulgente? ¿Acaso William Carlos Williams o Emily Dickinson reviven de nuevo? Así renueva la poeta el devenir de lo cotidiano en cuyo estado nos sentimos entonces extranjeros, / exiliados de un pueblo innominado […] Y es como si una culpa nos pesara, / como si alguien que amáramos estuviera / en la estación del tren / y no llegáramos (en “Insomnio” de HD, 59). Ese exilio culposo la torna desolada, vacía de toda realidad, sometida a un peso enajenante que toma a la poeta por asalto mancillando de barro las baldosas pulidas, pisando sus magnolias, escupiendo el pan iluminado de sus días, inclusive, echándole sal sobre sus ojos, pero sólo lograron / que viera más allá de donde suele ver el inocente / y el propio corazón acontecido (en “Asalto” de HD, 63). Del tiempo, de la muerte, del amor, de la pena o el olvido, la palabra está allí para escuchar su queja. Ellos son porque hay quien les otorgue identidad, quien les forje su pedestal. De ésto y de lo otro y de lo de más allá, de lo nombrado y de lo que no lo está aún, de lo que impide el olvido, y de todo ello y mucho más hacen parte de los mil y un usos posibles del poema. Éste es esa carta / de reconciliación que nunca escribiremos. / O es ese puente de

ventana a ventana que pasamos / con el alma encogida, deseando el vacío […] Es vendaje, es compresa, es sanguijuela / que extrae los venenos de la sangre […] Monstruo de mil cabezas, matita que sembramos / en medio del jardín, conjuro mágico / bisturí, cuerda floja, cobertizo. / Estos apenas son algunos de los muchos, / los incontables usos del poema, / ese extraño artefacto que circula / en forma clandestina y peligrosa/ en nuestros territorios. ("De los mil usos posibles del poema” de HD, 73). Los temas recurrentes de lo cotidiano van de la mano con asuntos de la vida íntima y de un sentimiento profundo de desazón que se vuelve culpa; culpa que va más allá hasta el remoto origen de la historia humana. Los hombres no somos más que simples animales tristes, dirá la poeta, que no logramos, a pesar de intentarlo todo, deshacernos de ese fardo trágico de una existencia culpada. Somos un coito interruptus a punta de alcanzar la cima del universo, queremos convertirnos en dioses de nosotros mismos, pero la afrenta de lo no realizado a cabalidad nos lleva a la otra sima, al de nuestro propio infierno y nuestra pobre diabledad. En muchos de sus versos, Bonnett corrobora esta degradada condición, ese estado de naufragio permanente, de un vivir al bordo del vacío como si algo, muy íntimo, más allá de cualquier voluntad individual impidiera respirar libremente, ¿acaso tiene que ver esto con una culpa original trágica, metafísica, religiosa? ¿Cuál es el sentimiento por lo religioso de la poeta? La poeta da cuenta de esos interrogantes bajo la forma de preguntas sugeridas, de figuras acechantes, de imágenes de agonía subliminal carentes de exaltación y regocijo de espíritu. Aquí o allá nos habla de una transgresión original que deja un vacío absoluto, un dolor en la existencia, es la ruptura que proviene de aquel antiguo mar en que flotabas / entre el silencio y el latido, el agua / primera, sin memoria, dulce tumba […] Es la misma voz que te expulsó del Paraíso (en "Pecado original" de AT, 15), es la cruz de ceniza sobre el vientre desnudo (en “Nocturno” en AT, 29), es la amenaza del ángel con espada de exterminio (en “Canción del sodomita” de AT, 27). Por eso a ella no le queda otra cosa que la piedad para sí misma, porque Piedad soy de los pies a la cabeza. / con hierro fui marcada en la mejilla. Ella es, además, cuerpo lleno de agrios / metales / y de caldos oscuros / o este mapa / de venas transparentes que conduce / (si quisiera) a un lugar que no conozco (en “Bautizo” de AT, 19). También es ser estigmatizado con una cruz con sangre sobre sus muslos blancos (en “Señales” de AT, 21), pero esos estigmas de culpa igual son vestigios indestronables del deseo, de la pasión amorosa, así, ella como una vestal ebria caigo al pozo, / en sus aguas naufrago, nazco, muero (en “Ese animal triste” de AT, 25).

Ahora que Piedad Bonnett ha aprendido a respirar independiente de cualquier apoyo o sucedáneo –parodiando a Kant– después de muchos versos que la han oxigenado, pone al descubierto que Todos los amantes son guerreros, que todo signo, toda expresión, todo gesto, toda forma de vida es un acto de amor. La poeta se ha librado de la maraña que impedía su accionar, ha roto el hilo definitivo que la tenía atada al minotauro devorador y, ahora, libres uno y otra porque ambos eran esclavos, se regodean de igual a igual en la misma pasión y en el mismo cieno: detrás del índice castigador vislumbro / relámpagos de amor. Ah dios de ojos de piedra / señor de mi dolores / por ti yo bebo el cáliz / de sangre hasta las heces (en “Hágase tu voluntad” de TAG, 44). Es ahora que la poeta contemple a ese moderno dios, señor de la alcoba en desorden / y señor de la noche y de las mil estrellas. / Mi placer, sin embargo, es más perverso y dulce. / Ahora y siempre puedo contemplarte / detrás del ojo de la cerradura (en: “Voyerismo” de TAG, 17). Nos preguntamos: ¿Podría pensarse hoy que liberada la sociedad de sus atávicas costumbres morales, sexuales, hay una nueva mirada del amor? ¿se ha inventado la poeta para el oído del amado historias que envidiaría Sherezada y hace que la ame tendiéndole la trampa del poema? (en TAG, 23). En Bonnett el ars amatorio se confunde con su ars poético, se funden en un solo aliento. Se imbrican de tal manera que el uno desaparece en el otro para constituirse en un solo umbral, apoteósico a veces como lo vemos en estos versos: He oído con fervor cómo tu boca hace nacer de / nuevo el mundo, / cómo nombra con palabra precisa lo antes fuera / para mí torpe aleteo / de mariposa errada. Y te he amado en la oscura / revelación del verbo como a un dios […] Pasa amado tus dedos sobre mi superficie, donde / hallarás mi hondura. / Y yo pondré mi oído sobre tu pecho para oír los / latidos de la tierra que tiembla (en "Poema con cita" de TAG, 24,25). El canto en ella se vuelve un acto de amor, el más visceral, el más explícito; sin embargo y mediado por su inexplicable paradoja, el amor es siempre enigmático, recóndito e inasible porque como dice el verso: en tu médula, en mi médula, más allá de los / fuegos y las duras tormentas, / sólo queda silencio (ibid, 24) y reinan los fantasmas (en "The rest es silence" de TAG, 43). Para que ella no se pierda, se asfixie en el otro, lo confiesa, debe matar al hombre que nace cada vez como / una flor maligna / y se bebe mi aire y deja constancia de su llano e impotencia pero actúa en defensa señor juez de mis restos / dolidos y sangrantes (en "Confesión" de TAG, 62, 63). La docena de libros publicados por Bonnett, la mayoría de ellos fruto del aliento y agonía personal y unas pocas versiones de lecturas que tanto le apasionaron, no hacen otra cosa que confirmar una manera singular de ver el mundo y de

apropiárselo. Esos textos, más los que están en camino y los que vendrán luego revelan, eso sí, una voz auténtica y sin fisuras porque es ella misma y no hay quien se le asimile, así las grietas se manifiesten por doquier en sus poemas, explayadas en cada verso, en cada línea de su escritura; son grietas de un alma desgarrada, asediada por las frustraciones, por la absoluta avidez y a la vez la absoluta insatisfacción. En ella no hay paliativo ni bálsamo que mengue ese punzante dolor, ni fuerza que aligere ese fardo que la doblega, pero de esa acerba condición nace la unidad de la forma, la fuerza del canto que reivindica lo humano cotidiano hasta alcanzar trascendencia y, sobre todo, una singular intensidad poética, incluso y con mayor contundencia en la prosa por la que ahora se aventura. Piedad Bonnett lee el mundo y lo da a conocer, igual lee a los que le precedieron y descubre en ellos otras manera de entender y explicar la realidad que complementa la suya. Para ella la lectura es pues y ante todo, placer; luego, reflexión y comprensión de los otros y del mundo, y nunca vía de aleccionamiento moral o ideológico. A los libros, según Bonnett, debemos llegar porque apasionan, fascinan, envician, y no por ningún tipo de mandato así sea de buena fe porque lastran el proceso de iniciación al universo más rico, vasto y sorprendente que puede haber. Pero el goce de la lectura tiene peldaños si se quiere llegar a su cima: hay que saber leer y aprender a hacer silencio dentro del silencio, realizar la lectura compartida (en voz alta), agudizar los sentidos para que el texto hable y retorne siempre al espíritu de lo clásico. Hay que aprender a leer entre líneas acezando el goce. “Sólo así –dirá– podremos regocijarnos con las formas del poema, que expresan las incertidumbres eternas de una manera siempre nueva” (2001b:26). En definitiva, la literatura permite conocer la naturaleza humana y, por tanto, ayuda a comprenderla. La producción literaria de Piedad Bonnett es, sin lugar a dudas, un desafío a todos los modos del mal y formas de muerte que asedian la condición del hombre.

Bibliografía citada Bonnett, Piedad. (1988) Noche de epifanía de Shakespeare (teatro, traducción y adaptación del texto en verso). Obra montada y dirigida por Ricardo Camacho para el Teatro Libre de Bogotá. -----. (1989) De círculo y ceniza (poesía). Bogotá, Uniandes. -----. (1991) Gato por liebre (teatro en verso). Obra montada y dirigida por Ricardo Camacho para el Teatro Libre de Bogotá, con la actuación estelar de Laura García. -----. (1991) El cuervo de Edgar Allan Poe (traducción).

-----. (1994) Nadie en casa (poesía). -----. (1995) El hilo de los días (poesía). Bogotá, Colcultura (Premio Nacional de Poesía de Colcultura de 1994). -----. (1996) De círculo y ceniza. 2ª ed. Bogotá, Uniandes. -----. (1996a) Ese animal triste (poesía). Bogotá, Norma -----. (1997) Que muerde el aire afuera (teatro). Obra montada y dirigida por Ricardo Camacho para el Teatro Libre de Bogotá. -----. (1998) Todos los amantes son guerreros (poesía). Bogotá, Norma, -----. (2001) Después de todo (novela). Bogotá, Alfaguara. -----. (2001) Sanseacabó (teatro). Obra montada y dirigida por Ricardo Camacho para el Teatro Libre de Bogotá, con la actuación estelar de Laura García. -----. (2002) “De la literatura por deber y otras aberraciones” en: Augusto Escobar Mesa (comp.). La pasión de leer. Medellín, Universidad de Antioquia-Comfama, p. 20-33. Rizk, Beatriz J. "Hacia una poética feminista: la increíble y triste historia de la dramaturgia femenina en Colombia" en: María Mercedes Jaramillo, Betty Osorio y Angela Robledo (eds.) Medellín, Uniandes-Universidad de Antioquia, 1995, p. 233-266. Ronderos, Clara Eugenia. (1996). “Reencuentro con De círculo y ceniza” en: Piedad Bonnett. De círculo y ceniza. 2ª ed. Bogotá, Uniandes, p. vii-xii. Zubiría, Ramón de (1996). "Prólogo a la primera edición" en: Piedad Bonnett. De círculo y ceniza. 2ª ed. Bogotá, Uniandes, p. v-vi.

NOTAS 1

Este es un fragmento del libro: Cuatro náufragos de la palabra. Diálogo compartido con Héctor Abad Faciolince, Arturo Alape, Piedad Bonnett y Armando Romero. Medellín, Eafit, 2003.

2

En adelante la abreviatura de cada uno de los libros de Bonnett será así: De círculo y ceniza (CC), Nadie en casa (NC), El hilo de los días (HD), Ese animal triste (AT), Todos los amantes son guerreros (TAG), Después de todo (DT). 3 Así poetiza Borges: "palabras, palabras desplazadas y mutiladas, / palabras de otros, / fue la pobre limosna que le / dejaron las horas y los siglos" (cit Bonnett 1996:1).

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