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Teoría económica y geografía humana Autor: Martin, Ron Fecha de publicación: 1989 Editorial: Cuadernos de Geografía. Bogotá; Instituto Colombiano para el Fomento de la Educación Superior; No. 1; Vol. 1 Palabras clave: Geografía económica Temas: Geografía económica Recuperado de: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/economia/ron/pres.htm Descripción: Texto de Ron Martin, traducido por Ovidio Delgado, en el que da fórmulas y formulaciones para que el sistema económico sea coherente TEORÍA ECONÓMICA Y GEOGRAFÍA HUMANA Ron MARTIN * 'Las teorías existentes no explican los principales eventos económicos desde 1979... Ni los pudieron predecir. La realidad superó las teorías... Para darnos una teoría económica que funcione necesitamos una nueva síntesis que simplifique. Pero no hay señales de ésta. Y si tal síntesis no aparece podemos estar al final de la teoría económica. Entonces sólo puede haber teoremas económicos, es decir fórmulas y formulaciones que describan éste o aquél problema en vez de presentar la economía como un sistema coherente.' P. Drucker, Las Nuevas Realidades * Martin, Ron (1994). "Economic Theory and Human Geography". Gregory, Dereck; Martin, Ron; Smith Graham (Edit.) (1994). Human Geography. Society, Space, and Social Science. Minneapolis, University of Minnesota Press. Pág. 21- 53. Exordio: La geografía económica en el punto crítico Aunque la geografía económica se puede identificar como una subdisciplina desde hace casi un siglo, es apenas desde la Segunda Guerra Mundial que su historia intelectual ha estado profundamente influida por la ciencia económica. No obstante, a mediados de los 80s la geografía económica ya se establece como un campo de esfuerzo académico bien estructurado, organizado alrededor de dos principales programas de investigación relacionados entre sí, que se enfocan respectivamente sobre la dinámica de la localización industrial y los procesos del desarrollo regional desequilibrado, y usan conceptos y teorías que provienen de la economía neoclásica, de los postulados keynesianos y del marxismo. No es extraño que, teniendo en cuenta las marcadas diferencias entre estas "visiones del mundo" que caracterizan a las tres más importantes escuelas del pensamiento económico (ver Wolff y Resnick, 1987: Cole, Camerún y Edwards, 1991), este trigémino teórico dentro de la geografía económica haya producido dispares y antagónicos análisis de la economía espacial. Sin embargo, apuntalando esos enfoques disímiles, existen ciertos supuestos, principios y aspiraciones comunes, que, aunque han sido poco reconocidos, sirven para darle cierta unidad a la geografía económica que se desarrolló desde la mitad de los años 50s hasta mediados de los 80s. Sobre todo, la moderna economía capitalista se ha asumido como un sistema industrial con patrones y trayectorias de localización industrial y desarrollo regional desigual, ordenados y predictibles. Este orden percibido garantiza la interpretación esencialista o "lógica profunda" del paisaje económico, en la que los procesos que forman el espacio se atribuyen a profundos mecanismos conductuales o a irresistibles fuerzas evolucionistas. Este esencialismo económico ha estado acompañado de la gran ambición de construir los principios generales y las leyes universales de la localización industrial y del desarrollo regional. En esta forma la moderna geografía económica deviene en su orientación objetivista que privilegia el conocimiento "científico", en detrimento del conocimiento subjetivo basado en la introspección, la percepción y la intuición. Y en desarrollo de esos presupuestos y aspiraciones, la geografía económica tendió a estructurarse a sí misma de acuerdo con los mismos principios "científicos", con la pretensión de identificarlos en el paisaje económico. En los últimos años, sin embargo, las teorías, las premisas y los principios de la geografía económica se han sometido progresivamente a crítica. Un nuevo sentido de reexamen, incertidumbre y exploración se ha apoderado de la disciplina, en tanto que sus principales programas de investigación se están reformulando. Lo que deseo argumentar en este capítulo es que esta transformación se puede rastrear a partir de tres principales e
interrelacionadas fuentes de tensión. La primera es sustantiva y tiene que ver con la creencia en el advenimiento de una nueva y cualitativamente diferente fase en el desarrollo económico capitalista, el surgimiento de "nuevas realidades económicas" (ver, por ejemplo, Hall y Jacques, 1989; Drucker, 1989; Reich, 1991). Esos cambios ponen en cuestión nuestras teorías aceptadas de la economía espacial, y reclaman la reestructuración de la geografía económica. La segunda es que la economía en sí misma se torna turbulenta, principalmente por la misma razón. Existe una crisis en y de la economía (Wiles y Routh, 1984; Drucker, 1989). Ninguna de las principales escuelas económicas -neoclásica, keynesiana o marxista- explica adecuadamente los eventos y cambios ocurridos en las dos décadas pasadas, y cómo esos paradigmas centrales han sido objeto de numerosas revisiones, se han planteado reformulaciones y perspectivas alternativas. Pero, en tercer lugar, como si esos retos no fueran suficientes, algunos de los fundamentos epistemológicos y ontológicos en que se basa la investigación teórica, tanto de la economía como de la geografía económica, se están impugnando. Desde el punto de vista de la llamada crítica "posmoderna", lo que estamos presenciando no es apenas un movimiento de una fase a otra del desarrollo del capitalismo, sino también un cambio de una a otra tradición epistemológica. El núcleo de este desafío es el asunto general de cómo vemos y representamos el mundo, de las relaciones entre nuestros conceptos y la "realidad", y de cuál es el sentido de ésta. El impacto de esas tensiones abrió importantes interrogantes, no sólo sobre el significado y la significancia de los actuales cambios y tendencias en la economía, sino también acerca de las aproximaciones teóricas, las metodologías de investigación y las categorías conceptuales que usamos, y aún sobre nuestro objeto de estudio. En muchas formas, la moderna geografía económica se encuentra en un decisivo cruce de caminos con respecto a su modo de teorización y a su contenido empírico. Mi objetivo en el resto de este capítulo es explorar con más detalle algunos de los perfiles e implicaciones de estas transformaciones, y hacer una lectura crítica de algunas de sus señales. La inestable economía. Existe un amplio acuerdo en que, desde comienzos de los 70s, están ocurriendo hechos dramáticos en las economías capitalistas avanzadas, sin decir nada de lo que ocurre en las economías socialistas. Hay menos consenso, sin embargo, para precisar la naturaleza y significancia de los cambios ocurridos, y de los que están ocurriendo. El problema es que en una época de rápido y trascendental cambio, no existen los medios adecuados para evaluar en qué estado del proceso estamos, ni para identificar las tendencias del cambio, ni para separar lo fundamental de lo efímero. Como resultado se tienen muy distintas opiniones sobre cuáles son los cambios fundamentales, y muy diferentes interpretaciones de los mismos. Sin duda, uno de los cambios más profundos es el advenimiento de un nuevo "paradigma tecno-económico" basado en la información (Schiller, 1986; Dosi, et al., 1988). En tanto que el paradigma de la posguerra se basó en los bajos costos del petróleo, en la maquinaria eléctrica, en los materiales de energía intensiva y en la producción masiva y el consumo masivo, las bases del nuevo paradigma son la información y las tecnologías de la comunicación, la microelectrónica, la computarización, la producción intensiva de conocimiento, y patrones de consumo que son mucho más diferenciados e individualizados. Este nuevo sistema tecnológico está transformando la organización técnica, corporativa y social de la producción, y los patrones de demanda, consumo y distribución. Un segundo cambio es la aceleración en la "terciarización" del desarrollo económico. Aunque en muchos países capitalistas avanzados los servicios sobrepasaron a la manufactura en términos de producto y empleo a comienzos de 1950s y 1960s, el ritmo de este cambio estructural fue acelerado dramáticamente desde los 1970s. La producción privada de servicios personales, de consumo, financieros, culturales y recreativos se ha expandido al mismo tiempo que la producción manufacturera se ha estancado, o en muchos casos ha habido desindustrialización (Petit, 186). Como resultado se tiene una reconstrucción de las estructuras de producción y consumo, y de la división social, de clases, de género y espacial del trabajo. Un tercer cambio significativo es la tendencia a lo que se ha llamado el "hiper-consumismo". La cultura del consumo masivo que caracterizó el período de la posguerra, ha explotado en una nueva cultura del consumo simultáneamente más individualizado, internacionalizado y multidimensional. La introducción de la "economía de crédito instantáneo"; el incremento del poder adquisitivo de la nueva clase media; los cambios en los gustos y estilos de vida; la revolución en la tecnología de la información, los medios y la publicidad; el incremento en la diferenciación de los productos y el surgimiento de una "industria de la cultura" basada en la comercialización de lo visual, lo estético y lo simbólico, todos esos nuevos patrones y paisajes de consumo (
especialmente el fenómeno de los centros comerciales) en los que la gratificación instantánea, la posicionalidad y la imagen son ahora tan importantes como valores de uso (Zukin, 1991). El cuarto cambio más importante es la globalización. Desde principios de los 70s la internacionalización de la industria, los servicios y el capital se ha intensificado dramáticamente. En algunos aspectos la economía del mundo se torna verdaderamente transnacional o global (Simai, 1990). La dinámica y exitosa firma se está convirtiendo en una "cadena empresarial" globalmente descentralizada de centros financieros, unidades de negocios, absorción de empresas, licencias y franquicias. De igual forma, más y más productos ahora son típicamente compuestos internacionales, cuyos propietarios corporativos y su control se vuelven globalmente difusos. Aunque los hechos más profundos han sido la emergencia de la banca global, el surgimiento de mercados monetarios integrados globalmente y la constitución de una economía supranacional "apátrida" con dinámica propia (Wachter, 1986; Ohmae, 1990; O'Brien, 1992). Finalmente, en la pasada década y media surgió un nuevo modo de regulación económica, tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo, que tiene que ver con una renegociación de las relaciones y los límites entre estados y mercados, y entre las esferas pública y privada de la economía. Países de todas las condiciones de desarrollo económico han buscado liberalizar y privatizar sus economías, en un intento por incrementar su competitividad y flexibilidad en el nuevo mercado global (Letwin, 1988; Rosow, 1988). Estos y otros desarrollos no aparecieron, por supuesto, de la noche a la mañana y han evolucionado simultáneamente. El punto, sin embargo, es que tales tendencias se aceleraron fuertemente en las dos décadas pasadas, ocasionando en el proceso la transformación del paisaje económico. Aunque estos cambios han sido, en parte, inducidos por la crisis y estimulados por la recesión de la economía desde principios de los 70s, también las nuevas realidades son en sí mismas desestabilizadoras de las viejas estructuras de acumulación y regulación económica, y están desplazando lo viejo por lo nuevo. Puede ocurrir que esta inestabilidad no sea un simple fenómeno transitorio asociado con la reestructuración, sino que se trate de una característica central de la nueva era; que el desorden, el cambio rápido y la incertidumbre sean ahora los sellos distintivos del desarrollo capitalista avanzado, y claro está, de la economía global como un todo. Geográficamente, el paisaje económico ha venido cambiando en forma dramática. Los viejos espacios industriales han declinado y se están reestructurando, y los nuevos espacios industriales han tomado el liderazgo como centros de crecimiento económico (ver, por ejemplo, Martin y Rowthorn, 1986; Henderson y Castells, 1987; Peet, 1987; Massey y Allen, 1988; Scott, 1988; Harvey, 1989a; Rodwin y Sazanami, 1989, 1991). Mientras algunas industrias y servicios tienen ocurrencia espacial dispersa y son locacionalmente descentralizadas, otras tienden a concentrarse o a reconcentrarse geográficamente. En forma similar, en muchas ciudades grandes y antiguas, al mismo tiempo que ciertas áreas económicamente abandonadas han sido reconstruidas y transformadas en nuevos espacios de consumo, de espectáculos y de comercio, otras áreas industriales han entrado en franco deterioro funcional. Es más, en la medida en que las economías nacionales, regionales y locales son cada vez más internacionalizadas e integradas en redes transnacionales y globales de producción, competencia e inversión, dichas economías están, al mismo tiempo, en un proceso de desarticulación funcional interna (Castells, 1989). Si bien es cierto que el espacio económico del capitalismo de la posguerra fue relativamente estable y pronosticable, el de ahora es mucho más inestable, impredecible y políticamente más difícil de manejar. Todo lo anterior genera retos importantes para la economía y para la geografía económica. En los años precedentes se ha producido abundante literatura sobre estos temas, y ambas disciplinas le han dedicado un gran esfuerzo a los estudios empíricos. Por ejemplo, la geografía económica ha estudiado con cierto detalle asuntos relacionados con la reestructuración industrial, el desarrollo de pequeñas y nuevas industrias, la organización corporativa, la multinacionalización, las actividades de alta tecnología, el crecimiento del sector de los servicios y la nueva división social y espacial del trabajo. Pero el desafío va mucho más allá, pues no se trata simplemente de documentar y describir el nuevo paisaje económico, labor ésta de por sí importante. La tarea clave consiste en encontrar la forma de explicar y dar cuenta de las nuevas realidades. Mi argumento es que los cambios y transformaciones que están sucediendo están cambiando el significado y la operación de la economía capitalista. Así, la convergencia de tecnologías discretas, especialmente la computación, las telecomunicaciones y el procesamiento de la información, están incrementando la flexibilidad organizacional y productiva de los negocios de todo tipo y tamaño. Las tecnologías de la información y la comunicación son ahora el común denominador de una porción cada vez más grande de la producción de bienes y servicios, y como consecuencia se están redefiniendo las bases sociales, culturales e institucionales de la
economía. Además, la producción de los medios de comunicación ha tomado una nueva significancia con relación a la producción en general y por consiguiente afecta todo el proceso de desarrollo desigual. Al mismo tiempo, el crecimiento de los servicios ha alterado las normas de consumo y por lo tanto se han modificado las relaciones entre producción y consumo. Y dado que la productividad de los servicios es generalmente baja, la terciarización tiene grandes implicaciones para el crecimiento económico nacional y para la relación productividad-salario-consumo, así como para la distribución social de las ganancias. No se trata de que ahora los servicios tengan más peso que la manufactura en la economía; lo que pasa también es que en algunos casos los límites entre estos dos sectores son cada vez menos claros, en tanto que otros servicios se han erigido como fuentes autónomas de crecimiento, demanda, acumulación de capital y regulación económica, con su propia dinámica que no depende simplemente del crecimiento industrial. El concepto de economía industrial, que por largo tiempo permeó la economía y la geografía económica, ya no es adecuado para explicar la realidad actual. El nuevo capitalismo se caracteriza, entre otras cosas, porque el "símbolo" del dinero y el crédito dominan ahora la economía real de bienes y servicios. El dinero y las finanzas han sido "asegurados", comercializados y sometidos a especulación en su propio beneficio, sin tener relaciones con la producción de bienes y servicios, pero ejerciendo una influencia fundamental sobre estos últimos. Este nuevo sistema de "capitalismo financiero" (Minsky, 1989) es tal vez la fuerza más importante en la naturaleza y estructuración del desarrollo desigual. Y como los factores de producción -tecnología, dinero, inversión, información- se mueven más rápidamente sobrepasando las fronteras, esto significa que el papel de la economía "nacional", por no decir nada de la "regional" y la "local", está siendo redefinido. Esta no es la primera vez que el capitalismo causa conmoción. Periódicamente la realidad supera las teorías, creando confusión y estimulando el debate y las reformulaciones. El problema es entonces de reconstrucción. Puede ser que los programas de investigación resulten ser "progresivos" y respondan con nuevas teorías y conceptos más apropiados para la explicación de los cambios y las nuevas situaciones, o que, en un intento por salvar y revivir los programas en proceso "degenerativo", éstos sean enmendados, revisados y extendidos para la ocasión. En economía esta circunstancia crítica ha ocurrido ya (por lo menos) dos veces. Las "revoluciones económicas" de los años 1870s (de la economía clásica a la neoclásica) y la de los 1930s (de la economía neoclásica a la keynesiana), ambas fueron, en parte, respuestas "progresivas" a la emergencia de nuevas condiciones y circunstancias que agotaron la ortodoxia obsoleta. La geografía económica era por entonces subdesarrollada y resultó por consiguiente poco afectada. La coyuntura actual ha puesto en crisis a la economía y, por consiguiente, a la geografía económica. Las tres más importantes escuelas de teoría económica han reconocido que la realidad ha cambiado, aunque no coinciden ni sobre la naturaleza específica del cambio, ni sobre su significación, ni sobre su importancia para el futuro del capitalismo. Todas las escuelas han reformulado la pertinencia de sus planteamientos tradicionales y cada una, a través de su propio prisma ideológico, está buscando una explicación para la nueva economía. Por supuesto, y no es extraño, hay quienes rechazan la idea de que las nuevas circunstancias demandan nuevas teorías. Los principales exponentes del uso de la economía política marxista en geografía son un buen ejemplo de esta reacción. Si bien son absolutamente conscientes de que su perspectiva teórica está siendo retada por el nuevo capitalismo, estos teóricos han hecho esfuerzos para contener la ofensiva. Ellos reconocen que el capitalismo está cambiando en formas no esperadas ni predichas por la teoría marxista, pero al mismo tiempo insisten en que a pesar de los cambios, la validez de la teoría permanece inmutable. Así, David Harvey ha planteado que los cambios ocurridos están confinados a una "superficie aparente" del capitalismo, y que no se pueden confundir con alteraciones básicas de sus subyacentes "leyes estructurales del movimiento", que "continúan operando como verdades inmutables dentro de la confusa fragmentación y las perplejas marañas de la coyuntura presente" (Harvey, 1989a; ver también Harvey, 1989b). El argumento es que las nuevas realidades representan otro de los intentos periódicos del capitalismo para asegurarse una nueva "estructura" espacial y tecnológica, y que en el mundo capitalista en que vivimos - de hecho, un mundo que está testimoniando la afirmación y la extensión del "imperativo capitalista" (Storper y Walker, 1989)- los principios de la economía política marxista, no han sido negados ni debilitados por los cambios y transformaciones "superficiales" que están ocurriendo. Pero la resurgencia y extensión del capitalismo no son en sí mismas suficientes para garantizar la permanencia y superioridad de las principales perspectivas económicas, ya sean la marxista, la neoclásica, la keynesiana o cualquier otra. Como geógrafos económicos estamos enfrentados a un problema complicado. Por una parte es
de nuestro interés formular teorías del desarrollo regional desigual, de orientación explícitamente histórica, que permitan descubrir los mecanismos y procesos envueltos en la evolución del espacio económico a través del tiempo histórico. Pero por otra, como la economía misma cambia históricamente su modo de funcionamiento, tenemos serias dudas sobre la bondad de construir teorías de eterna validez. En otras palabras, nos referimos a la "historicidad de los conceptos" (Sayer, 1987). Como la naturaleza y la organización del capitalismo son mutantes, lo mismo ocurre con el contenido de conceptos como "mercados", "capital", "trabajo", "empresa", "competencia", "demanda", "dinero", "desarrollo regional", entre otros. La pretensión de que conceptos y teorías inmutables sean aplicados a diferentes épocas del desarrollo capitalista, nos lleva a movernos en un círculo vicioso de abstracciones que dificultan la comprensión de la realidad. Nuestros conceptos y teorías son medios que nos ayudan a comprender. El nuevo capitalismo no puede ser adecuadamente representado y explicado mediante las categorías conceptuales y las estructuras teóricas existentes. Las nuevas realidades han dejado al descubierto serias grietas y brechas en nuestras teorías y nos obligan a repensarlas sustancialmente. Nuevas perspectivas para nuevas realidades A pesar de sus archidefensores, como las principales perspectivas se han sentido sitiadas, ellas mismas han tendido a su revisión y reformulación. Ha surgido un nuevo corpus de economía poskeynesiana (ver por ejemplo, Eichner, 1986; Sawyer, 1988; Lavoie, 1992) que da un amplio reconocimiento al dinero, a la historia, a la incertidumbre y a las instituciones en el desarrollo económico, junto con una microeconomía neokeynesiana que se enfoca sobre la competencia imperfecta y la rigidez del mercado (Gordon, 1990; Mankiw y Romer, 1992). Mientras esto ha estado ocurriendo, del lado neoclásico ha aparecido una renovada microeconomía de expectativas racionales; una nueva macroeconomía de la oferta ha sido combinada con elementos de la teoría de la elección pública para formar una nueva escuela clásica (Phelps, 1990), apologética del capitalismo de mercado libre, que ha encontrado buenos adeptos en los recientes gobiernos neoliberales de varias partes del mundo. De manera similar, en la arena marxista existen reconstrucciones ricardianas que utilizan los principios económicos Sraffianos, en un esfuerzo por derivar una teoría del excedente que conecte la teoría marxista del valor y los conceptos asociados de lucha de clases y explotación (por ejemplo Pack, 1985; Steedman, 1988); y versiones de la teoría de los juegos y la elección racional, que intentan reconstruir la teoría marxista sobre un fundamento de individualismo metodológico (Roemer, 1981; Elster, 1985; Roemer, 1986). Adicionalmente a esas reformulaciones, otras escuelas económicas han aparecido o reaparecido, incluyendo la neo-seraffiana (Schefold, 1989; Bharadwaj y Schefold, 1992), la organizacional (Williamson, 1985, 1986), la evolucionista (Clark y Juma, 1987; Hodgson, 1993), la neo-schumpeteriana (Oakley, 1990), la neoinstitucional (Tool, 1988; Hodgson, 1988; Eggertsson, 1990), y la nueva economía sociológica (Block, 1990; Zukin y DiMaggio, 1990). Los geógrafos económicos ya han comenzado a establecer vínculos teóricos con algunas de estas escuelas, particularmente con la poskeynesiana, la sraffiana, la marxista de la elección racional y la organizacional (esos desarrollos se pueden ver en Clark, Gertler y Whiteman, 1986; Sunley, 1992; Sheppard y Barnes, 1990; Economic Geography, 1992; Scott, 1988). Sin embargo, la atención inicial se ha puesto en la derivación de una teorización general y sinóptica de las nuevas realidades, en la búsqueda de conceptos magistrales de gran escala sobre el espacio económico capitalista, que permitan identificar las "grandes estructuras y procesos", para analizar y demostrar la interconexión entre patrones de cambio y transformación ostensiblemente desarticulados y diversos. Varias de esas macrointerpretaciones se han hecho presentes en la literatura geográfica reciente en la forma de modelos de "época" o de "transición". Muchos de ellos ven los principales cambios del capitalismo como fenómenos de transición hacia un nuevo sistema de producción: neofordismo (Aglietta, 1979), "posfordismo" (Murray, 1989; Elam, 1990), "especialización flexible" (Piore y Sabelo, 1984), "la nueva competencia" (Best, 1990), "producción de bajo costo" (Womack et al., 1990) y "mass customisation" (Pine, 1992) son los principales conceptos movilizados hacia la geografía para caracterizar el cambio económico contemporáneo. Otros ven ante todo una transición en la estructura y en la organización de la acumulación económica, en un sentido general: "capitalismo desorganizado" (Offe, 1986; Lash y Urry, 1987), "sociedad posindustrial" (Hirschorm, 1984; Block, 1990; Rose, 1991), "acumulación flexible" (Harvey, 1989a, 1989b); "posmodernismo" (Jameson, 1991; Crook et al., 1992), "capitalismo financiero" (Minsky, 1989) y "sociedad poscapitalista" (Drucker, 1993), están entre los principales modelos que adoptan esta interpretación. Aunque esos modelos difieren en varias formas, todos buscan descubrir no solamente las características claves de la nueva realidad, sino que también están interesados en dar cuenta de su lógica subyacente.
No hay duda de que tales modelos han contribuido a nuestra comprensión del reciente y contemporáneo cambio económico y de que los mismos han adicionado un nuevo léxico empírico y conceptual a la geografía económica. Además, los mismos atractivos y ambiciones de su búsqueda de una estructura interpretativa "abarcadora" tienen simultáneamente expuestas las principales debilidades de dicha ambición (Martin, 1989; Thrift, 1989; Sayer, 1989a, 1989b). Todos los modelos tienden a sobregeneralizar, ya sea tratando de reducir un rango complejo de tendencias y cambios a un concepto o lógica simple, o sinecdóticamente proyectando ciertas dimensiones claves de la nueva economía para establecer una totalidad. El resultado tiende a ser una estructura interpretativa en la que las viejas y nuevas realidades son altamente estilizadas e idealizadas, problema que se ve reforzado por el uso de "tipologías oposicionales" para distinguir las nuevas y las viejas formas de organización económica, y por la retórica envuelta en los prefijos "pos-" y "des-" usados para describir el nuevo sistema económico. Tales modelos tienden a imponer una fachada de coherencia que de hecho lo que muestra es una realidad más confusa, compleja y desestructurada. En geografía, uno de los más serios intentos ha sido el gran anhelo de hacer la "lectura acerca de" estereotipos espaciales a partir de tales macrocaracterizaciones, de modo que algunas formas particulares de los procesos de desarrollo regional, explícitas o implícitas en alguno de los modelos, han sido miradas, a menudo, como si fueran el símbolo espacial del nuevo paisaje económico a través del mundo capitalista. De hecho, al igual que los adaptados y usados por los geógrafos económicos, muchos de los modelos de transición tienen poco que decir actualmente acerca de la constitución geográfica de las nuevas realidades a escalas global, nacional, regional o local. Esos problemas son bien ejemplificados por los modelos del posfordismo y de la especialización flexible, que son los de más influencia en la nueva estructura cognitiva de la geografía económica. La perspectiva posfordista, emparentada con la teoría francesa de la regulación, ve la reestructuración contemporánea del espacio económico del capitalismo en términos de un cambio desde un "régimen de acumulación" y su asociado "modo de regulación" llamado Fordismo, hacia otro llamado (no muy originalmente) posfordismo (para tener un panorama, ver Boyer, 1980; Dunford, 1990: Jessop, 1990a; Lipietz, 1992). En forma similar, la escuela de la especialización flexible sostiene que estamos pasando sobre una segunda "divisoria industrial", hacia una nueva lógica de producción y organización económica, en la que la flexibilidad es el imperativo clave y los nuevos "distritos industriales" especializados son su principal expresión espacial (ver Piore y Sabel, 1984; Scott, 1988; Sabel, 1989; Storper y Scott, 1989; Pyke, Becattini y Sengenberger, 1990; Scott y Storper, 1992). Sin embargo, aunque son altamente sugestivas, ninguna de tales aproximaciones ha sido capaz de proveer una economía política regional que sea viable. En el caso de la teoría de la regulación, en primer lugar, tanto su precisión histórica relacionada con la naturaleza y el colapso del fordismo, como su aserto de que la acumulación flexible está reemplazando a la producción en masa, son cuestionables (Brenner y Glick, 1992; Sayer, 1989a, b). En segundo lugar, aunque la teoría de la regulación opera con el concepto de "economía integral", el enfoque es finalmente produccionista y falla al tratar a fondo con el papel de los servicios en la acumulación y con los procesos de regulación del capitalismo moderno. En tercer lugar, a pesar del papel central que se le concede a las formas institucionales para mantener relacionados los sistemas simétricos de producción y consumo, la verdad es que éstas no son examinados en detalle. De manera pues que este enfoque no tiene éxito en su intento de teorización sobre el "modo de regulación" y su evolución histórica, o sobre la forma como el modo de regulación relaciona actualmente el consumo y la producción (Tickell y Peck, 1992). En particular, la teoría regulacionista no ha enfocado adecuadamente el problema del Estado, uno de los elementos más significativos del modo de regulación, y en vez de ello ha tendido a hacer una "lectura" del Estado a partir de la naturaleza del régimen de acumulación (ver Jessop, 1990b, para una crítica). En cuarto lugar, la teoría regulacionista es esencialmente de orientación macroeconómica. En este modelo la economía nacional es la unidad fundamental de análisis, en tanto que la economía local como la global son subordinadas a la individualidad de los estados nacionales. Aunque la teoría regulacionista busca direccionar el asunto central de "cómo la dinámica económica y social varían en el espacio y en el tiempo" (Boyer, 1990, p. 29), la constitución y la integración de la acumulación y la regulación a diferentes escalas espaciales, es algo que permanece sin teorizar. Finalmente, a pesar de aseveraciones en contrario, este enfoque se mantiene cautivo en el funcionalismo que permea sus fundamentos teóricos marxistas en crisis. También existen muchos defectos, inconsistencias y omisiones que impiden que la aproximación regulacionista pueda considerarse como un cuerpo coherente de teoría económica, o como un nuevo paradigma para la geografía económica. Esta es, ante todo, un "andamiaje normativo de conocimiento"
cuyo propósito es menos la provisión de una teoría precisa, y más la construcción de una estructura de trabajo para evaluar e investigar los "hechos estilizados" de la organización y el desarrollo económico (Teague, 1990). Tampoco la teoría de la especialización flexible nos aporta algo mejor (Jessop, 1992). Una cuidadosa inspección de sus fundamentos teóricos muestra que sus tesis son muy ortodoxas en su orientación. En efecto, esta teoría representa una versión resucitada y reestructurada de las "economías de aglomeración" de Marshall, actualizada con los conceptos de los costos de transacción tomados de la economía organizacional de Williamson (1985, 1986). Ambas corrientes teóricas siguen la lógica neoclásica que conceptualiza las economías locales como una colección atomística de competidores, sin hacer un análisis conceptual de la firma como entidad estratégica. Igualmente, aunque el análisis de los distritos industriales enfatiza en la significancia contextual de las instituciones comunales no económicas y de los sistemas de colaboración, confianza y cooperación, estos aspectos permanecen sin teorizar (Harrison, 1992). Como su contraparte regulacionista, la teoría de la especialización flexible tiene lagunas fundamentales. Primero, no existen bastantes ejemplos concretos que puedan soportar las proposiciones de la teoría. No solamente es muy exagerada la generalidad empírica de los nuevos distritos industriales de producción flexible especializada, sino que ellos difieren considerablemente en estructura, organización e inserción en la división del trabajo nacional e internacional; por ejemplo, en algunos casos la especialización es sectorial, mientras en otros es funcional. Qué tanto se puede generalizar a partir de tipos tan diversos, es algo que mantiene abierto el debate (Amin y Robinson, 1990). En segundo lugar, la teoría combina diferentes estrategias industriales y comerciales: existen formas diversas de flexibilidad y vías distintas hacia la "flexibilidad", no todas ellas son necesariamente incompatibles con la producción masiva; ni son obligadamente pervasivas, novedosas o progresivas como alega la teoría (Gertler, 1988; Pollert, 1991). En tercer lugar, como la teoría se centra en los llamados "nuevos" espacios industriales, tiende a dejar a un lado los igualmente cruciales desarrollo y dinámica de los "viejos" espacios industriales (Martin, 1991; Gertler, 1992), y apenas reconoce las economías regionales basadas en servicios. Y, en cuarto lugar, la teoría desconoce el amplio contexto internacional del desarrollo económico regional y local (Gertler, 1992), y las poderosas tendencias hacia la aceleración de la integración de capital y mercado en la escala global, contrarias a la noción de economías autocontenidas y localmente integradas. Los otros modelos se caracterizan por problemas y limitaciones similares. Ninguno de esos modelos está lo suficientemente desarrollado para ofrecer a la geografía económica un nuevo modelo teórico convincente. Al contrario, producen tipos ideales, que tienden a ser rescatados, ya sea por su "severa estilización de los hechos" o por la invención ad hoc de formas híbridas para adaptarlas a la actual experiencia empírica. Esto no quiere decir, como algunos lo intentan hacer creer( por ejemplo, Callinicos, 1989) que el paisaje económico y estas nuevas meta-narrativas y sus conceptos anejos, sean una pura invención de nuestra mente. Es más, lo que hay que resaltar es el hecho de que tales modelos no disponen de un cuerpo teórico firme para explicar los procesos claves y las realidades envueltas en asuntos como el cambio tecnológico y su asimilación, los servicios y su papel en la acumulación, la globalización, o sobre la intervención de Estado y la regulación. Esos hechos son precisamente sobre los que la economía tiene realmente poco qué decir. Tomemos, por ejemplo, el fenómeno de la globalización. Aunque están empezando a aparecer algunas formulaciones iniciales de una nueva "economía política global (Gill y Law, 1988; Wallace, 1990), o de una nueva "economía internacional" (Krugman, 1986; Porter, 1990), todavía no existe una estructura teórica coherente que integre adecuadamente los procesos de transnacionalización e internacionalización que están reconfigurando las geografías del capital, del dinero, de la producción, del comercio y de las tecnologías, a través de la economía mundial. Para ser exactos, todas las tres principales escuelas de teoría económica están tratando de acomodarse a los retos de la globalización. Así, la economía política marxista ve el sistema económico global en términos de las mismas dinámicas de desarrollo, de las mismas leyes de movimiento y de las mismas tendencias a la crisis que caracterizan la economía capitalista nacional. El modelo de "capitalismo global" logra en la "teoría del sistema mundo" su más alto nivel de totalización, pero no su más alto grado de convencimiento (Vallerstein, 1979, 1984, 1991). En forma parecida, el nuevo "neoclasicismo global" integra todos los estados nacionales e interpreta la economía global en condiciones de equilibrio y libre competencia de mercados financieros y de productos a nivel mundial. Por su parte, el nuevo "keynesianimo internacional" dibuja la economía global como un sistema de economías nacionales interdependientes entre las que la demanda agregada, el ingreso y la inversión están mal distribuidos y mal regulados, en detrimento del sistema total. Pero asumir, como lo hacen esas "economías globales", que los mismos conceptos, usados para analizar las
economías nacionales, se pueden proyectar simplemente sobre el sistema global para dar razón de éste, es también presuponer que los dos sistemas no son diferentes, sino que son similares en su complejidad estructural y en su operación, y equivale a decir que los conceptos y las teorías son independientes de la escala. Por su parte, los geógrafos se han interesado recientemente por las relaciones entre lo local y lo global (por ejemplo Cooke, 1986; Dunford y Kafkalas, 1992), aunque, paradójicamente, no han logrado construir una estructura analítica coherente y convincente que articule diferentes escalas materiales y conceptuales. Esta ausencia es particularmente notoria en estos tiempos en los que la transnacionalización y la internacionalización desorganizan, rápidamente, nuestras nociones convencionales de escala geográfica, y hacen cada vez más ambigua la clasificación funcional del espacio económico en niveles local, regional, nacional e internacional. Así mismo, tanto en economía como en geografía económica, existe la necesidad de dedicar más atención teórica a los servicios. A pesar del papel central que los servicios juegan ahora en la economía capitalista, muchos economistas y geógrafos continúan ignorando que los grandes cambios hacia los servicios han transformado todas las fuerzas y categorías fundamentales del industrialismo. O la centralidad de los servicios es considerada como un mito (Cohen y Zysman, 1987), o, si su significancia empírica es reconocida, se asume que éstos operan de acuerdo con las mismas leyes y la misma lógica de la producción manufacturera, y que por lo tanto se pueden explicar con las mismas teorías y los mismos conceptos (posición adoptada por muchos geógrafos económicos). Ninguna de estas posturas es una verdad autoevidente. En los servicios, la naturaleza y las fuerzas de producción, la forma de las relaciones capital-trabajo y trabajo-producto, la materialidad y fungibilidad del producto, y las relaciones entre producción y consumo, son todas substancialmente diferentes de las de la manufactura -no solo en grado sino en clase- de modo que muchos servicios no pueden ser colocados dentro de la carpeta conceptual del industrialismo. Los servicios no solo han cambiado la naturaleza de la acumulación capitalista, sino que también han transformado los procesos y los modos de regulación económica. Ni la economía ni la geografía económica han tomado plena conciencia del verdadero alcance de este hecho. La construcción de una nueva economía y de una nueva geografía económica que consideren explícitamente la conceptualización de los servicios, es algo todavía lejano. De la gran diversidad de las actividades de servicio, que cubren el amplio espectro de los servicios públicos, los servicios personales, de consumo, de distribución, de producción, de financiación global y otros, deben surgir interrogantes fundamentales acerca de la aplicabilidad de un único cuerpo teórico, ya sea éste de la economía o de la geografía económica. Las mayores brechas teóricas tienen que ver con el cambio tecnológico y con el papel del Estado. Tanto en la economía como en la geografía económica, el cambio tecnológico y el Estado se tratan generalmente como variables exógenas y no como fuerzas socio-institucionales endógenas en el proceso del desarrollo capitalista. A pesar de la reciente inundación de literatura que documenta la historia del cambio tecnológico y sus relaciones con el crecimiento regional y nacional, se nota que este cambio ha permanecido esencialmente fuera del campo formal de la teoría. Los intentos para teorizar la dinámica histórica y espacial del cambio tecnológico han sido realizados principalmente por la economía marxista y por los economistas shumpeterianos y los del ciclo de vida del producto. Aunque esas perspectivas reconocen la centralidad del cambio tecnológico, lo consideran más mecánicamente, por ejemplo, como el producto inevitable de la competencia capitalista, o como un fenómeno de oleada estimulada por la conjunción periódica de innovaciones claves, y por supuesto no captan ni la verdadera naturaleza ni la dinámica de la tecnología como un proceso social, institucional y cultural. Con respecto al Estado, muchas veces se ignora o se marginaliza su papel en la formación del paisaje económico, y se le subordina a los imperativos estructurales del desarrollo capitalista. En los casos en que su acción se tiene en cuenta, ésta tiende a ser considerada en términos del impacto de tal o cual política específica, más que como el papel del Estado en un sentido sistémico más fundamental. Dada su importancia como regulador, productor, comprador y redistribuidor, cualquier intento por construir una teoría regional realista, debe colocar al Estado en primer plano. La reestructuración contemporánea del Estado en el cambio hacia el nuevo capitalismo refuerza esta necesidad. Contrario a lo que perciben ciertos círculos de sabios, el Estado no se está "achicando", socavado por la descentralización económica y espacial y por la globalización, sino que continúa ejerciendo su propia y sustancial influencia sobre la naturaleza, evolución y geografía del capitalismo global (Hirst y Thompson, 1992; Martin, 1993). Estos ejemplos son suficientes para enfatizar la necesidad que tiene la geografía económica de ampliar su interés empírico y analítico más allá de sus viejas preocupaciones por el desarrollo industrial. De veras, a pesar
de la reevaluaciones y reformulaciones de los años recientes, la geografía económica continúa siendo inevitablemente una geografía industrial. Como resultado, para muchos, la interpretación de las nuevas realidades económicas ha sido vista a través de unas lentes particulares y restringidas: el posfordismo y la especialización flexible ilustran ampliamente esta miopía. Las nuevas realidades se extienden más allá del dominio de la producción industrial, y es muy improbable que los conceptos, las teorías y las perspectivas construidas para explicar esta última, sean apropiadas para abarcar la complejidad de las primeras. No es persuasivo el argumento de que, a pesar de los recientes desarrollos y cambios, la actividad manufacturera se mantiene como el más importante impulsador de la economía capitalista. Las geografías del dinero, de la información, de la tecnología, del consumo, de los servicios y de la regulación estatal, son todas de igual importancia. Y cada una se erige con sus propios hechos y con sus propios problemas teóricos. TEORÍA ECONÓMICA Y GEOGRAFÍA HUMANA - Ron MARTIN © Derechos Reservados de Autor La epistemología posmodernista y el paisaje económico El reto, sin embargo, no es justamente encontrar nuevas estructuras teóricas más apropiadas a las realidades de la economía cambiante, cualquiera que sea la orientación de esas nuevas aproximaciones. También tiene que ver con la confrontación de la crítica posmoderna concerniente a la naturaleza de las explicaciones "adecuadas" y a las limitaciones de todos los esquemas conceptuales y teóricos. Si la naturaleza cambiante de la economía capitalista socavó la relevancia de las teorías dominantes en la economía y en la geografía económica, el posmodernismo ataca los fundamentos epistemológicos en que se basan tales teorías. Lo que se cuestiona en ciertas partes de la economía y de la geografía económica no es simplemente qué teoría, sino la idea misma de teoría. El modernismo se basa en la creencia de que a través de la aplicación de la ciencia y la razón el mundo puede ser comprensible y controlable; que, subyacentes al caos y vaguedades de la vida social y económica, son detectables tendencias universales y comunalidades. El papel de la ciencia social es descubrir lo que subyace a la realidad externa: en esta forma el funcionamiento de la sociedad y de la economía puede ser racionalizado y manejado. El posmodernismo contradice esos planteamientos y esas ambiciones. En vez de eso, nosotros estamos urgidos de ver el mundo como una pluralidad de espacios y temporalidades heterogéneos, de diferencias y contingencias más que de similaridades y necesidades: complejidad, indeterminación, contextualidad e incertidumbre son las nuevas palabras claves. Dada su visión antiesencialista del mundo, la epistemología posmodernista lleva consigo el rechazo de las categorías totalizantes, de las grandes teorías, de las "metanarrativas" y de la explicación racionalista, y favorece el rico contexto micronarrativo, el conocimiento local y las explicaciones particulares. Esto implica el abandono del canon modernista de que la verdad objetiva es en principio alcanzable; es más, para los posmodernistas no hay una única o absoluta verdad, sino múltiples "verdades" e "historias" (ver Pignansi y Lawson, 1988). La tarea de la explicación es el análisis y la deconstrucción del discurso; la revelación de las estructuras discursivas, las creencias ideológicas y las estrategias textuales que usamos, consciente o inconscientemente, para establecer el contenido y los elementos persuasivos de nuestras diferentes demandas de conocimiento. Todas estas ideas se juntan para atacar el edificio de la moderna economía y de la moderna geografía económica (ver McCloskey, 1986, 1988; Klamer et al., 1988; Phelps, 1990; Samuels, 1990; Ruccio, 1991). Primero, los posmodernistas han usado la crítica metodológica y epistemológica de los principales cánones y teorías modernistas, para atacar sus fundamentos científicos, esencialistas y verificacionistas. Segundo, han promovido un considerable interés por lo económico como discurso; en los sistemas de lenguaje, retórica y persuasión que despliegan los economistas en sus teorías, modelos y paradigmas. Y tercero, han comenzado a retar el contenido y las categorías centrales del objeto. Dentro de la geografía económica existe un interés creciente en los tropos metafóricos y las prácticas discursivas que permean las diferentes teorías y explicaciones del paisaje económico. Además, la expresión posmoderna en geografía económica está enraizada en la creencia de que uno de los hitos del nuevo capitalismo es la gran diversidad económica, social y espacial, y la amplia fragmentación que socavan la pretensión de una teorización general. La primacía que los posmodernos conceden a lo sincrónico y a lo espacial sobre lo diacrónico y lo temporal, y su priorización de lo fragmentado sobre lo general, ha sido aprovechada por algunos geógrafos para poner lo local y lo único (retroceso) en la agenda de investigación. La particularidad espacial, el contexto local y la especificidad del lugar ganan importancia como
referentes analíticos de un nuevo enfoque de la "diferenciación areal" (ver Barnes, 1989; Cooke, 1986, 1989; Gregory, 1987; Soja, 1989; Society and Space, 1987). Se tiene que decir, sin embargo, que gran parte del "pensamiento posmoderno" en economía y en geografía económica, se ha tratado más de un ejercicio de doxografía -la cita litúrgica de las opiniones e ideas de los filósofos franceses posmodernos llamados "calientes" (Foucault, Derrida, Lyotard, etc.), y de los alguna vez "fríos", pero ahora redescubiertos e igualmente "calientes", Wittgenstein y Nietzche- que de la construcción de una economía (Dow, 1990, 1991) o de una geografía económica identificables como "posmodernas" (Barnes y Curry, 1992). Esto no es una sorpresa, puesto que no existe una teoría social "posmoderna" coherente o consistente, ni un paradigma de este estilo que sirva de base para su construcción (Best y Jellner, 1991; Rose, 1991). Algunos teóricos posmodernos, como Lyotard y Foucault, apuntan al desarrollo de nuevas categorías de conocimiento y de nuevos y radicales modos de pensamiento y de discurso. Otras visiones de la epistemología posmoderna son esencialmente deconstruccionistas e intentan revelar las deficiencias de las teorías y las prácticas modernistas. Otros como Jameson y Harvey, utilizan la teoría modernista (especialmente el marxismo) para analizar y explicar las formas económicas, sociales y culturales posmodernas. Aunque los teóricos posmodernos han aportado luces importantes sobre las nuevas tecnologías, sobre el hiperconsumismo y sobre la mercantilización cultural e informacional que caracteriza al capitalismo de nuestro tiempo, éstos no proporcionan un análisis o conceptualización adecuados de la economía o de sus relaciones con el Estado y con la globalización. Al contrario, muchos de ellos desean descentrar el conjunto de la economía, con el propósito de enfocarse sobre los fenómenos micropolíticos y microculturales. No sorprende entonces que estos asuntos no hayan sido debatidos ni en economía ni en geografía económica (para el caso de la economía ver Cats, 1988; Maki, 1988; Rappaport, 1988; Rosemberg, 1988; en geografía ver Harvey, 1987; Harvey y Scott, 1989). Con todo, aunque los prospectos de una metodología posmoderna integrada o de una teoría dentro de la economía y de la geografía económica, sean considerados como limitados, si no autocontradictorios, existen, sin embargo, hechos dentro del debate posmodernista que tienen que ver tanto con la economía como con la geografía económica, que se resisten a su fácil rechazo o a su fácil incorporación en los paradigmas existentes. Tales hechos merecen discusión. El primero es que el reto posmoderno nos compele a hacer un examen más crítico del significado de la "realidad económica" y de sus relaciones con los modelos teóricos y los discursos que usamos. Como modo de discurso, la geografía económica, como la economía sobre la que ésta se basa, está inexorablemente limitada por la estructura y el contenido de su lenguaje y por las visiones del mundo o ideologías que subyacen a los diferentes sistemas discursivos. El espacio económico se caracteriza por su gran complejidad, heterogeneidad y variabilidad. Esta diversidad permite múltiples interpretaciones y explicaciones. Como resultado existen múltiples especificaciones de "realidad" para escoger, y nuestra selección está profundamente influida por las disposiciones ideológicas y por las formaciones lingüísticas. Las ideologías, los sistemas de creencias con los cuales percibimos e interpretamos las estructuras que ordenan nuestras vidas, son "construcciones sociales" de la realidad. Ellas son las estructuras conceptuales con que se impone el orden, se legitima la moral y se comprende lo social (Heilbroner, 1990). La economía y la geografía económica son inexorablemente ideológicas. Las diferentes teorías se basan en diferentes sistemas de creencias, y como tales construyen diferentes imágenes o "lecturas" de la "economía". Las diferentes aproximaciones usadas por los geógrafos económicos encarnan diferentes visiones del mundo con respecto al funcionamiento de la economía capitalista, la naturaleza del desarrollo desigual, el papel de la localización en la toma de decisiones económicas, y así sucesivamente. Gran parte del contenido "conceptual" de las diferentes explicaciones, está constituido por estrategias metafóricas y retóricas a través de las cuales se seleccionan ciertos aspectos de la realidad, en tanto que otros se ocultan. Además, nuestra elección de teoría está influida por nuestra ideología, que a su vez depende de nuestro lugar social dentro de la estructura que tratamos de conceptualizar. El reconocimiento de este inextricable contenido ideológico de la geografía económica pone en duda la realidad "objetiva" del espacio económico. Esto nos obliga a reconocer la ambigüedad de nuestro objeto de investigación: que aunque el "espacio económico" es existencialmente independiente de cualquier investigador individual, nuestro conocimiento de éste es necesariamente constituido ideológica y discursivamente. Los hechos son discursos específicos. Aun si todos los economistas y geógrafos económicos fueran filosóficamente realistas y creyeran que lo real existe independientemente de la idea que tengamos de ello, todavía subsiste la
necesidad de escoger entre especificaciones alternativas y competitivas de lo "real", y esas elecciones están profundamente influidas por nuestras predisposiciones ideológicas. Esto implica que las disputas entre aproximaciones y explicaciones alternativas no se pueden resolver acudiendo simplemente a la demostración racional desde cada teoría, de acuerdo con su propia construcción de la realidad, con sus categorías empíricas predeterminadas, o "hechos", o con los criterios de prueba con que evalúan su validez. La elección entre escuelas de pensamiento que compiten, es entonces retórica e ideológica, y esos aspectos de nuestras teorías necesitan ser revelados y examinados críticamente. Construida como discurso, la geografía económica adquiere un elemento esencial interpretativo o hermenéutico. Sin embargo, todo esto no significa un refugio en un manicomio posmoderno de teorías o afirmaciones conflictivas e irreconciliables como las de la naturaleza del espacio económico y su explicación apropiada". Esto es algo que revela el papel central (y que a menudo ofusca) que juegan la ideología y las metáforas en nuestras explicaciones; pero no se puede colegir, como lo hace equivocadamente McCloskey (1986) en el caso de la economía, que debemos abandonar enteramente la epistemología y la metodología. El reconocimiento de la geografía económica como discurso y como ideología, debería dirigir la disciplina hacia su autoconciencia, pero no a su autodestrucción. Un segundo hecho es que el posmodernismo dirige nuestra atención hacia el carácter inconcluso y relativo de nuestras explicaciones y análisis. El relativismo se refiere al punto de vista de que la verdad depende del paradigma -o de la teoría. Para el relativista no existe una estructura explicativa única, o monismo teórico, sino más bien una pluralidad no reductible de esquemas conceptuales y de paradigmas. Los posmodernistas, sin embargo, van más allá y empujan el relativismo a sus extremos: este no es decididamente de significados, y todo lo que es posible es una multiplicidad de conocimientos fragmentados, parcial e igualmente válidos. Dentro de la geografía económica, este énfasis posmodernista sobre el relativismo y el pluralismo ha emergido en el ataque a la teorización realista y en el enfoque sobre la particularidad espacial y la unicidad de lo local (ver Hudson, 1988). El problema con este punto de vista es que como comienza por legitimar su interés por la diversidad y la diferencia, puede fácilmente tornarse en un pluralismo nihilista que asume la contingencia en vez de la causalidad, y lo específico en lugar de lo sistemático. En tanto que es correcto resaltar la importancia de la diferencia y la especificidad en el espacio económico, no lo es deducir que la generalización y la síntesis están excluidas. Al suscribir lo contrario se corre el riesgo de devolverse desde la teoría a la descripción empirista que recita las características específicas de lo local, y de caer en una "plana ontología" del realismo (Bhaskar, 1990), de la clase que ha caracterizado en el pasado reciente la "investigación local" y de la que Harvey (1987) ha sido razonado crítico. Es engañosa la impresión dada por el "relativismo radical" en geografía económica, de que la relevancia de la especificidad espacial, la particularidad y la diferencia, impone un severo, si no fatal, obstáculo a la posibilidad de aplicar conceptos explicativos integradores. Una posición posmoderna extrema que niegue la posibilidad de construir o utilizar conceptos generales para explicar la variación espacial de los procesos del desarrollo económico, podría ser contradictoria. Tal postura es equivalente a postular una "gran narrativa" alternativa o concepción general de la especificidad local de la lógica de la acumulación y de la producción económica, lo que implica una visión de por qué y cómo existe tal diversidad y especificidad espacial. Negar cualquier papel a la teoría generalizadora y a los conceptos, tal como Hudson y otros desean hacerlo, es argumentar que todos los eventos locales y los cambios en el espacio económico son en últimas contingentes y únicos: es abogar por un excepcionalismo espacial. Pero más allá de la simple aserción, sin alguna identificación anterior y una teorización de las estructuras y procesos a gran escala, a pesar de lo poco claras que puedan ser esas primeras teorizaciones, no existe una forma de saber qué constituye un proceso específicamente local, o cuándo y qué contingencias particulares se deben tomar en serio. Aunque el nuevo relativismo es un agudo crítico del realismo, no es correcto afirmar que estas dos visiones epistémicas sean totalmente opuestas. A pesar de que en el análisis del paisaje económico el realismo involucra una concepción estructural de los mecanismos esenciales y las fuerzas causales, puede no existir el intento definitivo de fijar de una vez por todas la naturaleza de tales mecanismos y fuerzas. Además, los argumentos realistas son de carácter trascendental, y reconocen en la realidad tanto las características de la experiencia general como los aspectos de la acción humana. Los realistas aceptan la relatividad de todo conocimiento y la naturaleza diferenciada de los procesos reales. Los procesos económicos operan en una variedad de diferentes niveles de abstracción, lo que desde el punto de vista geográfico significa que operan a diferentes escalas
espaciales. Así, la aproximación realista plantea que una pluralidad de niveles opera en el dominio socioeconómico, y que en cada nivel están usualmente en juego un número de factores, procesos y mecanismos (Lawson, 1989). Los eventos económicos locales son explicados, por lo tanto, en términos de la interacción y entrelazamiento entre lo localmente específico y las estructuras nacionales e internacionales más generales, y teniendo en cuenta que la importancia relativa y la interacción de esos diferentes dominios espaciales de fuerzas causales varían de un lugar o otro. Una pluralidad real necesita pluralismo conceptual, dada la naturaleza de la economía y la relatividad epistémica: No cabe esperar que ninguna teoría pueda "revelar" la compleja totalidad. En principio, esta aproximación evade las trampas del crudo y totalizante determinismo de un reduccionismo económico, y del incontrolado pluralismo del posmodernismo: combina la búsqueda de profundas estructuras explicativas con el reconocimiento de que tales explicaciones son, no obstante, diferenciadas de lugar a lugar. Epistemológicamente hablando, el relativismo debe ser abiertamente acogido por los teóricos realistas. Una tercera e importante implicación del debate posmodernista, es que los eventos económicos son necesariamente contextuales, que están inmersos en estructuras espaciales de relaciones sociales, y que nuestras explicaciones debieran buscar explícitamente la incorporación de estos hechos. Las principales escuelas de teoría económica no tratan adecuadamente estos aspectos del contexto social y del ambiente. Al contrario, se ha radicalizado la afirmación de que la conducta económica se ha vuelto más autónoma con la marcha del industrialismo y la modernización (ver Granovetter, 1985). La teoría neoclásica representa un inequívoco modelo descontextualizado de producción y distribución económica, basado en la concepción de un actor de conducta económica atomizada. La economía política marxista, por otro lado, interpreta la acción económica en calidad de una mecánica y macroestructural lucha de clases, y relega las complejas especificidades del contexto socioinstitucional a la categoría de un mero epifenómeno. Y como ya se hizo notar, la teoría de la regulación, con su énfasis en el modo de regulación, no da una conceptualización adecuada de las estructuras institucionales y de los procesos. En la medida en que se ha intentado sensibilizar esta perspectiva teórica hacia las relaciones sociales y las condiciones institucionales, estas últimas son consideradas apenas como un producto de la economía que facilita su lógica y los imperativos del sistema. Entre las diversas alternativas metodológicas que los geógrafos han sugerido recientemente para tratar con el contexto en el paisaje económico, la más importante es el modelo neoricardiano de Sraffia o modelo de la producción de mercancías (ver Barnes, 1989). Esta es una teoría no esencialista de la reproducción económica, que no se basa en el valor. Presenta la economía como un sistema circular en que cada estado en la producción de mercancías es producido por otras mercancías, sin que exista jamás una última fuente de valor. Como resultado "tenemos que aprender cómo las cosas son valoradas en diferentes lugares y en diferentes tiempos; debemos tener en cuenta el contexto" (Barnes, 1989: 145). De acuerdo con sus exponentes, esta aproximación permite a los geógrafos económicos examinar el contexto geográfico específico en el que se inscriben las condiciones de producción técnicas, sociales e institucionales. Esta dependencia del contexto, argumentan sus promotores, significa que el modelo de sraffiano es compatible con el pluralismo metodológico: en un contexto una aproximación estructuralista puede ser apropiada, en otro puede ser más relevante hacer énfasis en la acción humana, mientras que en otros, tanto la estructura como la acción humana pueden ser importantes. Sin embargo, en tanto que son laudables sus intenciones, la geografía económica sraffiana no ofrece las ventajas que sus protagonistas declaran. El argumento de que su fuerza se deriva más de lo que calla que de lo que dice, puede sonar contradictorio. Además de sus varios errores en la teorización de la producción económica (su falta de mecanismos económicos, un tratamiento simplista de la tecnología, su carencia de dinámica histórica, para mencionar apenas algunos), la relevancia del contexto socio-espacial solamente es evocada como un argumento explicativo extraeconómico adjunto. Así que la construcción de una economía y de una geografía económica contextuales, en el que el ambiente socio-espacial tenga el papel central y no uno secundario y contingente, permanece como una tarea clave. La recientemente revivida y reformulada economía evolucionista vebleniana nos puede ofrecer algunas luces en esta dirección (ver Tool, 1988; Wisman y Rozansky, 1991; North, 1992). Esta aproximación -que no se debe confundir con la "nueva economía institucional" de inspiración neoclásica (ver Williamson, 1985; Eggertsson, 1990)- busca explícitamente integrar el análisis institucional en el estudio de la economía y su rendimiento. En el nivel más general, la opción neovebleniana propone una visión sistémica, holística y evolucionista de la economía, en la cual la tecnología es el motor de la evolución del cambio económico, la conducta humana es un
producto social, las instituciones son las unidades básicas de análisis, y donde el contexto social se caracteriza por el poder, el conflicto y los intereses creados. Esta tendencia se enfoca sobre los procesos de cambio inherentes al conjunto de instituciones que llamamos el sistema económico, en el que por instituciones se entienden las formas de organización social que, a través de la operación de la costumbre, la tradición o los limitantes legales, tienden a crear patrones de conducta durables y rutinarios. Metodológica y conceptualmente, la economía institucional es por naturaleza contextual, realista y relativista: las estructuras institucionales operan en una variedad de niveles, y varía e interactúa en diferentes formas a través del tiempo y del espacio. No es una teoría universal de las estructuras institucionales y su evolución, o de la conducta y el rendimiento de la economía, más cuando las explicaciones deben ser relativas a tiempo y lugar. Algunos han ido más lejos al plantear que dados esos atributos, ésta perspectiva es de un carácter intrínsecamente "posmoderno" (Browns, 1991). Ya sea que esta visión sea aceptada o no, la geografía económica se puede beneficiar si incorpora y adapta sus desarrollos. Existen pocas dudas de que, de varias maneras, los "desafíos posmodernos" están haciendo que los geógrafos económicos se preocupen más por cómo deben explicar y teorizar. Si bien esto no proporciona de por sí una visión satisfactoria de la economía, ni una guía programática para la construcción de la economía o de la geografía económica, esto nos compele a darle mayor significancia epistemológica al carácter pluralista del espacio económico contemporáneo, no justamente en el sentido de reconocer la diversidad de sus formas superficiales, sino inclusive en el de incorporar explícitamente la diversidad en nuestras categorías conceptuales y modos de explicación. Esto también nos obliga a cuestionar la autoridad y la posición de nuestros conocimientos declarados. Todo el pensamiento económico es un poder que se usa para explicar, intervenir y perpetuar una esfera de la actividad social, que es en sí misma un sistema de relaciones de poder. Debemos hacernos sensibles a las políticas de inclusión, exclusión y centralización que permean nuestros intentos de modelar y representar la subsistencia de otros. Tanto la economía como la geografía económica, por ejemplo, continúan siendo dominadas por una visión del desarrollo capitalista angloamericana y centrada en la masculinidad. Con respecto a esos y otros asuntos debemos intentar descentrar nuestras estructuras teóricas y conceptuales. TEORÍA ECONÓMICA Y GEOGRAFÍA HUMANA Ron MARTIN © Derechos Reservados de Autor
Posludio: Hacia una geografía económica multidimensional, multiperspectiva y multívoca Mi objetivo en este capítulo fue mostrar, selectiva pero suficientemente, los cambios y desafíos que afectan normalmente a la geografía económica. No es mi intención lanzar conclusiones detalladas sobre el camino de debemos seguir. Pero si es apropiado plantear uno o dos aspectos que tienen que ver con la agenda de las futuras discusiones. Como estamos entrando en una nueva era del desarrollo capitalista, existe creciente evidencia de que necesitamos nuevos conceptos y nuevas teorías para dar cuenta de las nuevas realidades. No es suficiente ni convincente tratar de forzar esas nuevas realidades, acomodándolas a los esquemas conceptuales de las principales perspectivas económicas, que en algunos casos pudieron no haber sido relevantes ni siquiera para las "viejas" realidades. Los intentos de reformular las principales teorías no son satisfactorios. Para ser exactos, esas reformulaciones no carecen de valor, pero son mucho más un signo del decaimiento de los paradigmas, que de su exitosa adaptación a las cambiantes circunstancias empíricas. Necesitamos, con urgencia, nuevos mapas cognitivos del paisaje económico, por no decir nada de las nuevas estrategias políticas para la intervención en el paisaje. No se trata de argumentar por el establecimiento de un nuevo concepto maestro, o de una narrativa de la dinámica de la localización industrial o del desarrollo regional. En lugar de esto, la agenda debe procurar una reconstrucción de la geografía económica de manera que sea más multidimensional, multiperspectiva y multívoca. Una geografía económica multidimensional debe procurar analizar los distintos niveles o dominios de los procesos económicos, y las formas en que esos dominios interactúan para producir una específica configuración de desarrollo espacialmente desigual. Esta geografía debe considerar al menos cuatro niveles: la microeconomía de los individuos y las firmas; la macroeconomía del estado-nación; la economía del capital transnacional y las finanzas transnacionales, y la economía global o mundial. Cada uno de esos niveles o esferas es parcialmente
una variable dependiente. Ninguno controla totalmente a los otros; ni ninguno es totalmente independiente de los demás. La geografía económica debe, por lo tanto, articular todos los cuatro; debe procurar conceptualizar sobre las conexiones entre esos niveles, sobre el cómo y el por qué la interacción y la importancia relativa varían y crean las diferencias entre regiones y localidades: cómo, en otras palabras, el significado de los eventos económicos varía con la escala geográfica, y cómo esta última, en sí misma como hecho socioeconómico, es construida y reconstruida. Una geografía económica multidimensional es contextual y no es reduccionista: el encuadre socioinstitucional de los procesos económicos significa que el "espacio económico" es un producto complejo y un contexto estructural. No puede existir una sola teoría unificadora, o un principio totalizante para integrar o sintetizar esta complejidad. Una geografía económica multidimensional es también multiperspectiva, abierta a un amplio rango de teorías y perspectivas sobre los dominios de la realidad económica espacial, abierta a la forma como éstos son constituidos y a cómo interactúan. Asumir una perspectiva dada o una postura teórica, es un acto selectivo e inevitablemente mediado por nuestra preconcepción del mundo, nuestros juicios, nuestros valores y nuestros intereses ( o lo que Shumpeter alguna vez llamó "cognición preanalítica"). Una geografía económica multiperpectiva es relativista y hermenéutica. Es por consiguiente multívoca: interesada en reconocer y conceder significancia teórica y sustantiva a los diferentes grupos sociales que construyen la "economía"; empeñada en incorporar las experiencias específicas y los papeles de los grupos particulares o comunidades, suprimidos o subsumidos en las categorías supuestamente "neutrales" y en los supuestos tipos "generales". La necesidad de corregir nuestra lente analítica es muy importante en este caso (Seitz, 1992). Esto no es, sin embargo, la sanción a la multiplicidad posmodernista de microperspectivas e interpretaciones fragmentadas. La clase de la microexplicación liderada por algunos teóricos posmodernos provee, indudablemente, un correctivo a la sobregeneralización y a las tendencias totalizantes de la economía y de la geografía económica modernas. Pero al mismo tiempo estas explicaciones no proporcionan una estructura viable para la comprensión de la economía y su organización espacial. Necesitamos teorías que se atrevan a conceptualizar, a describir e interpretar los procesos macroeconómicos, las particularidades que son centrales a la evolución de la trayectoria del desarrollo capitalista (por ejemplo el cambio tecnológico, la terciarización, la mercantilización cultural, la regulación estatal, la globalización y así sucesivamente). Sin tales macroestructuras perderemos el sentido de las características sistémicas y de las relaciones que estructuran el espacio económico contemporáneo; no identificaremos la forma como los diferentes grupos sociales y las comunidades se relacionan con el gran sistema económico, ni la manera como dicho sistema afecta a los grupos sociales. Una geografía económica reconstruida no podrá abandonar ni lo macro ni lo micro, sino que tendrá que integrarlos. Pero por "integración" yo no entiendo la búsqueda de un concepto dominante o de síntesis, como aquellos cuya pérdida lamenta Drucker en el epígrafe de este capítulo, sino que la asumo como articulación. Como un método de investigación y explicación, que reconoce que las complejas y cambiantes características del espacio económico no son determinables dentro de una única estructura teórica, que involucra la articulación diferencial de conceptos, supuestos y principios de variado grado de abstracción, situados en diferentes planos de análisis y diseñados desde sistemas teóricos disímiles y desde perspectivas analíticas contrapuestas. Tal orientación debe crear el espacio necesario para un enfoque más antropológico, más interpretativo y más contextual de la geografía económica; debe evadir el empirismo derivado del énfasis exclusivo de las apariencias; debe evitar el esencialismo y el reduccionismo generados por la relevancia absoluta de una forma específica de la estructura económica; debe rechazar la dicotomía de lo "particular" enfrentado a lo "general". TEORÍA ECONÓMICA Y GEOGRAFÍA HUMANA - Ron MARTIN © Derechos Reservados de Autor
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