Semblanza del municipio Urdaneta Juan Alonso Molina Morales

Semblanza del municipio Urdaneta Juan Alonso Molina Morales Sinopsis El exótico municipio Urdaneta es atravesado por el río más importante de Lara, el

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Semblanza del municipio Urdaneta Juan Alonso Molina Morales Sinopsis El exótico municipio Urdaneta es atravesado por el río más importante de Lara, el Tocuyo y es poseedor del valle con más alto potencial agrícola del estado, el del Moroturo. Sin embargo, predomina un paisaje xerofítico. La deliciosa bebida destilada patrimonial de creciente valoración, el cocuy, se produce desde el siglo XVIII y está en las puertas de convertirse en una de las actividades más prósperas de toda la entidad larense, con gran beneficio para este territorio que tiene un 80% de los productores regionales que están a la caza de la denominación amparados

de por

constitucionales. actividades

de

origen estímulos Otras

importancia,

que además tienen una gran inversión del Estado para este año, es la cría de caprinos. Urdaneta aporta al país un 65% de la producción de piña y el 100% de la producción de sisal y es el gran productor de sábila – aloe vera - para las empresas de la región que exportan

sus

productos

terminados para Europa. Sitio

para ecoturismo y turismo de aventuras. Entre a Urdaneta y disfrute de lo mejor de este municipio ¡Incluso el ancestral rito de Las Turas! Geografía mínima El municipio Urdaneta se ubica en el extremo noreste del estado Lara, limitando por el norte con el estado Falcón, al este con el estado Yaracuy, al sur con los municipios Torres, Iribarren y Crespo y al oeste con el municipio Torres, de la propia entidad larense. Su

capital

es

Siquisique,

aproximadamente

175km

distante de

Barquisimeto, los cuales se cubren a través de una carretera en buenas condiciones. Aguada Grande, Moroturo y

Santa

Inés

también

están

comunicadas por medio de vías de asfalto. Al resto de sus poblaciones, numerosas y esparcidas por su variada geografía, se llega por caminos de tierra,

algunos

engranzonados,

particularmente difíciles de recorrer en días de lluvia. Su territorio está dividido en las parroquias Moroturo, capital Santa Inés; San Miguel, capital Aguada Grande; Xaguas, capital Baragua y Siquisique, asiento de la que es al mismo tiempo capital del Municipio. Posee una extensión total de 4.256 km2. Su curso de agua más importante es el río Tocuyo, a un costado del cual está ubicada la capital del municipio. También son importantes el Baragua y el Tuy, que son tributarios del mismo. Aún cuando hay referencias históricas, sobre la antigua

capacidad del río Tocuyo para permitir la navegación en pequeños botes hasta la altura de la propia Siquisique, en el presente, su curso se ve notablemente disminuido por problemas en el manejo de la cuenca alta y la existencia de dos presas en territorio de los municipios Morán y Torres. De allí que se haya planteado con insistencia en los últimos años la construcción de una presa en suelo del municipio Urdaneta, en las inmediaciones de Baragua, para regular por sí mismos y con criterio previsor su caudal. Con todo, su curso de agua permanente durante todo el año, aunque escaso en el verano, sigue siendo fundamental en la economía local. Si bien no posee alturas parameras, su relieve es uno de los más accidentados de la geografía regional. Los primeros europeos

que

vinieron

durante

la

conquista lo describían como “muy quebrado” y ésta es una de las razones por las que a lo largo de su historia han vivido sus pueblos en un relativo aislamiento. Tiene fama de ser su territorio estéril y seco, pero en realidad es muy diverso, existiendo todavía extensos bosques sub-húmedos, casi impenetrables, en los cerros de Parupano y en las inmediaciones de Moroturo. De hecho, las tierras de este último valle se encuentran entre las de más alto potencial agrícola del Estado y las del valle de Baragua se consideran de moderado a alto potencial agrícola. La vegetación predominante, sin embargo es la de espinares, matorrales y bosques xerofíticos. Es de destacar que el régimen de lluvias propio de la zona semiárida,

más que ser escaso es “errático”, de modo que las temporadas lluviosas son poco predecibles tanto en sus momentos de ocurrencia como en su magnitud. Su clima en general es cálido, con un volumen de precipitaciones anuales de medio a bajo y cielos casi siempre límpidos y azules. Historia sucinta El municipio Urdaneta como unidad política administrativa se remonta en su origen a la fundación de Carora (1569), a cuya jurisdicción quedaron incorporados sus territorios, a través del reparto de la mano de obra indígena que los habitaba entre los vecinos principales de aquella ciudad. Sin embargo, ya antes, en 1530, había ocurrido la primera incursión de europeos en su territorio. En efecto, Nicolás de Federmann, perteneciente a la casa de banqueros alemanes conocida en la historia como los Welser o “Belzares”, al frente de una expedición mayormente constituida por conquistadores españoles e indígenas caquetíos de la región de Coro, fue el primero, tanto en atravesar su accidentada geografía, como en trabar contacto, frecuentemente violento y siempre desigual, con las numerosas tribus indígenas de la zona, de todo lo cual dejó invalorable testimonio en su Historia Indiana, narración donde describe las vicisitudes de su paso por estas tierras. No obstante, sus excesos y tropelías tardarían en volverse a presentar en la cotidianidad de jirajaras, ayamanes, ajaguas y gayones que por vez primera fueron allí descritos. Tendría que fundarse Carora y necesitar sus vecinos principales la mano de obra, que ellos mismos no estaban bien dispuestos a ofrecer al desarrollo de los cultivos, establos, artesanías y comercio, indispensables en la creación de su propia base de sustentación económica, para que las comunidades indígenas del territorio urdanetense volviesen a ser requeridas por los conquistadores europeos, esta vez de un modo definitivo. Fue entonces el Régimen de la Encomienda, una creación de la corona española en América, por la cual delegaba en cada vecino

principal de una ciudad el control de un grupo de indígenas, de modo que se sirviera de su trabajo a cambio de proporcionarles los fundamentos del cristianismo y de la vida ciudadana, tal como la entendían los europeos de aquella época, el mecanismo utilizado por las autoridades españolas para incorporar a los antiguos habitantes de las serranías de Baragua, Parupano y los valles de Siquisique y Moroturo, a la naciente economía de lo que mucho después devendría en la nación venezolana. Así, durante más de un siglo, los miembros de la mayoría de estas comunidades serían sometidos por la fuerza de las armas y de la religión, separados para su entrega a los distintos vecinos con derecho a usufructuar su fuerza de trabajo y movilizados desde sus lugares originarios de habitación hasta las tierras de estos últimos. Las condiciones en que tal sometimiento y movilización se efectuó, violencia física y sicológica, mutuo desconocimiento del idioma, desprecio de los españoles por la cultura aborigen, entre otras, condujo a la disminución progresiva y empobrecimiento de la población autóctona, en medio de constantes fugas, escaramuzas y reclamos por parte de ésta, tal y como quedaron reflejadas en numerosos documentos de la época. El núcleo fundamental de dicha población estuvo constituido por los Ayamanes, grupo indígena que habitó casi la mitad de este territorio, desde las cercanías de Siquisique hacia el sur hasta Matatere, en el hoy municipio Iribarren, extendiéndose hacia el noreste, en tierras del actual estado Falcón. Se reunían en pequeñas aldeas, en casas de barro y madera, con piso de tierra apisonada, construidas en forma colectiva en lugares protegidos. Dominaban la artesanía de la alfarería, el tejido y la cestería, que llevaban a cabo las mujeres del grupo junto con la cosecha y transformación culinaria de los rubros cultivados, mientras los hombres se ocupaban de la roza de los conucos, su quema controlada, la cacería y recolección de especies silvestres, elaboración de las

armas e implementos de piedra, madera y hueso, así como el desollado y preparación de las piezas más grandes de cacería. La dirección de cada grupo o tribu se confiaba a un cacique y la cura de sus enfermedades a un chamán o sacerdote-curandero, que eventualmente podían ser la misma persona. Rendían culto al agua y, en general, a todas las expresiones de la naturaleza, con las que procuraban mantener una relación armónica, fundada en el respeto y el temor por sus castigos. Cultivaron el maíz, que era su sustento principal, pero también la auyama, algunas variedades de caraota, la batata, la yuca, así como cosechaban el cocui silvestre que les brindaba múltiples beneficios, desde la madera de su “maguey” hasta la medicina de sus raíces, pasando por el alimento de sus flores o “bicuyes”, el palmito o “jibe” y la consabida “cabeza” horneada, la cual exprimida ofrecía un guarapo que al fermentar se convertía en bebida embriagante de uso ritual. No

criaban

animales

domésticos, salvo tal vez una variedad de picures, pequeños carne

roedores

apetecible.

actividades

de Sus

sociales

estaban dominadas por las

ceremonias

propiciadoras cosechas

de y

abundantes,

caza que

permitieran el crecimiento del grupo y su vida en paz.

Éstas

se

complementaban con actos de agradecimiento a aquellos espíritus o fuerzas de la

naturaleza, que en el pasado hubieran favorecido las labores agrícolas o protegido la victoria frente a sus enemigos. Actualmente, algunos investigadores han llegado a afirmar que Ayamanes, Gayones y Jirajaras, tal vez habían constituido para la época de la llegada de los europeos una especie de “inter-etnia” o confederación de pueblos, que aunque con distinto origen, habían logrado una cierta comunión de creencias, actividades y objetivos. Pero esto aún está por comprobarse. En todo caso, lo que sí es cierto es que durante el período colonial, como producto de las forzadas movilizaciones a que fueron sometidas todas las comunidades indígenas de la zona, los miembros de las diversas tribus se vieron mezclados entre sí y de este modo sus lenguas y costumbres se fueron confundiendo cada vez más, hasta el punto de parecer a veces las mismas. En fin, todo este complejo mundo, soportado por una vida laboriosa y dura pero armónica con la naturaleza circundante, fue lo que se vino abajo con el sometimiento al modo de vida colonial. Tal sujeción se afianzaría con la fundación de los primeros pueblos de indios en la zona, ejecutada como parte de la política colonizadora del gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela, Francisco de la Hoz Berrío, quien con esta iniciativa no hacía sino responder a las reiteradas exigencias de los acaudalados descendientes de los conquistadores, acerca de la necesidad de contar con una mano de obra más asequible y fácil de vigilar. De este modo, el interés de la corona española por apaciguar los ánimos levantiscos de los indígenas, se conjugó con las necesidades fundamentalmente económicas de los vecinos principales de Carora y, en menor medida, de Barquisimeto para motivar la fundación de los pueblos de indios de San José de Siquisique y San Miguel de los Ayamanes, ordenada en 1620 y realizada entre enero y febrero de 1621, a cargo

de

los

jueces

fundadores

Francisco

Cano

Valera

y

Alonso

Serrano,

respectivamente. Semejantes fundaciones, no obstante, fueron objeto de controversia por haberse querido inicialmente realizar en sitios distintos a aquellos de los que provenían los indígenas reunidos, habiéndolos tenido que movilizar a un sitio cerca de Carora, en el valle de Sicare (actual parroquia Manuel Morillo del municipio Torres). Esta zona, húmeda y cenagosa aunque fértil, fue rechazada por los indígenas debido a su insalubridad y lejanía, por lo que terminaron abandonando estos poblados y marchándose a sus tierras de origen ante la negativa de los propietarios caroreños de atender sus demandas. Finalmente, con la intervención del gobernador y capitán general de la Provincia, se aceptarían los reclamos indígenas y se refundarían en 1622 con el mismo nombre en los sitios que aún conservan en territorio urdanetense. Los pueblos de indios o “pueblos de doctrina”, como eran llamados en la época, se establecían alrededor de una manzana vacía que fungía de plaza y una iglesia a un costado de ésta, siguiendo un trazado de calles en forma de cuadrícula, a la usanza de entonces. Las casas, modestas, daban cobijo la mayor parte del tiempo tan sólo a las mujeres, los ancianos y los niños más pequeños, pues los varones en edad de trabajar pasaban la mayor parte del tiempo en las posesiones de los terratenientes a cuyas encomiendas estaban asignados. Sin embargo, la precaria vida doméstica era escenario del mestizaje de muy diversas maneras, desde el aprendizaje de la cría y aprovechamiento de aves de corral y algunas especies de ganado menor como cabras, ovejos y cochinos, pasando por la forzosa adopción de la vestimenta, la religión católica y la lengua castellana, venidos con los europeos

pero

inevitablemente

enriquecidos,

reelaborados,

adaptados

y

resignificados, al tener que mezclarse con el sustrato cultural indígena, hasta los encuentros sexuales que rápidamente incrementaron el volumen de la población mestiza, furtivos unos, simplemente impuestos por la fuerza la mayoría.

Hubo indios alzados que prefirieron mantenerse escondidos en las montañas vecinas, pues no todos aceptaron, a pesar del riesgo que corrían con ello, el sometimiento a las autoridades españolas. Con frecuencia, aquellos robaban los ganados, asaltaban los arreos y se enfrentaban a las fuerzas de la corona. La verdad es que no les faltaban razones para comportarse de esa manera. No puede olvidarse que habían sido desplazados a la fuerza de las tierras que habían ocupado durante siglos y ahora, al no aceptar establecerse en los pueblos de indios, se veían obligados a vivir en las zonas más abruptas y áridas, pendientes de no ser descubiertos y forzados por eso mismo a mudarse intempestivamente a cada momento, con el fantasma del hambre rondando siempre sobre sus cabezas. Dicho en otras palabras, al no aceptar vivir en los pueblos organizados a la manera europea, tampoco se les permitió vivir en sus pueblos a la manera indígena. De modo tal que, a pesar de ser conocedores de las ventajas de la vida sedentaria, tuvieron que abandonarla a cambio de la movilidad que les permitía la errancia por los campos de más difícil acceso, único modo de perseverar en su libertad. En 1687, por disposición de las autoridades españolas de la Diócesis y de la Provincia de Venezuela, fueron liberados los indios de la obligación del servicio personal a sus encomenderos, de manera que pudieran trabajar libremente para ganarse la vida. Pero esto significó también que, de allí en adelante, los varones adultos de cada familia indígena pasaran a ser “tributarios” o sea que tenían que pagar cada uno directamente a los representantes del gobierno español, en moneda o productos de su labor, el equivalente a nuestros modernos impuestos. Ya para estos años el sitio de Parupano estaba habitado mayormente con indios provenientes de Siquisique, en búsqueda de tierras más fértiles que las que rodean a esta población. Probablemente, también lo hacían en cumplimiento de una vieja práctica prehispánica de sembrar periódicamente en esta sierra, algunas especies difíciles de aprovechar en las zonas más áridas donde tenían su asiento

ajaguas, jirajaras, ayamanes y gayones. Por la misma época, en Moroturo, se habían empezado a establecer algunas haciendas que poco a poco fueron fijando una cantidad importante de población indígena, mucha de la cual provenía de San Miguel. Así también en Baragua, que era paso obligado en el antiguo camino de la sal de tiempos prehispánicos y que para entonces unía a Coro con Carora. Por ello, para finales del siglo XVIII se verifican en todos estos sitios, particularmente con ocasión de la visita pastoral del obispo Mariano Martí en 1776, la erección de capillas o disposición de la atención por parte de curas “doctrineros” a aquellas que ya estaban erigidas, que en esos años constituían, por una parte, un reconocimiento a cierta magnitud de la población allí reunida y, por otra, un estímulo adicional para su fijación en la zona, antecedentes de los actuales poblados de Aguada Grande, Moroturo y Baragua. La situación de la población existente en el territorio del Municipio Urdaneta a fines del período colonial, fue la que cabría esperar en una región apartada, con las mejores tierras en manos de unos pocos propietarios que ni siquiera vivían en el lugar, pero que mantenían a la mayoría de los pobladores trabajando de sol a sol para su exclusivo beneficio. Esa mayoría, compuesta principalmente por indígenas, mestizos de todas clases y algunos pocos negros, se hallaba, por lo tanto, empobrecida e insatisfecha. La peor parte la llevarían los esclavos, aunque eran pocos puesto que hubo poca introducción de negros africanos en esta zona durante el período. Y muy cerca de su tragedia, debían sentirse los indios, pues al forzoso sometimiento ante los representantes de la corona española, añadían el no tener acceso a las oportunidades de desarrollo personal existentes en la sociedad colonial americana. De hecho, ésta era una sociedad de privilegios claramente definidos en la ley. Como su población se dividía de acuerdo con el origen étnico, después de los

blancos españoles o criollos, estaban los demás grupos sociales provenientes de las diversas mezclas entre blancos, indios y negros, conocidos en general como mestizos o “pardos”. Y más allá de ellos todavía, precariamente defendidos por la caridad de algunos sacerdotes, se hallaban los propios indios y negros, impedidos de optar al desempeño de cargos públicos, analfabetas casi todos y explotados cruelmente. De modo pues que en Siquisique y los pueblos vecinos estaban dadas las condiciones de frustración y resentimiento social, que explican la incorporación inmediata de la mayoría de su población en las luchas independentistas, aunque durante la mayor parte del tiempo lo hicieran a favor del bando realista. Esto último, de todos modos no debe extrañar porque siendo casi toda esa población indígena, no podían ver con agrado que la Guerra de Independencia estuviese dirigida por los blancos criollos, es decir, los mismos que los explotaban. Y además, por ese mismo hecho, sobre ellos tenían una inmensa influencia los sacerdotes católicos, frecuentemente sus únicos defensores frente al abuso de los terratenientes para los cuales trabajaban; de aquí que no extrañe el que a la intervención de uno de ellos, el sacerdote Andrés Torrellas, se deba la decisión del “Indio” Juan de los Reyes Vargas, el más importante líder de los aguerridos combatientes de la zona, en relación al abandono de las filas patriotas poco después de haberse incorporado a ellas. Dicen que tenía veinticinco años en 1810 cuando pasó el Marqués del Toro por Siquisique al frente de las filas patriotas. Con ellos se enroló y luego, al devolverse a Caracas el ejército republicano, se quedó en Siquisique al mando de una pequeña guarnición con el rango de Capitán de Milicias, lo cual demuestra que ya entonces era reconocido su liderazgo entre los pobladores de estas tierras. Sin embargo, poco después, bajo el influjo del padre Torrellas, se adhirió a la causa realista al entrar Domingo de Monteverde al mando de la expedición que desde

Coro organizó el gobernador José Ceballos, para recuperar el control de las provincias que habían declarado la Independencia en Caracas. De allí hasta 1820, el Indio Reyes Vargas mantuvo constantemente en jaque a las fuerzas patriotas, con su perfecto conocimiento del terreno, la aplicación de una especie de estrategia de “guerra de guerrillas” y la indudable ascendencia que tenía sobre la población indígena y mestiza de la región. Su final adhesión a la causa independentista con el grado de coronel, a la que también se sumó el padre Torrellas, mucho haría por inclinar la balanza a favor de los patriotas con el dominio de esa vía de comunicación entonces tan importante entre la costa falconiana y el centroccidente venezolano, aunque su carácter difícil y las rivalidades entre los jefes coetáneos, lo condujeran finalmente a una muerte prematura, asesinado en 1823 en Carora por su compañero de armas, el coronel José de los Reyes “El Cojo” González. La independencia definitiva de Venezuela y sus difíciles comienzos en el camino de consolidarse como república, encontraron al territorio del hoy municipio Urdaneta todavía como parte de lo que entonces era el cantón Carora, perteneciente a la provincia de Carabobo hasta 1832, año en el cual se separa de ésta la provincia de Barquisimeto, a la cual queda incorporada. No fue su población ajena a las convulsiones políticas que caracterizaron a la vida republicana nacional durante el siglo XIX, habiéndose levantado en armas en defensa de los ideales grancolombianos del Libertador Simón Bolívar, al apenas conocerse la decisión del Congreso de Cúcuta de disolver la unión en 1830, cuyo apaciguamiento volvió a ser encargado al inefable padre Torrellas. Más tarde, mientras se consolidaban penosamente alrededor de la producción comercial del café y de la cocuiza, núcleos poblados de gran significación actual como Aguada Grande, las banderas federalistas volverían a encender los ánimos de tantos y tantos desplazados como había en la zona, insatisfechos con la falta

de cumplimiento de las promesas de redención que antaño habían nutrido los discursos de sus principales jefes patriotas, entonces convertidos en gobernantes acomodados que representaban una nueva oligarquía, no menos excluyente que la española colonial. Por esta época, el 28 de abril de 1.856 se crea el cantón Siquisique, separándolo por vez primera de la jurisdicción de Carora, denominación que conserva hasta el 22 de abril de 1.864 cuando se le da el nombre de departamento Urdaneta, hasta el 16 de mayo de 1.881, que recibe el de distrito Urdaneta. La recurrencia de levantamientos y batallas que tuvo como centro este territorio, tendrían su clímax con el sitio y posterior incendio de Siquisique en 1860, al cual se le debe, entre otras cosas, la desaparición de sus archivos, arrasados junto con la ciudad a tal punto que sus pobladores sólo pudieron comenzar a reedificarla en 1863, viéndose obligados a vivir durante años en casas de sus familiares en los campos y pueblos vecinos. Sería su propensión belicosa de semejante magnitud, que el presidente Antonio Guzmán Blanco en 1875 lo declaró dependencia del Distrito Federal para asegurarse su control y administración directamente desde la silla presidencial, seguramente temiendo la deslealtad de su compadre, el afamado general Sulpicio Gutiérrez, uno de los muchos caudillos locales que abundaron en la zona durante esos años. Sin embargo, ello no fue obstáculo para un relativo crecimiento económico amparado en la creciente valoración del cocuy, que como bebida destilada se venía produciendo aproximadamente desde finales del siglo XVIII, en la introducción del cultivo del sisal, traído de México en sustitución de la cocuiza por su mayor rentabilidad y resistencia y en el aumento de los precios del café en los mercados internacionales a fines del siglo XIX. Es de destacar que una parte importante aunque difícil de cuantificar de toda esa producción, se realizaba en

tierras de propiedad comunal, es decir, las llamadas “posesiones comuneras”, vigentes hasta bien entrado el siglo XX y originadas en la adjudicación de tierras de resguardo para los poblados indígenas en la época colonial. Pero aún debía intervenir activamente la población local en las controversias político-militares nacionales. Todavía en los albores del siglo XX, siendo presidente de Venezuela Cipriano Castro, los urdanetenses afectos a la causa del general José Manuel “El Mocho” Hernández, volvieron a tomar las armas y protagonizaron encarnizadas batallas en contra del gobierno nacional. No sería sino con la implantación de la larga dictadura de Juan Vicente Gómez, como verían apaciguarse, junto con la definitiva derrota de los caudillismos regionales, tales ánimos levantiscos. En efecto, otro ensayo administrativo acaecido entre 1904 y 1909 nos confirma la dificultad de su gobierno, pues durante estos años el entonces distrito Urdaneta fue pasado a formar parte del estado Falcón, luego de lo cual fue devuelto al estado Lara. Por ese entonces, la imprenta había hecho su aparición en Siquisique, donde durante décadas se editaron un conjunto de valiosos testimonios periodísticos, tanto de esta población como de otros pueblos del territorio urdanetense. De estos esfuerzos, destacan los que dirigió o estimuló don Miguel Esteban Pacheco, inquieto promotor cultural que tuvo prolífica actividad en Siquisique, Barquisimeto y Cabudare. De uno de sus maestros, don Juan E. Jiménez, es la primera Historia del Distrito Urdaneta del Estado Lara, publicada en la revista caraqueña Multicolor en 1919. Más tarde, hacia la década de 1950, el propio Pacheco redactaría con un afán más exhaustivo su Geografía e Historia del Distrito Urdaneta, reservorio de valiosas informaciones que aún espera por su publicación. La construcción de la vía asfaltada de Barquisimeto a Coro, por Churuguara, en la década de 1940, tuvo como efecto secundario la pérdida de importancia de

Baragua y, en menor importancia, de Siquisique, por la significativa reducción del tránsito comercial que durante siglos hizo ese camino a través de Carora. Pero, por otra parte, dio pie a la consolidación del centro urbano de Santa Inés, surgido al pie de la nueva vía a medida que se dedicaba una parte importante de las tierras del valle de Moroturo a la explotación ganadera, producto también del éxito de la campaña gubernamental de erradicación del paludismo que siempre había sido endémico en la zona. Los antiguos centros poblados ubicados al oeste del territorio, se sostenían en buena parte debido a la cría de cabras y a la producción del destilado del cocuy, el cual había venido adquiriendo visos de pujante industria local de notable estima en todo el centro y occidente del país. Sin embargo, desde la década de 1940 y particularmente durante la dictadura perezjimenista, por distintas razones e intereses de sectores que aspiraban a su mercado o tierras, ambas actividades fueron perseguidas, convirtiéndose la última de ellas en ilegal. En consecuencia, a pesar de haber resistido durante décadas semejante oposición, lo que pudo haber sido uno de los motores del desarrollo estadal se convirtió en una actividad marginal escasamente suficiente para la sobrevivencia de unas comunidades empobrecidas. La conversión en 1.978, de distrito a municipio Urdaneta, de acuerdo con la entonces recién promulgada Ley Orgánica de Régimen Municipal y la elección directa de sus alcaldes y concejales que a partir de 1.988 se implementó, poco hicieron para revertir esta situación. Afortunadamente, el empeño de los productores del destilado de cocuy por preservar esta tradición, logró finalmente convocar el interés de un conjunto de personalidades e instituciones públicas que a fines de la década de 1.990, logró sentar las bases para que las autoridades regionales legislaran a favor de la protección y regulación del múltiple aprovechamiento de la planta agave cocui. Asimismo, la cría de caprinos también ha venido recibiendo el apoyo técnico y el

estímulo financiero de universidades, institutos de investigación y organismos públicos de crédito a la pequeña y mediana industria. En este sentido, ha sido especialmente significativo el aporte de PROSALAFA (Programa de Apoyo a Pequeños Productores y Pescadores Artesanales de la Zona Semiárida de los Estados Lara y Falcón), uno de cuyos programas ha permitido consolidar un núcleo importante de líderes sociales de la zona rural hoy organizados en APROCAMUR (Asociación de Promotores Campesinos del Municipio Urdaneta). Al despuntar el siglo XXI, el hoy Municipio Urdaneta busca consolidarse como un polo de desarrollo agrícola importante a escala regional, para lo cual se prevé una importante inversión en materia de infraestructura física, particularmente en materia de servicios públicos ― sobre todo el agua en la extensa zona rural ― y vías de penetración, que permitan y propicien el desarrollo de todas sus potencialidades. Sociedad La población del municipio Urdaneta tiene una fuerte ascendencia indígena, manifiesta en múltiples expresiones de su lengua, vida doméstica, usos y costumbres, así como visible en los rasgos fisonómicos de gran parte de ella. La inmigración europea de la post guerra es pequeña pero económicamente importante, como también algunas familias de inmigrantes árabes llegados con anterioridad, hoy día todos plenamente integrados a la cultura regional. El número de habitantes estimado según INE de acuerdo con proyecciones de población con base Censo 2001 para el año 2007 es de 62.213 que representaba el 4,02% del total estadal. Aunque la población de sus cuatro núcleos urbanos mayores suma casi el 50% de su total de habitantes, hay que tomar en cuenta que de éstos la mayoría se dedica a actividades agrícolas a pesar de residir en el

medio urbano. El municipio Urdaneta cuenta con un Registro Subalterno y un Juzgado de Municipio, ambos con sede en Siquisique. Economía La vocación predominante del municipio es la producción agrícola. La superficie cultivada para el año 1998 alcanzó las 148.680 hectáreas (16,91% del total del Estado, la segunda mayor después del municipio Torres). Importante productor de piña, sisal, agave cocui y ganado caprino, también se cosechan volúmenes considerables de frutas, entre las cuales adquirió fama por su calidad hace pocos años la uva de mesa y actualmente tiene

gran

significación

el

melón. Asimismo,

se

producen hortalizas piso

de bajo,

principalmente cebolla

y

cereales, sobre todo maíz y, en menor medida, sorgo.

La piña cultivada en este municipio es de la variedad conocida popularmente como “piña de Bobare”, extremadamente dulce y fragante, de forma esférica y color amarillo y naranja, ideal para su consumo en crudo y como componente de todo tipo de jaleas y confituras. Dado que, por una parte, Urdaneta es hoy por hoy el más importante productor de sisal del país, pero que, por otra, este rubro

ha

venido

experimentando las

últimas

décadas

un

marcado descenso de

su

demanda

por la industria de cordelería debido a la competencia de las fibras sintéticas

de polipropileno, se han elaborado estudios que demuestran su idoneidad como materia prima para la manufactura industrial de papel y que buscan estimular este tipo de aprovechamiento, basados en la extrema resistencia de su fibra y costos competitivos. El cocuy es un rubro que se halla a las puertas de convertirse en una de las actividades más prósperas de toda la entidad larense, el cual ha sido ocupación tradicional de muchos habitantes de este municipio, hasta el punto de que los últimos censos regionales de productores revelan que más del 80% se hallan en esta jurisdicción. Perseguida

su

producción desde la década de

1950,

la

tosudez de los productores artesanales, organizados alrededor de la figura

de

don

Domingo Guaidó y el interés de algunas personalidades e instituciones, principalmente Fundacite, PROINLARA y la División de Desarrollo Agrícola del ejecutivo regional, lograron convencer a las autoridades de legislar a favor del rescate de esta actividad productiva. Así, en el año 2000 quedó protegida mediante decreto y en el 2001 se promulgó la ley estadal respectiva, cuyo reglamento fue aprobado en el 2004. Con la reciente aprobación por parte de la Asamblea Nacional de la modificación a la Ley de Impuesto sobre Alcoholes, introducida conjuntamente por representantes de los

Estados Lara y Falcón, termina el proceso de la adecuación del marco legal que estimule la producción del destilado de cocuy como un rubro estratégico para el desarrollo regional. Es importante destacar que la planta de cocui proporciona, además de la destilación de su guarapo, otros muchos usos susceptibles de aprovechamiento comercial, entre los cuales, principalmente, el encurtido de los capullos de sus flores (conocidos en la zona con la voz indígena “bicuyes” y a los que por asimilación nombran también como “alcaparra larense”), el desfibrado de sus pencas (del cual se extrae el “dispopo” que es materia prima de unos notables tejidos artesanales) y los usos como especie maderable del “maguey”, inflorescencia de la planta con forma de tronco alargado, de hasta 5 metros de largo, de peso muy liviano pero resistente. Para ello, numerosos productores se han venido organizando, muchos de ellos mediante la figura de cooperativas. Las cabras han sido desde tiempos coloniales uno de los factores más importantes para la sobrevivencia de las comunidades campesinas en este territorio. La llamada “vaca del pobre” de hecho, constituye la fuente de proteínas animales más importante de su dieta. Injustamente perseguida su cría durante décadas, lo cual llevó a una reducción considerable del número total de cabezas de ganado caprino existentes en la zona, hoy día se hacen esfuerzos importantes de asistencia técnica para el mejoramiento genético de los rebaños y perfeccionamiento de su manejo. Teniendo como centro a Santa Inés, en las últimas décadas una parte considerable de las tierras del valle de Moroturo se ha venido dedicando a la explotación del ganado vacuno, especialmente para la producción de leche y derivados lácteos que han obtenido un bien ganado reconocimiento por su calidad. De acuerdo con Fudeco, las oportunidades de desarrollo actuales del Municipio primordialmente dependen de:



La producción, comercialización y exportación de hortalizas y frutales con la incorporación de nuevas tierras bajo riego, al completar, construir y rehabilitar los sistemas de riego existentes o en proyecto y con el aprovechamiento de las aguas subterráneas y captación de aguas superficiales en lagunas.



El rescate y mejoramiento de la producción tradicional de uva, con la entrada de nuevas oportunidades agroindustriales que agreguen valor a la actividad primaria.



La promoción de la producción de sábila y su procesamiento aguas abajo.



El aprovechamiento de las condiciones agroclimáticas que permiten dos cosechas anuales de sorgo.



El fomento de la actividad turística y recreacional con el desarrollo del ecoturismo y el turismo de aventuras en zonas xerófitas, creando las condiciones mínimas necesarias para un desarrollo responsable de la actividad; rehabilitación del patrimonio edificado de Siquisique, Baragua y otros centros poblados con alto valor patrimonial para el desarrollo del turismo cultural, con la incorporación de pequeñas y medianas empresas de servicios, lo que requiere un esfuerzo en asistencia técnica y promoción local de las ofertas, en particular artesanías (bolsos de cocuiza y sombreros) y gastronomía; así como el fomento de las fiestas y ferias tradicionales: Fiestas patronales de San José de Siquisique (19 de marzo), Ferias Agropecuarias de Santa Inés (Semana Santa), Fiesta de Las Turas (Moroturo).



La rehabilitación de las vías integradoras Siquisique-Río Tocuyo y El CruceUrucure-El Tupí-Mapará.

A todo ello, habría que agregar de modo indispensable el estímulo a la producción y mejoramiento de la calidad del destilado de agave cocui, así como el aprovechamiento integral de los demás subproductos de la planta, con criterios de sustentabilidad y respeto al medio ambiente. Asimismo, sería necesario resolver los numerosos problemas existentes por la falta de titularidad de la tierra en manos campesinas.

Cultura El baile de Las Turas o Esterkuye es una tradición de origen ayamán, que constituye la manifestación cultural, social y religiosa más característica y singular de los campos de Urdaneta, especialmente de Moroturo, la cual, a pesar de todos los inevitables y numerosos cambios sufridos, a lo largo de los siglos en conflicto con la Iglesia católica a

la

cual

parcialmente asimiló,

se todavía

muestra con claridad los fines para los que originalmente sirvió y el profundo sentido religioso

con

antiguamente

que cada

participante intervenía. Se

trata

expresión

de

una

cultural

compleja, que envuelve muchas otras actividades aparte del baile propiamente

dicho, el cual es un baile colectivo, no por pareja, dirigido por un “capataz” o “mayordomo”, a quien todos los participantes deben respeto y obediencia. Sus raíces están en los antiguos ritos propiciatorios y de agradecimiento por las buenas cosechas y cacería con que las etnias indígenas de la zona buscaban consagrar su armónica relación con la naturaleza circundante. Por supuesto, al implantarse la dominación española, progresivamente tuvieron que ser introducidos elementos de la devoción cristiana que permitieran a la población indígena seguir realizando la ceremonia de Las Turas ante los ojos recelosos de los sacerdotes. Este proceso de sincretismo religioso, básicamente llenó el cometido de permitirle a los pueblos sometidos políticamente, resistir a la anulación de sus manifestaciones culturales, que son las que en definitiva otorgan identidad a todos los pueblos de la tierra. En este sentido, el baile de Las Turas es también una expresión de resistencia cultural indígena-campesina. Para definirlo de manera general, tal como se conserva en territorio del municipio Urdaneta, hay que decir que Tura es al mismo tiempo el nombre de la ceremonia así de un instrumento musical típico (una especie de flauta de carrizos) que se utiliza en ella y la planta de la cual la obtienen. Al maíz jojoto también le llaman tura. En realidad, se trata de dos celebraciones, la segunda de mayor duración que la primera. La fecha de realización de ellas no es fija, depende de la maduración y cosecha del maíz, fuente de sustento principal de los pobladores involucrados. Estando el maíz jojoto, se realiza la Tura pequeña, entre los meses de agosto a septiembre. La Tura grande, que incluye los rituales de cacería, se realiza entre los meses de diciembre y enero, al estar seco el maíz. En ambos casos, los participantes, es decir, los tureros, se preparan con anticipación, escogiendo los frutos de ofrenda y elaborando los útiles de uso ceremonial. Para la Tura pequeña se hace una mazamorra de maíz jojoto y para la

Tura grande se prepara un carato agrio, fermentado en grandes tinajas y capaz de embriagar, elaborado a partir de hallaquitas de jojoto cocidas que llaman “jatas”. Estos constituyen el principal alimento durante cada celebración. El baile es de ejecución colectiva, danzando en forma de grandes círculos de personas entrelazadas, incluyendo hombres, mujeres y niños, que giran a un lado o hacia el otro, de acuerdo con las indicaciones recibidas, dando alternativamente tres pasos adelante y tres pasos atrás. Se realiza en medio del cumplimiento de un conjunto de actividades rituales, todas las cuales son dirigidas por los capataces o mayordomos y los músicos y demás ayudantes escogidos por ellos mismos. El lugar de la celebración generalmente se ubica en espacios contiguos a la residencia del capataz. Incluye un patio o “plaza” en cuyo centro está colocado un mueble de madera presidido por una cruz, al cual llaman “árbol”; a un costado, un poco alejado se encuentra el “palacio”, en el fondo de éste se fija otra cruz de madera o se señala un árbol en particular, denominado en cualquier caso el “árbol de la basura” y, finalmente, detrás de la plaza, bajo techo, se establecen dos espacios, uno para la elaboración de la comida y otro para el altar de Las Turas, constituido por un mueble de madera con símbolos de la religiosidad cristiana, alrededor del cual se conservan tinajas y bateas de madera para el carato y bancos para sentarse. Dentro de las distintas actividades tiene especial relevancia la música de turas, cachos de venado y maracas, que son los instrumentos usados, al compás de diversos ritmos que se organizan en sones característicos de cada fase del ritual. En resumen, los espacios y actividades involucradas tienen un carácter sagrado que los hace parte fundamental de la vida comunitaria local, por lo cual debe comprenderse esta actividad en su contexto socio-cultural.

También revisten gran importancia las fiestas dedicadas a San José, patrono de su ciudad capital Siquisique, realizadas durante los días precedentes a cada 19 de marzo, día del santo. Su templo principal, la iglesia de San José, de casi dos siglos de antigüedad y por su valor arquitectónico y patrimonial declarada oficialmente Monumento Histórico Nacional en 1960, es escenario de actividades religiosas con gran capacidad de convocatoria. A partir de la promulgación en el año 2001 de la Ley de Protección y Fomento de la producción del agave cocui trelease en el estado Lara, quedó allí fijada la fecha del 4 de agosto de cada año como el Día del Cocui, razón por la que durante los últimos años se han venido celebrando durante la misma una serie de actividades para festejar esta iniciativa. Funcionan dos emisoras radiales en frecuencia modulada, a saber: Urdaneta 69.9 FM y Chiquinquirá 91.1 FM, esta última radio comunitaria de orientación católica. Cuenta con una biblioteca pública, denominada “Carlos Romero”, en homenaje a un poeta local de infortunada muerte a temprana edad. Algunas asociaciones privadas se han constituido últimamente para promover la actividad cultural, como es el caso de la Asociación Civil Agrupación Cultural “Palcar” (Agrupación de música, folklore y cultura), la cual posee una página web con el propósito de mantener informados a las personas oriundas del municipio dondequiera que se encuentren, así como servir de guía para el turista. Su gastronomía es sencilla, pero no exenta de valores propios y sabores rotundos. Destacan la dulzura de las variedades locales de piña, melón y uva de mesa. El maíz del valle de Moroturo ha dado lugar a la confección casera de excelentes cachapas de jojoto que se expenden a orilla de carretera, una vez que se ha superado el puente sobre la quebrada de Urama en la vía hacia Santa Inés. En las inmediaciones de esta última población, son especialmente recomendables los quesos frescos “de cincho”, elaborados con leche de vaca.

En Aguada Grande, no pueden dejar de probarse las especialidades de pan tradicional, especialmente la versión local del pan de tunja, conocida aquí como “Pan de la Aguada”, los panes de guayaba y los panes de leche, sobre todo los elaborados

por

Beatriz Arráez.

De allí en adelante, en dirección a Siquisique, es cada vez más frecuente toparse con expendios de “cabezas” de cocui horneadas, ideales para chupar su jugo, a manera de cañas de azúcar. En Siquisique y Baragua, se pueden comer excelentes chivos a la brasa, hervidos y mondongos de chivo, cuya carne desempeña un papel principal en su gastronomía. En las inmediaciones de Baragua, además, se confeccionan inestimables quesos de cabra a la manera tradicional. La bebida típica de la zona es el llamado “cocuy de penca”, elaborado artesanalmente en los campos aledaños a Siquisique y Baragua.

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