Un agradecimiento especial para mi amiga Rebe por sus buenos consejos y por ser gran seguidora de mis historias

Un agradecimiento especial para mi amiga Rebe por sus buenos consejos y por ser gran seguidora de mis historias. Introducción En todas las ciudades

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RESUMEN La presente investigación está centrada en los inicios de la escritura alfabética y el objetivo principal consiste en analizar las formas en

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Un agradecimiento especial para mi amiga Rebe por sus buenos consejos y por ser gran seguidora de mis historias.

Introducción En todas las ciudades grandes o pequeñas podemos encontrar esos laberintos de pavimento que suelen llamar calles, en dichas calles hay viviendas y construcciones ordinarias donde suelen suceder cosas ordinarias y algunas otras que no lo son tanto, como estas historias que vas a leer a continuación.

El sicario de la muerte En un callejón del centro de un poblado que no pasa de los 50,000 habitantes hay una casa de empeño cuyo propietario es un señor de 55 años llamado Simón Cervantes mejor conocido como Don Simón, un tipo muy avaro y egoísta pero que es muy astuto e inteligente para llevar a cabo esta clase de negocios con éxito y eso hay que reconocérselo. El usurero sabe que cuando la situación económica es dura la gente en su desesperación llega al grado de empeñar o vender sus joyas u otros objetos valiosos por un precio mucho muy por debajo de su valor verdadero y así después él puede aprovecharse y cobrarles el favor con intereses desorbitantes. Muchas personas no se daban cuenta de que Don Simón solamente les veía la cara. Doña Filomena es una pobre anciana incauta que se ha visto en la necesidad de acudir al usurero por un problema de salud que la aqueja y no tiene suficiente dinero para pagar la consulta médica. Empuja la puerta principal y al hacerlo se escucha un ruido de campanas que le indica a Don Simón que alguien ha entrado a la tienda - Buenos días Don Simón - saluda amablemente - ¡Buenos días Doña Filomena! Dígame ¿qué le trae por aquí? - Mire - responde la mujer mientras saca de su bolsillo una cadena de oro que ha pertenecido a su familia por varias generaciones Quiero saber ¿cuánto me daría por esta cadenita? - Hmm, veamos - contestó Don Simón con una risita maliciosa

mientras se frotaba las manos. Doña Filomena le entregó la cadena y el usurero fue detrás del mostrador para analizar detenidamente la pieza con su lupa de joyero. Don Simón tardó como cinco minutos analizando la prenda y la anciana comenzaba a impacientarse un poco - ¿Y bien? ¿cuánto puede darme por ella? - Hmm, pues mire Doña Filomena; la verdad es que su cadenita no vale mucho que digamos, es tan sólo de baño de oro y no de oro puro ¿entiende? - ¡Ay no me diga! - Pues así es señora, lo siento. Puedo darle 200 pesos a lo más por ella ¿qué dice? - Está bien, pues como dicen por ahí "peor es nada". La verdad es que creía que esa cadena valdría por lo menos unos 800 pesos, pero bueno, usted es el experto aquí. Él sonrió maquiavélicamente mientras le entregaba a Doña Filomena los miserables 200 pesos que apenas le alcanzarían para pagar su consulta con el doctor y para las medicinas tendría que conseguir dinero de otra manera - Muchas gracias Don Simón, es usted muy amable - se despidió ingenuamente la viejecita - Al contrario, muchas gracias a usted - respondió el estafador mientras para sus adentros pensaba: "gracias a usted y a su ingenuidad." Pero no todas las personas se dejaban engañar por Don Simón, muchos se daban de cuenta de que en realidad no pagaba el precio justo por las cosas, pero a veces no les quedaba de otra que aceptar, pero eso sí no se iban de la tienda sin antes reclamarle - ¿Sabe lo que es usted? ¡Usted es un maldito abusivo que saca provecho de nuestras necesidades! - le gritó Diana, una joven madre que tuvo que ir a ofrecerle todas sus joyas porque su niño de apenas un año y tres meses de edad se había enfermado gravemente. El usurero se rió de ella en su cara cínicamente - ¡Jajajaja! ¿Sabes

qué no eres la primera que me dice eso, muñeca? Lo siento mucho, pero no puedo darte gran cosa por tus baratijas - y tomándola del brazo le susurró al oído mientras la miraba de forma libidinosa Aunque... claro, puedo darte un poco más de dinero si tú te portas bien conmigo - Diana le contestó con una bofetada - ¡Suélteme viejo asqueroso! - y salió corriendo de la casa de empeño mientras Don Simón se desternillaba de la risa. Su ataque de risa cesó súbitamente cuando se percató que detrás suyo había alguien, una persona alta, demasiado delgada vestida con una bata negra larga con una capucha que impedía que pudiera ver su rostro y el usurero se asustó mucho puesto que no escuchó a las campanas sonar cuando se abrió la puerta. -¿Quién es usted? ¿Qué quiere? - preguntó tratando de ocultar su temor y parecer autoritario, lo cual no le dio resultado ya que estaba más blanco que la harina por el susto que se había acabado de llevar. El extraño visitante no respondió y comenzó a avanzar a paso lento hacia Don Simón y cuando quedó a un metro de distancia de él se detuvo en seco y lo señaló con el dedo índice de su mano huesuda y pronunció las siguientes palabras en tono amenazante. - Simón Cervantes, no creas que podrás continuar engañando a personas inocentes y aprovechándote de ellas. Un día de éstos te van a hacer pagar por todo lo que has hecho. - El usurero trató de hacer como si no lo hubiera impresionado la advertencia - ¿Ah sí? preguntó sarcásticamente mientras se volteaba viendo al mostrador - Pues ya quiero ver quién será capaz de.... - y cuando se volvió hacia la puerta aquella persona misteriosa ya no estaba ahí. Al día siguiente Don Simón prosiguió con su rutina habitual como si nada hubiera sucedido. Por lo general acostumbraba cerrar su

negocio a las diez de la noche pero como tenía algunos pendientes que hacer se quedó ahí hasta que dieron las doce. En cuanto el antiguo reloj de péndulo que tenía colgado en su pared (adquirido también gracias a uno de sus tantos "buenos negocios") terminó de sonar las doce campanadas un hombre alto con lentes oscuros, sombrero de ala ancha, vestido con una gabardina negra, unos guantes negros y con un fino portafolio de piel también negro en mano entró a la tienda haciendo sonar las campanillas. Él no acostumbraba recibir clientes a esa hora pero no pudo decirle que se marchara porque sabía que no podía desperdiciar la oportunidad de hacer un "buen negocio." El recién llegado observaba atentamente todo lo que había ahí en el local desde instrumentos musicales de todas clases hasta máquinas de escribir del año del caldo. Don Simón dejó lo que estaba haciendo y se acercó hacia el hombre de negro - Buenas noches caballero ¿qué es lo que desea? - preguntó de una forma exageradamente amable - El misterioso personaje volteó a verlo y le sonrió - Busco una cadenita de oro - al usurero abusivo le brillaron los ojos de emoción en cuando escuchó eso e inmediatamente fue detrás del mostrador donde tenía las joyas en exhibición. - Pues verá... - dijo al mismo tiempo que sacaba de una cajita forrada con terciopelo rojo la cadenita que Doña Filomena había llevado a empeñar ayer - aquí tengo esta y es de oro puro - El hombre tomó la cadena con sus dos manos y la analizaba detenidamente - Es muy bonita - Ya lo creo que sí - contestó Don Simón ansioso - ¿Cuánto quiere que le pague por ella? El codicioso individuo se quedó pensando en cuánto dinero podría

sacarle a aquel extraño - 1,200 pesos - contestó al final convencido. El visitante seguía examinando la cadena mientras emitía algunas sonrisas sarcásticas - ¿1,200 pesos por una insignificante prenda de baño de oro? - preguntó mientras su sonrisa se transformaba en una estridente carcajada. Don Simón se quedó perplejo al escuchar eso - ¡No! ¿Pero qué está diciendo? ¡Esa cadena es de oro puro! - El tipo del sombrero lo miró fijamente - Eso no fue lo que le dijo a la anciana que se la trajo - el usurero tragó en seco - Mire caballero, si no le interesa adquirir nada será mejor que se vaya de aquí - Shhh, tranquílicese ¿quién le dijo que no vine a buscar nada? Se acercó hacia el mostrador y señaló el pequeño costal negro que estaba al lado de la caja donde Diana le había entregado sus joyas a Don Simón - Quiero ver que hay ahí - y antes de que el otro pudiera decir algo tomó el saco y vació el contenido encima del mostrador. Tomó algunas de las joyas y después de revisarlas con detenimiento dijo - ¡Puras baratijas! - y las volvió a meter adentro. - ¡Se equivoca! - gritó Don Simón - Ahí hay cosas muy valiosas, entre todo lo que hay ahí debe de haber como unos 10,000 pesos fácilmente - El hombre inclinó su sombrero hacia adelante y cruzó los brazos - No tengo suficiente dinero para pagar todo eso, pero si quiere puedo pagarle con... usted sabe... favores sexuales - y volvió a soltar una carcajada malévola. - ¡Es usted un demente! Haga el favor de salir de mi tienda o llamaré a la policía - Mire... - contestó el extraño mientras tomaba su portafolio y lo abría y sacaba de ahí un revólver Magnum Taurus 357 y se lo mostraba a Don Simón - ¿Es hermoso, no cree? ¿Cuánto cree que valga? -

Al ambicioso de Don Simón se le pasó el enojo enseguida pues pensó que tal vez ese tipo que estaba ahí fuera un matón que quisiera deshacerse del arma por algún delito que hubiera cometido con ella, así que lo mejor era que tomara sus precauciones - Pues... - contestó dubitativo al mismo tiempo que se acercaba para verla mejor puedo darle algo, aunque no sería mucho. - ¿Y dígame usted, cree que valga un poco más si lo ocupo para deshacerme de un maldito usurero embustero, abusivo y sin escrúpulos? - preguntó el propietario del revólver al mismo tiempo que apuntaba con el arma a la cabeza de Don Simón. Después de eso sólo se escuchó un balazo que resonó en el aire y después todo quedó en total oscuridad y silencio. A la mañana siguiente había un montón de curiosos afuera de la tienda entre los cuales estaban Doña Filomena, Diana y otros más a los cuales Don Simón había timado antes; fueron a buscarlo porque en sus respectivas casas habían aparecido envueltas en paquetes todas las cosas que habían llevado a empeñar con él. Y así fue como lo encontraron muerto tirado en el suelo y al lado de su cadáver había un mensaje escrito con su sangre que decía: "Tarde o temprano tenemos que pagar el precio por nuestras acciones" Atentamente: El Sicario de la Muerte.

El gato en el farol Son las ocho de la noche y la familia Mercado, que vive en uno de los tantos departamentos de un bonito edificio ubicado en una esquina de las calles más antiguas de aquella ciudad, se dispone a sentarse a la mesa para cenar. La señora Julia se encuentra en la cocina calentando el pollo con papas al horno que sobró de la cena de ayer mientras su esposo Anselmo está sentado en el comedor leyendo en el periódico las noticias deportivas. El único que parece estar en un mundo aparte es Jacinto el hijo de diez años quien se encuentra tan sumido en sus pensamientos hasta que escucha el llamado de su madre - ¡Jacinto! Ven de una vez a cenar que se te va a enfriar - el niño responde con un "ya voy mamá" apenas audible pues lleva ya un buen rato asomado por la ventana que da hacia la calle principal en cuya esquina hay un farol que alumbra muy bien las otras tres esquinas que se encuentran cerca de su edificio. - Niño ¿qué no me oíste? ¡Ya está lista la cena! - gritó Julia mientras salía de la cocina con la olla en mano para servirles. Jacinto volteó a ver a su mamá y respondió - Mami, ese pobrecito gatito lleva mucho tiempo ahí trepado en el farol y no deja de maullar, debe de tener hambre. - La señora lo miró sorprendida y preguntó - ¿Cuál gato? yo no escucho nada. - Mamá por favor, déjame tomar un poco de agua y comida del refrigerador; tengo que ir a ayudarlo, me da tanta lástima. - ¡Ay hijo! Es que... - Julia estaba indecisa y Jacinto la miraba con sus inquietos y suplicantes ojos negros y su madre no supo que decirle -

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