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EL ÁRABE EN EL ESPAÑOL Mtro. Fernando Cisneros Pineda Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios El Colegio de México No es algo nuevo el hecho de que exista una presencia de la lengua árabe en la española. Sin embargo, cuando esto se menciona, normalmente se enfoca de manera muy breve resaltando el número de vocablos de origen árabe, o el porcentaje que representan en la lengua que hablamos: entre un doce y un ocho por ciento, según los diferentes autores, sin buscar abundar más en la cuestión. Es por ello que la presente contribución pretende abordar el tema a partir de la historia de la cultura, y observar el contexto además de las connotaciones en que se realiza la introducción no solo de vocabulario, sino también de patrones de evolución, aun cuando los vocablos representan una especie de documentos imposibles de ignorar, y es necesario referirse a ellos, que es lo que se examinará enseguida. El primer problema de observar únicamente en términos cuantitativos o porcentuales la influencia árabe se verifica al hacer la suma. Así, podemos constatar que muchos arabismos poseen un origen compartido: alcázar es la adaptación del castrum latino; alambique lo es del imbíx griego; babucha del pâ push persa, que también puede haber dado “papos”; jinete viene de la denominación tribal zanata berber, por dar algunos ejemplos… Además de que la suma total daría con creces más de un 100%, la situación revela el hecho de que el árabe ha adoptado y vehiculado vocablos de otros fondos lingüísticos en una amalgama donde el árabe resulta el elemento dominante. Una simple vista al mapa de la Península Ibérica mostraría una presencia muy superior en los topónimos a los porcentajes anunciados en cuanto a la influencia del árabe. Se encuentran no sólo los nombres de ciudades fundadas por los musulmanes, como Calatrava (Qal’at Rabâh), o posiblemente vueltas a fundar por ellos, como Madrid (Majrît), sino que se combinan con denominaciones preexistentes, a las que la árabe viene a sustituir, como el caso de Guadalajara (Wâd al-hijâra, que tenía una antigua
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denominación de Arriaga, la que significaba también río de piedras)1, lo mismo que Guadiana (Wâdî Yana, mixta: el río Yana) y Guadalupe (Wâd al-lup: el río del lobo, éste en romance), o bien en el caso del Guadalquivir (al-wâd al-kabîr)2 sustituye completamente al antiguo Betis, lo que en conjunto sugiere una importancia mayor. Por otra parte, al examinar la influencia del árabe como hecho cultural, es necesario advertir que si bien España es una ruta de la mayor importancia para el pasaje de términos de origen árabe hacia el resto de Europa, no es la única, como algunos piensan. En primer lugar, las cruzadas cumplieron un importante papel en ese sentido, y en muchas ocasiones es difícil determinar la trayectoria lingüística por la que transita una palabra, pero disponemos de algún ejemplo bien documentado, como “asesino”, el cual fue acuñado por los mismos musulmanes para designar a los seguidores de una secta a la que acusaban de drogarse con hachís (hashshâsh, en plural hashshâshîn), de donde pasaría al francés medieval y al italiano3, en tanto que los lexicógrafos españoles lo incluyen solamente hasta el siglo XVI, mencionando que se trata de un italianismo4. Otra vía por la que se introducen los arabismos la constituye el comercio, y un ejemplo puede ilustrarlo: el término que designa las pérdidas de bienes en mercancías o medios de transporte marítimo (‘awwâriyya), que en italiano origina avaria y en francés avarie, la “avería”, cuyo sentido se ha desviado en México hacia cualquier desperfecto del cual se trata de señalar a un responsable, e incluso es sinónimo de travesura5. Términos relacionados serían tara y merma6.
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R. Menéndez Pidal pretende que no se trataba simplemente de un río pedregoso, sino de uno en que abundaban las fortificaciones sobre peñas (“Invasión musulmana y lenguas ibéricas”, en: Études d’orientalisme dédiées à la mémoire de Lévy-Provencal. Maisonneuve & Larose, Paris, 1962, pp. 191196). 2 Resalta el hecho de que el árabe hablado en la Península Ibérica utilice sistemáticamente wâd /wâdî “torrentera” en lugar de nahr, la palabra normal para río. 3 Al respecto, ver el estudio de Bernard Lewis, The Assassins. A radical sect in Islam, 1967 (existe su traducción al español, en Editorial Alba, Barcelona, 2002). 4 La mayoría de los términos ha sido cotejada en: Lidio Nieto Jiménez, et al., ed., Nuevo tesoro lexicográfico del español (siglo XIV-1726), Arco Libros, 2007, 11 vols. 5 Así lo menciona la definición de Francisco Santamaría, Diccionario de mejicanismos, razonado, comprobado con citas de autoridades, comparado con el de americanismos y con los vocabularios provinciales de los más distinguidos diccionaristas hispanoamericanos, Porrúa, México, 1959. 6
Ver R. Dozy W. H. Engelmann, Glossaire des mots espagnols et portugais dérivés de l’arabe, Amsterdam, 1965 (facsimilar de la edición de Leiden, 1869).
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A lo anterior se debe agregar una buena cantidad de términos científicos que se introdujo en traducciones del árabe clásico, la lengua culta y científica del Islam, hacia el latín, el cual cumplía la misma función en la Edad Media occidental, labor que se llevó a cabo tanto en España como en Italia. En ocasiones estos términos adquieren una gran importancia, puesto que han llegado a constituir parte de la vida cotidiana. Uno de ellos, que ha vuelto a utilizarse en español, merece cierta atención, por ilustrar la actitud de Occidente hacia la ciencia árabe, el algoritmo. Se trata de la adaptación de un nombre propio, el de al-Khawarizmî (siglo X), autor de importantes series numéricas. Como el texto en latín comienza mencionándolo: Dixit Algorithmus…, los europeos a partir del Renacimiento interpretaron ese nombre como la atribución a un personaje inventado con el fin de apoyar los conocimientos matemáticos justificándolos en la autoridad de un maestro; por lo cual llegaron a la conclusión de que los árabes, para ellos simples repetidores de la ciencia antigua, habían confundido los términos griegos lógos y arithmós, número. De tal manera, cuando Napier en el siglo
XVII
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desarrollando tales series numéricas, las denomina “logaritmos” realizando una metátesis resultante de una corrección errónea, que era común en los comentarios de etimologías europeos de su tiempo7. No sería sino hasta mediados del siglo
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que se
dilucida “algoritmo”, rescatando contra fuerte resistencia el nombre de al-Khawarizmî8, quien también originaría el castellano guarismo, al haber también jugado un papel en la introducción del sistema posicional, donde fue de cabal importancia la introducción del cero, denominado en árabe sifr, término que originaría a su vez cifra y sus equivalentes en otras lenguas europeas: chiffre (en francés), cipher (inglés)… Empero, es el vocabulario de uso corriente aquel que puede denotar con mayor fidelidad la magnitud de cualquier influencia cultural. Así, cuando se explica la presencia de arabismos en el español, se suele hablar de una “ocupación” árabe de la Península Ibérica durante nueve siglos. Al respecto, independientemente de si resulta adecuada la idea de “ocupación extranjera” tal como se utiliza, es importante analizar el contexto histórico y cultural en que se reportan estos vocablos, recogidos y sistematizados por primera vez bajo un criterio extraño dominante, en las recensiones de los lexicógrafos 7
Como la fuente, en todo caso era la India y no Grecia, resulta más evidente el error de considerarlo como hellenismo. En español era común también algorismo. V. Nuevo tesoro… 8 Por J. Reinaud. Lo anterior está bien descrito por Sigrid Hunke, Le soleil d’Allah brille sur l’Occident. Notre héritage arabe, traduit par Solange et Georges Lalène, Albin Michel, 1963(original en alemán ©1962), pp. 46-49.
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castellanos, que constituyen una valiosa fuente para su rastreo, a pesar de sus inexactitudes. La batalla de las Navas de Tolosa (1212), y la subsiguiente caída de las monarquías musulmanas ibéricas en manos de los reinos cristianos, con la excepción de Granada, abre un período hasta la expulsión de los moriscos en 1609, en el que se observan dos fenómenos fundamentales. Por una parte, la cultura en España se renueva, y en especial el castellano registra un fuerte avance como lengua de la corte y la administración, al gozar del apoyo del estado, proceso en el que se introducen abundantes neologismos que provienen del fondo grecolatino “cultismos” que pasan casi en su totalidad al lenguaje corriente. Por otro lado, al mismo tiempo la cultura europea también se renueva, siendo la época marcada por el Renacimiento italiano, el cual proporciona el modelo seguido en España. El proceso renovador tanto dentro como fuera de sus fronteras permite a las monarquías cristianas reincorporarse culturalmente al resto de Europa, valorizando un paradigma dominante que se sobrepone a la cultura de las poblaciones recién conquistadas. En adelante se verá cada vez más lejos la época en que Álvaro Cordobés (siglo IX) se quejaba de que los jóvenes cristianos olvidaran su lengua ¿el romance o el latín para él? para complacerse en las delicias de la poesía en árabe. La nueva situación está relacionada además con clases y estamentos sociales. Los sectores dominantes manejan el romance que evoluciona para constituirse en lengua nacional, el cual se impone sobre las nuevas poblaciones en esta primera expansión del castellano del siglo
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, que son musulmanas “mudéjares”, aunque también las haya
cristianas “mozárabes” y judías, las que se expresaban en dialectos que mezclaban el romance con el árabe, el literario pero principalmente el popular, dentro de una amplia variedad que por desgracia nos es en gran parte desconocida. Por un lado se sabe que las formas del árabe coloquial tenían semejanza con las que se hablaban en las regiones vecinas, de Marruecos y el resto del Magreb actual, con las que había evolucionado conjuntamente, pero la visión que tenemos se limita a los estudios sobre textos supervivientes, en un número bastante limitado. Un elemento perdurable en el vocabulario que pasa al español, y que es posible reconocer está en la presencia del artículo árabe al-, en forma de prefijo para la mayor parte de ese vocabulario, con lo que se da una repetición; así tenemos: “algodón” por al4
qutn, azúcar por as-sukkar, o “arroz” por al-ruzz, asimilando el artículo árabe, el cual sin embargo se pierde en otras lenguas europeas; así estas mismas palabras se vuelven en francés e inglés respectivamente: coton y cotton, sucre y sugar, riz y rice, lo cual hace plantear ciertas dudas en cuanto a la ruta de transmisión9. A pesar de lo anterior, se puede decir que es en ésta época y bajo éste contexto que se transmite el fondo principal de vocablos de origen árabe al castellano10, los que además pasarían a través de éste hacia los otros idiomas de Europa; por ejemplo: alcachofa de al-harshûf, en francés artichaut e inglés artichoke. Ahí encontramos una cantidad predominante de términos empleados en el cultivo de huertos y jardines, de cocina, artesanales, de irrigación y de construcción. Si bien es un vocabulario en el que se encuentra adjetivos, verbos, y expresiones, la mayor parte la constituyen sustantivos concretos, de los que solamente algunos pocos designan procesos, mientras que se observa una verdadera escasez entre el vocabulario que designa conceptos de la vida psicológica o espiritual; lo cual no es de sorprender, tomando en cuenta que el ramo de la filosofía, supeditada a la teología cristiana y todo lo que era referente a la esfera de las ideas seguía el desarrollo del humanismo renacentista, el cual privaba en los colegios y universidades, donde para sus denominaciones se elaboraban neologismos a partir del latín y el griego. En ocasiones, los términos de este vocabulario concreto constituido por los arabismos con frecuencia son concurrentes con términos de un origen distinto, denominados “dobletes”; así tenemos: alhucema y “lavanda”, la que ha predominado; mientras alfalfa se ha sobrepuesto a “ambrosía”, por lo menos en México, donde aljofifa en cambio ha sido sustituida por “mechudo”, y alija por “repisa”11; a diferencia de alacrán y “escorpión” ambos intercambiables para un hablante común. Al vocabulario específico y técnico se agrega sin embargo una serie de vocablos festivos, como máscara, mojiganga o mamarracho, pero a la vez también despectivos; 9
El fenómeno de la incorporación repetida del artículo árabe original como prefijo, aparece en la semoule, que se convierte en le rasmoul en el habla de los migrantes magrebíes en Francia. 10 Una lista desglosada en categoría gramaticales se encuentra en Antonio Alatorre, Los 1,001 años de la lengua española, El Colegio de México /Fondo de Cultura Económica, 1989, 4ª reimpresión, 1995, p. 87 y ss. 11 El caso de alija, utilizado en España resulta un tanto extraño. No es reconocido por todos y no se encuentra en los diccionarios. Sin embargo, aparece en las enciclopedias, designando a una colina o cordillera específica.
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así la lengua árabe, al-‘arabiyya se convierte en “algarabía”, el movimiento o la actividad, al-haraka deviene alharaca, la tribu, qabîla se convierte en una gavilla, y el desocupado que se une a ella es un gandul, por ghandûr, el nombre de una indumentaria, pues originalmente se trataba de un “dandy” o “catrín”. El peor ejemplo quizás sea el de marrano, para denominar a los falsos conversos que continuaban practicando algunos ritos de la religión judaica, el que proviene de mahram, así la prohibición del consumo de cerdo se aplicaba al que la seguía, lo que resulta revelador del agravamiento de la situación de los no cristianos a partir de 1492. Es en este contexto que sobreviene una segunda y aún mayor expansión del idioma español al descubrirse América. En primer lugar, este hecho pone en contacto el idioma con nuevas lenguas totalmente extrañas, las indígenas y muy pronto también las africanas, que entran en combinación y concurrencia con la lengua de los colonizadores, donde había sin duda más arabismos, sobre todo quizás en los bajos estamentos. La presencia de arabismos era fuerte sin duda, ya que aparentemente la migración andaluza tuvo predominio en el primer siglo de dicha expansión, aunque la proporción varía en las diferentes épocas, y seguramente en las regiones de asentamiento12. Empero, en términos culturales la expansión lleva consigo el esquema de la lengua dominante del humanismo renacentista, en el que las lenguas clásicas constituyen el paradigma más apreciado, en oposición a las formas coloquiales y las lenguas nuevas. La evolución de los arabismos continúa así en un medio geográficamente más extenso, de manera un tanto subterránea, tomando características propias en cada región del imperio, que seguirá posteriormente al proclamarse países independientes. Los términos testifican extraños avatares, por ejemplo “alfajor” pasaría a designar una especie de golosina diferente en cada país, aunque hoy su mayor acepción sea la de un dulce argentino. La situación no parece fácil de investigar, dado que la élite trataba de utilizar palabras grecolatinas. Tomemos un ejemplo en Sor Juana, que a pesar de escribir villancicos acordes con un antiguo patrón en cuyo origen se entrecruzaban influencias árabes sobre 12
V. Rafael Lapesa, El español moderno y contemporáneo. Estudios lingüísticos. Crítica /Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1996, p. 257 y ss.
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el romance, no introduciría arabismos sino por inadvertencia o casualidad. Al respecto, sin embargo, nos enfrentamos a una terrible escasez de trabajos en este sentido sobre los autores del período como para dar un perfil más sólido de conocimiento. Aunque las lenguas europeas vivientes hacían ya acto de presencia, tanto en España como en el imperio, será la ilustración que les dará relieve, prefigurando la situación actual. Por otra parte, la independencia en Latinoamérica, y en México posteriormente la revolución darían énfasis a la herencia indígena. De este modo, Santamaría establece una etimología náhuatl de “biznaga”, a pesar de que es un término que se encuentra registrado en España en el siglo XV, como arabismo13. A la afirmación de la herencia clásica y de la reivindicación del pasado prehispánico no sucedió un interés sobre la contribución árabe a lo mexicano, por lo menos ningún esfuerzo organizado capaz de reportar frutos14. El fenómeno de la migración siriolibanesa, parece haber contribuido poco a modificar la situación15. De tal modo, en resumen la proporción de arabismos del español de México se ha visto disminuida durante los siglos XIX y XX. Empero, vocablos tales como jinete, noria, acequia, aljibe, adobe, canana, e incluso ojo de agua,
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representan arabismos que evocan
inmediatamente un imaginario mexicano, capaces de hacernos remontar a relatos de la revolución, por ejemplo. A lo anterior se agrega además el mexicanísimo juego del lenguaje, el albur; de al-bûrî /bûr, por un pescado del Nilo, tomado para designar un juego de suerte con naipes, el que rompe parcialmente el concepto de referencia de los arabismos exclusivamente a objetos, aunque en este caso sea el medio mexicano el que le puede haber dado una connotación intelectual o psicológica.
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En ellos sigue textualmente el ejemplo de Cabrera, quien a su vez adopta el de C. Robelo. El intento por dar un sentido más humanístico a una enseñanza predominantemente técnica introdujo a nivel preparatoria a comienzos del siglo XX la materia de etimologías grecolatinas. Ha habido ensayos de introducir etimologías del náhuatl, por ejemplo, pero no del árabe; aunque ya comienza a haber estudios sobre el árabe en el español de México. 15 La migración que viene directamente del Medio oriente ha aportado algunos nombres de platillos característicos, aunque ha adoptado el náhuatl “jocoque” por lában , y ha llegado a sustituir arabismos antiguos que habían caído en desuso por otros nuevos, clásicos o populares; de tal modo encontramos henna en lugar de alheña o quéjel por kohl. 16 Es el calco de ‘ayn mâ’, forma árabe para designar un manantial. 14
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El interés por lo árabe para el área de la lengua española se ha manifestado sobre todo en España con el orientalismo, al mismo tiempo que en el resto de Europa. Empero, con un tinte distinto a los demás países, pues reivindica su propio exotismo, asumido como uno de los elementos de la nacionalidad, y juega un papel contradictorio. Así, en la misma época en que Dozy comienza el estudio crítico y sistemático de los arabismos, el español peninsular, aunque mantenga muchos de ellos no parece asimilar nuevos, a pesar de la presencia colonial en el Magreb, en tanto que los marroquís, quienes sufren la ocupación sí han adoptado por su parte una buena cantidad de palabras del español. La situación contrasta incluso con la del francés, que absorbió una serie de términos despectivos17, lo cual en los tres casos resulta interesante en cuanto a la transmisión cultural y la valoración de los lenguajes. Por otro lado, se transmite una cantidad de gitanismos a partir de los bajos fondos, al grado de constituir una influencia importante, pero a pesar de que los gitanos absorbieron una apreciable cantidad de vocabulario árabe, éste no parece muy visible en las palabras que pasaron al castellano.18 Pero si el estudio cuantitativo de los arabismos, relegados a sustantivos concretos demuestra una gran perdurabilidad, es importante hacer notar que una influencia tan durable como la ejercida por el árabe sobre el español debe resultar aún más profunda. —Se ha llegado a apuntar la consonancia en el uso del artículo masculino < el > ante los nombres femeninos que comienzan con < a-> tónica, con el árabe; por ejemplo “el agua”, semejante a al-awwal (el primero), a pesar de no significar lo mismo. Ello, a diferencia de las restantes lenguas latinas - francés, italiano e incluso catalán- que en su lugar simplifican el artículo en < l’ >. —Se mantiene en español el gentilicio con terminación en , como en pakistaní, lo que demuestra que se trata de una procedimiento aún productivo.
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Uno de ellos, incluso proviene del español: moukère, “mujer”. De acuerdo con Clébert, el vocabulario árabe de la lengua de los gitanos proviene del pasaje de éstos por el Norte de África para alcanzar Europa. Por otra parte, anota “chunga” y “sandunga”, familiares a los mexicanos, pero que no tienen vínculo con el árabe, mientras otro como jamar permanece obscuro. Ver J.- P. Clébert, Los gitanos. Prólogo de Julio Caro Baroja, ediciones Orbis, 1989. Reimpresión de la traducción de Carmen Alcalde y Rosa Pratt, editada por Aymá, en 1965; pp. 221-222, donde se cita además a Carlos Clavería, Estudio sobre los gitanismos del español, Madrid, 1951. 18
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—Asimismo, la preposición hasta es de origen árabe (hatta), y posiblemente habría alguna relación entre el uso incorrecto que se hace en México, con el mismo uso del árabe. —A su vez, existe la evidencia de una actuación, a partir de la expansión del siglo XIII, de los hablantes mozárabes y mudéjares en ciertas transformaciones fonéticas. Entre ellas se encuentra la de < f > en < h sonora / j / > y finalmente en muda, que se ha notado como característica de Andalucía. Al respecto, resulta bastante sintomático que en México la sonorización de la < h > se ha mantenido, y ocurre en contextos ofensivos: “Jijos de la rejija” (Rulfo), y así se dice también “jediondo”. — Finalmente, tenemos el empleo en el español de México de un adjetivo en diminutivo con el valor de adverbio para indicar una acción lenta o apacible, procediendo que es normal en árabe, y es al parecer extraño a las lenguas indígenas, ajenas a la adjetivación de la categoría adverbial que suele emplear el mexicano. Así tenemos “suavecito” equivalente a ruwaydan. Al revisar brevemente las diferencias en el origen cultural y la transmisión de los arabismos del español, encontramos fuentes diversas en el vocabulario científico, el comercial y el de los vocablos de uso común, que son los que han tenido más que ver con el tipo de civilización hasta ahora —e incluso, los vocablos de origen árabe y la influencia estructural profunda podrían permanecer en una sociedad profundamente tecnologizada hacia la que algunos apuntan—, se aprecia una influencia determinante a pesar de la separación que implicó el desarrollo de la cultura renacentista, incluso a pesar de la marginación que se hace presente sobre todo después de 1492, año que se ha adoptado simbólicamente como el comienzo de la España moderna, fecha en la que se deja de hablar de árabes o “moros” y judíos y se comienza a hablar de moriscos y marranos, hasta la expulsión final de los moriscos por Felipe
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en 1609; esto hace
justamente 400 años. El panorama cultural del árabe en la lengua española revela una presencia fuerte además de perdurable, que ha ingresado en la esfera de lo que ya no es consciente, a la vez que incluye patrones de evolución. Resta sin embargo encontrar los mecanismos para preservar una herencia tan nacional como la indígena y la clásica.
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