EL CONCILIO DE JERUSALÉN Y LA DESVINCULACIÓN DE LA SINAGOGA

PARA CONOCER LA HISTORIA DE LA IGLESIA NEOTESTAMENTARIA. Aplicaciones para el aula con las nuevas tecnologías. Curso de teleformación del CEP Azahar.

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Curso de teleformación del CEP Azahar. Córdoba. Curso 2011-12.

HISTORIA DE LA IGLESIA. CURSO I TEMA 6. EL CONCILIO DE JERUSALÉN Y LA DESVINCULACIÓN DE LA SINAGOGA

Ahora reconozco que no hay para Dios acepción de personas, sino que en toda nación el que teme a Dios y practica la justicia es acepto a Él. San Pedro. Actas X, 34-35.

El Concilio de Jerusalén trató de poner remedio, y lo consiguió, a una disputa que había surgido en la primitiva comunidad cristiana, con ocasión de la conversión al cristianismo de los primeros gentiles, es decir, que no provenían de las filas de los judíos. A Pedro, como una prueba más de su Primado, le fue reservada la suerte de abrir a los gentiles las puertas de la Iglesia. Los signos extraordinarios que acompañaron a la conversión en Cesarea del centurión Cornelio y su familia tuvieron para Pedro valor decisivo. En Jerusalén, la noticia de que Pedro había otorgado el bautismo a gentiles incircuncisos produjo estupor. Fue preciso que el apóstol relatara puntualmente lo ocurrido para que los judeocristianos de la Ciudad Santa mudaran de mente y superasen inveterados prejuicios. Comenzaban a comprender que la Redención de Cristo era universal y que la Iglesia estaba abierta a todos: “A1 oír estas cosas callaron y glorificaron a Dios diciendo: luego Dios ha concedido también a los gentiles la penitencia para la vida” (Act XI, 18). Pero la definitiva victoria del universalismo cristiano necesitaba todavía superar un último obstáculo. La admisión de los gentiles en la Iglesia había sido una novedad difícil de comprender para muchos judeo-cristianos, aferrados a sus viejas tradiciones. Estos cristianos de origen judío consideraban que los conversos gentiles, para poder ser salvos, necesitaban cuando menos circuncidarse y observar las prescripciones de la Ley de Moisés. Esas pretensiones, que conturbaron vivamente a los cristianos procedentes de la gentilidad, tuvieron sin embargo la virtud de obligar a plantear abiertamente la cuestión de las relaciones entre la Vieja y la Nueva Ley y sentar, de modo inequívoco, la independencia de la Iglesia con respecto a la Sinagoga. ¿Pero qué dio lugar a celebrar el primer concilio o asamblea de la historia de la Iglesia? “Entonces algunos que vinieron de Judea enseñaban a los hermanos: Si no os circuncidáis de acuerdo con el rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hch 15,1-35). Surgió una contienda y discusión no pequeña por parte de Pablo y Bernabé contra ellos, los 19

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hermanos determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros de ellos subieran a Jerusalén, a los apóstoles y ancianos, para tratar esta cuestión. Veamos paso a paso esta situación. El concilio de Jerusalén es un encuentro entre los responsables de las dos grandes comunidades de la Iglesia naciente: la de Jerusalén, llena de judíos que observan la ley (613 preceptos), y la de Antioquia, llena de gentiles que viven el Evangelio libre de la ley. El relato del encuentro aparece en el centro de los Hechos de los Apóstoles (Hch 15). El futuro de la Iglesia estaba en juego ¿se acepta el Evangelio libre de la ley? ¿Se impone a los gentiles el legalismo judío? Esto amenazada la unidad de la Iglesia naciente. Cuando se celebra el encuentro de Jerusalén, hacia el año 48, la comunidad de Antioquia llevaba ya más de diez años de existencia, admitiendo en su seno a gentiles, sin imponerles la ley judía, se trata de un grupo con identidad propia. Como ya hemos señalado, en Antioquia fue donde, por primera vez, los discípulos recibieron el nombre de cristianos (Hch 11, 26). Es interesante señalar que la iniciativa partió de la comunidad de Antioquia. Para los judíos, circuncisión y Ley forman un todo inseparable. La circuncisión es el signo de la Alianza que el pueblo de Israel recibe de Dios. La Ley muestra el cumplimiento de esa alianza en la vida ordinaria. Para algunos judíos de la comunidad de Jerusalén su pertenencia a Israel es un factor esencial en la comprensión de su identidad creyente y la adhesión de los gentiles a la fe en Cristo debía pasar necesariamente por la circuncisión y la observancia de la Ley. Los delegados de la comunidad de Antioquia atravesaron Fenicia y Samaria, contando la conversión de los gentiles y produciendo gran alegría en todos los hermanos. Llegados a Jerusalén fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y ancianos, y contaron cuanto Dios había hecho juntamente con ellos. Pero en Jerusalén hay pensamientos encontrados. Algunos fariseos convertidos son firmes partidarios de la ley judía: “Al llegar a Jerusalén, Pablo y Bernabé fueron recibidos por la Iglesia y por los apóstoles y ancianos, y contaron todo lo que Dios había hecho con ellos. Pero algunos fariseos que habían creído se levantaron y dijeron: Es preciso circuncidar a los creyentes que no son judíos, y mandarles que cumplan la ley de Moisés. Se reunieron entonces los apóstoles y los ancianos para estudiar este asunto” (Hch 15, 4-6). Después de una larga discusión, Pedro se levantó y les dijo: “Hermanos, vosotros sabéis que ya desde los primeros días me eligió Dios entre vosotros para que por mi boca oyesen los gentiles la palabra de la Buena Nueva y creyeran. Y Dios, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el Espíritu Santo como a nosotros, y no hizo distinción alguna entre ellos y nosotros, pues purificó sus corazones con la fe. ¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos (Hch 15, 7-11).

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La intervención de Pedro es decisiva. El apóstol recuerda su propia experiencia en el caso de Cornelio y saca sus consecuencias… “Había en la ciudad de Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión del batallón, que llamaban el Italiano. Era un hombre piadoso que, junto con toda su familia, adoraba a Dios. Daba mucho dinero para ayudar a los judíos y oraba sin cesar a Dios. Un día, a eso de las tres de la tarde, tuvo una visión: Vio claramente a un ángel de Dios que entraba donde él estaba y le decía: ¡Cornelio! Éste se quedó mirando al ángel, y lleno de miedo le preguntó: ¿Qué se te ofrece, señor? El ángel le dijo: Dios tiene presentes tus oraciones y todo cuanto has hecho en favor de los necesitados” (Hch 10, 1-4). Pedro, de esta forma, justifica el proceder de la comunidad de Antioquia y Bernabé y Pablo proclaman la acción de Dios en medio de los gentiles: “Toda la asamblea calló y escucharon a Bernabé y a Pablo contar todas las señales y prodigios que Dios había obrado por medio de ellos entre los gentiles” (Hch 15, 11-12). Finalmente intervino Santiago, responsable del grupo que observaba la ley judía: “Hermanos, escuchadme. Simeón ha referido cómo Dios, ya al principio, intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su nombre. Con esto concuerdan los oráculos de los profetas, según está escrito: Después de esto volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída, reconstruiré sus ruinas y la volveré a levantar. Para que el resto de los hombres busque al Señor y todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre, dice el Señor que hace que estas cosas sean conocidas desde la eternidad. Por esto opino yo que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de lo que ha sido contaminado por los ídolos, de la impureza, de los animales estrangulados y de la sangre. La tienda de David (levantada y renovada) es una señal para los gentiles que buscan a Dios. No hay que imponer la ley judía a los gentiles que se conviertan, pero los gentiles han de observar unos mínimos” (Hch 15, 13-20). Entonces los apóstoles y ancianos, de acuerdo con toda la comunidad, decidieron que dos miembros dirigentes de la comunidad de Jerusalén se desplazasen a Antioquia con Pablo y Bernabé, llevando una carta en la que se decía: “Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, hemos decidido de común acuerdo elegir algunos hombres y enviarlos donde vosotros, juntamente con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que son hombres que han entregado su vida a la causa de nuestro señor Jesucristo. Enviamos, pues, a Judas y a Silas, quienes os expondrán esto mismo de viva voz. Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza” (Hch 15, 23-29). Los delegados comunicaron en Antioquia las decisiones tomadas y entregaron la carta. Los hermanos se alegraron al recibir aquel aliento. Es interesante notar que el decreto de Jerusalén no contiene ninguna declaración doctrinal. De lo que trata es del comportamiento que deben guardar los hermanos en las iglesias formadas por judíos y gentiles para que puedan tener koinonía (del griego: comunión eclesial) y poder, además, comer juntos y, esto es muy importante, partir el pan juntos.

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En realidad, la cuestión acuciante que estaba en el tapete en ese momento era la unidad de la Iglesia. ¿Habría una sola iglesia formada por creyentes judíos y gentiles, o dos iglesias separadas, una formada por judíos que seguían guardando escrupulosamente toda la ley de Moisés, y otra formada por gentiles que no se ceñían a ella, salvo al decálogo? ¿Una iglesia que consideraba a la comunidad de Jerusalén como la iglesia madre y otra que miraba a la de Antioquía? Ciertamente la iglesia de Antioquía era la iglesia madre de las iglesias fundadas por Pablo y Bernabé en sus viajes. ¿Pero podía la iglesia de Antioquía tomar decisiones vitales prescindiendo de la de Jerusalén, donde estaban los tres pilares de la iglesia: Pedro, Juan y Santiago? Antioquía nunca lo habría soñado, ni Pablo, tan preocupado por mantener la unidad de la iglesia, lo hubiera permitido, fue él quién insistió en que fuese Jerusalén la que decidiera las cuestiones que habían causado zozobra entre los creyentes. Aquí hay una paradoja: De un lado Pablo insistía con gran énfasis en señalar que el encargo y el llamado que él había recibido de predicar a los gentiles no dependía de ningún hombre, sino que procedía directamente de Dios; de otro, él daba gran importancia a que las decisiones sobre los temas en que había opiniones encontradas, fueran tomadas por la iglesia de Jerusalén donde estaban los apóstoles que habían estado con Jesús, y sus allegados más cercanos. Un aspecto intrigante del llamado “Decreto de Jerusalén”, es que no se menciona para nada el sábado, a pesar de la importancia que tenía para los judíos. Los pueblos paganos, como sabemos, no guardaban el sábado, no tenían un día de descanso semanal, y tildaban a los judíos de ociosos por hacerlo. ¿Guardaban el descanso semanal los discípulos judíos de Jesús después de su muerte? Aparentemente sí, pero es una pregunta difícil de contestar por la falta de evidencias seguras. Por lo pronto no se reunían los sábados para orar sino que solían hacerlo al día siguiente, que empezaron a llamar el día del Señor (en latín Domínicus dies, de Dóminus, es decir, Señor, de donde vienen las palabras domingo, en español; doménica, en italiano; dimanche, en francés, etc.), en recuerdo de la resurrección de Jesús. Pero no descansaban ese día, ni les hubiera sido fácil hacerlo a los que trabajaban por su cuenta y a los asalariados. Los fariseos convertidos, que eran celosos de la ley y que querían imponer la circuncisión a todos los creyentes, posiblemente sí guardaban el sábado. ¿Por qué no trataron de imponer con el mismo rigor a los gentiles el descanso sabatino si ése era también un punto muy importante de la ley? Jesús mismo sí lo guardaba pues Él cumplió toda la ley, aunque criticara la excesiva reglamentación de su cumplimiento desarrollada por las tradiciones judías, la llamada Torá oral, y diera al sábado un nuevo significado. Pero es poco probable que los “nazarenos”, o que Santiago, el hermano del Señor, viviendo en un ambiente judío, no se sintieran obligados a guardarlo. Todo hace pensar que Jesús nunca tuvo la intención de reemplazar el descanso en sábado por el descanso en el primer día de la semana, y así lo entendió la iglesia de Jerusalén. Fue Pablo quien vio la dificultad que para los gentiles convertidos representaba guardar el sábado fuera de la tierra de Israel (Col 2, 16). Otro aspecto interesante de la carta redactada por la iglesia de Jerusalén, posterior al Concilio, es que no decreta ni impone a sus destinatarios las cuatro directivas de conducta, sino sólo las recomienda: haréis bien en guardar estas cosas (Hch 15, 29). La iglesia de 22

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Jerusalén, pese a su reconocida eminencia, no ejercía autoridad sobre las iglesias hermanas. Sólo más tarde se desarrollará el principio de autoridad de una iglesia sobre otras, y eso muy lentamente. Otro aspecto que conviene señalar también es que la carta no está dirigida a todas las iglesias gentiles, sino sólo a la iglesia de Antioquía y a las de Siria y Cilicia que dependían de ella, y no a todos sus miembros, sino a los hermanos gentiles de entre ellas, porque los creyentes judíos seguían guardando toda la ley. Ese parece ser el sentido del capítulo 15, versículo 21, donde se dice que “la ley de Moisés es enseñada en las sinagogas todos los sábados”, lo cual quiere decir que los discípulos judíos acudían a la sinagoga en sus ciudades, y que probablemente guardaban toda la ley. Eso nos pone ante el cuadro siguiente: en las iglesias mixtas, es decir formadas por creyentes judíos y gentiles, al hacer mesa común, los creyentes judíos se ceñían, como estaban acostumbrados, a las prescripciones alimenticias de la ley mosaica; los creyentes gentiles, por su lado, a fin de no chocar a sus hermanos judíos, se abstenían de lo indicado en los tres puntos de la carta tocantes a la alimentación. Con el tiempo, a medida que la iglesia judía fue superada en número por las iglesias donde predominaban los creyentes de origen gentil, es decir, pagano, las prescripciones alimenticias mosaicas fueron cayendo en desuso entre los cristianos, incluso judíos. De este modo quedó resuelto de modo definitivo el problema de las relaciones entre cristianismo y Ley mosaica. Los judeocristianos siguieron existiendo todavía durante cierto tiempo en Palestina, pero como un fenómeno minoritario y residual, dentro de una Iglesia cristiana, cada vez más extendida por el mundo gentil.

Entonces la iglesia, en todas las regiones de Judea, Galilea y Samaria, tenía paz y crecía espiritualmente. Vivía en el temor del Señor, y con la ayuda del Espíritu Santo iba aumentando en número. Hch 9, 31

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