El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa

El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa Situación contemporánea. La enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica. Los ap

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El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa Situación contemporánea. La enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica. Los aportes de Evangelii Gaudium (I° Jornadas de Sabiduría Cristiana, Viernes 30 de Mayo de 2014, Anfiteatro de la UNSTA, 18.00 hs.)

Ricardo von Büren

1.- Muy buenas tardes. Antes de desarrollar mi disertación, quiero, al menos brevemente, agradecer y felicitar a los organizadores de estas “I° Jornadas de Sabiduría Cristiana”. Agradecerles, por haberme invitado a participar en carácter de expositor en un acto de esta envergadura. Y además, felicitarlos por este nuevo espacio de encuentro formativo, que se suma a los ya abiertos el año pasado con el de las Jornadas Sociales y el de las Jornadas de Literatura. Tenemos la esperanza que estos empeños se sostengan en el tiempo, para que su continuidad permita, en un clima académico y verdaderamente universitario, contemplar, vivir y transmitir, en cada una de estas Jornadas, la Verdad, el Bien y la Belleza, respectivamente. 2.- Entremos en materia. Estamos reunidos en torno de la Sabiduría Cristiana. Ése es el gran tema convocante de estas Jornadas. Y más allá de otros planos que la integran, debemos proclamar desde el comienzo de nuestra exposición, para evitar hablar de entelequias, que con aquella expresión, nos referimos a la Sabiduría encarnada, a Jesús, el Cristo, Señor “del cosmos y de la historia” 1. De manera que cualquiera de los aspectos de ese manantial sapiencial, que se hubieran expuesto en las conferencias de ayer o en las del día de hoy, incluso ésta, no pueden entenderse sino en relación íntima y directa con Cristo, que les dá su medida y su sentido profundo. Así lo enseña el Apóstol Pablo cuando enseña que “en el misterio de Cristo se encuentran encerrados todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). 3.- Señalado el tono cristológico y cristocéntrico en el que nos movemos, voy a referirme, en el espacio con que cuento, a una de las facetas de aquella Sabiduría Cristiana: la que tiene en lo social su eje central. Es la que se vincula con la vida comunitaria del hombre. También allí Cristo tiene una palabra salvífica que decir. Sabiduría Cristiana en lo social, que recoge, asimilando y depurando, el rico aporte del 1

San Juan Pablo II, Redemptor Hominis, n° 1.

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pensamiento clásico, griego y latino, sobre las materias morales, políticas, jurídicas y socio-económicas, elevándolo por su contacto con la Revelación, a un plano superador, cuyas más relevantes manifestaciones, desplegadas a lo largo de la historia, son el monumental corpus de principios de reflexión, criterios de juicios y orientaciones para la acción, conformado por la Enseñanza Social de la Iglesia (su dimensión propiamente doctrinal) y las consecuentes e innumerables acciones caritativas concretas (su dimensión práctico-prudencial). 4.- En el amplio universo de la Sabiduría Cristiana en lo social, nos detenemos a considerar una de sus temáticas fundamentales y de más acuciante actualidad, la de la profesión pública de la fe, a la que, precisamente, se ha referido el Santo Padre, el Papa Francisco, en su Visita Apostólica a Tierra Santa, el fin de semana pasado. Y vamos a hacerlo siguiendo, secuencialmente, los pasos del método “ver, juzgar y actuar”, tan importante para una adecuada lectura de los fenómenos sociales y para afrontarlos con decisiones y medidas adecuadas. Método, por otra parte, que es, justamente, una de las herencias intelectuales que nos viene por conducto del pensamiento griego (platónico, y singularmente aristotélico). Y remarcamos ésto, en una suerte de “hermenéutica de la continuidad sapiencial”, porque el propio San Juan Pablo II, en una notable aserción, estampada en su libro Memoria e Identidad, señala que “a la Política de Aristóteles se remite de manera particular la Doctrina Social Católica, que ha adquirido un notable relieve en los tiempos modernos por el impacto de la cuestión obrera” 2. De la mano del método “ver, juzgar y actuar”, abordamos el tema propuesto, de acuerdo al siguiente orden: en primer lugar (“ver: deliberar”), efectuaremos una mirada sobre la situación actual, para determinar el status quaestionis sobre el asunto. En segundo lugar (“juzgar: estimar), iluminaremos la cuestión con las luces que provienen de la doctrina cristiana, plasmada en el Catecismo de la Iglesia Católica. Y al fin, en tercer lugar (“actuar: ejecutar”), cerraremos nuestra intervención exponiendo algunas orientaciones o sugerencias que el Papa Francisco, ha propuesto desde sus enseñanzas, especialmente en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium. 5.- Es importante, antes de desplegar nuestra exposición, destacar las precisiones que sobre el método, que aquí usaremos instrumentalmente, ha efectuado el Papa Francisco, al establecer que el “ver” no consiste en una observación supuestamente neutral o aséptica de hechos, situaciones o instituciones 3. Supuesta neutralidad o asepsia 2

San Juan Pablo II, Memoria e Identidad: conversaciones al filo de dos milenios, trad. de Bagdan Piotrowski, Planeta, Buenos Aires, 2005, p. 58, cursivas en el original. Igual afirmación podría efectuarse en relación a otra obra señera de Aristóteles, su Ética a Nicómaco. 3 Incluso, Francisco advierte que, precisamente, en materia metodológica, se corre el riesgo de “ideologización del mensaje evangélico. Es una tentación que se dio en la Iglesia desde el principio: buscar una hermenéutica de interpretación evangélica fuera del mismo mensaje del Evangelio y fuera de la Iglesia. Un ejemplo: Aparecida, en un momento, sufrió esta tentación bajo la forma de asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de ‘ver, juzgar, actuar’ (cf n° 1)). La tentación estaría en optar por un ‘ver’ totalmente aséptico, un ‘ver’ neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la mirada. No existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces: ¿con qué mirada vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con mirada de discípulo” (Francisco I, Encuentro con el Comité de Coordinación del

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axiológica que no existe ni puede existir, puesto que el que “vé”, siempre lo hace desde una mirada impregnada de una impronta personal. En nuestro caso, se trata, en palabras del mismo Papa, de la mirada de “discípulo misionero”. Francisco esclarece que epistemológicamente, la perspectiva formal de conceptualización, es decir el objeto formal quo, la óptica desde la cual se observa el tema en cuestión, en nuestro caso, el tema de la moral social (objeto material), es una perspectiva cristiana.

1.- Ver (deliberar): La situación actual

6.- Desde distintas corrientes culturales ajenas e incluso adversas y hostiles al catolicismo, se ha coincidido con el diagnóstico que el Magisterio de la Iglesia efectúa sobre nuestro tiempo. Se admite que estamos transitando, no una mera época de cambios, sino, en realidad, un cambio de época. Somos testigos presenciales, y ojalá que seamos actores y no meros espectadores pasivos, del paso de la modernidad a un nuevo ciclo histórico, que algunos llaman post-modernidad, caracterizado por la vigencia hegemónica y avasallante del “relativismo cultural”, tantas veces denunciado y confrontado por San Juan Pablo II, Benedicto XVI, Francisco I, y los Obispos e intelectuales católicos en comunión con ellos. No obstante, el nuevo tiempo histórico en que vivimos, no es sino una profundización de las ideas centrales de la modernidad, sólo que llevadas al paroxismo de su máxima aplicación. Frente a nosotros, luego del momento destructivo de desmoronamiento de los últimos restos del Orden Público Cristiano, que la Iglesia había edificado en la Cristiandad medieval y en la Cristiandad hispanoamericana, asistimos ahora al intento de construir un Nuevo Orden Mundial, asentado sobre premisas que no son cristianas, y aún lo son anticristianas. En este proceso complejo (caracterizado por un gran avance en lo científico y en lo técnico, pero con notables retrocesos en lo propiamente humano), una de las problemáticas que afloran con mayor visibilidad, es la referida a la profesión pública de la fe. Si efectuamos una mirada panorámica sobre los últimos cincuenta años, veremos un ostensible deslizamiento en el tratamiento institucional, legal y cultural del asunto. Desde fines de la II° Guerra Mundial, y hasta las conferencias internacionales de la ONU, que se celebraron a fines del siglo XX y principios del XXI (por ejemplo, Beijin o El Cairo), en general (y dejando a salvo los regímenes marxistas, anti-teos y por ende antihumanos), subsistía, al menos en occidente y sus zonas de influencia, en las conductas de los gobiernos, de los grupos culturales e incluso en las leyes, un expreso reconocimiento del derecho a profesar públicamente la Fe. Esto ha cambiado y contemplamos hoy, cómo se despliegan cada vez con más virulencia, los rasgos agresivos de una cultura secularizada

CELAM, el 28 de julio de 2013). El Santo Padre, en Evangelii Gaudium, n° 120, habla del “discípulo misionero” que observa la realidad con “mirada creyente” (n° 84).

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y secularizante, herencia que nos ha dejado la modernidad y la caída de los regímenes del socialismo real. 7.- Veamos algunos hechos concretos: El primero. Cuando se tenía que elegir el Presidente del Parlamento de la Unión Europea, habiendo sido ya consensuado el nombre de Rocco Buttiglione (católico practicante y autor de textos de la Doctrina Social de la Iglesia), al haber concedido éste una entrevista periodística en la que se expresara en desacuerdo con la legalización de las uniones de personas del mismo sexo, bajo el instituto matrimonial, se desató en su contra una campaña pública y mediática que provocó que finalmente no pudiera acceder a dicho cargo. El segundo hecho. Sabemos también del accionar de las llamadas “comisiones de seguimiento” que existen en los organismos internacionales, dedicadas a monitorear a los países signatarios de tratados o convenios, para condicionar luego las ayudas económicas y financieras a aquellos que no adhieren al menú que se les propone: aborto, eutanasia, eugenesia, esterilizaciones masivas, homomonio, erradicación de la plaza pública de lo religioso. Tercer hecho. Es también vastamente conocido el constante embate en contra de la presencia de los Crucifijos en las escuelas y en los recintos oficiales, que se ha dado con particular énfasis, en Alemania y en Italia. Pero también aquí en la Argentina. Cristo, clavado en su Cruz, molesta. Cuarto y último hecho. Hace unos días conocimos la crucifixión de varios cristianos en países asiáticos, hecho que impactara tanto al Papa Francisco, al punto, según sus palabras, de conmoverlo hasta las lágrimas. Esta contra-cultura hegemónica, que inspira a la mayoría de los gobiernos occidentales y es sostenida por un aceitado poder cultural de alto poderío económico y financiero, se infiltra especialmente por intermedio de los mass media, que poco a poco, van instalando estas ideas nocivas para el hombre y los pueblos, hasta lograr imponerlas. E incluso, hechos que contradicen esta oleada contracultural, como la promulgación de la nueva Constitución de Hungría que reconoce a Dios como principio del Estado, reivindica su glorioso pasado cristiano, rechaza el aborto y el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo, o la prohibición dispuesta en la Federación Rusa a la celebración callejera del deprimente “día del orgullo gay”, ha suscitado las iras de estos poderosos centros de poder. 8.- Es claro que la letra de los textos legales internacionales aún reconocen expresamente el derecho a la profesión pública de la fe, pero es evidente, también, que es cada vez más fuerte la tendencia, en los hechos, a negarla y a perseguir a quien intenta ejercitarlo. Persecución dirigida, especialmente, a los católicos. Es la actitud que tan 4

gráficamente caracterizara Benedicto XVI, al llamarla “cristianofobia”. El Papa Francisco, en la misma línea, constata la existencia de “verdaderos ataques a la libertad religiosa o (de) nuevas situaciones de persecución a los cristianos, las cuales en algunos países han alcanzado niveles alarmantes de odio y violencia. En muchos países se trata de una difusa indiferencia relativista, relacionada con el desencanto y la crisis de las ideologías que se provocó contra todo lo que parezca totalitario” (Evangelii Gaudium, n° 61). Y en otros países, “la resistencia violenta al cristianismo obliga a los cristianos a vivir su fe casi a escondidas en el país que aman” (EG, n° 86). 9.- Frente a esta contra-cultura dominante, de raíces y manifestaciones contrarias al hecho religioso, se alzan voces notoriamente minoritarias y sin la fuerza cultural necesaria, al menos por el momento, para revertir el proceso. Y es claro que entre esas voces, la que más alto puede proclamar su Mensaje, es la Iglesia Católica, que como su Maestro, Jesucristo, es “signo de contradicción”, y desde hace tiempo es la única institución con presencia universal, que ha mostrado con palabras y hechos, su preocupación permanente por defender el derecho a manifestar socialmente las creencias religiosas, en enseñanzas que precisan rigurosa y ductilmente la materia y las diversas facetas que ésta entraña 4. Pero no se limita a ello, sino que al mismo tiempo, la Iglesia, consciente de que Jesús es el alfa y la omega, el principio y el fin de toda la creación, proclama que todo su esfuerzo apostólico en el medio social procura, como enseña Lumen Gentium, n° 31, “iluminar y ordenar todas las realidades temporales… de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y del Redentor”. 10.- Hemos esbozado, con una mirada de discípulo misionero, la situación actual en torno de la profesión pública de la fe. Cerramos este primer apartado con la palabra del Papa Francisco, citando dos textos suyos. En el primero, el Papa corrobora el diagnóstico que sucintamente hemos propuesto: “En este mundo de hoy, la libertad religiosa se discute más que se practica. De hecho, es un principio que se vé sometido a la fuerza, de diferentes maneras, y que muchas veces se viola. Los graves ataques infligidos a este derecho fundamental suponen una fuente de preocupación muy seria, por lo que debemos esperar la reacción unánime de todas las naciones del mundo a la hora de reafirmar la dignidad de la persona humana” (Francisco I, “Discurso en la visita oficial del Presidente de Italia, Giorgio Napolitano”, Sábado 8 de Junio de 2013) En el otro texto, Francisco insiste en la centralidad de Jesucristo para satisfacer las necesidades del hombre, incluso en su vida social: 4

El conjunto de documentos magisteriales que conforman la Doctrina Social de la Iglesia, desde mediados del Siglo XIX hasta nuestros días, son un muestrario acabado de esta solicitud eclesial sobre el tema.

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“Sí. Jesús es más que nunca necesario al hombre de hoy, al mundo de hoy, porque en los ‘desiertos’ de la ciudad secular, Él nos habla de Dios, nos revela su rostro” (Francisco I, “Discurso a los participantes en la peregrinación de la Diócesis de Brescia”, Sábado 22 de Junio de 2013)

2.- Juzgar (estimar): el Catecismo de la Iglesia Católica (n° 2104-2109)

11.- Constatado el status quaestionis del tema que nos convoca, pasamos a analizarlo en sede sistemática, a la luz de la síntesis de la enseñanza cristiana expuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica, esa joya doctrinal que nos legara San Juan Pablo II. La que, en particular, en su Tercera Parte, la Parte Moral, lo que el cristiano debe obrar, presenta la dimensión comunitaria y pública del hecho religioso. Y significativamente, esta Parte del Catecismo, lleva por título “La Vida en Cristo”, con lo que el texto magisterial quiere destacar desde el inicio mismo de su exposición, que Cristo, su Persona y su Evangelio, y no otro, debe ser el centro neurálgico de la vida del fiel cristiano, tanto en sus manifestaciones individuales como en las sociales. En ese marco doctrinal, brindado por el Catecismo de la Iglesia Católica, nuestro tema se sitúa en la exposición de los contenidos del I° Mandamiento: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas”. Al explicar sus alcances, el texto introduce un apartado al que denomina “El deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa”, que se transforma en el lugar teológico, sistemáticamente hablando, del tópico que estamos estudiando, el de la profesión pública de la fe. Y en él nos vamos a detener. Resulta sugerente, comprobar que es la primera vez que un catecismo universal aborda el tema. No lo hizo el Catecismo Romano, de San Pío V, publicado luego del Concilio de Trento (a fines del Siglo XVI), ni tampoco el Catecismo Mayor de San Pío X, que vió la luz después del Concilio Vaticano I (a principios del XX). Y sí lo hizo el Catecismo de la Iglesia Católica, de San Juan Pablo II, publicado con posterioridad al Concilio Vaticano II (a fines del Siglo XX). Analicemos, pues el Catecismo, que en el título que señalamos expone sus enseñanzas en los numerales que va desde su n° 2104 a su n° 2109. 12.- Toda la elaboración doctrinal, parte de una mirada sobre el ser humano en la que descubre, en éste, su natural tendencia hacia lo religioso. Dice el n° 2104, que “ ‘todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo, en lo que se refiere a Dios y a

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su Iglesia y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla’ (DH 1). Este deber se desprende de su propia naturaleza (DH 2)”. La obligación que pesa sobre todo hombre de buscar la verdad, y especialmente la religiosa, y una vez conocida, de abrazarla y practicarla, se funda, según el Catecismo, en la “naturaleza humana”. No es un deber exterior al hombre, que le sería impuesto “desde fuera”, sino que brota de su propio ser. El Catecismo, al afirmarlo, no ha hecho sino seguir, transcribiendo uno de sus pasajes, la Declaración conciliar Dignitatis Humanae, que a su vez propone una verdad atesorada tradicionalmente por la sabiduría cristiana, como puede apreciarse en una de las fuentes más relevantes, tanto del CEC como del Concilio Vaticano II: el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, Doctor Universal de la Iglesia 5. En efecto, en su obra más importante, la Suma de Teología, el Aquinate, al abordar el estudio de la Ley Natural, dentro de su “Tratado sobre la Ley”, se refiere expresamente al tema. Lo hace en la I-II, q. 94, a. 2, respondeo. Allí señala que los preceptos de la Ley Natural son múltiples, y que su prelación deriva del propio orden de las inclinaciones naturales del hombre, perfeccionadas por la mediación de su razón. La tercera de las inclinaciones, la específicamente humana (pues las anteriores: la primera, “conservar la propia vida individual”, le es común con todos los seres vivos, y la segunda, “propagar la especie”, con todos los animales irracionales), la tercera, decíamos, es aquella por la cual la persona procura su plenitud racional, esto es, propiamente humana. Dice el Doctor Común: “Finalmente, se dá en el hombre una inclinación al bien según la naturaleza racional que le es propia; y de acuerdo con ella, el hombre tiene inclinación natural a conocer la verdad sobre Dios y a vivir en sociedad, Y según ésto, pertenece a la Ley Natural todo lo que se refiere a esta inclinación; como por ejemplo, que el hombre trate de superar la ignorancia, que no ofenda a aquellos con quienes convive, y todo lo demás que tiene relación con su naturaleza” 6.

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En relación al influjo tomista sobre el Catecismo de la Iglesia Católica, puede verse: Knockaert, André, “El Catecismo visto desde el ángulo de la cultura contemporánea” y Schönborn, Christoph, “Criterios de redacción del Catecismo”, ambos en El Catecismo posconciliar: contextos y contenidos (AAVV, González de Cardedal, Olegario y Martínez Camino, José Antonio -Editores-, San Pablo, Madrid, 1993), p. 100 y p. 92, respectivamente. Y en cuanto a la inspiración tomista de los documentos del Concilio Vaticano II, además de recomendar su lectura directa para comprobarla (cf. Optatam Totius, n° 15-16 y Gravissimum Educationis, n° 10), basta señalar la coincidente afirmación, en ese sentido, del Papa San Juan Pablo II (que fue uno de los Padres conciliares), en Fides et Ratio, n° 58; del teólogo y Cardenal Yves Congar (que fue uno de los principales peritos conciliares), en su El diario del Concilio: Cuarta Sesión, 2° edición, Estela, Barcelona, 1967, pp. 172-173 y del filósofo político Danilo Castellano, en su L’ ordine della política: saggi sul fundamento e sulle forme del político, Edizioni Scientifiche Italiane, 1997, p. 164. 6 Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, “Tratado sobre la Ley”, I-II, q.94, a. 2, respondeo, citado según traducción de Carlos Ignacio González, en el volumen que incluye junto con este Tratado, el “Tratado sobre la Justicia” y “El Gobierno de los Príncipes”, Porrúa, México, 1990, p. 28.

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El impulso natural que todo hombre tiene, que lo hace, como dice el Catecismo “un ser religioso” (n° 28), genera por un lado un deber, y por otro un derecho: el deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa 7. Deber y derecho, que no se contraponen sino que se armonizan, y pueden coexistir incluso en sociedades en las que se ha asumido oficialmente una inspiración religiosa particular. Este deber y este derecho, aparecen explicitados, luego del n° 2104, en los pasajes siguientes del documento. El primero, al que se llama “el deber social de la religión”, que es expuesto en el n° 2105, y el segundo, al que se denomina “el derecho a la libertad religiosa”, en los n° 2106, 2107 y 2109. En tanto que en el n° 2107, el Catecismo prevé la hipótesis de un estado confesional que encarna institucionalmente el deber social de la religión, y que al mismo tiempo, es respetuoso del derecho a la libertad religiosa. Veamos rápidamente que nos enseña el Catecismo sobre este deber y sobre este derecho. 13.- Comencemos por el deber social de la religión, teniendo presente, como señala el teólogo español José Román Flecha, que “es un tema delicado y difícil que apenas ha sido comentado” 8. Intentemos hacerlo. Para ello, nada mejor que analizar el texto mismo del n° 2105. Dice así: “El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Ésa es ‘la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la Religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo’ (DH 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan ‘informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive’ (AA 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar encada hombre el amor de la verdad y el bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica (cf DH 1). Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo (cf AA 13). La Iglesia manifiesta así la Realeza de Cristo sobre toda la Creación y, en particular, sobre las sociedades humanas (cf León XIII, enc. Inmortale Dei; Pío XI, enc. Quas Primas) Como se advierte, el pasaje que comentamos se organiza en varias proposiciones que se interrelacionan y dan sentido mutuamente, y que van desarrollando la enseñanza magisterial en una suerte de in crescendo, que parte del deber de los hombres y de las sociedades de tributar a Dios un culto auténtico, que subsiste en la “Religión verdadera” y “única Iglesia de Cristo”, pasando por la señalización de la misión apostólico social que atesora la Iglesia, de impregnar con el Evangelio todas las instancias que conforman el orden temporal, y concluir con la proclamación de la realeza universal, pero también social de Jesucristo. Cristo es Rey de los hombres y de las sociedades de los hombres. 7

Como lo había expresado la Congregación para la Doctrina de la Fe, en Libertatis Conscientia, n° 73, al señalar que “de la dignidad de todo hombre, creado a imagen de Dios (…), derivan unos derechos y unos deberes naturales”. En el caso que estudiamos, estamos frente al “derecho a la libertad religiosa” y al “deber social de la religión”, respectivamente. 8 Román Flecha, José, “La teología moral en el Nuevo Catecismo”, en El Catecismo posconciliar: contextos y contenidos, p. 171.

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Toda persona, toda familia, todo grupo humano, toda comunidad temporal, todo pueblo, toda cultura, movida en la búsqueda de la verdad por un impulso que les es propio e inherente a su propia naturaleza, tiene la vocación, está llamada, convocada, invitada a encontrarse con el Evangelio, que es Cristo, anunciado por la Iglesia. De allí que la Iglesia deba preocuparse, en todo tiempo y lugar -porque esa es su misión-, de que aquella aspiración del hombre y de los hombres pueda alcanzar su término, saciándose en el Encuentro salvífico con el Señor. De ese modo, como corolario necesario, se reconocerá el señorío de Jesús, en los ámbitos privados y públicos, individuales y sociales. 14.- Luego de haber expuesto en qué consiste el deber social de la religión, y mostrar la centralidad que en materia temporal tiene Cristo, su Persona y su Evangelio, el Catecismo pasa a desarrollar los alcances del derecho a la libertad religiosa. Y es significativo que lo haga, puesto que de ese modo, nos muestra que ambos no se contradicen ni se oponen sino que se complementan armónicamente, que es precisamente la tésis expresa que el maestro argentino Alberto Caturelli, defiende con su brillantez acostumbrada 9. El Catecismo de la Iglesia Católica, a lo largo de varios pasajes, recogiendo en su formulación, pasajes del magisterio que corre desde el Siglo XVIII al XX (Pío VI, Pío IX, León XIII y Pío XII), nos enseña qué debemos entender por el derecho a la libertad religiosa, al definirlo, aclarar su naturaleza de derecho natural y explicar lo que no es, pues como indicara Benedicto XVI, “la libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales” 10. Se trata del derecho de toda persona humana a no ser coaccionada por ningún poder humano en su búsqueda de Dios y en la profesión de su fe. Derecho que es una expresión del derecho natural inalienable de toda persona a la inmunidad de coacción, no específicamente religioso -aunque aquí se refiera a su formulación en dicho ámbito-, sino que abarca toda operación libre del ser humano. Se destaca, en la exposición del Catecismo, la importancia asignada a la virtud de la prudencia política gubernativa, en cabeza de quien detenta la autoridad, en su regulación concreta hic et nunc, en el aquí y ahora, del derecho a la libertad religiosa. Regulación que debe fundarse, no en la imaginación o el voluntarismo de cada quien, sino “en el orden objetivo moral”. Pero es destacable también, como contracara, la necesidad de la 9

Cf. Caturelli, Alberto, El Nuevo Mundo: el Descubrimiento, la Conquista y la Evangelización de América y la Cultura Occidental, coedición de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla y Edamex, México, 1991, pp. 333-363; Examen crítico del liberalismo como concepción del mundo, Gladius, Buenos Aires, 2008, pp. 48-77 y “La Ciudad de Dios y la ciudad del hombre”, en Cursos de Cultura Católica, La Doctrina Social de la Iglesia, II ciclo, volumen VI, Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 1989, pp. 167-193. 10 Benedicto XVI, Caritas in Veritate, n° 55. Enseña Pablo VI, en Evangelii Nuntiandi, n° 53, que sólo “nuestra religión instaura efectivamente una relación auténtica y viviente con Dios, cosa que las otras religiones no lograron establecer, por más que tienen, por así decirlo, extendidos los brazos hacia el cielo”. Es claro que el cristiano debe siempre respetar a todo hombre, cualquiera sea su condición, sin confundir la persona con el error o la verdad parcial que ésta postula Como enseña el Concilio Vaticano II, con un marcado sabor agustiniano, cuando en Gaudium et Spes, n° 29, expresa: “Es necesario distinguir entre el error que siempre debe ser rechazado y el hombre que yerra, el cual conserva la dignidad de persona, incluso cuando está desviado por ideas falsas o insuficientes en materias religiosas”.

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prudencia política obediencial, que debe inspirar a los ciudadanos que profesan el culto al momento de manifestarlo públicamente, regidos siempre por el Bien Común de la sociedad en la que viven. 15.- Al fin, luego de haber expuesto el deber social de la religión y el derecho a la libertad religiosa, el Catecismo, en el n° 2107, recogiendo nuevamente un pasaje de Dignitatis Humanae, se refiere a la hipótesis de una sociedad en la que una confesión religiosa tiene un reconocimiento legal especial, circunstancia que el Catecismo postula como una posibilidad real y válida, desde la perspectiva doctrinal. Supuesta la cual, no obstante, el derecho a la libertad religiosa sigue en pie, debiendo reconocerse y ejercerse, prudencialmente, en los justos límites que le marcan dicha peculiar situación histórica e institucional. 16.- Esta rápida recorrida por uno de los pasajes más trascendentes del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el gran tema de “la profesión pública de la fe”, nos permite a modo de resumen sintético de lo expuesto, aseverar que todo hombre está llamado, por un impulso que le es con-natural a su propia esencia, a buscar la verdad religiosa, que es Cristo, y a abrazarla cuando la ha conocido. Y que ejercitando libremente el derecho a no ser coaccionado en su búsqueda religiosa, toda persona tiene también el derecho de ser alcanzada por el Anuncio de la Iglesia, que en su testimonio apostólico, a su vez, tiene la obligación, por mandato del Señor, de ofrecerle la Gracia del Encuentro con el Salvador y Redentor, con Jesús, el Señor. Se trata, en los términos del Catecismo, de evangelizar a cada hombre, a cada familia, a cada sociedad, a cada pueblo y a cada cultura, para que, una vez evangelizadas, puedan vivir por su adhesión al Evangelio, su propia plenitud y perfección. Como enseña San Juan Pablo II, “no hay ningún progreso auténtico sin el respeto del derecho natural y originario a conocer la verdad y vivir según la misma. A este derecho va unido, para su ejercicio y profundización, el derecho a descubrir libremente a Jesucristo, que es el verdadero bien del hombre” 11. En última instancia, como pide el Concilio Vaticano II, el impulso apostólico social de la Iglesia se orienta a “instaurar en Cristo todo el orden temporal” 12, o como expresa el Catecismo, en su n° 2105, de “manifestar la Realeza de Cristo sobre las sociedades humanas”, es decir la Realeza Social de Cristo.

3.- Actuar (ejecutar): Orientaciones y exhortaciones de Evangelii Gaudium

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San Juan Pablo II, Centesimus Annus, n° 29. Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuositatem, n° 31; Ad Gentes, n° 1, Gravissimum Educationis, Proemio; Gaudium et Spes, 45.

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17.- Hasta aquí, hemos constatado, en una mirada panorámica sobre el mundo actual, que las corrientes culturales hegemónicas, pretenden institucionalizar a nivel internacional, un modelo en el que lo religioso, es recluído a la oscuridad de las conciencias, sin presencia pública ni aptitud para configurar las realidades temporales, y en el que, incluso, se ha comenzado a perseguir criminalmente a quienes intentan profesar públicamente su fe. Persecución que tiene por destino preferente a quienes adhieren al cristianismo. El laicismo antirreligioso actual, en crecimiento y expansión, es flagrante. Y diametralmente opuesto a la enseñanza de la Iglesia. Pero esa actitud implica, para la humanidad, encarar un callejón sin salida. Así lo enseña Francisco: “Algunos se creen libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte” (EG, n° 170). Ante la contra-cultura secularizada y secularizante que nos rodea, que niega el derecho a la “profesión pública de la fe”, el Catecismo de la Iglesia Católica, como lo pudimos apreciar en la recorrida que efectuamos por algunos de sus pasajes, evita los dos escollos más peligrosos, frente a los cuales se enfrenta todo cristiano: por un lado, el intimismo privatista (que recluye la Fe en el fuero íntimo de la conciencia, sin ser testimoniada públicamente), y, por otro, el naturalismo publicista (que, so pretexto de evitar el subjetivismo, se lanza a lo social, pero, sin fundamentos religiosos, se seca por dentro y sólo obtiene una presencia pública de corte secularista). 18.- En este cambio de época en que la Providencia nos ha situado, el fiel cristiano, ante la crisis contemporánea, una de cuyas expresiones más evidentes es el laicismo antirreligioso y militante, presente en la cultura y en las instituciones, no deber ser el furgón de cola de la post-modernidad, sino encarar un sostenido esfuerzo, animado por la Gracia, de suscitar creativamente una alternativa cultural que se plasme institucionalmente. Así nos exhorta San Juan Pablo II: “es oportuno afrontar la vasta problemática de la crisis de civilización que se ha ido manifestando sobre todo en el Occidente tecnológicamente más desarrollado, pero interiormente empobrecido por el olvido y la marginación de Dios. A la crisis de civilización hay que responder con la Civilización del Amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización” (San Juan Pablo II, Tertio Millennio Adveniente, n° 52). 19.- Frente a la confrontación entre la Sabiduría Cristiana en lo social, que tiene en Cristo su principio y fundamento, y la posición ideológica, cultural e institucionalmente dominante, se sitúan, también, las enseñanzas del Papa Francisco, expuestas especial aunque no exclusivamente, en Evangelii Gaudium. Con todo, debe tenerse en cuenta que Francisco no intenta desarrollar en sus intervenciones una acabada síntesis especulativa de carácter doctrinal, como lo hicieran con sus respectivos magisterios sus predecesores San Juan Pablo II y Benedicto XVI, sino que apoyado en lo que éstos enseñaron, a los que remite permanentemente, imprime un sello personal a su pontificado, asignándole un 11

cariz pastoral, cuya clave hermenéutica, no es sino su constante prédica para que se vuelva al centro de nuestra Fe: Jesucristo. Como lo dijera, en tantas ocasiones: “La meta de todo cristiano, es su configuración con Cristo”. Entre las orientaciones de Francisco, que proponemos como la tercera parte de nuestra exposición, el “actuar”, destacamos algunas especialmente relevantes para el tema que nos ha reunido. En primer lugar, que Francisco reitera y ratifica el talante cristológico y cristocéntrico que debe tener la mirada del discípulo misionero ante la realidad que lo circunda. Y ello, porque en el Plan Divino de la Salvación, enseña Francisco, “el Padre desea que todos los hombres se salven y su plan de salvación consiste en ‘recapitular todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo un solo jefe, que es Cristo’-Ef 1, 10-” (EG, N° 181). Por eso, la evangelización no es ajena a ninguna de las realidades del mundo, sino que debe llegar a todas, sin exclusiones de ninguna índole, para refractar en ellas el mensaje de Cristo. El Papa sabe que las personas humanas se desarrollan en sociedades diversas, que pueden conformarse de múltiples maneras, y que aunque, de hecho, no todas lo hacen respetando la realeza y el señorío del Señor, el hombre es un ser social y político por naturaleza. Su carácter comunitario no le es algo superfluo, un agregado prescindible o un apéndice. Forma parte de su naturaleza. E incluso, mostrando hasta dónde la socialidad humana es con-natural al hombre, Francisco expresa admirado: “La nueva Jerusalén, la Ciudad Santa (cf Ap 21, 2-4), es el destino hacia donde peregrina toda la humanidad. Es llamativo que la revelación nos diga que la plenitud de la humanidad y de la historia se realiza en una ciudad” (EG, n° 71). Los discípulos misioneros no pueden quedarse con los brazos cruzados, inertes e inmóviles, sino que movidos por el fuego del Espíritu, deben trabajar sin tregua por ofrecer una alternativa superadora y creativa a la contra-cultura contemporánea. Porque el empeño del cristiano por construir una ciudad temporal que rinda homenaje a Dios, no es algo opinable o accesorio, sino que surge del corazón del Evangelio, ya que “confesar que el Espíritu Santo actúa en todos implica reconocer que Él procura penetrar toda situación humana y todos los vínculos sociales” (EG, n° 178). Por eso, “vivir a fondo lo humano e introducirse en el corazón de los desafíos como fermento testimonial, en cualquier cultura, en cualquiera ciudad, mejora al cristiano y fecunda la ciudad” (EG, n° 75). En palabras del Papa, “es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades… La proclamación del Evangelio será una base para restaurar la dignidad de la vida humana en esos contextos, porque Jesús quiere derramar en las ciudades vida en abundancia (cf Jn 10, 10)” (EG, n° 74-75). Al fin, señalamos un último aporte del Papa. En el que siguiendo las enseñanzas magisteriales (pontificales y conciliares), de los últimos tiempos, Francisco acomete la importante cuestión del papel de los laicos en el apostolado social. Su índole secular, es decir, su inserción en el mundo, sin ser del mundo, les exige difundir el Evangelio en 12

medio de las realidades temporales, en las que están inmersos. Sin embargo, el Papa dá cuenta de un hecho perceptible de modo visible en todos lugares: La ausencia de una toma de conciencia sobre el rol que los laicos deben cumplir. La que se aprecia tanto de parte de los propios laicos, como de parte de los clérigos, que de modo clericalista, no permiten el crecimiento de aquellos en su vida y apostolado social. Lo que no implica negar la presencia de numerosos y calificados seglares que han dado su testimonio en los más diversos ámbitos sociales, sino de señalar un tendencia perceptible en demasiados ambientes que esteriliza no sólo a los mismos laicos, sino que termina afectando, incluso, la misión salvífica de la Iglesia, que se vuelve insípida. En efecto, “si bien se percibe una mayor participación de muchos (seglares) en los ministerios laicales, este compromiso no se refleja en la penetración de los valores cristianos en el mundo social, político y económico. Se limita muchas veces a las tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad. La formación de laicos y la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales constituyen un desafío pastoral importante” (EG, n° 102, paréntesis nuestro).

4.- Conclusión:

20.- Vamos terminando. Corresponde resumir el camino transitado: Mediante el recurso al método ver, juzgar y actuar, utilizado desde la mirada de discípulo misionero, hemos analizado una de las dimensiones fundamentales de la Sabiduría Cristiana, la que tiene en lo social, su núcleo fundamental. Y en ella, hemos dilucidado la acuciante cuestión del derecho a la profesión pública de la fe, efectuando una observación panorámica sobre la situación actual. A la que, luego, hemos iluminado con las enseñanzas del Catecismo de la Iglesia Católica. Y hemos cerrado nuestra indagación escuchando las orientaciones que en la materia, nos propone Evangelii Gaudium. El estudio efectuado sobre el tema propuesto, nos ha permitido constatar que, en síntesis, estamos en presencia de dos polos que están llamados a encontrarse. De un lado, el impulso que el hombre anida en su ser que lo hace tender a Dios, buscando la verdad, según aquello de San Agustín: “Nos hiciste Señor, para Ti, y nuestro corazón permanece inquieto, mientras no descanse en Ti” (San Agustín, Confesiones, I, 1)). Ese impulso ascendente del hombre, semilla depositada por Dios en su ser, que es confuso y se traduce en una búsqueda a tientas, expresada históricamente en variadas y diferentes manifestaciones (Cf. Catecismo, n° 2566), debe ser encontrado por otro impulso, que viene de arriba, descendente, movido por el propio Dios. Que se expresa en la Iglesia, Sacramento Universal de Salvación, la que como señala von Balthasar, no es un enclave de puros en medio de un mundo pecador, sino el movimiento dispuesto por Dios para anunciar la Verdad, que es Cristo, su Hijo, y donarlos la Vida que Él nos trae 13. En el impulso natural del hombre hacia la verdad, y en especial la religiosa, se actualiza el 13

Cf. von Balthasar, Hans Urs, Meditaciones sobre el Credo apostólico, Sígueme, Salamanca, 1991, pp. 74-75.

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derecho a la libertad religiosa, y cuando el hombre ha conocido, acogido y vive en Cristo, puede cumplir el deber social de la religión. De manera que, se vé con claridad, que se trata de dos instancias, dos movimientos que se armonizan adecuadamente en su formulación teórica o doctrinal (como lo muestra el Catecismo), y que también deben hacerlo en el plano práctico-prudencial, con modalidades diversas en su concreción particular, de acuerdo a épocas y lugares. Y en este diálogo salvífico, la llave maestra, el camino, la verdad y la vida, es la Persona de Cristo. Comenzamos nuestra disertación, destacando cómo estas Jornadas de Sabiduría Cristiana, no son sino un encuentro en torno de Cristo, la Sabiduría encarnada, y hemos intentado indagar una faceta de ese manantial sapiencial, el que sostiene la vida comunitaria de los hombres. Y al hacerlo, hemos comprobado que también en el plano social, el Evangelio de Cristo es la clave de bóveda para cualquier solución, y que es misión irrenunciable de la Iglesia, depositaria de ese don, anunciarlo a todas las naciones. Como cierre conclusivo de todo lo expuesto, nos quedamos con la exhortación del Papa Francisco, que desde el corazón de nuestra Fe, nos enseña que, en el fondo, se trata de identificarse con Cristo, acogiéndolo en la propia existencia y anunciándolo a los demás, de manera que por nuestra palabra y nuestra conducta, todo ser humano pueda tener la posibilidad de acceder a Él y a la plenitud de vida que nos regala gratuitamente. De modo que convertidos en otros cristos, podamos, entre todos, edificar un mundo de hermanos, fundado en la Caridad, la Civilización del Amor, en el que la Fe se profese públicamente, iluminando a todos los hombres, las familias, las sociedades, los pueblos y las culturas. Sólo así, la persona humana podrá ser promovida integralmente para que pueda ejercitar, consciente, responsable y alegremente, su deber social de la religión y su derecho a la libertad religiosa. Aferrados firmemente a la Persona y enseñanza de Cristo, no debemos cejar nunca en nuestro empeño por anunciar y profesar públicamente nuestra Fe en “el Evangelio”, que como nos enseña Francisco, “es el mensaje más hermoso que tiene este mundo” (EG, n° 277).

Ricardo von Büren

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