El hombre hace cultura Reflexiones en torno a la distinción entre cultura subjetiva y cultura objetiva en la teología de Rafael Tello

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El hombre hace cultura Reflexiones en torno a la distinción entre cultura subjetiva y cultura objetiva en la teología de Rafael Tello Continuando la perspectiva teológica inaugurada por Rafael Tello y valiéndose de algunos de sus escritos aún inéditos, el autor reflexiona acerca de la cultura como fruto del obrar del hombre concreto.

La preocupación por conocer la vida del hombre concreto argentino es una constante en la teología del padre Tello. En un artículo anterior (Vida Pastoral, 283) mostraba cómo esta preocupación partía de una doble vertiente: la enseñanza magisterial (principalmente la del Vaticano II y la de Juan Pablo II) y el acercamiento a la vida real del hombre argentino, tal y como él la organiza y la siente. Allí destacaba que para Tello el hombre concreto argentino vive en una cultura popular y que el conocimiento de esta cultura, lejos de ser accidental o secundario, pone en juego la fidelidad de la Iglesia a la misión recibida. Sin embargo, quedan aún muchas preguntas por responder. Sin duda, el corazón de la teología de Tello está en el reconocimiento de la existencia de una cultura popular que es cristiana, con un cristianismo popular, porque tiene fe verdadera. Pero esta afirmación medular se encuentra rodeada por una constelación de temáticas, algunas con incidencia directa sobre la afirmación principal y otras de orden más secundario, que es necesario abordar para hacerla más inteligible. Una de las temáticas con incidencia directa que urge indagar es la categoría de cultura tomada en un sentido global. Interesa saber qué entiende Tello por cultura, a qué se refiere cuando habla de cultura popular, qué lugar ocupa el hombre en su concepción cultural, cuál es la diferencia entre proceso histórico y cultura, cuántas culturas interactúan en la historia... Considero que la cuestión es de una importancia gravitante para comprender la originalidad del pensamiento de Tello, manteniendo en claro que su propósito es ofrecer una teología que sirva de sustento para la nueva evangelización, y no “exponer mi doctrina teológica, ni mi visión, sino buscar la intención de lo que Dios quiere con respecto a la pastoral” (R. Tello, Desgrabación clase 5 de octubre de 2000, inédito). En este artículo, luego de mostrar en qué sentido el padre Tello está interesado en la cultura, me concentraré en explicitar la distinción entre cultura subjetiva y cultura objetiva. Es una distinción básica pero no menos importante, pues nos permitirá gradualmente ir adentrándonos en consideraciones más sutiles. El interés por la cultura Son numerosos los escritos en los cuales Tello se dedica a analizar meticulosamente el origen y la evolución histórica, la realidad actual y el fin último de los distintos procesos culturales que influyen hoy día en Argentina y América Latina. En ellos podemos encontrar alusiones a muchos autores conocidos y a otros menos notorios, citas de libros en donde se expone tanto la estructuración de la sociedad medieval como la de la moderna y posmoderna, análisis de las rupturas y continuidades en estos procesos histórico-culturales, interpretación de las consecuencias que ellos tuvieron sobre la conformación de los pueblos latinoamericanos en la conquista y evangelización. Y, por supuesto, opiniones personales sobre el significado y sentido de la vida del hombre argentino, bombardeado incesantemente por propuestas que le son ajenas. Por otra parte, la referencia al magisterio universal y latinoamericano es permanente y explícita. En primer lugar Gaudium et spes, particularmente el número 53, constituye una cita inevitable que marca la apertura de la Iglesia contemporánea a los diversos

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pueblos del mundo. Pero también tiene un lugar Evangelii Nuntiandi de Pablo VI con la exhortación apremiante del número 20 a evangelizar la cultura “no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces y el reconocimiento del valor específico para la fe cristiana de la religiosidad popular en el número 48, cuestión estrechamente ligada en América Latina a la vivencia cultural del cristianismo. Asimismo realizó una recepción amplia y fructífera de Juan Pablo II, especialmente con la interpretación y aplicación de Redemptor hominis, pero también con el uso de categorías tomadas de Laborem Exercens en orden a clarificar la noción de cultura, como tendremos ocasión de examinar un poco más adelante. En el orden latinoamericano el documento de Puebla es citado en múltiples oportunidades y el texto conclusivo de la conferencia de Santo Domingo fue ocasión de un extenso comentario aún inédito titulado “Cuestiones de cambio social”.Sin embargo, a pesar de la abundancia de textos no es posible encontrar en ellos, como intención principal, la postulación de una teoría pastoral que se sustente y desprenda de una erudición sistemática. En todo caso, la primera pregunta que Tello formula cuando indaga en la cultura es sobre el modo de vida del hombre argentino. No habla de la cultura en un sentido abstracto y analítico para deducir de ella al hombre, sino que su afán por conocer al hombre lo lleva a descubrir la existencia de diversos modos comunitarios de valorar y organizar la vida, es decir, de culturas. En este sentido la cultura se convierte en objeto de estudio porque es principio de la actividad humana y, por tanto, instrumento por el cual el hombre establece una escala de valores para que la persona llegue a un nivel verdadero y plenamente humano, tal como lo enseña el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes (ver 53 y 55). Esta opción metodológica ofrece a su vez elementos para elaborar una antropología en donde los principios clásicos interactúen con las perspectivas que surgen del devenir histórico, evitando centrarse en una consideración de la cultura como realidad abstracta y cosificada. “Interesa aquí la cultura considerada no en sí misma sino desde una perspectiva pastoral. Por eso se debe atender principalmente al hombre y no a la ‘cosa’ denominada cultura, es decir se debe mirar al hombre desde el ángulo de la cultura. El Vaticano II elaboró una amplia doctrina sobre la cultura mirada pastoralmente y por tanto en referencia a la persona del hombre que es la que hay que salvar y a la sociedad humana que es la que hay que renovar (ver Gaudium et spes, 3)” (R. Tello, La pastoral popular. Nota (e) Cultura y pueblo, 8-9, inédito). Hay cultura porque hay hombres: está sería la perspectiva principal desde la que Tello parte para su reflexión. Son los hombres los que configuran y determinan en su fin último a la cultura, aunque también la cultura determina en cierto punto las opciones vitales de los sujetos. Pero esto debe afirmarse en un segundo momento, luego de haber dejado bien en claro la primacía del hombre por sobre los objetos. La acción humana imprime a la cultura un dinamismo que la vuelve viva y en algunos aspectos cambiante con bastante frecuencia. Esto no impide que haya elementos que permanezcan en el tiempo dándole su orientación principal. Los hombres y las culturas no cambian constantemente en sus fines últimos. Pero Tello señala desde un comienzo que esos fines son buscados por cada generación recreando con su genio propio lo que han recibido del pasado. La cultura no es una mera repetición de lo hecho por los antepasados o una identificación con los objetos dejados por ellos, sino una incorporación creativa de lo acontecido en la existencia concreta para buscar la plenitud personal. Aquí es necesario hacer un alto y alertar al lector, aunque sólo sea a modo de acotada referencia, que la búsqueda por estos caminos llevó a Tello a distinguir la existencia en nuestro continente latinoamericano de al menos tres culturas: la moderna (propia de los grupos ilustrados), la eclesiástica (propia de la organización temporal de la Iglesia) y la popular (propia de los hombres que conforman lo que podríamos llamar el pueblo bajo). La compleja relación basadas en confrontaciones y mutuas influencias que nuestro teólogo descubre entre ellas será tratada en próximos artículos, pues cada una necesita de una explicación adecuada para evitar posibles confusiones. Tan sólo

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me pareció oportuno advertir brevemente la presencia de las tres culturas, pues ellas aparecen espontáneamente cuando se leen los trabajos de Tello sobre el tema y durante el desarrollo de estos artículos me veré obligado en ocasiones a mencionarlas sin dar mayores explicaciones. La distinción entre cultura subjetiva y cultura objetiva Para explicar mejor su posición Tello recurre a la distinción que Juan Pablo II hace en laborem exercens 5-6 entre trabajo en sentido objetivo y trabajo en sentido subjetivo. El primero se refiere al avance de la técnica para someter la tierra, según el mandato del Génesis, la cual como conjunto de instrumentos de los que el hombre se vale para su tarea puede convertirse en su aliada, pero también en su adversaria, “como cuando la mecanización del trabajo suplanta al hombre, quitándole toda satisfacción personal y el estímulo a la creatividad y responsabilidad” (Laborem exercens, 5). El trabajo en sentido subjetivo, por su parte, rescata el carácter personal del esfuerzo humano, poniendo como centro y primer fundamento del trabajo al hombre mismo. El hombre trabaja como persona y todas las acciones que desarrolle en el proceso del trabajo, independientemente de su contenido objetivo, tienen que servir para la realización de su humanidad y para el perfeccionamiento de su vocación como persona. Por ello, dirá Juan Pablo II, es necesario reconocer “la preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado objetivo” (Laborem exercens, 6), pues el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo. Tello tomará esta distinción y la aplicará análogamente a la problemática de la cultura, distinguiendo entre cultura objetiva y cultura subjetiva. La cultura objetiva Por cultura objetiva entiende el mundo de los objetos a través de los cuales el hombre plasma de un modo exterior y permanente sus experiencias y apreciaciones existenciales. Es consecuencia de una habilidad o aptitud operativa que el hombre adquiere con la intención de expresar su interioridad como así también la de intervenir sobre la creación para hacerla más habitable o confortable. La cultura objetiva “se refiere a la obra hecha por la acción humana, pero que perdura independientemente de la acción, la subjetiva afecta al sujeto agente de la acción” (R. Tello, Anexo XI sobre Jubileo, 2, inédito). Es el universo de instituciones y objetos producidos por los hombres en su convivencia social. Se trata de creaciones humanas que están pensadas como espacios de expresión con un fuerte componente social. En esta línea pertenecen a la cultura objetiva tanto una obra de arte (como la escultura, la música, un libro), como así también los múltiples objetos tecnológicos y las adquisiciones de las ciencias humanas. La cultura como objeto es “como un universo creado por un pueblo... Un universo cultural producido por los hombres en su convivencia social” (R. Tello, Desgrabación clase 27 de mayo de 1999, inédito). En toda comunidad humana existe una cierta cultura objetiva que concretiza los usos, costumbres y anhelos de los hombres, como la lengua, la religión, los bailes, los juegos, las reuniones o encuentros. En esta lista ya hay una opción sobre la manera de concebir la cultura: ella no es algo refinado a la cual sólo acceden un determinado grupo de hombres, sino “algo común, ordinario, extendido a todos los que de algún modo pertenecen al medio histórico y en él se insertan” (R. Tello, Pueblo, historia y pastoral popular, 51, inédito). Este sentido objetivo lo encontramos tanto en la cultura moderna como en la cultura popular. Tello señala que “en Iberoamérica hay mucha cultura cristiana ‘objetiva’, muchas instituciones, usos, costumbres, que han formado un sustrato católico... Hay también muchas prácticas de religiosidad popular, algunas muy arraigadas” (R. Tello, La pastoral popular. Nota (e): Cultura y pueblo, 164, inédito). Sin embargo, la presencia de estos valores no debe hacernos olvidar que la persona está antes que la institución, aun de aquella que nos parezca constitutiva del pueblo. Tello sostiene que

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esta cultura objetiva no es “ni la esencia ni parte esencial de nuestra cultura popular” (R. Tello, La pastoral popular. Nota (e): cultura y pueblo, 165, inédito). Por tanto, Tello rechaza la primacía de la cultura objetiva a la hora de procurar el conocimiento del hombre. En verdad, la cultura objetiva es la expresión de la interioridad del sujeto y es en orden a él que hay que prestarle atención. Estudiar la cultura privilegiando los objetos es “separarla del sujeto que la crea y que por ella se expresa” (R. Tello, Cultura popular y cultura ilustrada, 5, inédito) y analizarla como una mera acumulación de productos culturales. Este tratamiento olvida que el hombre es el centro y el fin de la evangelización y de la reflexión teológica. “La cultura ‘objetiva’ es abstracta (abstraído quiere decir separado) porque es considerada separada del sujeto que la realizó. La Iglesia quiere atenerse ahora no al hombre abstracto sino al hombre concreto (Redemptor hominis), del mismo modo hay que entender que quiere referirse a la cultura concreta, es decir con su sujeto concreto y real. La Iglesia se ha ‘vuelto hacia el hombre’ –concreto– y por tanto, cuando trata de la cultura, de lo que pretende tratar es del hombre y su cultura” (R. Tello, Cultura ilustrada y cultura popular, 7, inédito). La cultura objetiva tiene así un claro aspecto negativo, sobre el cual Tello previene abiertamente: mirar la obra de los hombres (objetos e instituciones) sin olvidar que lo más importante es el hombre. “Tratando sin embargo de la cultura subjetiva muchas veces hay que referirse también a la objetiva, pero es siempre para determinar más aquella” (R. Tello, Anexo XI sobre Jubileo, 2, inédito). La cultura subjetiva A Tello le importa sobre todo lo que él llama cultura subjetiva. Ahora bien, ¿qué es la cultura subjetiva? Ante todo vale aquí recordar una vez más que la cultura es un principio de acción humana por el cual el sujeto genera una concepción global de la vida. Alejándose de cualquier posición elitista, Tello afirma que la cultura es el modo como el hombre concreto va gestando, mientas vive, un espacio para vivir. Por eso dirá que “la cultura subjetiva es una disposición habitual o permanente del hombre común, de todos, del hombre de pueblo, para obrar” (R. Tello, Desgrabación clase 20 de octubre de 1994, inédito). “Disposición habitual” y “obrar” son las dos palabras claves de esta cita sobre las que me quiero detener un momento. La primera nos recuerda la definición clásica de virtud y sugiere que, lejos de ser una actitud efímera, la cultura subjetiva es una tendencia arraigada en la memoria histórica del sujeto que lo induce a obrar espontáneamente, sin mayor esfuerzo y en sintonía con dicha memoria histórica, la cual no debe ser necesariamente explicitada conceptualmente siempre que se actúa (“memoria histórica” es un concepto muy importante para comprender la acción prudente de un hombre, especialmente de cultura popular. Aquí tan sólo lo menciono, comprometiéndome a volver sobre él con más detalle en otro momento). La segunda palabra nos indica que estamos en el plano de la vida y no en el de la elaboración especulativa o en el de la producción de objetos. Obrar aquí tiene que ver principalmente con el bien vivir y no con el bien pensar ilustrado o con el bien producir burgués. Sin duda que el obrar producirá algunos objetos. Pero, considerados desde la cultura subjetiva, “el ‘objeto’, lo realizado por la acción del hombre, no es ya lo principal. Aunque siempre deba ser considerado pues él ‘específica’ la acción, hace que ella sea tal o cual, pero dicha acción, sea tal o sea cual, pertenece a la cultura concreta, del hombre, y eso le da un sentido” (R.Tello, Cultura popular y cultura ilustrada,10, inédito). La “disposición habitual para obrar” rompe con un modo elitista e ilustrado de entender la cultura subjetiva, aunque no lo anula. Ésta, dirá Tello,“puede ser una cultura exquisita: es la que hacen los artistas, los escritores, etcétera. Es la cultura como una evolución artística; pero si el que escribe no es culto, eso no es válido” (R. Tello, Desgrabación clase 20 de octubre de 1994, inédito). Ese modo de comprender la cultura subjetiva ha calado hondo, al menos en la Argentina, vinculando estrechamente la subjetividad a la producción de objetos en su mayoría de corte individual.

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Es una alternativa seductora, pues puede ubicarnos en un universo en donde todo se resuelva en los límites claros y distintos de una comprensión ilustrada de la historia. De este tipo de cultura no nos ocupamos, afirmará Tello, porque no es suficiente para explicar el modo de vida de la mayoría de nuestra gente y porque explícita o implícitamente termina excluyendo. Por el contrario, partiendo de la “disposición habitual para obrar” esa acción cultural queda incluida, aunque no sea la única ni la principal expresión de la cultura subjetiva. Entiéndase bien: Tello no elabora su teología sobre un prejuicio anti-intelectual, oponiendo maniqueamente inteligencia a praxis; a lo que se resiste es a la construcción intelectual de la cultura según los criterios de los países centrales (el tan mentado primer mundo) para transponerlos e imponerlos en estas tierras sin tomarse el trabajo de atender al modo de valorar la existencia que los hombres y mujeres de este continente tienen ya hace quinientos años. La insistencia en clarificar el sentido de la cultura subjetiva hasta sus “mínimos detalles” está en orden a no perder de vista bajo ninguna circunstancia que la persona humana ocupa el primer lugar. Aun cuando Tello se refiera en otros escritos a la cultura en términos más generales (como cultura de la comunidad, o cultura popular, o cultura a secas) siempre pensará en términos de cultura subjetiva, pues se trata de que la persona llegue a un nivel verdadera y plenamente humano. “Cultura en sentido subjetivo sería la que le sirve al hombre ‘a la realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona que tiene en virtud de su misma humanidad’ (Laborem excersens, 6), para ser más plenamente ‘imagen de Dios’ (Laborem excersens, 6), la cultura es así un instrumento ético (más que técnico) de modo que la cultura esté en función del hombre y no el hombre en función de la cultura (Laborem excersens, 6)” (R. Tello,Nota e: Cultura y pueblo, 151, inédito). La cultura subjetiva es la del hombre concreto Recalcar la primacía de lo subjetivo sobre lo objetivo implica seguir sosteniendo, con otras palabras, la preeminencia del hombre sobre cualquier otra realidad en la acción pastoral. Conocer los objetos que el hombre ha creado y no preocuparse por conocerlo directamente a él en su existencia histórica y con sus hábitos reales no es una tarea inútil pero sí insuficiente. En esta concepción la cultura deja de ser una mera consideración erudita sobre las creaciones objetivas (tanto del pasado como del presente) para ser tenida en cuenta como la expresión históricamente dinámica de los anhelos de los hombres. Como afirma el documento de Puebla, “la cultura se va formando y se transforma en base a la continua experiencia histórica y vital de los pueblos; se transmite a través del proceso de tradición generacional”.(Puebla, 392). Hasta aquí llegamos por ahora. En el próximo artículo indagaremos en algunas de las consecuencias que trae aparejada la distinción que hoy presentamos. [Nota: Agradezco a la Fundación Saracho,quien posee los derechos de autor de los escritos del P. Rafael Tello, haberme permitido utilizar los textos inéditos para escribir el presente artículo.]

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