JUAN MANUEL FERNÁNDEZ PIERA
EL KEMPIS DEL ENFERMO Guía breve para vivir la enfermedad
SEGUNDA EDICIÓN
EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2007
Desde su aparición, El Kempis del enfermo ha tenido 20 ediciones en Sociedad de Educación Atenas
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín Edición preparada por Vicente Hernández Alonso © Ediciones Sígueme, Salamanca 2003 C/ García Tejado, 23-27 -37007 Salamanca / España Tlf.: (+34) 923 218 203 - Fax: (+34) 923 270 563 e-mail:
[email protected] www.sigueme.es ISBN: 978-84-301-1482-5 Depósito legal: S. 403-2007 Impreso en España / Unión Europea Imprime: Gráficas Varona, S.A. Polígono El Montalvo, Salamanca 2007
CONTENIDO
Presentación ................................................................
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Prólogo. El evangelio del sufrimiento ...................
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Introducción ................................................................
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I. ¿Tiene algún valor el sufrimiento? .................. 1. Llamada a la conversión .............................. 2. Camino de santificación ............................. 3. Obra de redención ........................................ 4. Para llegar a la meta ......................................
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II. ¿Cómo puede sobrellevarse el sufrimiento? ....... 5. Hacia la aceptación ....................................... 6. Con la oración ...............................................
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Epílogo. El buen samaritano ....................................
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Índice general ..............................................................
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PRESENTACIÓN
Vicente Hernández Alonso
La obra El Kempis del enfermo, editada por Sociedad de educación Atenas, alcanzó en 1998 su vigésima edición. El autor, Juan María Fernández Piera, sacerdote con larga experiencia de enfermedad, falleció en 1964. Ediciones Sígueme desea ofrecer a sus lectores una versión actualizada de esta obra que tan buen servicio ha prestado a quienes se han acercado a ella estando enfermos, pero también a los familiares y amigos de aquellos que sufren la enfermedad. La Carta apostólica Salvifici doloris (1984), de Juan Pablo II, ofreció una profunda reflexión sobre el sentido cristiano del sufrimiento del hombre. Teniendo de fondo esta doctrina, se ha realizado una amplia transformación de la versión original de El Kempis del enfermo. Permanecen sus dos partes iniciales, pero al mismo tiempo se han suprimido bastantes apartados y retocado los títulos. Algunos apartados se han fundido y aparecen con títulos nuevos. También se ha reorganizado el texto y, sobre todo, se ha reducido de manera drástica, manteniendo no obstante la literalidad y el estilo, así como su mensaje fundamental. Las abundantes citas de la sagrada Escritura, de los santos y de otros pensadores, que el autor introducía originalmente en su discurso, han sido entresacadas del mismo y se presentan ahora agrupadas en la segunda sección de cada uno de los apartados, convirtiéndose así en breves pensamientos para la meditación.
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Presentación
Por otro lado, se ha considerado oportuno incorporar a la obra dos fragmentos de Salvifici doloris. Del capítulo sexto, que lleva por título «El evangelio del sufrimiento», han sido seleccionados dos números que hacen las veces de prólogo y epílogo. Su contenido viene a ser una especie de síntesis de la carta del Papa y sirve al mismo tiempo de encuadre para todo el libro. Finalmente, y teniendo en cuenta que la obra estaba dirigida en principio al enfermo, El Kempis del enfermo suscitará sin duda el interés de familiares, amigos y profesionales de la salud. Para ellos se ha añadido como epílogo el último capítulo de la mencionada carta apostólica, titulado «El buen samaritano». Se trata de un comentario a la parábola evangélica ofrecido a todos aquellos que, bien por consagración o profesión, bien debido a las circunstancias de la vida, se enfrentan a la noble tarea de prestar su apoyo a quien está siendo probado por el sufrimiento. Creemos que de este modo la obra se actualiza, se simplifica, y resulta mucho más fácil de leer; además, se mantiene su finalidad original: ofrecer una ayuda al enfermo para que pueda hallar un poco de luz, al menos, para sobrellevar dignamente su enfermedad. Una última recomendación. El Kempis del enfermo es uno de esos libros que han de leerse poco a poco, más con intensidad que rápida y superficialmente. Cada pequeño apartado invita a la interiorización de lo que allí se dice o se sugiere. De hecho, podría ser considerado como una de esas obras sin principio ni final; en nada semejante a una novela, sino más bien como una guía breve que ayude a iluminar –ojalá sea así– el misterio de nuestro sufrimiento y nuestra enfermedad.
PRÓLOGO
Juan Pablo II, Salvifici doloris, 26-27.
El evangelio del sufrimiento Si el primer gran capítulo del evangelio del sufrimiento lo han escrito desde siempre aquellos que sufren persecuciones por Cristo, sin embargo, no es menos verdadera la participación en la escritura de dicho capítulo de todos los que sufren con Cristo, uniendo los propios sufrimientos humanos a su sufrimiento salvador. En ellos se realiza lo que los primeros testigos de la pasión y resurrección han dicho y escrito sobre la participación en los padecimientos de Cristo. Por consiguiente, en ellos se cumple el evangelio del sufrimiento y, a la vez, cada uno de ellos continúa en cierto modo escribiéndolo; lo escribe y lo proclama al mundo, lo anuncia en su ambiente y a los hombres contemporáneos. A través de los siglos y generaciones se ha constatado que en el sufrimiento se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial. A ella deben su profunda conversión muchos santos, como por ejemplo Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, etc. Fruto de esta conversión es no sólo el hecho de que el hombre descubre el sentido salvífico del sufrimiento, sino sobre todo que en el sufrimiento llega a ser un hombre completamente nuevo. Halla como una nueva dimensión de toda su vida y de su vocación. Este descubrimiento es una confirmación particu-
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El Kempis del enfermo
lar de la grandeza espiritual que en el hombre supera el cuerpo de modo un tanto incomprensible. Cuando este cuerpo está gravemente enfermo, totalmente inhábil y el hombre se siente como incapaz de vivir y de obrar, tanto más se ponen en evidencia la madurez interior y la grandeza espiritual, constituyendo una lección conmovedora para los hombres sanos y normales. Esta madurez interior y grandeza espiritual ante el sufrimiento ciertamente son fruto de una particular conversión y cooperación con la gracia del Redentor crucificado. Él mismo es quien actúa en medio de los sufrimientos humanos por medio de su Espíritu de verdad, por medio del Espíritu consolador. Él es quien transforma, en cierto sentido, la esencia misma de la vida espiritual, indicando al hombre que sufre un lugar cercano a sí. Él es –como maestro y guía interior– quien enseña al hermano y a la hermana que sufren este intercambio admirable, colocado en lo profundo del misterio de la redención. El sufrimiento es, en sí mismo, probar el mal. Pero Cristo ha hecho de él la más sólida base del bien definitivo, o sea, del bien de la salvación eterna. Cristo con su sufrimiento en la cruz ha tocado las raíces mismas del mal: las del pecado y las de la muerte. Ha vencido al artífice del mal, que es Satanás, y su rebelión permanente contra el Creador. Ante el hermano o la hermana que sufren, Cristo abre y despliega gradualmente los horizontes del reino de Dios, de un mundo convertido al Creador, de un mundo liberado del pecado, que se está edificando sobre el poder salvífico del amor. Y, de una forma lenta pero eficaz, Cristo introduce en este mundo, en este reino del Padre al hombre que sufre, en cierto modo a través de lo íntimo de su sufrimiento. En efecto, el sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior, sino interior. Cristo, mediante su propio sufrimiento salvífico, se encuentra muy dentro de todo sufrimiento hu-
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mano y puede actuar desde el interior del mismo con el poder de su Espíritu de verdad, de su Espíritu consolador. Pero no basta esto sólo. El divino Redentor quiere penetrar en el ánimo de todo paciente a través del corazón de su Madre santísima, primicia y vértice de todos los redimidos. Como continuación de la maternidad que por obra del Espíritu santo le había dado la vida, Cristo moribundo confirió a la siempre Virgen María una nueva maternidad –espiritual y universal– hacia todos los hombres, con el fin de que cada uno, en la peregrinación de la fe, quedara junto con María estrechamente unido a él hasta la cruz, y cada sufrimiento, regenerado con la fuerza de esta cruz, se convirtiera, desde la debilidad del hombre, en fuerza de Dios. Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. A menudo comienza y se instaura con dificultad. El punto mismo de partida es ya distinto; diferente es la disposición que el hombre lleva en su sufrimiento. Se puede sin embargo decir que, en la mayoría de los casos, cada uno llega al sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del «porqué». Se interroga sobre el sentido del sufrimiento y busca una respuesta a esta pregunta a nivel humano. Ciertamente dirige muchas veces esta pregunta también a Dios, al igual que a Cristo. Además, no puede dejar de notar que aquel a quien dirige su pregunta sufre él mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo, a veces se requiere tiempo, incluso mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo.