EL NACIMIENTO DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA

JUAN B. TERÁN EL NACIMIENTO DE LA AMÉRICA ESPAÑOLA Indice de la Obra 1 DEDICO A MIS HIJOS JUAN Y GASTÓN ESTA LECCIÓN DE AMOR A LA VERDAD Y A LAS

6 downloads 79 Views 1008KB Size

Recommend Stories


El Nacimiento de la Iglesia
Biblia para Niños presenta El Nacimiento de la Iglesia Escrito por: E. Duncan Hughes Ilustrado por: Janie Forest Adaptado por: Ruth Klassen Traduci

EL NACIMIENTO DE LA ACREDITACIÓN INTERNACIONAL 1
A AVALIAÇÃO INSTITUCIONAL NAS FEDERAIS ALFABETISMO CIENTÍFICO, DE UNIVERSIDADES LA UNIVERSIDAD YPOSSIBILIDADES CIUDADANÍA: EL DE MISIÓN LA ACREDITACIÓ

Story Transcript

JUAN B. TERÁN

EL NACIMIENTO DE LA

AMÉRICA ESPAÑOLA

Indice de la Obra 1

DEDICO A MIS HIJOS JUAN Y GASTÓN ESTA LECCIÓN DE AMOR A LA

VERDAD Y A LAS LETRAS

Índice de la Obra

2

ÍN DIC E D E “ EL N AC IMIEN T O D E LA A M ÉR IC A ES PAÑO L A” Ded icat o ria Pró lo g o PR ELIMIN AR ES IN TR OD UC CIÓN

I.

Las fu ent es d e la h is t o ria a merican a. - II. Las ced u las reales . - III. La ley en Es p añ a y en A mérica : d iv erso o rig en . - I V. Lo s p a p eles p riv ad o s . - V. Lo s cro n ist as . - VI. La v erd ad h ist ó rica IT AL I A Y E SP A Ñ A E N E L DE SC U B RI M I E NT O DE A M É RI CA

Capitulo I. - I. La n acio n alid ad d e Co ló n . _ II La ins p iració n it alian a y la o b ra es p añ o la. III. It alia y Es p añ a. - I V. Ps ico lo g ía d e Co ló n

LA TRANS FO RMAC IO N DEL CO NQ UIS TADO R

E L NUE VO M E DI O

Capitulo II. - I. El es p año l en t re los in d io s . - II D iferen c ia en t re el p aís co n q u is t ad o r y el n u ev o med io . - III. Test i mo n io d e Co ló n . I V. La t ro p icali zac ió n d el co n q u is t ad o r. V. La ed ad d e lo s co n q u ist ad o res . - VI. In flu en c ia d e u n n u ev o med io en el o rig en d e u n a s o cied ad

L A M UJE R Y L A FAM I LI A E N L A CONQUI ST A DE AM É RI CA

Capitulo III. - I. A us en cia d e mu jeres b lan cas . - II. La mes t izació n . III. La fa mi lia d el co n q u is t ad o r. - I V. Des ig u a ld ad en t re los p a d res . - V. A us en cia d e " h o g ar" . - VI. La u n ió n d e es p añ o l e in d ia f ru st ro ét n ica men t e la d es t ru cció n d e las razas co n q u ist ad as

EL CONQUI ST ADOR Y E L I NDI O

C a pi tul o IV. - I. El p ro v ech o d e las In d ias fu e el s erv icio de los in d ios. - II. La en co mien d a: s u o rig en y s ent ido . Bas e d e la n u eva so ciedad . - III. La en co mien d a no fu nd ó un feu d alis mo . _ I V. Lu ch a po r est ab lecerlo . - V. La en co mien d a y la d est ru cció n d e los in d ios. - VI. La co n n at u rali za ció n co n el ind io . A lg un os t est i mo n ios

3

LA NU EVA SO C IEDAD

LA CA BA LL ERÍA EN AM ÉRICA C api tulo V. - I. Caract eres del genio esp añol. - II. La hidalguía esp añola en A mérica. - III. Ap arición de nuevos s ent imient os en el nuevo medio. - IV. La hist oria de A mérica como la hist oria de dos inmigraciones . Sus caract eres

LA REBE LD ÍA - LA D ISCO RD IA C api tulo VI. - 1. La fidelidad p or el rey de Esp aña. - II. Su des ap arición en A mérica. Encono frat ricida. - III. Rebeldía en A mérica: G onz alo P iz arro. - IV. El est ado p ermanent e de rebelión. - V. La anarquía en las colonias . Los mest iz os. O rigen de la montonera y la t iranía en A mérica.

RELIG IO SID A D - G O BIERN O ESP IRIT U A L C api tulo VII. - I. La religios idad esp añola en A mérica. - II. La convers ión de Europ a y A mérica al crist ianis mo: s us diferencias , N orte y Sur A mé rica. - III. La evangeliz ación de A mérica. - IV. Su sup erficialidad. D es cristianiz ación del conquist ador. Sup ervivencia del fet ichis mo indio. - V. G obierno esp irit ual. D erogaciones en A merit a al derecho ecles iást ico. - VI. El p at ronat o real. Sus efect os en la vida esp irit ual. VII. Los verdaderos evangeliz adores.

LA FISCA LID A D C api tulo V III. - 1. Efect o moral y económico de "la encomienda de indios ". - II. La vida económica dep endient e del Est ado. La vida privada. El juego. - III. La conquist a como negocio fis cal. IV. Legis lación fis cal. Sus efect os. La concus ión. - V. La ext ors ión fis cal. El fraude. M onopolio. Contrabando. La p op ularidad de los cors arios . - VI. El funcionalis mo. La disput a p or los oficios.

EL D IVO RCIO D E LA LE Y CO N LA REA LID A D EN AM ÉRICA C api tul o I X. - I. O rigen legis lat ivo de A méric a. - II. La función de los cabildos co mo eje mp lo de legis lación. _ III. Las ley es como fuent e de hist oria americana. - I V. La legis lación nominal. - V. F igura s imbólic a del divorcio de la realidad y las let ras . - VI. EI curialis mo y la vaniloquia legis lat iva. La volunt ad del gob ernan te como ley verdadera. Los let rados en la conquist a. - VII. O ríge nes del derecho a mer ic ano. - VIII. La legis lación incons ult a como origen del movi mient o de la indep endencia.

LO S E SP ECT Á CU LO S C api tul o X. - I. La vida est ét ica en la s ociedad del s iglo X VI. II. Lle gad a de virrey es . Relat os de cronist as . - III. Los es p ect acu1os en las aldeas del s iglo X VI. P ot os í. - IV. Las fiest as religi os as.

C O N C LUS IÓ N LA CIU D A D A M E RICA N A C api tul o X I. - I. Europ a ha nacido de una invasión; A m érica de una irrup ción. - II. La ciudad ant igu a y la ciudad indiana. - III. Ca ráct er milit ar de ést a. - I V. EI p lano de la ciudad am ericana como e xpres ión de s u origen. - V. La ciudad de la conquist a y la ciudad moderna. - VI. La vida del si glo X VI.

4

EL A N T ICO N Q U I ST A D O R C api tul o XI I. - I. Cas as como míst ico. - II. H umanis t a y t eólogo. - III. Su t eoría p olít ica. - IV. A lcance de s u acción. - V. El ap óst ol de A méric a.

Índice de la Obra

5

PROLOGO I Este libro es un progra ma, una síntesis, cada uno de cuyos términos es susceptib le de convertirse, sin gran esfuerzo, a su vez, en otro libro. Quiere presentar, como un panora ma, la a mp litud de la materia en un solo golpe de vista. Prefier e mostrar la estructura y no la for ma y el color. Es arquitectural y no pictórico. Parece que tuviera urge ncia en decir la verdad que cree haber encontrado no a fuer za de rebuscar sino de pensar. Su pla n es el siguiente : el primer capítulo resume el significado del descubrimie nto de América como nexo entre la Edad Media y la Edad Moderna. El cuerpo del libro está for mado por nue ve capítulos. Los tres pri meros exponen los factores que trans for maron los ele mentos co mponentes de la nue va sociedad y fundaron así su origina lidad: el med io fís ico, la ausencia de mujer blanca, el régime n econó mico imp uesto por el país conquistador (Caps. II, III y IV). La contraprueba de la transfor mac ión está hecha en los capítulos V, VI y VII, con la desaparic ión de algunos rasgos esenciales de la raza que creó la sociedad amer icana. De rechazo nos muestran algunos de sus aspectos morales comp letados en los capítulos VIII, IX y X. Los dos capítulos fina les esbozan, el primero, la ciudad a mericana co mo testimo nio en el que la conquista ha dejado su alma,

y el último, el

"a nticonq uistador", expresa la vocació n señalada a América en sus orígenes por una figura en quie n ve mos el precursor del ideal de la revoluc ión libertadora. Por esa página este libro se co munica con otro que aparece simultánea me nte con él, y se lla ma La Salud de la América Española. Mie ntras éste nos dice có mo nació la América Española, el otro, aplicando una ma nera "vita lista" o "pedagógica", de ver la historia, nos advierte sobre la educación a que debe ser so metido aque l recié n nacido en el siglo XVI.

6

II Forma parte del plan no utilizar la opinión de historiadores modernos y atenerse a los solos docume ntos. Buscaba, aparte de otras, la ventaja de convalecer las defic ienc ias del historiador en el contacto directo con las fue ntes. En honor a la verdad debe decir que ha encontrado en ello, aparte de satisfacer una regla de disciplina, un motivo de placer estético. Sola me nte la extre ma inge nuidad igua la en seducción al arte refinado. El cronista Techo encanta como Oscar Wilde. La belle za no está en el medio, co mo la verdad, sino en los extre mos. El lector curioso encontrará la cita de los docume ntos que abonan la historia, al final de los capítulos. Las ideas funda me ntales que contie ne aparecie ron en la sección literaria de La Prensa de Buenos Aires, a cuya ilustrada dirección debo aquí agradecer la hospitalidad que les prestó. III Pido disculpas para hablar por única vez en primera persona, vio lando el precepto que prohíbe al autor ponerse en escena. Lo hago por motivo lírico sino pedagógico, lo que atenuará la falta. Es este libro uno de los primeros frutos de largos estud ios. He tenido por pasajera cualquier faena que los interrump iera, y aunque fuera - y lo era casi sie mpre- más ruidosa o más a mable. Y siéndola andaba urgido por abandonarla para vo lver al sile nc io de la meditac ión. Lo di para contar la lección de esta experienc ia, ya que metido una vez pedagogo, se sigue siéndo lo sin querer. Esta experienc ia me ha dicho - y he ahí quizá la única enseñanza del libro- cuá n recome ndable es co mo nor ma de vida, co mo secreto de salud y de placer, hacerse así, con una entrañada preocupación que nos posea, un refugio espir itua l, co mo una cabaña de piedra que 7

no atrae las miradas del pasajero, y sobre el que nadie tiene interés ni fuer za para echar la mano. Ya se puede salir por los ca minos y desafiar las luchas, sabiendo que tene mos donde curarnos de las heridas y reposarnos en las noches.

Índice de la Obra

8

Preliminares

9

INTRODUCCIÓN

Se sue le la mentar lo escaso y turbio de las fuentes de la historia colonia l de Amér ica y explicar por tales obstáculos la dificultad de esclarecerla. No son escasas ni turbias las fue ntes. En la montaña de papeles que aún guardan los archivos hay muc hos secretos que aclaran sucesos y co m pletan biografías, pero en los salidos a luz ha y el material necesario para co mprender el alma de ese pasado. No he mos hecho inventario de los vo lúmenes publicados atañederos a los trescientos años de las Indias. Son, sin duda, varios centenares los va lederos por uno u otro concepto y, entre ellos, los mayores, los tocantes a ese siglo XVI de gestación creadora, decisivo, definidor. El período de los reyes en la Ro ma antigua, que dura doscientos cinc uenta años, no los tiene más abundantes, para no citar los seis siglos que van del III al IX de nuestra era, dos veces su tie mpo, puesto que es época tenida por hermética y confusa. Diga mos más bien que la historia de Amér ica ha padecido por la fa lta de co mpulsa cuidadosa de los documentos y por el prejuic io de los co mpulsadores. La dis idencia en los juic ios sobre la vida de Indias no se funda en los hallazgos docume ntales, sino en las diversas ideolo gías, tendenc ias y sentimie ntos de los historiadores. Según sean ellos, hablan los papeles. El mis mo que funda una condena sirve a veces para alzar un pedestal. Cada época y cada escue la quiere verse aco mpañada por el pasado co mo un fantas ma propic io, y le presta su propia alma para tener la seguridad de lograrlo.

10

II En la elección de las fue ntes de historia a mericana nos he mos detenido sie mpre dela nte de las le yes y cédulas reales, co mo si fuera la más genuina. He mos tenido a los docume ntos ofic iales por expresiones de realidad social, cuando no eran sino expresiones de ideas y propósitos. Seducen esos docume ntos por su alto orige n y por su enfática lite ratura, adobados con consideraciones filosóficas y morales. El imperio con que están redactados hace creer que son ma ndato de un capitán que dirige los mo vimientos de su fala nge. Diga mos en su descargo que las cédulas reconocen frecue nte mente cómo ha n quedado baldías las precedentes y ordenan "en adelante más vigilanc ia en su cump limiento ", o se limitan a repetir las. Nunca más atinada la conducta que se ajuste a la nor ma de des confiar del va lor de los papeles públicos y palatinos que aplicaba a la historia amer icana. En ninguna parte la sociedad se atuvo menos a la le y que en la Amér ica de la conq uista. No vea mos en ella ni espejo ni nor ma regula dora de su realidad. Muestra, a lo más, la ley el ma l que mira corregir, pero no la to me mos como si el ma l se hubiera remediado. Cua ndo proveen medidas para refrenar el abuso de los enco mende ros y su crueldad con los indios, sepamos que aquél y ésta eran verdad, y no nos enga ñe mos pensando que el abuso o la esclavitud cesarán. Fue venc ido Gonza lo Pizarro, pero las ordenanzas sobre trabajo per sonal y repartimientos de indios que alime ntaron su ins urrecció n fueron revocadas, sin que tuvieran vida un solo instante, y sus secuaces recibie ron de ma nos del vencedor, más que perdón, protecció n y granjerías. Los mis mos oidores enviados para constituir el trib una l que habría de imp lantar las nue vas le yes libertadoras y vigilar su obediencia, hic ie ron todo lo necesario para frustrarlas. Más previsor el que debía impla ntarlas en Méjico no intentó po nerlas en práctica.

11

III No pensemos, entonces, de las leyes en América co mo de las leyes en España. En Amér ica la ley es un artific io; en Castilla y Aragón, de pósito de tradicio nes vividas durante siglos por infa nzo nes y pecheros que las crearon con s us fatigas, sus dolores y su sangre. En los fueros se ve, co mo en un cuadro, la vida palp itante de muni cipios y aldeas. Sean eje mplo de ello los fueros de Navarra, pintorescos, con sabor de vida, dra máticos, e mbebidos de ranc ios recuerdos do mésticos. Se practicaban las fór mulas le gales, y los jueces y oficia les reales de América prolijos en observarlas, precisa me nte porque con la cáscara que rían dis imular el esca moteo de la pulpa. El repertorio de fór mulas era copioso: las había para e mprender una jornada de pacificación o de conquista, para recib ir un nuevo go bernador o un nue vo obispo, para to mar posesión de un descubrimie nto, para recibir una cédula real que, "puesta sobre la cabeza", juraban cum plir, o para pasear el estandarte real en las procesio nes. Urdido con las fór mulas, co mo primores de su tejido, venía el ce re monia l y disputábanse sus detalles con ardor ma l contenido. Alrededor de la disputa for mábanse bandos que iban a las manos y a veces a la sangre. El desentenderse de la le y mis ma tenía como rescate el escrúpulo de la for ma. En la Amér ica, heredera de esa tradición, aún hoy, el goberna nte sigue cons iderándose ley viva, y va le más su decreto que una ley del congreso. No podemos tener por fue ntes fidedignas del pasado a mericano las Leyes de Indias. Las me mor ias de virreyes, las cartas de aud ienc ias o co misio nados reales tiene n la ventaja de exponer hechos, aunq ue las coloreen las pa siones de sus autores. Sabemos por ellas lo que acaecía, la trama de los sucesos, la s necesidades y pasio nes que las susc itaban. Hay que poner gran cuidado para no verse ind ucido a tomar por verdad lo que no es sino la versión preparada para obtener de la Corte alguna granjería o alguna venganza. Pero no desdeñe mos los papeles donde e stán presentes las pasiones, si 12

esta mos enterados de ellas, porque entonces son co mo cristales de aumento que per miten seguir los hilos de una madeja, a la ma nera de un microscopio que engrandece por artific io el objeto observado ante los ojos contraídos d el observador. Ya sabe mos que no pode mos juzgar a Cicerón por Salustio ni al arzobispo de Lima por el marqués de Cañete y, al contrario, el silenc io del uno y las invectivas del otro son pruebas que aquilatan la me mor ia de sus ene migos. Entre los papeles publicados hay copiosas infor macio nes de servicios, leva ntadas para obtener pre mios, rentas o dignidades. Género sospechoso éste, en el que alzan vue lo la fantas ía y la vanidad. ¿ Quié n no es un Aq uiles o un Ayax en estos relatos?. Sie mpre hubo testigos numerosos que sustenten la verdad de los heroís mos. Con razón decía un oidor al monarca: "Te nga cuidado porque hay muc ha colus ión de testigos y de partes en esto de avisar servicios que dicen haber prestado a vuestra ma jestad". IV Falla la mentab le en estas fuentes del siglo de la conquista es la de los papeles privados, explicable sin duda por lo azaroso de la vida y la ignoranc ia general, que a tanto alcanza, que entre los capitanes no eran los más los que supieran escribir. Hay, sin e mbargo, algunos que se le aproxima n en esto de transpare cer el alma de las ciudades incip ientes que no eran sino nidos huma nos tejidos con barro y paja, al azar de vientos y torme ntas. Son los pleitos privados, los procesos crimina les y los testa mentos. En las disputas privadas se exhibe desnuda la sensib ilidad. Sue len versar generalmente sobre derecho a una enco mienda o un indio yanacona. Nos parece ver los ojos despavoridos del ind io que presenc ia el de bate encarnizado, en el que, sie ndo la materia, es apenas un testigo. Los procesos se trama n a propósito de contume lias, de muertes, de blas fe mias, de embr uja mientos. La sangre no es fría ni las pasiones están dormidas y, donde no piensan, aparecen la pendencia, los go lpes, los asaltos, el asesinato. El testa mento es precioso documento. Conmue ve su lectura co mo un dra ma. Todo lo que dice es la verdad. Ahí está el alma fiera y devota, altanera y sumisa, a un

13

tie mpo, del guerrero y del pecador que creen en Dios y sus penas, en vísperas de sufr ir las. En ese león que va a morir se reconoce el corazón que rindió mu chas presas y no se rind ió nunca a la fatiga de una vida vertiginosa, y en la pupila que va a apagarse fulge un instante el fuego de la raza que peleó siete siglos con los ene migos de su fe. Otra fue nte preciosa, desgraciada mente escasa, es la de las me morias secretas de las órdenes religiosas. Hay papeles de otro origen que tie nen ese carácter, como las Noticias secretas de América ... de Jorge Juan y Anto nio de Ulloa, pero son excepció n. Pertenecen al género, por eje mplo, las instruccio nes de fray Matías de San Martín sobre casos de concienc ia de encome nderos. Las posibilidades que plantea y resuelve muestran los escrúpulos cuya tortura llevaba a los conquistadores al confes ionar io.

V La fue nte clásica es el relato de los cronistas, y por cierto que po demos estar satis fechos de poseerla, porque es abundante, varía, de de sigual valor e interés, pero segura por su ingenuidad y prolijidad. Muchos de ellos son actores en los sucesos que narran, como Bernal Día z del Castillo, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Jerez, Zárate; otros son cronistas ofic ia les, con priva nza en la Corte, ganosos de nue vos fa vores, pero todos, con alguna excepció n sin calor y sin vida, son de psicología simp le y de intenc iones transparentes, que no nos engaña n. Ninguno excede en lo que les da el encanto de primitivos - falto de arte y frescura infa ntiles- al viejo ho mér ida Berna l Día z del Castillo, desbordante de realis mo, que dice en dos líneas, sin estre mecimie nto, un heroís mo, una catástrofe, un mortal dolor, la vida intacta alzada enfren te del peligro y de la muerte. El español tie ne la vieja virtud, ya señalada por Séneca, de una ruda franque za para hablar de su país. M uchos papeles de la historia de la conquista la muestran, y

14

brilla en las obras de fray Bartolo mé de las Casas y de Jorge Juan y Anto nio de Ulloa, de ma nera singular. Un oscuro cronista reprocha a sus cole gas la benignidad para juzgar, y dice : "Los que vie nen a España dicen me ntiras a la Corte, y lo s que dicen verdad se desaniman porque no les creen". Pero todos contiene n una página, un pasaje, una línea, a veces la menos intencio nal o advertida, que da al historiador una luz radiosa con que descender por entre las so mbras del pasado. "El virrey, dice un oidor en 1557, está mal conmigo porque dejé de ir dos veces a misa en su casa, donde tengo que estar esperando a que se levante, arrimado a una ventana y después a una pared, a oír la". ¿ Igua lan su valor de interpretación de la vida peruana c ie n páginas descriptivas de la batalla de Salinas o Xaquixaguana? Ve mos mejor la altanería y el humor pendenciero de la época, que no en un prolijo anális is psicológico, en el inc idente del cojín de doña Ana Ve lazco, esposa del mar iscal Alonso de Alvarado que, por sacárselo una dama en la iglesia, provocó una represalia sangr ienta del tre mendo e infortunado mar isca1. Cua ndo el oidor Santillán casa a su sobrino Hernando con una niña de 10 años con pleito pend iente en su audienc ia, y prepara con tratos secretos la revocación de la sentencia por la que perdía un rico repartimie nto en Arequipa, se nos aparece con vivo colorido la sociedad nutriéndose del benefic io de los indios, co mo única savia. ¡Cuán cabalmente pinta una anécdota o un diálo go el fondo de una época o de un personaje! Cua ndo el marqués de Cañete dice: "Quien dejó a Margarita e Ine sita - que son sus infa ntas- en España, menester es que busque por acá qué enviar les", y cuando el virrey conde de Nieva da funcio nes en pue blos lejanos a Iñigo Ortiz para que quede Luisa de Vil1agra, su her mosa esposa, en Lima, sabe mos lo necesario para enterarnos de la honradez del uno y la pureza del otro. A veces las partidas de una cuenta exceden co mo dato para la pe netración histórica a un largo capítulo erudito. ¿ Qué más necesita mos aver iguar como prueba del orden financ iero de la conq uista y de las decantadas riq uezas que los reyes sacaron de América, que las

15

datas y cargos de los fiscales? El fisca l Ferná ndez, de Lima, nos avisa que M igue l Cornejo, tesorero de Arequipa, dejó al morir vacía la caja; el de Potosí, Hernando de Alvarado, quedó debiendo 20.000 pesos; su sucesor, Die go de Ibarra, en menos de dos años quedó empeñado en 5.500; debía al mor ir, el tesorero Alonso Riq uelme 3.200 pesos; y el de Lima, Alo nso de Almara z, en menos de dos años hizo alcance de 26.500. El ma l eje mp lo vie ne desde arriba. Cortés fue condenado a pagar 100.000 mara vedises por haber registrado oro a no mbre de Francisco de Santa Cruz, y haberlo e mbarcado como de pertenenc ia de éste. Fray To más de Berlanga hizo una inq uisic ión sobre las concus iones de Francisco Pizarra, y son muchos los testigos que dan datos que habría n lle vado a igual sentencia. Pero, en ca mb io, la Corte suspendió la ejecució n de otra d ictada contra Cortés y lo relevó de pagar 12.000 pesos oro, que el conq uistador había gastado juga ndo a los naipes durante la guerra. Tal inversión era juzgada con benevo lenc ia y quizá con bue nas razones. VI Taine decía en uno de sus ensayos de juve ntud que detrás del his toriador están el erudito que colecciona, el crítico que ver ifica, el filósofo que explica, pero que detrás de todos quedaba oculto el poeta que relata. La verdad histórica, viva, animadora, no fluye de los datos almace nados por el erudito, ni del huro neo del antic uario, ni de la generaliza ció n amb iciosa del filósofo, sino que, como una chispa, brota de la afinidad de la intuic ión con el hecho. No son más papeles los que ha me nester la historia de Amér ica, sino del historiador capaz de una percepción reconstructora, que a una aguda intuic ión nativa añada una concienc ia disciplinada, un profundo a mor a la verdad, y una fe ardie nte en la vida y en el porvenir humanos. En cuanto falta ésta, la verdad quiere ser desabrimie nto y sequedad, acritud o inte mperancia, porque no es sino máscara de desencanto o misantropía. La verdad histórica no es, co mo la astronó mica o la geológica, una verdad en sí. Es

16

una perspectiva vista desde una ventana que mira el porvenir, es decir, literalme nte una "prospectiva ". Si cerra mos la ventana, desaparece. La verdad histórica debe ir de reata con la vida. Es esto lo que he deseado practicar en el libro La Salud de la América Española, que aparece simultánea me nte con éste. El sentido más íntimo, el postulado esencial del humanis mo, de las huma nidades, es el de la solidaridad y perfectibilidad huma nas. De esa implicanc ia les vie ne su dignidad. Tie ne la historia esa polaridad sentime ntal y moral: la ascens ión hu ma na por obra del espíritu. Pero ha de ser fundada en la verdad porque sin el alimento de ese jugo la historia es decoración caduca. Si la dis imula la lisonja, la pervierte la vanidad de nación o raza, la oscurece el prejuicio de escue la, el e mpeño herido por el pecado de falsedad, no hará sino alumbrar lo que quiso esconder. En la historia de los historiadores de Indias hay un antecedente dig no de recuerdo. El conde de Puño nrostro, nieto del conq uistador Pedrarias Dávila, gobernador de Tierra Fir me, fundador de Pana má, suegro y matador de Vasco Núñe z de Balboa, for mó proceso a Antonio Herrera, el cronista de Indias, por ciertos juicios no muy favorables para su haza ñoso abuelo, que no los mereció nunca mejores. Herrera defend ió la dignidad de su ofic io dicie ndo que "ha de t enerse atenció n a la honra del cronista que ha escrito su historia con los papeles que se han traído de las Indias y que si hay nuevos papeles que los desmienta n desde luego, sin pleito, se da por conve nc ido". Los doctores Sobrino y López Bola ños, a qu ienes les fue so metido el asunto, dijeron que "habla ndo la verdad había cump lido Herrera la le y de su ofic io". He ahí palabras que no está ma l transcrib ir al princ ipio de estas páginas.

17

NOTAS La fu ent e do cu mental de este lib ro es p rin cipal ment e p ara lo que atañe al No rt e d el I mperio Esp año l la Colecci ón de do cu ment os in édito s relativos al des cub ri mi ento , con qui sta y colo nizació n de las posesi ones espa ñola s en Améri ca y Oceanía , sa cad os. en su ma yo r pa rte, del Real Archi vo de Indi as, p ub licados b ajo la d irecció n de D. Joaq u ín F. Pacheco y ot ros. M ad rid , 1864 -84. 42 Vo ls.; para el Su r la " Co lecció n d e pu b licacion es h istó ricas de la Bib lioteca d el Cong reso A rg ent in o", bajo la merit ís ima d irección de Don Ro berto Lev illier. Han s ido ut ilizados los cron istas p ri mit ivos, especialmente Bernal Díaz d el Cast illo , Cieza de León , A lv ar Núñ ez Cabeza de Vaca, Diego Fernán dez el Pal enti no, Agust ín de Zárate, Fr. Barto lo mé de las Casas, Fr. Reg inald o de Lizárraga. No ign oramos los lib ros mod ernos, mu ch os valios ísi mo s, p ero he mos prefe rido los h ech os y no otras id eas para fo rmar las nu estras. No deb e o lv id arse que est e libro se refiere exclus iva ment e al sig lo X VI y no ínt eg ra ment e. -Fun dad a en testa men tos y p ro cesos d e just icia d el crimen es pos ib le escrib ir la más fiel cró n ica de la v id a d el s ig lo X VI. Con t ales mat eriales t rataré de evo carla en mis Rel ato s d e un a ald ea del siglo XVI. Nad a parece ap ro xi marn os a un pasado co mo el d etalle mat erial en que co rrió su v ida. El inv entario de rop as, ar mas, reliqu ias y p apeles de Rod rigo d e Bas tidas , o d e los lib ros d e Diego M énd ez nos ayud a con u na lu z peregrina para en trever, en su int imid ad p rosaica y calu rosa, la v ida de esos héroes . -Una lista de los delitos q ue p rovocan los procesos es un in vent ario mo ral d e la s o ciedad . Véase una en Au dien cia de C ha rca s. Co rrespon den cia de p residen tes y oido res. Docu mento s d el Archivo de Indi as. Pub l. d ir. po r Ro berto Lev illier. M ad rid , Imp r. d e J. Pu eyo , 1918 -19 22. (Co lecció n de pub licaciones h istó ricas d e la Bib lioteca del Con g reso A rgent ino ), t . 3, p ág . 333.

Índice de la Obra

18

ITALIA Y ESPAÑA EN EL DESCUBRIM IENTO DE AM ERICA I No trata mos aquí la nacio na lidad de Colón, asunto que atañe más, dada la for ma de la polé mica que ha provocado, a la vanidad de cada pueblo, que a la consecue ncia histórica del hecho. Cua lquiera sea la verdad, no quitará nada ni agregará nada a la gloria de España o de Italia. El descubrimie nto será sie mpre una gesta e mine nte mente latina, aun que Colón hub iera visto la luz en Siria o en Irla nda. Italia será sie mpre la pro motora original del ha llazgo de las Ind ias. Podemos mante ner esta conclus ión aunque prevaleciese otra afir ma ción que ha provocado tamb ién copiosa bibliogra fía : la de que no exis tió la sugestión de Paolo del Pozo Toscanelli, el fís ico florentino, que según algunos habría sido decisiva para que Coló n buscara el Oriente por el Occidente, habiéndose negado, co mo se sabe, hasta la existenc ia del me ntor. Los libros de Henr y Vignaux y de Cesare De Lollis ma ntie nen viva la disp uta. Vignaux ha sostenido que Coló n no buscó el Asia y que la s cartas de Toscanelli son apócrifas. II Pero si Coló n no es geno vés ni Toscane lli existió, ¿qué queda de italiano en el descubrimie nto?. En la ins igne e mpresa hay dos rasgos sustancia les, dos motores de diversa calidad y alcance, una cumbre con dos vertie ntes. El rasgo heroico y aventurero es español.

19

La mesnada de paladines que acompañaron y siguieron al descubri dor son figuras épicas. Se lanzaron un día por mar a lo desconocido y durante un siglo desafiaron el misterio de un continente. La le yenda los buscará sie mpre co mo sus hijos predilectos. Pero hay otro rasgo en el descubrimie nto : el fin con que fue ideado, el requerimiento que lo suscitó, la temperatura socia l que maduró el pro yecto, la razón econó mica profunda que le señaló su hora en la historia. Eso es italia no en primer término. Italia dio desde el siglo XIII los navega ntes precursores de los des cubrimientos: PerestreIlo, Noli, Alvise Ca'da Mosto, al servic io de Por tuga l; los Zeno y los Polo, que viajaron a los extremos del mundo; Montecorvino, Pordeno ne, Marignolli, Conti. Fue otra, todavía, la obra de Italia : su afán por el co mercio reve lado durante las Cruzadas, su dominio de los mercados del Oriente con sus factorías en Tana, Caffa y Pera, sus perfeccio na mientos co nstantes en arquitectura nava l. No eran hechos accidenta les, era la acción espon tánea que le venía de su funció n de inter mediar ia entre el consumo de Europa y la producció n del Asia, que fue el imp ulso que cond ujo al descubr imiento. Quien tal papel dese mpeñaba sabía bie n cuál era la ma gnitud de los intereses que ese tráfico representaba y podía medir la gravedad que en cerraba la caída de Constantinopla, que lo impedía. Europa en el siglo XV había visto el vuelo extraordinar io de los consumos producido por el despertar de las clases medias, adve nidas al uso de mercaderías y productos que durante siglos había n sido el mo no polio de la noble za y los feudales. Italia vería traducido ese gran fenó me no en el cargo y data de los libros de sus co mercia ntes y en el trajín de sus puertos y bajeles. Era, ade más, quie n mejor representaba la transfor mació n social que originó la aparició n de esas clases medias y bur guesas dilige ntes, ingeniosas, calculadoras y sabias, lla madas a descoronar la nobleza guerrera, ignorante y fastuosa. Por eso germinaron en Italia las cienc ias natura les y positivas, las inve nc iones prácticas y útiles que alentaban e instrume ntaban la e mpresa que el arrojo español

20

realizaría. Si ToscaneIli es una figura de leye nda, como sie mpre, la le yenda corporizar ía fuerzas ideales. ToscaneIli sería la expresión, el no mbre que simbo lizar ía la idea, la reflexión, la voz que desde la sombra decide a la acción e infla ma el denuedo. Colón mis mo refleja bien ese rasgo med itativo, ese mirar ins pirado y sesudo que sirve de punto nuclear a la estrella gloriosa del descubrimie nto. Si Colón, "car ilue ngo, ber mejo y pecoso", sub flav a caesarzes, no hubiera nacido en Italia, era psicológica me nte un italia no, hijo ge nuino de un país que encarnaba el sentido de la realidad, el amor de la observación, el afán científico y la sagacidad prudente y dueña de sí mis ma. Si de un lado habían florecido las letras, el co mercio, las cienc ias naturales y cos mográ ficas, de otro lado había visto, por la propia fria ldad y cautela que el espír itu científico rezuma, prosperar la incredulidad, el epicureís mo, la astucia, la "med iocridad bur guesa ", el refina mie nto que huye de la aspereza, cua nto más del heroís mo. Mie ntras España soñaba con esa obra fa ntástica de la mo narquía universal, Italia calc ulaba la "ba lanza ", que era el eje de su política de más de un siglo, mid iendo día a día las fuerzas del Papado, de Nápoles, del Mila nesado y del Véneto, porque un pequeño desequilibr io podía abrir, y bien pronto abriría de par en par, las puertas del país a la invas ión extranjera. La civilizació n italiana refinada y madura era un árbol que llegaba a su otoño y que debía buscar en otro suelo que no fuera el extenuado suelo propio, la primavera que ger mine el destino amb ic ioso de su se milla. III Coló n figuró la trans fus ión del ge nio ita liano en el genio español. Italia había recibido co mo una herencia gratuita el fr uto práctico de las Cruzadas, jornada épica en la que no participó sino como pro veedora de la caterva de pueblos enfiebrecidos por la fe que desfilaban hacia la Tierra Santa. Cua ndo los obreros que practicaban los caminos del Occidente con el Oriente se

21

arruinaban, ella ganó riqueza y cultura, y de la riqueza y la cultura le vino el refina mie nto que le sorbió la vir ilidad del ánimo. Italia va a dar al Occidente un nue vo destino, y con su cienc ia, su comercio, su afán de nave gar y de lograr factorías, encendida por su extraordinar ia luc idez, va a abrirse un ca mino que la dejará por siglos oscurecida, porque el Mediterráneo, que ella gobernó como amo único y surcó con sus dromoni y sus sotilli, que llevaban la fortuna del mundo, va a ser en adelante un lago dormido. El ciclo inaugurado por la epopeya de las Cruzadas va a clausurarse con otra proeza equivale nte: el Descubrimie nto. Ambos extre mos de marcan co mo dos columnas el cuadro del es plendor italiano, de su lucha por la libertad primero, luego de su labor en las ciencias y las artes que culmina en Leonardo, Miguel Ángel y Ra fael. La empresa giga ntesca lle va en su seno el sello de las dos fuerzas que la imp ulsaron. El heroís mo español perdura el tie mpo necesario para triunfar e imperar. Será la conq uista de América una gesta cic lópea, pero, presente sie mpre el ger me n que Italia instiló en ella. América será, en el futuro, ante todo, la gran factoría que Europa necesita e Italia intuyó. Co mo el mundo feudal ganó su glor ia en las Cruzadas, pagá ndola con su ruina, España co mprará la suya al precio de su e mpobrecimie nto secular. IV Nacido en España o en Italia, Coló n fue por su espíritu antes del descubrimie nto un italiano y después del descubrimie nto un españo l. Nadie confund irá al descubridor con ninguno de los grandes ho m bres que España produjo en su siglo. ¡A cuánta distanc ia del Gran Ca pitán o de Cortés o de Pizarro se hallan la serenidad, la parsimo nia, el e mpeño estudioso de Colón!. Lo que en aqué llos es arrojo deslumbra nte es en éste tesón sile ncioso y sufr ido. España es una nación alzada en ca mpa mento bajo una fe uná nime que alient a una pasió n religiosa y mueve la voz de un rey único. El paladín ascético y el mo nje marc ial son sus "personajes reinantes ". Un sólo

22

gesto basta para señalar a la mesnada, el escala miento de la muralla ene miga, gozosa de rendir la vida en la de manda temeraria. Entretanto la vida italia na puede ser expresada por un ho mbre de a mplia frente serena y fatigada, quien entre tapices de Oriente, hojea con el afilado índ ice, que ostenta un ca mafeo, ma nuscritos que han lle gado entre fardos de especias y de telas desde Caffa o de Es mirna, y que vue lve por mo me ntos, alternativa mente, la mirada hacia la puerta de la estanc ia, por donde puede entrar sigilosa me nte la traic ión, o hacia la venta na que deja ver, por entre arboledas y rosales que crecen a lo largo de un canal, una cabalgata gala nte o la embajada que va a pactar la ve n ta de una ciudad, o grupos parleros de aire reposado que hablan en todas las le nguas y visten a veces trajes exóticos, paseándose a la orilla del mar, en el puerto de Venecia, de Ancona o Nápoles. De este amb iente procede Coló n, con sus letras profanas, su astro lab io, su globo de Martín Beha im, sus cuadernos náuticos, su precauc ión burguesa, que lo hace pensar dos veces en el Banco de San Jorge, lo hace dar consejos prolijos de arreglos fina ncieros a su hijo Diego y elogiar "e l oro excelentísimo del que se hace tesoro", co mo él mis mo dice. ¡Qué lejos esta mos de las cuentas del Gran Capitán! Pero asistimos luego a una cur iosa trans mutac ión: mie ntras el espa ño l Alejandro Borgia va a ser desde el Papado el símbo lo perfecto de ese mo me nto de Italia y dar a la historia el arquetipo del alma de su siglo en César Borgia, Coló n se impregna de la vida españo la y es, después del descubrimie nto, un místico, un iluminado español, que ve en el naufragio de Bobadilla un castigo del cie lo, que, después del segundo viaje, viste el saya l franciscano en las calles de Sevilla, y durante el cuarto oye la vo z de Dios en Veragua, durante la torme nta de los ochenta y ocho días. . Ya no es el meticuloso y avisado observador que reconoce la infle xión de las líneas isotermas, la influenc ia de las corrientes pelá gicas, la declinac ión de la aguja ima ntada o la influe ncia de la altitud en el clima. Ahora el descubrimie nto es un mila gro - "no me aprovecharon ni mate máticas ni mapa mundi, sino que lla na mente se cump lió lo que dijo Isaías " - y su fin no es otro que reunir los recursos necesarios para la conq uista de Jerusalé n.

23

Cua ndo Lorenzo el Magnífico, cifra de la plenitud del poder, la pasión por la naturale za y el arte y el amor por la gloria de su país y su siglo, protector de Leonardo, fie l a la tradició n de su abuelo, que lo fue ra de Toscanelli, muere a los 44 años, en abril de 1492, entre las delic ias de su Villa de Careggi y sus pláticas sobre Platón con Ange l Poliziano; parece que el so mbrío presagio de Savonarola va a cump lirse y eclipsarse la gloria de su país. A poco andar la capital del mundo va a ser entregada al saqueo y verá manc hados con sangre huma na los sagrados orna mentos de sus basílicas. Pero en agosto de ese mis mo año, otro italia no, o la cienc ia o la inspiración italia nas, que ha n creado la amb ició n cosmopolita para la que il mondo e poco, depositará el ger me n imperecedero de la estirpe latína bajo el nuevo cielo de Amér ica, conducido por la fe y el heroís mo de España, único pueblo que en ese mo mento de Europa era capaz de realizar el tantae molis erat romanam condere gentem y dar a los sagrados penates el refugio que proteja su vocación de eternidad, co mo los de Ilió n en el poema vir gilia no (Eneida, 1, 33).

NOTA S

El deb ate acerca de la n acio nalid ad de Co ló n ha sido resu mid o con con cien cia y pu ntualidad po r el Sr. Ró mu lo D. Carb ia, en su lib ro ed it ado p or la Facu lt ad de Filoso fía y Let ras de Buenos A ires , con el t ítu lo de La p atri a d e Cri stó bal Coló n: exa men crítico de las fuentes hi stó ri cas en qu e d escan san las aseveracio nes it álica s e hisp áni cas, acerca del o rigen y lug ar de na ci mi ent o d el d escub rid or de América . Buenos A ires, Peuser, 192 3. (Bu enos A ires. Un iv ers id ad Nacion al. Facu ltad de Filoso fía y Let ras. Pub licacion es d el Inst itut o de Inv estigaciones Histó ricas, N° XIX). Si b ien p rocla ma el crít ico q ue en el estad o actu al d e la in vest igación no pu ede d ecid irse en fo rma abso luta po r la tes is españ o la, es ev idente el mayo r valo r de los argu mentos de la tes is cont raria. Creo qu e t ien e alg uno la p ru eb a psico 1ó gica para d ecid ir el p leit o. Co lón p resent a todos los caracteres d e un italiano de su sig lo y carece as imis mo , antes d e su mist icis mo final, d e los rasgos españo les. El lib ro de Hu mbo ldt , que es h asta aho ra, me parece, el más sustan cial sob re la p erso nalidad mo ral del descu b rido r, rev ela clara ment e un alma it aliana, para no re ferirme a su ret rato fís ico qu e lo con firma: "cariluen go , b ermejo y pecoso" co mo d ice Lóp ez d e Gó mara; sub fl ava

24

caesa ries, co mo lo des cribe Ben zo n í cit ado po r Hu mb o ldt . (Hu mbo ldt, A . vo n. C ri stóbal C olón y el descub ri mient o de Amé ri ca , t . 2, p ág . 212). En cu anto a la tes is del o rig en it aliano con v ien e leer la argu mentación : d e Á ngel de A lt o la g u irre y Duvale fund ada en la aut ent icidad d el testamento , en el que el d escub rid or se con fiesa italiano (Boletín de la Real Academia d e Hist o ria. Madrid, 1925). -En cu anto a los caracteres opuestos de españo les e italianos puede v erse có mo fueron : o bser vados por los es crit o res d el s ig lo X VI, en el libro d e Ben ed etto Croce, La Spa gna nell a vit a itali a ma dura nte la Rina scen za . Para escrito res españo les e it alian os, Esp añ a era el país de la cab allería e It alia, de las let ras. Gaub erte, esp año l, decía hab land o de sus co mpatriotas : " la g ent e de acá and a mu y lejos d e las t ristes ganancias, int ereses y mercad erías, qu e en Italia se v end e co mo aqu í se d a; la gente d e acá tod a está puesta en cab allería, en h on ra, que n o en : o ficios d e manos ... " . Para el Ga lateo , it aliano , los españo les h ab ían enseñado a los it alianos cosas d ign as d e b árbaros, lib id inosas y crueles. Al Gran Cap itán se le at ribu ía el d icho : Es pañ a las armas , It alia la p lu ma. -Hay ejemp lares so ldados para most rar el rasgo avent u rero y h ero ico de la co nqu ista. A lgunos h an reco rrido la A mérica ent era. Prov oca part icu lar ad miración Hernan do de Sot o, co mp añ ero de Pizarro, conq u istado r de M ississ ipp i. Secun darios conq u istado res co mo el descu b rido r d e Tucu mán, Diego d e Ro jas , ha guerreado en Nueva Esp añ a, Panamá, Perú. y Tucu mán. Algu nos de sus so ld ados co mo Hern án Mexía M irav al h an p uesto sus manos en los cimientos de decenas d e ciu dad es, Gon zález d el Prad o ha galo pad o po r to do el Perú , desd e Tru jillo hasta el fuerte de Gabot o y se ha en cont rado en t odas las bat allas d el Perú. ( Gob erna ción del Tucu mán . Prob an zas de mérito s y servicio s: d e lo s conq uist ado res. Do cu ment os del Archivo de India s. Pub l. d ir. p or Rob erto Lev illier. Mad rid, Sucs . de Rivad en ey ra, 1919 -20, 2 Vo ls .) (Co lección de pub lica cion es histó ricas de la Bib liot eca d el Co ng reso A rg ent in o ). -El sent i mient o it aliano de q ue il mondo é poco lo en cuent ra Do ña Emilia Pardo Bazán en San Francisco . "Lo q ue sint ió San Francisco fu e un p ru rito irres istib le y ext raño d e salir d e Eu ropa y llegar hasta los ú lt i mos con fines de la t ierra hab it ad a po r el g én ero hu mano , a las más remo tas y d escon ocid as reg ion es del Asia y del Á frica, dond e ay er an id aba el águ ila agust in iana, don de de u na Ig les ia flo reciente só lo queda ban ru inas . Eran enton ces los país es maho metan os un a amenaza para la

25

civ ilización crist ian a y un camp o de esp inas y ab ro jos que San Francis co qu ería fert ilizar con : sangre. El Santo ent ró en la p rimer nav e qu e se dab a a la vela para Siria. Deshech a bo rrasca arro jó la embarcación cont ra las t ristes costas de Es lavon ia, y d eten ido el barco p ara carenarse, en An con a, tuvo qu e reg resar el mis ion ero qu e no des alent ado p o r el p rimer fracaso , d ecid ió pasar al Á frica cru zando t ierra esp año la; y aunqu e frustró su intent o la en fermedad qu e aqu í rind ió su cuerpo exten uad o, y a qued aba señ alada la ruta de las Hesp éridas a los frailes Meno res. A l tercer intento se lo gró el p ro pós ito d e San Fran cisco : las cró n icas nos le mu est ran p red icando al So ld án de Eg ipto , y desafian do a los u le mas a que at rav esasen una hog uera en cen d ida, cuyas llamas resp etarían al port ado r d el Ev ang elio '" (Pardo Bazán , E. Los Fran ciscan os y Colón . Con ferencia). -No const a que en el pri mer v iaje de Co lón acud ieron sacerdot es. -" Viajo en no mb re de la Sant a Trin idad y espero d e ella v ict oria". ( Rel acio nes y cart as d e C ri stobal Coló n, p ág. 375). Lo p reocu pab a sob re t odo la salvación de las almas d e los in d ios. ( Idem, p ág . 330). GEB HA RT, E. Les Origi nes de la Ren aissan ce en Ita lie. M ICH ELET, J. La Ren aissa nce. SIM OND E D E SISM O NDI, J. CH. L. Hi stoi re d es Républi ques Italiennes du Mo yen , Age. BO C CA RD O, G. Hi sto ria d el co mercio , de la in dust ria y d e la econo mía políti ca . MA CHIA VELLI, N. Ob ra s histórica s. M ad rid , Hern ando , 1892. ORTI y B RU LL, V. Renaci miento . CHA M A RD, H. La renai ssance. A LTA MIRA y CR EVEA , R. Hi sto ria de Esp aña y de l a civili za ción españ ola . Barcelon a, Tasso, 1901-19 06. 3 Vo ls. BU CK LE, H. T. Bo squ ejo de una hist ori a del int electo esp añol desd e el sigl o V h ast a media do s del siglo XIX. Tradu cción de Juan Jos é Mo rat o. Valen cia, F. Semp ere, 1908. LA FU ENT E y ZA M A LLOA , M . Hi sto ria gen eral d e Espa ña. Mad rid, 1869. C on ferenci a en el Cua rto Cent ena rio d el descu bri miento de Améri ca . Racolt a de do cu menti ull la scop erta d' América. HUM BO LDT, A . VON . C ri stób al Col ón y el descub ri mi ento d e América

26

CO LÓ N, C. Rel acio nes y ca rta s de C ri stób al Col ón . BU R CK HA RDT, J. CH. La Ci vili satio n en It alie, au temp s de la Renai ssan ce. París, E. Plo n, 1906. QUINTA NA , M . J. Vida s de lo s esp añol es cél ebres. Mad rid, Lib . d e la v iu da. de Hern ando , 1897. (Bib liot eca clás ica). -Véase mi lib ro El Descub ri mi ent o de Améri ca en la hi sto ria de Eu rop a, d el que ést e es la cont in uación lóg ica.

Índice de la Obra

27

LA TRANSFORM ACIÓN DEL CONQUISTADO R

28

CAPÍTULO II

EL NUEVO M EDIO

I

La influenc ia que un nue vo medio ejerce sobre un recién venido fue una experienc ia que no pudo a1canzarse ple na mente en la pequeñez e inco municación del mundo antiguo. En su - epístola oncena, Horacio, escéptico del afanarse en la vida, muestra a Bulac io el placer de la quietud, nodriza de la sabidur ía y en carece el engaño de buscar bajo nue vos cielos una nueva alma. Caelum non animum mutant, qui transmare currunt. (L.I., Exp. XI, 27). Colón, italia no antes y español después del descubrimie nto, es un fenó me no psico lógico, precioso por lo visib le, demostrativo de la verdad contraria. Había bastado para operar el ca mbio que el héroe salvara la escasa distanc ia que va de una orilla a la otra de un go lfo fa miliar. El mimetis mo de Colón, que asimila el alma española, va a convertirse en un hecho colectivo, en un fenó me no social y moral quizá por primera vez en la historia, en se mejante ma gnitud. Cue nta Bernal Díaz del Castillo, el soldado de Cortés y veríd ico cronista del descubrimie nto y de la conquista de México, un suceso que impresionó viva me nte al conq uistador y a la heroica hueste, en los co mienzos de la expedic ión. Inducido por las palabras insistentes de un ind io de Cozumel, supo que dos españoles eran cautivos de una tribu y buscó su re scate. Náufragos del viaje de Nicuesa desde el Darien a Santo Do mingo, ocho años atrás, quince ho mbres y dos mujeres había n caído en ma nos de los salvajes, salvá ndose sola me nte ellos dos del brutal sacrific io de sus compañeros. Uno de ellos, Jerónimo de Aguilar se lla maba, corrió al encue ntro del bergantín 29

español que iba en su busca, y llevado a presencia de Cortés le refir ió que su co mpañero, el otro náufrago sobreviviente, Gonzalo Gue rrero, había preferido quedarse. "Her ma no - refir ió Aguilar a Cortés que había le dicho Guerrero, al partir para venir en su busca- soy casado, tengo tres hijos y tiéne nme por cacique y capitán cuando hay guerras; idos con Dios que yo tengo labrada la cara y horadadas las orejas. Ya veis estos tres hijitos míos qué bonitos son. Por vida vuestra que me deis para ellos, esas cuentas verdes que traéis". Refirió Aguilar que había ins istido, recordándole que era cristia no, "q ue por una india no se perdiese el ánima, y si por mujer e hijos los había, que los llevase cons igo", pero que por más que le dijo y amo nestó no quiso venir. Anudando datos pudo saberse después que cuando la primera expe dición a las costas de México de Hernández de Córdoba, fue el mis mo Gonza lo Guerrero el inve ntor de que los ind ios le dieran guerra, viniendo él de capitán. Era - agrega el cronista- el Guerrero, ho mbre de mar, natural de Palos. Las crónicas y leye ndas de la conquista contie nen relatos semejantes. Alvar Núñez Cabeza de Vaca refiere en sus Naufragios y comentarios que cinco cristianos llegaron a tal extremo de ha mbre que se comieron los unos a los otros hasta que "q uedó uno solo, que por serlo, no hubo quie n lo co miese": se lla maban Sierra, Die go López, Corral, Palacios y Gonzále z Ruiz. Ya he dicho, agrega en otro pasaje, có mo por toda esta tierra anduvimos desnudos, "y como no estábamos acostumbrados a ella, a ma nera de serpie ntes mudábamos los cueros dos veces al año ". Un obispo del Tucumán recla ma una evange lizació n más activa, porque ha observado que los castellanos prefieren vivir entre los ind ios. II Esta salvajizació n del bla nco no es sino el aspecto más visib le de un fenó me no profundo y ge neral. Ya sabemos que en la historia de todas las conquistas los vencedo res se impregnan de los vencidos, y quienes triunfan con las ar mas en el campo polvoroso del

30

co mbate son, sin saberlo, invadidos espir itualme nte por los avasallados. Se ase mejan más dos vecinos ene migos que dos amigos distantes. Ta l es lo que procla ma el abrazo de los luc hadores en el circo. El fe nó me no america no es singular por la extensió n del teatro de la experienc ia y por la distanc ia enorme entre el pueblo conquistador y el conq uistado. Si el ho mbre moderno, que ha modificado las condic iones natura les de clima con miles de recursos que, o atemperan el calor o supr ime n el fr ío, con un simp le ca mb io de residencia ve transfor marse su salud, sus ideas y hasta sus sentimie ntos, podemos ima ginar el trastorno profundo del conquistador del siglo XVI, al pasar de Castilla o Extre madura, países llanos, de sequía, tierra de enjutas vides y de los olivos de le nto crecer, a los trópicos caliginosos, de lluvias torrencia les y de hervorosa ve getación. Salen del pequeño país co mprendido entre los grados 36 y 44, que cabe varias veces en las primeras extens iones descubiertas, y van a fundar una civilizac ión en los trópicos, con climas desconocidos e incle mentes, en medio de una naturale za agresiva, accidentes desmesurados - selvas, ríos y vie ntos- fauna heteróclita y descomunal, enfer medades infernales. El alime nto, el vestido, la habitació n son nue vos, inesperados, ex traordinar ios, co mo que no pocas veces lo fueron las yerbas del campo, la propia piel, el cie lo abierto, como en una reaparic ión del ho mbre primitivo. Nunca quizá ha sido sometida la natura leza huma na a tama ña prueba. Humboldt ha pintado en sus Sitios de las cordilleras y monumentos de los pueblos indígenas de América y Cuadros de la naturaleza, el espectáculo de las zonas de Amér ica en que se desarrollaron las primeras décadas de la conq uista : costas bravías, sabanas inmensas, selvas primitivas. La selva america na no es el bosque espeso y salvaje, lle no de árboles vigorosos que se encue ntra en todas las latitudes te mpladas y frías. La selva amer icana es la selva absoluta mente impe netrable porque se unen los bejucos trepadores, los árboles que la lle nan de sombras y las pla ntas arborescentes que cierran el paso. Era un espectáculo que el europeo ignoraba y que su lenguaje no tradujo, lla ma ndo con la palabra "mo nte", a un tie mpo, como hasta hoy, lo que es cerro y lo que es

31

selva. III Colón, en el diario de su viaje, muestra la primera impresión de deslumbra mie nto ante la nueva natura leza, que repite n sus cartas y re lacio nes. En su diar io, octubre 21, escribe: "Aquí son unas grandes lagunas, y sobre ellas y a la rueda es el arbolado a maravilla, y aquí y en toda la is la son todos verdes y las yerbas co mo en abril en Andaluc ía; y el can tar de los pajaritos que parece que el ho mbre nunca se quería partir de aquí, y las manadas de los papagayos, que oscurecen el sol, y las aves y pajaritos de tantas ma neras y tan diversas de las nuestras que es una maravilla. Después hay árboles de mil ma neras, y todo de su ma nera fr utos, y todos hue len que es maravilla, que yo estoy el más penado del mundo de no los cognoscer ... ". México, tan bie n lla mado Nueva España, ofrecía condic iones me nos desemejantes con la nativa de los conquistadores, y ello contribuyó, sin duda, a que co mo en ningún otro país de América se arraigaran en ella los gér me nes que la conquista importó y fuera la hija más parecida a la madre. En med io de tantos favores concedidos por la natura leza a la Nue va España, se padece en ella como en la España antigua escasez de agua y de ríos nave gables, dice el mis mo Humbo ldt en su Ensayo político sobre el Reyno de Nueva España. El interior de la Nueva España, agrega, y señalada mente una gran parte del alto llano de Anahuac, está desnudo de vegetació n, y su árido aspecto recuerda en muc hos parajes las llanuras de las dos Castilla s. En genera l, en las regiones equinoccia les de Nueva España, el suelo, el clima, la fisono mía de los vegetales, todo lle va el carácter de las zonas te mp ladas. IV Si la aparic ión de la vida civilizada se aco mpasa con el enfria mie n to de la tierra y ha florecido histórica me nte en las zonas te mpladas, pa recería que dar al ho mbre un amb iente tórrido importa una regresión. Es, sin duda, por ello que Ratze l observa que el tránsito del ho mbre de las zonas 32

frías a las tórridas produce una mutación muc ho má s profunda que el tránsito inverso. Las tierras situadas en los trópicos han puesto sie mpre, co mo precio a sus rique zas, en el ca mino de sus conquistas, e mboscadas mortales. ¡Cuántos empeños se precipitaron en ellas durante el primer siglo de la do minación de Amér ica! Pero no es sola me nte esa sujeció n, ese forzoso reaco modo a crueles condic iones de vida el único trastorno : lo que es constricció n, mutilació n de un lado, es liberación, desenfre no, desborda miento de otro. Soportar aquéllas ha dado, en efecto, al conq uistador, el derecho ,de violar las trabas que la vida socia l ha creado durante siglos de civilizació n en Europa, y las pasio nes han cobrado su pujanza originaria. Pues es necesario ser centauro, vengan todos sus atributos. La natura leza tomará el desquite de la terrib le prueba. La crueldad, la codic ia, si queréis la rapiña, el despertar treme ndo de las pasio nes, la fiebre satánica de exter minio imputados a estos ho mbres de hierro que sojuzgaron Amér ica, son tramas psicológicas trans parentes vistas a la luz de esta refle xión. Su inco mprens ió n o su olvido ha n. impedido la vis ión clara de la historia de la conq uista de Amér ica y explican las ardientes disputas provocadas por su estudio en el juic io de los historiadores. Para refutar las acusaciones, los panegiristas de los conquistadores invocan la necesidad de los medios que ellos usaron para defe nderse de los salvajes, sanguinar ios y va lerosos: recuerdan toda la hidalguía de la raza, atestiguada por la recie nte guerra de Granada, cuando no nie gan la verdad de los relatos en que se fundan, que atribuye n a la ofuscación piadosa de fray Bartolo mé de las Casas o a la ma lq uerencia y ojeriza de escritores extranjeros. Nada de eso parece necesario a quien conte mpla los sucesos desde este mirador. Los hechos que fundan las acusaciones son verdaderos, pero las con denac iones son injustas. El uso del hierro para marcar a los indios y de jaur ías para perseguir los o do minar los, son hechos inne gables y sufic ie ntes para el juicio, pero ta les recursos y la crueldad que denuncia n no fueron e mpleados sola mente contra los conq uistados, sino que ta mbié n se ejercieron entre los propios españoles en las

33

contiendas civiles que bien pronto se encend ieron. Era, pues, un trastorno moral, obrado por las condic iones natura les de la e mpresa, y que en mayor o menor grado lo habría sufrido, cualquiera fuera la nación conq uistadora. Esa transfor mac ión es la que podría mos lla mar "tropicalizac ión del blanco ". Las conquistas de Inglaterra y Portugal lo de muestran. Es posible que en la terrible requis itoria contra Warren Hastings de Burke - tan filóso fo como orador- haya un reconocimie nto de esta influe ncia de la Ind ia en el ánimo del a mbic ioso e intrépido caballero que escuchó palabras de fuego en el Parla me nto Inglés, sentado en el banco de los acusados. Pero es ind udable que con tan alto vocero de la dignidad huma na, y delante de un pueb lo tan severame nte celoso del prestigio de su I mperio, no habría nse ahorrado ni la cabeza de Pizarro ni la de Cortés. Esta observació n que no tie ne ninguna originalidad co mo princ ip io, y sólo sí quizá co mo aplicación, sirve, sin embargo, para fijar el alcance del clásico e mpeño de encontrar en el seno de la raza conquistadora la exp licació n de la vida a mericana. V No pode mos atribuir las calidades y características de la vida social de Amér ica a lo que fuera el país conquistador, porque entre ambos está interpuesto el nue vo teatro en que se realizó la gesta, que dirige sus peripecias y trasfigura los actores. Pur ga mos así a la historia de una causa de errores y ta mbié n de una abundante fuente de injustic ia. En ellos inc urrió el deter minis mo positivista para quien la explica ción de la vida y de la historia se ha llaba en las profundidades de la herencia, pues que la cienc ia socia l era un capítulo de la bio logía y la filosofía un vasallo de la antropolo gía. Muestra el fer vor de tal tendencia la teoría que creyó poder encontrar en la raíz celta la exp licació n de nuestros rasgos morales, como las abue las descubren e n los ojos de los nietos la mirada de un re moto antepasado. La influenc ia del nuevo me dio físico y socia l fue totalme nte descuidada. La va guedad de la herenc ia bajo el positivis mo fue el refugio de la indo mab le necesidad metafísica con que ya Aristóteles definió al ho mbre.

34

Yerran quienes ven en Pizarro y Cortés descendientes del Cid, pero yerran tamb ién quie nes explican la crue ldad del conquistador y las bru talidades de la conquista pensando en que pasaron en la caterva con quistadora sola mente ga leotes o ha mpones. Quienes e migran son sie mpre gente escogida por el valor y la a mbi ción, porque ambas cosas sola mente arrancan del terruño por mísero que .sea. As í fue en la conq uista. En las infor macio nes de servic ios de solda dos y descubridores se detie ne el lector, un poco desconcertado, cuando .ho mbres de cuarenta años cuentan sus haza ñas de ve inte años de Amér ica. Emigrar es gesto de mocería. El mancebo enrolado en Cádiz, Sevi lla, o Palos para la expedición de América, hará la épica jornada de la s Ind ias fabulosas en breve tie mpo, a la manera de los árboles de las tie rras tropicales que va n a espantar con su proeza: árboles que apenas jóvenes proyectan en una sola prima vera un largo vástago opulento que será el astil de la rama zón futura, y las hojas decorarán, mie ntras se llena n de frutos y de so mbra. Cortés tenía 19 años cuando e mbarcó para Amér ica y apenas 13, Cie za de León; Gonzalo de Sandova l, capitán de Cortés, 22 años, y Andrés de Tapia, 24; Lope de Aguirre, muerto a los 50 años, había p asado la mitad en América. Venido en la elástica juventud, el conquistador recibe plena me nte 1a influenc ia del nue vo medio.

VI

La acción del med io fís ico, acrecentada por la edad de los conquistadores, tuvo el auxilio de dos colaboraciones. En primer lugar la distanc ia a que se hallaba de la metrópoli el teatro de la nue va for mació n social, agravado el alejamie nto por los azares de la na vegació n y la irregular idad de la travesía que había de allanarla. A estar más próximo de España o de Europa, la influenc ia del país conquistador habría sido mayor. La suspens ión de todo contacto con la civilización europea creaba un estímulo

35

para la libre expans ión del estado pasio nal que suscitaba el á mb ito fís ico y moral de la nue va estancia. Colón tocó la porció n ins ular de Amér ica después de setenta días de navegac ión, pero el gran espacio de la conq uista estaba muc ho más distante. El licenc iado Gasca, que vino a aquietar el Perú, emp leó para llegar a Santa Marta desde el 24 de marzo al 15 de julio de 1546, y al zarpar ignoraba la muerte de Blasco Núñez Ve la, ocurrida en la batalla de Añaquito el día 18 de enero, es decir, 66 días atrás. Nunca se vio presteza igua l, dice un cronista, a la que puso el in fortunado Blasco Núñez Vela al hacer en nue ve días la travesía de Pana má a Tumbez. Las 200 leguas de Tumbe z a Lima se recorrían en 60 a 80 días. La ve nida y regreso de la flota a Portobelo duraban alrededor de seis meses, envuelta la travesía en peligros graves por el acecho cons tante de tempestades, piratas y filib usteros. En segundo lugar la ausencia total de fábrica social en el siglo XVI hacía más profunda, por más directa y desnuda, la acción del med io. Hoy esa influenc ia está modificada, enervada, por los mil recursos con que el ho mbre ha reaccionado sobre el medio, hasta trans for mado y adecuarlo a sus necesidades y su espíritu. Busque mos los efectos de esta trans mutación moral y verifiqué mos la en la organizac ión sentimenta l del conquistador para medir su ho ndura. Pero antes de hacerla, diga mos, sintetiza ndo en una línea esta pá gina, que la ima gen que pinta la posic ión del conquistador de Amér ica es la de un ho mbre desnudo enfre nte del ve ndaval, la de una pla nta o de una hoja en medio de la omnipotencia de la naturale za, estre mec idas por todos los azares de su contorno telúr ico, hijas del sol y del suelo, de la lluvia y del hie lo. La ima ge n del ho mbre desnudo enfrente de los ele me ntos no ha necesitado ser inve ntada, pues es exacta mente el episodio de Maese Jua n en los is lotes de la Serrana, situados en el Mar Caribe entre Ja maica y la costa de Nicaragua. Embarcados en Santo Do mingo el Sábado Santo de 1528, cue nta Maese Juan, en la nave de Pedro de Cifue ntes, lleva ndo munic iones para la fortaleza de la Isla

36

Margarita, na ufra garon junto a los alud idos is lotes. Tres fueron los desgraciados náufragos, mur iendo a poco andar uno de ellos. Su aventura a lo Robinso n parece, a veces, superar en ingenio al de la le yenda y tamb ién en padecimie nto y ánimo sufr ido. Mezclaban para poder beber el agua de mar con sangre de lobos marinos. Guardaban el agua de lluvia en caracoles. Atrajeron con seña les a dos otros ná ufra gos perdidos como ellos y vivieron así durante cinco años los cuatro co mpañeros. Con tal ayuda, después de haber inventad o de nuevo el fuego, hicieron un barco, construyeron fragua, fuelle y se hicieron a la mar. En esta aventura se perdieron dos co mpañeros y los dos restantes habían de vivir todavía, co mo ho mbres primitivos durante tres años más, comie ndo hue vos de tortuga e ingeniándose para obtener pescados haciendo un estanque y construye ndo con piedras y cueros su vivie nda. Cuando el alimento escaseaba, oteaban los cuervos para quitarles los pescados que traía n guardados para sus hijue los o a las lobas para co mer los hijos que venía n a parir. i Cuántos no perecieron sin adaptarse a estos extremos rigores! ¡ Cuá n tas vidas no abonaron como oscuros despojos la gloria de Cortés, Pizarro, Bena lcázar o Garay!.

NOTA S _" Nat uralezas enérg icas qu e eran rectas y nob les en sus árid as y frías llanu ras, trasp lan tad as a un país ard iente y d escon ocid o, perd ían la seren id ad y e mb riag áb anse d e sang re y o ro". (Lo zoy a, J. Cont reras y López de Ay ala, marqu és d e Vid a d el Seg ovia no Ro dri go de C ont rera s, gob ernad or de Nica ra gua (1533-154 4), pág. 16). -" ... españo les barb arizados", d ice el v irrey To led o. ( Gobern antes del Perú. Ca rtas y pap eles .. Siglo XVI. Docu mento s del Archivo de Indi as. Pu b. d ir. po r Rob erto Lev illier. M ad rid , Su cs. de Rivaden ey ra. 1924. (Co lección d e pub licacion es histó ricas de la Bib lioteca d el Cong reso Argent ino ), t. 4, p ág. 88). -El licenciado García d e Castro , suceso r d el cond e de Niev a, puso dos mes es y med io para ir de Pana má a Li ma. (Idem, t. 3, pág. 15).

37

OCA M PO, J. D E, seu d. La g ran Flo rida , ... p ág . 83: La trop icalización de A ntoñ ico . DIA Z D EL CA STILLO, B. Hist oria verdad era d e l a conq uist a d e l a Nu eva España , Caps. XX VII, XXIX. CA B EZA D E VA CA , A. N. Nau frag ios y co ment ari os, Caps. XXI, XXII:

“anduv i mos tod o el

tiempo en cuero co mo los ind ios y de n och e n os cub ríamos con cueros de v enados". HUM BO LDT, A . Von . Sitio s de la s co rdill eras y monu mento s d e lo s p uebl os in dígena s d e Améri ca. HUM BO LDT, A . Von . C uad ro s de la nat ural eza . HUM BO LDT, A . Von . Ensayo p olítico sob re el Reyn o d e Nu eva Espa ña , t . 1, p ág . 87 Y s igtes. MA CA U LA Y, T. B. M A CA ULA Y, 1. b arón . Warren Ha sting s. Relació n de Maestre Ju an , (en : Rela cion es Hist óri ca s de América , pub licadas po r la So cied ad de Bib lió filos Esp año les, recop iladas y co ment ad as po r D. M anu el Serrano y San z. M ad rid , Imp renta Ib érica d e D. Estan is lao M aest re, Oct ub re 1916. T. 39, p ágs. 16 a 25). -Sob re ed ad conq u istado res, J. Torib io Med ina, a p ropós ito de VilIag ra, con qu istado r de Tu cu mán . Vargas Machu ca, nacido en 1555 v in o a los 25 y estu vo 20 añ os en A mérica. PA LM A, R. Tradi cion es Peru ana s, t . 1, p ág . 124. RA TZEL, F. Geog ra fí a d ell'Uo mo. Ed. 1914. Bocca, pág . 54 y s igt es. In flu en cia del cli ma trop ical. Ho mb res del no rte y del su r. Es mu ch o mayo r la in flu en cia del clima cuan do se pasa de la zona temp lada a la tó rrid a, q ue no la v icev ersa. El p rimer caso fue el del conq u istado r.

A NEX O Anexo en la ed ición d e: – Ob ras Co mp letas d e Ju an B. Terán – To mo VIII - Un iv ersidad Nacional de Tu cu mán . En aras de p untu alizar el alcan ce d e los asertos del auto r referentes a este cap ítu lo, se t ranscriben párrafos de una cart a qu e figu ra en una co rrespo ndencia suya, pu b licada en " Fa scícul os de la Bibli oteca" N° 2. Facu lt ad de Filoso fía y Teo log ía, San M iguel, 1937:

38

" En p rimer términ o mi ju icio recae sob re el s ig lo de la Conqu ist a y no p ued e ext end erse en ad elant e. En los s ig los X VII y X VIII se v an sed i ment ando los ci mientos d e un a nu eva sociedad . El ho mb re se rad ica, la fa milia se regu lariza, so bre to do en ciertas reg iones . Cont rib uye a est e fen ó meno la posib ilidad d e hacer ag ricu ltu ra y la d otación d e enco miendas . En estos s ig los la s ie mb ra ev ang élica es más eficaz, so bre t odo deb ido a la acción de la Co mp añ ía de Jesús , que fue la ment ora de la nu ev a so cied ad . En segun do t érmino mis cargos a los co nqu istado res, valido d e los t e sti mo nios más feh acientes , no imp o rtan un ju icio , sino un a co mp rob ació n. Po rque s iem pre será verdad q ue d eb emos a la Conqu ista españo la qu e nu estro cont in ente hay a fo rmado p arte del o rbe cató lico , y este b ien in co mp arab le le será contado po r siemp re a Es p aña. M i pos ición es, p ues, la d e Fray Barto lo mé de las Casas, un a de las figu ras más alt as d e su s ig lo . Para estud iar este fen ó meno de la evo lució n co lo n ial, un a vez con clu id a la co nqu ista, conta mos aho ra co n un do cu mento de un valor co nsiderab le qu e es n ecesario valo rar y an alizar pu ntual ment e. Me refiero a los cancioneros pop u lares recog id os y co ment ados po r Don Juan A lfonso Carrizo . Por ser po pu lar, po r haber sob rev iv ido en la t rad ició n o ral d e familias camp es inas y d e las peq ueñ as aldeas del Nort e A rgent ino debe s er ten ido co mo u n d ocu ment o e xcepcional. Aho ra b ien , en esas can cion es, en esos ro man ces, apu ntan con frecuen cia los más fin os sent imien tos crist ianos , do rmid os en el fondo d e las p ob lacion es o rig inarias. Finalment e, no d eseo dejar de hab lar de un rasg o d e la v ida co lo n ial, d e cepa españo la, y que sign ifica un lote magn ífico de nu estro p at rimon io mo ral. En efect o, cu and o la socied ad se asient a y las un iones do mést icas se hacen regu lares, la esposa rev ela un a ad hes ión inq ueb rantab le po r el esposo y po r su h ogar. La abnegación d e la esposa, la d ed icación abso luta a su tarea d e mad re, su sentido de ho no r aparecen en la h isto ria co lon ial, q u izá, co mo en n in gun a otra fo r mación social, en ig ual t ran ce" .

Índice de la Obra

39

CAPITULO III

LA MUJ ER Y LA FAMILIA EN LA CONQUISTA DE AMERICA I En el mo mento en que España concluía la experienc ia secular de su contacto con los árabes y le venía el afán de limp iar su sangre de impure zas - ilus ión tamb ién secular- el descubrimie nto de Amér ica lle vábala al encuentro con nue vas razas desconocidas. Tuvieron ambos conflictos muy diversa laya. Mie ntras los árabes fueron conquistadores y pervivieron siete siglos en posesió n de su conquista, las razas amer icanas fueron do minadas desde el primer mo mento y arrasadas al fin. Aquéllos contagiaron cultura al pa ís conquistado y floreció en el siglo X la civilización sin par del califato de Córdoba, bajo Abd ar- Rahmá n III y alHakan II. Estas nada dieron a la raza conquistadora porque si fueron capaces de cultura avanzada, co mo pretenden los pane gir istas de azte cas, incas y mayas, no habríanse aprovechado sus frutos puesto que el primer acto del invasor fue destruirlos. Tanto la invas ión de árabes en España co mo la de españoles en Amér ica, se ase mejaron, sin e mbargo, en cuanto fueron masculinas en ingente proporción. El "marrano ", el "mo zárabe", el "mulad í", el "mudéjar", son ex presiones de los diversos grados de compenetración de invasores e invad idos. Si el mudéjar y el mozárabe no tiene n apreciables equivale ntes en Amér ica, el muladí, que es un resultado de las dos razas, corresponde al criollo y al mestizo, con sus numerosos tonos, que fueron el nervio y el músculo de la civilización amer icana.

40

Ambos fe nó menos se diferencia n sustanc ialmente de la invasió n ger mana, que fue de pueblos y de fa milias, que significó una nue va estirpe se mbrada sobre un sue lo desbrozado, mie ntras que América nació de un puñado de se millas arrojadas al voleo entre breñas y matorrales. II La hibridació n de blanco e india se inic ió al día siguiente del descubrimie nto. El hec ho merece ser establecido numérica me nte y las relacio nes ma ndadas hacer al fina l del siglo XVI, en todos los pueblos y aldehue las del Nuevo Mundo, contienen preciosos ele me ntos para el có mputo. No necesita mos de ellos, sin embargo, por la notoriedad y ge neralidad del hecho capital. En el catálogo biográ fico que hace Bernal Díaz del Castillo de los expedicio narios de Cortés, que fueron quinientos cincue nta, aunque no le registra totalmente, he mos contado nueve esposas españolas. Alude, ade más, a cinco mujeres que mur ieron ahogadas. ¿Era el total del conc urso fe menino europeo en la jornada? Si no es exacto, no está muy lejos de serlo. Sabemos que la falla fue llenada con ind ias y que Cortés, co mo Alvarado, co mo Núñez de Balboa, dieron a sus huestes el eje mplo de tener barraganas indias, a quie nes amaron con el ansia de refrigerio digno del ardor andarie go y ave nturero de que dieron ta mañas pruebas. Die go de Almagro el Mozo era hijo de una ind ia de Pana má, Gutiérrez de Santa Clara, de una de las Antillas; no habían pasado quince años del dese mbarco de Pizarro y del ha llazgo del Perú, y ya llegaba a su gobierno un hijo de Amér ica y otro historiaba las guerra civiles de los conquistadores. En las instruccio nes de 1513 a Pedrarias Dávila, es decir , en los comie nzos de la conq uista, el rey ordenó que no se privara a los ind ios de sus mujeres e hijos, infor mado de que "ta l desafuero ha sido una de las causas ma yores de alteración en la Españo la ". Al año siguie nte se autorizó el matrimonio. En el repa rtimiento de indios hecho por Albur querque, en ese mis mo año, en la Española había muchos

41

españoles casados con indias. Fray Bartolo mé de las Casas elo gia la belle za de esas ind ias: era “ad mirable su her mosura ", dice, y cuenta sesenta casadas con castella nos en la sola villa de Vera Paz. Preocupó a la Corona desde el primer mo me nto el quebranto moral que traía a España y a América el abandono que los conq uistadores ha cían, por largos años, de sus esposas y sus hijos, dejados en la península. El rey dio dos años de plazo a los españoles casados para que re gresaran a traer sus mujeres, pero ingeniábanse para burlar la pragmá tica, según decía el fiscal Fernánde z, de la Aud ienc ia de Lima, en 1553. Para excusar que pasados dos años sus mujeres no llegue n, usan un remed io, que es enviar a España poder para requerir a sus esposas - que vengan a Amér ica y separada mente les mandan ordenada la respuesta para que digan, "o que no quieren o que están enfer mas, o que no osan meterse en la mar ". As í ellos, lue go, alega n que no se les puede obligar a lo impos ible. No es raro el proceso por brujería contra una india que tiene re tenido al soldado de la conquista, a quien la esposa recla ma desde su aldehue la de Extre madura o Anda luc ía, abandonada y ayuna de noticias, no obstante haber inquir ido el paradero del olvidadizo desde la Españo la hasta Chile. En él está vis ib le un hondón muy íntimo de la vida espir itual de aque l primer siglo de la conquista. Por arte de hechizo, Sansón está esclavizado por la Dalila, morena y a morosa -que co mo buena ind ia carece, naturalme nte, de alma- pero que se diferenc ia de las mujeres de Madrid "só lo en que va desnuda ", -co mo dice una me mor ia de este siglo. Descubierto el ausente, vie ne el proceso para co mprobar que es tá sufr ie ndo el sortilegio de la ind ia, cuyo bohío ha hecho de isla de Calipso para el Ulises que no sueña con volver a su Itaca y a su Penélope. El exorcis mo ha desva necido el encanta miento, el escribano da fe de ello, y el guerrero redimido vue lve a las huestes y a las correrías hasta el nuevo próximo embr uja miento.

42

III En las Noticias secretas de América de Jorge Juan y Antonio de: Ulloa, los insignes viajeros, que hablan dos siglos después de la conquista, dicen que es rara la fa milia donde fa lta mezc la de sangre. Las fa milias blancas, agrega n, son escasas: si se sacara de las venas la poca sangre española que lleva n, no correría por ellas sino la de ind ios y negros. A Cortés dieron hijos Marina, la co mpañera de la primera hora, la ind ia cubana lla mada Pizarro, y otra india mexicana. Lle gado a la grandeza hizo marquesa del Va lle a doña Juana de Zúñiga, mientras su compa ñera de la conquista, contaba a su esposo Juan de Jara millo las haza ñas de su primer señor, por quien conservó inalte rable devoció n, como una da ma de la Corte del gran Luis. Así tamb ién Pedro de Alvarado to mó por esposa a Luisa, hija del caciq ue Xicotenga, que fue madre de Pedro y Leonor de Alvarado, casa da ésta con Franc isco de la Cueva, primo del duque de Alburq uerque. Adelantado de Guate ma la, casa con dos herma nas de la Cueva, de no mbre Beatriz, la segunda. Un hecho que alimentó la ávida fa ntasía de las aldeas de Amér ica a mediados del siglo XVI, nos da un precioso estereotipo del interior do méstico de los conq uistadores. El 10 de septie mbre de 1541, durante una torme nta de piedras, se abala nzó sobre Santiago de Guate ma la, promed iando la noche, un torrente de agua y lodo desde una sierra vecina, provocado por la propia lluvia, que derribó la casa del Adelantado, aplastando a doña Beatriz: y sus doncellas. La fur ia de la te mpestad arrojó al capellá n por la ventana de su recámara. Doña Beatriz se ha refugiado semidesnuda, abrazada a Ana, hija natura l de Alvarado, en el oratorio que acababa de erigir en me moria de su esposo, cuyos funera les pomposos apenas terminaban, mie ntras acudía n, desde sus habitaciones, en su ayuda, Leo nor, otra hija natural de Alvarado, una moza expósita y una esclava blanca.

43

Las crónicas conte mporáneas, al acentuar los detalles del terrib le suceso que causó centenares de víctimas en la inc ip iente ciudad, nos per miten asistir, como testigos inverosímiles, al jue go de la dramática escena. Están reunidos en el cuadro los personajes simbó licos de ese mo mento socia l de Amér ica: la esposa, que ree mpla za a la manceba, cuando el seductor ha llegado a la fortuna; la bastarda, que evoca el comienzo oscuro del soldado anónimo, la hija abandonada de un conquistador, y la escla va blanca que será, quizá, el entronq ue de una ilustre prosapia del siglo próximo. Pero el hecho general fue el de la unió n definitiva: pocos eran los que, co mo Cortés o Alvarado, podían ofrecer marquesados o adelantazgos. IV Si necesitásemos construir un símbo lo que a la ma nera del rapto de las Sabinas encierre en una alegoría el orige n de la fa milia amer icana, no habría mos de acudir a una fábula ingeniosa sino que nos bastaría destacar, de muc hos episodios semejantes, el de los indios de Tabasco o de los caciq ues de Tlascala, que refiere Bernal Día z del Castillo. La escena es la mis ma : en Tabasco se ofrece a Cortés como prenda de a mistad veinte doncellas, en Tlascala los caciques le entrega n sus hi jas, que aquél distr ibuye entre sus capitanes y soldados. Ese hime neo de las dos razas ha tenido una repercus ión decis iva en la vida de Amér ica. Si la penetración arábiga en España y la española en Amér ica ini ciaron procesos parejos, difir ieron por un rasgo capital. El muladí era hijo de padres que se tenía n por iguales. El primer emir casó con la católica y vis igoda Egilo na, y los reyes árabes se aliaban con nobles leoneses. En ca mbio, para el conquistador, el ind io fue simp le mente una pre sa, co mo una pieza de caza o un minera l pro metedor. Su sentimiento era, cua ndo más fa vorable, de desdén. De esa unió n no nacería, pues, una fa milia, en el concepto de la civilización grecolatina.

44

Podemos decir de la fa milia lo que dire mos de la ciudad a merica na. En la ciudad provisio nal vino a habitar una fa milia provisio nal. A la ciudad sin prita neo, sin culto por su fundador, corresponde la fa milia sin penates, sin agua lustral, sin fue go sagrado. Tanta

disparidad

entre los

padres imp id ió

el calor

doméstico

que

es

desprend imie nto de una fus ión espir itua l. Ese calor es el que fija en el alma del niño la tradic ión fa miliar, co mo un es malte. La ternura la e mbalsa ma, la olvida el mozo, pero la encuentra el adulto un buen día en su propio corazón, y es una red sutil y recia, cu yos hilos se anudan invis ible me nte al pasado que así no muere, y sigue tejiendo el porve nir que nace y muere todos los días. El divorcio de los ánimos se ma ntuvo durante la colo nia. No hubo escuelas para mujeres, ayunas de toda instrucc ión, que era manjar tenido por peligroso para su salud moral. La distanc ia entre los padres es enor me : está for mada por la diver sidad de religión, de cultura, de preocupaciones, de inquietudes, hasta de habitación, dentro del mis mo bohío pajizo, sin cerco, sin muralla, co mo símbolo de las pasiones que lo habitan. La inco municación intelectua l entre ho mbres y mujeres se ha prolongado hasta nuestros días, según la observación de los viajeros que han visto de cerca

las

sociedades hispanoa mer icanas de más rancia tradició n. La mujer conserva un aire de recluida, que parece arábigo, y no participa de la sociedad de los ho mbres. V La influenc ia de la mujer ind ia, y lue go mestiza, al ejercerse en la fa milia, se propaga en la sociedad en la for ma sutil de impregnación, que es su característica, y embebe la sociedad entera de su sentime ntalidad. En las ma nifestacio nes religiosas de la fa milia a mericana, estará más clara que en otras esa influenc ia. Un cronista insospechable refiere la crianza de los hijos de españo les en el Perú. "Apenas nacido lo entregan a una india o negra, - dice fray Re gina ldo de Lizárragaborracha, sucia, me ntirosa y críase con ind ie zue los. ¿Cuál saldrá el muc hacho? De

45

las costumbres de los nacidos de españoles e ind ias, que lla ma mos mestizos, no hay para qué gastar tie mpo en ello ", concluye. ¿ No estará en esa fue nte, fluye ndo de su linfa , el humor leva ntisco, el conato de anarquía de que está preñada la historia de Amér ica? Aparecieron al día siguiente de la conquista. La guerra a muerte, el ánimo alerta para la discordia, el encono fratricida, el estado per ma ne nte de revue lta se inic ian con Pizarro y Alma gro, en México con el propio Cortés, y crían acritud mayor que la que reveló la destrucció n de los ind ios. "Las poblac iones son - dicen Juan y Ulloa- el teatro púb lico de dos partidos opuestos, los cabildos donde desfo ga su ponzoña la ene miga más irreconciliable y se ven infla mados los ánimos con la viole nta lla ma del odio; hasta las casas particulares no son menores depósitos de ira; sería poco lla marlos purgatorios de los ánimos, pues pasan a ser infier no de los individuos ". La ausencia de la mujer, del hogar, de la fa milia, priva a la so ciedad de una fue nte abundante de sosiego y enherbola, desde tempra no, las flechas con que el niño hecho ho mbre sale a la caza de sus ambicio nes. El ho mbre paga a la sociedad en la mis ma mo neda que recibió cuando niño. El maestro de escue la sabe que ese rapaz pendenciero que convul siona el aula es o huér fano o abandonado. Quien no conoció el freno paterno, es a poco andar el descontento que ascie nde a faccioso. Con esa levadura se fabrica el politiquero anarquista. ¡Y cuidado! porque quie n no aprendió a obedecer es el más inclinado a despotizar. Mal guía quien no fue guiado. La anarquía y el despotis mo son larva y crisálida de la mis ma ma riposa, que es la libertad vagabunda y ro mánt ica. A poco de joyar sus alas al sol cae en el ciclo que le priva de su belleza y de su vuelo. VI Los historiadores naturalistas se alborozan, en no mbre de la suerte del género humano, cuando pie nsan en las hecatombes de indios, que pinta n los cronistas de la conq uista de América, porque, a no ser por ellas, el contine nte estaría pla gado de

46

millo nes de ho mbres de razas reputadas inc urable me nte inferiores. Es posible que algún teólo go de la escuela que en el siglo XV abo nara con su cienc ia la expulsió n de moros y judíos, pensara de pareja ma nera, porque tales mortandades purgaban al mundo de infie les. Podemos figura mos un falso converso de princ ipios del siglo XV: discíp ulo secreto de Averroes, de esos ho mbres sutiles y sigilosos que en todos los t ie mpos saben alcanzar pree mine ncias y favores, y las alcanzaron muy gra ndes entonces, atisbando con fr ía sonrisa, detrás de los plie gues de un cortinado, una audie ncia del Prínc ipe a fray Bartolo mé de las Casas, mientras éste relata con su infla mada palabra de apóstol "la destrucció n de las Ind ias". El discípulo de Averroes sonr íe porque sabe que Amér ica será de los hijos de los indios por cuya destrucción se dolía la grandiosa eloc uenc ia cristiana del mo nje. Fue el desquite que preparó, en efecto, la raza avasallada. No pensaron los conq uistadores que en sus matanzas, quizá entre las víctimas de las jaurías que usaron en las Antillas, entraban los abuelos de sus hijos. La obra de la conquista, por razón de la falta de la mujer blanca fue confiada e n su porción más intima a las hijas de los indios, coro que es congr ua de mujer y de madre en todas las civilizac iones. La meta funda menta l de la empresa, la evangelización de las nuevas tierras, estaba, desde lue go, mortalmente compro metida. ¿ Có mo pod ría confiarse a la madre ind ia la predicación cristia na? Y es así que la cristianizació n de Amér ica fue for ma l y no penetró ja más la conc ienc ia social. ¿ Estamos seguros de haber llegado a hacer de ella, después de cuatro siglos, el substratum del alma amer icana?. Lo veremos luego. Pero, entretanto, la verdad es ésa, no derivada de ningún halla zgo documenta l ni de ninguna vista zahorí, sino desprend ida fác ilmente de los hechos del conocimie nto co mún.

47

NOTA S Mudéjar era el árab e qu e q ued ab a fiel a su relig ión , ent re los crist ian os. Mozárabe era el cristiano q ue v iv ía mezclado ent re los árabes . Lla mábase marran o al árab e falsamente conv ert ido al crist ian is mo . To das estas posicio nes españ o las se reprodu jeron en la A mérica d e la con qu ista en d iv ersos g rados. -En los p ri meros añ os de la con qu ista en Ch ile, segú n T. Th ayer Ojed a, no hu bo más españo les que In és Su árez y Catalina Díaz. Las otras mu jeres reco rdad as en las crón icas eran mest izas : Agu eda Flo res, Isab el Qu iroga, Isab el García, Cat alin a de Cáceres, Leono r God ínez (Th ay er Ojeda, T. Los conq uist ado res de Chile, Cap . III). -Cas i s ig lo y med io más t arde, en 1735, en la Rela ción hi stó rica del via je a la América meri dional de Ju an y Ullo a, se refiere co mo los n iñ os crio llos están en tregados a amas ind ias. T. 1, pág . 377). Colección de do cu ment os inédito s rel ativs8 al d escu bri mien to, conqui sta y co loni zaci ón de las posesi ones espa ñola s en Améri ca y Oceanía , sa cad os, en su ma yo r pa rte, del Real Archi vo de Indi as, pu b licados b ajo la d irección d e D. Joaqu ín F. Pacheco y ot ros. Mad rid, 1864 -8 4. To mo 1°, pág . 257: Barrag an ías de Con ch illos . To mo 3°, p ág . 378; pág. 505: la man ceb ía fo mentada; pág. 528: mat rimo nios clandest in os. To mo 4°, p ág . 105: Hay cant idad d e mest izas desamp aradas, h ijas de co nqu istado res. In fo r me del virrey marqu és d e Cañet e. To mo 9°, p ágs. 91, 123, 143, 152, 173, 202, 337, 357: Recu ento d e mu jeres. To mo 10°, p ág . 454: La co rru pció n p roducida po r el contacto con la ind ia. To mo 12°, p ág . 93: Las cuat ro maneras d e usar las ind ias. To mo 13°, p ágs. 133, 175, 502: Den uncia de bacan ales de o id ores hecha po r el ob ispo Zu márraga (año 1529). To mo 18°, p ág . 7: Hijo d e Pizarro e ind ia. SER RA NO y SA NZ, M. Orígenes d e la do mina ción espa ñola en América. Pág . 287: Instru cció n a

48

Ped rarias Dáv ila, la d efensa d e las mu jeres de los ind ios . DIA Z D EL CA STI LLO, B. Hi sto ria verda dera de l a conqui sta de la Nu eva España . En el Cap. CC V d e su famosa crón ica en u mera los 550 con militon es de la co nqu ista, exp res ando las esposas españo las e in d ias . En la b reve línea q ue d ed ica a cada soldad o h ay a veces u n cu ad ro o un ret rato . Francisco de Sauceda po r p u lido le lla máb amos el "g alán" , a Ped ro de Salís, le llamábamos "t ras la p uerta" po r la afición q ue ten ía d e o ír s in ser v isto; a ot ro San Juan "el Ent onado" po r p resunt uoso; Tarifa "el d e los serv icios" po rqu e decía q ue hab ía h ech o mu chos y no le d ab an nada; Tarifa el de las "Manos blancas" po rq ue n o era p ara la gu erra n i cosa de t rabajo sino p ara hab lar d e lo q ue le h ab ía acaecido en Sev illa; Ped ro d e Ircio , "p asico rto" , h ab laba mu ch o qu e hab ía h echo y aco ntecido en Cast illa, p or su person a y lo q ue v eíamos y co nocíamos de él no era para nad a. En ese cap ítu lo se puede cont ar las mu jeres b lan cas. He aqu í los no mb res qu e Bernal Día z del Cast illo recuerda: Isab el de Ojed a, Francisca Valterra, la mu jer de Yañ ez d e Có rdob a, M aría del Rincón , Cat alin a M árquez, u na po rtu gues a v ieja, Catalina Muño z, Elv ira Ló pez la Larga, la M ed in a. Cu enta que se decía d el so ldado Á lvarez, natu ral de Palos, que en t res añ os tuvo t reinta h ijos, to dos de mad res ind ias. -En el p roceso secreto qu e d irig ió Po nce de Leó n cont ra Co rt és los test i gos aluden a su nu merosa fa milia ind ia. (C olecció n d e docu mento s in édit os rela tivo s al d escub ri mi ento , ... Op. cit ., t . 26, p ág. 380 y s igt es.). -Bern al Díaz d el Cast illo (Cap. C CI V) , cita co mo mad re de los h ijos de Co rt és a Doñ a Marin a, Fu lan a de Hermos ilIa, Fu lana Pizarro (in d ia), otra ind ia mejicana. Ag regu emos Cat alin a Suárez y Juana d e Zúñ ig a, marqu esa del Valle. Doña M arina, mad re d el pri mog én ito d e Co rtés, fu e despu és esposa de Juan Jara milIo (Bernal Díaz del Cast illo ). -La mu jer castellan a qu e aco mp añ aba a su esp oso en las Ind ias d eb ió cont ag iars e de la fiereza necesaria p ara superar la emp resa. Las hubo enérg icas, denod adas . Inés Suárez, la d e Vald iv ia, fue una gu errera. La de Rod rigo de Cont reras fue reemp lazante d e su esposo co mo go bern ado r de Nicaragu a. Reco rdemos a Inés Muñ o z y M aría Escobar, int ro duct oras del t rigo y el o liv o en el Perú. Beatriz d e la Cueva se h izo p ro cla mar g obernado ra d e Guat emala, en reemp lazo de Ped ro de A lvarado , su esp oso. LIZA R RA GA , R. D E. Fr. Descrip ción d e la s in dia s, crónica sob re el anti guo Perú , con cebi da y escrit a ent re lo s año s 156 0 a 1 602 . Ed ició n Ricardo Ro jas , t. 1, pág. 307.

49

GUTIÉRR EZ D E SA NTA C LA RA , P. Hi sto ria de la s guerra s ci viles del Perú y de ot ro s sucesos de las Indi as (1544-154 8). Mad rid , 1904-30. (Co lección de lib ros y docu mentos referent es a la Histo ria de A mérica). 6 Vo l. T. 1, nota pág. 34, págs. 60, 83, 101; t. 2, págs . 324, 471. ZA RA TE, A . DE. Hi sto ria d el descu bri mien to y con quista de la provin cia del Perú , y de las guerras y co sa s señala da s en ella ,... (en : Ved ia, E. d e, ed . Hi sto riad ores p ri mitivo s d e India s. Bib liot eca de aut o res españ o les, fun dad a po r M. Rivaden eira. Vo l. XX VI), t. 2, págs. 498, 533). LA TORR E, G. Rela cion es geog rá ficas de India s ( cont enida s en el Archi vo gen eral d e In dias de Sevill a. La Hi spa noa mérica del si glo XVI: Vi rrein ato de Nueva Esp aña . Méxi co - Censos de pobla ción) . Pág . 176: p rop o rció n d e mat rimo n ios . CA LVO, C. América Latin a. Col ección hi stó ri ca co mpl eta d e lo s tra tado s, co n vencio nes, capitul acio nes, a rmi sti cio s, cu estion es d e lí mites y otros a ctos di plo má ticos y políti co s de todo s los esta do s co mprendi dos entre el gol fo de Méjico y el C abo de Hornos, desd e el a ño 1493 h asta nuestros día s ... To mo 1°, pág . 109: Las cédu las estab lecían el nú mero de personas que deb ían embarcarse en una exp ed ición. Deb ían ser 330, d ist ribu id os así: 40 escud eros, 100 peones . de gu erra, 30 marin eros, 30 g ru met es, 20 lavad ores de o ro , 50 lab rado res, 20 o ficiales de to do o ficio, 30 mu jeres. -Es circunstancia muy imp ort ant e, no encarecida en el texto , la part icipa ción d e la sang re in d ia en el mo mento d el nacimient o de la famil ia americana. Cuan do más temp rano es más pro funda su in fluen cia, a la manera de las sales qu e d isuelve un man ant ial en su ho ntanar se reco nocen en las aguas de u n g ran río, cuyo o rig en es. CA B EZA DE VA CA , A . N. Relación g eneral '" (en su : Relaci ón de l os na u fra gio s y co menta rio s. Madrid, V. Suárez, 1906. (Co lección d e lib ros y do cu mentos referentes a la h isto ria de A mérica, ts .. V, VI). Párrafo XLIII: " ... es taban (los esp año les) aman ceb ados co n 30, 40 y 50 mu jeres"; párrafo LXI: id em. -Descrip ción d e Pan amá: Se t rat a de un a relación h ech a po r su A ud iencia en 1607. El p ad rón levantad o ese año de u na d e las ciud ad es más i mpo rtantes del p rimer sig lo cont iene d atos mu y su gest ivos . Vecinos españo les de la ciud ad, 495: Ext ran jeros 53. De los 495 españo les , hay 168 casad os que no lo sean co n ind ias , mu lat as, neg ras o mestizas. De 17 cuart eronas , 10 so n casadas con : b lancos. Los esclavos negros son 3.721. (Serran o y San z, M. Rel acio nes hist óri ca s y geográ ficas d e América Cent ral , Madrid, V. Suárez, 1908. (Co lecció n de lib ros y d ocu ment os referent es a la Hist oria de A mérica, t . 8), p ág . 167.

50

-Con relación a la inst rucción de la mu jer, Dn . V. C. Quesada en su La vid a int electual en la América esp añol a du rant e los siglo s XVI, XVII, XVIII .. " han reun ido nu merosos ant ecedentes. La escuela para n iñ as fu ndad a po r el ob ispo Zu márrag a desap areció a los 10 años de estab lecida (Cap. II). -Los Pizarro tuv ieron h ijos mest izos : Fran cisco t uvo uno co n u na ind ia q ue se casó d espués con Bet an zos. Juan y Go n zalo dejaron dos h ijas mest izas. Go n zalo tuv o un varó n que es "ten ido po r mal in clin ado" . ( Go berna ntes d el Perú , Ca rta s y Pa pel es. Si glo XVI. Do cu ment os del Archivo de India s. Pu b l. d ir. po r Roberto Lev illier. Mad rid, Suceso res d e Riv adeney ra, 1924. (Co lección de pub licaciones h istó ricas d e la Bib lioteca del Cong reso A rgent ino ), t . 1, p ág . 126). LA TOR R E, G. Relaci ones g eog rá fi ca s de Indi as ... Op . cit ., págs . 98, 112: Po b lación d e b lan cos, in d ios, mest izos, mu latos en Nuev a Esp aña en el s ig lo X VI. -Bo lívar, el Lib ert ado r, decía: "so mos un co mpu esto d e A mérica con Á frica más q ue una eman ación de Eu rop a". ( Bolí var, pint ado po r sí mismo , t . 1, p ág . 116). -Hacien do excepció n a las leyes de España, un a p rov is ión real leg it imó a Gon zalo y Fran cisca h ijo s natu rales d e Francis co Pizarro . ( Go berna ntes del Perú ... Op . cit., t. 2, pág . 57). -El v irrey To led o aconseja en 1573 atajar el d año causado po r " la g ran li bertad qu e ha hab ido en este rein o, de las ind ias que los españo les han t en id o po r man cebas, t an llen as de ellas sus casas que los in d ios decían qu e no t en ían tantas sus ant epas ados". ( Gob ernant es del Perú..... Op. cit., t . 5, p ág. 338).

Índice de la Obra 51

CAPITULO VI

EL CONQUISTADOR Y EL INDIO

I

He mos expuesto un factor funda me ntal de la vida moral de la nue va sociedad al mostrar có mo se constituyó la fa milia. En capítulo posterior aludimos a la influenc ia de la religión y de la Iglesia. Veamos ahora la importancia del establecimiento de la enco mienda de indios, que constituyó la entretela de su vida econó mica. Producido

el descubrimiento

de Amér ica,

lle nóse Europa con

le yen das

deslumbrantes sobre las nuevas tierras. Hubo pontífice que interrum pió su sueño para escuchar el relato de la maravilla, y Pomponio Leto, que conocía el placer exquisito de los secretos clás icos, pudo enr iquecer su sensib ilidad con una nue va emoc ión que le arrancó el lla nto. La mágica vis ión de América e mbrujaba alquer ías y cortijos de Es paña, aún aqué llos que no había n dado los marineros enro lados en las primeras aventuras. Hasta los me nos osados se disponían a desafiar las borrascas de las Antillas, arrastrados por la sugestión invenc ible. Lle gados a los caseríos de caña y barro que sobre la Tierra Fir me o en la Españo la sería n poco tie mpo después las "muy nobles ciudades", ,con escudo y blasón, emprend ían impacie ntes las correrías que habrían de llevarlos, el día menos esperado, a taparse con las Siete Ciudades, o el Eldorado, o la Trapalanda, o sumergir los en la Fuente de la Juve ntud. El huracán, la tempestad, el terremoto, llenábales el ánimo de místico presentimie nto y les parecía el anuncio de la inminenc ia del mila gro soñado, co mo 52

la convuls ión de la pitonisa precedía la revelac ión del destino. Fray Marcos de Niza vio a la caída de una tarde las cúpulas de la primera de las Siete Ciudades, que luego describió prolija me nte, y soldados de Orellana oyeron el tropel de las a mazonas a las orillas del Ma rañón, dejando entrever su encanto paga no a través de la espesura de la selva. Fray Blas del Castillo y Juan Sánchez Portero exploraron el volcán Masaya en Nicaragua y aso mados a su cráter vieron có mo hervía n en su fo ndo el oro y la plata con muy gran esple ndor y claridad. Cons idera ron que de esa caldera debían salir los meta les que por galerías subterráneas aparecía n luego en todas las minas de las Indias. Pocas veces la alucinació n colectiva ha ofrecido, como en la con quista de Amér ica, tan claros ejemp los. Pero bie n pronto habría de desvanecerse el deslumbra miento que causó Amér ica, en cuanto tenía de hallazgo fabuloso, y las espe ranzas ca mbiaron de punto de apoyo. Resultó la tierra más indo mable que el ind io, y éste más productivo que la tierra, sobre todo si regaba con su sudor la piedra de las minas. La enco mie nda y el trabajo servil del ind io, dieron el desquite al chasco de las ilus iones. III La encomie nda de indios fue una instituc ión med iante la cua l la Corona de España aspiraba a dese mpeñar el fin primordial de la con quista: la evange lizac ión de las razas gentiles. Era, pues, una carga que la Corona imponía a los c onquistadores y pobladores, co mo delegados de la tarea que había asumido. Para que la doctrinació n pudiera cump lirse era necesario dar a los encome nderos imper io sobre los ind ios. Tal fue el origen del siste ma. La cond ició n espiritual del indio, el d erecho a esclavizarlo fueron: motivos de discusio nes y especulacio nes teológicas que apasionaron pro funda mente a los letrados de España, sutiles y erud itos, pues pusieron a contribuc ión en el debate todas las cienc ias profanas y divinas.

53

El libro 6, de la Recopilación de Leyes de Indias de Carlos II, contiene la legis lació n de la encomie nda, pero miran a ella disposicio nes dise minadas en los restantes libros. El cump limiento de la obligació n de doctrinar sus ind ios que in cumbía al encome ndero dábale derecho a usar sus servicios o a recibir tributo. La condició n ree mpla zó la obligació n, lo secundario se convirtió en princ ipal, y el servicio persona l del ind io fue la realidad socia l de la enco mienda. Todo el edific io de la nueva sociedad lle gó a plas marse sobre su régime n co mo sobre una osatura. Lo que significó la tierra pública en la Ro ma republicana o es el - carbón en Inglaterra o el ganado en la Argentina, fue en la América del siglo XVI el trabajo servil del ind io. En las ordenanzas de Bur gos de 1512, ya podía decir el Rey Fernando: " ... co mo la principa l hacienda que ha y allí es el provecho de los tales indios ". En las ventas, cualesquiera sea el bien ve ndido, no se tiene en cuenta sino a los indios que inc luye. El indio era no sola me nte la holganza para el a mo y la abundanc ia do méstica, sino tamb ién el brazo gratuito para la fábrica de casas, el labradío de la tierra, el laboreo de las minas o la faena ind ustria l, no obstante la prohibic ión de las cédulas enfáticas. Era todavía un medro mayor el transporte de mercaderías y meta les por leguas y leguas, pues era quie n daba su crecido valor a la exportación del oro y a la impor tación de los "géneros de Castilla ", cuyo precio se decup licaba cuando de la feria de Portobelo pasaba y se desparra maba por ciudades y aldeas de Castilla de Oro o Nueva To ledo. La enco mienda fue la riq ueza pública y la riqueza privada. Por su causa motivábanse las riñas de conquistadores y oficia les reales, cundía n las querellas y los celos entre pobladores y vecinos. En su busca e mprendían los más inq uietos y amb iciosos las entradas a tierras nuevas y desafiaban las "guaza varas" de los ind ios. Por su codic ia urdía nse las intrigas alrededor de virreyes y gobernadores y se provocaban los ple itos más enconados. Cua ndo el juez de residencia ha abierto el juic io a un gobernante o ma gistrado, la causa de los agravios que ha de escuchar será sie mpre la injusticia en el

54

otorga miento de las enco miendas, ya sea el residenc iado un héroe co mo Cortés, un conq uistador como Franc isco de Montejo o un palacie go co mo Rodrigo de Contreras. El fa voritis mo o parcialidad en dar las enco miendas provocaban tumultos como el de Luis de Vargas en el Perú. Las "nuevas le yes" que revocaban el servicio personal provocaron la rebelió n de Gonzalo Pizarro y de Hernánde z Giró n. Iban y ve nían al Consejo de Indias las recla macio nes de los chasqueados o desposeídos y las recriminacio nes contra los gobernadores que las daban sin atender a los servicios o a los títulos y preferían a sus cria dos o a sus propias esposas y yernos co mo Rodrigo de Contreras, quie n reunió en cabeza de su fa milia la tercera parte de todos los ind ios de Nicaragua. Una buena encomie nda causaba a veces el casamie nto de una heredera de 12 años, u otro logrado por la fuerza, y llevaba al asesinato, que resultaban muy diversos ca minos para un mis mo fin. La distanc ia de yanacona y mitayo, tan clara en la ley, fue en este primer siglo, en la práctica una sutile za teológica. III ¿ Significó la enco mienda la introducc ión en Amér ica del régimen. feuda l? Podemos contestar categórica me nte que no. A haberse descub ierto y conq uistado Amér ica un siglo atrás, ha bría lo sido, casi segura me nte. Pero lo fue cua ndo las institucio nes medio evales morían en Europa. La obra del descubrimiento fue posible porque una mo narquía po derosa se había erigido sobre los despojos de los fe udos. La enco mienda creó en la práctica una sujeció n que excedió a la del siervo con relación a su señor, pues que fue una llana esclavitud. Pero el hecho es que las nue vas ideas con que se ina uguró la Edad Mo derna, en cuyos dinteles apareció Amér ica, imp id ieron consagrar esa esclavitud en la ley y los escrúpulos trabajaron constante me nte para condenar la tiranía de los encome nderos. No la imp idieron y las exigenc ias econó micas de la nueva sociedad se imp us ieron a las ideas humanitar ias de los monarcas y los teólogos con inve ncib le imperio.

55

Pero se mantuvo un rasgo que imp id ió a la enco mienda llevar al feudalis mo, y éste es el de ser la encomie nda vitalic ia y sie mpre precaria, mie ntras el vasallaje feudal europeo era perpetuo. No se abrogaron las encomie ndas, los conatos de revocar el servicio personal no llegaban a cabo, se emp leaba toda clase de distingos o eufe mis mos para consentirlo, pero su propia instabilidad le imp idió ser una instituc ión de ho ndo arraigo. Hubo una fuerza que le ayudó a vivir : fue la necesidad fina nciera de la Corona, que sabía que ese régime n rendía le, aunque no con la frecue ncia deseada, los galeones cargados con los quintos reales que venían de Portobelo o Veracruz ma nchados con la mis ma sangre que las piadosas previsio nes le gislativas miraban a impedir que se derramase. Lo que contr ibuyó a dar a la encomie nda su dureza y crueldad fue el hecho de haberse ejercido sobre una raza que el benefic iario reputaba incurable me nte infer ior, pues que el indio tenía para él apenas "la apa rienc ia de ho mbre", era co mparable a "un leño o una piedra". Ser la esclavitud del ind io una necesidad para cumplir la tarea de evange lizar lo, era una mera arguc ia. Los jur istas formulaban la teoría de la apropiación de la tierra y del derecho para esclavizar al indio, pero quie nes las practicaron en Amér ica fueron cond ucidos por razones econó micas. IV La destrucció n de los ind ios fue argume nto emp leado por gobernantes y legistas para sostener la necesidad de establecer la perpetuidad de la enco mienda, es decir, para fundar el régimen fe udal. Co mo se sabe la enco mienda era concedida por una vida y general me nte por dos vidas en el Perú. Tal limitación, decían, es la causa de la mortandad de los indios, pues siendo posesión precaria carecía n los a mos de interés en cuidarlos. Con harta razón co mparábase la enco mienda con el usufr ucto que quita a su benefic iario todo interés por mejorar la cosa que un día inc ierto se le escapará de las ma nos. No olvide mos, además, que una cédula podría revocarlo en el mo me nto menos

56

esperado. Desde el primer día de la conquista apareció la queja contra la ins tabilidad de la encomie nda. Bajo el gobierno del virrey conde de Nieva se hizo en el Perú una infor mación sobre el apasiona nte te ma (1562). El licenc iado Mercado de Peña losa, de Lima, decía que la perpetui dad de los repartimientos sería una gran causa de sosie go. "Ahí Juan está esperando que muera Pedro para medrar su repartimie nto ". "Cua ndo sepa que no podrá ganar lo habrá me nos codicia y deseo de alteración". La discus ión fue ardiente. El licenciado Alta mirano aco mpañaba en su tesis a Mercado de Peña losa. En camb io la contradecían los lice nciados Santillán y Cuenca. ¿ Có mo serían los encome nderos, decía el primero, si son los que ve mos, sin tener jurisdicc ión y vasallaje, si lle gasen a tenerlos? Los procuradores del Cuzco llegaron hasta querellar la idea de la perpetuidad, y "la gente co mún", dicen los docume ntos, se había juntado "y exc itaba a los ind ios mostrándoles cómo había n de ser esclavos ". La gran oposició n venía de los desposeídos que esperaban ser posee dores y a quie nes la perpetuidad fr ustraría la ilusió n. Hubo peligro de alteració n del orden, por razón del debate. Parece ind udable que consolidado el régimen de las enco miendas y otorgadas éstas a perpetuidad, se hubiera econo mizado vidas de ind ios y allanado alborotos, pero es más ind udable aún, como he mos dic ho, que se habría establec ido el feudalis mo en Amér ica, fundado un régime n de servidumbre, creado castas sociales y postergado la ema ncipació n política, cuyas primeras causas pueden encontrarse en las ideas liberales de la legislac ión, que si no encarnaron durante la colonia, habían de crear una tradición favorable al movimie nto de mocrático de la independenc ia. Tal fue el sino de la raza conq uistada. La hecato mbe de ind ios que producía la acción guerrera, o la virue la y pestes viole ntas que daban fin a poblaciones enteras en breves días, fue menos aparatosa o más len ta, pero más segura confiada al laboreo de las minas o al manejo del azogue para extraer la plata o a las terribles faenas del trasporte en las que hacían de acémilas.

57

Tales hechos pudieron ser, en compe nsación de su inhumanidad, un azar propic io para la aparición de una estirpe pura sobre el vasto ce me nterio de una estirpe abolida, pero ya he mos dicho que la ausenc ia de la mujer blanca ma logró esa perspectiva por la hibridación de español e ind ia que prolongó, en los descendientes, la sangre y el alma de la madre. V Es un lugar co mún decir que el régime n de la encomie nda causó la destrucción de los ind ios. Ya que se ha insistido en presentar a fray Bartolo mé de las Casas co mo un visio nario y frenético abstengá monos de creer en sus relatos. Tenga mos por fantas ía de su pasión enardecida sus datos y cifras, según los cuales carecería de igua l en la historia la refinada crue ldad de los enco menderos, y seria verdad el dicho del bachiller Sánche z al Presidente del Consejo de Ind ias en carta de 1566: "ninguna oreja cris tiana podría oír sus críme nes". Prescinda mos del aperreo de los indios para reduc irlos o escarme n tarlos, por cuya razón los mastines diestros para tales fines eran de las mercaderías más caras por más apetecidas, o de la aplicació n del hierro candente en las mejillas de niños de 3 o 4 meses, o de la que ma a fuego lento de ind ios vivos o todavía del enc ierro en corrales para el aparte y reparto, co mo de rebaños, o el de hund ir las espadas en carne de ind ios "sola me nte para probarlas". Aunque no es sola mente fray Bartolo mé el de los relatos no nece sita mos reproduc idos y discutir los porque basta para nuestros fines ate nernos a los desafueros ind udables, a los abusos confesa dos, al despiadado trata mie nto, al emp leo co mo acémilas –tamemes- como se lla maban para el transporte de mercaderías y metales. "Te ngo indios para tres o cuatro años, decían los encome nderos, y si no me dan otros, marcháre me a Castilla ". Si el concepto que el conquistador tenía del ind io, como de un ser inferior, al que negábase los caracteres de huma nidad, contribuyó, sin duda a matar la piedad en su ánimo, debemos tamb ién decir que en ello, ha y un efecto de la trans for mación mora l que he mos lla mado la tropicalización del blanco. Se prueba inmed iatame nte

58

porque la mis ma crue ldad aparece en la riña entre los propios conq uistadores, co mo habremos de mostrarlo en diversos pasajes de este libro. Recurramos, pues, a docume ntos que nos per mitan tener una impresión de la destrucción de los indios como fe nó meno nor ma l. He aquí uno que pudiera servir de modelo. Se trata de una relación de fray Jerónimo Descobar, acerca de la Provinc ia de Popayán, digno de confianza porque no maneja grandes cifras y por que alude al hecho de ma nera ind irecta. Su fecha es la de cuarenta y seis años después de la conquista de Bena1cázar y Andago ya o sea de 1582. En la ciudad de Pasto de 20.000 indios sólo quedan 8.000, dados en enco mienda a 28 vecinos: el total de población españo la es de 250. En Alma guer, los indios enco mendados bajaron de 15.000 a 2.000 en 30 años, repartidos en 14 vecinos. En Popayán de 12.000 ind ios sólo hay, treinta años después, 4.500 dados a 20 vecinos, españoles sola mente 100. En Iscanze hay 2.000 indios encome ndados en 17 vecinos, la ma yoría mulatos y mestizos. En Tima na, en cuarenta años, de 20.000 ind ios sólo hay 700, enco me ndados a 12 vecinos. En Santiago de Cali, "en el único ca mino de los llanos de Vene zuela a Santia go de Chile, que son 1800 leguas", de 30.000 ind ios sólo quedan 2.000 enco mendados en 19 vecinos. En la mo ntaña de 8.000 ind ios sólo quedan 600. Paga n su tributo traye ndo tres veces en el año dos arrobas de peso un trecho de 25 leguas. En Toro habrá 2.000 ind ios entre 20 vecinos, "algunos mulatos y mestizos, no dignos de tener vasallos a quienes enseñar la fe siendo ellos necesitados de lo saber". En Cartago 1.500 ind ios entre 20 vecinos. En la Provincia de Ancer ma había más de 40.000 indios, ahora no más de 800. En la Villa de Ar ma había el año 1542, 30.000 indios, ahora dice el cronista, 500 en 9 vecinos. En Antioquia había más de 100.000 indios cuando se descubrió, cuando escribe el

59

cronista, sólo 800. He aquí un peque ño cuadro del tipo corriente de enco menderos, con 25 ind ios, que muestra la distrib ució n del servicio que recibe de ellos: "Tiene en su cocina 8 indias de cocineras y panaderas y alrededor del estrado de su mujer 4 o 5 la vanderas. Si tiene n hijo que criar 2 a mas: 6 o 7 indios grand es que proveen de leña y agua a la casa y el resto del repartimiento echa a las minas para que saquen oro". VI Así co mo la falta de mujer blanca unió al conquistador con la india, la enco mienda 1o unió con el ind io: Ambos factores causaron una impreg nación profunda que veremos manifestarse en otros aspectos de la nueva sociedad a merica na. Descubrimos así el segundo y más importante efecto de la enco mie nda, la influenc ia moral que ejerció en el us ufructuar io, rebajando el nivel de su concie ncia, descristia nizá ndolo al tie mpo que quería evan gelizar al ind io. Desde lue go la explotación expo liativa, el dominio del ho mbre sobre el ho mbre sin el contrapeso de un ideal, infunde en el dominador un aliento tenaz y penetrante, que es como la sangre de la presa salpicada en el pecho del victimar io. Es la manc ha en la ma no de Macbeth que todo el mar no lavará. Es además la herencia que deja toda posesión. Esta connaturalizació n del españo l y del indio fue operada por el contacto forzoso que la enco mienda impo nía. Era la fuente de vida, el eje de todo el mecanis mo socia l. Además no se trataba de una mera instituc ión jur ídica patrimonia l sino con marcado carácter fa miliar pues equiva lía a un patronato o una tutela. El ind io y la ind ia vivía n frecue nte mente bajo el mis mo techo del enco me ndero cuando se destinaban al servic io de la casa y de las labranzas que la abastecían. Frecuente mente el enco mendero se instalaba en la parcia lidad india que le había sido enco mendada. "Los españoles prefieren vivir entre los indios ", decía un obispo de Tuc umá n en

60

carta a la Corte, citada por Charlevo ix. La barraganía de encome nderos e ind ias es motivo frecuente de que jas y recriminacio nes de los obispos, especia lme nte de Zumárraga y Ca sas, quienes lo refieren co mo un hecho ordinar io. Los mis ioneros denunciaban la violac ión de las le yes que obligaban a los encome nderos a per manecer en las ciudades, pues preferían holgar en el seno de las poblacio nes ind ias y gozar en ellas, sin desperdic io, de su o mnímodo señorío. Juan Bautista Muñoz, hijo de un conquistador, Jua n Bautista Ber nio, había abrazado la vida salvaje en el antiguo Tuc umá n y fue nece sario que una expedición lo arrancara del seno de parcia lidades indígenas escondidas en lo más secreto de las serranías. Lo mis mo ocurr ía en Popayán con los hijos y nietos de Luis de Mu delo, acusados de hechiceros, que vivían y vestía n como indios en la parcialidad enco me ndada a aqué l. Un cronista, Albéniz de la Cerrada, relata una orgía en los lla nos de Venezuela, en la que confraternizaron la soldadesca española y la chus ma ind ígena. Si el relato mis mo de este cronista, que tene mos por sospechoso, no fuera exacto, contiene un hecho que debe haberse producido en la historia de todas las expediciones conquistadoras cuando alejábanse de los centros de població n y de gobierno. Son, me parece, signos de esa connatura lizac ión del conquistador y del ind io, de esa fa miliaridad espir itua l que se prolongó por siglos, aun que en diversa med ida, dos libros escritos a mediados del siglo XVII, libros de curios ísima lectura y de singular interés: las Virtudes del indio del obispo Palafo x y el Tratado único y singular del origen de los indios occidentales del Perú, Méjico, Santa Fe y Chile del doctor Diego Andrés Rocha, oidor de la audie ncia de Lima. El libro de Palafox, obispo de Puebla y virrey de México, ofrece un doble interés: primero el de contener una autobiogra fía que nos hace conocer su vida de desvarío y conversión, exhibida con la sinceridad y desnudez que hacen el encanto de los de su género, y luego su alegato sobre la perfección moral del ind io. Su bajeza moral, su idolatr ía, con que se cohonestó la dureza de la conquista

61

sería n, según este libro, e mbustes y fábulas. Es difícil encon trar, en efecto, epíteto ennoblecedor que no fuera aplicable al indio, pues que era "paciente ", "generoso", "honesto", "te mp lado", "obediente ", "agudo ", "ind ustrioso", "justo", "valie nte" y "e lega nte"! ... En cuanto al doctor Rocha, su libro desarrolla, sustentado con "doscientas" pruebas, la siguiente tesis : la co munidad originar ia de españo les e ind ios. Descendientes de Túbal, habrían poblado España y pasado lue go a habitar las Indias. Apoyada la tesis con textos ve nerables, la co mprueba con la obser vació n directa de mostrativa de la unidad de origen, pues encue ntra que españoles e indios se ase mejan en "lo sufr idos" dice, en "lo crueles ", en "lo idólatras", en "lo aborrecedores de la cienc ia". ¡Qué aterrante genealogía ha llaba para Amér ica el erud ito doc tor!. Pero ha y un episodio del siglo XVII en la historia del Tucumán que confir mará ese esfuerzo de asimilación de las dos razas mejor que estas ala mb icadas teorías. Un andaluz, Pedro Cha mijo, conocido en la crónica como Pedro Bohorque z, se radicó entre las tribus calc haquíes, que vivieron una epopeya que espera todavía su poeta. Asimiló la vida de los indios. Tuvo esposas indias, co mo un cacique. Vistió como ellos. Practicó sus ritos. Celebró sus fiestas. Lle gó a ser su jefe y se hizo coronar Inca. Cualesquiera sea la porción de superchería que enc ierre el episodio, supone tanto la credulidad del indio co mo "la tropicalizac ión" del españo l. El cronista Lozano ha contado con su abundanc ia habitua l esta pre ciosa página de la historia moral de los oríge nes a mericanos.

NOTA S -Rod rig o d e Co nt reras , el enemigo de fray B. de las Casas , yerno d e Ped ra rias , a q u ien se acusaba de h aber puesto un a g ran po rción de las en co miend as de Nicaragua en su familia, tuvo ya la idea de co mu n icar el Mar del No rte con el Pacífico po r med io del Río San Ju an y lag o del Desagu adero que él exp lo ró . Est a es la id ea que hoy se propon e realizar Est ados Un idos, para cuy o fin ha fir mado con Nicaragu a el t ratad o qu e lo auto riza a ejecut ar la ob ra. El int erés de esta magn a e mp re sa es móv il

62

imp o rtant e en la interven ción d e aq uél en la v id a interior d el pequeño p aís cent ro americano. (Lo zoya, J. Cont reras y Lóp ez d e Ayala, marqu és de. Vid a del S ego viano Ro drig o de Cont rera s, goberna do r de Ni ca rag ua (1534-1 544), pág . 33). -El entreten imiento más seg uro y calificado de la tierra son los tributos y rep art imiento d e ind ios. (Lóp ez de Velasco , J. Geo gra fía y descrip ción uni versal d e l as India s, recopila da po r el cosmóg ra fo-croni sta Juan Lóp ez d e Vela sco , desd e el año d e 1571 al d e 1574 ... Mad rid , 1894). -So ló rzano y Perey ra define con p recis ión juríd ica la enco mienda en su Po lítica In diana . Ent ra co mo elemento es encial qu e la merced sea con ced ida a q u ien es se han hecho b en emérit os en las Ind ias, pero ag reg a q ue es verd ad q ue esta c ond ición no se ha g uard ado puesto que ha s id o oto rg ada a qu ien es no han salido de Cast illa. Recu erda mu cho el h ech o a la tierra púb lica qu e en la A mérica in dep en diente d eb ía darse a qu ienes la pob laran . Co mo lo fuera, en la mayo ría de los casos, a qu ien es no la con ocían s iqu iera, se creó en la A rg ent in a. la no ción ju ríd ica cu rio sís ima -que t rad uce la ps ico log ía de p aís g anadero -, d e qu e p obla r la t ierra s ign ificab a pon er g anado en ella. -Los ju ristas hacen d istincio nes ent re Repa rti mi ento de indi os, En co mi end as y S ervici o p erso nal. Co mo hecho social la d ist in ción es sutil. Es verd ad qu e despu és de la ab ro gación d el serv icio personal, que n unca lo fu e co mp let a, el enco mendero recib ía d e los in d ios un tributo . Fue u na t area y u na luch a terrib le la tasación de los t rib utos, que las cédu las reco mendab an redu cir en lo pos ib le. León Pin elo en su Tratado de con fi rma cion es Real es d e Enco mi enda s, Ofi cio s i ca so s, en qu e se req uieren pa ra l as In dia s Occi dent ales t rae las tasacion es en el Perú, que variaban grand emente de un lug ar a ot ro . Se fijaba la cant id ad de d in ero q ue el ind io deb ía pagar al año a su amo . Pero los ju ristas d ijeron qu e el t ribu to pod ía p agarse en serv icio y as í se co nt inu ó en mu ch as partes. -So 1ó rzano y Perey ra t rata en los Caps. 3 y 4 d el lib ro II de su Po lítica In diana, la s itu ació n de los yana con as o na borías o sea los ind ios de serv icio , y en el lib ro III, la en co mi end a, d iscut iendo extens amente su natu raleza ju ríd ica. En el Cap. XX XII d el mis mo lib ro d iscu te la conv en iencia d e su perpet u idad, d ecid iénd ose po r la neg at iv a, con buen acuerdo . -Cart a ext ens ís ima del v irrey con de d e Niev a (1562) a S. M . acons ejan do se hag a p erpetu a la 3a parte d e las en co mien das, o tra tercera se dé p or v ida y la ú lt i ma p ara la Co rona. ( Go berna ntes del Perú . Ca rta s y pap eles. Sigl o XVI. Do cu men tos del Archivo de India s. Pub l. d ir. p or Roberto Lev illier. M ad rid , Su cs. de Ri vad eney ra, 1924. (Co lecció n de p ub licaciones h istó ricas de la Bib liot eca del Con greso Argent ino ), t . 1, p ágs. 395, 400 Y s igt es. ). -La co lección d e papeles d e Go berna ntes del Perú ... hecha p o r el Sr. Lev illier bajo el pat ro cin io

63

del Cong reso A rgent ino (14 vo lú menes) mu estra v iv amente có mo la p reocu pación de las enco mien das llen aba la v ida del v irreinato . Lo que es la "po lít ica" hoy era enton ces la en co miend a. La lu cha en la sociedad se organ izab a para hacer su conq u ista, co mo h oy la del p oder. -La h isto ria de sus mod ificaciones , no en la ley , sino en la realid ad, est á hecha po r el v irrey To ledo en el To mo 4, pág . 60 Y s igu ientes d e est a co lección . -A pesar de la dero gación del t rabajo perso nal éste cont in uab a d isi mu lado y ta mb ién ab iert amente. Est a cart a del v irrey To led o es un cu ad ro an imado, co mo un a no vela, de la v ida del p retend iente a la enco mien da, anteceso r d el asp irant e a d ipu tad o de nuest ros d ías. Es ad mirab le la no b le en erg ía con qu e aqu el Virrey h ab la al Rey. En el d istrit o d e Charcas en 1573, según el licen ciado M at ien zo , los ind ios su frían la esclav itud de sus enco men deros, a pesar de tod as las leyes sob re serv ic io personal. ( Au dien cia de C harca s. Co rrespond en cia de p resid ent es y oido res. Docu mento s del Archi vo d e In dia s. Pu b l. d ir. po r Roberto Lev illier. M ad rid , Imp r. de J. Pu eyo , 1918-1922. (Co lección de p ub licaciones h istó ricas de la Bib liot eca d el Con greso A rg ent ino ), t . 2, p ág. 480). Y en el Perú en 1570, lo mis mo , según el v irrey To ledo , aún en man o de relig iosos. ( Gob ernant es d el Perú ... Op. cit . t . 3, p ágs. 347 y 501). El v irrey García de Cast ro aconsejaba "d is imu lar" la p ró rrog a d e las enco miendas po r t ercera v id a. Y as í se h izo. Se llegaba a la 4a y a v eces a la 5a v id a. ( Idem, t . 3, p ág . 261). En 1599, en el d ist rito d e Ch arcas es mu y g rand e el abuso del serv icio person al. (Au dien cia de Cha rcas ... Op . cit ., t . 3, págs. 269 y 362). Véase co mo muest ra de crueld ad los procesos a García de la Jara y Anton io de Hered ia hechos p or Ramírez d e Velasco, gobernad or del Tu cu mán . ( Gob ernad ores del Tu cu mán . Pap eles de goberna do res en el Si glo XVI. Do cu ment os del Archi vo d e Ind ias. Pub l. d ir. p or Robert o Lev illier .. Madrid, J. Pu eyo , 1920. (Co lección d e pub licaciones h istó ricas de la Bib lioteca del Cong reso Argent ino ), t . 1, p art e 1a, pag o 252). Colección de do cu ment os inédito s rel ativo s al d escu bri mien to, conqui sta y co loni zaci ón de las posesi ones espa ñola s en Améri ca y Oceanía , sa cad os, en su ma yo r pa rte, del Real Archi vo de Indi as, p ub licados b ajo la d irección d e D. Joaq u ín F. Pach eco y ot ros. M ad rid , 1864 -84. To mo 1° , págs. 50 a 236; pág. 249: Repart imiento d e ind ios . -Pág . 237: Ord enan zas d e Bu rgos sob re ind ios. -Pág . 298: Tant o Zuazo co mo los Pad res Jerón imos p ed ían que se t rajeran n eg ros bo zales . No fue el P. Cas as qu ien p rimero lo aconsejara. -Pág . 300: Cuan do v in iero n los esp año les hab ía v arios miles de centen ares d e ind ios y h ace un año

64

eran "t an po cos, cu anto es el red ro jo que qu eda en los árbo les despu és de cog ida la fruta" decían los Pad res Jerón imos . -Pág . 306: Zuazo cu enta q ue mandó co rt ar las orejas a los ind ios. Juan d 'Es qu iv el, criado del co mendado r Lares, mató po r su mano 7 a 8.000 ind ios. -Págs . 369 a 386: In for mación so bre la pob lación d e La Españo la.

-Pág . 417: El licenciado Figu eroa d ice al rey : "casi t odos son muy crueles con los ind ios; é n ada se les daría que se acab asen con que ellos sacasen o ro é p art iesen á Ca st illa". -Págs. 442 a 450: Just ificación d e la es clav it ud d e los ind ios. Docu ment os del b ach iller Mart ín Fernán dez d e En ciso. A leg ato teo ló g ico . Invo cacion es bíb licas . Las cu at ro razo nes para just ificar la ap rop iació n de la t ierra: ju re di vino , po rqu e no cono cen a Dios; po rqu e co men carn e hu mana; p o rque pecan con tra natu ra; po rqu e se matan. Por cu alqu iera de estas causas t ienen perd ido su d erecho . Si se ap licara la t eo ría del Bach iller a los países mo dernos, n in guno lo tend ría. -Pág . 454: Carta Rea l sob re In d ios. La esclav itud está auto rizad a so lo en el caso en qu e el ind io res ista la do ct rinación o n iegu e obed ien cia a mano ar mad a. To mo 4° , p ág . 102: Los frailes no qu ieren s ino g anar 6 o 7.000 p esos y vo l verse a España. Pág . 459: Mart ín Co rt és, el h ijo d el co nqu istado r d ice: Hay in finit os vag amun dos. Hay muchos mest izos y mu latos qu e cub ren la t ierra. Nacen mal inclinad os y h acen much ísi mo daño a los n atu rales. To mo 7°: Pap eles de fray Barto lo mé de las Casas. Pág. 9: A perreo d e ind ios . Pág . 165: Repart o en co rral. Pág. 304: Las esposas d e en co mend eros azotan las ind ias. Pág . 401: Crueldad es espelu zn ant es. Pág. 300: " En las v entas so lo s e t ien e en cuent a los in d ios". Pág . 361: Un enco men dero ju ega tod o el trib uto de su enco mienda. Pág . 419: Yo t engo in d ios sólo po r t res años. In fo rme de 14 d ign ata rios de la Ig les ia sob re cru eldades. " Las cruces qu erían decir los co rd eles que les hab ían d e echar a las garg antas" . To mo 10 ° , pág. 333: In fo r me del licen ciad o Vasco d e Qu irog a, ému lo d e fray B. d e las Casas . Pág. 363: Hemos co nvert id o para los in d ios su edad de o ro en un a ed ad d e h ierro . Pág . 454: Tienen los españo les in d ias hermos as po r do cenas y med ia docen as; año 152 8. QUINTA NA , M . J. Vi da s d e lo s españ oles cél eb res. Mad rid , Lib . de la Viu da de Hernan do, 1897.

65

Núñez de Balb oa. Su ejecución po r Ped rarias. A GUIR R E, 3. F. Dia rio de Agu irre, (en : A nales de la Bib lioteca. Pub lica ción d e docu mentos relat ivos al Río de la Plat a, co n int ro duccion es y notas po r P. Groussac. Bu enos A ires, Con i, 190 5). To mo 4° , pág . 92: Aun que se refiere a t ie mpo mu y posterior, mu est ra el hog ar co rro mp ido p o r los esclav os en el Bras il. SA LC EDO y OR DÓ Ñ EZ, F. Lo s chi apa s, (en : Oca mpo , J. d e, seu d. La Gran Flo rida ... Mad rid, 1917). Págs . 187, 189: Los mest izos que co mien zan inesp erad amente a ap arecer, observ ados en la escuela. CHA RLEVOI X, P. F. X. DE. Histori a d el Pa rag uay. To mo 2° , pág . 575: " Los españ o les p refieren viv ir ent re los ind ios". -Se lla mab a gua zavara un asalt o in esperado de ind ios. Tien e u n sent ido semejante maloca, au nque parece hab erse usado más b ien en el sent ido de malón sob re un a ciud ad y aquélla du rante una exped ició n. PA LA FOX y M EN DOZA , J. DE. Vi rtud es d el indio . Mad rid , Imp . T. M i nuesa d e los Ríos, 1893. LIZÁ R RA GA , R. D E, Fr. Descrip ción coloni al. Buenos A ires, J. Ro ldán, 1916. To mo 1° , pág. 199: Apu esta de Sierra. To mo 2° , p ág . 213: Exp ed ició n de Av en daño a las is las del Pacífico. Crueld ad en tre españo les . ROC HA , D. A. Tratad o único y sing ula r del ori gen d e los ind ios d el Perú , Méji co , Sant a Fe y Chile p or el Dr. D. Diego And rés Rocha. Oido r d e la Real Aud ien cia de Li ma. Mad rid, 1891. (Co lecció n de lib ros raros o cu riosos que t rat an de A mérica). p ág . 51: Semejan za ent re esp año les e in d ios. SER RA NO y SA NZ, M. Relaci ones hi stó ricas d e Améri ca , (en : So ciedad de Bib lió filos Es pañ o les, Madrid, 1916. To mo 39° , pág . 26): Juan Sánchez Portero , Relación de su ent rada al vo lcán de Masaya (Nicaragua) y de sus serv icios en ot ras reg iones de las Ind ias. LOZO YA , J. CONT R ERA S y LÓP EZ DE A YA LA , marq ués de. Vida d el S e goviano Ro dri go de Cont rera s, gob ern ado r de Nica ra gua (1534-154 4). Pág . 66. CA STELLA NO S, J. DE. Di scurso d e el ca pitán Fran cisco Draq ue. Pró l. y n otas de Á ngel Go n zález Palencia. Madrid, 1921. Pág . 105 y sigtes.

66

ARIA S y M IRA NDA , J. Exa men críti co -hi stó rico d el i n flu jo qu e tu vo en el co mercio , indu st ria , y pobla ción d e Españ a su do min ació n en Améri ca. Mad rid , 1854. Se estu d ia d eten ida ment e la acció n de la Metrópo li esterilizado ra de la p ro ducció n de A mérica y la escuela eco nó mica reg lamentaria d e los arb it ristas. En V. G. Qu esad a, Derecho de pat ron ato. In flu en cia políti ca y social d e l a Ig lesia cat ólica en América, est á citad o amp liamente. ORTEGA RU BIO, J. Histori a de América desd e sus ti empo s má s remoto s ha sta nuest ro s día s. Madrid, 1917. To mo 2° , p ág . 22: Fray Ant on io d e la Ascen sió n, en su Relación d ice: " ... no conv iene qu e su M ajestad h ag a mercedes d e p ueb los n i de los ind ios qu e se fueren p acifican do y conv irt iendo a n uest ra Santa Fe, a n ingú n esp año l .. ". El v irrey cond e de Nieva y los co mis arios del Perú, en ca mb io sosten ían qu e n o d eb ía darse sino a esp año les, proh ib iénd o les casarse con qu ien no lo fuera t amb ién . -Pág . 492: El ju icio d e resid en cia y las v isit as n o t en ían mu cho valo r. -Ningú n auto r en u mera co mo causa de la mo rt alid ad de ind ios una con la qu e exp lica un h echo semejante Rat ze1. Esa causa es la d is min ución de alimentos q ue su fre u na raza conq u istad a po r el priv ileg io d el do min ad or p ara usu fruct uarlos. Tal circu nstancia facilitará la p ro pag ació n de las en fer med ades y ep id emias q ue frecuen temente asolab an a los in d ios, dejand o in mun es a los españo les. Ger mán Lato rre en sus Rela cion es geog rá fi ca s de

Indi as ( cont enid as en el Archi vo Gen eral d e India s d e S evill a . .. ), pág . 67, cu enta esa causa, (el to mo relat ivo a Sud A mérica). -La h isto ria de J. B. M uño z. ( Gob erna ción del Tucu má n. Pro ban za s d e mé rito s y servici os de los Con quistado res. Do cu mento s d el Arch ivo d e In dia s. Pu b l. d ir. po r Ro berto Lev illier. M ad rid , Sucs. de Rivad en ey ra, 1919-20. (Co lección de pu b licacio nes h istó ricas de la Bib lioteca d el Cong reso Argent ino ), t . 2, p ág. 602.

Índice de la Obra

67

LA NUEVA SOCIEDAD

68

CAPITULO V

LA CABALLERÍA EN AM ÉRICA

I

Reunidos quedan tres factores que concurrieron en primer término a produc ir lo que he mos lla mado la "tropicalización" del conquistador, trans mutación psicológica en cuya virtud dejó de ser el descendiente del Cid o el her ma no del Gran Capitán. Primero la acción del nuevo medio que lo precipitó en las tentacio nes de la vida salvaje, lue go el maridaje de español e ind ia en cons iderable proporció n y fina lme nte el régime n servil de las "e nco miendas" y "re partimie ntos " de ind ios que corromp ieron profunda mente la vida ame ricana, al hacer de la explotación expoliativa del ho mbre el motor central de su actividad econó mica. Si existieran razo nes teóricas sufic ientes para transfor mar la natura leza moral del conq uistador, veamos si la transfor mac ión se produjo en realidad, si persistieron en Amér ica los sentimie ntos definidores del alma españo la. Si la comprobación da resultado positivo habría mos lle gado a una conclusió n de alcance extraordinario, como sería la de declarar la originalidad de la vida amer icana, creada por el imperio y el carácter que sus cond icio nes propias imp usieron a la acción de España. Busque mos las huellas en Amér ica de algunos de los caracteres que los historiadores reputan esencia les del ge nio español: ánimo caballeres co, fidelidad al rey, religiosidad. En capítulos posteriores expondremos las manifestaciones relativas a los dos últimos. Hagá mos lo ahora con relació n a los sentimie ntos ca ballerescos. II

69

España ha sido considerada desde la más remota Edad Media hasta el presente co mo la patria de la hida lguía. Su no mbre en los demás países cristia nos era sinó nimo de gallardía y pundonor. En este mis mo siglo XVI que nos ocupa, cuando ma ntenía tan es trecha co municació n con Italia, una copiosa bib liografía ita liana que Croce ha analizado en su libro sobre Spagna nella vita italiana demues tra que el español significó gala ntería y lealtad caballeresca. Guicciardini juzgaba al español como cultor del honor de modo tal "q ue para no mac ularlo despreciaba la muerte". Proponían las crónicas y me mor ias de ese tie mpo al españo l como mode lo de caballero. Se celebraba en afor is mos nacidos en Italia su valor, glosando el proverbio español de: Por la honra pon la vida, y pon los dos, honra y v ida, por tu Dios. No es necesario retroceder en la historia de España hasta los "pasos de armas ", ma gnífico testimo nio de bravura y de p ureza caballerescas a un tie mpo, porque está muy vecina la guerra de Granada, que, con ser religiosa, ofrece de ellas conmo vedoras pruebas. El conde de Tendilla aprisio nó a la bella Fátima. El rey Boabdil ofreció su rescate. El conde contestó ponie ndo a la cautiva, rutilante de joyas, a las puertas de Granada. El moro, para no ser menos, dio la libertad a cie nto cincue nta pris ioneros. ¿Dónde está este rasgo en la historia de la conquista? ¿Es perceptible en la historia de la América del siglo XVI el aura de hidalguía y de fervor caballeresco de la historia castiza de España? Se la buscará vana me nte. No hay historiador que la haya encontra do. No es lealtad la que brilla en la crónica del sacrific io de Atahua lpa, Moctezuma, Cuauhte moc y de innumerables caudillos menores. La traició n, la emboscada son recursos ordinarios. Vargas Machuca en su Milicia y descripción de las Indias contie ne un tratado de las emboscadas. En otro capítulo trata de los espías : "son bue nos los espías, to mán dolos de otra parcialidad, que para ello estén cohechados". La traición, la deslealtad, aunque no refinadas y astutas como las de sus

70

conte mporáneos italia nos, fueron usadas desde los primeros días de la conquista. Así Ovando, con la reina Anacaona, atrayéndo la a un convite para ador mecer sus temores y masacrar después a sus indios. Cortés fingió una conspiració n para ahorcar al Prínc ipe azteca. ¿ Quié n ha olvidado la de Francisco Pizarro contra el Inca Atahua lpa? El capitán Ayora se hizo entregar por los ind ios de la Española todo el oro que tenían y lue go que mó al cacique y aperreó a los ind ios. Francisco de las Casas y Gonzá lez Dávila, durante una cena amistosa, acuchillan a Cristóbal de Olid. Alma gro el Mozo hizo lo propio con García Alvarado y el Tesore ro Riq uelme con Anto nio Picado denuncia ndo su asilo. El terrib le Pedrarias Dávila ma ndó a ahorcar a su yerno Núñe z de Balboa y presenció su suplic io detrás de un valladar de cañas. Si el Cid enga ñó con la petaca que guardaba arena y no plata, lo hacía con un ene migo de su fe, en camb io el pago que hizo Alma gro, según Alvarado, de los bastime ntos y pertrechos de su expedic ión al Perú, resultó ser en monedas "más cobre que plata ". La conducta con los ind ios, las indias y sobre todo con sus hijos es testimo nio sufic iente de la ausencia de los sentimie ntos caballerescos. La observació n ha sido hecha por Humboldt en su libro ins uperado sobre Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Este no mbre del escritor ger má nico es el de uno de los más dignos de gratitud y de ad miración para Amér ica, pues su esfuer zo para investigar la historia del nuevo mundo, describir su natura leza y catalogar sus recursos natura les, realizado con maestría, probidad y amor, no ha tenido pareja hasta el presente. Humbo ldt descubre el gran contraste que existe entre la Amér ica de la conquista y la Europa caballeresca. A pesar del espíritu audaz que aquella revela careció de nobleza, de lealtad, del sentimiento de protec ción al débil, no otorgó supremac ía al honor sobre el interés. El conquistador no era un hijo del Cid, sino un condottiere del siglo XV. No tuvo necesidad América para poner fin a la caballer ía, de Don Quijote. Es curioso

71

recordar a este propósito que el libro de Cervantes tuvo más difusió n en la Amér ica de fines del siglo XVI que en España. Tenía más propio a mbie nte entre quienes habíanse bur lado de la hidalguía antes que el ge nia l bur lador. El caballero taja flancos o cercena go las a no mbre de un amor ideal impreso en su pecho más ho nda mente que la ataujía en el po mo de su, espada. El acero del conq uistador, en ca mb io, ha sido afilado sobre la dura piedra de la codic ia y se hunde en las carnes para rendir presas y hacer botín. Reconoce mos en él el estupendo valor, pero no aquellos airone s que ennoblec ieron la proeza de los paladines y le vantaron su estatura hasta la leye nda dorada: el a mor por la da ma, la lealtad a la divisa. La mujer, que sólo por serlo avasalla la arroganc ia del guerrero y cuya mirada es presea que va le la vida, no existió en Amér ica. Señala fielmente la distancia a que se encue ntra de la caballer ía la Amér ica del siglo XVI, la codic ia imp lacable del conquistador, con tagiada a los mis mos religiosos. Hasta los frailes no quieren sino ganar 6 o 7.000 pesos y volvers e a España, decía un virrey en despacho a la Corona. El elocuente elo gio que Coló n hic iera del oro - "e l oro es excelentísimo, que con él se hace tesoro y lle ga su poder hasta que saca las almas del purgatorio " - fue co mo un pronóstico de lo que había de pensar la nue va sociedad. Bernal Díaz del Castillo dirá del oro - cuando refiere las dádivas que hizo Cortés para reducir los desconte ntos- "q ue el oro quebranta penas y a mansa enojos". Vargas Machuca justifica la persecuc ión a que el conquistador se la nza en su pos, dicie ndo que la rique za "hace al ho mbre discreto, ama do, reverenciado: si comete delitos se libra, si quiere ser medianero todo lo compone y tie ne ma no ". Tales sentimie ntos prueban que la conquista america na estaba en verdad muy distante de la caballería y exhiben uno de los rasgos que las nue vas condic iones socia les germinaban. La Edad Moderna, cuyas puertas abre el descubrimie nto de Amé rica, será la edad del oro y del hierro y sus musas la riqueza y la de mocracia. Hay una escena, que se repite frecuente me nte en la conq uista, que expresa el espír itu de la nue va era y que

72

es co mo un símbolo anticipado del mal que enve nenará los siglos por venir. Más de una vez, al cabo de peregrinac iones de meses por tierras fabulosas, volvía n los soldados cargados de oro pero agotados por la fa tiga, trastornados por el ha mbre y la sed, "ma ld icie ndo las riquezas que los agobiaban y no les per mitía vivir ", cuando ya habían devorado el último resto de las cabalgaduras y de la jauría que llevaban consigo. Esa procesió n de fantas mas que gastan el último soplo de vida que les resta para llevar sobre los ho mbros irreales la guaca repleta de metal ,o las piedras con oro, es un motivo del que el arte no ha extraído su trágica belle za. Hoy cua ndo esa Edad Moderna co mienza a reconocer el engaño de su ideal, cobra la ima gen una impresio nante actualidad. La huma nidad, co mo los fa mé licos conquistadores cargados de oro, ha come nzado a maldecir la rique za que ha satisfecho su a mbic ión pero la ha herido de muerte.

III En carta a la Corona dirigida por oidores de México en 1530, es criben una frase que es una definició n psico lógica de la nue va sociedad: "los ho mbres que acá están no tiene n el ánimo tan reposado que sufran dejar de poner en ejecució n lo q ue les parece que convie ne a sus inte reses". El rasgo es perfecto. La sens ibilidad excitada, la pasión puesta en frenesí por el peligro y la amb ició n, la voluntad tend ida y alerta han suprimido esa pausa entre la impuls ión y el acto que se lla ma la reflex ión. Van, sin segundo, de la codicia a la presa, de la palabra a la espada. Co mo consecue ncia el papel de la concienc ia es secundario. La ins tantaneidad con que es necesario proceder ha proscripto el lugar reservado a los escrúpulos. En la pedestre relación de un oscuro personaje ha y un pasaje de extraordinar io vigor para pintar, por ma no auténtica, ese estado de alma. Lla mábase el licenc iado Gamboa. Venía desde Pana má al Perú dejando recién llegado al presidente Gasca, ma ndado para remed iar el leva nta miento de Gonza lo Pizarro. Recorría solapada mente las aldeas del tráns ito para asegurar a los lea les de la Corona que Gasca traía el perdón

73

para los compro metidos y el castigo para Pizarro. En la Ciudad de los Reyes fue recibido co mo es de pres umir, no dejándose convencer ni por la tortura de Pizarro ni las pro mesas de aquel oidor Cepeda, quien venido con el virrey Núñe z Vela conc luyó por ple garse a la causa del traidor. Cepeda ofreció a Ga mboa 6.000 pesos para que vo lvie ndo a Pana má matase al presidente Gasca. Cue nta Ga mboa la escena : " ... e yo le respond í que no era justo de quie n yo había co mido su pan en irle a matar ni aún pasar me por el pensamie nto tal cosa; que había confesado aquel día y estaba dispuesto a mor ir co mo mártir si Pizar ro quería ejecutarlo, a lo que Cepeda con testó: que bien parecía que venía Despaña pues publicaba tantos escrúpulos de conciencia, que así v ino él cuando vino Despaña y después no v eía otra gloria sino matar hombres". Por boca de Cepeda se confesaba el alma de la nue va sociedad. Agustín de Zárate en la dedicatoria de su Historia del descubrimiento y conquista de la prov incia del Perú, ... dice: "No pude en el Perú escrib ir ordenada mente esta relació n porque sólo haberla allá come nzado me hub iera de poner la vida en peligro con un maestre de ca mpo de Gonza lo Pizarro, que ame nazaba matar a cualq uiera que escribiera sus hechos ". El espectáculo de las desviac iones del carácter ancestral del genio español, cuando sufr ió la influe ncia telúr ica y socia l d e Amér ica nos dará una lecció n eje mp lar sobre la manera co mo se origina y transfor ma una civilizac ión. El fe nó me no se producirá en for ma igua lme nte vis ible cuando ocu rrida la Revo luc ión de la Independencia, nuevas ge ntes y nue vos ideales tuercen el curs o de la sociedad.

IV La historia de América, he dicho en otro lugar, es la historia de dos inmigrac iones: la española de la conquista que duró, con ritmo de sigual desde el descubrimie nto hasta la independencia y la europea que come nzó una vez concluida ésta. Esta es una rectificació n de aquélla porque da a la fa milia amer icana lo que le

74

quitó en sus orígenes la intervenc ión de la sangre autóctona. La inmigració n del siglo XIX enr iquece la sangre del mestizo, que fue el fruto de la inmigración del siglo XVI. La inmigració n de la conquista fue guerrera y épica, la actual es mercantil y pacífica, aquélla fue una irrupció n, ésta una peregrinació n, la primera una e mpresa fiscal, la segunda un mo vimiento social. Los sendos caracteres transparecen en su alma diversa. El culto del coraje, el desprecio por la ley y la autoridad, la arro ga ncia, la pereza, amor por el juego, ais lados como rasgos del carácter "hispanoa mer icano son frutos de esa fue nte co mún: el carácter marcia l de la inmigració n conqu istadora. Son las cualidades que florecen y los vicios que rezuma la viole nc ia. El coraje es su esencia, la arroganc ia su gesto, el desprecio por la ley su tentación constante. La pereza es la mo lic ie a que se cree con derecho quien arriesga su vida. El jue go es la embr iaguez del peligro cuando ha pasado la del combate. La inmigración pacífica y mercantil de la era moderna da otros frutos e imprime otros caracteres. A la arroganc ia y al culto del valor de la for mac ión militar ha opuesto el cálculo y el afán del lucro. Fueron a mbas, aunque en distinta proporción, especialmente mas culinas y por tanto ninguna ha tenido el culto del hogar. De la mis ma ma nera que ve mos en las crónicas del siglo XVI pasar a los conq uistadores de las mancebas ind ias a las esposas encopetadas, con título y blasón, pasaba el e migrante europeo de la compañera ignara y hacendosa que co mparte los ásperos co mienzos de buscador de Amér ica a la esposa decorativa que ha de luc ir lo que la ree mp lazada ayudó a granjear, trocando la fresca espontaneidad de la juventud por el decoro factic io de la edad madura. El caso eterno que Goethe fijó en su Clav ijo. Esta ma nera de ver la historia produce la sugestión pedagógica por cuya virtud lla mábale Cicerón "maestra de la vida". Las reflexiones que de paso for mula este libro, que tienen un sabor acre para el patriotis mo

continenta l

lla mado

amer icanis mo

o

hispano amer icanis mo,

no

75

proviene n de ningún prejuic io ni amar gura. Han sido rodrigadas por la lealtad más pura, por el más sano y fuerte optimis mo. Es el optimis mo con que un maestro cordial se aplica a cultivar el ánimo de su discíp ulo predilecto y acaric ia, con a mor que vue lve más pre mioso su deber, las felices perspectivas que prevé. Sabe el maestro que ha de buscarse la realizac ió n de esas perspectivas por el ca mino, no de la ad miración o la lisonja, sino por el del perfecciona mie nto y trans for mació n de sus calidades; no por la espera pasiva de su "porvenir grandioso" o de su "destino manifiesto", sino por el amparo de una entra ña fecunda: la vo luntad disciplinada y la humildad laboriosa. Con ese criterio he mos escrito La Salud de la América Española.

NOTA S -Se co nsideraba co mo p arte d e la familia a los ind ios enco mendad os y ne gros d e serv icio . ( Revista de Bu eno s Ai res, t o mo 15° , p ág . 21: En sa yo so bre l a Gen ealo gía de lo s Tejed as ... Tejed a, Lu is d e. Lib ro de vari os Tratado s y Noti cia s. Lecció n y not as d e Jo rge M. Fu rt . Buenos A ires, Con i, M CM X LVII. Pág . 305). Colecci ón de do cu mento s i néd itos relati vo s al d escub ri mient o, co nqui sta y col oni zaci ón de las posesi ones espa ñola s en Améri ca y Oceanía , sa cad os, en su ma yo r pa rte, del Real Archi vo de Indi as, pu b licados b ajo la d irección d e D. Joaqu ín F. Pacheco y ot ros. Mad rid, 1864 -8 4. To mo 1°, pág . 316: Felon ía d el cap itán A yo ra. To mo 2° , p ág . 129 y nota: Traición d e Gon zález Dáv ila. To mo 3°, págs . 138, 221: En gaños de Fr. Francisco de Bov ad illa a Diego d e A l mag ro co mo int ermed iario d e Pizarro . Interv ención de Valv erde. To mo 14° , p ág . 240: Emb oscad a a Cristób al de Olido To mo 24°, pág . 239: En gañ o a A lv arad o en el p ago d e A lmag ro . Pág . 400: Fraude d e Ro drigo de Cont reras. Pág . 539: " Que po r acá son al fin los ho mb res más licenciosos y sobresalidos qu e por allá" . To mo 41 ° , pág. 106: Sínt esis psico ló g ica d el conqu ist ado r. Pág. 431: Diálog o d e Gamb oa co n el licen ciad o Ceped a.

76

CA M PE, J. H. Descub ri mi ento y conq uist a d e la Améri ca , o Co mp endi o d e la hist ori a g eneral del Nuevo mundo . To mo 1°, ú lt imo cap ítu lo. Traición d e Ovando a la reina An acaon a. HUM BO LDT, A . VON. C rist óbal Colón y el descu bri miento de América , t. 2, pág . 218. ARTIÑA NO y GA LDA CA NO, G. DE. Hi sto ria d el co mercio co n la s India s du rant e el d o mi nio de los Aust ria s. Pág . 145: Int rod ucción de Don Qui jote en In d ias. PA LM A , R. Tra dicio nes perua na s. Muert e de García A lvarado , de A nton io Picad o. LOZA NO, P. Hi sto ria d e la co nqui sta d el Para gua y, Río d e la Pl ata y Tu cu mán . To mo 4°, Caps. II y VII: Castañ eda y Zu rita. AULNO Y, M . C. L. J. D E B. D E LA M ., co ntesse d '. Mémoi res d e la cou r d'Espa gne. Pág. 89: La pintu ra hech a po r el mariscal Gramo nt . CR O CE, B. La Spa gna n ella vita itali ana du ra nte la Rina scen za . Págs. 103, 181. LA FU ENT E y ZA MA LLOA , M . Hi sto ria General d e Espa ña . Con qu ista de Gran ada. FERNA N D EZ, D. Pri mera pa rte de l a Hi sto ria del Perú po r Diego Fernán dez v ecin o de Palencia. Ed . Rev is. po r Lucas de Torre. Mad rid, Bib liot eca Hispa n ia, 1914. To mo 1° In fidelidad de los oido res que t rajo el v irrey Blasco Nú ñez Vela. ORTI GU ERA , T. DE. Jo rna da d el Rí o Ma rañ ón con tod o lo acaecido en ella ; y, ot ra s co sas notabl es dig nas d e ser sa bida s, a caecida s en la s Indi as Occi dent a les p o r To rib io d e Ort igu era, (en : Serrano y San z, M . Histori ado res de In dias. Mad rid, Bailly -Balliere, 1909. T. 2). Págs. 347, 352, 369: La exp ed ició n de Orellan a po r el A ma zon as, t raicion es de Fern and o de Gu zmán y Lo pe de Agu irre. LEM A , marqu és de. La Igl esi a en l a Améri ca Españ ola . Con ferencia del Exmo . marqués d e Lema, pro nun ciad a el 3 de Mayo de 1892. A ten eo d e M ad rid . Mad rid, 1892. Pág. 34: Fr. Juan Díaz a margó la v ida del Ob ispo Zu márraga p red icand o la justificación d e la fo rn icación . -" ... las cod icias , solt u ras y robos a qu e están acostu mb rad os en esta t ierra, a v iv ir sin Dios y sin rey más q ue en la bo ca, los qu e h an d eserv ido co mo los q ue se d icen serv id ores d e V. M .... " . Carta del Lic. Gasca. ( Goberna ntes del Perú . C art as y p apel es. Sigl o XVI. Docu mento s del Archi vo de Indi as. Pu b l. d ir. po r Rob ert o Lev illier. Mad rid , Su cs. de Riv adeney ra, 1924. (Co lección d e pu b lica ciones h istó ricas d e la Bib lioteca d el Con g reso A rg ent ino ), t. 1, págs . 151-2).

77

Gasca ent reg ó las n iñas d e Juan y Gon zalo Pizarro a su familia matern a en Tru jillo "p ues conv iene qu ien hay a q ue mire po r su hon estidad , especialmente siend o de Ind ias y más s i son mest izas que suelen t ener el á ni mo qu e de españ o les h ereda n d e sus pad res, pa ra hacer ,l o qu e se l es anto ja, y el poco cuidad o de su hon ra qu e t o ma n de sus mad res". ( Idem, t . 1, p ág . 162). -El v irrey co nde de Niev a p ro pon ía qu e se estab leciera co mo causa d e cadu cidad de las enco mien das q ue el en co mend ero n o casase con españo la o h ija de españ o les. Co nv iene ev it ar los ayunt amientos co n ind ia o esclava, pu es que de tal ayu nta mient o na cen so n de mal a incli naci ón y son ya ta nto s lo s mulato s y mes tizo s y t an mal in clina do s qu e se h a de t e mer po r lo s much os que hay, y ha d e ha ber en a dela nte d año y bullicio en est os est ado s pu es d e ell os n o se puede esp e rar cosa buena que con ven ga al asi ento y so sieg o ... ( Idem, t . 1, p ág . 423). " Esta t ierra t an libert ada en el h ab lar y aún en el hacer". Lic. García de Castro, 1566. (Id em, t. 3, p ág. 182). _ ... los qu e acá n acen se h an criado so bre el caballo y co n el arcabu z en la mano" . (Idem, t . 3, p ág. 261). AZORIN. Un a ho ra de Españ a (ent re 15 60 y 1 590) . En la co lección d e cu ad ros con q ue p rese nta el sabio hab lista la v ida espectacu lar e ínt i ma d e Es pañ a, no se encuent ra el q ue p ued a ap licarse a la A mérica co etánea, del s ig lo X VI. No están aq u í el palaciego , el maestro , el santo , la ciudad a lo Áv ila, el amb ient e de p az del lab rieg o o d el hu ert o con vent ual. El P. Ju an de la Pu ent e, cit ado p or So ló rzano y Perey ra (Política In diana , lib ro II, Cap . XXX), ju zga qu e la nueva t ierra es " mejo r para criar yerv as, y met ales, qu e ho mb res d e p rov echo , pu es aún degeneran lueg o los qu e p roceden de los d e Esp añ a". So ló rzano y Perey ra cont rad ice est a op in ió n po rqu e sabe de o ídas y de v istas cu án emin ent es varon es se han criado en A mérica, pero con cluy e su larga d igres ión po r afir mar qu e nacen con v icios co mo ma mados po rqu e prov ienen d e ilícitos ayu n tamient os y recuerd a las céd u las que mand an que ho mb res d e tales mezclas d e san gre, no causen alt eracion es en el Reino , cosa q ue s ie mp re se d ebe recelar d e ellos . Hay tantos mest izos en estos rein os y nacen cada ho ra. Es menester man de env iar céd u la que ningún mest izo pueda t raer arma o ten er arcabu z po rqu e es gen te qu e an dan do el t iemp o ha d e ser mu y peligrosa y pern iciosa en est a tierra. Co mo no hab ían crecid o no se hacía cu enta d e ellos y aho ra están hechos y a h o mbres. ( Gob ernant es del Perú ." Op . cit ., t. 3, p ág . 235. Cart a d el Lic. García de Cast ro ).

78

DIA Z DEL CA STILLO, B. Hi sto ria verd adera de la C onqui sta de l a N ueva Españ a, Págs . 38, 39: " ... el o ro q ue qu eb ranta penas, el o ro q ue a mansa" . -" Los h ijos de españ o les no solamente en las calidades co rpo rales se mu dan pero en las del án imo por h ab er pasad o a aq uellas pro v incias tantos esp íritus in qu iet os, el t rat o y con versación se ha dep ravado y así en aqu ellas part es ha hab ido s iemp re mu chos desasos iegos". (López de Velas co, J. Geog ra fí a y d escri p ción un iversal de l as India s; recopil ada po r el co smóg ra fo -croni sta Juan Lóp ez de Vela sco , desd e el año d e 1571 al d e 1574.... M ad rid , 1894).

Índice de la Obra

79

CAPÍTULO VI LA REBELDÍA – LA DISCORDIA

I

Eclipsose en Amér ica otro de los caracteres tenido por esenc ial del genio español. Nos refer imos a la fide lidad a la mo narquía y a su rey, sentimie ntos que se originan durante la conquista de los bárbaros y se entrañan en el alma de la nación durante los siglos de la reconquista. Baste para nuestro propósito reconocer su presencia y su fuerza en la vida española. Brilla esa lealtad y devoción por el rey en el Poema del Cid, que es un espejo de la nación hero ica. El paladín besa la mano del rey que 1o ha agraviado y tiene puesto el pensa miento en bien servirlo. En las Partidas un mal deseo para el rey es delito; difa mar le merece pena capital. La desobedienc ia es sacrilegio. Un cronista ha podido decir, hablando de España, cuando ya ha n reinado Felipe IV y Caros II, que la palabra rebelió n, si es contra el rey, carece de sentido en ese país. Vicar io de Dios en la tierra, como le lla mó el Conc ilio XV de Toledo, tenía una autoridad y una aureola sobrehumanas. Las personas reales eran de una tela más sutil que los ho mbres. "Habéis de saber que las reinas de España no tiene n piernas ", decía el mayo rdo mo de María Ana de Austria a los dip utados que le llevaron como obsequio de bodas unas magníficas medias de seda. En el siglo que realizó el descubrimiento, Enr ique III gobernó te nie ndo apenas 14 años, con privados co mo el marqués de Villena, y no s uscitó el menor conato de agitació n entre sus súbditos. La imbecilidad de Juan II de Castilla no alteró la obedie nte pasi vidad de su pueblo, y el rege nte Fernando no tuvo la me nor vele idad de amb ic ión de un trono que había

80

dese mpeñado con contenta mie nto de todos. En la España de nuestros días la lealtad al rey y la fidelidad a la monarquía son sentimie ntos ho ndos de su espír itu. El movimie nto que en esta mis ma hora provoca la ca mpaña del no ve lista Blasco Ibáñez contra la Corona y Alfo nso XIII equivale a una preciosa experimentac ión azar rarísimo que hace la fruició n de los historiadores- pues per mite sacar a luz y reconocer la salud de una vieja raíz de la raza, que por oculta pudo parecer muerta. Habría sido para Buckle un espectáculo glorioso, porque comprobaba una de sus amb iciosas generalizaciones. II Esos sentimie ntos, en ca mbio, y esto no lo vio o no pudo ver el his toriador inglés se debilitaron en el ánimo de los "leales vasallos" que pasaron en las mes nadas conq uistadoras de América. El prestigio de la "Sacra, Cesárea, Católica Majestad" se difumaba con la distancia. Se protestará fidelidad en tér minos copiosos y rendidos, pero el ca pitán de Indias no el func ionar io de duración limitada que ha de volver a la Corte- hará la ley con su capricho aunq ue lue go se afane en cohonestarlo con adobadas razones. Esta es una de las realidades más vivas en la Amér ica de la con quista: el humor altanero, el desborda mie nto pasiona l, la viveza de la amb ició n, la salud salvaje de los apetitos. ¡Qué pronto surgía el choque sangr iento en el ca mpa mento caste llano!. La cólera y el rencor que usaban en sus reyertas son el ma yor descargo que pueda darse de la saña con los indios, que se acostumbra enrostrarles. Si fueron crueles con los ind ios, lo fueron ta mbié n entre ellos mis mos. Fueran indios o castella nos, no ahorrábanse cabezas cuando se po nían al alcance de los puñales y el fácil calor de la sangre aventurera enturb iaba los ojos. - Bajo el gobierno del propio descubridor, estalló la sedició n, encabezada por Franc isco Roldán. Leva ntado en armas contra la autoridad, la puso en jaque, fue ad mitida su beligerancia y la pendenc ia lle vada a la Corte. Co mo semilla

81

dege nerada que encue ntra su clima, co brará fuerza prístina y se propagará por toda la tierra nueva el espír itu de rebelió n. Cortés tuvo que decapitar soldados leva ntiscos en los comie nzos de su campaña. Habríanle aguado el e mpeño a no tener la mano dura, tamb ién es verdad. - Ya sabe mos que no hay lucha fratricida que igua le en saña a la que encend ió en el Perú la reyerta entre sus dos conq uistadores, Pizarro y Almagro. Ambos y sus secuaces se ahogaron en una vorágine de sangre. Desde la derrota y muerte de Almagro en la batalla de Salinas, abril 1538, hasta las de Gonza lo Pizar ro, en Xaquixa gua na, abril 1548, se suceden los encue ntros entre castellanos, que son a veces carnicer ías. Las batallas de Chupas, que cuesta la cabeza a Alma gro el Mozo, la de Añaquito que lleva al cadalso al virrey Núñez Vela, las de Pocona y Huarina que marcan el paroxis mo de la locura ho micida de Francisco Carvajal, vencedor de Lope de Mendoza y Die go Centeno; la de Xaquixaguana que alza en la picota la de Gonzalo Pizarro son sola mente la espuma de las olas de un río de fur ia y de sangre. Las relacio nes de servicios de modestos segundones nos infor ma n cump lida me nte de la carrera de tumultos, golpes, de traic iones, de asaltos, depredacio nes, de la vida jugada todos los días, que es la de todos ellos. Es una epide mia de críme nes y asesinatos que se re produce en las luchas civiles que han asolado las mis mas tierras, siglos después, cuando conc luida la guerra de la independenc ia, se la nzaron las faccio nes a ex terminarse recíprocame nte. -Cortés había confiado a uno de sus mejores capita nes, Cristóbal de Olid, un Ayax según algunos historiadores, la conquista de Guate mala. Olid habíase concertado con Diego Velá zque z y se alzó en contra de Cortés. Marchó éste a castigar la traició n. Entretanto Olid había entrega do la cabeza a la horca, levantada por Francisco de las Casas, un e misario de Cortés, y por Gil Gonzále z Dávila, quienes una noche de convite ha bíanlo previa me nte acuc hillado. Diga mos de paso que ese Gonzá lez Dávila a su turno habíase ins ur gido contra el gobernador de Pana má, de quien era enviado. - El gobierno de México había quedado fiado al tesorero Alo nso Destrada y al contador Rodrigo de Albornoz. Co mo hub iera la nueva de que alzábanse contra la autoridad de Cortés, éste dio poderes para reemp lazar los a Peralmídez Chirino y

82

Gonzalo de Za lazar, veedor y fac tor de México. Estos arrebatan el gobier no a aqué llos, se tornan más tiránicos que los desposeídos, finge n la notic ia de que Cortés es muerto, levá ntanle proceso y la tierra está en tumulto. Es, entonces, cua ndo se mueve n contra e l poderoso, a quien se tiene por muerto, acusacio nes de toda laya, para perder su honor y sus bienes. Los usurpadores desafía n al obispo, persiguen a los amigos de Cortés, cuando no los ahorcan, ma ndan como tiranos. -Francisco de Montejo, gobernador de Honduras, riñe larga me nte con Pedro de Alvarado; Pedrarias Dávila ejecuta a Núñe z de Ba lboa y a Francisco Hernánde z, su tenie nte en Nicaragua. Estas son tragedias entre primeros actores y en grande escena. Tu vieron eco e hicieron escándalo en la Corte y cronistas. Pero el mis mo argume nto se repite en dra mas innumerables, en oscuros y remotos rinco nes del vasto imper io de las Indias. Cua ndo años después vino de virrey al Perú el marqués de Cañete encontró pendenc ias y discordias por todas partes -entre oidores, entre obispos y "entre Villa gra, Quiro ga y Franc isco de Aguirre más ene mistad que entre Pizarro y Almagro ". - Aludía a la conquista del Tucumá n, cuya historia es modelo de pasió n fratricida. Fue descubierto por Diego de Rojas, muerto a ma no de los indios. Su segundo, Felipe Gutiérrez es supla ntado y encarcelado por Franc isco de Mendoza, a quie n matan sus soldados. A Felipe Gutiérrez da garrote Pedro Pue lles, y Nicolás de Heredia, el otro descubridor, es ahorcado por Francisco Carvaja l. Núñez de Prado, Francisco de Villa gra, luego Gregor io de Castañe da y Francisco de Aguirre fundadores de los primeros asientos en el Tu cumá n, por puntillos de jurisd icción se combaten, traicio nan, aprisio nan y no perdona n med io para aniq uilarse, y por dar rienda sue lta a sus amb icio nes, no cuidan si compro meten la empresa, que acometen a centenares de leguas del centro de los recursos, y en med io de ind ios belicosos. Sus primeros gobernadores son Gerónimo Luis de Cabrera, a quien asesina su sucesor Gonza lo de Abreu, y a éste, a su tur no, Hernando de Ler ma. Un soldado ha

83

contado la historia. Dio a Abreu "e l más bravo tor mento que se ha dado a ho mbre en el mundo. Le echaron a los pies más de doce arrobas de peso, de lo que vino a mor ir ". III De tanto guerrear entre ellos, un día quisieron guerrear al rey. La rebeldía en América tie ne un héroe. Se lla ma Gonzalo Pizarro. Si su her ma no Franc isco, el conquistador por antono masia, es una figura prócer de epopeya, no tiene la origina lidad de Gonzalo. Aqué l tiene pares, y aun hay quien excede su estatura; Gonzalo, en ca mbio, representó el espíritu de rebeldía, que será uno de los más claros matices espiritua les de la nue va civilizació n. Su ejemp lo se repetirá muc has veces, y la guerra de la independenc ia repetirá todavía un eco de esta jornada de mediados del siglo XVI. La crónica es conocida. Las ordena nzas de Carlos V, que alzaron el Perú en 1545, suprimía n el trabajo personal y las reparticio nes de indios. Mostra mos en otra parte cuán bald ías fueron las leyes y. ordenanzas reales dictadas para América y cuán fa laz es la historia edificada sobre ellas. No hacen excepció n estas sonadas ordenanzas. En México ni siq uiera tuvieron princ ipio de ejecuc ión, detenidas por quie n fuera a instaurar las, Tello de Sandoval, y si soliviantaron el Perú y ardieron la rebelión vic toriosa de Pizarro, es porque Blasco Núñez Ve la quiso impo nerlas por la sangre y el hierro. Pizarro desafió al primer virre y enviado para gobernar el Perú, lo ma ndó prender; libertado después, lo buscó en Quito, lo venc ió en Aña quito, lo decapitó y enastó su cabeza co mo trofeo en la pla za de la ciu dad que fuera la última en negarle fidelidad. Co menzó por dar viso le gal a su rebeldía invocando la representa ción de los pueblos para suplicar la anulac ión de las ordenanzas, pero triunfante por las ar mas, se dese mbozó su amb ic ión hasta pensar en la independencia del Perú y en su entroniza mie nto co mo rey. El proceso se ase meja al de la independencia; no se comienza por negar obedie nc ia al rey, sino al contrario, invocándola, pero con el se creto designio de desbaratar su autoridad.

84

Los cronistas dan preciosos detalles. La investid ura real para Pizarro seria solic itada del Pontífice, e ir ían a requerirla el arzobispo de Lima, el obispo de Bogotá y el provinc ial de los dominicos. Serviría de modelo la consagración de Alonso, her mano de Enr iq ue de Castilla, y se realizaría en Lima, con el concurso de representaciones de la vastísima Nueva Castilla, que abarcaba desde Popayán hasta el extre mo sur del continente. Había co menzado a usar maneras palatinas en su guarda y en su casa. Los secuaces y cómp lices de sus crue ldades atizaban la brasa de su loca a mbic ión con la esperanza de dar soltura a la propia. Entre ellos, el primero, el viejo de moníaco Carvajal, alma de la revuelta a pesar de sus 75 años; Pedro Puelles, traidor cons uetud inar io; el desaforado doctor Die go Vázq uez de Cepeda, venido con el mis mo Núñe z Vela, de oidor de la Primera Audie ncia, el ho mbre de letras necesario para esta clase de e mpresas, aunq ue ta mb ién lo era de ar mas. Fue quien for muló la teoría que le gitimaba la nue va dinastía, invocando nobles eje mplos de la antigüedad y de todos los tie mpos. El origen de todas las reyecías, pregonaba el erudito licenciado, por el Cuzco y Lima, era la tira nía; la noble za venía de Caín y la gente plebeya de Abel, por eso los blasones de los grandes se urden con dragones, sierpes y cadenas. Y daba a los le vantiscos una razó n concluye nte: ¿ quié n tenía más derecho para ser rey del Perú que Gonzalo Pizarro? Su fa milia lo había conquistado, y él, que era el último Pizarro, pues Hernando se hallaba en Madrid, acababa de liberarlo de la tiranía del mo narca que pretendía arrebatar la miserable granjer ía lograda al precio de tantos duelos y de tantas vidas. Habíase acuñado el nue vo sello, con corona real y las ar mas de los Pizarra, y se esta mpaba para quintar los meta les. Carvajal había arro jado las armas reales al fuego, en una escena que los cronistas repite n. Según dijo un orífice, "te nía ya presta la corona que había de ceñir Pizarro con muc has es meraldas fijadas, algunas del tama ño de una ave llana, y aún mayores, que la her moseaban mucho ". Después de haber vencido y decapitado al virrey, Gonza lo hizo su entrada en Lima con ínfulas reales, quizá co mo ensayo de la coronación, lle vado bajo palio, y

85

rodeado por los obispos de Lima, el Cuzco, Bogotá y Quito. Carvajal tie ne lugar aparte en la historia de la rebelió n de Pizarro, codicioso imp lacable, de impá vida crueldad, forzador y bruta l sin segundo. Gustaba mezc lar el sarcas mo a sus críme nes. Era su especia lidad la zumba a las víctimas en el mo mento de intimarles la horca. Cua ndo aplicaba su pronta justicia a los soldados del rey, caídos pris ioneros, poníales por burlón epitafio : "Por leal". Pid ió un día al licenc iado Cepeda, hacie ndo fisga de sus bachille rías, que le mostrara el testa mento de Adán para ver la cláusula que daba al rey de España, el Perú. Tenientes y capitanes veíanse ya duq ues y condes y Hernando Ba chicao, "el tuerto de nube ", que usaba ya título, soñaba quizá con la sucesión de Pizarro. IV El le vanta mie nto del Perú, no obstante los ribetes que se nos antojan burlescos en lo atañedero a la coronac ión de Pizarro, cobró su fuer za de un sentimiento p rofundo y popular de las inc ipie ntes sociedades dise minadas desde Nicaragua hasta Chile y a lo largo del Mar del Sur, es decir, la porció n más considerable del imperio colonial español, y reparemos para medir lo que no se atrevía n los peruleros con un Felip e IV o un Carlos II sino con el mis mo invictís imo Carlos en el mo me nto de ma yor auge de su estupendo poderío. Las ordenanzas her ían la raíz mis ma de la vida econó mica de Amé rica, asentada casi exc lus iva mente sobre la explotación del indio, y por eso fue la rebelió n de Pizarro un fenó me no lógico de reacción y de de fensa. Pero deberán estudiarse co mo página de la vida de fray Bartolo mé de las Casas, su inspirador y su autor, que nos he mos acostumbrado a juzgar co mo un sentime nta l hiperbólico cuando en verdad se aunaban en él un fecundo idealis mo y un sesudo pensa mie nto político. Poco tie mpo transcurr ió entre Añaq uito y Xaquixaguana, es decir, entre la victoria de Pizarro y su derrota y ajusticia mie nto, pero más que por las ar mas fue venc ido por la derogación de las ordenanzas, cuya aplicació n encendiera la revue lta. En realidad, la rebelión hab ía triunfado, aunque su osado caudillo, perdiera la vida. Hay muchas pruebas de que el engreimie nto revoltoso de Gonza lo Pizarro tenía su

86

clima propicio en la nueva sociedad. Ajustic iado después de su derrota en Xaquixa guana, derribadas sus moradas, arados y se mbrados de sal sus cimie ntos, según ordenaba la sentencia, un antiguo soldado del virrey Núñe z Vela, lla mado Franc isco Hernández Girón, trastornó de nue vo el Perú de modo terrib le. Se cons umieron ingentes caudales y la vida de quinientos españoles y de dos mil indios para vencerlo en Pucará. Como un incend io mal apagado, los rescoldos avivábanse aquí y allá y nue vas lla mas alzan sus lenguas en toda la Amér ica mer id iona l. Apenas ajusticiado Pizarro, se descubre una conjura de Francisco de Melgarejo y Franc isco de Miranda. Luis de Vargas, en 1552, había inte ntado revoluc ionar Lima, aprovechando la muerte del virrey Men doza. Sebastiá n de Castilla se le vanta en armas en Charcas en 1553, sin que el severo castigo de Hernánde z Girón contenga a Franc isco de Silva en el Norte; por fin, la satánica empresa de Lope de Aguirre. Todavía se ins urgieron Gonzalo Rodrígue z en Pasto, Rodriga Mén dez en Pana má. Hubo sedic iones en No mbre de Dios y Santa Marta. -Pero la más sonada rebelión después de la de Pizarro y ocurr ida a poco de ser ésta venc ida fue la de Herna ndo y Pedro Contreras, hijos. del gobernador de Nicaragua, ausente a la sazón en España y nietos a mbos de Pedrarias Dávila. Apenas donceles, sugestionados por Juan Ber mejo, soldado de Pizarro, refugiado en Nicaragua, se leva ntaron en ar mas, dando con el asesinato del obispo Antonio de Vald ivieso la señal de la rebelión. Ar ma ron na víos, se apoderaron de León, Granada y Pana má y se disponían a proseguir hasta el Perú, donde lle vaban la idea de reunirse a los secuaces de Pizarro y procla mar a Hernando Contreras por prínc ipe, título que habían come nzado ya a darle en sus correrías y asaltos . El presidente Gasca afir maba en la carta en que daba cuenta de su regreso, que a Contreras le hub iera sido fácil repetir, por lo menos, la guerra de Gon zalo Pizarro. La crónica de la campaña de los Contreras es de las más cur iosas de aque l siglo, y docume nto muy color ido sobre la cond ició n y el estado de la América del siglo XVI. A no ser por lo detallado de los documentos y la autentic idad de éstos, se pensaría ser obra de la fantas ía ,de un no ve lista.

87

- Había obtenido Pedro de Ursúa del marqués d e Cañete en 1559 la exploració n del Ama zonas. Enrolóse en la caterva Lope de Aguirre, - chalán de ofic io, blasfe mador reputado, trampón con cuentas pendien tes en cua nta villa se asentara desde Tumbez hasta Charcas, en los veinticuatro años de andanzas que lle vaba. Ultimó a Ursúa y luego a Ferna ndo de Guzmán, a quie n había alzado en su lugar, con el no mbre de "Prínc ipe de Tierra Fir me, Perú y Chile ". Concib ió entonces el fa ntás tico pla n de volver al Perú, señorearlo e independ izar lo de España. Re corrió el Ama zonas en todo su curso, dese mbarcó en la is la Margarita, volvió por mar a Venezuela y se internó con rumbo al Perú asolando las ciudades que atravesaba y espantando a las que estaban en su ca mino. Antes había despachado al rey, confiado a la audienc ia de Santo Do mingo, un cartel de desafío, curiosís imo co mo expresión inge nua de la frenética arroganc ia del conq uistador del siglo XVI. "He salido de tu obedienc ia, cruel e ingrato rey, para hacerte la más cruda guerra. Hago votos sole mne me nte yo y mis doscientos mara ñones de no dejarte ministro con vida". Contiene una requis itoria con tra gobernadores y evangelizadores, de una crudeza impresiona nte. Lla mábase "Lope de Aguirre, el Peregrino, de tierra vascongada, rebelde basta la muerte por tu ingrat itud ". Su ca mpaña fue una loca carrera de críme nes hasta que perdió la - cabeza en Tocuyo, a manos de García de Paredes, "gozoso, decía, de ir al infierno, pues habría de encontrarse con Alejandro y César, y no al cielo, donde va gente de poca mo nta co mo pescadores y carpinteros ". Gonza lo Pizarro y Lope de Aguirre fueron única me nte los que pro cla maron y vocearon su rebeld ía contra el rey - pero el sentimiento y los intereses que la incubaron estaban vivos en la entraña de la nue va sociedad. Cua ndo se da instruccio nes al juez de la residenc ia de Cortés se le reco mienda especialme nte co mprobar "s i guarda fidelidad al rey, si pien sa hacer todo lo que quis iere, si confía en los ind ios y la artillería que tiene ". Ta mb ién "si da muestra que está aparejado para desobedecer y ponerse en tira no". Hay testigos que declaran afir mativa me nte. Uno dice: "q ue usó ins ignias de príncipe y rey". Otro le atribuye estas palabras: "esta tierra la he mos ganado y nuestra es, ya que el rey no nos la da,.

88

nosotros la to mare mos". Aún sie ndo falsa la imp utación, la frase sintetiza el proceso espir itua l que ins ufló en el conquistador la a mb ició n separatista. Muc ho tie mpo después de la tentativa de Gonza lo Pizarro, en 1572, Fernández Barreta, oscuro capitán, tuvo ta mb ién el sueño princ ipesco. Aspiraba hacerse coronar en el Cuzco. Para tanto daba el humor revo ltoso que tras minaba la soldadesca. Esta vez la cere monia cortesana sería más co mpleta pues debía incluir la coronació n de la "india Catalina con quien el pretend iente tenía cuenta ". Tal es el relato, testimoniado en Quito, de Julio Vargas Escalona. V No era necesario medrar en las minas de Potosí ni tener un buen repartimie nto de indios, bastaba un tenie ntazgo de gobernador o una socaliña abundante para que podamos decir de los soldados o pobladores de América, mejor que Quevedo de sus her manos de España, que "adolecen de caballeros, úntanse de señores, enfer ma n de prínc ipes". Martín Cortés, hijo de Herná n, decía en un papel enviado a la Corte que en México se "leva ntaban todos los días ochocientos españoles. que no tenía n qué co mer". De ocho mil españo les, dice una me mor ia del Perú, de mediados del siglo XVI, "siete mil no tie nen nada que hacer ni trabajar, ni cavan ni aran porque dicen que no han venido a América para eso". El marqués de Cañete, que gobernó en esa época (1562), encontró en el Perú muc hos pobres vergo nza ntes, mestizos desa mparados y vaga bundos, y niños expósitos. Ya les lle gará a estos niños su turno; en cuanto a los otros, son millares de oídos atentos a toda voz alborotadora y audacias alertas para seguirla. Estos oscuros aventureros merodeaban por aldeas o atracaderos de navíos, huro neando novedades o inventá ndolas, golondr inas decid idas a hacer su verano. Rondan por caseríos de ind ios, mercando brujerías, ensayando el filo de sus espadas o la presteza de sus brazos, sembrando mestizos que era su única se mbradura. El virrey marqués de Cañete daba de ellos una buena definic ión: "toda su tristeza es pensar que puede haber sosiego y paz". Engaña n al ho mbre con fantaseos de hartura y llena n el tie mpo, mientras llega la

89

fortuna soñada, con na ipes y dados, pie zas primeras de su arnés escaso. Por centenares de leguas van y vie nen mintiendo grandezas de Es paña o privanzas de la Corte o haza ñas de Flandes o de Italia. Con olfato seguro, atizan un encono o escuecen un orgullo de capitán y estallan las pendenc ias o las conjuras, y se urden los bandos y los alborotos en que esperan luc ir sus espadas y crecer sus medros. Son bue nos puños para sujetar cuellos, brazos ligeros para acudir a las dagas, corazones impá vidos para las sorpresas. Reconozca mos, pues, la lógica con que virreyes y gobernadores hi cieron de la horca un instr ume nto ordinar io de gobierno. Estamos a treinta años de la conquista del Perú y casi ve intic inco de ellos ha n sido de depredaciones, de luc ha, de exter minio, de airada rebeld ía, desde la batalla de Salinas, en 1538, hasta la muerte de Lope de Aguirre en 156l. Cua lquiera que sea la porción morbosa que pueda haber e n casos como el de Lope de Aguirre, cuya rebelión fue, sin e mbargo, "de las más temidas que se han visto en las Indias ", según el cronista Torib io de Ortiguera, no nos equivoque mos cons iderándolas esporádicas o artificia les. Fueron los capitanes del siglo XVI lo mienhiestos y osados, fantaseadores e intrépidos, no codiciosos de lucro prolijo, sino de imper ial señorío, de cosa grande y me morable. El licenciado Alta mirano escribe desde Lima a mediados del siglo XVI : "aunque a un español se le diera toda la tierra, no se contentar ía y se le hace poco". Había, es claro, la muc hedumbre de segundones, aliados naturales para cua lquier empresa de a mbic ión y de riesgo. Agregue mos que tenía n co mo ganosos colaboradores a mestizos, mu latos y za mbos que merodeaban alrededor de las aldeas, especialmente en las vecindades de puertos, sin tarea conocida, listos para for mar la chus ma que corea los desafueros. Las cédulas se refieren frecuente me nte a ellos. La anarquía era per mane nte y profunda. El licenciado Cerrato escrib ía desde Guate mala en 1548, "soltaron los presos que yo tenía (prófugos del Perú) porque en esta tierra la gente es muy piadosa para con los traidores". En el Perú, donde la fa ma de su rique za ha congregado a los más audaces, el

90

trastorno, el tumulto, la holganza no tiene n iguales en Amé rica. "En tanto haya tanta gente perdida como ha y en esta tierra y cada día aumenta, no han de faltar desasosie gos y ple gue a Dios no causen su fatal destrucció n", decía el doctor Bravo de Saravia, de la Audie ncia de Lima, bajo el gobierno del marqués de Cañete. El oidor Alta mirano aseguraba que el intento de Hernández Girón no había acabado con su muerte, "porque tiene muchas ramas, hojas y raíces". Fue, co mo el de Gonzalo Pizarro, profunda mente popular. Los gobernantes recla maban de la llegada de hombres sin destino y pedían su prohibic ión. Hubo uno que aconsejaba no dejar venir nin gún español y declaraba "la necesidad de desaguar la tierra de los que ha y. Co mo el soldado no tenga donde co mer lo ha de buscar aunque sepa que lo han de ahorcar ". El mo narca proveyó al destierro de los vaga mundos, pero las pala bras eran de masiado débiles para cump lirse en lugares tan distantes. El virrey conde de Nie va decía en 1563: "co me ncé días pasados a echar algu nos de la tierra y los hice e mbarcar pero el gobernador de Tierra Fir me hizo al revés porque ha soltado a los que yo he enviado y poco a poco se han vuelto a este reino, y lo que es peor los que van desterrados y después vue lve n, viene n con peores intenc io nes y éstos son después los princ ipales que entienden en los motines y desasosegar la gente ". Una de las formas "de desaguar la tierra" consistía en despachar a los capitanes a nue vas conquistas, cada ve z que se ponía fin a un le vanta miento o revue lta. Así se purgaba a las ciudades de este humor vene noso de soldados sin soldada y sin e mpresa. Y cuando se alejaban de las ciudades o de los ca minos frecuentados y penetraban, co mo Lope de Aguirre, en tierras desconocidas y fabulo sas -recorrió en die z meses y med io las mil quinientas leguas del Ama zo nas, alime ntándose con carne de caballo y de perro- , se podía llegar, como él, a la e mbria guez y la locura moral. Ese mo me nto del siglo XVI no pudo repetirse y las figuras de Gonza lo Pizarro, Franc isco Carvajal o Lope de Aguirre quedarán únicas, pero hay un aire de fa milia que los une a otros personajes conocidos para la historia de América. El primero es el arquetipo de la ga lería de tiranos, populares y crue les, enge ndrados en el seno del

91

caos social de América, desde Rosas hasta Cipriano de Castro. Lope de Aguirre es el fundador de una prolífica estirpe, la de los mo ntoneros facciosos que han asolado la América española, atacados de la lujur ia de mandar, cuyo instrumento de gobierno es el crimen y cuya teoría política es el separatis mo, brilla nte pendón con que exc itan la soberbia instintiva de las ple bes, desde el fraile Aldao o el Chacho, en la Arge ntina, hasta Pancho Villa, en México. Ta mbié n he mos visto nacer, en los breves cuadros esbozados, el espíritu faccioso, la discordia interna, la ponzoña de la guerra civil que no ha desaparecido aún de la tierra en la que tan temprana me nte fue ron se mbrados. Así como había más ene miga entre alma gr istas y pizarristas que entre moros y cristianos, según la frase vigorosa que he mos transcripto, en muchas zonas de la Amér ica española, mo nta a tanto el encono entre her ma nos, que una fracción prefiere la alia nza con el extranjero a la abdicación de sus a mbic iones y concluye por entregar las lla ves del ho gar a los extraños.

NOTA S -En : la Hi sto ria de la con qui sta del Paragua y, Río de la Pl ata y Tu cu mán del P. Lo zano , to mo 4° , Caps . II y VII, se d escribe un a escena de intriga y de v io lencia entre Castañed a y Zu rit a d ig na d e un cuad ro con qu e Taine p inta la Italia del sig lo X V. Colección de d ocu mento s inédito s relati vo s al descu bri miento , co nqui sta , y colo nizació n de las posesi ones espa ñola s en América y Ocea nía, sa cado s en su mayor p art e, d el Real Archi vo d e India s, pub licados bajo la dirección de D. Joaq u ín F. Pacheco y ot ros. Mad rid , 1864-84. To mo 3° , pág. 66: Có mo se qu it an ju risd iccion es los go bern ado res . -Pág . 119: Hay más en emistad ent re los ban dos d e Pizarro y A l mag ro q ue entre mo ros y cristianos . -Págs. 232 a 271: Lev anta mient o d e Francisco H ernández, de Lu is d e Vargas en : espera d e la mu erte d el v irrey Ant on io d e M endo za, en el Perú. De cap it ació n de Hernán dez. -Pág . 265: El mo narca qu iere todo p ara s í. No po dría el Perú dejar "d e hacerse señ orío, y gobern arse lib remente co mo Venecia" .

92

-To mo 4° , Nota pág. 562: " Los españo les (en el Perú) de 7.000 a 8.000 no t ien e n ada qu e h acer, n i trabajan, n i cav an, n i aran , que no v in iero n a A mérica p ara eso". Pág . 458: Vienen mu chos españ o les, cu enta M art ín Co rtés , qu e no t ien en en q ue t rabajar. " ... se levant ab an en Mé xico cad a d ía 800 ho mb res sin t ener do nde co mer" . To mo 8° , p ág . 199: El p resb ít ero Gó mez Maraver escrib e sob re los males de la Nuev a Es pañ a al rey. Po r h ab er tantos a mad ores d e su prop io int erés se ha puesto esta t ierra en tanta miseria. Po rque unos preten den cap elos y prelacías, y t ienen en tanto su créd it o ante V. M. q ue un a vez qu e han dicho o escrit o no se ap art an aunqu e se hund a el cielo , se pierda la t ierra, el cu lto d iv ino se an iqu ile y abat a y en todo se fuere al infierno . To mo 11°, pág . 163: " ... todos qu antos p asamos á las Ind ias, va mos con int ención de v o lver á Españ a mu y ricos , lo qu al es imp osib le -pu es de acá no llevamos nad a y allá ho lgamos - s ino á costa del su do r y sang re de los in dios", (el bach iller Sánch ez al Pres id ente d el Co nsejo de Ind ias). To mo 12° , p ág . 151: Des obed ien cia d e Hern án Co rtés a Velázquez. -To mo 13 ° , págs. 32 a 45: Levantamiento cont ra Cort és. El facto r y v eedo r ap resaro n al teso rero y al cont ado r y mat aron al mayo rdo mo de Co rtés , saq ueand o su mo rada. FERNA N DEZ, D. Pri mera pa rte d e la Hi sto ria d el Perú po r Diego Fernánd ez vecino d e Palencia. Ed . Rev is. po r Lucas de To rre. Madrid, Bib lioteca His pan ia, 1914. To mo 2°, Caps. 26 y 32: La co ron ació n d e Go n zalo Pizarro p ro yecto s erio. Pág . 404: Lev ant amiento de Go n zalo Rod rígu ez, Ro d rigo Mén dez en Pasto y Pan amá. ORTI GU ERA , T. d e. Jo rnad a del Río Ma ra ñón con tod o lo aca eci do en ella , y, otras co sas notabl es dig nas d e ser sa bida s, a caecida s en la s Indi as Occi dent a les p o r To rib io d e Ort igu era, (en : Serrano y San z, M. Hist ori ado res de In dia s. Madrid, Bailly -Bailliere. 1909. Nu eva Bib lioteca de Auto res Esp año les). To mo 2° , p ág . 331: Exp ed ición de Ore11an a p o r el A mazo nas . Sang ran a los cab allos cad a 8 d ías para co mer. Pág . 347: Lop e de A gu irre y sus ho mb res co mieron sus cab alg adu ras y pe rros hast a no dejar ningun o.

Pág . 368: Lo pe de Ag u irre. " La ira d e Dios, Príncipe de la libertad y del Rein o d e Tierra

Firme y p rov in cias de Ch ile" . Pág . 469: La carta desafío al rey. FERNA N D EZ, D. Op . cit ., t . 1° , p ág . 179: La t eo ría d e la rebelió n de Gon zalo Pizarro h ech a po r el

93

oido r Ceped a: "Argü ía Cep eda que de su p rincip io y o rigen tod os los rey es descend ían d e t iran ía, y así la nob leza ten ía p rincip ios de Caín y la g ent e p lebey a d e justo A bel, y qu e esto claro se veía y most raba p o r los blasones e ins ig n ias de las armas, po r los d ragon es, sierpes , fu egos , espadas, cab ezas co rtad as y otras tristes y crueles ins ig n ias que en las ar mas de los nob les se pon ían y figu raban. A p rob a ba mu cho esto Francisco de Carvajal, y descontaba d iciendo q ue v iese ta mb ién el estamento de Adán , p ara v er si mand aba el Perú el Emp erado r d on Carlos o los reyes de Cast illa. Todo lo cu al o ía Go n zalo Pizarro de bu ena gana p uesto q ue con palab ras t ib ias lo d is imu l aba. Hab ía Francisco de Carvajal qu it ado las ar mas reales d el estand arte, p ara pon er en su lu gar las armas de Go n zalo Pizarro , qu e y a él h ab ía in vent ado , q ue era una co ro na en cima de una P, y las armas reales echó las en un b racero qu e estaba en la cámara y salióse fuera con el estand arte, y un paje de Gon zalo Pizarro que se llamaba Lu is de A lmao, en saliendo Carvajal qu it ó las armas del b racero p orque no se q uemasen , y apagan do el fu ego q ue h ab ían cob rado, las gu ardó . Vo lv iendo p ues Carvajal y no h allando las armas q uemad as y visto qu e n o h ab ía ot ra p erso na den tro d e la cámara s in o Lu is de A lmao , to mó le con g rand ís ima ira por los cab ellos y sacó le arrastrand o, jurand o po r v id a d el gob ernado r qu e le h aría aho rcar y de hech o lo h iciera si, a la sazón no salie ra Go n zalo Pizarro y se lo estorbara; y por esta causa au nque por senten cia d espués , del d esbarato y castigo de Gon zalo Pizarro , A l mao fu e dado po r t raid o r, n o se cond enó en más p en as d e que s irv iese d e so ld ado en las g aleras seis años a su costa" . LÓP EZ DE GÓM A RA , F. Hi sto ria General de l as India s. Mad rid , Calpe. To mo 2° , p ág. 213: Asesinato d e Francis co Hernán dez. To mo 1° , pág . 135: Ban derías de españ o les en el Darién . To mo 2° , p ág . 59: Desob ed iencia a las p rov is io nes en fav or de Fr. B. de las Casas , p ara co lo n izar en Cu maná y b u rla de Gon zalo de Ocamp o. La h istoria d e las traiciones , od ios y v ilipen d ios de A lmagro y Pizarro . -Pág . 100: La co nsternación causad a po r nuevas o rdenan zas está p int ada a lo v ivo . -Pág . 186: La lista d e los go bern ado res d el Perú ases in ados. Tamb ién d eb ió serlo el ú n ico gobern ado r salido co n v id a, el p res id ente Gasca, po r los h ijos d e Rod rigo d e Cont reras, qu ien es lo saquearon . -El "al mirant e" d el nu evo rey Go n zalo Pizarro h a dado el mod elo a López d e Gó mara para un ag ua fu ert e i mp res ion ant e. Se t rata d e Hern ando Bach icao, -el "tuert o d e n ube" , el presunto sucesor de Pizarro en el t ron o. Realizó un a carrera po r las costas del Pacífico qu e no igu alaro n los más b ravos co rsarios. " Era ho mb re bajo , ru fián , p resunt uoso , ren egado r, que se hab ía enco mendado al d iab lo , g ran allegado r de gente b aja y may or a mot in ado r, b uen ladrón , p or su p ersona, con ot ros , as í de a migos co mo

94

enemig os, y nu nca ent ró , en bat alla q ue no hu yese" . Una p ág in a final d e Ló pez de Gó mara es la d e un g ran escrito r. " Co men zaron los bandos ent re Pizarro y A lmagro, po r amb ició n. Crecieron po r av aricia, llegaron a mu ch a cru eldad po r ira y env id ia. Pleg ue a Dios qu e no du ren co mo en It alia Gü elfos y Gib elinos. Sigu ieron a Dieg o de A lmagro p o rque d aba y a Fran cisco Pizarro p orque po d ía dar. Despu és d e ambos mu ert os, han segu ido s ie mp re el que pensaban que les daría más y p resto . As í co mo h an segu ido d iferent es partes, han t en ido dob lados co razon es y aún leng uas, po r lo cu al nu nca d ecían v erdad sino cuando h allaban malicia. Co rro mp ían los ho mb res con d ineros p ara ju rar fal sedad es, acusab an unos a ot ros maliciosamente p o r mandar, po r hab er, p o r ven gan za, p o r en v id ia y aú n po r su p asat ie mpo; mat aban por just icia sin just icia y todos po r ser ricos. Así qu e muc ha s co sas se encub ri eron que convenía publicar y q ue no se pueden averi gua r en tel a d e jui cio , p rob ando ca da u no su i nten ción" . Con cuant a p rop ied ad se po dría decir ot ro tanto d e tod as las épo cas de la h isto ria. El indes cifrab le misterio de todo lo p asado es la to rtu ra y el encanto d el h istoriad or. GUTIERR EZ DE SA NTA CLA RA , P. Hi sto ria de la s gu erra s ci viles d el Perú (154 4 -154 8) y de otro s suceso s de la s India s. Madrid, V. Su árez, 1904. To mo 1° , p ág. 127: Est e h isto riado r relata con todo po rmeno r el p lan de Go n zalo Pizarro y sus alard es p rincip escos. CA B EZA D E VA CA , A. N. Rel ació n de lo s n au fragio s y co menta rio s. M ad rid , V. Su árez, 1906. (Co lecció n de lib ros y do cu mentos referent es a la h istoria d e A mérica, ts . V, VI). Párrafo XCIII y sigtes .: El ad e lant ado A lvar Núñ ez Ca beza de Vaca fue en carcelad o po r sus soldad os durant e más de un año y d ieron la gob ernación d el Parag uay a Do min go de Irala. -Párrafo C VIII: " Hub o grand es escándalos y unos co ntra ot ros ten ían p asiones y h ubo mu ertes de ho mb res" . -En la in fo rmació n h ech a p o r los oficiales d el Río de la Plat a cont ra A lv ar Núñ ez Cabeza de Vaca constan las declaracio nes s egún las cu ales éste int entaba erig irse en príncipe del Paragu ay . 0rgani zaci ón de la Iglesia y Ord enes Religi osas en el Vi rrei nat o del Perú en el Sigl o XVI. Docu mento s del Archi vo de Indi as. Pub l. d ir. p o r Rob erto Lev illier. Mad rid , Sucs. d e Riv ad eneyra, 1919. (Co lección d e pub licacion es h istó ricas de la Bib liot eca d el Cong reso Argent ino ), t . 1, p ágs. 164 a 171: El alza mient o y v io lencias de ob ispos en cont ra d e Santo To rib io de Mog ro vejo su mamente dra mát ico du rante el Con cilio de Li ma de 1582. Aqu í figu ra el o b ispo Francisco de Vito ria, de Tucu mán, qu e fue uno d e los cab ecillas d el lev anta mient o. Pág. 306: El h u mo r inqu ieto y pendenciero está pat ent e en esta pág ina.

95

Dos h ijos de Ro drigo d e Cont reras se levantaron con secu aces d e Go n zalo Pizarro en Nu eva Granada, s aqu earon y p ret end ieron d eten er al p res idente Gas ca d e reg reso a Es pañ a. Gob ernant es d el Perú ,. Ca rta s y pap eles. Si glo XVI. Docu mento s del Archivo de India s. Pu b l. d ir. por Ro berto Lev illier. Madrid, Sucs. de Riv adeney ra; 1924. (Co lección d e pu b licacio nes h istó ricas de la Bib lioteca d el Cong reso A rgent in o), t . 1, pág. 107: Popu laridad de la reb elión de Gon zalo Pizarro . Fr. Juan Co ron el, canó n igo de Qu ito , h ab ía h ech o u n lib ro qu e int itu ló De Bello Ju sto , a favo r y defensa d e la rebelión , sosten iendo que era in justa la gu erra q ue se le h acía. El sacerdote Juan de Sosa fu e ta mb ién secuaz de Pizarro . Mu chos fu eron ajust iciados. Est a cart a t rae po r men ores sobre los des afueros y crímenes de los p izarristas . -Pág . 387: A lg unas siluet as d e aventu reros . Cart a del co nde d e Nieva. Pág . 390: Esta t ierra es d e t al man era que d iez ho mb res qu e se junt an en algu na part e po nen en cu idado el sosiego . -Pág . 451: Có mo los vag abu ndos echad os d el Perú vuelven d esde Panamá. -To mo 5°, pág . 259: El v irrey To ledo cons id erab a qu e la rebelió n de Gon zalo Pizarro no h ab ía s ido cast igada po rq ue sus có mp lices hab ían recib ido mer cedes. La carta en qu e lo d ice es una pág ina de filoso fía h istó rica int eresant e. - ... los soberb ios e inqu ietos mo zos crio llos y mest izos qu e v an usu rp and o los o ficios d e just icia y repúb lica. Carta del licenciado Cep eda. 1591. Au dien cia de Ch arca s. Co rrespo ndencia de presid ent es y oido res. Do cu ment os d el Archivo de Ind ias. Pu b l. d ir. po r Rob ert o Lev illier. Mad rid, Imp r. de J. Puey o, 1918-192 2. (Co lección de pu b licacio nes h istóricas de la Bib lioteca del Cong reso Argent ino )" t . 3, p ág . 116. -A lzamiento en el d ist rito d e Ch arcas de Go n zalo Martel d e Cab rera (1599). ( Idem, t . 3, p ág . 401). -El p ro ceso de los atropellos y extermin ios de g obern ado res del Tucu mán ent re ellos. ( Goberna ción del Tucu má n. Pa pel es d e Go bernad ores en el siglo XVI. Do cu mento s d el A rchivo de India s,. Pub l. dir. po r Robert o Lev illier. Madrid, Imp r. d e J. Pueyo , 1920. (Co lecció n de p ub licaciones h istó ricas de la Bib lioteca, del Cong reso Argent ino ), t . 1, 2" p art e, p ág . 224). -Juan Fernández qu iso alzarse en 1583. " Se casaría con la Co ya, se haría ju rar po r rey y que el Su mo Pont ífice lo con firmaría. Haría cond es y marqu e ses". (Audiencia d e Cha rcas • .. Op. cit ., t. 2, pág . 56).

96

Pág . 268: Es constante el lamento po r el au mento d e mest izos, qu e son va gos y malos co nsejeros de in d ios. -La teo ría del esp íritu levant isco de los mest izos . Enu meración de mo t in es en el Perú . Mot ín de los Maldon ado . Su exp u ls ión a España. 1575. ( Go berna ntes del Perú ,.... Op. cit., t. 3, p ágs. 240, 255, 276). -To mo 5° , págs. 58 y 191: Los Ag uad o intent an reb elión en 1573. Tam bién Go n zalo Giro nda. -Au dien cia d e Li ma . Co rrespond en cia de presi dent es y oid ores. Docu men tos del Archi vo d e India s. Pu b l. d ir. po r Robert o Lev illier. Mad rid, Imp r. de J. Puey o, 1922. (Co lección d e pub licacion es histó ricas d e la Bib lioteca del Co n greso A rgent ino ), t . 1, p ág . 26: Qu e n o venga españo l n ingu no, dice la Aud ien cia en 1551, y hay neces idad de d esagu ar los que h ay. Co mo el so ldado no t enga donde co mer, lo ha d e buscar aunqu e s epa qu e lo han d e aho rcar. -Págs. 32, 46, 64: Sed icion es d e Melgarejo, Barrionu evo , M irand a, ap enas pasada la d e Gon zalo Pizarro . Despu és la d e Lu is d e Varg as. Págs. 73, 87: Sebast ián de Castilla fue p recu rso r del reb elde Hern ánd ez Giró n. -Pág . 78: En t anto h ay a tant a g ente perd id a co mo h ay h oy en esta t ierra y cada d ía au menta, n o han de faltar desasos iegos, y p legue a Dios no causen su total d estru cción po rqu e la gent e de esta t ierra por su mald ad , o del cielo o del suelo , no qu ieren ley n i rey n i ho mb re v irtu oso. (El d octo r Brav o de Sarav ia). -Pág . 102: A lzamiento d e Hern ánd ez Girón . No v. 1553. Pág. 116: Fran cisco Silva se alzó en San M igu el de Piu ra. -Págs. 118 a 126: " Teng o po r acab ada la rebelión de Hern ánd ez Girón , pero no su int ento p o rque hay tant as ra mas y aún raíces que n o sé co mo se ha d e sustentar la t ierra" . Oid or A ltamirano .

Índice de la Obra

97

CAPITULO VII

RELIGIOSIDAD - GOBIERNO ESPIRITUAL

I

La fide lidad a la reyecía, la hidalguía, el culto por la dama, los mo tivos preclaros de su poesía roma ncesca y sus canc iones de gesta, dege neraron o desaparecieron en Amér ica. La religios idad, que es otro de esos rasgos íntimos, padeció el mis mo contraste. "Para la ejecució n de la empresa de las Ind ias no me aprovechó razó n ni mate mática ni mapa mundi, llana me nte se cump lió 1o que dijo Isaías", escrib ió Coló n en su Libro de las Profecías. En carta al Pontífice decíale que la e mpresa se to mó con fin "de gastar lo que de ella se hubiese en el rescate del Santo Sepulcro". Su a mbic ión mística se exa ltó desde el día siguiente del descubri mie nto con la idea de que sería el anunc iador del evangelio a un mundo de gentiles. Su propio no mbre fue para él un ind ic io providencia l de su mis ión Cristoforo, Christo ferens, portador de Cristo. Sus escritos trasparecen una religiosidad que lle ga al delir io, como ocurr ió en s u cuarto viaje, durante el cua l, estando en peligro de naufra gio, oyó una voz misteriosa que 1o consolaba en su desesperanza y le recordaba su misió n divina. Con esa advocación fue descubierta América. Sabemos que la evange lizac ión de los ind ios fue el fin primord ial de la política conq uistadora de América, y con singular sinceridad, y sin me zcla alguna, en el ánimo de la reina Isabel, cuyo afán apasionado por realizar lo da a su vida una belle za impresiona nte.

98

Las cédulas reales, las instruccio nes, pragmáticas, ordenaciones que por cua lquier ocasión se despachaban para Amér ica, tenía n como fun dame ntal insp iración, la reducció n de los indios a la fe católica. En cada galeón o navío debía venir un capellán, en cada expedición un confesor. Una igles ia, una capilla, siq uiera un oratorio de paja y barro se levanta junto a los cobertizos que improvisa la avanzada exp loradora en el primer paraje donde hace un alto. La cere monia e invocació n religiosas se realizan, a veces a la so mbra de los árboles, en medio del desierto, sin otro ritual que la prosternación ante la cruz que alza en alto el fraile de la caterva. No mbres de santos van señalando las etapas del ca mino. Hay fór mulas litúr gicas para santificar el me nor acto de la vida guerrera: la partida, el arribo a un gran río, el avista miento de una mon taña, el mo me nto del ataque, la erecció n del árbol de la justic ia en el lugar donde va a plantar un jalón la empresa aventurera. La decoración eclesiástica circuye la vida entera. Los primeros ve in tiún títulos de la Recopilación de Leyes de Indias de Carlos II están dedicados a la organización del gobier no religioso. No olvide mos que esta mos al día siguie nte de la conquista de Granada que había coronado la luc ha de siete siglos contra el Isla m, y de la expulsió n de los judíos, con la cual el palad ín lograba la sub lime unanimidad para su fe. El alma española estaba perhenc hida de pasión religiosa, no contemp lativa ni mística, sino bélica y tre menda. Ocurrido en ese mo me nto de triunfo, el descubr imiento parecía entregar al vencedor, co mo una reco mpensa providencia l, la posesió n de América. Otros infie les que no los hijos de Maho ma ofrecíanse ahora al pro selitis mo que había limp iado a España de herejes. La religios idad española se caracterizó desde muy temprano por un fer vor más hondo que en los de más países convertidos, por una vis ión más trágica y una conc ienc ia más ator mentada del pecado, que daban a los padres de la Igles ia nacidos en su seno un acento desesperado. Dentro de Europa, por su afinidad semítica quizás, parecía que la pasión religiosa, semilla oriunda de Asia, había encontrado en España. su tierra natal. Agregue mos que esa religios idad era partic ular mente eclesiástica y monástica y

99

habíase aliado con el poder político por una compe netración profunda. Igles ia y gobierno hicieron una cosa sola. Los Conc ilios fueron asa mbleas cívicas. El sentimie nto religioso dejó de ser una intimidad sola me nte para ser una nor ma social. El rigor ritua l se imp uso co mo un signo necesario. No b asta el fer vor. Se lo ha de reconocer en la efusió n. A la larga ésta medra de aquél y la exterioridad concluye por ree mpla zar el sentimie nto. La fór mula se hace más rigurosa cuando se ha perdido su contenido, así como los luchadores que por darse todos ent eros en la refriega olvidan la causa que los lanzó al combate, o co mo aque l guerrero del Ariosto que continuaba lucha ndo después de muerto. Hay una escena en los comie nzos de la conq uista que nos ha im presionado co mo símbolo de lo que había de pura mente litúr gico en la religios idad españo la trasplantada en Amér ica. Lle gan hasta el real de Cortés de parte de Moctezuma los mensa jeros que traen las grandes nuevas de la rique za del monarca azteca. Cortés prefigura en su ánimo el inmenso botín que lo espera. Y excla mó, cuenta Bernal Díaz del Castillo: "gran señor y muy rico debe ser Moctezuma ". "Pero co mo era la hora del angelus todos se arrodillaron y . oraron" , concluye el cronista. El humor patético de la religios idad española tie ne eje mplos en esta época de la historia de Amér ica. A Doña Beatriz de la Cueva, la Sin v entura, viuda del adelantado Pedro de Alvarado, tuviéronla por loca, tan descomp uestas y peregr inas fueron las de mostraciones de su duelo cuando la muerte de su mar ido. Mandó pintar de negro las paredes interiores y exteriores de su vivienda y pasábase la vida en lloros y agonías. Evoca su caso el recuerdo de la Reina Juana, enloquecida ta mb ién de a mor. El P. Pedro Torres, bene mérito evange lizador del Tucumá n, duran te una predicación de cuares ma, en presencia de un gran concurso pú blico, sub ió al púlp ito lleva ndo una corona de espinas sobre la cabeza .que apretó con las manos hasta arrancarse sangre. El cronista agrega - que reportó gran fruto de su acto.

100

II

Cua ndo se estudia la conq uista de América surge constante me nte la tentación de cotejarla con la invasió n de los ger manos en la Europa latina. Se asemejan en cua nto significaron el contacto vio lento de dos civilizac iones de grado muy diverso, y constituye n las dos articulacio nes. ma yores de la historia occidenta l. Fueron tamb ién dos mo mentos decis ivos en la propagació n del cris tia nis mo. El primero entregó Europa y el segundo Amér ica, a la fe cristiana. Pero se desarrollaron en condicio nes muy diferentes. El cristia nis mo triunfó en los primeros siglos por la capacidad que infund ía en sus adep tos para abne garse y mor ir. En Europa fueron los conquistadores quienes abrazaron una nue va religión, mie ntras que en América los conquistadores quis ieron subyugar le los vencidos. Allá la fuerza triunfante cedió a un imper io pura me nte espiritua l; aquí la espada requirió la convers ión con el tajo de su filo. El espír itu juega sie mpre ma las partidas a la vio lenc ia. Es tamb ién su único desquite. Por eso la catequización imp uso fór mulas, reglas, cere monias, ritos que recubrieron, simp le me nte co mo un vestido, la intimidad fetichista del catecúme no. Allá fue obra popular, venida de entraña oscura y profunda; aquí fue empresa de Estado, asunto de gabinete, pla n de go bierno. El rey proveía obispados, y toda dignidad de gobierno eclesiástico; hartas veces, bajo la sugestió n de privados de la Corte, legis laba la ca tequizació n, for mulaba la doctrina, otorgaba los recursos de la corona y se afanaba en su buen éxito con celo incansable, es verdad, teniéndo lo por asunto vita l y princ ipalís imo. Pero iba sorbida de sustancia y de calor, como toda acción espiritual que se apoya en la espada. De ese fervor impuesto por decreto, nació el Patronato Real, híbr ido de espir itua lid ad y temporalidad, granjería con que la Corona se pagaba su empeño eva nge lizador. Y así fue que esa intrus ión de gobernantes que venían a dirigir la explotació n del imper io colonial, atentos a la prosperidad de sus facto rías y al producto de las sisas, en asuntos de tan recónd ita condic ión como los religiosos, ocasionó disputas y

101

conflictos que estragaron el fin perseguido de la evange lización. En toda Amér ica vivieron en reyerta continua virre yes con obispos, gobernadores con deanes y provisores, corregidores con misio neros. Eran los malos obispos quie nes hacían buenas migas con virreyes y oidores, y no el evange lizador Juan de Zumárraga, de México, ni el santo Toribio de Mogrovejo, del Perú, cuya incansab le humildad desató la lengua al virrey marqués de Cañete en inter minables correspondenc ias e intr igas. En la Europa invad ida por los bárbaros, hasta la conversió n de Recaredo y Clovis, los fieles elegía n los pastores que eran co mo sus ca pitanes en la luc ha contra los poderes políticos. San Agustín, cuando quiso ele gir su sucesor, convocó a los fie les a la iglesia de Hipo na. El apóstol de Galia, San Martín de Tours, era el elegido del corazón de los oprimidos por las persecucio nes imperia les. Les venía a los pastores su mandato del mis mo Salvador del Mundo. Estaba su fuerza en ser la voz de los pobres, de los atrib ulados, de los miserables. No los a mparaba el Estado, sino que desafiaban su poderío y su encono, porque les estaba prometido el asilo ina llanab le de otra vida, cuya esperanza da ba todo su sabor al desprecio del mundo. Manaba así la fe cristiana su bálsa mo esencia l de religión de a mor y de consue lo para los venc idos y los oprimidos. La conq uista espiritual de América españo la tuvo otra cond ició n desfavorable si la cotejamos con la de Europa: la presencia allá y la fa lta aquí de fa milia regular, durante el siglo de la conquista. Después de la conquista de los bárbaros, en las provincias ro manas se constituyó sólida me nte la fa milia, basada en el respeto recíproco y en la preser vación de su pureza. En la Amér ica del siglo XVI, en camb io, la fa milia nació de una unión despareja, de español y de ind ia; fue para el conquistador un accidente de su aventura guerrera, un paréntesis de reposo en el acezar de la carrera. El ho gar aun co mo recinto mater ial no era frecuente, pues no convivían padres e hijos, co mo he mos dic ho en otro lugar.

102

La fa milia es el foco donde se encie nde la fe religiosa, que supone intimidad y efus ión, es decir, el a mbie nte natural del "hogar ". Fustel de Coulanges mostró cuán estrecha alia nza hacen fa milia y religión y có mo de ese ho ntanar nacieron las civilizac iones de Grecia y Ro ma. El hijo de madre india, fundador de la sociedad a mericana, apren dió en el regazo una religión en que se habían fund ido extraña me nte el fetic his mo ind io de la tradic ión materna con la lecció n cristina que la rudeza del aborigen obligó a mater ializar. Agregue mos que el conquistador germa no no to mó toda la tierra conquistada, dejando una porción a los vencidos, y se dedicó a cultivar la propia. La agric ultura fue la faena usual después de su establec imiento en las provinc ias ro manas. El conq uistador en Amér ica, en ve z, desdeñó la agricultura, no obstante ser due ño de toda la tierra, pues prefir ió ho lgar a expensas del trabajo ind io. El unánime testimo nio de oficia les reales y cronistas dice que pululaban por millares los ho mbres bald íos, sin destino y sin hacienda, atentos a novedades de bullic ios y alza mie ntos para tener ocasión de luc ir su puño y granjear alguna beca. Tal estado de indisc iplina socia l y de desasosiego no da tie mpo y quita sabor a la preocupación religiosa, que es ante todo una propens ión a med itar. Es un lugar común de los historiadores hacer el paralelo entre la for mació n de Norte y Sura mérica. A este respecto la co mparació n es interesante. Los pur itanos de Nueva Inglaterra ta mb ién aspiraron a la teocracia, co mo las nuevas sociedades de México y Lima, y ta mbié n practicaron la intoleranc ia religiosa, contra lo que sue le creerse. Pero es tamb ién verdad que muy te mprano, al promediar el siglo XVI, hacía ca mino la idea de que el gobierno civil es extraño a los asuntos de la fe. Y las confesio nes dis identes, tan numerosas desde el primer mo mento como cuáqueros y bautistas, activaron ese proceso que sig nificaba mante ner al Estado absoluta me nte separado de la religió n. La frecuentac ión de la Bib lia y la constituc ión de fa milias ho mogé neas - pues el conquistador y el colo no no se mezc laron con la mujer ind iaayudaron al arraigo de la idea y de las costumb res cristia nas. Parece difer ir ta mbié n de la de Hispanoa mérica la for mació n reli giosa del Canadá.

103

La Iglesia francesa en Nortea mérica se singular izó por un fervor de apostolado y de predicación evangélicas, cuya penetración se reconoce en el hecho de s er hoy un foco de catolicis mo militante. La acció n del mis ionero fra ncés desdeñó la política pura me nte co mercia l y radicó, con la imp lantació n de la agricultura, el trasplante de una ge nuina Iglesia cristiana, según lo acaba de probar Georges Goyau en su libro sobre Les origines religieuses du Ganada. Ase méjase en esto a la inmigración de Nueva Inglaterra, cuya actividad econó mica se aplicó a la agric ultura y constituyó desde las primeras décadas una sociedad de peque ños propietarios rurales. Podría mos decir, para usar una fór mula sintética, que la primera vida social hispanoa mericana fue marcia l y política, en oposición a la del Norte que fue agrícola e ind ivid ualista, y en religión aquélla princ ipalmente dogmática y ésta sobre todo moralista y práctica. III Qué inte lige ncia superior, qué avisora comprens ión habría necesita do el alma rudime ntaria de los indios para reconocer la religió n de re denció n y de misericordia en las for mas treme ndas con que se instrumen tó la conquista de América, so color de asegurar la conversió n de los infieles : el perro alano para ma nejar las traíllas de indios, el hierro para marcarlos, el repartimie nto que los entregaba a la esclavitud de la encomie nda, de la mita o la yanaconia. Reconozca mos todo lo que hay de explicable y hasta razonable en el régime n que así proveía a las exige ncias econó micas de la conquista por med io de la única explotación que habían ga nado los vencedores - el trabajo del indio-, pero ad mita mos tamb ién que mal podía lograrse por su medio la c onvers ión voceada en los papeles oficia les. Hay dos anécdotas, épica la una, ingeniosa la otra, que muestran el carácter de la evangelizació n de los ind ios. El indo mable cacique Hatuey, de Cuba, condenado a ser que mado vivo para acobardar las rebeldías, era exhortado por su confesor a la conversió n. -¿Hay cristianos en el cie lo?- preguntó el cacique. Ante la natural respuesta

104

afir mativa, contestó: -No quiero ira un paraje donde pueda encontrarlos. La segunda está referida por el veraz cronista fray Reginaldo de Lizárraga. De regreso de España el provinc ial de su orden, vinieron a vis itarle indios princ ipales, a quie nes había doctrinado antes de su partida. Co mo cuestionara a uno de ellos sobre cosas de la fe y no supiera responderle, le dijo: -¿No te enseñé yo la doctrina y la sabías bien? El ind io contestó: -Sí, mi padre; pero co mo la enseñé a mi hijo, me la he olvidado. Para sustentar los encome nderos su tiranía, decía fray Bartolo mé de las Casas, en carta de 1555, le dan el color de que enseña n el Ave María a los indios enco mendados. "Mire qué doctrina, agrega, para los que no entend ían si Ave Ma ría es palo o piedra o cosa de comer o beber". "En los ind ios bautizados, dice el bachiller Sánche z al Consejo de Ind ias en 1566, no hay onza de fe. Son co mo mo nos en la aparienc ia, muy amigos de disciplinarse, llorar en la confesió n, oír misas y sermo nes, y si los dejan, de allí a dos horas no hay nada". El mis mo carácter vanilocuo que señalare mos lue go en las cédulas y leyes para salvar al indio de la esclavitud, pode mos decir de las enfá ticas y prolijas provis iones para evange lizar lo. El fe nó me no es idéntico, porque sus causas lo son. Asistimos ahora al nacimie nto de la irreligios idad de América. IV La catequizac ión de la población a mericana no sola me nte no se realizó en medida proporcionada al propósito de la Corona, sino que el pro pio conquistador, en su nue va patria, impre gnado con el zumo sangr iento de los afa nes crueles de la conq uista, sufrió un rebaja mie nto de su con ciencia cristia na. Los evangelizadores encontraron más bravo obstáculo para su celo en el conq uistador que en el indio. Por razón natural, da mos preferen cia sobre el testimo nio de los cronistas que eran o aspiraban ser preben dados, por término

105

general, al dic ho de oscuros ofic iales o frailes con versores o simp les vecinos de Indias, que no escribía n para la posteridad. Ya en 1516 catorce frailes do minicos despacharon una larga carta desde la Española, que es un precioso docume nto. Una de las mayores persecuc iones, dicen en ella, que nuestra santa fe católica ha tenido después que nuestro Redentor la fundó, es la de los conquistadores contra la acción de los fra iles misio neros, pues éstos los doctrinaban y aquéllos los mataban. De esta poca cristiandad, dice una carta de 1556, que ha y en los ind ios, eche mos la mitad de la culpa al mal eje mp lo, pues les decimos una cosa y hacemos otra, y el indio mira muy bien lo que hago y olvida 1o que digo. Algunos documentos del licenc iado Quiro ga, que resid ía en México en 1528, lo revelan un espíritu agudo e independiente. Más persecuciones recibe, decía en una infor mación de ese año, la Iglesia nue va en el Nuevo Mundo de nosotros los ma los cristia nos que la venimos a plantar, que la primitiva Igles ia recibió de los infie les, que pensando destruida la edificaban con la sangre de los mártires, y nosotros vinie ndo a edificada la destruimos con nuestros ma los eje mplos y obras peores que de infie les. El licenc iado Alta mirano decía años después desde Lima parec idas palabras. La pasió n de las facciones fue muc ho más poderosa que el afán evange lizador. Hay más ene mistad, decía un testigo de las guerras civiles del Perú, entre los bandos de Pizarro y Alma gro que entre moros y cristianos. En el infier no que encendieron las luc has por el botín de las en co mie ndas, pudieron forjarse esos arquetipos de fur ia ho mic ida que se bautizaron a sí mis mos con cínica sinceridad de "e ne migos de Dios y de los ho mbres", co mo Francisco Carvajal o Lope de Aguirre. "La doctrina se plantó no con buen pie en esta tierra, decía el virrey Enr íque z del Perú, se trata co mo cosa accesoria y los ministros para leva ntarla son muy flacos". Doliéndose del ningún fr uto que se conseguir ía de la manera que se usaba de cristianizar a los ind ios, refer ía el licenciado Quiroga una curiosa conseja. Un ind io endemo niado, al co mienzo de la conquista de México, había dicho que se entristecía me nos de la ve nida de Cristo a Amér ica, cua ndo pensaba que cien años después los

106

españoles habrían olvidado la manera de convertir a los naturales. Así se exp lica que los viajeros descubran en las prácticas y creen cias de algunos grupos de Amér ica española donde hace cuatro siglos se ejerció la predicación, la supervivenc ia de cultos demo níacos, de supersticio nes pueriles, rancia me nte ind ias, ligera me nte barnizadas con pala bras cristianas. Habrá que reconocer todavía en el me njurje las impor taciones de culto, lúbr ico a un tie mpo, de los esclavos afr icanos. En la mito logía popular a mericana hay resabio s notorios de la religió n ind ia, tan prolija me nte descripta por los cronistas. Es una de las ramas más fecundas de la historia colonia l ésta que trata de las prácticas religiosas de los indios. Los libros de los investigadores modernos que han estudiad o el fo lklore encuentran vivaces sus huellas. Están dis frazadas por no mbres españo les, pero su entretela aborigen salta a la vista. No es necesario ni cabe aquí la co mprobació n. Señale mos sola me nte algunos datos. La práctica del "velor io " de los niños, tan difundida en países ame ricanos, y en algunos casos la ficció n del niño muerto, como ocasión de juergas, es una reminiscencia de la bacanal co mo ceremo nia de culto. La creencia en el "diab lo fa miliar", arraigada en las poblacio nes del norte argentino, es una creenc ia sin vis ible origen cristiano. La "sa la ma nca", en ca mbio, tiene una idea cristia na, la de la tentació n del ma l, pero traspira el espanto de las religiones primitivas y conserva la idea del sacrific io humano. En el libro de las Supersticiones y leyendas: región misionera -valles calchaquíeslas Pampas. .. de J. B. Ambrosetti se encuentra un semillero de estas supervivenc ias. Cuervo Márquez cuenta en sus Estudios arqueológicos y etnográficos americanos lo ocurrido en Suin, Colo mb ia, en ple no siglo XIX. Bajo la sugestión de un ind io viejo, la población indígena, por mandato de una aparició n, que todos vieron y oyeron, destruyeron imá genes y altares ca tólicos y colocaron en su ree mpla zo indios auténticos que adoraban. Causó un leva nta miento que requir ió la fuerza pública para cesar. Humbo ldt, en su

107

Ensayo sobre la Nuev a España, encontró que para los mexicanos el Espír itu Santo era el águila de los aztecas. Se sabe que los jesuitas fueron acusados de haber dado no mbre de ídolos ind ígenas a los santos de la Iglesia, recurso claro de eficacia catequista. Hasta ho y ins iste en la sentime ntalidad hispanoa mericana algo del fetic his mo, de la falta de espir itua lis mo, del apego a la exteriorización ritual, de las creencias grosera mente demo níacas, que la cristianizació n superfic ial de la conquista no extirpó. Los observadores de costumbres sociales de los pueb los hispanoa me ricanos lo dicen a menudo. Acaba de hacerlo Carroll M iche ner en su libro Heirs of the Incas, a book about Perú. En cuanto a las clases elevadas de la sociedad, dan la impresión de que los ho mbres se mantiene n extraños a toda preocupació n religiosa, reputándola "asunto de mujeres". En e l mejor de los casos le otorgan una "ne utralidad benévo la ". No son ateos -que serlo es en cierto mo do signo de meditació n del proble ma religioso- sino indiferentes y epicúreos. En cuanto es la religiosidad la afir mac ión de una causa supre ma del universo y la aspiració n de co municarse con ella, un sentido a la vez raciona l y míst ico de la divinidad, que no requiere el estímulo del culto, es decir, en cuanto significa una pura espir itua lidad que colinda con el arte y la cienc ia, que cría deberes imperiosos sin otra sanció n que la concie ncia y trascie nde en la vida co mo un sentimie nto, podemos decir que en el mundo occidental es Hispanoa mér ica quie n la tiene en menor grado. La convers ión de Amér ica al cristia nis mo no es un hecho consuma do durante la conq uista, sino un proceso todavía inconcluso, sobre todo en las masas populares de Amér ica, si ha de ser aqué lla reconocida por la for mac ión de una estructura moral y de una espontaneidad subconsciente y no por la adhesió n a las fór mulas ritua les o a un mimetis mo vac ío. Y es curioso ver cómo el ritmo de ese proceso ha sido más acele rado en el siglo último, por obra de la libertad religiosa, del contacto con Europa y las for mas superiores de su espiritua lidad, que no en los siglos precedentes en que el Estado

108

puso al servic io de la into lerancia religiosa y de la impos ició n oficia l del dogma toda su terrib le fábrica erigida so bre las dos negacio nes más categóricas del espír itu cristiano : la escla vitud y el odio al extranjero. V El derecho eclesiástico debió aco modarse a las exigenc ias del nuevo n:;tedio, tan poco fa vorable a la severidad religiosa, ocasionando numero sas derogacio nes a la regla co mún de la Igles ia. La falta de sacerdocio obligaba a facilitar las profesio nes, a reduc ir el número necesario de herma nos para cada convento. Se autorizó a los obispos para absolver del pecado de cis ma y herejía, cuyo juzga mie nto estaba reservado al Pontífice. Se resolvió que las causas ecles iásticas debía n fenecer en Amér ica. Se dispensó el impedimento de consanguinidad o afinidad en los matrimonios. La ma yor derogació n de derecho ecles iástico cons istió en la ad misión de regulares para regir curatos. Importaba una vio lación del Concilio de Trento, consentida por un Bre ve de Pío V. San Gregario XV, en 1622, lo dejó sin efecto, aunq ue se ma ntuvo en la práctica, invocándose una nue va abrogación de Urbano VIII. Las penas canónicas debieron moderarse. "En tierras nue vas, donde ahora se imp lanta la fe, conviene tener mucha toleranc ia en esto de la desco munión", dice una le y de 1560. Las amo nestaciones de los pastores no logra n restable cer la pureza de las reglas, pues el clérigo se ha contagiado del conquistador. "Quie ren apañar dineros y volverse a España ", dice un ofic ial real. La Corte to ma med idas, quiere obligar a que se guarde el voto de pobreza, pero la queja de los pastores sigue resonando. Ya al comie nzo de la conquista los frailes Jerónimos, tan severos y sagaces, decían que los religiosos vivían como gente sin pastor. Hubo de prohib irse que usaran naipes y vajilla de oro y plata. Han sufrido la influe ncia corrosiva del nue vo medio. El Pontífice Pío IV en 1562 les prohib ió que volvieran a España con riquezas. Me infor ma n, dice el Breve pontific io, que se ha abierto en "los prelados un tan gran abis mo de avaric ia que muc hos de ellos se apropia n rique zas buscadas allí oculta me nte ". La obedie ncia y la

109

humildad han cedido lugar a la arroganc ia y la a mb ició n. Andando el tie mpo, las mod ificacio nes de la regla religiosa y el es píritu que insufló la nueva sociedad en la Igles ia definen en ella una personalidad, que se lla mó "la Iglesia amer icana ", defe ndida por el sa cerdocio crio llo en riva lidad con el peninsular. El fenó me no se acusó durante la independencia, y se prolo nga quizá hasta nuestros días. VI Fue causa que agravó el mal, o lo facilitó, la intrus ión de lo te mpo ral en lo religioso que significaba el Patronato Real. Era inmensa la extens ión de facultades del Patronato. No miraba sola mente al gobierno espiritual, sino que llegaba al régimen ordinario de la Igles ia. La licenc ia del Papa para que un mo nasterio de La Habana tuviera criadas requir ió el pase del Consejo de Indias. Se sabe que España pid ió al Pontificado la creación del Patriarcado de Indias, no co mo título, sino como funció n efectiva de gobierno. Aun que no llegó a concederse, la Corona ejerció práctica me nte poderes que lo equiva lían. Se instituyeron co misarios generales de las órdenes religiosas de Amé rica, equiparados a los generales que residía n en Ro ma, y su designació n la hacía el mo narca. Las cédulas reales concernientes a la convers ión, decía el obispo Pala fox, de México, han de ser veneradas co mo mandatos apostólicos. La for mac ión de obispos y dignatarios era, en verdad, atribuc ión real, pues a tal alcanzaba el derecho ilimitado de presentación, sobre todo en el siglo de la conq uista que mira nuestro relato. Todo rescripto o breve debía sufr ir el pase del Consejo de Indias. El no mbra mie nto de curas párrocos procedía de virreyes y gober nadores, que los elegían entre los presentados por el obispo o prelado, pero inc umb ía a aquéllos el derecho de pedir nue vos candidatos si no les plac ían los primeros. Por eso dice fray Pedro José de Parras en su libro sobre Gobierno de los Regulares de la América ... (Madrid, J. Ibarra, 1783), que tal presentació n era más bien una propuesta.

110

El libro del padre Parras, definidor de la orden de San Francisco, rector de la Universidad de Córdoba, merece la ma yor atenc ión. Sincero reconocedor de las franquic ias del Patronato, en el que ve una fue nte de bienes inapreciables para la Igles ia y la conversión, tiene el interés de su experienc ia de Amér ica, de su dominio del derecho, sin contar con que sus letras son doctas y a menas. Esta a malga ma de gobierno político y de catequesis, de intereses; granjerías y pasio nes con tareas de doctrinació n evangé lica trajo la confusió n más comp leta de lo que a uno y otro concernía. La discip lina eclesiástica vióse zapada por las apelacio nes que frailes y seculares lleva ban a los tribunales reales cua ndo la regla religiosa apuraba. Atraíanse la amistad de virreyes, oidores o validos, para libertarse de las sancio nes de sus prelados. El arzobispo de Lima fray Torib io de Mogrovejo, que la Iglesia ha puesto en sus altares, en pleno Conc ilio de 1582, vio alzarse airada mente en su contra la rebeld ía altanera de los obispos conjurados para enc ubrir a uno de ellos, el de Quito, acusado de delitos canónicos y co munes. Los Concilios de México y Lima son muestras elocuentes de la ur ge ncia con que recla maba reforma la acción evangé lica. Dos grandes varones, el arzobispo citado y el obispo Zumárraga, representaron en los dos centros del imper io colo nia l, Lima y Mé xico, el ardor por la cristianización a despecho de las penurias en que se halla ron para arraigarlas, enfrente de la resistenc ia de conquistadores y encome nderos presas de la fiebre del oro, que apestábales el alma co mo el cuerpo los humores ma lignos que cría el clima tropical. La solicitud del rey por favorecer la predicació n religiosa, asumida co mo func ión propia del Estado, fue a la larga un impedimento pa ra que ella entrañara en las sociedades amer icanas. La enervó con su protecció n, la enfrió con sus leyes, la corro mpió infiltrándo le la propensión natural que tie ne el Estado al despotis mo, como encarnació n viva de la fuerza. VII Los verdaderos evangelizadores no fueron los prebendados y mitra dos, a quienes

111

fustigan historiadores eclesiásticos, co mo fray Jerónimo de Mendieta o el presbítero Gó mez Maraver, ho mbre de ese siglo, vecino de México. Si lo fueron como los obispos Zumárraga o Ra míre z de Fuenleal o Casas, debieron desafiar el acoso de virreyes u ofic iales reales, los delegados del Patronato. Estos requerían menos severos jueces o más fá ciles có mp lices. Quienes catequizaron de verdad fueron fra iles ignorados, que no buscaban prelacías, a quie nes no alcanzaba la ventaja del Patronato. Son los que se lanzaron entre los ind ios, sabié ndose acechados de cerca por la muerte y el martirio. Son los que a mpararon la piedad, el a mor a Dios, el remordimie nto, co mo lucecillas mortecinas, en medio del huracán de las pasiones de soldados desalmados. Son sus vidas el espectáculo más noble en la historia de la conquista. Algunos no mbres se conocen: Rafael Ferrer, en Quito; San Francisco Solano, o Alo nso de Barzana, en el Tucumá n; el lego Pedro de Ga nte o Martín de Vale ncia, en México, o Ruiz de Montoya, en el Paraguay. La Compa ñía de Jesús dio los más grandes eje mplares. No hay ene miga ni prejuicio que pueda oscurecer esta verdad, sin contar con que se le debe la mayor lección de discip lina en la vorágine del siglo XVI y entrada del siguie nte. Más tarde, testigos fidedignos co mo Jorge Juan y Anto nio de Ulloa 1o reconocieron en sus fa mosas "noticias secretas". Pero diga mos, hablando de la Iglesia mis ma, que fue la única fuer za moral presente en el nac imiento de Amér ica porque fue la sola que levantó el corazó n de los ho mbres más arriba de la presa del botín y de la mujer. Desempeñó el mis mo papel que durante la alta Edad Media. Cla midados con el prestigio de la terrible exco munió n, en ese siglo de hierro, los obispos detuvieron la barbarie. Así el obispo Zumárraga contra los oidores Matienzo y De lgad illo en México. Ante esa leve barrera se so me tía la fiera co mo Atila ante León III. He aquí otro recuerdo que pinta el alcance de esa fuer za. Francisco de Céspedes, gobernador del Río de la Plata en 1624, andaba en enconada reyerta con el obispo Carranza. Un día, al frente de sus soldados marcha hacia la casa del obispo para obtener de

112

éste la soltura de un preso y a mena za derribar a tiros, si es necesario, la casa episcopa1. Co mo respuesta, aparece en la puerta de su morada el prelado con mitra y báculo, revestido de capa pluvial, y se adela nta hacia la multitud ar mada de todas ar mas. Leva nta su mano, pronunc ia la excomunión. Este sólo gesto ha bastado para que el belicoso gobernador y su mesnada, co mo corridos, se desbanden y se den por venc idos.

NOTA S Es int eresant e o bservar el camb io de s ent ido de las inst itucion es. El Patro nato fue institu ido para fo ment ar y sustent ar la Ig les ia. Hoy es inv ocado para li mitarla, en el fo ndo , con p ensamiento h ostil. La mis ma insp iración cesárea que lo fu ndó en A mérica, alienta la p ersecu ció n de qu e es ob jeto actu almente en M éxico. En amb os casos es reput ado u n asunto ad min ist rat ivo y es ev id ente q ue en mu chas zonas de A mérica, tod av ía fet ich istas o "g en tiles", erig ir un t emp lo es una de las mayo res obras de ed ificación espirit ual. -El drama relig ioso es otro de los s ign os de la esp irit ualid ad españo la. No imitó el españo l el d rama g riego co mo Fran cia e Italia. Creó un género p rop io en el qu e resp landece su ard ient e mist icis mo . Véase Schack, A . F., g raf v on. Hist oria d e la li teratu ra y d el art e dra máti co en Españ a. -" Lo que los ind ios desp ren d ían era co mo p apagay os, s in fun damento n i raíces". El v irrey To led oMe mo ria. (Belt rán y Ró zp id e, R. Colecci ón d e la s memo ria s o rel acio nes qu e escri bieron los virreyes del Perú acerca d el estado en que d ejab an l as cosas g eneral es d el Reino , Cap . XII). -El P. M. M ir y Nogu era en el d iscu rso p reliminar de S ermon es d el p. fr . .Al on so de C ab rera ... , dice: la Es pañ a del sig lo X VI fue no só lo esencialmen te crist ian a, s in o ecles iást ica y d igámos lo muy alto, mo nást ica. Tal v ino a ser tamb ién el caráct er más pro min ente d e toda su cu ltu ra intelectu al, cient ífica y lit eraria. El s ermó n q ue fru ct ifica, d ice el P. Vieira, es el que da p ena, cu ando el oy ente tiemb la, cuan do el oy ente v a del sermón con fuso y ató n ito . Cu anta d iferencia con San Francisco de Sales , qu e exp resa la man era fran cesa de la relig ios id ad. Para el Sav oyano la relig iosidad es paz int erio r. Sus cons e jos a Filotea están imp regn ados de g racia y

113

de du lzura. -PA RRA S, P . .J. D E. Gobi erno d e lo s Regula res d e la América , a just ado rel igio sa ment e á la volunt ad del rey '" Pág . 308 y sigu ientes. -Docu mentos pub licad os por L. Ay arragaray en La iglesia en América y la do mina ción español a: estu dio de la época colo nial . -GO YA U, G. Une ép opée mystiqu e; les ori gines religieuses du C anad a. C olecció n d e d ocu mentos inédito s relati vo s al descubri mi ento , con qui sta y coloni za ción d e las p osesi ones esp añola s en América y Ocea nía , sa cad os, en su ma yo r pa rte, d el Real Archivo de In dias, p ub licados b ajo la dirección d e D . .Jo aqu ín F. Pacheco y ot ros . Mad rid , 1864 -84. To mo 4° , pág . 1 03. To mo 7 °, p ág. 323. Pág. 397: In fo rme d e frailes do min icos. To mo 10 °, pág . 354: In fo r me d el licen ciado Qu iroga. Pág . 371: El p ro nóst ico d e que fallaría la pred icació n, h ech o po r un ind io . Pág . 457: Fracaso d e la p re dicación . To mo 11 °, p ágs. 148, 166: Catequ izac ió n su perficial. To mo 24° , p ág . 49 0 : El licenciado Cerrato (1548). La evangelización t ien e g ran esto rb o en los españo les po rq ue les p arece q ue todo lo que co men los reli g iosos y gastan en mo nasterio se lo hurt an . No q uerrían que los in d ios sup iesen q ue h ab ía o tro Dios n i ot ra ley n i rey n i justicia s ino só lo ellos. Pág . 491: los clé rigos " v ien en t ras deste o ro s in n ing ún ot ro fin". Pág . 522: El licenciado To más Lóp ez escrib e ot ra carta ( Gu atemala 1559). Pide qu e se mande clérig os buen os y no do ctos. Vale más un ejemp lo de b ond ad qu e d iez sermon es de palab ras. Pid e no se dé ju risd iccion es t empo rales " po rqu e no hay ot ra cosa qu e más desbarate" . To mo 41°, p ág . 172: El o b ispo Zu márraga sob re d esórden es d e clérigos. Audien cia d e Li ma . Co rrespo ndencia d e p residentes y oido res. Do cu ment os d el Archivo d e India s. Pu b l. d ir. po r Robert o Lev illier. Mad rid, Itnp r. de J. Puey o, 1922. (Co lección d e pub licacion es histó ricas d e la Bib liot eca d el Cong reso A rgen tino ), t. 1, p ág. 54: ... el mal ejemp lo qu e d e no sot ros to man los ind ios . Organi za ción de la Igl esia y ó rd enes reli gio sa s en el vi rrein ato d el . Perú en

el si glo XVI.

Docu mento s d el Archi vo de In dia s. Pub l. d ir. p or Robert o Lev illier. Mad rid, Sucesores de Rivaden ey ra, 1919. (Co lección d e pub licacion es histó ricas de la Bib lioteca d el Cong reso Argent ino ). To mo 1°, p ágs. 62 y 78: ... algu nos dan malos ejemp los con sus descu idos y para tierra tan

114

oca siona da co mo ésta son menester relig iosos p ro bados para que la ti erra no lo s pervierta . -Pág . 123: .. , a mist ad de los relig iosos co n los co rreg ido res y d e p erso nas alleg adas al gob ernad or ... y los p relad os enton ces no pueden re med iar el mal po rque d ependen más d e aq uél qu e de éstos ... -Pág. 161: Del v irrey Mart ín En ríquez: la do ct rina se p lantó no con : bu en p ie en esta t ierra, p o rque yo la hallo tan s in fu erza que no v ienen a cu ento a n ada, no se trat a sin o co mo cosa acceso ria y los min ist ros para lev antarla son mu y flacos. -Pág. 164: In fo rme d el arzob ispo de Li ma y v arios ob isp os sobre la persecució n q u e su fre la Ig lesia y la doct rina. -Pág . 174: Levant amiento d e ob ispos cont ra Santo To rib io de Mog rov ejo . Ed icto en las v isit as ecles iásticas. Dados los casos qu e cont emp la de v io lacio nes a las reg las relig iosas se pu ede sab er cuál fue la realid ad . Es te ed icto fu e sancio nad o p o r el Con cilio d e Li ma de 1582. -Pág . 523: El o b ispo de Cu zco decía qu e "en las In d ias casi no hay ig les ia po rqu e V. M. se lo es todo .. " -Pág . 592: " ... los clérigos no tien en sujeción y respeto q ue es razón a sus obisp o s porque t ienen : recu rsos a los M in ist ros d e V. M. para v alerse cont ra ellos". -To mo 2° , pág . 63: Carlos V p id e al Po nt ífice que se aut o rice a las órden es relig ios as en A mérica q ue d isp ense a los qu e h agan p ro fes ión de las irregu laridad es en q ue h ayan in cu rrido antes de p ro fesar, añ o 1547. -Pág . 75: Que los p relad os no exco mu lgu en p or cosas liv ianas , "en t ie rras nuevas don de ago ra se imp lant a la fe con v iene ten er mucha temp lan za en esto de la d esco mu n ión ... " , 1560. -Pág . 84: Brev e de S. S. Pío IV p ro h ib iendo a los relig iosos la i mpo rtación de p lata en la p en ínsu la, co mo cont rario al v oto de po b reza relig ios a, 1562. -Pág . 110: Excepciones para la Ig les ia en A mérica: d ispensa de irregu la ridades po r delito o sin él. Pág. 91: Dis pensa d e consagu in idad o afin idad en los matri mon ios. Pág . 119: Facu lt ad dad a para abso lver po r cis ma, h erejía, ido la tría reserv ados no rmal mente só lo para el Sant o Oficio . -Pág . 204: En cu anto al háb ito , el Con cilio de Li ma de 1582, p roh íbe " el uso d e in ven cion es de vestidos que son más de so ld ados, co mo lechu gu illas , po lai nas, fo llages en las calzas y mus los o aderezos s emejant es". -Me cert ificaro n qu e más de 300.000 baut izados no hab ía en ellos 40 qu e fu eran cristianos , qu e tan id ó lat ras estab an aho ra co mo de an tes. (Cart a del li cenciado García de Castro ... 1565. Gob ernant es

115

del Perú. C art as y pa pel es. Siglo XVI. Do cu ment os d el Archivo d e Ind ias. Pub l. d ir. po r Roberto Lev illier. Ma d rid, Su ceso res de Rivad eney ra, 1924. (Co lección de pub licacion es h istó ricas d e la Bib liot eca del Cong reso Argent ino ), t . 3, p ág . 79). Los relig iosos contag iad os po r los con qu istad ores. ( Au dien cia de Ch arca s. C o rresp ondenci a de presid ent es y oido res. Do cu ment os d el Archivo de Ind ias. Pu b l. d ir. po r Rob ert o Lev illier. Mad rid, Imp r. de J. Puey o, 1918-192 2. (Co lección de pu b licacio nes h istóricas de la Bib lioteca del Cong reso Argent ino ), t . 1, p ág. 19). Con feren cia s a mericani stas de 1892. El Pat ron ato Real sob re las Ind ias d ab a abso luto d o min io sobre t odas las cos as ecles iásticas, prov is ión d e ob ispados, cu ra tos y demás b eneficios; dab a facu ltad para d ispon er de los d iezmos. Asuntos pura ment e teo 1óg icos son resuelt os primerament e en el Consejo de Ind ias, antes de ser env iados a Ro ma. -Creó u na sit uación poco d ecorosa y apu rad a a la Ig lesia (marqu és de Lema). -El Po nt ífice León X d io facu ltades ep is copales a los mis ion eros (Bu la d el 9 de May o d e 152 2). -Fernan do el Cat ó lico p ret end ió el t ítu lo d e Pat riarca d e In d ias. El Po n tífice le oto rg ó el t ítu lo sine re, p ro h ib iendo qu e el Pat riarca pas ase a las In d ias (cit ado po r V. G. Qu esada, en : Derecho de patronato . In fl uen cia políti ca y socia l de la Igl esia Católi ca en América. Bu enos A ires, Con i, 1910. (Derecho p úb lico ecle siást ico. Un iv ers id ad n acional d e Buenos A ires . An ales d e la A cademia de Filoso fía y Letras). Cap . III). -Las ig les ias rep resent aban una po rción muy cons iderab le d el valo r d e la ciu dad . Cu ando Drake imp uso res cat e a Cartagen a se av alu aron t odas las const ruc cion es. La ig les ia era, hemos d icho , el ágo ra o el foro. Cu and o el pueb lo d elib eró sob re el rescat e de la ciud ad , las asamb leas se celeb raron en la ig les ia. (Cast ellan os, J. de. Discu rso d e el cap itán Draqu e. Pró l. y n otas d e Á ngel Go n zález Palen cia. M ad rid , 1921). -Una es cen a du rant e los temb lores que aso laron Pan amá desde mayo a agos to de 1621, p inta el amb iente esp irit ual d e la ciudad americana. Durant e los tem blores, en la p laza de Pana má, los sacerdot es, sent ados sob re las p iedras reun idas para co nstru ir la cated ral, con fiesan a los vecinos que co rren semid esnud os d esde sus casas, mient ras se d esp lo man los t ech os y sop la el hu racán . La escen a merece los hono res del p in cel de un nov elista o de un p into r. ( Rel a ción hi stó rica y geog rá fi ca d e la provin cia d e Pana má , po r Do n Ju an Req uejo Salcedo , (en : S errano y San z, M. Rel acio nes hist óri ca s y geo grá fica s de Améri ca Cent ral . M ad rid , V. Suárez, 1908. (Co lección de lib ros y do cu mentos refe rentes a la Histo ria d e A mérica), t. 8).

116

-La crón ica de la co nsag ración ep isco pal d e Fr. Bernard ino Cárd enas , co n v io lación d e las reg las canó n icas, exp resa b ien la ausen cia d e rig o r en su ap licación. El descono cimiento que h izo la Co mp añ ía d e la legalidad d e su fu nció n d e o b ispo llenó de escán dalo los co nventos de A mérica y apu ró las let ras sag rad as de los teó logos . En la Hi sto ria de la Co mpañí a d e Jesús en l a p rovi nci a del Para guay d el p ad re P. Pastells , 2° to mo , están reg ist rados todos los antecedent es. El padre P. Ch arlev o ix los refiere as í mis mo (Cap. final 2° to mo y 1° del 3° Hist o ria d el Paragua y). -El apósto l A lo nso d e Barzan a fue d iscíp u lo del beato Ju an d e Av ila. Su v ida de mis ionero catequ izado r fue ejemp lar. ( Véase Past lls, P. Hist ori a de la Co mpañía d e Jesú s en la pro vin cia del Pa rag uay, t. 1, pág . 11). Cab ildo ab iert o realizad o en la ig les ia de La Plata, en 1590. ( Aud ien cia d e C harca s. Co rrespond en cia de p resid ent es y oid ores. Docu men tos d el Archivo de In dias. Pub l. d ir. po r Roberto Lev illier. M ad rid , Imp r. de J. Pu eyo , 1918-1922. (Co lec ción de p ub licaciones h istó ricas de la Bib liot eca del Cong reso Argent ino ), t . 3, p ág . 85.

Índice de la Obra

117

CAPITULO VIII

LA FISCALIDAD

I

He mos presentado dos efectos del régime n de las enco miendas (Cap. IV). Uno físico : haber activado la destrucció n de las razas aborígenes. Otro moral: haber rebajado al conquistador. Vea mos un tercero, que es moral y eco nó mico a un tie mpo: haber enervado su actividad, puesto que gozó el fruto del trabajo sin pasar por sus fatigas. En esto ultimo, la nue va vida no trans for mó al conquistador sino que reforzó sus inclinaciones natura les. Pedro Coro minas, entre otros autores, ha mostrado en su libro El sentimiento de la riqueza en Castilla como el castella no tuvo un sentimie nto peculiar de la riq ueza que contagió a España. No aspiro a la posesió n sino al señorío, a la propiedad de la tierra sino a su fr uto, no a mbicio nó la conquista de un territorio sino el do minio corporal y espir itua l del ho mbre. Por eso en América busco el repartimie nto de indios, los metales preciosos y el botín. "Al año y medio de venir los españoles, decía en 1529 el obispo Juan de Zumárraga, apóstol de México, dejan las minas y los trabajos mecánicos y quieren indios. Usan brocados y sedas mas que los caballos en Castilla, andan endeudados y van de un lado a otro". "De 8.000 españoles, 7.000 no tiene n nada que hacer - ni trabajan, ni cavan, ni aran- que no vinieron a Amér ica para eso ", dice otro docume nto ya citado. Los que pasa mos a Indias, decía el bachiller Sánchez en 1566, "va mos con la intenció n de volver ricos a España, 1o cua l es imposib le (pues de aquí no lle va mos nada y allá holga mos) sino a costa del sudor y la sangre de los ind ios".

118

Una Cédula Real de 1609 destinada a Pana má presenta con fran queza esta situac ión. Sabemos "q ue hay mucha gente humilde y pobre que no se digna trabajar, dice el mo narca, en labores del ca mpo y 1o tiene n por menos valor, de que resulta tanta gente perdida y cargar en los indios todo el peso del trabajo". El ma ndato que contie ne puede ser citado co mo un nuevo testimo nio de la luc idez gubernativa, a la cual fa ltó sola me nte 1o que le falta a la idea para ser un hec ho. "Os encargo y ma ndo, agregaba la cedula, que cada año se vaya introduc iendo en la labor del campo niños de algunos españoles porque a su imitación resulte que los de más se vayan aplica ndo al trabajo, con cuya introducción se habrá de desterrar de las Indias la opinió n que los españoles tiene n de que es cosa vil y baja servir a otros, especia lme nte en los dichos suministros de labores".

II Aparece otra ger minac ión de la mis ma larva. Puesto que la enco mie nda, sustanc ia vital del régime n, dependía de la Corona o de sus e misarios y podía ganarse sin justic ia, había que hacer 1o necesario para merecer el favor: no se pertenece fácilme nte a la fa milia de los que la conquistan con el puño. El hecho norma l tenia que ser el absolutis mo d el gobernante. Mas absolutos que los mo narcas en España eran sus lugartenie ntes en las co lonias, a quienes la distancia de la Corte y la necesidad incitaban al despotis mo sin remedio. Todas las carreras o co menzaban o tenían fin en el Estado. Vivie ron por eso los pobladores con los ojos vueltos hacia el emisario real. Podía aspirarse a encome ndero, a oficia l, a privado, a asociado, en todos los casos a becados o a có mp lices. El Estado absorbía todos los aspectos de la vida y abría su ojo aun en el i nterior del ho gar. La conducta privada no escapaba a sus inq uisic iones. Los oidores de México, Delgadillo y Matie nzo, en 1530 escriben a la Corte largas paginas para refer ir las sospechas que tenían de relacio nes ilíc itas entre la mo nja Catalina Herná ndez con el mo zo Calixto, a quien por flaco 1o creyeron casto. Es

119

mater ia de co mentar ios ofic iales la conducta de Pablo Meneses en el Perú, a quien se atribuía que adulteraba con la esposa de Martín Robles, por 1o que debió casarse con su hija "para cerrar la voz pub lica de la imp utació n". No es esto una peculiaridad ni del espíritu de España ni de la nueva sociedad. En épocas de tan grande ascendie nte de las ideas religiosas todo 1o que afectaba la pureza de las costumbres era asunto de interés pub lico. Pe ro recordamos el hecho para encarecer hasta que punto carecía la sociedad de la idea que separa 1o publico de 1º privado, y cómo la vida entera estaba atada por la zos directos con el Estado. Además cuando se for ma el primer núc leo de una sociedad, esta requiere que se le so metan el individuo y sus me nores actos, a fin de asegurar la supervivenc ia del débil organis mo que nace. El vecino Navarro pedía al Cabildo de Bue nos Aires en sus prime ros años que se suspenda la salida de José Herrero por la necesidad que tiene la ciudad de aderezar las ar mas de guerra en que era perito. La resoluc ión se produjo respecto de Jerónimo M iranda, pues era barbero además de espadero. Ocurr ió 1o propio con los her manos fla me ncos Ale xandro, a quienes se debía el mo lino de la ciudad, y tamb ién con dos tejeros. "No se osa hacer justic ia, decía un oidor del Perú, por la falta de gente que ha y en aque lla tierra ". En un amb iente sin estimulo para el trabajo y de fáciles granjer ías aparecen tomados de la mano el juego y el humor pendenciero. Hablaremos en otro capitulo de la pendencia, diga mos ahora que el juego fue una llaga viva en las primitivas colo nias amer icanas. Vargas Machuca en su Milicia y descripción de las Indias comprende que el soldado no puede dejar de jugar pero a 1o me nos que "no lle ve los naipes en la capilla ni jue gue la espada y los vestidos". En e1 Conc ilio de Lima de 1582, se trató sobre el juego de los clérigos. "Ha n pasado ya tan adelante los excesos de muc hos en el jue go, que es necesario ver si se puede atajar esta gran infa mia y corregir las demas ías de los que tan locame nte se dan al juego ". Hubo enco mendero en el Perú que jugó en una noche el tributo de un año de sus

120

indios. Una cedula ordenaba que no se juegue; que no se introduzca n naipes ni dados, "para que no viva n co mo aquí". Un cronista refiere la extens ión que asumía el inveterado amor por los naipes, y agrega este rasgo de elocue ncia : "Mans io Sierra jugó una lá mina con el sol esculpido : se verificó en el que jugó el sol".

III

La conquista fue no sola mente una empresa de gobierno, sino un negoc io fiscal. Los conquistadores y exploradores recib ían su titulo y mandato de capitulaciones en las que se pactaba minuc iosa mente 1o que al Fisco correspondía y mas miraban a su sisa, a su provecho inmediato que a los fines sociales. Para vigilar el pago de tasas y gabelas de la conquista, el Estado ponía age ntes detrás de cada conquistador, sin dar tie mpo a que se asie n te la hueste aventurera. La Corona co menzaba a tener parte en el asalto a las tribus, en el saqueo de los temp los. No podía hacerse inc ursió n en tierras nue vas sin que vaya el representante real. Fray To mas de Berlanga fue mandado para hacer una pesquisa se creta de las conc usio nes de Francisco Pizarro, cuya muerte le puso fin. Se hizo investigac ión para saber de las joyas rega ladas a Cortes y e mbarcadas secreta mente sin ser quintadas. El proceso fue larguís imo. Depus ieron innumerables testigos. Eran sie mpre preguntados por el oro que rega labanle los indios. Cortés contestó a los nove nta y ocho cargos de la requisitor ia. Las declaraciones de testigos for man una crónica animada y puntual de la conq uista de México, pues que la acusació n comprend ía su conducta desde antes de la partida de Cuba. Tres

volúme nes

de

la

Colección

de documentos

inéditos

relativ os

al

descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía ... , están casi totalmente ocupados por papeles que aluden a este mo mento de la vida de Cortés en que parecía eclipsada su fo rtuna (to mos 26, 27 y 29). Co mprenden los relativos al leva nta miento del tesorero y del conta dor, Alonso Destrada y Rodrigo de Alborno z, en riña con el veedor y el factor. Habían supla ntado a Cortes en el gobierno de México cuando este marchó contra Cr istóbal

121

de Olid a las Higueras y co metieron toda suerte de desafueros y tiranías, entre ellas, naturalmente la privac ión de enco miendas y nue va distr ibuc ión. Incluye n el proceso por defraudac ión y rebeldía contra la Corona, imp utadas al conq uistador, y los ochenta y cinco ple itos a que debió contestar cuando regreso de la expedició n. Entre ellos se contaba el in coado por María Marcayda y Juan Suárez, madre y her mano de Catalina Suárez, su esposa, acusándole de haberle causado la muerte. El proceso se tra mitaba siete años después de ocurrido el suceso y cuando Cortés parecía caído en desgracia. No faltan en él ni los secretos de a1coba ni las hablillas de barrio. Recoja mos del proceso contra Cortés por defraudació n a la Corona una línea digna de ser recordada. Cortes recusó a tres de sus jueces. Estos exigieron fianza pecuniaria para decidir. Cortés deposito la suma. Cua ndo el proceso ter mino y Cor tes fue absuelto, recla mados los maravedises, éstos habían desaparecido en la fa ltriquera de los jueces. Diga mos de paso que el capitán férreo y alas veces cruel de la conquista de: México, se alza en todos estos episodios a una gran altura. Hay demas iado detalle para que no vea mos las escenas. Conmueve ver lo blanco de injur ias de la soldadesca que viene, co mo a una cita, a vilipend iar al héroe, declarando ante jueces que se han aliado a los perseguidores. Patético testimonio de la flaqueza humana que a ma morder el cal cañal de los héroes al día siguie nte de haber besado el pie.

IV

La Corona adoptaba todas las precauc iones necesarias para asegurar la integr idad de las tasas. Las rentas reales debían ser custodiadas y aseguradas por tres ofi ciales, cada uno con una llave, para el recíproco control. Era "la caja de las tres lla ves". Las penas dictadas para los concusio narios eran terribles. Ade más les era prohibido tratar y co merciar, co mo a sus esposas e hijos. No podían casarse con hijas de sus

122

co mpañeros ni beneficiar minas ni inge nios. Véase Recopilación de Leyes de Indias de Carlos II, libro 8 °. La exacción fiscal se agravaba cada día sin aume ntar el provecho del fisco y destruye ndo la producción de la peníns ula. Las tasas que sufre el comercio son enor mes y es necesario crear nue vas, para responder a los gastos exigidos por la defe nsa contra los corsarios y satisfacer las urgenc ias inacabables del Tesoro Real. Las medidas y castigos draconia nos contra los concus ionar ios y de fra udadores de la renta real no fueron aplicados, a juzgar por la frecue ncia con que lle gaban a serlo. He mos recordado en la Introducción algunos eje mplos. Todos viven de la Caja Real: todos son conquistadores y pobres dice un docume nto ofic ia l. Pedro Ríos, tesorero en Nicaragua, no puso en 10 años un solo peso en la Caja Real, se dice en la residenc ia a Rodrigo de Contreras. "La Hacie nda de V. M. es acá tan odiosa, decía al rey en 1550 el licenc iado Cerrato desde Guate ma la, y ha y tan pocos en quie nes se pueda confiar que cada uno piensa que en robar esta hacienda o en darla gana merito ". Ningún ofic ial real deja de deber a la Caja, dice un infor me ofic ial del Perú; la han defra udado Migue l de Cornejo, Die go de Ibarra, Alo nso Rique lme, el conquistador Pedro de Vald ivia. En los comie nzos de la conquista, fue Conchillos un modelo que se imitara al infinito: desempeñó tres cargos, cobraba por todos y sus granjerías no tenía n fin. El virrey Cañete del Perú fue aventajado concus ionar io: daba or denes a su antojo contra la Caja Real. "Todo 1o que obtenía gratuita me nte o por la fuerza lo hacía tasar y 1o cargaba a la Caja".

V

El régimen prohibitivo e inq uisitoria l fallaba, como otras veces, y los apuros de la Corona crecía n. En 1574 el rey pide ayuda secreta a sus súbditos de Amér ica "para las grandes necesidades que se nos ofre cen". "Te nga n por bie n de nos servir graciosa mente alguna suma o cantidad de manera que nos pueda ser socorro" para

123

las luc has en Flandes y La guerra contra el Turco. En 1590 se mando a Sevilla a Juan Ibarra para ofrecer a los que marchaban a Amér ica, ofic ios y juros. "S i por este ca mino, decía la instrucció n, no se pudiese juntar los dineros que el rey necesita para in tentos muy importantes, se pidiese de prestado a los pasajeros, dándoles recaudo para su devo luc ión". El recurso de vender los cargos consejiles se apuró, hasta re matar los en niños de 10 años. En 1598, el año de la muerte de Felipe II, dice la Cedula Real: "me haga n el señalado servic io por vía de donativo y e mpréstito, separándose la cue nta de una y otra cosa ", de enviar contr ibuc iones para el Tesoro Real. Otras veces no se cons idero necesario pedir. Se confiscaba los carga mentos al llegar a España y se daba constancia de ello a los dueños. La extorsión fiscal provoca sie mpre el desquite del fraude por 1os caminos mas inge niosos. Se generalizó, por eje mplo, la co stumbre en los negocios y tratos de usar el oro en polvo, que no iba a las fund ic iones para ser quintado. Los ofic iales reales no eran me nos fértiles en expedientes. Cobraban 1os imp uestos en marcos de 5 pesos y daban cuenta a razón de 4, de fraudando un peso por marco. El quilate que va le 24 3/4 maravedises 1o cuenta n a 20. El peso ensayado que vale 13 reales y un cuartillo 1o po nen por 12 1/2 reales. La regla me ntación del trafico fue muestra acabada de la fiscalidad de la conquista. Después de los primeros años de libertad decretada por los Reyes Católicos, se inic ia la era de las trabas y gabelas, de las restric ciones y exacciones al comercio. El resultado de esa política de cortapisa para el paso a las Ind ias de mercaderías y de extranjeros es una lecció n inolvidable. Ni las rentas fiscales aume ntaron - y tal era el fin del mo nopolio- y el co mercio decayó rápida mente antes de finalizar el siglo XVI. Las Ind ias se cubrirán ta mb ién de extranjeros. Fray Reginaldo de Lizarraga, dice que en Ar ica ha y gente de toda nacio nalidad. Sacan oro y 1o truecan con franceses e ingleses, con mil gentes extranjeras que llega n con barcos a Veracruz, dice un docume nto de los primeros años de México. El fruto del mo nopolio se puede caracterizar con una sola palab ra: contrabando.

124

Quizá en ningún mo me nto de la historia del co mercio se practicó en escala igual. Se realizaba o en los puertos de América por buques extranjeros o durante la nave gación, y a poco de zarpar de los puertos españoles por trasbordo de mercanc ías a los ga leones de las flotas destinadas a Indias. Se dio el caso de que nave garan entre ellos los propios navíos de contrabando. Era tan tentador el medro de escapar a las enor mes gabelas que gra vaban el co mercio, que se puede asegurar que el contrabando se realizaba por los propios cargadores de Sevilla y de Cádiz, y con razón mayor, en la descarga de las mercaderías y metales traídos de retorno desde Portobelo. Gervasio Artiñano y Galdacano en su obra sobre la Historia del comercio con las Indias durante el dominio de los Austria, ilustra documenta da mente el proceso de la política que condujo forzosa mente al contrabando. En lo que se refiere al comercio por "buq ues de registro ", que eran los que nave gaban por excepción a Bue nos Aires y otro s destinos, mer ced a per misos especiales, puede asegurarse con cifras y docume ntos, que eran instrumentos activísimos de trafico ile gal. Lo mas cur ioso del régime n prohib itivo y mo nopolista consistió en que la flota y el comercio españoles llegaron a convertirse en inter me diarios de la producció n extranjera, pues las mercaderías transportadas, en una porción cons iderable, tenía n ese origen por decadencia de la industria española. El hor miguero de filibusteros y bucaneros durante la segunda mitad de l siglo XVI fue tamb ién efecto del siste ma mo nopolista, desde que creaba el incentivo para obtener por el asalto y el abordaje lo que no podía obtenerse por los ca minos per mitidos. La necesidad de aume ntar los derechos de "haberias " para costear las flo tas armadas en guerra fue un azote para e1 co mercio. En camb io el contrabando, libre de tantas y tan pesadas sisas era profunda mente popular y explica el dicho de algunos cronistas de que los dese mbarcos de los Hawkins, Drake y Cavend ish, contaran con e l beneplácito y aun la ayuda de las poblacio nes que "a zotaban". Algunos, co mo Juan de Castella nos, creyeron ver signos de simpatía de los

125

indígenas por 1os filibusteros y la exp lica porque el triunfo de "ta les luteranos " ofrecía la esperanza de volver al fetichis mo que la evangelización borraba. Tal simpatía era partic ipada ta mbié n por los castella nos que encontraban una escapatoria a la terrible tiranía fiscal de la metrópoli. "Era n tan esperados los corsarios, dice un docume nto de la época, que mu y a la clara y sin vergüenza, dema ndaban por ellos a los que íba mos a España, co mo si fueran her manos o capitanes enviados por V. M. para los defender y decían a boca llena que no había otra contratació n sino la de los ingleses y los fra nceses porque hacían la tierra barata, así de mercaderías co mo de negros, no mirando cuanto daño se sigue de este co mercio ". En 1568 desembarco Hawk ins en la Isla Margarita "co mo solía ha cer los años atrás, fue recibido por Pedro Ambulo y los demás ofic iales reales co mo si fuera Pedro Meléndez, general de las Indias. Le dieron toda clase de mante nimientos que necesitó, le obsequió Amb ulo en su casa un esplénd ido banquete de todo género de aves y carnes siendo tie mpo de Cuares ma y Se mana Santa". Puso "el luterano tienda abierta de toda suerte de mercaderías: cosa que no osara hacer con tanta facilidad en la ciudad de Londres". Lope de Aguirre, el endiab lado explorador del Marañón, que inte nto fundar su principado retando a Felipe II, fue huésped de Hawk ins, en sus na víos y come nsal de sus banquetes. La historia de la expedició n de Drake en 1585 en cuyo curso se apodero de Santo Do mingo y Cartagena es suma me nte ilustrativa del for mulis mo usado en la Corte española. Fue conocida en tie mpo oportuno para precaverse de ella, pero en la tardanza de la discusió n, en el cump limiento de tramites y en la excusa de obrar, se perdió el tie mpo que el corsario uso para recorrer todo el mar antillano, ocupando dos de las ciudades mas florecientes de Ind ias y so metiéndo las a duro resc ate. Un escritor ve en la acció n de los filib usteros del siglo XVI el co mie nzo del espíritu separatista de las colonias pues que ellos demostra ron como sustrayé ndose a la obedienc ia de la Corona, encontraban me jor satisfacció n sus necesidades vitales. Mostraron el camino que podía traerles benefic io y libertad sin perder ve ntaja alguna, sobre todo cuando el buen éxito de los corsarios de mostraba que la metrópoli carecía de la fuerza necesaria para a mpa rarlos de sus depredaciones y

126

asaltos.

VI

Ya sabe mos que dos siglos después, a fines del siglo XVIII, este sis te ma co mercia l y fiscal dará a las colonias españolas el pendón que alzaran en la guerra de la independenc ia. Hay un docume nto de 1770, un me mor ia l del ayunta miento de México, en el que los argume ntos pertenecientes están expuestos con a ma nerada galanura, pero 1o recorda mos en este mo me nto porque per mite mostrar có mo fue ta mbié n causa del leva nta miento la amb ició n por conquistar la posición oficia l que fuera durante el periodo colonia l monopolio del español penins ular. Y tiene su lugar aquí el recuerdo puesto que he mos querido pre sentar co mo un ele mento importante de la vida social del primer siglo de Amér ica la fiscalidad y el func ionar is mo. "El princ ipal fondo con que podemos contar los a merica nos, dice, son los sueldos. Los ofic ios mecánicos no se compadecen bien con el lus tre del nacimie nto ni sufra gan en Ind ias para una decente subsistenc ia, porque como las mejores ma nufacturas se hacen con mas co modidad en el precio, por 1o menos, que necesitan los artesanos, nunca pueden tener los oficios en Indias este corrie nte. En Indias los caudales son mas inconstantes e instables ". Este docume nto anterior en cuarenta anos a la guerra de la inde pendencia es interesante co mo juic io sobre la conquista y colonización. Pinta el cohecho co mo consecuencia de los apuros del func ionar io y su tentació n per mane nte de aceptar dádivas.

NOTA S

-En 1605, en 548 Vecin os de Pan amá h ay los sigu ient es oficiales : 25 es criba nos reales, 4 ciru jan os, 2 bot icarios, 4 sed eros, 5 maest ros sastres, 49 o ficiales sastres , 21 zapat eros y o ficiales, 32 carp interos , 11 calafates , 2 silleros, 2 herre ros , 1 cu ch illero , 1 calderero. Descrip ción d e Pa na má y su p ro vin cia...

127

(en : Serrano y San z, M. Relaci ones hi stó rica s y g eog rá fi ca s de América Central - M adrid , V. Suárez, 1908. (Co lección de lib ros y do cu mentos referentes a la Histo ria d e A mérica), t. 8, pag . 169). Colección de do cu mento s i néd itos relati vo s al descub ri mi ento , con qui sta y coloni za ción de la s posesi ones espa ñola s en Améri ca y Ocea nía , sa cado s, en su mayor pa rt e, d el Real Archivo d e Indi as, pub licad os bajo la d irección de D. Jo aqu ín F. Pach eco y otros. M ad rid , 1864 -8 4. To mo 11°, Pág. 148: In fo r me d e los francis can os. " Es t anta la afición d e los esp año le s para mo rar en estas partes que no h ay neces id ad de d arles ind ios, s ino lib ertad" . -Pág . 169: E1 b ach iller Sán chez al Cons ejo de Ind ias (1566). " Va mos a Ind ias con la intenció n de vo lver ricos". " La cu lpa de los males d e Ind ias son 3; 1° los jueces q ue no ejecutan las leyes; 2° los clérigos y frailes qu e se un en a los malos qu e asuelan las Ind ias; 3° los enco mend eros q ue co meten delitos que n ingun a o reja crist iana po d ría o ír"'. To mo 12° , Pág .. 410; Co nden a a Cort es po r h ab er reg ist rad o o ro a no mb re de ot ro; Pág.. 531: Pesqu isa s ecret a en su cont ra. To mo 13°, Pág.. 38: A lzamiento d el teso rero y co ntado r en su cont ra. Priv ació n de enco miendas . Pág.. 81: A l añ o y med io de v en ir los españo les dejan las min as y p iden ind ios... Pág.. 96: Siemp re están end eud ados los o ficiales reales . Pág.. 133: Ab uso d e mu jeres ind ias po r p resident es y o ido res . Cu riosa lista de Pág.. 127 a 129: (cosa d e pan iagu ados ). Favo rit is mo en las enco mien das. To rno 14°, Pág.. 125: No se cast ig a po rqu e falta gente. Torno 18°', Págs. 113 y 458: Cedu la p id iend o ay uda secret a p ara las g ran des n ecesidad es que se nos ofrecen . " ... t eng an po r b ien de nos serv ir g raciosament e algu na su ma y cant idad , d e man era qu e nos pu eda ser soco rro p ara 1o susod icho". (Flandes , guerra cont ra el Tu rco ). -Págs. 383 y 420: Sob re el valor del marco y d el qu ilate, p ara co brar los i mpu estos y para d ar cuent a del cob ro . -Pág .. 454: Co mis ión a Ju an Ibarra p ara vender o ficios. Torno 19° , Pág.. 123: Se d ebe apartar d e los ind ios a los españ o les de mal v iv i r. Torno 20° , Págs.. 217 a 477: Las acusacion es de A lmag ro a Pizarro son un cu ad ro d e la conqu ist a, ad emás d e h isto ria del descu b rimiento del Perú. To mo 21° , Pág .. 42: cedu la sob re la neces id ad de h acer trabajar a los espa ño les (Pan amá), para desterrar la o p in ió n qu e t ien en los españo les de qu e es cosa v il. Pág.. 77: En cuant o a 1o qu e decís , de los neg ros , mu lat os, zambos , ho mb res y mu jeres libres que andan en el conto rno de esa ciud ad , sin o ír mis a, con fesar, n i b aut izar los h ijos q ue les nacen , s iend o o cas ió n de robos, hu rtos y otras in qu ietu des ... To mo 24°, Pág .. 239: El engaño de Pizarro a A lv arad o. Pág .. 250: A lonso d e M aldon ado , p res id ente d e la Aud ien cia de Gu at emala caso con la h ija d el adelantado Fran cisco de Mont ejo , a pesar d e la proh ib ición en fát ica de las cedu las. -Pág .. 379: Denun cia de qu e se d io a Villalobos en Gu atemala enco mienda so lamente p ara qu e

128

tuv iese co mo ju gar y d ar d e co mer a Món ica, su manceba d esde h ace 10 añ os, y t iene con ella cu atro hijos y es cas ado y t ien e la mu jer en Plascencia. -Pág .. 398: Ro d rigo d e Cont reras t ien e puest a en su familia la tercera part e de tod os los ind ios de Nicaragu a. -Pág .. 400; Cuan do v ino la cedu la de qu e las en co miend as v acas s e pus ieran en cabeza del rey , n o se pu do dar mas en co miend as, pero se d aban con fecha an terio r, ant id atando . -Pág .. 407: El teso rero Ped ro Ríos n o p uso n i u n peso en 10 años en la Caja. -Pág .. 520 y siet es.: La h acienda d e V.M . es acá tan od iosa qu e cad a uno p iensa qu e en robarla, o en darla gana merit o, d ice 131 licen ciado Cerrato . Su figu ra es de g ran reliev e. To mo 26°, Pág . 147; " La insegu rid ad de las enco mien das se opone a la pros peridad de las Ind ias.....están s iemp re co mo de camino , no se arraig an n i h ere dan en la t ierra". Go b iern o d e Co rtes en M éxico. -Págs.. 300 a 338: El p roceso a Co rt es po r la p resu nta estrang u lación de su esposa Catalina Suárez (año 1522 el su ceso y el p roceso 7 años desp ués). To mo 279 , Pág .. 28: Las acusaciones a Cortés po r defrau dacion es al Fisco . Pág .. 167: Los 85 procesos a Co rtés . Pág. 190: Respuest a a los 98 carg os de la acusación fis cal. Pág.. 301: Recusació n a sus ju eces. Tamb ién se acusó a Co rtés de en ven en amiento del juez d e res id encia Lu is Po nce d e León . To mo 35° , Pág .. 202: Las cru eldades con los in d ios contadas po r relig iosos d o min icos desd e la isla La Es pañ o la. To mo 41°, Pág.. 114: La v ida p rivada fiscalizada. Pág.. 334: Prob idad . Pág.. 450: Los enco men deros no salen de ent re los ind ios. Pág.. 439: La dest rucción de los ind ios , según infor me d e Fr. Jeró n imo Descob ar. Pág.. 483: Us o d e o ro en po lvo "qu e n o va a qu intarse en las fund icion es". Reco pilaci ón d e l eyes de los reino s de l as India s, ma nda da i mp ri mi r y pu blica r por la ma jesta d católi ca del rey D. C arl os II, nu est ro señ or. M ad rid , I mp r. d e I. Bo ix, ED., lib . de Bailly -Bailliere, 1841. Lib ro 8, t it . 8: Deb eres de los o ficia les reales. Lib ro 8, t it. 4: Pro h ib icion es. Lib ro 8, h it. 10: Qu intos reales. Lib ro 6, h it . 9: En co mend eros. Lib ro 7, h it . 2: Proh ib ición d e jueg os. " ... n o se pued e ju gar mas de 10 p esos o ro en un d ía" . Audien cia de Li ma . Co rrespon den cia de p resi dent es y oido res. Docu men tos del Archivo d e India s. Pu b l. d ir. po r Roberto Lev illier. Mad rid , Imp r. de J. Pu eyo , 1922. (Co lecció n de pu b licacio nes histó ricas de la Bib liot eca del Cong reso Argen tino ), t . 1, Pág.. 74: Casamiento d e Pab lo M eneses co n la h ija de Mart ín Rob les. Págs. 146, 150 y 154: Con cus ión frecu ent e. Pág.. 153: Hay derramados (despu és d e la rebelió n d e Go n zalo Pizarro ) mas delin cu entes qu e n unca. Págs. 188, 195 y 219: Con cus ión de Cañet e. Págs . 199, 251, 267 y 295: Dis cus ión sob re perpet u idad d e las enco miendas . -Gast os bu ro crát icos du rante 1561 y 62 en el Perú : 1,236,000 d e ducados. Se mand ó a Esp aña so la ment e 80,000.

129

Organi za ción de la i glesia y ó rdenes religi osas en el vi rreinat o del Perú en el siglo XVI. Docu mento s del Archi vo de India s. Pub l. d ir. po r Robert o Lev illier. M ad rid , Sucs . de Rivad en ey ra, 1919. (Co lección de pub licacion es h istó ricas d e la Bib liot eca d el Co ng reso A rgent ino ), t . 1, Pág .. 613: "... q ue no v ienen acá a trab ajar sino a serv irse de los ind ios y sus hacend illas ... " ( Varios cap ítu los d e una carta o rig inal del v irrey del Perú , D. Lu is d e Velasco , a S. M. 1597). -Pág .. 649: ... no d ejar pasar a Ind ias esta g ent e suelt a qu e n o qu iere t ra bajar si no es o ficios; t odos huelg an y v iv en en ju egos y amanceba mient os, ho mi cid ios y robos ... To mo 2°, Pág.. 205: Juegos de los clérig os. Co ncilio d e Li ma, 1582. -Un test imo n io d e fiscalid ad d ig no de reco rd arse es la inv ención d e la qu e se llamó en el Perú "lan zas, arcabuces y alab arderos", y en M éxico " ent ret en i dos", qu e cons ist ía en au ment ar el nu mero de ben eficiados co n las enco miendas . Eran pens io nad os con los sobrant es de los tribut os que los in d ios p agaban . Recib irían las lan zas och ocientos p esos po r añ o, los arcab uceros qu in ientos y trescien tos los alabard eros. Bajo el gob ierno d el licenciado García de Castro se reso lv ió qu e las lan zas deb ían ser pag ad as antes que las en co miend as. ( Gob ernant es del Perú . Ca rta s y pap eles. Si glo XVI. Do cu ment os del Archivo de Indi as. Pub l. d ir. po r Ro berto Le villier. M ad rid , Su cs.d e Rivaden ey ra, 1921. (Co lección d e pub licaciones h istó ricas d e la Bib lioteca del Cong reso A rgent ino ), t . 3, Pág .. 16 y s iet es.). -En la elección d e alcald es ord in arios hay mas b andos , sobo rnos , pretens io nes y pesad u mb res qu e si fuera creació n de cónsu les ro man os, d ice u n o ido r. ( Audi enci a de Cha rca s. Co rrespon den cia d e presid ent es y oido res. Do cu mento s d el Archivo d e India s. Pub l. d ir. p o r Ro berto Lev illier. M ad rid , Imp r. de J. Pu eyo , 1918- 1922. (Co lección de pub licacion es h istó ricas d e la Bib liot eca d el Con greso Argent ino ), t . 3, Pág.. 329). " . .. h allo h arta cont rariedad en la g ente ho lg azana d e est a t ierra q ue to dos se qu errían est ar en esta ciudad co miend o pasteles ... ". Carta d el licenciado García de Castro. 1565. ( Gob ern antes d el Perú. " Op. cit., t. 3, pag . 38). Memori al del Ayu nta mi ento d e Méjico. 1 770 . Revi sta d e Bu eno s Aires, t. 16, Págs .. 40 y 201. Sob re d estrucción de los in d ios. " Que de ley es en su b eneficio ! Que de re g las p ara b ien inst ru irlos ! Que de p riv ileg ios para favo recerlos ! Parece qu e son el ún ico o b jeto de la at ención d e V. M . Much o menos bastaría p ara felicit ar a cualqu ier nación d el mu nd o. Y ve mos con do lo r qu e lejos d e adelanta r, cuant os mas añ os pasan de la conqu ist a es meno r su cu lt ivo , crece su rusticid ad, es mayo r su miseria ... ' . "Tiene V. M. gob iernos enteros en qu e n o se cono ce mas ind ios y en el resto d el reino no se cono cerán dent ro d e algu nos años". -" El reng ló n mas cons id erab le de los españo les 1o hace el emp leo" . I mpo sib ilidad d e oficios mecán icos. " El p rincipal fond o con qu e pod emos co ntar los american os son los su eldos". Calcu la los españo les p asados a A mérica en 2,500,00 0, a razó n d e 10,000 po r año . Sostien e qu e

130

aho ra (1770) hay poca mezcla co n ind ias que "son feas y su cias". " Hubo al princip io de la con qu ista, pero desapareció luego". -La s Nu evas Ord enan za s de 1542 sob re rev ocació n d e serv icio person al reco nocen oficial ment e el favo rit is mo en la con ces ión d e enco miendas . "So mos in fo rmados que h ay algu nas person as en la dicha Nu eva Esp aña que son de los p ri me ros co nqu istado res y n o t ien en repart imiento n ing uno d e in d ios". Man da reducir, en camb io, " los qu e t ien en , en e xcesiva cant id ad , Ju an In fant e, Diego A rd az, el M aest ro Rea, Pacifico Vás quez de Co ron ado , Francis co Mald onad o, Juan de Ja ra millo , M art ín Con cha y Gil Go n zález de Ben av id ez" . LEÓN PINELO, A . DE. Trata do d e con fi rma cion es reales d e enco mi enda s, o fi cio s i caso s, en qu e se requi eren p ara la s Indi as Occid ental es. M ad rid , I. Go n zález, 1630. Puede v erse la h isto ria de las enco mien das.

Las v acilacio nes d e

los p rimeros años, los escrúp u los qu e p ostergan su

estab lecimiento . Diferen cia ent re Nu ev a Es pañ a y Perú , don de se imp lantan po r dos v id as. Mo do d e suces ión de las enco miendas . Es cu rioso el s istema de las p ens ion es sob re las enco miendas o sea part icip ación qu e d aba el enco mend ero a ot ra p ersona. Se lleg ó a p lat icar sob re la int rod ucción d e señorío en A mérica a la manera. de feudo , pero no p rosp eró. Diego Lu is Mo linari h a escrito not as erud it as a este lib ro y ot ros d e los Bi blió filos argent inos, d e gran interés. -Con cus ion es de Pizarro y A lmag ro . La enu meración de las dad ivas recib i das y demas ías del marqu es de Cañet e co ntra el t esoro real, at rop ellos y p rod iga lid ad es. ( Go bernant es del Perú . " Op . cit., t . 3, pags . 83, 448 y 485). VA R GA S M A CH UCA , B. DE. Milici a y descrip ción d e l as Indi as. Pág . 65: Elo g io de la riq ueza; Pág .. 173: Des afueros de los so ldados. Acta s capit ula res de Buen os Ai res. To rn o 1°, Págs .. 24 y 195. CA LVO, C. América Lati na . Col ección hi stórica co mpl eta de lo s t rata do s, con venci ones, capitul acio nes, a rmi sti cio s, cu estion es de li mi tes y ot ro s acto s diplo máti co s y p olítico s de tod os lo s esta do s co mp ren dido s entre el g ol fo d e México y el

Cabo de Horno s, d esde el año 1493 hast a

°

nuestros día s ... Torno 1 ; Págs .. 117 y 162: Un rep resentante del Fisco en las in cu rsiones en t ierras nuev as. " Qu e no jueguen p ara qu e no v iv an co mo en Es pañ a". ARTINA NO Y GA LDA CA NO, G. D E. Hi sto ria d el Co mercio co n las Indi as d ura nte el d o mini o de l os Au strias. Pág .. 167: I mp uesto a la naveg ación . -La v ida p riv ada conv ert ida en asunto pu b lico . Proceso de Hernando Med i na y Relacion es de Beatriz Go n zález con el fiscal. (Audiencia d e Ch arca s ... Op. cit ., t . 3, p ágs. 292 y 335). CA STELLA NO S, J. D E. Di scurso de el Capitá n Fran cisco Draqu e. Pro l. y n otas d e Áng el Go n zález Palencia. Mad rid, 1921. Pág . 367: En el apén d ice de Go n zález Palencia se cit a do cu mentos del A rch ivo del Inst. d e Valen cia de Dn. Juan.

Índice de la Obra

131

CAPÏTULO IX

EL DIVORCI O DE LA LEY CON LA REALIDAD EN AM ÉRICA

I

Si alguna vez las leyes no fueron flue ncias de la vida socia l o ins piraciones surgidas de ella, ha sido, sin duda, en la América de la conq uista. No nacieron ni de un taumatur go como Moisés, ni d e un orga nizador como Solón, videntes del porve nir o de la entraña de sus pueblos. España poseía una her mosa tradició n le gislativa en sus fueros, ger minados al calor de la realidad vivie nte de la guerra de la reconquista. Traducían fór mulas recogidas de la concordia de intereses, y tendía n a dar cons istencia y ale ntar ideales socia les. El rey y los condes crean behetrias, a las que conceden franq uic ias. Son estímulos para poblar, levantar villas y fortificarlas, como avan zadas sobre el fre nte morisco. En Amér ica el sistema va a camb iar por comp leto. El primer docume nto jurídico atañedero a Amér ica es un pronos tico de 1o que había de suceder. Nos referimos a las capitulac iones de Santa Fe entre los reyes y Coló n suscriptas el 17 de abril de 1492 y ratificadas luego dos veces. Según ellas los reyes hacen a Colón "almira nte de todas las tierras que se ganaren o descubriesen, por su vida; y después de muerto, a sus herederos de uno a otro, perpetua mente ". Le entrega n la decena parte de todo 1o que se hallare en las nue vas tierras: piedras, perlas, oro, o cua lquier otra mercadería, y 1o erigieron en juez para conocer en los pleitos que se susciten por el "trá fico de 1o que llevaren a España de las nuevas tierras". Bie n sabemos que poco tie mpo basta para que se viera co mo las capitulacio nes se 132

cump lía n. La inverosímil granjer ía habría de convertirse a poco andar en el po mposo y no minal ducado de Veragua y marquesado de Ja ma ica. Si es verdad que Fernando no puede ser excusado de su dureza y su insens ib ilidad, no solo ante la grandeza de alma sino ante la glor ia del descubridor, diga mos tamb ién que el cump limiento de las capitula ciones de Santa Fe fuera imposib le. Había excedido en demasía el fr uto del viaje a la previs ió n de los contratantes: esa asociació n de capita l e ind ustria o de locación de ser vic ios con parte en las utilidades, había inc luido en su patrimo nio uno de los ma yores contine ntes del mundo. "Yo di las tierras a los reyes de Castilla co mo pude haberlas dado a otros cualesquiera" decía desencantado, esta ve z, el afortunado iluso que había visto surgir de sus ma nos, encarnada y vivie nte, la mas ex traña fantas ía ima ginada por los poetas. Después de tan má gico acierto, ¿quien pensaría que habría de cas tigarlo tan duro chasco? Pero la ironía para la a mbic ión huma na es un personaje ine luctable en la historia. Sin abandonar este mo me nto, lleno de sugerencias y de contrastes dra máticos, ¡có mo hace pensar en ella aquella frase de Colon, refirié ndose a Américo V espucio : "e l sie mpre tuvo el deseo de hacer me placer; la fortuna le ha sido sie mpre contraria; sus trabajos no le han aprove chado tanto como la razón requiere"! Hablaba así el engr illado de Bobadilla de quie n habría de tener la fortuna gratuita de dar su no mbre a un continente. Si en estricto derecho, el duque de Veragua era el benefic iario de Amér ica, tamb ién en estricto derecho Isabel la Católica no era la reina de Castilla, puesto que la heredera indisc utib le era Jua na la Beltraneja. Las pragmáticas, las leyes, las instrucciones cuidadosas, previsoras, dechado de prolijo ingenio se sucederán hasta acopiarse en mo numen tos, causaran la fatiga de escribanos y peño listas, harán la delicia de los rábulas y alimentaran la disputa gozosa de oidores, pero Amér ica vivid sin cuidarse de ellas. Un día se jura una orden real cinco años después de dictada y no es raro, por tanto,

133

que cump lie ndo una otra se haga rogativas por el alumbra miento fe liz de la reina un año después de la preñe z. Lo ordinario es que las cedulas reales sean ignoradas, no sola me nte por los indíge nas, a quie nes se les notificaba por interpretes, sino por los propios funcio narios. La ordena nza dada en Burgos por Fernando en 1512, establec ió que nadie tuviera mas de 300 indios de enco mienda, pero cuentan 1os oficiales reales que se los asignaba a personas que no había n salido de Castilla, para burlar la pragmática. Esta ma nera de cump lirse la ley no ha cesado de practicarse en los pueblos de Amér ica que tan precozme nte la aprendie ron. Los gobernadores están listos para usurpar tierras concedidas al ve cino, discutir el texto del ma ndato recibido. La querella de Alma gro con Pizarro, que terminó con la muerte de a mbos, se originó en la disputa del derecho sobre el Cuzco. La vida se escurrió perma nente me nte de las leyes, regurgitó por sus ensa mb les y sus bordes; sobre todo si ellas miraban el trato y la distribución de indios. Los reiterados mandatos de tratarlos benigna mente no a me nguaron un punto su escla vitud. Diga mos tamb ién que, si se hub ieran cump lido, la conq uista habría cesado.

II

En la contie nda que los escritores han trabado acerca de la func ión de los cabildos colo niales en la vida política de Amér ica, Juan Agustín García sostuvo, me parece, la tesis exacta. El texto de las leyes, la sim ple aparie ncia ind ujo en error a quienes sostenía n que esos cabildos había n sido una escue la de la vida democrática y foco de ideas y de practicas preparatorias de la revolució n e manc ipadora. "Sepa V. M. que jamás escriben 1os cabildos 1o que son obligados sino 1o que los gobernantes quieren", dice una carta dirigida al e mpe rador en 1535. Después de resolver el cabildo, tras largas juntas y deliberaciones la convenienc ia de trasladar una ciudad, el gobernador dispone por breve s líneas - "y así 1o asentó el señor gobernador" - que per manezca en su sede. No tuvieron fuerza los cabildos porque no representaron una nece sidad o una

134

func ión de la sociedad inc ipie nte. Requerían la hueste o la partida apenas asentadas, disfrazadas de ciudad, presta sie mpre para "e ntradas" a tierras nuevas, una mano única recia y, si es necesario, despótica, porque, a no serlo, los celos encendería n a cada paso la pendencia o la riña sangrie nta y concluir ía el e mpeño conq uistador en el fracaso. La mana fuerte fue la necesidad supre ma y nada habría conspirado mas abierta mente en su contra que un cabildo deliberante. Fueron por eso juguetes o criaturas de gobernadores, o pretexto para granjerías que bien se ve las buscaban, quie nes co mpraban en el mercado los cargos concejiles. Dedicaron por eso su vida a me nesteres edilic ios y disputas escolásticas.

III

Esas leyes que no se cump lieron, esos ma ndatos ilusorios, esas pre vis iones frustradas perpetua me nte, dictadas en tono imperioso y enfático, han engañado, respecto de la historia de América, a quienes se atienen al texto escrito. Pero esa inocuidad, este fatuo pasar de las leyes sin mo ldear la vida, sin rozarla siquiera, no fue consecuenc ia de una protesta que las inva lidara airada mente. Al contrario, habló por Amér ica aque l Bena lcázar, fundador de ciu dades en Nueva Granada, que decía : "la le y se acata, pero no se cump le ". Nunca ningún jefe, ni oidor, ni cabildo dejó de prestar sumisió n a las letras reales; "después de besadas y puestas sobre la cabeza" del mas oscuro oficia l real, en la mas recóndita aldehue la amer icana, con cere monioso recogimie nto, juraba su obedienc ia al supre mo mandato, pero jamás fueron cumplidas en cua nto obstase para ello la mas le ve pasión o interés. Fundó este hecho una escuela extraordinaria de ingenio y de dialéctica, de hipocresía y disimulo, porque lle gado el caso de explicar la desobedienc ia, las razones surgirán erguidas y gala nas, a veces elocue n tes, fundadas todas en el mejor servicio de "s u Real, Sacra, Católica y Cesárea Majestad ". Se prepararon así sociedades rodrigadas por esta me ntira sabida y publica, por esta falsa sumis ió n a la ley. Ahí esta la raíz del irrespeto a la le y y a la autoridad, que no

135

es sino un desquite contra la le y artific ial o la autoridad ile gitima.

IV

¿Pero es que se ignoraba por quie nes hacía n las le yes que ellas no convenían a Amér ica? Al contrario. Ho mbres sagaces, co mo los hubo, en España y en América, al servicio de la Corte, 1o vieron desde el primer mo me nto. En 1517, por eje mplo, los frailes Jerónimos aconsejaban al cardenal Cis neros adoptar tres puntos de vista funda me ntales : 1° Abrir los puertos de España. 2° Facultar a todos los españoles a pasar a América. 3° Que el dinero de la Caja Real se preste a los vecinos para su fo me nto. El licenc iado Alonso de Zuazo, uno de los primeros concus ionarios, proponía que se concedieran mercedes para que vinieran a Amér ica los trabajadores, y se favoreciera a los mercaderes "para que acudan de todos los puertos, que so n gra ndes los inconve nie ntes de reducir la negoc iación al solo agujero de Sevilla ". Este observador zahorí aconsejaba dar unidad al gobier no en América y autorizar la apelación a jueces de la propia tierra, pues que 1a apelació n a Castilla "hacia perecer la justicia ". Los procuradores de Santo Do mingo redactaron un me mor ia l que contiene preciosas declaracio nes: "piden libertad de comercio, entre España e Indias, aun para extranjeros; libertad de tránsito, abolic ión del derecho a la extracción de oro, a la sal; libertad de juntarse los procuradores sin licenc ia de nadie; que los pobladores vengan con sus mujeres; que no se haga n mercedes de escribanías, "p ues sobran las que hay para perdernos en pleitos y revue ltas". En ese lejano y oscuro mensaje, sin otra luz que la del espectáculo mis mo del primer ensayo de vida socia l en América, esta todo el pro ceso y el juicio de los errores de la colonizació n. Desde México, el licenc iado Quiroga escribe en 1528 un me mor ial con admirable

136

acierto, que inc ita a investigar su vida, porque pudiera salir una gran figura de esta meda lla sin troque l. Nos da una razón de la inocuidad de la legis lación: hay que ca mbiar la ley, dice, según la variedad de gente y de tierra, y no hacer como el méd ico que quiere remediar todas las enfer medades con el mis mo colirio. "Ja más, nunca, agrega, se guardó, guarda ni guardara porque la ley y la ordenanza han de ser posib les para ser guardadas". "Se ha visto, contra ordenanzas, concluye, niños de teta de 3 y 4 meses, con h ierro tan grande que apenas les cabe en los carrillos ".

V

Hay una figura en la historia del Perú, que asume el sentido de un símbo lo del contraste entre la realidad sin letras y las letras que no alcanzaron realidad. Es fray Vice nte de Va lverde, co mpañero y pariente de Franc isco Pizarro. Fue quien intimó a Atahualpa obedie ncia al rey de Castilla, invo cando como titulo la Biblia que llevaba en la mano y que entregó al Inca, en ese primer encuentro con Pizarro, que queda como una de las escenas mas dra máticas de la historia. EI Inca tomó el libro en sus manos y después de hojearlo, sin descubrir las voces que de el esperaba, 1o arrojó por el suelo. To mado el gesto por sacrilegio y desafió provocó el grito de guerra de Valverde "¡Santiago y a ellos!"- que mo vió a Pizarro y sus soldados para arre meter contra el Inca, apris ionarlo y ultimar su despavorido séquito, según el plan mafiosa mente urdido. Valverde intervino luego en el enga ño del rescate ofrecido al Inca, cuyo precio era el oro llena ndo la cárcel hasta la altura de la mano alzada del cautivo, puesto sobre las puntas de los pies. Ofreció fir mar la sentencia que 1o condenó a ser que mado vivo y 1o aco mpañó, lue go, hasta el cadalso, como piadoso confesor. Las arterias del monje no han enga ñado a la posterioridad, que ha reconocido en el a quie n arrojó la Biblia por los suelos. Obispo del Cuzco, poco tie mpo mas tarde, episcopus cosconensis, co mo el se

137

lla maba en un latín doble me nte bárbaro, escribía al rey co piosas me mor ias, en tér minos de acongojada piedad, quejándose del trato que dábase a los indios y exaltando su celo por protegerlos, obedecie ndo, decía, las reales órdenes, y recla maba amparo para la fa milia del Inca, que ayudó a condenar sin justicia. Aquí es el personaje de 1o escrito sin realidad, pero la realidad sin escrito no ha variado un punto, pues que conte mporánea mente a sus nobles lloros, Diego de Almagro el Mozo acusábalo de ser parte princ ipal en la muerte de su padre el Adelantado, ta mbié n de faccioso apasionado y duro, que usaba el púlpito para el desahogo de su animo vengativo.

VI

El marques de Montesclaros, que fue virrey de Nueva España y del Perú, decía a su sucesor en 1615: "en cua nto a las cédulas ha llara V. E. muc has por cump lir de todos los tie mpos. Cua ndo topare una cédula que no este en vige ncia este cierto que la ha de hallar revocada o "manifiesta la causa del no uso". La a mbic ión legis lativa, la ley impro visada y, por tanto, no cump lida crearon un amb iente ideal para el legista disputador, para e l rábula e mbaidor y enredista. La dialéctica curia l to mó un vuelo que no decrecerá por siglos, ayudada por la co mp licació n de leyes y ordenanzas, cedulas e instruc ciones, a la ma nera de la vegetació n superficia l e invasora que cubre con su opule ncia vistosa y estéril los troncos y árboles muertos en los grandes bosques. EI contraste entre la le y escrita y la sociedad que aspiraba a regir, originó un proceso de oposicio nes y adaptaciones cuyos percances y alternativas llena n los siglos de la vida colonial de América. Es expresivo eje mplo del vaniloquio de las leyes en América la aplicación del fa moso requerimiento a los ind ios de Tierra Fir me, orde nanza funda menta l de la conq uista. Pedrarias Dávila, aco mpañado por el obispo, en la playa del Pue rto de Santa Maria, el 12 de junio de 1514, co mparecía delante de una multitud de ind ios que se hallaban en son de guerra, y los a monestó para que cump lieran el requerimie nto de

138

obedienc ia al rey, a mena zándo les con las ar mas en caso de contumac ia. Naturalmente, los ind ios nada comprend ieron de la panto mima, y fueron acuc hillados; pero habiéndose cump lido la for mula, pud ieron embestir los acuc hilladores con la conciencia tranquila. Era la mis ma escena de la Bib lia ofrecida a besar al Inca Atahua l pa, cuya repulsa fue el signo del ataque y de la masacre. Cue nta Oviedo y Va ldés que tres años después estuvo en España con Palacios Rub ios, el fa moso juriscons ulto, autor del requerimie nto, y co mo le refir iera la ma nera co mo habiase practicado, "parésce me, dice el cronista, que se reía mucho de ello ". Bartolo mé Hurtado hacia leer dela nte de los ind ios, sin interprete alguno, el fa moso docume nto, y co mo naturalme nte no obedecieran la amo nestació n, podía, ejercer la sanción que aquella contenía : "si me desobe decierais tomare vuestras personas, mujeres e hijos y los haré esc1avos". La for mula del derecho estaba llenada. "No quiere la gente de esta tierra, dice un oidor de Lima, en 1560, ni le y, ni rey". Los delitos no se castiga n, y por eso nada se saca d e las graves penas para los que mete n la mano en la hacienda del rey "porque no se ejecutan", agrega un fiscal de la mis ma audienc ia. EI lice nciado Monzó n, de Lima, en 1562, denuncia al rey que la justic ia se vende, que las sente ncias no son cump lidas, ni las leyes guardadas: "ninguna cédula ha sido obedecida, sino cua ndo del cump limie nto de ella les ha venido interés". EI virrey Cañete, dice el oidor Bravo de Saravia, provee por sí solo los asuntos de justic ia, y "s in curarse de la audie ncia derroca leyes y sentencias y hace cosas que su majestad dice que si las hic iese su real persona no valdría n". Agrega el oidor que el virrey "se consideraba la ley viva, de modo que todos los ofic ios reales se han reduc ido a uno, y este es el suyo ". En las instruccio nes dadas a Pedrarias Dá vila, que for ma n un código henc hido de nobles previs iones y sesudas reglas de gobierno se con tiene la de prohib ir la lle gada de "letrados que vengan a ale gar por cuanto nos 1o suplicaron y he mos hallado, decía el rey, que en la Isla Española ha n sido causa de pleitos y debates que no los

139

hub iera sino por su ind ustria y consejo". Bie n habría de cumplir la recome ndación quie n fuera según un cronista, "abogado a veces de ambas partes, en los litigios, y juez para fallar a favor de quie n mejor pagase ". En 1537 decía el cronista Oviedo y Valdés al rey que "sin letrados, Alma gro y Pizarro fueron muc ho tie mpo a migos: descubrieron un riquísimo imper io, que no fueron me nester letrados para ellos. Pero después que los hubo no se ent end ieron entre ellos, se perdió la a mistad y se perderá la tierra si tantas letras andan en ella " . Las leyes no contenían el derecho, es decir no eran sugestio nes de las necesidades. Interpretarlas era asunto de quiro manc ia. La ley representó una traba artificia l para ho mbres cuya voluntad se hallaba en desenfre no. Pretender frenarla era excitar su carrera. No se puede hablar, pues, de derecho ind iano basado en las cédulas o provis iones reales. Las ideas que contiene n, los fines que persigue n son datos pura mente intelectua les, exposició n de planes de gobierno que ayudan para reconstruir la psico logía de España pero de ninguna ma nera expresio nes de vida a merica na.

VII

Pero es evidente que por el ensamb le de las leyes que no se cump lían, por e ntre sus letras muertas, co menzó, alimentado por la realidad, a nacer un derecho amer icano. Lo for maban las decisio nes que se ve ían obligados a to mar gobernantes y jueces ree mpla zando el silenc io o la imprevis ión de las cédulas reales. Todos 1os días se presentan casos nue vos durante el siglo de instala ción de las colo nias. En ello trabajaron los juristas. Hay sin duda una obra original que les es debida. Hay dos fenó me nos nue vos que requirieron ser teorizados: la enco mie nda, el servicio persona l. Discutirán lar ga mente acerca de su natu raleza y sus diferencias con las institucio nes juríd icas semejantes. Es una enfite usis, un usufructo, una donació n?

140

La sucesión de las enco miendas tendrá ta mbié n su carácter especial, puesto que dura "dos vidas" sola mente, en ge neral. Se apura la erud ició n histórica y jurídica, se desarrollan a mplias demostraciones bajo la autoridad de escritores profanos y sagrados, para concluir por justificar la soluc ión palatina. Es tal, casi sie mpre, la his toria de los jurisconsultos. Los bie nes de difuntos fueron materia desconocida en España, so bre todo en la importanc ia que alcanzo en Amér ica por razó n del nú mero crecido de propietarios que después de serlo en Amér ica vo lvía n a España. El amor por 1o dialéctico cobra todo su vue lo. Si un enco mendero se casa con viuda quie n tiene ta mbié n indios, y conservara a mbas encomiendas? Si el hijo hereda una enco mie nda y hay herma nas mujeres, ¿cuales son los deberes de aque l para con estas?

¿Se conserva el derecho a la enco mienda, estando ausente el

encome ndero, dado que aqué lla es un derecho persona l? ¿Cuá l es la responsabilidad del enco me ndero en el daño causado por sus ind ios? Las solucio nes van encontrándose poco a poco, y se incorporan al derecho amer icano. Los mis mos Solorza no y León Pine lo, tan sesudos y hábiles, recono cen que las leyes se hacía n a tan larga distancia que nunca hallaron cabal aplicac ión. Ocasión para las sabias disputas se presento desde e1 primer mo mento sobre todo en el terreno teo1ógico- juríd ico. Arduas cuestiones les fueron propuestas. El alma de 1os indios fue la primera. Luego el de recho de Espada para apropiarse de las tierras y subyugar los ind ios. El bautis mo y el matrimonio de estos fue materia tratada en todos los concilios del siglo XVI en México y Lima. Se admitió que el bautis mo podía hacerse con prescindenc ia del ri gor litúr gico y en cuanto al matrimonio fue necesario adoptar tamb ién solucio nes de oportunidad. Trabándose de indios neófitos, ¿el matrimo nio podía permit irse con sus esposas anteriores? En caso afir mativo, ¿con cua lquiera de ellas? No habría sido justo que sola me nte la fa milia de los juriscons ultos no tuviera su hijue la en "la maravilla " de Amér ica. Francisco de Jerez habla deslumbrado de la rique za del Perú, un otro recuerda "e l negocio de la expedició n de Pedrarias Dávila co mo uno de los grandes que hay en el mundo".

141

Los jur isconsultos tuvieron tamb ié n su paraíso. Desde el siglo XI en que renació el derecho roma no, no se había presentado un estimulo igual para la pasión del debate juríd ico, para la gimnas ia sensua l de los argume ntos, que este que daba la vida amer icana con la vir ginidad de sus fenó me nos sociales. Y desde los altos espíritus creadores a la ma nera de Palacios Rubios o Solorzano y Pereyra hasta los rábulas de aldea que tanto persiguieron los gobernadores cuando no los tenían de su parte, tuvo tamb ién el espíritu jurista su pequeña "Amér ica ".

VIII

Las fuerzas sociales, constreñidas, ne gadas o simp le me nte descono cidas, irán labrando su cauce y buscando su destino por debajo o por los flancos del régime n ofic ia l, hasta que un día, que fue el de la Revo lució n, arrasaron los restos corroídos del artificio le gal. El no haber existido el genio político que co mprend iera el fenó me no nuevo juríd ico que importaba Amér ica, precipitó aquel proceso y acortó la duración del imper io colonia l de España. Si las necesidades y amb ic iones de América hub ieran sido conte m pladas y satis fechas saga zme nte, la revo luc ión habr ía sido, por lo menos, retardad a. Pregunté mo nos, entonces, si los errores del gobierno colonia l pre pararon la independenc ia ¿fueron ellos un mal o un bien? Esta es la pregunta turbadora que se hace el historiador cuando ha come nzado a apagarse en su espír itu la voz de 1os grandes intereses huma nos, ahoga da por el puño de los prejuicios, la algarabía de las pasiones o el explosivo roma nticis mo que se extasía dela nte de los "bellos crímenes ". La pregunta se enuncia mas imper iosa mente delante de las mortan dades de naciones indíge nas de que han sido teatro las Indias orientales y occidenta les que las insp iraciones huma nitar ias pero bald ías de la le gis lació n no pudo evitar. ¿Que habría sido América sin ese arrasa mie nto de indios? ¿Cuál sería hoy su estado? ¿La co mpondría n nacio nes radicalmente incapaces, dormidas en el fanatis mo y la inercia?. Juzgar el árbol por su fruto será sie mpre una de las

142

tentaciones ma yores con que asalta la razonadora mediocridad al vue lo creador del bien y de la justic ia.

NOTA S

-Hay u na frase de So lórzano y Pereyra en su Política In diana (Lib ro III, Cap . III) d ign a de ser recog ida po rqu e es un a elo cuente lección d e la ps ico log ía del ju rista para qu ien la realidad ún ica es el t exto d e la ley . Dice as í: de manera qu e lo que in justa y tirán icamente se h a hecho o hace, cont ra la vo lunt ad Real y las for mas q ue sob re esto ha d ado tan rep et idas , no s e pu ede sacar argu ment o. Pues no se ha de mi rar lo que se ha h echo sino lo que segú n l eyes, ra zón y justi cia se h a d ebido ha cer y observa r. Lo s abu so s tirano s y te mpo ral es d e algun a pro vin cia no mu dan el d erecho , que co n opulencia y vigilan cia pa ra ell a y pa ra todo s, se h a est ablecido . ARCA YA , P. M . Est udio s de soci ologí a ven ezolan a. Pág. 85; " Los cab ild os sign ificaron p oca cosa. El rég imen fue mas b ien feud al" . Colección de do cu mento s i néd itos relati vo s al descub ri mi ento , con qui sta y coloni za ción de la s posesi ones espa ñola s en Américo y Oceaní a, sacado s en su ma yo r pa rte, del Real Archivo de India s, pub licados b ajo la d irección d e D, Joaqu ín F. Pacheco y ot ro s. M ad rid , 1864-84. To mo 1°, Pág . 287: In fo rme de los Pad res Jerón i mos. Pág. 292: de A lo nso d e Zuazo. GUTIÉRR EZ DE SA NTA C LA RA , P. Hi sto ria d e la s guerra s civi les del Perú (1544-15 48) y d e otro s su ceso s de la s India s. M ad rid , V. Su árez, 1904. T. 1, págs . 64, 67. Reco pilaci ón d e l eyes de los reino s de l as India s, ma nda da i mp ri mi r y pu bli car por la ma jesta d católi ca del rey D. C arl os II n uestro seño r. Mad rid, Imp r. de I. Bo ix, ED., lib., de Bailly -Bailliére, 1841. Lib ro 9, h it . 27: No obst ante la estrecha proh ib ición de qu e p asen a las Ind ias los ext ran jeros , 1o h iciero n en tal cant id ad qu e hay qu e o rdenar rep et ida ment e su e xpu ls ió n. Acuerd os d el Exti nguid o C abildo de Bu eno s Aires. A rch ivo Mun icipal de la Cap ital. Bu enos A ires , Con i, 1886. To rn o 1° , Pág. 195: EI cab ildo h ab ía resuelto que se e mbarcaran los ext ran jeros ent rados sin permiso . Desp ués del d ict amen del ob isp o revocaron la reso lu ción . Invo cáb ase la neces idad urg ent e q ue h ab ía d e gent e. Colecci ón d e do cu mento s in édit os rel ativo s al descubr i miento , co nqui sta y co loni zaci ón d e la s posesi ones espa ñola s en Améri ca y Ocea nía , sa cado s, en su mayor pa rt e, d el Real Archivo d e Indi as, pu b licados bajo la d irección d e D. Jo aqu ín F. Pach eco y ot ros. M ad rid , 1864 -84. To mo 3°, págs. 73 y 77: Daños q ue t raen los let rad os. Reyertas ent re A lmag ro y Pizarro , ali ment ad as po r aquellos. Pág . 179: Los b ien es ab -i ntestad os desaparecen. Pág . 485: A mo r po r los p leitos y pendencias . Fo ment o que d an los mes t izos . To mo 4°, Pág . 515; " Los in d ios se han hecho g rand ís imos p leit istas y p ierden todo po r and ar d et rás de sus p leit os".

143

To mo 6° , Pág. 509; " Los ho mb res son amig os de ent end er en los o ficios aje nos y se o cupan prin cip almente del g ob ierno de la t ierra, d e crit icar y ju zgar" . -Pág . 537; " En segu i miento de un p leit ecillo ib an y ven ían los n atu rales d el Rep art imiento a las aud iencias donde caían co mo ho rmiguero de ellos y gas tab an sus hacien das en p rocurado res y se vo lv ían cont entos con su papel, aun que fu esen co nden ados" . -To mo 11°, Pág . 168: In fo rme d el bach iller Sánchez al Co nsejo de Ind ias. " La cu lpa d e los males de las Ind ias son tres: l° los ju eces q ue no han ejecutado ja más las ley es que les man dan n i las pro v isiones e inst ruccion es d e buen g ob ierno " . To mo 24° , Pág . 399: Ro d rigo d e Con treras gob ernad o r d e Nicaragua no cu m plió nun ca las ley es. Pág . 418: " El qu e procu ra cu mp lir las orden an zas es od ioso a to dos". Pág . 464: El licen ciad o Cerrat o. " Sep a V. M . q ue d espu és que aq u í v in ieron Pres identes y o ido res n ing una ley n i o rd en an za de las n uev as n i v iejas g uard aron n i pus iero n en ejecu ción" . " Hab lar ag ora y o en nada d e esto es ser peo r que Maho ma" ( Guat emala 1548). Pág . 467: " Si hago just icia e cu mp lo lo que V. M. manda, e de caer en la ira del p ueb lo, y han de decir herejías de mi" . " Es la mas cerrada alg arab ía del mu ndo h ab lar en just icia, n i en cast ig ar a ningun o po r n ingú n exceso que h aga" . Pág . 510: Soy t en ido p o r hereje y traido r po rq ue cu mp lo la ley . No ten go co nd ición n i maña para Ind ias. To mo 37° , Pág. 1: In fo rme del licenciado Es p inosa sob re la manera co mo se hacia el fa moso requerimiento d e Palacios Ru b ios a los in d ios. To mo 41°: "Aun que es verd ad qu e esta qu itado el serv icio p ersonal po r man dato de V. A lteza, no se guarda en manera algun a, 1o cual me consta po r mi po r v ista de o jos co mo ho mb re qu e v isit a la tierra". Pág . 451: Relación d e Fr. Jerón imo Descobar. Audien cia de Li ma . Co rrespon den cia de p resi dent es y oido res. Docu men tos del Archivo d e India s. Pu b l. d ir. po r Roberto Lev illier. Mad rid , Imp r. de J. Pu eyo , 1922. (Co lecció n de pu b licacio nes histó ricas d e la Bib liot eca del Co ng reso A rg en tino ), t . 1, Pág. 53: Qu ejas del licenciado A lt amiran o porque no se castigab a los d elitos . Pág . 152: " Nada se saca d e las leyes s i n o se cu mp len . Es necesario qu e se ejecuten pa ra qu e no se atrevan a met er en la hacienda d el Rey". -Pág . 174: " El v irrey Cañet e sobresee y derro ca leyes y hace cosas que Su Majestad po r sus leyes dice s i su real p ersona las h iciese no v ald rían" . - Pág. 274; El licen ciad o Mo n zó n d ice (1562) qu e "no hay just icia, pues se vend e púb lica ment e y los manda mient os d e la justicia n o son cu mp lidos n i las reales ley es gu ardadas " . “Los que serv imos a V. Majestad esta mos en abo rrecimiento d e todos : me han salid o con las espad as d esnudas" . -Pág . 299: " Uno de los mayo res daños son los pleitos, p ara los ind ios , y de t rat ar con letrados ,

144

escriban os y p rocurado res qu e los rob an e i mpon en de g randes mald ad es. Es necesario qu e estos se lib ren su mariamente y s in figu ra de ju icios, y se excusen de ven ir los ind ios a las aud ien cias, p ues mu eren mu ch os d el v iaje" (El do cto r de Cuen ca). -Pág . 305-8: " Ningun a de las cedu las que se env iaro n se ha cu mp lid o. Las p rov is io nes no se obed ecen y so n inst ru ment os p ara robar a los vasallos" (El li cen ciado M on zón ). -En 1570 el v irrey To ledo d ice: se puede decir qu e lo mandado p o r V. M . n ad a se ha hecho . (Gobern antes d el Perú. Ca rta s y p apeles. Si glo XVI. Docu mento s del Archivo de Indi as. Pub l. d ir. por Ro berto Lev illier. Mad rid, Sucs. de Ri vaden ey ra, 1924. (Co lección de p ub licaciones h istó ricas de la Bib lioteca d el Con g reso A rg ent ino ), t. 3, Págs. 342 y 424; t . 5, Pág . 246). -El v irrey marq ues de Cañ ete s igu ió haciendo rep artos de in d ios, aún d espués de la cédu la que le pro h ib ió . ( Id em, t. 3, pag . 530). -El v irrey To ledo hace u na cu riosa enu meración de 1os casa mientos de h ijas d e o id o res co n oficiales reales , 1o q ue estaba proh ib ido . " Voy hallando , d ice en ot ra me mo ria, cédu las dad as po r V. M . en favo r d e los ind ios no osadas ejecut ar p or n in gunas just icias" ( Id em, t. 5, Págs. 270 y 343). -Pág . 47: El d ía ant es de salir Gas ca d e v uelt a a Esp aña s e recib ió la cédu la q ue p roh ib ía el t rabajo personal p ero la Aud ien cia no la e mp leo po r el peligro que h ab ía en ello . ARTlÑA NO Y GA LDÁ CA NO, G. D E. Hi sto ria d el co merci o con la s India s du rant e el do minio d e los Au stri as. Cont iene docu mentos inéd itos sob re las emp resas de filibust eros que demu est ran el grado de favo r que merecían en las po b lacion es po rt eñ as. BELTRA N Y RÓZPID E, R. Col ección d e las memori as o rela cion es qu e escri biero n los vi rreyes del Perú acerca del estado en que dejaba n las co sa s gen erales del Rein o. Mad rid, So c. de Histo ria Hisp ano -A mericana, 1921. Pág . 84: Memo ria d el v irrey Fran cisco d e To ledo . " No se v eían n i ejecutab an (las orden an zas )". -Los cab ildos co lon iales en el Brasil t ampo co tuv ieron valo r real, su orig en era semejante al d e la co lon ización españo la. (Oliveira Li ma, M. de. La evolu ción hi stó rica de la América Lati na ; bosq uejo co mpa rativo. Pág. 74).

Índice de la Obra

145

CAPITULO X

LOS ESPECTÁCULOS I

Toda agr upación huma na, por rudimentar ia que sea, requiere sa tis facciones estéticas. ¿Cuales fueron las de la primitiva sociedad de Amér ica?. La Igles ia le dio con sus ceremo nias y fiestas los únicos espectáculos que hacía n olvidar los menesteres imper iosos de la guerra. Agregue mos como sucesos extraordinar ios la ve nida de un gobernador o el arribo de un na vío, si se trata de un puerto, la vocinglería de los mercados a los regocijos públicos celebrando un triunfo de España en Flandes o sobre los turcos, o el nacimie nto de un príncipe. Había 1os bailes o fandangos celebrados por mestizos y mulatos, con ocasión de la llegada de 1os ga leones en los puertos del Mar del Norte; en que se mezc laban las tripulacio nes y donde aparecieron los estilos de danzas y cancio nes a mericanas. Eran muy lla mativos asimis mo los d ue los y funerales, que daban ocasión a actos de sociabilidad y de bullic io, sobre todo si se trataba de personajes princ ipales. Las mascaradas eran capitulo esencia l en las fiestas, que mimaba n cere monias indias.

Parece que desde los primeros tie mpos se usaron como tema de

espectáculos, las costumbres ind ias - motivo que se imita aun en muchos pueblos amer icanos- y sus instrumentos mus icales, ingeniosas flautas de caña y tamboril o caja. Será necesario esperar el siglo próximo para reconocer la atr acció n de Lima co mo corte fastuosa o de Potosí co mo hervidero de placer y de juego. Incluya mos entre los paréntesis que mitigaban la fiereza de la vida en las aldeas en el siglo XVI o desviaban el ardor de las pasiones hacia fines me nos sórdidos o brutales, los bandos en las eleccio nes capitulares y las disputas por la aplicación de

146

las for mulas y cere monias. Lo único que llegó a apasionar co mo la posesión de una encomie nda era el orden de preeminenc ias en una procesión. Era un resto de los sentimie nt os de honor y de respeto por las dignidades, una supervive n cia medioe val que flotaba sobre el vórtice de sangre de la conquista. Las le yes de Ind ias dictaban reglas prolijas y sentenciosas en ma teria de cere monial y de protocolo, que guardaran los rangos, la po mpa y rigor en las func iones publicas, el decorum de las instituc iones. ¿Como han de recibirse los rectores de universidad? ¿Pueden traer dos negros con espada en las func iones? ¿Cual ha de ser el orden en los estrados? ¿Quie n tiene precedencia, el obispo o el presidente de aud ien cia? ¿Cuando ha de echar aquel el agua bendita y dar las paces a este? ¿Ha de recoger o dejar las faldas?. He ahí mater ia de pragmáticas reales. Fue necesaria una orden real para corregir el error litúrgico de que el obispo, en la recepció n de los virreyes, entre bajo palio junto al re presentante del rey. Ta mpoco ha de entrar el obispo en "los aposentos del virrey con criados que le lle ven las faldas, pues las deben soltar en la puerta de la pieza donde el virrey estuviese". Estos asuntos no son sola mente graves cuando se trata de altos per sonajes. En el cabildo recién insta lado en un asiento que apenas tie ne ve inte vecinos, se traban pendenc ias y disputas acerca de quie n y como ha de pasearse el estandarte real. Entre los espectáculos que regocijaron a los soldados de la conquis ta no conte mos los de la natura leza. No pudo ser fue nte de belle za ni de encanto quien había sido el aliado mas fiel del indio. No pudieron descubr ir la majestad de la selva ni de su flora, ni la sublimidad de la monta ña puesto que no fueron para ellos sino obstáculos tre mendos para la marcha en busca de las minas o para la reducció n a los indios.

II

Evoque mos algunos de los espectáculos del siglo XVI, con las pro pias palabras de los cronistas que prestan un sabor rudo y prístino al relato.

147

Juan Alo nso Palo mino describe así la llegada a la Ciudad de los Re yes del primer virrey Núñe z Vela : "Sa lieron a recib irle el obispo y el gobernador Vaca, de Castro y todos los vecinos y regidores estantes y habitantes y los de más hijosdalgo que allí estábamos. A la estrada de la ciudad se le hizo un arco triunfa nte de verde, y llevósele un palio de car mesí con ocho varas de plata aforradas, debajo del cua l entra el y el caballo en que venía. Desde el dicho arco fue hasta la Iglesia mayor donde hizo oració n. Salido de la Iglesia no quiso más cabalgar, mas metióse debajo del palio otra vez hasta las casas del marques Pizarro que haya glor ia. Iban del ante de él sie mpre, desde que entra, sus maceros y alabarderos, y mas adelante el Obispo y el Licenc iado Vaca de Castro, gobernador que había sido, y todos los otros caballeros. Los que llevaban las varas del dicho palio eran los oficia les de Su Majestad y los de más regidores mas principales, el cual dic ho palio y varas to maron sus criados y los repartieron, y a la entrada del arco lle váronle un libro misal para que jurase de ma ntener los privilegios que le eran dados por Su Majestad y mercedes y antes que llegase el libro misal viendo cum plir 1o que Su Majestad le ma ndaba, que eran las ordenanzas sobredichas". El regoc ijo verdaderame nte popular que produjo el triunfo de Gonza lo Pizarro se tradujo en las fiestas con que fue recibido en Lima a su regreso de la victoria de Añaquito. Un cronista habla así de ellas. "Algunos regidores y ciudadanos que entonces quería n mucho al soberano y le eran muy afic ionados, dijeron que fuese recibido con palio, como rey, pues 1o merecía muy bie n, que los había puesto en libertad y estaban ya seguros en sus casas sin temor de la soberbia del Virrey y de las Ordenanzas. Otros fueron de parecer que se abriese calle nue va por las casas del Contador Alo nso de Cáceres, Contador del Rey, por donde entrase el tirano co mo triunfador, para que quedase en perpetua me mor ia la victoria que había alcanzado al Virrey, y que se lla mase de hoy en adela nte la calle de la Libertad. El lice nciado Caravajal que se ha1ló presente dijo que no se hic iese 1o uno ni 1o otro, porque seria n notados de alguna cosa que no les estuviese bien a sus honras y fa mas, sino que era mejor que se entapizasen y entoldasen las calles por donde había de entrar, con algunos arcos rosales. Y que a

148

su parecer aquello bastaba, y no de la manera que ellos 1o ordenaban, y todos concordaron con esto, y lue go el Lice nciado 1o escrib ió al tirano y el 1o tuvo por bien ordenado. Otro día por la maña na, que fue martes, se puso en ca mino con mas de doscientos ho mbres a caballo y arcabuceros, que la mitad de ellos 1o había n salido a recib ir, y junto a la ciudad estaban muc hos ho mbres a caballo y muc hos arcabuceros a pié, los cuales escara muza ron un rato dela nte de él. Yendo mas adelante y estando junto al río de la ciudad salieron mas de doscie ntos ho mbres a caballo y arcabuce ros que estaban puestos en celada, y to maron de través a toda la caballer ía del tirano disparando sus arcabuces sin ningunas balas. Y luego arre metieron los de a caballo y dieron muchas vue ltas y revue ltas alrededor del tira no y de 1os suyos, no cesando de tirar los arcabuceros, por un lado, o por otro; de 1o cual el tirano se holgó de verlos, en gran manera. El capitá n de ellos era Don Antonio de Rivera. Ya que entraba por la ciudad se apearon prestame nte mas de doscientos arcabuceros 1os cuales estaban ga lante me nte vestidos, e iban ar ma dos de cotas y de zaragüelles de ma lla, con las celadas de media plata y de acero, con los arcabuces en las ma nos. Asimis mo se apearon los capita nes Juan Véle z de Guebara y Hernando Bachicao, los cuales de pusieron delante de Gonzalo Pizarro, destocadas la s cabezas, aunque bien armadas las personas, y cada uno de ellos to mó de las riendas del caballo en que iba el caballero muy ga lante me nte ar mado, lle vando en medio a los reverendísimos señores obispos Don Fray Jerónimo de Loaísa, obispo de Lima, y Don Fray Juan Sola no, obispo de Cuzco que iban al lado derecho en tra mbos; y Don García Arias Ra mírez, electo obispo de Quito, y el obis po de Santa Marta de Bogota que había ve nido a recib ir la consagra ción, iban al lado izq uierdo. Delante del tira no iba Lorenzo de Aldana, que era su tenie nte Gobernador y Capitán general, con todo el regimie nto y el cabildo de la ciudad y muchos ciudadanos princ ipales que había con otra multitud de gente que por la calle no cabían. Iban a un lado Paulo de Valdecillo, gran truhá n y chacarero dando voces y lla ma ndo a Gonza lo Pizarro "padre de la patria " y libertador de ella, gran señor y Gobernador de los reinos y provinc ias del Perú; y así le iba dicie ndo otras muchas cosas de gran locura y desatinos. Las tro mpetas y chirimias se tocaron en esta hora recia mente, y las

149

ca mpanas de la igles ia ma yor y las de los monasterios de Nuestra Señora de la Merced y de Santo Domingo se repicaron con gentil son, y de cua ndo en cuando los arcabuceros disparaban sus tiros y decían a grandes voces ¡Viva el Rey y el Gobernador Gonza lo Pizarro! Llevaban las banderas del Virrey bajas y plegadas, y los que las llevaban iban a pié, y los estandartes y banderas del tirano iba n todas tendidas y tremo lando por el aire. Con este orden y conc ierto entro en la ciudad con muestra de gran placer y alegr ía. Después que se puso en la plaza, todos los arcabuceros le hic ie ron una muy brava salva dando voces y dicie ndo ¡Viva el rey y Gonzalo Pizarro!; y esto se dijo y muchas voces, acabada la salva y a la vocería se fueron todos a la igles ia. mayor a oír misa, la cua l se dijo muy sole mne y alta me nte. Después de oída salió de la igles ia y fue muy aco mpañado de 1os cuatro reverendísimos obispos y oficia les de Su Majestad y regidores, con toda la vecindad, y se fue a las casas de su herma no el Marques Don Francisco Pizarro, en donde fue bie n aposentado con mucha mús ica y gran salva de arcabucería ".

III

Hubo ciudades especia lme nte fa vorecidas por el concurso de con quistadores y aventureros. Desde luego Portobelo, Cartagena, Santa Marta y Veracruz puertos de llegada de los na víos que traían las mercaderías desde España. Otras ciudades por ser asientos de gobierno como la Ciudad de los Reyes o México, co mo la de Pana má, paso forzoso para el Perú y finalmente Potosí buscada por sus granjerías fantásticas. Ninguna alcanzo la fa ma de esta ultima que había de culminar en siglo próximo. Ha seducido a historiadores, cronistas, nove ladores, desde Arrauz de Orsua hasta Julio L. Jaimes. Fundada la. Villa Imperia l de Potosí en 1545, fue luego no mas e mporio co mercia l, cita de tratantes, capital de lujo y fiestas. El virrey marques de Montesclaros, a princip io del siglo XVII , decía en sus me morias, alud iendo a los dos cerros del Potosí: "Son el erario de las naciones, el deposito de los bienes que la han enr iquec ido, norte prin cipal de sus na vegacio nes,

150

santuario de universal devoción. Fina lme nte es en estos reinos, la piedra que a un mis mo tie mpo co me la pared y la sustenta, que esto es poblar con sus tesoros 1o que con sus trabajos va arruina ndo a largo paso. " ... Es co mo el centro de todas las Indias - dice Fr. Reginaldo de Lizarraga cronista de fines del siglo XVI-, fin y paradero de los que a ellas venimos. Quien no ha visto a Potosí no ha visto las Indias. Es la rique za del mundo, terror del Turco, freno de los ene migos de la fe y del no mbre de los españoles, asombro de los herejes, sile nc io de las bárbaras nacio nes. Todos estos epítetos le convienen. Con la riq ueza que ha salido de Potosí, Italia, Francia, Flandes y Ale ma nia son ricas, y hasta el Turco tie ne en su Tesoro barras de Potosí y te me al señor de este cerro, en cuyos reinos corre aquella moneda. Los ene migos del Magno Felipe y de los brazos españoles y de su cristiandad, en trayendo a la me mor ia que es señor de Potosí, no se atreven a moverse de sus casas. Los here jes quedan co mo despulsados, y cuando los potentados del mundo quie ren conjurar contra la Majestad Católica no aciertan a hablar." La riq ueza fantástica de Potosí y Huancavé lica significaba la confir mació n de los Eldorados, y así se explica co mo se incendiaba bajo el estímulo de sus minas, co mo una ho guera, la ima ginació n de los con quistadores y cronistas. La atracció n de esta capita l de la riq ueza, del fausto y del derro che reunió dentro de sus muros ge nte aventurera y bullic iosa. Mas de una cedula real fue provocada por la necesidad de poner orden en las querellas que la arroganc ia de las fáciles gana ncias soplara en sus ánimos. Con el andar del tie mpo las riñas "de lo s vicuñas", entre castellanos y vascongados, darán te mas para crónicas a menas y dramáticas. Desde muy temprano, apenas descub ierto el prodigioso cerro, la Vi lla Imperia l debió excitar la fácil fantas ía de pobladores y enco menderos. Todos tendr ían, sin duda, por delante el e mbria gador espectáculo que el relato difundir ía por todo el Perú y lle gaba hasta Nueva España. El relato diría 1o que era Potosí durante las noches. El cerro ofrecía un aspecto de leye nda. El metal se trabajaba en las "guairas ", durante los primeros tie mpos hasta que se uso el azo gue para benefic iarlo. Una vez lavado y cernido echábanlo al

151

anochecer en hornos, que tales eran las "gua iras", agujereados como palo mares, redondos, de una vara de ancho. El vie nto del cerro soplaba sobre el fuego del ho mo y el metal se fund ía. Te níase a su lado el ind io para avivar el fue go y alime ntarlo, en caso necesario, con carbón, reparado en una paredilla sobre la que se asentaba la "guaira ". El ind io soportaba el fr ió glac ial de Potosí porque al cabo de cada noche el tejo de plata relucie nte co mpensaría la tre menda fatiga. Hasta cuatro mil gua iras se encend ían en los altos del cerro y fue sin duda una de las escenas que hir ieron mas honda me nte la ima ginac ión de aquellos ho mbres, a juzgar por el te mblor de emoc ión con que 1o describen los cronistas, desde Cieza de León a Gutiérrez de Santa Clara. Escuche mos la descripción que Cieza de León hace del mercado de Potosí. "No se igua ló mercado o tia nguez ningún del reino al soberbio de Potosí, po rque fue tan grande la contratació n, que sola mente entre indios, sin inter venir cristia nos, se vend ían cada día, en tie mpo que las minas andaban prósperas, veinte y cinco y treinta mil pesos de oro, y días de mas de cuarenta mil; cosa extraña, y creo que ninguna feria del mundo se iguala al trato del mercado. Yo 1o noté algunas veces, y veía que un llano que hacia la plaza de este asie nto, por el iba una hilera de cestos de coca, que fue la ma yor rique za de estas partes; por otra rimeros de ma ntas y ca misetas ricas delgadas y bastas; por otra estaban monto nes de ma íz y papas secas y de las otras sus co midas; sin 1o cual, había gran nu mero de cuartos de carne de la mejor que había en el reino. En fin se vend ían otras casas muchas que no digo; y duraba esta feria o mercado desde la maña na hasta que oscurecía la noche; y co mo se sacase plata cada día, y estos ind ios son amigos de comer y beber, especialme nte los que tratan con los españoles, todo se gastaba 1o que se traía a vender; en tanta ma nera, que de todas partes acud ían con bastime ntos y cosas necesarias para su prove imiento y así, muc hos españoles enriq uecieron en este asie nto de Potosí con sola me nte tener dos o tres ind ias que le con trataban en este tiangue, y de muchas partes acudieron grandes cuadrillas de yanaconas, que se entie nde ser ind ios libres que podían servir a quien fuese su voluntad. Las mas hermosas ind ias del Cuzco y de todo el reino se hallaban en este asiento. Una cosa mire el tie mpo que en el estuve, que se hacían muchas trapazas y p or

152

algunos se trataban pocas verdades. Y al valor de las cosas fueron tantas mercaderías, que se vend ían los ruanes, paños y ho landas casi tan barato co mo en España, y en Almo neda vi yo vender cosas por tan poco precio que en Sevilla se tuvieron por baratas. Y muc hos ho mbres que se habían habido muc ha riq ueza, no hartando su codic ia insac iable, se perdieron en tratar de mercar y vender; algunos de los cuales se fueron huye ndo a Chile y a Tucumá n y a otras partes, por mie do de las deudas; y así, todo 1o más que se trataba, era pleitos y debates, que unos con otros tenía n. El asie nto desde Potosí es sana especialmente para indios, porque pocos o ningunos adolec ían en él. La plata lleva n por el camino real del Cuzco a dar a la ciudad de Arequipa. Y toda la ma yor parte de ella lle van carneros y ovejas; que, al faltar éstos, con gran dific ultad se pudiera contratar ni andar en este reina, por la muc ha distancia que hay de una ciudad a otra, y por la falta de bestias ".

IV

Pero fue la Iglesia a un tie mpo faro , te mplo, teatro, ágora, foro, alma de la aldea o ciudad. Allí se recibe al gobernador, se refugia n las ge ntes en los alborotos, se reúnen para deliberar, se celebra el primero y mas importante acto de toda fiesta, de todo duelo. A la sombra de las igles ias, cuyos muros eran 1os me nos provisio na les de la aldea, bajo la sugestión de sus po mposas cere monias y de la grave música de los cánticos, entre las espiras perfumadas del inc ienso, se aquietó un instante la sangre del conq uistador azuzada por la jauría de los instintos. Descansaba por fin en su ocioso talabarte la aguzada espada. EI co selete se aflojaba del pecho y dejaba de ser con él un solo y recio metal. EI te merario, blasfe mador y lo mie nhiesto soldado se inc linaba destocado, en esa única o casió n en que no 1o fuera por rodar caballo y caballero en correrías de ind ios, o por volar le la celada un terrible mandoble en riña por a mores o codic ias. Dió ta mbié n la Iglesia una fue nte de poesía: el milagro. No era esta vez espuela de la fantasía la codicia - Trapalandas y Eldorados-, sino mas espir itua l acicate. Era la intervenc ión de 1o sobrenatura l. Los ojos veía n mas fácilme nte que los nuestros la

153

orla de maravilla que irradian aun las cosas usua les. El milagro era diario. Lo relataba el fraile conversor venido de entre 1os ind ios, con abono de testigos castella nos. O es el tigre que cura la miendo la lla ga abierta por flec ha enherbolada, o el rayo que fulmina un indio hechicero, o la vis ión del apóstol Santiago que dispersa a los ind ios que asaltaron la partida descubridora, a la fuente providenc ia l que salva de la muerte por sed a los fra iles perdidos en media del desierto. Los relatos lle nan de arrobada devoción las aldeas, suspenden la charla retozona de 1os campa me ntos. Se aderezan de co mentar ios en boca de contadores, veedores o fiscales, reunidos al final de las procesiones, frente a la iglesia, en la esquina de la silvestre plazue la, donde hormiguean soldados lucie ntes de arreos, indios semidesnudos y los primeros mestizos. La vida social no tuvo ma yor estímulo ni mas fuerte alime nto que las fiestas religiosas, o por conme morar un santo o por nacer un príncipe o par triunfar las armas españolas. La procesión es frecuente, y la mayor lección de estética para aque llos héroes de tan escasa sens ibilidad. El recibimie nto fastuoso de virreyes es privilegio de metrópolis. En ca mb io las aldeas conocieron la fiesta para recibir obispos. Escoltada la le nta procesión por caballería sudorosa, que las salvas de 1os arcabuces encabrita, desfila en la atmósfera profunda de una tarde tropical por calles que son sendas en campo abierto. El sol empa vona picas y coracinas. Pasa el obispo sobre andas, bajo palio de damasco, por entre arcos cañizos de triunfo y al co mpás de las letanías, poniendo, co mo un símbolo de paz, la pincelada le nitiva de su vestidura vio leta en el color ido vio lento del cuadro. Cierran la procesió n las cofradías de 1os ind ios doctrinados, con sus pendones. Su paso maquinal se apaga, junto con los últimos repiques de las campanas, por la calleja lateral de la iglesia.

NOTA S

-La s imb ó lica, la h eráld ica, so n :flo rescencias qu e alcan zaron en la Ed ad Med ia su má xi mo esp lend or. El derecho esta llen o de fo rmu las y ritos . Se t rasp lantaro n en A mérica, p ero eran

154

simp les mi mo s, s in cont en id o v ivo . Nada rep resentaban . -En el t rabajo d e los cab ild os se ve co mo llenaban la o qued ad d e sus funcio nes con disp utas in acabab les sob re ceremo n ial. En los p rimeros años del Cab ildo de Buenos A ires se ocasionaro n varias : qu ien d ebe t ener el es tandart e real cuando el alférez se apee, o cu ando s e 1o b end ice. (Acu erdo s d el Extin guid o C abild o de Buenos Ai res. Arch iv o Mun icipal de la Cap ital, Buenos A ires , Con i, 1886. T. 1, Pág . 160 y 238). -" En la Villa d e Potos í (1595) hay mas de v einte casas d e ju egos y escu e las de d an zar: se ocu pan en engalonarse y en gastar mil p esos en un vest ido" . (Cart a del Fiscal en : Audi enci a de Cha rca s. Co rrespond en cia de p resid ent es y oi do res. Docu mento s del Archi vo de Indi as. Pub l. d ir. po r Rob ert o Lev illier. M a drid , Imp r. de J. Pueyo, 1918-19 22. (Co lecció n de pub licacion es histó ricas de la Bib liot eca del Cong reso Argent ino ), t . 3, Pág. 255). FERNA N D EZ, D. Pri mera parte d e la Hi sto ria d el Perú po r Diego Fern ánd ez v ecino d e Palen cia. ED., p ró l. y Apénd ices po r Lucas de To rre. Madrid, Bib l. Hisp an ia, 1913. T. 1, ap énd ice II, Pág . 334. BELTRA N y RÓZPI D E, R. Col ección d e la s memo ria s o rela cion es q ue es cri bieron lo s vi rreyes del Perú acerca del estado en que dejaba n las co sa s gen e rales del Rein o. Mad rid, So c. de Histo ria Hisp ano -A mericana, 1921. T. 1, Pág . 175. GUTIERR EZ DE SA NTA C LA RA , P. Hi sto ria d e la s guerra s civi les del Perú (1544-15 48) y d e otro s su ceso s de la s India s, t . 2, p ágs. 466 y 28. CIEZA DE LEON, P. DE. La cróni ca d el Perú , (en : Ved ia, E. de, ED. Histori ado res p ri mi tivo s d e Indi as. (Bib lioteca d e auto res esp año les, fund ada po r M. Riv aden eira, Vo l. XX VI), t . 2, Pág. 449). -TECH O, N. D EL. Fr. Hi sto ria de la Pro vin cia d el Paragu ay d e la Co mpañ ía d e Jesú s. Vers ió n del texto lat ino po r M. Serrano y San z. Prol . de Blas Garay . M ad rid , Suárez, 1927. La descrip ción d e pro ces ion es se encu ent ra con frecu en cia para rogat ivas o en acción d e g racias. -Requejo Salcedo des cribe un a p rocesión de Panamá que sale de 1o co mún . "No hu bo p ersona d e calid ad qu e no p rocu rase en ella el p uesto mas hu mild e, y to dos descalzos , excepto los en fer mos. La co frad ía d e San Buen aventu ra salió con los rost ros cub iertos. Ent re sus mie mb ros iban los franciscanos , con esteras de esparto cub iertos los rostros y so gas gru esas en el cuello y cruces de man g le, tan p esad as, en los ho mb ros que al v o lver la procesió n algun o ro busto hu bo menester d e Cire neo" . (Requ ejo Salcedo , J. Rela ción Hi stó ri ca y Geog rá fi ca d e la Provi ncia de Pana má ... (año 1640) , (en : Rel acio nes Hi stó ricas y geo grá fica s de América Central por M. Serrano y San z. Mad rid, V. Suárez, 1908. (Co lecció n d e lib ros y d ocu men tos referentes a la Histo ria de A mérica, t . 8), Pág. 62). -Para reg ocijo d e mu latos e ind ios se dab an mascarad as y pant o mi mas realizad as gen era lmente el día del pat ro no de la ciu dad . Para ev itar escándalos, en algun as part es, se rep resent ab an en las ig lesias. Inocencio XI p roh ib ió qu e los clérigos to maran parte d e estas farsas. (Fran cisco Pi ment el y Ag ustín

155

Rivera, citad os por V. G. Qu esada e n Derecho d e Pa tronato . In flu enci a política y so cial d e la Igl esi a católi ca en Améri ca . Bu enos A ires, Co n i, 1910. (Derecho p úb lico eclesiást ico . Un ivers idad Nacion al de Bu enos A ires . An ales de la A cad emia de filoso fía y let ras ), Cap. II). -Gasca refiere as í su ent rad a a Li ma: ' 'Recib ieron al sello y a mi co n mucho rego cijo de ju egos y dan zas, p erso najes vest id os d e d iversas sedas . Met iero n el s ello d eb ajo d e un palio en un caballo b ien o rd en ado , el cu al llevab a d e la rien da el co rreg id o r Lo ren zo de A ldan a, ib an el y los alcald es que llevab an el p alio vest id os de ropas larg as de raso carmes í y la g ent e qu e iba de g uard a para el sello, v est ido d e lib rea d e seda " , ( Gobern antes d el Perú ,

Ca rta s y pap eles, Siglo XVI. Docu mento s del Archivo de Indi as. Pub l. d ir. po r Rob ert o

Lev illier, M ad rid , Sucs , de Rivaden ey ra, 19S4, (Co lecció n de pu b licacio nes h istóricas d e la Bib liot eca del Cong reso Argent ino ), t . I, Pág . 139). -Recopil ació n d e l eyes de lo s rein os d e la s In dia s, manda da i mp ri mi r y pu blica r po r la ma jesta d católi ca del rey D. Ca rlo s II, nu est ro seño r. M ad rid , Imp r. de 1. Bo ix, ed., lib r. de Bailly -Bailliere, 1841. Lib ro 1°, h it.22. Sob re cere mo nias un ivers itarias . Sob re todo el t ítu lo 15 d el lib ro 3° , No hay cap ítu los más extensos n i p ro lijos .

Índice de la Obra 156

CONCLUSIÓN

157

CAPÍTULO XI

LA CI UDAD AM ERICANA

I

Creemos que no ha sido hecho el paralelo entre la primitiva for mació n indoeuropea y la correlativa for mació n amer icana, es decir, en tre el segundo y tercer acto del dra ma huma no, co mo diría von Jhering, que lla ma primero a la civilización del As ia. El paralelo no cabe en un libro, pero el esque ma cabe en unas líneas. El espectáculo del orige n de dos for maciones históricas tiene el pro fundo interés propio de todo nacimie nto. Ver nacer las cosas debe haber sido el orige n de la cienc ia, el plan usado por la naturale za para suscitar la curiosidad humana. Así como en el árbol la semilla muestra el fr uto, el princip io de todas las cosas ayuda a conocer el fin. La civilizac ión indoeuropea tiene su cuna en una invasió n prolongada y le nta, en una penetración capilar, en un despla za miento de muc hedumbres pacificas que desde el Asia se escurr ieron hacia Europa. La civilización a mericana, en ca mbio, es una irrupció n de puñados de soldados quie nes por golpes de ma no sujetaron millo nes de ho mbres a su do minac ión. Europa se for mo por e migració n, Amér ica por conquista. Para usar palabras de los geólogos, diga mos que aquella procede de aluvión y esta de acción vo lcánica. He ahí un primer rasgo que tiñe diversa mente la vida europea y amer icana. He aquí otro: la civilizació n de América fue una obra de gobierno, una e mpresa de estado, un gran asunto administrativo; la de Europa. una obra. anónima y popular, que nadie legis1ó.

158

Sea o no cierta la instit ució n del ver sacrum, la penetración aria en Europa se realizó por traslación colectiva de fa milias y de grupos, casi co mo una sudación. Cada civilizació n tie ne una obra genuina, que es la ciudad. La ciudad es la síntesis de una civilizació n, como el gesto o el ritmo traductor de su alma. Atenas es Grecia, como Ro ma es el I mperio, Florenc ia el Renaci mie nto, Sevilla el alma española.

II

Pongá monos delante de la "ciudad antigua " y de la "c iudad ame ricana ". Sea o no sea la "ciudad antigua " la de Fustel de Coula nges, ha nacido de la fa milia, de la pareja humana, creada. por ella a su se me janza, penetrada de esa a mbic ión de perpetuidad que impr ime el amor, y que se traduce tan fie lme nte en el "fuego sagrado" ine xtinguib le encendido en el "hogar ". Esa ciudad antigua es una invenc ión del campo cultivado y sus ci mientos han sido trazados por el arado. Es la obra de los agric ultores, a quie nes la tierra retie ne co mo alas propias plantas que nutre. El pastor no ha hecho ciudades, sino chozas señeras y me zquinas porque vive para su hato o su recua y va de reata con ellos. El pastor hace sendas, el agr icultor hace caminos. La ciudad es el anuda mie nto de los hilos de una red de caminos. Por ellos lle varan sus frutos o bucarán unirse para la defe nsa común, porque no pueden escapar con su riqueza como 1os pastores. La tierra, al entregar al ho mbre el fr uto de su seno, 1o encadena y lo fuerza a levantar la ciudad. Es el rescate de su generosidad. La ciudad europea por eso se levantó en las tierras fértiles, y ha y comarcas que sustentan poblac iones mile narias. La ciudad amer icana nació de la espada, fue un fortín, un recurso militar. La creó el decreto de un capitán, no la urdió lenta mente el afán prolijo, ni nació de la pareja humana, ni la ger minó el campo cultivado. La formac ión europea, el v er sacrum, o sea la e migració n periód ica de gr upos socia les excedentes que abandonaban el asie nto de la tribu, se asemeja mas bien a la

159

for mació n socia l de Amér ica, después de la guerra de la independe nc ia, es decir a la actua l inmigración europea que se incorpora por transfusió n a la sociedad actual. Pud iera quizá co mpararse la ciudad a mericana con la que funda ron los cruzados en el Orie nte en el siglo XI, fruto tamb ién de una empresa bélica. En ca mbio, se ase mejan a la europea las ciudades america nas an teriores a la conq uista, co mo el Cuzco o México, ciudades de piedra, que rezumaban esfuerzos seculares de millares de ho mbres, con la mis ma vocación de eternidad de las ciudades grie gas, reve lada por sus teocalli o intihuasis, sus huacas y sus quippus, for mas todas de un deseo inme nso de sobrevivir.

III

Hay un signo impresiona nte del objetivo provisio nal que ale ntó a la ciudad española de América, y es la de no tener penates, ni pryta neos, de no vivir en la me moria de sus hijos. Fue gesto de caminante, un ardid de lucha, refugio para reposos de la marcha. Las alza n y tra man quie nes pie nsan y sue nan en otra ciudad re mo ta que esta del otro lado de los mares, al amparo de cuyos muros espe ran descansar poderosos algún día, y en una mujer e hijos ausentes por cuyo provecho y cuyo honor están juga ndo su ave ntura, prefigurándolos decorados y ricos para cuando haya ter minado la azarosa partida. No tiene n las ciudades amer icanas el recuerdo de su fundador, ni las leyendas con que las europeas adornan sus cunas: la de la loba roma na, o las piedras de Deucalió n o el gesto de Cecrops de Atenas. Si quie nes leen éstas líneas han nacido en una antigua ciudad ame ricana y se pregunta n de repente quie nes fueron los fundadores, los héroes de su ciudad, reconocerán que la respuesta no les viene fácilme nte. Saberlo es asunto de erud ició n histórica. No se han incorporado a la me mor ia popular. Para los america nos la historia co mienza en la guerra de la independencia. ¿Donde esta el testimonio que recuerde a Ra míre z de Velasco, fundador de varias ciudades argentinas? Tuc umá n ha querido celebrar su fundació n y no ha acertado

160

aún en el no mbre merecedor del ho me naje. No ve la ciudad a mericana un padre en su fundador porque la erigió, no con gesto paternal, sino con el ade mán de desafío con que bland ía la Espada al pié del "rollo de justicia ", co mo lla mábase a la picota. Amér ica, en verdad, carece de me mor ia para todo el espacio colo nial. Sus ciudades fueron mandatos de reyes o viarazas de capita nes y sus leyes el dictado de fantas mas lejanos, mie ntras que en Europa surgieron del seno de la mis ma ciudad, co mo cantos espontáneos, "car mina ", como las lla maron los latinos. Por eso esta creció co mo un organis mo, de dentro para afuera, y aquellas, co mo mecanis mos, de fuera para dentro, como cuando de asiento de tenie nte pasaba a serlo de gobernador o se le asignaba Aud ienc ia u Obispado. Ta mbié n por eso la ciudad no arraiga y es frecuente verla a mbular c omo un ca mpa me nto. Son carpas de ca mpaña que siguen las peripecias de la lucha. Se pueblan, se despueblan, mueren sin dejar hue llas. Se asienta n un día en la desembocadura de un río o en la cumbre de una mo ntaña co mo espías, y remo ntan la corriente a desciende n por el recuesto para seguir oteando al ene migo ind io. Y es así como vegetan ho y aldeas donde se irguieron metrópolis y otras opulentas ciudades han surgido en lugares que atravesaron ind ife rentes los conquistadores porque nunca tuvieron en vista la tierra sino al ind io o la mina. Dos ciudades arge ntinas ilustran el fenó me no : Rosario y Bahía Blanca, que no se contaron entre las aldeas de la independenc ia, y que superan en mucho a las de rancia antigüedad leva ntadas por heroicos capitanes hace mas de tres siglos. Mie ntras la europea nació y vivió de la agric ultura, la nuestra, nacida de la espada, tuvo que crear su fór mula econó mica, y creó, junto a los ind ios que se diezma n día a día y la mina que se brozea, la func ión pub lica, la red ad min istrativa, la ind ustria burocrática, que es co mo hacer la bodega sin tener el la gar.

161

Colonia

Ravena

TIPOS DE CIUDADES EUROPEAS FUNDADAS ANTES DE LA ERA CRISTIANA

Amiens “La ciudad natural, sinuosa como un río o enmarañada como una selva”

162

TIPOS DE CIUDADES AMERICANAS FUNDADAS EN EL SIGLO XVI

Caracas

Córdoba

Lima

“La ciudad política: simétrica como un edificio o un jardín”

El puesto concejil en toda América fue vena l; se subasta por pre gones y 1o rige quie n mejor 1o paga. El hecho de co mprarse el cargo público da una luz inmensa

163

sobre el pasado y el presente de Amér ica. Fundar la ciudad da privile gios en el repartimie nto de indios y en el sorteo de las estacas mineras. Se conciertan con el procedimiento los do s grandes intereses de la e mpresa: el de quie nes hacen la conquista y el del erario de la Corona, que es dueña de minas e indios. De ellos ha de sacarse el pago de la faena y la sisa del amo.

IV

Un detalle material distingue a la ciudad política de la ciudad natural: la primera es simétrica co mo un edificio o un jardín, la otra es sinuosa co mo un río o enmara ñada co mo una selva. La primera ha sido concebida en un solo acto, la segunda ha sido for mada por la vicis itud de los menesteres y es su crónica, viva co mo un diario intimo, incongrue nte y leal. Cua ndo Jua n Agustín García, maestro ino lvidable que co mo ningún otro avivó la inquietud por el tesoro psico1ógico de la vida colo nial, dijo que la conq uista fue realizada co mo una vasta e mpresa comerc ial, no definió por sus rasgos matrices "la ciudad india na ". Co mercial significa cálc ulo, plan, sagacidad fría y prudencia inge niosa. Nada de eso: no fue comerc ial sino guerrera. Fue comerc ial como puede serlo el reparto del botín, o la partida de naipe en el campa me nto. Fue senc illa me nte heroica. Nació de la fuer za, tiene su historia el resplandor de la espada, y su crónica, sin querer, se vue lve a cada mo me nto épica. La escueta des cripció n es materia horra para epopeya : "d iez soldados rinden millares de ind ios "; "un tenie nte audaz apris iona al emperador"; "extraviada la partida, recorre centenares de leguas y habiendo salido del Pacifico lle ga al Atlántico", "acosados por el ha mbre devoran sus bestias". Es un libro clásico en la historia de América, no el que contie ne las pragmáticas o las instruccio nes o las confir macio nes reales, sino el de Vargas Machuca, que se lla ma Milicia y descripción de Las Indias.

164

En ese manua l del conq uistador, las lecciones sobre fundació n de las ciudades se intercala n entre las que tratan sobre las e mboscadas y los espías, que "son de grande utilidad", según proc1a ma el autor, erud ito y soldado, lector de Cicerón y capita l de fornido puño.

V

El afán de riq ueza del conquistador no busca los ca minos alla nados, pero la rgos, del trajín prolijo, del toma y daca, sino el breve camino abrupto de la apuesta o el botín, en que juega temeraria me nte, cua ndo no la vida en el combate frecuente me nte de cuerpo a cuerpo, a puño y daga- la propia espada a la luz del vivaque. Co mo bue n español, no trajo el sentimie nto de la tierra y el amor de sus frutos, pero tuvo su humor aventurero y holgón dos afiladas es puelas: la mina y el oro liquido del sudor de los indios. La tierra no vale: grandes extens iones se truecan por un coleto; un jubón o un funeral. La ciudad no tuvo la célula que la creó en Europa, donde no fue sino una reunión de fa milias. Aquí fue una reunió n accidental de valientes, que los celos llevarán presto a las manos y se ensangre ntarán aun con la sangre de Francisco Pizarro. Conc1uida la conquista, la ciudad pervive cuando puede ser adap tada, aunq ue con un poco de vio lenc ia, a un nuevo destino, o desfa llece y muere si ese nue vo destino, agrícola o comercia l, es impos ible, pero han quedado tras minados sus muros po r el espír itu que le ins uflo la vida, co mo el viejo odre en que se pone el vino nue vo. Co mienza, entonces, una nue va etapa, entra en la mis ma material estructura un alma nue va: la ciudad fortín de la conquista que presidio la presa del ind io se vue lve la nue va ciudad que recibe, por reflejo, el soplo de vida que aquélla propagó en la tierra vecina. Esta nue va ciudad es ya hija del campo. Sar mie nto pudo hablar de la ciudad- civilización y de la campa ña barbarie. Tan profundo divorcio fue la verdad durante la conquista: la ciudad fue un cuerpo extraño; no había entre ella y la tierra circunvec ina cordón umb ilica l. Pero cuando la ciudad a mericana sigue siendo un órga no vivo en la historia, cump lido su destino

165

inic ia l, es porque ha comenzado un nuevo proceso. La ciudad, entonces, es un surtidor alime ntado por corrientes fres cas que el trabajo ca mpesino alumbra. En las ciudades del Pacifico el sentido primitivo tuvo mayor fuerza que el sentido de adaptación a nue vos fines. A la inversa, las del Atlántico son en su sentido moderno mas im portantes que en su sentido antiguo. A mediados del siglo XVII (1658) Potosí era diez veces mas grande que Buenos Aires, según Azcárate de Biscay. Dentro del país argentino, que sufr ió a mbas influe ncias, el contraste es visib le; las ciudades originadas o rodrigadas por el Pacifico ha n venido a menos: en camb io han gra njeado importancia las que sur gie ron alime ntadas por el Atlá ntico. Esta ciudad en que vivo tie ne una historia sugerente. Fundada San Miguel de Tuc umá n, después de ser destruida dos veces, en 1565, sobre la vertiente de la montaña, co mo un cauteloso vigía sobre una tierra de bravíos ind íge nas, fue abandonada después de 120 años. Era la ciudad fortín, hija del Pacifico, que ter minaba su obra, p ues, dominada la región circundante, pudo trasladarse a un lugar mas indefenso, pero buscando una suerte menos marcia l: estar a la vera del ca mino que co municaba Buenos Aires con Lima. Era ya una ciudad hija del Atlá ntico.

VI

Fustel de Coulanges ha puesto todo su arte y su cienc ia para dar en una breve página la visió n animada de la ciudad antigua. Es la pintura de la vida diaria de la ciudad, el horario de su hab itante. Estamos habla ndo del primer siglo de Amér ica, el de la conquista. Parecido empe ño al de Fustel de Coulanges es, no ya entonces difíc il, sino imposib le, porque el día no es medida de tie mpo en la vida del conquistador. Para el los días no se suceden co mo paginas de un libro, sino co mo instantes de una tempestad tropical, en la que el rayo puede preceder 1o mis mo a la bonanza o al diluvio.

166

Ya vendrán los dos siglos apacibles de la colo nia, en los que la re gular idad deseada per mita el artístico empeño. El jadear de la jornada requiere, para serenar su ritmo, un sueño secular, "esa siesta colo nia l" que como ningún otro sueño cump le aque lla ma la se mejanza que le en cuentra al sueño con la muerte, el retrato que de el ha hecho Cervantes. Para tal evocación el historiador ha de ser un poeta, y por ser en tre a mbas cosas, es, sin duda, que Ricardo Jaimes Freyre ha escrito, sin animo de generalizar, un cuadro ad mirable. "De tie mpo en tie mpo -dice- una muchedumbre de ind ios espantados se precipitaban en las poblacio nes pid iendo socorro. Resonaba entonces la ca mpana de alar ma; corría n los vecinos a ar marse; lle gaban después, de todas partes, a la pla za, al ga lope de sus caballos, ajustándose todavía la coraza y el yelmo. El capitán a guerra los esperaba ya con algunos soldados. Era un ataque inesperado de los indios, que ha bían co menzado por lle var la desolació n y la muerte a una parcia lidad amiga y avanzaban sobre la ciudad española como un torbellino. Reaparecían, entonces, los héroes que estaban conquistando el con tinente con prodigios de va lor Que la historia no ha igualado ja más. Era tan pequeño su numero, que apenas se les distinguía entre la in me nsidad de sus ene migos. Llovía n las flechas. Rechazadas por las armad uras, caía n, casi todas, al sue lo; otras se clavaban vigorosa mente en los coseletes, en los escudos y en el c uerpo de los caballos, eriza ndo monstruosa mente el grupo del caballo y caballero. EI ar ma de fuego no tardaba en callar; entonces la lanza y la espada se hund ían en innumerables desnudos pechos. Los largos alar idos de los indios y los gritos de los españoles lle naban el espacio. A veces la caída de un caballo, atra vesado de parte a parte, provocaba un cla mor inme nso entre los bárbaros; se abalanzaban sobre el soldado, que se debatía aun bajo la bestia morib unda; le arrancaban sus armas; desnudaban su cuello; hund ían en el su propia daga; la revolvían en la herida para separar la cabeza del tronco y tornaban al combate ululando de gozo. Las mujeres, en la ciudad próxima, rezaban y lloraban. Largas ho ras, largos días solía n pasar sin que 1os guerreros volviesen. Los ind ios les interceptaban todos los ca minos; era preciso pelear incesante me nte contra ene migos que se renovaban a

167

cada instante; pelear a todas horas, en los claros de los bosques, bajo las copas de los árboles, sobre los pantanos, en las abiertas pla nic ies pedregosas, en medio de los ríos, a la luz del sol o en la oscur idad de la noche, cuyo tér mino era mas temido aún; pelear sedientos, ha mbrie ntos, desfigurados por el polvo, el sudor y la sangre; pelear cuando ya no se podía ni alzar el brazo ni mover el pie; pelear hasta que los bárbaros, rodeados de mo ntones de cadáveres, res balando en los charcos rojos, retrocedieran ante el va lor indo mable y la constanc ia sin limites de esos estupendos soldados. Regresaban, entonces, los guerreros a las poblacio nes, heridos y rendidos de fatiga. Habían puesto durante la expedic ión una nueva co raza a sus espíritus, en los que ya no sabían co mo introducirse la compasió n y la toleranc ia; caían a sus pies, al chocar con el hierro, co mo las flechas de 1os bá rbaros”. No hay en este cuadro de aceros y de sangre, pero si 1o hubo en la realidad que revive, una figura y una so mbra pacificas. Podía ser la primera la de fray Alonso de Barzana, en tierras del Perú o la de Zu marraga o Ra míre z de Fuenleal, en tierras de México, que ponen entre la espada desnuda y el ind io una leve mano desarmada e inve ncib le. Es la so mbra la de una torrecilla en la que una esquila hac ía un lla ma mie nto desesperado a 1o que había quedado de huma no en aquellos centauros después de la refriega.

NOTA S

Colección de do cu mento s i néd itos relati vo s al descub ri mi ento , con qui sta y coloni za ción de la s posesi ones espa ñola s en Améri ca y Ocea nía , sa cado s, en su mayor pa rt e, d el Real Archivo d e Indi as, pu b licados bajo la d irección d e D. Jo aqu ín F. Pach eco y ot ros. M ad rid , 1864-84. To mo 1°, Pág. 472: Cédu las qu e esta blecen reg las p ara la fund ación de ciudades. Pág . 477: El carácter de vecino po b lad o r da pree minencias. Desd e lu ego la d e ser "h ijos -dalgo , de solar con ocid o, co n los apellidos é reno mb res qu e ellos qu is ieren t o mar ó tov ieren , é los ar maremos cab alleros , é les d aremos armas e b lasón a su vo lu ntad , ... ' '. Reco pilaci ón d e l eyes de los reino s de l as India s, ma nda da i mp ri mi r y pu blica r por la ma jesta d católi ca d el rey D. Ca rlo s II, nu est ro seño r. M ad rid , Imp r. d e 1. Bo i x, ed ., lib r. de Bailly - Bailliere, 1841. Lib ro 4°, t itu lo 8.

168

CIEZA DE LEÓN, P. DE. La cróni ca d el Perú , (en : Ved ia, E. de, ED. Histori ado res p ri mi tivo s d e Indi as. (Bib lioteca d e auto res esp año les, fund ada po r Rivaden eira, Vo l. XX VI). Hay mu chos relatos de fund ació n d e ciud ades : Pan amá, Cart ago , Cali, Nt ra. Seño ra d e la Paz, San Francisco d e Qu it o, Tru jillo , A requ ip a, d e los Rey es. SER RA NO y SA NZ, M . Orí gen es d e la do mina ción espa ñola en Améri ca . Pág . 280: Prelimin ares del gob ierno Ped rarias Dáv ila, elecció n de lug ares pa ra ciudades. . CA LVO, C. América Lati na . Col ección hi stórica co mpl eta de lo s t rata do s, convenci ones, capitul acio nes, a rmi sti cio s, cu estion es de lí mi tes y ot ro s acto s di plo máti co s y p olítico s de tod os lo s esta do s co mprendi dos entre el g ol fo de México y el C abo de Ho mo s, d esde el año 1493 hast a nuestros día s ... To mo 1°, Pág. 156: Instru cciones para fu ndación d e ciud ades . M anera de t razarla. VA R GA S M A CHU CA , B. D E. Milici a y descri pció n d e la s In dia s .. To mo 2, p ágs. 15 a 48: Fu ndación d e ciud ad . Dis tribución de t ierra. JA IM ES FR EYR E, R. EI Tucu mán d el siglo XVI (Ba jo el g obierno d e Juan Ra mírez d e Vela sco) . Pró l. del Rect o r Doct o r Don Juan B. Terán . Bu enos A ires , Con i, 1914. Fu ndación d e ciud ades del Tu cu mán . LA FON E QU EVEDO, S. A. EI Ba rco y Santi ago d el Estero . Estu dio históri co top og rá fico. Bo let ín del Inst it uto Geog ráfico A rgent ino , XIX. Cuad er nos 1-6. Buenos A ires, 1898. Págs. 3-36, 272·304. SIERRA , J. Histo ria d e Méxi co . la conq uist a de N ueva Espa ña . Mad rid , Es pasa Calp e, 1917. (Bib liot eca d e Aut ores M exicanos ). Págs. 156, 165, 166. GROU SSA C, P. Introdu cci ón al " Via je d e un b uqu e holan dés al Río de la Plat a", (en : Anal es d e la Bibli oteca. Pu b licació n de do cu mentos relat ivos al Río de la Plata, co n int rodu cción y not as por P. Gro ussac. Bu enos A ires , Co n i" 1905). To mo IV, Pág . 272: Groussac h a escrito p ág in as de su mo int erés sobre el naci mient o de Bu enos A ires . Ent re ellas hay el esbo zo del asp ecto material de la aldea, y un a " crón ica" de su v id a so cial. PED RA ZA , C. Rela ción de vari os sucesos ocu rrido s en Hon du ra s, y del esta do en que se hallab a esta provin cia , po r el Licen ciad o Cristób al Pedraza, (en : Relacion es Hi stó rica s d e América. Pri mera mitad d el Siglo XVI. Socied ad de Bib lió filos Españ o les. Mad rid, 1916. Págs . 136 a 180). Pág. 142: Co mo se t ras la da un a ciud ad . LET ELIER, V. Gén esi s d el estad o y su s in stitu cion es fund a mental es; i ntro ducció n al estu dio d el derecho públi co . Págs. 207, 257. JHERIN G, R. VO N. Prehi sto ria d e los in do -euro peo s. M ad rid , Tello (Su á rez), 1891. Pág .. 44, 130 y siet es. CA STELLA NOS, J. DE. Di scu rso de el capit án Franci sco Draqu e. Pró l. y not as de Án gel Go n zález Palen cia. M ad rid , 1921. Int rod ucción . En el valo r d e la ciud ad d e Cart agena la so la ig lesia es po rció n cons iderab le. TECH O, N. DEL, Fr. Hist ori a de la Provi nci a del Pa rag uay d e la C o mpañía d e Jesús. Co mo en pocos lib ros se p ued e encont rar en este, cuad ros ing e nuos d e la v ida d e las aldeas.

169

Revista del Archi vo gen eral de Bueno s Ai res. Ed . M. R. Trelles, t . 2, pág . 117. -' 'Es un estud io interesante qu e se b rin da a los especialistas d e h isto ria co lon ial, el qu e se hag a d e estas ciud ades american as mu ertas al nacer y cuy a v id a efímera t ermin aba b ien po r algun a incu rsió n sangrient a de los ind ios, d e los piratas o de los co rsarios, ot ras veces po r las malas cond icion es del terreno , d e su cli ma, d e los t rasto rnos s ís micos, d e la vecind ad d e un vo lcán o po r las ren cillas frecuentes ent re los mis mos conq u istado res y colonos o simp lemente po r' un capricho d e sus pob lado res". (Lat o rre, G. Rela cion es geo grá fica s d e In dias. La Hi sp anoa méri ca del Siglo XVI: Colo mbia , Ven ezuela , Puerto Rico , Re pública Arg entina , et c., Pág . 65). ( Ven ezu ela). -" La ciud ad de Nuest ra Seño ra d e Caraballed a, qu e co n tan bu enos p rin cip ios p ro met ió g ran des au mentos, con firmes esp eran zas de u na segu ra cons is tencia, fue b astant e para que se d espob lara un a vio lent a s in razón con q ue el gob ernado r do n Lu is de Ro jas qu iso mo rt ificar a sus v ecinos, p ues huyen do sus mo ra do res del rigo r d e un abso lut o po der to maron po r p art ido ab and onarla ret iránd ose con sus familias" . (Ov iedo y Bañ os, J. d e, Hist ori a d e la Conq uist a y Pob laci ón de la Pro vinci a d e Venezuel a. 1a. p arte, Pág . 55). -Hay signos materiales d el esp írit u in d iv idu alista o anárq u ico de

la con qu is ta, to dav ía

sobrev iv iente, en la const ru cció n de la ciud ad a merican a. Uno es la ausen cia d e casas co mun es. El americano prefiere la casa ais lad a, señera, aunqu e sea p ob re y p equ eña. En A mérica esp año la no hay pro p ied ad d e p isos; el terre no perten ece al p rop iet ario , en 1o hon do y en 1o alto , hasta el in fin it o. Se recon oce el mis mo esp íritu en la an arqu ía d e las fach ad as. El p ro p iet ario p refiere pon er su gusto (sic) sin cu idarse del v ecin o sacrificando la b elleza u rb ana a su hu mo r cap richoso . -Para la ciud ad american a d el s ig lo X VIII, la Relaci ón hist óri ca del via je a la América meridion al de Ju an y Ullo a es fu ente ú n ica.

Índice de la Obra

170

CAPÍTULO XII

EL ANTI CON QUISTADOR: Fr. BARTOLOM É DE LAS CASAS

I

El "Protector general de Las Indias ", fray Bartolo mé de la s Casas, no pertenece a la fa milia mística de San Franc isco o San Juan de la Cruz, sino a la de Santo To mas y Santo Do mingo. Es decir, era un filósofo y un ho mbre de acción, teólogo y político. Místicos son esos seres extraños, dulces y sile nciosos, lle vados hasta Dios por la luz ine fable de la conte mp lació n. La ternura de fray Bartolo mé para con los esc1avos de Amér ica no era una flue ncia sentime ntal, una abundancia de a mor para con el "her ma no ind io ". Era la aplicació n de un concepto teo1ógico, la lealtad con el dogma cristiano, explicado por los textos sagrados. Para comprenderlo mejor, diga mos desde lue go, que no estuvo solo en la tre menda requisitor ia que durante sesenta años tronó en Amér ica y ante los Consejos de Indias. Es la única que sigue resonando sola me nte porque fue la mas ardiente y apostólica. Estuvieron de su parte innu merables religiosos y civiles : fray Antonio de Montesinos, Pedro de Rentería, fray Pedro de Angulo, fray To mas de Casillas, el obispo de Popayán, Juan del Valle, e1 de Charcas, Matías de San Martín, e1 bachiller Sánche z, fray Antonio de Valdivieso, y los licenc iados Quiroga y Marroquín; estos dos últimos, posterior me nte discreparon con él. El ene migo contra quie n se airó y ar mó su cruzada era for midable. Los excesos atrib uidos a su acción deben explicarse por el poder del ene migo que desafiaba. Era el enco mendero de Amér ica, es decir, el usufructuario de la nueva sociedad.

171

" ¿Pero que es sin ind ios la empresa de las Indias? ", se pregunta ban los juriscons ultos y consejeros de la Corona. Si no se sujeta a la es clavitud a los ind ios, mejor es abandonar la conquista. ¿Como habría pobladores sin enco mie ndas? Y sin pobladores, ¿co mo habría sisas y quintos reales, tan requeridos por la Corona? Co mprende mos bien, pues, la resistencia, el enojo y la cólera que despertó su predicación, la legión de contradictores que salieron a su paso a batir lo en su propio terreno doctrinar io, el juicio de los historia dores que tachan su ingenio de quimérico y visio nario. No es, sin e mbargo, tan simple la psicolo gía de esta figura. No es posible admitir que fuera sólo una a mbic ión pueril a fuerza de iló gica e ilusor ia la que diera tan grande relieve y repercus ión a su palabra y a su obra. Desde lue go hay un acento singular en su vo z, que evoca el recuerdo de los grandes apóstoles. Cuando se lee sus recla macio nes en no mbre de Dios y de la huma nidad, contra la codic ia de enco menderos y la esclavitud de indios, el espíritu se figura estar escucha ndo las imprecacio nes de Tertuliano, la cólera tremebunda de San Jerónimo o las profecías de San Agustín contra las persecuc iones de los cristianos. Es necesario recobrarse viva mente para co mprender que es la fulminac ión de un apóstol cristia no, no contra paganos o ge ntiles, sino

contra los mis mos

evangelizadores de Amér ica. Lea mos una de sus terribles líneas: "Andan vestidos de seda y no sola me nte ellos, pero sus mulas, 1o cual pensa mos que si fuera bie n exprimida, sangre de indios manaría ". No puede esperarse de ho mbres de esa la ya que se limiten a hablar en no mbre de la prolija verdad histórica. Que fácil es contra ellos la nzar el reproche de tal cifra abultada o del falsea miento de tal o cual hecho. Sus ojos des mesuran la realidad como una exigenc ia connatura l de su te mperame nto y su vocació n. Ellos no dicen la verdad histórica sino una verdad que podría mos lla mar profética.

172

II

Veamos a fray Bartolo mé desde dos puntos de vista para acentuar su múltip le significado. Co mo humanista y teólogo su doctrina cons istía en sostener la libertad natural de los ind ios y la iniq uidad de su destrucc ión. Su condic ión de ge ntiles e idólatras no menguaba la integr idad de 1a tesis. En los co mienzos de su carrera había le encendido el corazón el ca pítulo 34 del Ecles iástico, según el cual quie n quita el pan ganado con el sudor es como el que mata al prójimo : quien derrama sangre y quie n defrauda al jornalero, her manos son. Su procla ma fue sie mpre la de que los encome nderos eran los ma yores robadores del mundo, los infie les mas culpables, porque invocaban la predicació n de Cristo para cometer su horrendo crimen. Su teoría, pues, era simp lic ís ima, de una ortodoxia eje mplar. Pero no puede causarnos admiració n que ha ya aparecido revo luc ionar ia si pensa mos que una numerosa escuela había sostenido que el indio carecía de alma y de huma nidad, y que la esclavitud era una instituc ión justa. El restablecimie nto de la verdad cristiana, tan obreptic ia me nte des conocida, fue su obra. En su tratado de las Treynta proposiciones encue ntro las palabras que más sintética mente expresan su teoría (proposiciones 22, 23 y 25). "Los reyes de Castilla, dice en la primera, son obligados a hacer que la fe de Cristo se prediq ue por la for ma que dejó estatuida el Hijo de Dios; convie ne a saber, pacifica y amorosa, dulce, caritativa, por ma nsedumbre y humildad y buenos eje mplos, cuidando los infie les y mayor me nte los indios que de naturale za son ma ns ísimos y humildís imos, dándoles antes dones que to mándo les de los suyos. Y así tendrán por bueno y justo al Dios de los cristianos y de este modo querrán ser suyos y recib ir su fe y doctrina. Suadenda, non imponenda". "Juzgarlos por vía de guerra, dice la proposic ión 23, es la que lle vó Maho ma, la que tie nen ho y turcos y moros, iniquís ima tiranía infa ma tiva del no mbre de Cristo".

173

Esa voz que predicaba la fraternidad y la caridad eclipsadas du rante la conq uista tuvo en el un ca mpeón inolvidable. A no ser su vo z, no se ve que diferencia separara la conquista de América de las que conoció la historia antigua, que buscaban el máximo botín por el ca mino del llano exter minio. Hay un mo mento histórico en Amér ica en el que sola mente esa voz nos recuerda que hubo una verdad nueva posterior a los tie mpos de Nabucodonosor o Alejandro, e ignorada por Ta merla n, imbuida en la conc ienc ia huma na, hace veinte siglos.

III

Pero su mayor originalidad esta en sus vistas co mo filósofo político. Las proposicio nes de su predica pueden sintetizarse así: 1ª.- La conquista a mericana no debe ser bélica sino pacifica; 2ª.- La conq uista pacifica no sola mente esta impuesta por' los fines de cris tianizació n, sino por las propias convenie ncias materiales de la Corona; 3ª.- Deben ir a Amér ica no soldados sino agr icultores, fa milias y no sola me nte varones; 4ª.- Los ind ios deben ser reunidos en comunidades o asientos para promo ver su civilizació n y catequesis. " ... digo y sup lico --escrib ía- en este Real Consejo, que la verdadera població n y remedio de aquellas Indias cons iste en enviar labrado res, ge nte lla na y trabajadora, que co ma y sea rica y abunda nte con sus. pocos trabajos; y no se diga que luego allá se harán ho lga zanes y escuderos ... " (Colección de documentos inéditos relativ os al descubrimiento, conquista y colonización de las posesiones españolas en América y Oceanía, sacados, en su mayor parte, del Real Archiv o de Indias, publicados bajo la dirección de D. Joaquín F. Pacheco y otros. Madrid, 1864- 84. T. 7, Pág. 171). Los españoles, "desde que las Indias, en ma la hora para España, se descubrieron", han sido "perniciosos a su hacie nda y a su anima y a su fa ma ", (Idem, Pág. 296 y 301). Es decir que el siste ma de la conquista era ma lo materia l y moralme nte. Recla maba el envío de familias agric ultoras, el establec imiento de primas para producir azúcar de caña, sedas y toda clase de especias, que "se cría n a maravilla " en las tierras descub iertas.

174

Fue mas lejos aun y proyectó un verdadero código del trabajo para lograr dos fines sustancia les, el espiritual de convertir a los ind ios por la de mostració n de la superioridad de la obra cristia na, y el de enriq uecer las Indias y la Corona. El punto de vista era absoluta me nte nuevo. Aconsejaba la fijación de las épocas de trabajo en las minas, su alternació n con el cultivo de la tierra, la edad en que debía per mitirse el laboreo, las condic iones de la vivie nda y alime ntació n, el trabajo de las mujeres, de las madres y de los hijos (Idem, Pág. 14). Las dos e mpresas a cuyo frente se puso co mo un capitán, muestran la fe con que sostenía sus planes : la catequizació n de Tezulutlan y la colo nizac ión de la costa de Paria a Santa Marta. El procedimiento pacífico tuvo suceso en Tezulutlan. El plan de colonizac ión de las trescientas leguas de costa consistía en impedir la entrada de españoles, con excepció n de las fa milias labradoras con que se fundaría. El conato fracasó, y sus ene migos encontraron en ello el mejor argume nto en su contra y lucida ocasión para sus bur las. Limitada a la vale ntía de su doctrina, su origina lidad habría sido la de un discípulo de Luis Vives y de los revo luc ionar ios de la filosofía med ioeval. Pero fue mucho mas recia y audaz, porque quería lle gar a los ex tre mos vivos de la aplicació n y de la realidad. Bastaría para mostrarlo su Confesionario (Avisos e instrucciones a los conf esores). Querría que los confesores no fueran los meros conseje ros de las concie ncias, sino los instrume ntos activos de una revolució n social. Debían impo ner a los conq uistadores

que

requirieran

confesió n,

la

devo luc ión

de

los

indios

encome ndados, la entrega de todos los bienes granjeados en Amér ica para reparar la expoliación del trabajo escla vo. No era un místico ni un teó1ogo de gabinete, he mos dicho, sino un luchador, un palad ín, un verdadero héroe de la acción. Lla mé mosle, pues, el "a nticonq uistad or", ho mbre de la mis ma raza, y de la mis ma enjundia que los que combatía, aunque animado por un móvil que 1o coloca por encima de todos los ho mbres de su siglo en América. Es Cortes, Pizarro o Alvarado,

175

poniendo al servic io de la causa de la libertad el mis mo espíritu indo mab le con que aque llos destruyeron imper ios y sojuzgaron pueblos. Re movió la Corte, altercó con los poderosos palatinos, escandalizó a los avenidos con la esclavitud de los indios, exco mulgó, guerreó, in cansable en sus andanzas y protestas. Disc utió ante el propio rey Carlos V, contra el obispo del Darien, persiguió al cardena l Cisneros y los ministros fla me ncos hasta arrancarles med idas protectoras, provocó juntas teo1ógicas y 1ogró las nue vas ordenanzas que derogaban el servicio persona l de los ind ios, se hizo colonizador para poner en práctica sus planes, y bajo la a margura de sus descalabros conservó encend ido su ardor predicador.

IV

Sabemos que sus generosas iniciativas fueron bur ladas por el interés de los encome nderos, las exige ncias fiscales o la ind iferenc ia de la Corte. Nada quedó en pié de sus conatos y leyes, pero podemos ima ginar cua n diversa suerte habría corrido la colonizació n de América si hubieran prosperado su acción y su eje mp lo. Son las suyas las ideas de un refor mador actual y en tal sentido po demos afir mar que fue no sola me nte un defensor de la libertad de las Indias, sino un ge nio político. Co mo todos los ideó1ogos debió ceder el rigor de su concepción filosófica en transacciones necesarias para radicar sus reformas. Tal es el origen de su idea de la importación de negros, que no fue el primero en suger ir y de la que abjuró en su Historia de Indias. El, mis mo dio una fórmula universal aplicable a quie nes aspiran a realizar una vio lenta trans for mación s ocia l: "he comprado a Cristo -decía, en un pasaje de uno de sus tratados--, y pues no me 1o dieron de balde, debí comprarlo ". En nuestro tie mpo, he mos vista a Wilso n comprando a Cristo, tran sando con la reciedad de las pasiones, para ver vivir siquiera una parte de un sueño humanitario. Los detractores de fray Bartolo mé no han ter minado aún su tarea. Los tuvo innumerables, desde Pánfilo de Narváez, cuya brutalidad de safió; Rodrigo de Contreras, en Nicaragua, que mandó incoarle proceso co mo "ho mbre

176

desasosegado, que mas predica pasiones que no la pala bra de Dios "; el deán Gil de Quintana, que requirió la espada para de fenderse del entredic ho en que lo pusiera co mo obispo; Alonso de Maldonado, que 1o arrojó de la Aud ienc ia de Gracias a Dios con el apóstrofe de bellaco, loco, ma l fra ile; fray Tor ibio de Motolinía el mas fervo roso adversario del apóstol, a quie n lla ma ho mbre pesado, inquieto, bullic ioso y ple itista, en hábito de religió n, injuriador sin reposo. Hoy se habla todavía de su humor fantástico, de su sentime ntalis mo enfer mizo. Fray Bartolo mé de las Casas queda como la mas alta concie ncia de la historia de la conq uista. Por su elocue ncia infla mada en la heroica recla mac ión contra la escla vitud de los indios, su desafío a todas las in fluenc ias que 1o invitaban a callar o temperarse; por su cienc ia profunda, su apostolado eje mp lar, puede incorporarse a la parva fa milia de los varones que consumiero n su vida en la lla ma de las grandes pasio nes redentoras. ¿Cual habría sido la suerte de Amér ica si hub ieran prevalecido la predicació n y los planes de fray Bartolo mé de las Casas? ¿Eran de tal ma nera fantásticos que no habría n podido arraigar y regir la vida de las colonias? ¿No fueron sus sugestiones, acaso, las que han guiado la política colo nizadora de otros pueblos? La cristia nizac ión de Amér ica habría sido de verdad; la conquista habría perdido su carácter esencia lme nte marcial y la política fisca l ha bría reposado en la agric ultura y no en la minería y el prohib icio nis mo co mercia l.

V

La fácil fantasía de lo que pudo haber sido" es una tentación para el pecado mayor de la historia: mezc lar la realidad con la ficción. Pero no pode mos ta mpoco entregarnos al realis mo resignado que pie nsa que 1o sucedido fue 1o único posib le, olvidando que los "héroes" rige n en una medida variab le pero cierta el curso de la vida social. ¿Pode mos decir, por su fracaso práctico, que fray Bartolo mé es una figura lla mativa, pero bald ía, en la historia de Amér ica?

177

Si "e l destino manifiesto" del Nuevo Mundo es consumar la concordia de los ho mbres, vana me nte buscaremos otra inspirac ión capaz de haberla bautizado para ese ideal que la de quien la predicó con ardor inco mparable en los orígenes primige nios. No es en el conquistador donde esta el blasón espiritual de América sino en el anticonq uistador que vencido y escarnecido voceo 1o que con 1os siglos llegar ía a ser su verbo. Ad mire mos la belleza épica del conquistador, exc use mos su brutali dad en mérito al tie mpo y a la obra, pero no nos enorgulle zca mos de él. El ideal de Amér ica esta en realizar la mis ión hace cuatro siglos pregonada, pero inc ump lida, de dar una ma yor verdad a la fraternidad huma na. He ahí có mo lle garía a ser fray Bartolo mé, por un nue vo sentido mas profundo, el apóstol de las Ind ias. En la vasta galer ía de genios que es el siglo XVI, América puede reconocer en fra y Bartolo mé su precursor profético, su héroe epónimo, el numen de su vocación huma nitaria.

NOTA S

-Tanto Leó n Pinelo co mo So l ó rzano y Perey ra ob jetan y rech azan las alegacio nes de Fr. Barto lo mé. M ed id os, d ialéct icos, casu ist as, encuent ran el d istingo , la reserva, la con ces ión , con qu e el so fis ma asp ira a emp alid ecer la v erdad. El cot ejo de estos e minentes ju risconsu ltos con Fr. Bart o lo mé es una lecció n d el cont ras te patét ico ent re el talento y el g en io . La pas ió n d ialéct ica de los ju ristas h a cread o esa flo r marav illosa d e so fis ma y ergot is mo , q ue es la teo ría de Fr. Francisco d e Vit oria según la cual Es pañ a no h izo s ino ap licar el d erecho d e co mercio , camb iand o sus mercad erías co n el oro d e los ind ios, qu e era ta mb ién de los h ijos qu e n acieron d e españo les, e in d ios, a q u ien es co mo súb d itos d e Es pañ a, esta les deb ía p rotecció n. De esos ju risconsu ltos (ag regue mos dos no mb res famosos : Ab ate Juan Nu i x, Reflexi one s i mpa rcial es so bre la hu mani dad d e los espa ñoles en la s In dia s cont ra lo s preten dido s fil óso fo s y políticos y Gin és de Sepú lv ed a, el cont endo r d e Fr. Barto lo mé) p rocede la gen eración de escrito res que cons id eran asunt o de ho no r n acio nal atacar a Fr. Bart o lo mé cuan do justa ment e u na d e las g lo rias esp año las es la crud a fran queza y la vo cación d e un iv ers alidad d e mu chos de sus mas e minentes escrito res. A esta familia p ert en ece Fr. Barto lo mé y en esta ho ra la rep resentan , co mo suelen ser muchas veces los h e rmanos, ho mb res tan d isp ares co mo Una mun o (En to rn o al ca stici smo) y Orteg a y Gasset (La

178

Españ a i nvert eb rada) . No están co mp ren d idos n i en una n i en ot ra los escrit o res a qu ienes sed uce la co nqu ista co mo u n asunto poét ico y hero ico. Ent re estos s itu emos el bello lib ro de Salaverría e Ip en za, Lo s conq uist ado res. El o rigen heroico de Améri ca . -Para Niet zsch e t ien e un valor s ing u lar la ep opeya de la conq u ista. El co nqu istado r es la larva d el superho mb re. Pocos person ajes h istó ricos pod rían inv ocar, co mo este, su p arecido con el ideal d el filóso fo alemán . Nin guno co mo é1 fu e el h o mb re fuerte, d espreciado r d e los déb iles, el t rueno de " la vo lunt ad de po der" que q uería Niet zs che. -Mo ntaig ne en sus Essai s. L. III, Cap. VI, Des Co ches, u na de las pocas o cas ion es en qu e la emoción y la elo cuencia p ert urban su friald ad analist a o iró n ica, será u n reflejo d e Fr. Barto lo mé, Ronsard co mo p oeta h ab ía hecho un lla mad o a la p iedad p ara p rotest ar p or las exped icio nes cont ra los in d ios a me ricanos . Pero fue M ontaigne qu ien in aug u ró en Eu rop a la p red icació n co nt ra la esclav it ud de los ind ios. Véase int eresante h isto ria de las id eas eu rop eas sob re A mérica en L 'exoti sme a meri cain d an s la littera ture tra ncai se au XVI si ecle … d'ap res Rab elai s, Ron sa rd , Mo ntaig ne, etc. de Gilb ert Ch inard (p ág. 193). La g rand eza de la p red icación de Fr. Barto lo mé se d estaca cu ando reco r damos q ue se p ract icab a antes d el nacimiento de la filoso fía h u man itaria, cuan do no e xist ían las ideas q ue la Revo lució n Francesa cond ensaría dos s ig los desp ués. Agregue mos qu e n o p ro ced ía co mo los poet as, Du Bellay o Ro nsard , po r mov i mien to sent imental, sino co mo filóso fo y p o lít ico, no con ap óstro fes o la mentos, sino con p lan es madu ros, co n cons ideracio nes p ract icas y 1ó g icas , a las que, co mo verd adero hu man ista, d aba el as id ero in allanab le de los prin cip ios. Era un leal d iscíp u lo y u n eje mp lo me mo rab le de la doct rina d e Jesús. Es, en el sent ido p ráct ico, 1o q ue fue San Francis co en el sent ido mís t ico d e la ense ñan za crist ian a. Era, pu es, u na de las mas g ran d es fig u ras del s ig lo X VI, que es el sig lo de Rabelais , de Mo ntaig ne, de M aqu iavelo, d e Lo yo la. Cons ecu ente con el ju icio que Fr. Barto lo mé nos merece co mo h éroe de A mérica, no en cont ramos que hay a una estatua más en su sit io qu e la suya en la p laza d e toda ciu dad a merican a. Un a estatu a de Fr. Barto lo mé y un b usto d e Hu mb o ldt , es 1o mejo r que pu eda h acerse para p erpet uar los dos gestos mas nob les -g uard adas las d istan cias - de la h isto ria co mún de los países d e A mérica españ o la. He ah í un a sugest ión p ara un a acción d e sano h ispan oamerica nis mo . -Bo lív ar t ien e una fras e que d efine a un t ie mpo el rég imen co lon ial y el voto d e la revo lu ción . " Estáb amos ausentes en el un iv erso " ,d ice. La amb ición po r la un iv ersalid ad fue u n pensa mient o co mú n a todos los fund ado res de la A mérica ind epend iente. EI n acionalis mo cont inent al qu e imp lican todos los " american is mos" qu e hoy se p red ican, es ab and ono de es e p ensa mient o. Colección de do cu mento s i néd itos relati vo s al descub ri mi ento , con qui sta y coloni za c ión de la s posesi ones espa ñola s en Améri ca y Ocea nía , sa cado s, en su mayor pa rt e, d el Real Archivo d e Indi as, pub licados b ajo la d irección de D. Joaq u ín F. Pach eco y ot ros . M ad rid , 1864 -8 4.

179

Torno 7° ; Papeles de Fr. B. d e las Casas. Págs. 19, 47 Y 50; Re lato d el t rat amiento d e ind ios . Ataq ues de Pán filo d e Narváez y Ant on io Velásquez. Plan d e co lon ización d e Fr. B. de las Casas . Pág. 65: Reg lamentación d el tra bajo ind io (1566). Cap itu laciones sob re co lo n ización de la costa. Pág. 107; Remed ios p ara la Es pañ o la. Pág. 108: " que tejan y hag an ingen ios". Pág . 135: Disp utas con Rod rig o de Co nt reras . Págs . 259, 261 Y 280: In vect ivas d e Moto li n ía. Págs. 297, 304, 361, 401, 421, 427 y s ietes.: Trat amiento de los ind ios , det alles. CA SA S, B. De las, Fr. Hist ori a de la s India s. Ap olog ética hist ori a de la s India s. Col ección d e trata dos, 1552-155 3. Breví si ma relaci ón de la d est ru cci ón de la s In dia s. et c. QUI NTA NA , M . J. Vi da de lo s españ oles cél eb res. GUTIERR EZ d e SA NTA CLA RA , P. Hist oria de la s gu erras civil e s d el Perú (1544-1 548) y d e otro s su ceso s de la s India s, t . 1, Pág. 27. NOTA : At ento el t iemp o t ranscu rrido de la pri mera ed ició n d e este lib ro mas d e med io sig lo parece at in ado p ro po rcionar a los estud iosos y especial mente a los jóv en es histo riado res , algu nas referen cias b ib liog ráficas act uales que co rrobo ran las pos icion es del auto r qu e, en algún mo mento , no se ap recia ron en su exacto fon do y sent id o. Se cont raen al cap ítu lo fin al sobre fray Barto lo mé qu e es el leit motiv de su línea h istorio lóg ica en el ejercicio d e su pred ica hu man íst ica. Po r cierto qu e a esta alt u ra av isad os h ispan istas, Han ke, Bat aillo n, Án gel Los ada, Gi ménez Fernán dez, And ré Vincent , y , ent re nosot ros , Salas y Wein berg , h an esclarecido , t ras cu id adosa docu mentación la ob ra del fraile do min ico. Bib liog rafía. HA NKE, Lewis , La lucha p or la ju sticia en la conqu ista d e América, 1949; BA TAILLON, Marcel, Etud es sur B. d e la s Ca sa s. Cent re de Re cherches de l'Inst itut d 'Etu des Hisp an iq ues, 1965, (Tr. españ o la, Barcelona, Ed. Pen ínsu la, 1978); SA LA S, A lberto M., Tres cro nist as de Indi as, México , F. C. E., 1959; W EINB ER G, G., p ró lo go a Brevísi ma Relaci ón d e la Destrucción d e la s In dias, de Fray B. d e la s Ca sa s, Bu enos A ires, Eu deb a, 1966; LOSA DA , Án gel, Apol ogía (te xto in éd ito d e la pu gna ent re Gin es de Sepú lv ed a y Bart o lo mé de las Casas , en lat ín y castellano ), M ad rid , Ed ito ra Nacion al, 1965; LO SA DA , Ángel, Fray Ba rtol o mé de l as Ca sa s, a la lu z de la moderna criti ca hi s tórica , Mad rid, ED. Tecnos, 1970; Estu dio s sob re fra y Ba rto lo mé de la s Ca sa s, pub licación d e la Un ivers idad de Sev illa con la co labo ració n de qu in ce especialistas , Sev illa, N ° 24, 1974; A ND R E- VIN C ENT, Ph . 1., Las Ca sa s apot re des i n diens, foi et liberati on , Paris, ED. Nouv elle Au ro re, 1975. Tal v ez la so la excep ció n en el trata mient o de fray Barto lo mé sea el lib ro d e don Ramón M enéndez Pidal, El Pa dre Las Ca sa s, su do ble person alida d, Mad rid, 1963, -flanqu ead o por 1os de Lev illier y A lonso Zamo ra Vicente -, qu e 1o s itú a en el terreno d e la psicop ato ló g ía, firme men te reb at ido po r los cit ados h ispan ist as, españo les y ext ran jeros . Ve especialmente el p untu al anális is d e M . Gi mén ez Fern ánd ez, en Anal es d e la Uni versidad Hi sp alen se, XXI V, Sev illa, 1964.

Índice de la Obra

180

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.