EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD EN LA TRANSICIÓN

EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD EN LA TRANSICIÓN 119 EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD EN LA TRANSICIÓN Rafael Puyol Ex Rector de la Universidad Complutense de

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EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD EN LA TRANSICIÓN Rafael Puyol Ex Rector de la Universidad Complutense de Madrid. Catedrático de Geografía Humana.∗

Para aproximarme a la cuestión considero inevitable un pequeño preámbulo que ayudará a entender el papel que jugó la Universidad en el proceso de Transición Española, que no brotó de la nada sino que es la consecuencia de algunos acontecimientos previos. ¿Cuántos años tardó el automóvil en sustituir al coche de caballos? De golpe sólo se presentan los terremotos. Y la Transición, para bien de nuestra sociedad, lejos de ser un suceso sísmico, fue el desenlace feliz de sus propios antecedentes. Tal vez el año en que se produce una inflexión en la vida universitaria después del trauma de la guerra civil fue 1956. España acababa de entrar en la ONU, Sánchez Ferlosio ganó el premio Nadal con El Jarama, murieron Bertolt Brecht, Juan Negrín y Pío Baroja, y se produjo el alzamiento _______________________________________________________ ∗

Jornada de Madrid. 9 de diciembre de 2002.

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popular en Hungría contra el régimen estalinista. Nada de esto está traído por los pelos, porque estoy convencido de que de una u otra forma, y en mayor o menor medida, todos estos sucesos y acontecimientos influyeron como afluentes necesarios del río principal de la Historia en lo que, a continuación, paso a recordarles. En 1956, tras los desórdenes producidos en la Universidad, se detuvo a Ridruejo, Sánchez-Mazas, Ruiz Gallardón, Elorriaga, Múgica, Pradera y Tamames, entre otros. Este episodio marcó un antes y un después en la actitud de la Universidad y de buena parte de los universitarios en relación con el régimen político. Pocos años después, en 1965, la prohibición gubernativa para que se celebrase un ciclo de conferencias sobre la paz, en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, desencadenó la protesta estudiantil. El resultado fue la separación de sus cátedras de Aranguren, García Calvo, Aguilar Navarro y Montero Díaz que habían presidido asambleas y manifestaciones, y de Tierno Galván, acusado de incitar al desorden en una asamblea. Acercándonos, por lo tanto, al acontecimiento de la Transición española podemos dejar sentado que es a partir de 1956 cuando empiezan a manifestarse los primeros síntomas serios de oposición al Gobierno desde la Universidad. Las protestas se fueron generalizando en los años sesenta. Aparecen pintadas, en las paredes de las facultades, siglas de estructuras políticas clandestinas de los universitarios de todas las ideologías. Se hacen habituales las cele-

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braciones de asambleas, concentraciones, huelgas y manifestaciones, que a veces terminaban en violentas batallas campales entre estudiantes y la fuerza pública. Por esas fechas son frecuentes los registros de la Policía en los locales de asociaciones de alumnos en busca de propaganda subversiva y se convirtió en práctica frecuente el cierre de facultades o la anticipación de periodos vacacionales. Normalmente mediaban las Juntas de Gobierno y las autoridades académicas en defensa de los alumnos detenidos. Hasta el cambio político de la siguiente década no se consiguió la normalidad académica y la vida universitaria estuvo caracterizada por los continuos desórdenes universitarios. En enero del 68 se cierra la Facultad de Económicas hasta el 1 de marzo, y se sanciona con pérdida de matrícula y exámenes de febrero a los 7.000 alumnos que acoge. También se clausuró la Facultad de Filosofía. La situación era tan grave que se creó un servicio especial de policía para actuar en la universidad y se anunció el nombramiento de un juez también especial. El protagonismo de la Universidad en la contestación al Régimen adquirió mayor dimensión precisamente por una ley del propio Régimen. Efectivamente, la Ley General de Educación de 1970 democratizó la enseñanza universitaria, que en la Ley de 1.943 aparecía con un sentido clasista. Esta ley y los importantes cambios económicos que se habían producido en España vinieron a justificar el rápido crecimiento del sistema universitario, que en 1965 no llega a los 250.000 alumnos y sólo diez años después superaba el medio millón. Ese rápido crecimiento fue aún mayor en la

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Universidad de Madrid, que en 1965 contaba con treinta mil alumnos, entre oficiales y libres, mientras que en 1975 la cifra de estudiantes de la Complutense ascendía ya a cien mil. De lo que les he contado hasta aquí quiero deducir dos cosas. La primera es que la Universidad está enfeudada a la historia; es decir, incardinada en ella. Pero esta afirmación no supone tanto un protagonismo especial o una determinación de los acontecimientos históricos, cuanto una singular sensibilidad para conectar con los procesos de cambio. Nuestras universidades han cumplido funciones sociales permanentes, si bien peculiares en cada sociedad, y han estado subordinadas a las exigencias de su sociedad, y entre ellas a las de orientar caminos practicables en las encrucijadas históricas. Esto ha sido especialmente cierto en los albores del siglo XX. Es entonces cuando empieza a predicarse la función del liderazgo intelectual y moral, de implicación en el entorno y en sus circunstancias históricas, como postuló Ortega en su célebre conferencia sobre la Misión de la Universidad en el Paraninfo de la Central, en el año 1930. Pero en el caso español se habla de la cuestión universitaria, al menos desde la segunda mitad del siglo XIX. Y no sólo se habla, sino que sufre: baste, si no, recordar la “Noche de San Daniel” en la que una revuelta estudiantil contra la prohibición de la libertad de cátedra por Orovio produjo varios muertos en Madrid. Desde la tercera década del XIX, la Universidad española se aleja de los postulados inmovi-

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listas o medievales que mantenía, por ejemplo, la Universidad de Cervera, que en carta al rey Fernando VII le decía: "Majestad: lejos de nosotros la funesta manía de pensar". Al contrario, la Universidad, por influjo del modelo alemán de Humboldt, empieza a interesarse no sólo por los progresos del conocimiento y sus requisitos, sino también por el cambio social. Pues bien, y ésta quiere ser la segunda conclusión de lo que les he venido contando, la época de la Historia de España en la que la Universidad ha jugado un papel más decisivo ha sido precisamente en la Transición hacia la democracia. El viaje hacia la democracia parece haber tenido entre nosotros un aire de inevitabilidad histórica, pero rara vez la Historia actúa sin que se la impulse a actuar y, por lo tanto, la conclusión afortunada de la Transición supuso un éxito de todos los que llevaron a España por ese camino. Y lo que hubiera podido tener de inevitable se debió, paradójicamente, a los éxitos económicos del tardofranquismo. Los dramáticos cambios económicos y consecuentemente sociales de los años setenta, habían producido una sociedad que se parecía a la de las sociedades democráticas de la Europa Occidental. El parecido estaba en que la autarquía del primer franquismo se había convertido —si bien con algunas adherencias del pasado— en una economía de mercado atada al sistema capitalista internacional, en el cual figuró en décimo lugar a finales de los años setenta. Ello supuso un cambio cultural y, aparece sobradamente documentado, que la implantación de la democracia requie-

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re un cambio cultural, una base cultural en la sociedad civil, la aceptación de una pluralidad de opiniones y la tolerancia de esas diferencias. Está claro que la sociedad civil de los años setenta no podía contentarse dentro de la camisa de fuerza del franquismo. Ésto lo sabía el ala reformista de la élite del Régimen y fueron algunos miembros de esa élite los que inventaron la estrategia del cambio. Es decir, que la transición a un sistema más liberal debía hacerse dentro y por las instituciones políticas de la legalidad vigente. ¿Por qué ofrecía la sociedad civil la base para una sociedad democrática? Todas las encuestas de finales de los setenta indican que la mayoría de los españoles quería un sistema político de tipo europeo. El énfasis en Europa era importante. España ha estado siempre dividida entre aquellos que la ven diferente de Europa, con sus características y valores propios, y aquellos que han visto en la europeización una solución a los problemas de España. En palabras de Ortega: "España es el problema. Europa es la solución". Esa conexión con Europa vino de la mano de la economía, pero también de la sensibilidad europeísta de buena parte de la Universidad española. El desenlace de la Guerra Civil y su falta de sintonía con los vencedores de la II Guerra Mundial pusieron a España fuera de Europa, y no sólo en el sentido estricto de excluirla de su ingreso en la CEE. Mientras algunos miembros destacados del gobierno —López Rodó, por ejemplo— visitaron la

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LSE (London School of Economics), Oxford, Harvard, etc., y eran partidarios de la entrada de España en el sistema capitalista internacional, por otro lado, el viejo eslogan "España es diferente" representaba la arrogancia frente al resto del mundo. De esa indiferencia hacia Europa no participaba la Universidad. Con todo esto vengo a concluir que la Universidad estaba del lado de Europa, como lo había venido estando desde la Restauración, y, por ello del lado de la democracia y, por lo tanto, impulsando el cambio de Régimen; pero no fue tan decisiva como pudiera parecer, o como nos gusta creer a los universitarios. El cambio fue el producto de un pacto entre las élites reformistas del Régimen y las fuerzas de la oposición. Ahora bien, cierto es que, en el interior, esas fuerzas de oposición tuvieron su caballo de Troya en la Universidad, como ya se sabía y se evidenció, por ejemplo, en el concierto de Raimon en las Facultades de Políticas y Sociología de la Complutense. Mi precipitada conclusión a esta precipitada exposición es que nunca, como en la Transición, la Universidad tuvo un protagonismo y una influencia mayor en el devenir de la historia de España. Pero siendo esto difícilmente cuestionable, justo es recordar que los verdaderos protagonistas de la transición fueron los reformistas del Régimen y unas clases obreras, y su articulación política y sindical, que habían renunciado a reemplazar a la sociedad capitalista y optaron por negociar condiciones de mejora dentro ella. Así se pro-

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dujo el milagro de una Transición que suscitó la admiración en la opinión pública de todo el mundo.

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