EL SÌMBOLO DE LA FUENTE EN ANTONIO MACHADO 1. Juan Merchán Alcalá

EL SÌMBOLO DE LA FUENTE EN ANTONIO MACHADO1 Juan Merchán Alcalá Atendiendo a los símbolos que utiliza, la poesía de Antonio Machado puede dividirse c

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EL SÌMBOLO DE LA FUENTE EN ANTONIO MACHADO1 Juan Merchán Alcalá

Atendiendo a los símbolos que utiliza, la poesía de Antonio Machado puede dividirse claramente en dos partes. En sus dos primeros libros, Soledades (1903) y Soledades. Galerías. Otros poemas (1907), sus preocupaciones como hombre y como pensador están centradas en los conceptos de vida y de naturaleza; en el fondo de la mayoría de los poemas de esta etapa late la discusión que está manteniendo con las ideas de Nietzsche y de Bergson; la fuente, como símbolo de la vida y del presente eterno de la naturaleza, se constituye en el eje simbólico del universo poético de Antonio Machado. Más tarde, a partir del libro Campos de Castilla (1912) su atención se desvía hacia el concepto central de “existencia humana individual”, los contenidos de sus poemas y de sus proverbios y cantares se acercan a las ideas que luego, en 1927, llevaría Martín Heidegger a su obra fundamental, El ser y el tiempo; en este etapa, porque con él alude claramente al existir humano, el del mar se convierte en el símbolo más importante de su poesía. Desde hace tiempo, algunos críticos han señalado la importancia fundamental que la fuente y el parque adquieren en la obra de Verlaine, y han querido, a partir de ahí, establecer una relación entre el poeta francés y Antonio Machado. Pero Javier Gómez Montero ya dejó claro que en la poesía del primero los parques, las fuentes o las glorietas son sólo motivos escénicos que contribuyen a la creación de una atmósfera poética impresionista de intimismo y melancolía; y, Machado, yendo más allá, los utiliza para introducir en esa atmósfera sus preocupaciones filosóficas y vitales, y eleva así a la categoría de símbolo existencial lo que antes era un puro elemento paisajístico2. Así que ninguna luz arrojaría sobre nuestras dudas la indagación en la obra de Verlaine: en su fuente no hay nada que necesite una interpretación. Queriendo llegar hasta el significado concreto que posee el símbolo en la poesía de Machado, algunos de sus comentaristas han dirigido la atención hacia aspectos de la personalidad y de la vida íntima del autor; otros, en cambio, hacia consideraciones generales de carácter mítico. Los primeros coinciden en general con la postura de C.G. Jung, para quien la fuente simboliza el ánima personal interna que genera toda la actividad espiritual, y que aparece sobre todo cuando la vida personal pasa por una fase de decaimiento y depresión 3. Así, por ejemplo, J.M. Aguirre asegura que la fuente en la poesía de Machado tiene que ver con el amor frustrado; y argumenta que, desde siempre, tanto en la poesía culta como en la popular, desde el viejo romance de Fonte Frida hasta el modernismo, la fuente ha estado relacionada con el amor; y en Machado, al ser el amor algo inaccesible, una felicidad inalcanzable, simboliza una existencia vacía, insustancial4. Sin embargo, Aguirre no podría explicar de ningún modo con su interpretación que la fuente, sobre todo en los poemas más tempranos, aparezca casi siempre dando muestras de alegría y riendo, una actitud poco acorde con el sentimiento de frustración que, según su parecer, el poeta quiere expresar. 1

Este artículo reproduce, con ligeras variaciones, lo que aparece en nuestra tesis doctoral inédita, Juan Merchán Alcalá, Un canto de frontera. La lógica poética de Antonio Machado, Universidad de Almería, 2003, pp. 55-67 (http://juanmerchanalcala.wordpress.com/2011/11/05/un-canto-de-frontera-la-logica-poetica-de-antonio-Machadotesis-doctoral/) 2 Véase J. GÓMEZ MONTERO, “La recepción de la poesía francesa contemporánea en Soledades. Galerías. Otros poemas (Una revisión bajo el enfoque de la intertextualidad)”, en VV. AA., Antonio Machado hoy, Actas del Congreso Internacional conmemorativo del cincuentenario de la muerte de Antonio Machado, t. III, Alfar, Sevilla, 1990, pp. 9-28. 3 Véase J. E. CIRLOT, Diccionario de símbolos, Labor, Barcelona, 1994, 10ª ed., [1ª ed., 1988], pp. 211-212. 4 Véase J. M. AGUIRRE, Antonio Machado, poeta simbolista, Taurus, Madrid, 1982, 2ª ed. [1ª ed., 973], p. 297.

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En la interpretación que propone Domingo Ynduráin, la fuente encierra un misterio que puede ser desvelado, el de la vida; para eso el poeta habla con ella en algunos poemas, para intentar descubrir el misterio; pero fracasa en su intento y finalmente se ve obligado a desistir; admitido ya el fracaso, la fuente pasará a simbolizar la parte de la mente humana que guarda los espejismos, las creencias ilusionantes que presentan una falsa apariencia de realidad; así se explica el proceso desmitificador a que somete Machado su niñez como etapa tenida hasta ese momento por dorada5. Se trata de una interpretación a la que hay que reconocer un acierto indudable: el de relacionar el símbolo con la vida; pero no especifica si se trata de la vida en general, de la vida del ser humano individual o, incluso, de la vida concreta del propio autor. Por otra parte, hay poemas en los que da la impresión de que el yo que dialoga con la fuente ha comprendido con toda exactitud el misterio que encierra: Adiós para siempre, tu monotonía, fuente, es más amarga que la pena mía. (VI)6 Y por lo que a la niñez se refiere, los que aparecen siempre alegres son los niños que el poeta contempla en su caminar, no el niño que él mismo fue y que a veces recuerda; ése estaba desde un principio marcado por la angustia: La causa de esta angustia no consigo ni vagamente comprender siquiera, pero recuerdo y recordando digo: – Si, yo era niño, y tú, mi compañera. (LXXVII–I) Con matices diferentes, otros críticos han estado de acuerdo en considerar la fuente de Machado un símbolo de la vida humana, en concreto la del propio poeta; G. Brown, de una vida caracterizada por el tedio del presente y por el consuelo que el recuerdo del pasado proporciona7; Rafael Lapesa, de una vida monótona y hastiada8. Pero todas estas interpretaciones chocan con el mismo obstáculo: el de la extraña alegría que la fuente muestra en bastantes ocasiones. En apariencia, la interpretación que propone Aurora de Albornoz salva ese obstáculo. La fuente simboliza para ella una vida concreta que se encamina hacia la muerte y, por eso, a ratos aparece triste y a ratos, alegre9. Sin embargo, en el poema VI (“Tarde”), el yo poético que habla con la fuente se muestra triste y ella, en cambio, alegre, lo que quiere decir que ha de haber forzosamente alguna diferencia entre la vida del poeta y la de la fuente, que la fuente no puede ser un símbolo directo de esa vida: – No sé qué me dice tu copla riente de ensueños lejanos, hermana la fuente. (VI)

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Véase D. YNDURÁIN, Ideas recurrentes en Antonio Machado, Turner, Madrid, 1975, p. 182. Citamos los poemas de Antonio Machado con los números romanos que aparecen en todas las ediciones de poesías completas. Nosotros hemos utilizado concretamente la de Oreste Macrì, Poesía y prosa (1893-1936), 4 t., Espasa-Calpe, Madrid, 1989. 7 Véase G. BROWN Historia de la literatura española, 6: El siglo XX, tr. de Carlos Puyol, Ariel, Barcelona, 1981, 9ª ed. [1ª ed., en inglés, 1971; 1ª ed. en español, 1974], p. 120. 8 Véase R. LAPESA,“Sobre algunos símbolos en la poesía de Antonio Machado”, en F. López (ed.), En torno a Antonio Machado, Júcar, Madrid, 1989, pp. 55-115 [publicado originalmente en Cuadernos Hispanoamericanos, CII, 304-307, 10-12-1975, 1/1976, 2 t., pp. 386-431], p. 62. 9 Véase A. de ALBORNOZ, La presencia de Miguel de Unamuno en Antonio Machado, Gredos, Madrid, 1968, p. 164. 6

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La otra línea interpretativa tiende a relacionar la fuente no con la vida particular del poeta sino con la vida en general. En ella se sitúa Bernard Sesé, que propone una solución muy interesante, de carácter metafísico, centrada en el poema de “Los cantos de los niños”. Fija sobre todo su atención en el hecho de que la fuente brote de las profundidades de la tierra: del mismo modo que la fuente comunica con esas profundidades, comunica el alma infantil con lo profundo del ser10. Pero Sesé no explica de ningún modo qué contenido concreto tiene ese ser del que habla. Y es precisamente ahí donde está situada la cuestión que nos interesara aclarar. La interpretación más acertada, a nuestro entender, nos la proporcionó Dámaso Alonso, al afirmar que la fuente de Machado simboliza la vida en general, el continuo fluir de la naturaleza, la existencia que no tiene en cuenta el dolor11. Y, sin embargo, tampoco podemos considerarla totalmente exacta, como veremos en lo que sigue: Machado, a lo largo de su actividad poética, procedió con la palabra fuente del mismo modo que con otras palabras, como sombra, camino, jardín, plaza, sueño, mar o espejo, todas fundamentales en la conformación de su mundo poético. Algunas veces, la palabra alude a una fuente determinada con la que el poeta ha estado en contacto en algún momento de su vida. Por ejemplo, la fuente del patio del palacio de las Dueñas de Sevilla, residencia familiar durante la primera infancia: Esta luz de Sevilla... Es el palacio donde nací, con su rumor de fuente. (CLXV- IV) O aquella fuente de la plaza de Soria, con sus cuatro acacias, cuyo rumor oía desde la habitación que ocupaba en la pensión de sus futuros suegros: La fuente y las cuatro acacias en flor de la plazoleta. (CLIX-VII) O el hontanar donde el Duero nace: hacia la fuente del Duero, mi corazón ¡Soria pura! se tornaba [...] (CLVIII-VII) Estos ejemplos se han tomado del libro Nuevas canciones (1924) y en ellos la palabra sólo presenta el significado más habitual, el que podemos encontrar en cualquier diccionario; aquí la fuente es el manantial de agua que brota de la tierra y la construcción que permite que el agua salga por uno o más caños. No hay por qué buscar valores añadidos, aunque siempre, para todos los seres humanos de todas las culturas, en el fondo de la palabra, por muy concreta que sea la fuente a la que se refiera, late el otro significado, el simbólico: la fuente es la vida. Se matice ese significado de una forma o de otra, siempre está implícito en todas las fuentes de Machado. Menos concretas, pero igual de reales, son algunas fuentes que aparecen en Campos de Castilla (1912), como aquella de “La tierra de Alvargonzález”, junto a la cual los dos hijos matan al padre:

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Véase B. SESÉ, Antonio Machado (1875-1939). El hombre. El poeta. El pensador I, trad. de Soledad García Mouton, Gredos, Madrid, 1980, p. 111. 11 Véase D. ALONSO, Poetas españoles contemporáneos, Gredos, Madrid, 1988, 3ª ed. [1ª ed., 1954], p. 136.

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A la vera de la fuente quedó Alvargonzález muerto. (CXIV) O la que acompaña a la palmera, en el oasis del desierto, cuando compara este árbol con la severa encina castellana en el poema “Las encinas”: La palmera es el desierto, el sol y la lejanía: la sed; una fuente fría soñada en el campo yerto (CIII) También son reales, aunque inconcretas, otras que aparecen en Nuevas canciones, como la del poema “Olivo del camino”, que mitiga la sed del árbol solitario: sin caricia de mano labradora que limpie tu ramaje, y por olvido, viejo olivo, del hacha leñadora, ¡cuán bello estás junto a la fuente erguido! (CLIII) Y la única de las “Poesías de la Guerra”, en “El crimen fue en Granada”: Labrad, amigos, de piedra y sueño, en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua,... (S.LXV) Pero, como decimos, al significado más denotativo de la palabra siempre le ha acompañado en la lengua española otro de carácter simbólico: la fuente es la vida. Entre los dos significados existe una relación natural: el agua es el componente esencial de la vida, sin ella la vida no existiría. Por eso Machado no tiene reparo alguno en hacer explícito ese valor simbólico en un poema de Campos de Castilla, el de “Los olivos”: Nosotros enturbiamos la fuente de la vida, el sol primero (CXXXII) También pertenece al lenguaje habitual la fuente mítica de la eterna juventud, que aparece en el poema dedicado “A la muerte de Rubén Darío” en Campos de Castilla: ¿Te han herido buscando la soñada Florida, la fuente de la eterna juventud, capitán? (CXLVIII) En Soledades y en SGOP el significado de la palabra se hace más misterioso y se aleja del habitual. Para aclararlo lo mejor es recurrir a un poema que apareció primero en la revista Electra, el día 30 de marzo de 1901, que formó parte con algunas modificaciones de la primera edición de Soledades y que luego Machado no incluiría ya ni en las ediciones siguientes del libro ni en las recopilaciones antológicas o de poesías completas de su obra. Nos estamos refiriendo al que lleva como título concreto “La fuente”. El poeta describe una composición escultórica ejecutada en mármol, en la que desde la boca de un dragón resbala el agua, antes de caer en la taza, sobre la espalda desnuda de un titán; el gesto del titán es de abatimiento y pesadumbre: tiene la frente arrugada e inclinada sobre el pecho; en cambio, lo 4

característico del agua es la risa, lo erótico y lo frívolo: Desde la boca de un dragón caía en la espalda desnuda del Mármol del Dolor –soñada en piedra contorsión ceñuda– la carcajada fría del agua, que a la pila descendía con un frívolo, erótico rumor. De una forma directa se dice que la fuente encierra un misterio, que el agua y el mármol simbolizan dos realidades distintas y que cada una de ellas está relacionada con una forma de eternidad: Misterio de la fuente, en ti las horas sus redes tejen de invisible hiedra; cautivo en ti mil tardes soñadoras el símbolo adoré de agua y piedra. Aún no comprendo el mágico sonido del agua ni del mármol silencioso el cejijunto gesto contorcido y el éxtasis convulso y doloroso. Pero una doble eternidad presiento que en el mármol calla y en cristal murmura alegre copla equívoca y lamento de una infinita y bárbara tortura. (S. I) Ricardo Gullón vio en el mármol lo inmutable, y en el agua lo que no cesa: dos formas distintas de eternidad12. Pero lo que de verdad importa averiguar es a qué se refiere Machado con lo inmutable y a qué con lo que no cesa. Y para ello convendría situar el poema en el ambiente ideológico en el que Machado se está moviendo en esos momentos. El agua surge de la boca del dragón y cae sobre una forma humana, también de mármol, la del titán. La fuente, en realidad, es el mármol de donde el agua brota; es preciso diferenciarla del agua misma y simboliza el Uno primordial del que habla Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, es decir, el ser, entendido como la fuerza interna de la naturaleza, lo que provoca el nacimiento, el surgir, de todas las formas individuales de la vida, de las individuaciones, como las llama Nietzsche. El Uno no tiene forma y es inmutable, siempre permanece lo mismo; pero sólo “es”, sólo se muestra, en las individuaciones: no tiene existencia fuera de ellas; dicho de otra forma: el ser es el ser de los entes, de los fenómenos. El agua de la fuente, en cambio, es el símbolo de los fenómenos, de las individuaciones surgidas del desgarro de la Unidad primordial, lo que no cesa, lo que continuamente está cambiando, el fluir incesante de todos los seres naturales desde su nacimiento hacia su muerte, hacia su reintegración a lo informe, al caos, a lo inmutable, al ser13. El titán, como todos los titanes, es en parte humano, es decir, mortal, y en parte divino, es decir, eterno14; es de mármol pero resbala por su espalda 12

Véase R. GULLÓN, Direcciones del modernismo, Alianza, Madrid, 1990 [1ª ed. en Gredos, 1964], p. 236. Véase F. NIETZSCHE, El nacimiento de la tragedia, tr. de Andrés Sánchez Pascual, Alianza, Madrid, 1981, 6ª ed. [1ª ed. en alemán, 1872; 1ª ed. en español, 1900]. 14 En uno de los episodios mitológicos relacionados con Dionisos, los titanes se apoderaron del pequeño dios, lo despedazaron, lo hirvieron y prepararon con él un banquete. Zeus, en castigo, los fulminó con su rayo y de las cenizas surgió la raza humana. Tanto los titanes como los humanos poseen, pues, una naturaleza terrestre y divina a la vez. Véase C. FALCÓN, E. FERNANDÉZ Y R. LÓPEZ, Diccionario de mitología clásica 2, Alianza, Madrid, 1985, 4ª ed. [1ª ed., 1980], p. 612. 13

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el agua. El titán de la mitología es ya, en sí mismo, un símbolo del ser humano: el hombre es el único ser que puede tener conciencia, a la vez, de la inmortalidad de la naturaleza, y, por lo tanto, de la inmortalidad de sí mismo como integrante de la fuerza eterna del Uno, y de la finitud de su propia forma individual. Ni siquiera los dioses, que no mueren nunca, poseen esa doble faz. Y ahí reside precisamente la tragedia humana, la “bárbara tortura”, y por eso “el ceño del titán se entenebrece” y su cabeza se inclina apesadumbrada. La fuente, pues, no es un símbolo de la vida individual del poeta, como quieren Aguirre, Brown, Lapesa o Aurora de Albornoz. Se encierra en ella el misterio de la vida, como dice Ynduráin, pero no es cierto que el poeta no lo entienda; sus palabras al respecto son sólo una figura retórica: Aún no comprendo el mágico sonido ............................................................ Pero una doble eternidad presiento... No simboliza el fluir incesante de las individuaciones de la vida, ese significado que le atribuyó Dámaso Alonso; ni tampoco comunica con el ser porque surja de las profundidades de la tierra, según la interpretación que de ella hizo Bernard Sesé. En realidad la fuente es el ser. No las individuaciones, los fenómenos, sino el Uno primordial. Y se trata de una idea que, como algunas otras de Nietzsche, tiene orígenes míticos. Porque en las tradiciones de muchas culturas, de oriente y occidente, ligadas todas a los ciclos agrarios, aparece, en el principio de los tiempos, un paraíso que luego el hombre perdería; en su centro había una fuente octogonal o circular, de la que partían, en la dirección de cada uno de los puntos cardinales, cuatro caudalosos ríos. Esta fuente mítica simbolizaba el origen de la fuerza vital, del hombre y de todas las sustancias de la naturaleza15. Cuando la fuente de la poesía de Machado presenta este significado, aparece siempre relacionada con la risa y con la alegría. Ella o el agua que de ella brota: Caía al claro rebosar riente de la taza, y cayendo, diluía en la planicie muda de la fuente la risa de sus ondas de ironía. (S. I) Me dijo el agua clara que reía, bajo el sol, sobre el mármol de la fuente: .................................................................. Mi destino es reír: sobre la tierra yo soy la eterna risa del camino. (S. III) Las fuentes melancólicas cantaban. El agua un tenue sollozar riente en las alegres gárgolas ponía... (S. X) [...]Y del lejano jardín escucho un sollozar riente: trémula voz del agua que borbota alegre de la gárgola en la fuente, entre verdes evónimos ignota. (S. XII) 15

Véase J-E. CIRLOT, op. cit., p. 211-21.

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– No sé qué me dice tu copla riente de ensueños lejanos, hermana la fuente. Yo sé que tu claro cristal de alegría [...] (VI) y en mi triste alcoba penetró el oriente en canto de alondra, en risa de fuente en suave perfume de flora temprana. (XLIII) [...] El agua de la fuente de piedra no cesa de reír sobre la concha blanca. (LI) En todos los casos se trata de poemas escritos antes de 1907, y publicados en Soledades o SGOP. Y sólo podremos entender el significado de esas extrañas risas y alegrías si las ponemos en relación con el problema de la verdad, tal como se planteó en los finales del siglo XIX. Durante todo ese siglo, el hombre había mantenido la esperanza de que la razón le daría en el futuro una explicación satisfactoria del mundo. Cuando Hegel dijo aquello de que todo lo real es racional estaba manifestando su convicción de que en el devenir del mundo había una lógica interna a la que la razón humana podía acceder. Pero cada uno de los caminos que el esfuerzo inteligente del hombre fue abriendo descubría ante sí la existencia de múltiples ramificaciones nuevas; la especialización científica se hizo absolutamente necesaria; la esperanza de alcanzar una verdad global se fue poco a poco desvaneciendo. Teorías como las de Einstein o acontecimientos como la primera de las guerras mundiales vinieron a demostrar que el mundo no se comportaba precisamente como la razón quería. Se llegó incluso a sospechar que toda la teoría física era sólo una pura construcción del espíritu, sin ningún soporte real16. La razón quedó desacreditada como instrumento fiable en la búsqueda de la verdad. La vida no se dejaba reducir a fórmulas científicas; las pequeñas verdades que el sabio conseguía con gran esfuerzo eran sólo gotas insignificantes en el gran torrente de la vida inabarcable. Nietzsche dijo que no existe verdad objetiva alguna, que la verdad misma era una construcción del hombre, una más de sus Ideas17; que el único conocimiento posible reside en la experiencia vital, en la vida vivida con plenitud, en la acción 18. Y según R.M. Albérès, lo que se buscaba en la “vida”, en esos parajes adonde la razón no podía llegar, recibió, en ese tiempo, un nombre tomado del vocabulario religioso: eso era “la alegría”: Lo que así se buscaba en las tierras vírgenes fuera de los caminos de la razón se llamó en principio la alegría. Esta palabra no había tenido sentido preciso hasta entonces más que en el lenguaje de la piedad 16

“Operamos mediante cantidades de cosas inexistentes, líneas, superficies, cuerpos, átomos, tiempos, espacios divisibles – ¿cómo podríamos explicar, si hacemos de todo una representación, nuestra representación? Basta considerar la ciencia como una humanización relativamente fiel de las cosas”, F. NIETZSCHE, La gaya ciencia, M.E., Madrid, 1994 [1ª ed. en alemán, 1882; 1ª ed. en español, 1905], p. 132. 17 “[...] la vida necesita ilusiones, es decir, no-verdades tenidas por verdades. La vida necesita creer en la verdad, pero luego es suficiente la ilusión, es decir, las „verdades‟ dan pruebas de sí por sus efectos, no por pruebas lógicas; las pruebas de las son las pruebas de la fuerza. Para nosotros valen como idénticas las cosas verdaderas y las cosas eficaces, también en esto nos inclinamos ante la fuerza”, F. NIETZSCHE, Consideraciones intempestivas I, tr. de Andrés Sánchez Pascual, Alianza, Madrid, 1997 [1ª ed. en alemán, 1873], pp. 158-159. 18 Véase para este problema de la visión de la verdad a finales del siglo XIX R.-M- ALBÉRÈS, Panorama de las literaturas europeas (1900-1970), tr. de Lola Aguado, Al-borak, Madrid, 1972 [1ª ed. en francés, 1969], pp. 19-33.

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religiosa. Y de la misma manera que con la palabra experiencia se traspone al misticismo literario un término científico, se tomó prestado ese otro término al vocabulario religioso.19 La fuente de Machado, en los poemas de esta época, simboliza el origen de la vida, el Uno primordial, Dionisos. Ella es “la alegría”. Del mismo modo que de la fuente brota el agua, brota de la alegría la risa. Por eso Machado relaciona en muchos poemas de esa época el agua con la risa. Más tarde, en los “Proverbios y cantares” de Nuevas canciones hizo que la fuente simbolizara el deseo insaciable y eterno, la esencia de la vida, la voluntad de poder de Nietzsche; las aguas simbolizan por su parte los placeres con los que se intenta saciar ese deseo; y el cantarillo roto, la imposibilidad de saciarlo: A la vera del camino hay una fuente de piedra, y un cantarillo de barro – glú, glú – que nadie se lleva. (CLXI –XIX) Adivina, adivinanza, que quieren decir la fuente, el cantarillo y el agua. (CLXI–XX) Antes había dicho, en una variante de la adivinanza: Entre las negras encinas Hay una fuente de piedra Y un cantarillo de barro Que nunca se llena. (CLIX–XIII) No se trata más que de una nueva formulación del concepto de Unidad primordial que la fuente había simbolizado anteriormente, y que ha sufrido el mismo cambio que sufrió en el propio Nietzsche. Pero debemos volver a la fuente de los primeros libros de Machado. Ese principio vital no sólo actúa y se hace presente en todas las cosas de alrededor; también, como es lógico, en el interior del poeta. Es a partir del propio dolor y del propio placer como, según Schopenhauer, llegamos al conocimiento de “la voluntad”, del desear eterno de la naturaleza20. No hay problema alguno para llamar a ese deseo “amor”. El amor, en los seres humanos, es, entre otras cosas pero fundamentalmente, la forma que adopta la fuerza vital de la naturaleza para perpetuar la especie. Cuando con la fuente alude Machado a la fuerza vital de toda la naturaleza, aparece siempre alegre y riente. El poeta forma parte del todo, es una manifestación más de la vida, y si al indagar en su interior siente que el deseo vital, el amor, está apagado, entonces la fuente y las aguas se muestran rodeadas de signos de tristeza y de connotaciones de muerte. Ocurre en Soledades: Las ascuas de un crepúsculo morado 19

Ibidem, p. 30. “Es un gran error llamar al dolor y al placer representaciones, pues no lo son. Son afecciones directas de la voluntad, manifestándose en su fenómeno, el cuerpo: [...] En fin el conocimiento que tengo de mi voluntad, aunque es directo, es inseparable del de mi cuerpo. [...] el cuerpo es condición para el conocimiento de la voluntad. Sin el cuerpo ni aun se la puede concebir”, A. SCHOPENHAUER, El mundo como voluntad y representación I, Orbis, Barcelona, 1985 [1ª ed. en alemán, 1819]. Esta edición reproduce la que La España Moderna preparó en el siglo pasado, según se indica en la p. 8 de II, pp. 102-103. 20

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detrás del negro cipresal humean... En la glorieta en sombra está la fuente con su alado y desnudo Amor de piedra, que sueña mudo. En la marmórea taza reposa el agua muerta. (XXXII) Pero Dionisos cumple también una función muy importante en el proceso de creación poética. El poeta, como querían Nietzsche y Bergson, ha de realizar un viaje hacia el interior de sí mismo, para sentir el impulso vital, para sentir a Dionisos, que, en un sueño, le proporcionará las imágenes simbólicas necesarias para que pueda en las canciones expresar su verdad, la verdad de la naturaleza, de la vida y de la muerte. Uno de esos símbolos, el principal esta etapa de la poesía de Machado, es el de la fuente, que representa esa Unidad primordial. Si en algún poema, la fuente no canta, está muda, ello quiere decir que la introspección por las galerías del alma no ha surtido efecto, que Dionisos no ha hablado 21. El poeta, entonces, no puede hacer otra cosa que llorar, o esperar: Hoy buscarás en vano a tu dolor consuelo. Lleváronse las hadas el lino de tus sueños. está la fuente muda y está marchito el huerto. Hoy sólo quedan lágrimas para llorar. No hay que llorar, ¡silencio! (LXIX) Los árboles conservan verdes aún las copas, pero del verde mustio de las marchitas frondas. El agua de la fuente, sobre la piedra tosca y de verde cubierta, resbala silenciosa. Arrastra el viento algunas amarillentas hojas. ¡El viento de la tarde sobre la tierra en sombra! (XC) En uno de los poemas incluidos en De un Cancionero apócrifo [1924-1936], “Al gran Pleno o Conciencia integral”, en esos momentos finales de su quehacer poético en los que la naturaleza simbólica de su poesía vuelve otra vez a mostrarse con toda nitidez, la fuente simboliza de nuevo la conciencia poética. Cuando el poeta logra ver el mundo a través de la venda de la conciencia racional, engañosa pero necesaria, y comienza a actuar la otra conciencia, la que Abel Martín llama poética, mágica o divina, no hay ya reflexión, el mundo aparece nuevo ante sus ojos; no son ya sus imágenes trasuntos falsos, conceptos, disfraces, de las cosas, sino intuiciones directas del ser, de la verdad; la conciencia deja de ser espejo y se 21

Acierta Luz C. RODRÍGUEZ cuando dice que “la fuente y su agua representan la inspiración genuina de Antonio Machado”, pero sólo si se toma como un significado añadido al fundamental, no como un significado primario (“El simbolismo de la fuente y el agua en la poesía de Antonio Machado”, Hispanic Journal V, 1984, p. 139.).

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vuelve fuente22: Que en su estatua el alto Cero –mármol frío, ceño austero y una mano en la mejilla–, del gran remanso del río, medite, eterno, en la orilla, y haya gloria eternamente. Y lo lógica divina que imagina pero nunca imagen miente –no hay espejo; todo es fuente–; diga: sea cuanto es, y que se vea cuanto ve. [...] Borra las formas del cero, torna a ver, brotando de su venero, las vivas aguas del ser. (CLXVII-XVI) Y existe todavía un significado más asociado a la fuente, el más espiritual de todos. En los años de su estancia en Baeza (1912-1919) Machado recibió con fuerza el influjo de la obra de Unamuno. Como éste identificó la fe religiosa con el amor en Del sentimiento trágico de la vida23; y como Santa Teresa había simbolizado antes la fe con la figura de la fuente, por esos años en la poesía de Machado aparece la fuente como símbolo del amor y de la fe al mismo tiempo: Yo he de hacerte, mi Dios, cual tú me hiciste, y para darte el alma que me diste en mí te he de crear. Que el puro río 22

Resulta extraño que en la más reciente antología, polémica como todas, de la poesía reciente hecha en lengua española, uno de los más importantes poetas antologados, Octavio Paz, manifieste una visión del misterio poético muy parecida a la de Machado, y, sin embargo, se tome como precedente de esa poesía a Juan Ramón Jiménez. Véase este fragmento de su poema “Himno entre ruinas” (Eduardo MILÁN, Andrés SÁNCHEZ ROBAYNA, José Ángel VALENTE y Blanca VARELA, Las ínsulas extrañas. Antología de poesía en lengua española (1950-2000), Galaxia Gutenberg-Círculo de lectores, Barcelona, 2002, p. 219) ¡Día, redondo día, luminosa naranja de veinticuatro gajos, todos atravesados por una misma y amarilla dulzura! La inteligencia al fin encarna, se reconcilian las dos mitades enemigas y la conciencia-espejo se licúa, vuelve a ser fuente, manantial de fábulas: Hombre, árbol de imágenes, palabras que son flores que son frutos que son actos. 23

“La fe crea, en cierto modo, su objeto. [...] Y se crea a Dios, es decir, se crea Dios a sí mismo en nosotros por la compasión, por el amor. Creer en Dios es amarle y tenerle con amor, y se empieza por amarle aun antes de conocerle, y amándole es como se acaba por verle y descubrirle en todo”, M. de UNAMUNO, Del sentimiento trágico de la vida, Espasa-Calpe, Madrid, 1980, 2ª ed. [1ª ed., 1912], p. 172.

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de caridad que fluye eternamente, fluya en mi corazón. ¡Seca, Dios mío, de una fe sin amor la turbia fuente! (CXXXVII-V) Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!, que una fontana fluía dentro de mi corazón. Di, ¡por qué acequia escondida, agua, vienes hacia mí, manantial de nueva vida de donde nunca bebí? (LIX) Manantial o monumento > origen de toda manifestación vital > deseo insaciable de la naturaleza > amor personal > conciencia poética > fe religiosa. Ése es el itinerario. Machado ha procedido con la fuente del mismo modo que procedió también con los principales símbolos de su poesía. Ha partido del significado habitual de la palabra, que hace referencia a una realidad material, tan material que a veces llega a alcanzar una concreción geográfica en Nuevas canciones. Pero asociado a ese valor puramente referencial aparece siempre otro simbólico que está avalado por la tradición: el significado de “vida”; pero matiza: no se trata de las manifestaciones de la vida, sino del origen de esas manifestaciones; es la fuente de la vida, y así aparece en Soledades, SGOP y Campos de Castilla. Cuando el concepto se ha delimitado con más claridad, y la fuerza vital aparece como “voluntad de poder”, la fuente pasa a significar el deseo siempre insatisfecho, que es la esencia de la vida; así aparece en Nuevas canciones. En el hombre concreto ese deseo, o esa fuerza vital, es el amor, motor de la creación material, y por eso a veces la fuente es símbolo del amor, que cuando falta, hace aparecer la vida como algo muerto. Sólo presenta ese significado en Soledades. Para otra creación, la poética, es imprescindible que el poeta sienta dentro de sí la fuerza vital, el ser; la fuente, entonces, en lugar de ser la fuente de la creación material, es la fuente de la creación poética. Con ese significado aparece en algunos poemas, de Soledades y De un cancionero apócrifo; allí, si el poeta no tiene voz es porque el contacto con el ser, con la verdad, no se ha producido. Y como la fe religiosa es también una forma de amor, la fuente se convierte, en algunos poemas añadidos a partir de 1912 a Campos de Castilla, en símbolo de esa nueva vida espiritual.

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