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UNA PROPUESTA PARA RECREAR EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DESDE LOS IMAGINARIOS SOCIALES DE LAS MUJERES ANTIOQUEÑAS EN EL PERÍODO COMPRENDIDO ENTRE 1810 Y 1819. LA MUJER, UN MEDIO Y UN FIN PARA EL PODER Elba Marcela Londoño Gutiérrez Alisson del Socorro Cossio Marín Responde a la pregunta 99: “¿Las mujeres participaron en las batallas de Independencia?” (Harold Eduardo Ríos Guerrero, Grado 9, Santa Rosa de Viterbo, Boyacá).
RESUMEN Este ensayo describe cómo el proceso de independencia colombiana ayuda a forjar un imaginario social sobre una élite regional como la antioqueña, considerada como especial en virtud de sus capacidades y “dotes” espirituales. En la consolidación de ese imaginario, las visiones de las mujeres antioqueñas sobre las batallas que llevaron a la independencia de lo que hoy conocemos como Colombia, se fueron construyendo de acuerdo a condiciones sociopolíticas, sostenidas desde la época de la Colonia. Básicamente, la pertenencia a una grupo, una élite que se perpetuaba en el poder por medio de alianzas de parentesco e imaginarios como la raza y el blanqueamiento. Esto contribuyó al afianzamiento de un imaginario del rol de la mujer como un medio y fin para acceder y mantener el poder y control de importantes espacios económicos y políticos.
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INTRODUCCIÓN En el marco de la celebración y conmemoración del Bicentenario de la Independencia, reconstruir las visiones de las mujeres de aquella época permite recrear los imaginarios sociales construidos en ese momento histórico. Ésta es una apuesta que articula, por un lado, la necesidad de pensar y analizar las realidades sociales desde nuevas categorías o perspectivas como la de género por el énfasis puesto en las relaciones entre hombres y mujeres a lo largo de la historia. Además, ofrece la posibilidad de recuperar la historia patria o el devenir de procesos históricos que han dado forma a la nación que hoy se sigue construyendo. La sociedad antioqueña en época de la colonia presenta ciertas características que se mantendrán hasta después de las batallas de la Independencia, como se describirá más adelante. El análisis permite sustentar que en los imaginarios sociales de las mujeres antioqueñas de la época, el proceso de independencia refuerza el rol de la mujer antioqueña como medio de una élite para llegar y mantener el poder, en donde el matrimonio, la raza y el blanqueamiento son los principales instrumentos. Este ensayo es el resultado de una investigación en el marco del Concurso Nuevos Investigadores: Proyectos sobre la Independencia, del Ministerio de Educación Nacional de Colombia. La investigación recoge visiones de las mujeres antioqueñas sobre las batallas que llevaron a nuestra independencia. El análisis se centró los criollos, por ser el grupo más significativo en cuanto a los procesos independentistas se refiere. Además, se considera pertinente estudiar a la población tomando como punto de partida el grupo al que pertenecía, según su procedencia, su estatus, buscando una reinterpretación desde los imaginarios que esa caracterización supone. Este proceso tuvo tres fases básicas: recolección, sistematización y análisis de la información. Inicialmente, aunque se proponía el análisis basado en fuentes primarias, tales como publicaciones de la época, periódicos y testimonios. Se presentaron dos dificultades: la poca disponibilidad de fuentes y la escasa información sobre la población femenina que dichas fuentes revelaban. Por lo tanto, se optó por dar mayor relevancia a fuentes secundarias como estudios y escritos sobre la época, en los cuales, desde diversos ámbitos, se abordan asuntos como la vida cotidiana, la organización social y cultural.
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ESTUDIOS DE GÉNERO. MÁS QUE ESTUDIOS SOBRE LAS MUJERES, ESTUDIOS SOBRE LA HUMANIDAD El uso de una categoría como género, que si bien es una categoría de análisis contemporánea, posibilita reflexionar sobre las realidades que se quiere analizar, desde una perspectiva diferenciadora de las formas como se han construido los imaginarios y roles sobre las mujeres y los hombres en una sociedad determinada. Esta categoría, junto a la de patriarcado, ha aparecido dentro de las teorías feministas como una forma de pensar asuntos olvidados o poco mencionados. El concepto de patriarcado por su parte, se va a detener en las formas de organización social y las relaciones que han predeterminado la opresión y dominación de hombres sobre mujeres, tratando de hallar los momentos y aspectos en los que se han adaptado dichas relaciones. Con el término patriarcado se describe cómo el poder acumulado en los varones, jefes, adultos, genera la exclusión de las mujeres. Gerda Lerner, una de las fundadoras de los estudios sobre la historia de las mujeres, define el patriarcado como la institucionalización del dominio masculino sobre mujeres y niños/as en la familia y la extensión del dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad en general [conlleva] que los hombres ostentan el poder en todas las instituciones importantes de la sociedad y que las mujeres son privadas de acceso a ese poder. No implica que las mujeres carezcan totalmente de poder ni que estén privadas de derechos, influencias y recursos (1990, p. 340-341). El concepto de patriarcado y el de género tienen una marca crítico-analítica dentro de la teoría feminista, en tanto que proponen una revisión y reinterpretación de la historia de las mujeres y la forma como ésta se cuenta o se ha dejado de contar. Al mismo tiempo, estos conceptos han permeado los discursos cotidianos y las prácticas de tipo político. Es decir, aunque las reflexiones se planteen en términos académicos, se han ido trasladando lo privado y lo público. Es el caso de los movimientos sociales que por medio de sus manifestaciones y expresiones buscan incidir en políticas públicas y generar procesos de concientización en la población en general. De una forma muy amplia, el concepto de género como categoría de análisis va a ocuparse de las formas como el sexo. En su sentido biológico o natural, va a ser construido de forma cultural y va a devenir en lo que se denomina como “género”, es decir, en palabras de Gayle Rubin, el sistema sexo/género es “el sistema de relaciones sociales que transforma la sexualidad biológica en productos de actividad humana y en el que se encuentran las resultantes necesidades sexuales históricamente específicas” (s.f., p. 97). Esta concepción permite comprender el cambio social a partir de las construcciones sociales resultado de esas relaciones o asociaciones entre los sujetos. Si bien, la definición del sistema sexo/género no logra abarcar la complejidad de las relaciones entre los seres humanos, constituye una buena herramienta para empezar a develar y reflexionar sobre las formas como se han desarrollado dichas relaciones. 3
En la misma lógica, las formas de organización social suelen ser aceptadas como algo natural en tanto se entendían como mandatos divinos o propios de la naturaleza humana, haciendo alusión a unas cualidades y características asignadas en interpretaciones sobre la “biología” humana, esto es, interpretaciones sobre la fisionomía. Sin embargo, cuando aparece el concepto de género y los consiguientes debates sobre lo que se considera natural. Cuando se cuestiona el determinismo biológico y sus bases, y cuando se analizan las relaciones sociales con base en procesos subjetivos que han determinado el devenir de las sociedades, puede afirmarse que el concepto género ha visibilizado aspectos de la realidad que se ocultaban en dogmas como la universalidad y la neutralidad. Lo anterior sucede con la diversidad sexual, homosexualidad y hermafrodismo, entre otros. Como ejemplo de lo anterior está la vida doméstica, que desde una interpretación biológica explica cómo las mujeres están mejor dotadas para el cuidado de los hijos, haciendo alusión a su capacidad reproductora. Tal capacidad se asocia con facultades de tipo afectivo que limitan su quehacer al cuidado y a la formación. Igualmente, al determinar a las mujeres a ciertos ámbitos o roles, se les excluye de otros como el laboral, la remuneración económica, el mundo académico y las esferas de poder, en tanto no tienen posibilidades reales de acceder al mismo. Esto se suma a los imaginarios colectivos que han permeado y configurado la visión sobre las mujeres, como por ejemplo suponer su incapacidad para dirigir una organización o un país, dado su “sentimentalismo” o falta de fuerza.
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LA HISTORIA DE LAS MUJERES, DE LOS HOMBRES; LA HISTORIA DE TODOS Y TODAS La exclusión u omisión del discurso de las mujeres, de sus percepciones y visiones, es una de las tesis de la que parte esta reflexión sobre la historia de la Independencia colombiana. Y es que, sobre las mujeres en específico, es difícil encontrar información que permita conocer sus discursos, palabras y percepciones sobre los hechos, acontecimientos o situaciones, para comprender de qué formas este sector de la población apreciaba lo que sucedía a su alrededor; de las mujeres conocemos lo que los otros hablaban por ellas, ya sea el juez, el escribano, el cronista, el artista: hombres-varones. En cuanto a los estudios de historia, como afirma Gisela Bock “[…] la historiografía tradicional ha excluido a las mujeres de la historia ‘universal’ o ‘general’, ora de manera involuntaria, ora dejándolas fuera de sus programas” (1991, p. 1). No significa esto que se piense en la historia de las mujeres, independiente o separada de la de los hombres-varones. Por el contrario, “[…] debemos reconocer que la historia general ha sido hasta el momento específica del varón, y que la historia de las mujeres debe considerarse tan general como la del ‘otro’ sexo” (p. 3). Del mismo modo, plantea necesario considerar que la historia de una mujer no es igual a la de otra mujer. Por lo tanto, “la conciencia de la alteridad, de la diferencia, de la desigualdad entre la historia femenina y la masculina ha venido a complementarse con una conciencia y un estudio histórico de la alteridad, de las diferencias, y de las desigualdades entre las propias mujeres” (p. 3). Uno de los aportes destacados por Gisela Bock, al unir la historia de los hombres-varones y las mujeres, es poder concebir a las mujeres como grupo sociocultural, esto es, como un sexo. “A consecuencia de ello, los hombres se hacen visibles como seres sexuales también, de modo que se ofrece una nueva perspectiva que ya no se centra exclusivamente en la mujer y los temas de la mujer, sino en todos los temas históricos” (p. 13). Ha sido tradición que la historia sea producto de los hombres-varones o de sus actuaciones. Pocas veces se encuentra el relato sobre la historia de mujeres y los asuntos que atañen directamente a sus vidas. Especialmente en la época que nos ocupa, los procesos de independencia se recuerdan específicamente en las batallas que llevaron a la misma; de éstas, lo que más se menciona son las formas de lucha, el número de hombres, las estrategias y tácticas de guerra, destacando los héroes de la patria y su coraje para enfrentarse al ejército español. Como lo afirma Bock, “muchas de las relaciones entre los hombres han sido objeto de escritos históricos, las que aparecen en la esfera política, militar, económica y cultural, y las que se dan entre parientes y amigos, pero en muy raras ocasiones han sido estudiadas como relaciones intragénero o en función de su impacto en las mujeres” (p. 15). La no aparición de la mujer a través de la historia puede entenderse desde valoraciones culturales. Sherry Ortner afirma que la subordinación femenina es una valoración cultural 5
presente, a su manera y en sus propios términos, en todas las culturas (1979, pp. 111-112). En la sustentación de esta afirmación, la autora plantea tres tipos de datos: 1) Elementos de la ideología cultural y declaraciones de los informadores que explícitamente desvalorizan a las mujeres concediéndoles, a ellas, a sus funciones, a sus tareas, a sus productos y a sus medios sociales, menos prestigio que el concedido a los hombres y a sus correlatos masculinos; 2) artificios simbólicos, como el atribuirles una cualidad contaminante, que debe interpretarse con el contenido implícito de una afirmación de inferioridad; y 3) los ordenamientos socio-estructurales que excluyen a la mujer de participar o tener contacto con determinadas esferas donde se supone que residen los poderes sociales. Estos tres tipos de datos pueden estar, desde luego, interrelacionados en cualquier sistema concreto, aunque esto no es necesario. Además, cualquiera de ellos bastaría para dejar sentada la inferioridad de la mujer en una cultura concreta. Por cualquiera de estas razones, afirma la autora, encontramos mujeres subordinadas a los hombres en todas las sociedades conocidas. Con respecto al dilema entre lo biológico y lo natural, afirma: “[…] todo comienza con el cuerpo y las naturales funciones procreadoras específicas de las mujeres. Podemos distinguir tres niveles en que este hecho fisiológico absoluto tiene significación para nuestro análisis: 1) El cuerpo y las funciones de la mujer, implicados durante más tiempo en la “vida de la especie”, parecen situarla en mayor proximidad a la naturaleza en comparación con la fisiología del hombre, que lo deja libre en mayor medida para emprender los planes de la cultura; 2) el cuerpo de la mujer y sus funciones la sitúan en roles sociales que a su vez se consideran situados por debajo de los del hombre en el proceso cultural; y 3) los roles sociales tradicionales de la mujer, impuestos como consecuencia de su cuerpo y de sus funciones, dan lugar a su vez a una estructura psíquica diferente que, al igual que su naturaleza fisiológica y sus roles sociales, se considera más próxima a la naturaleza” (p. 116). De esta forma, “el cuerpo de la mujer parece condenarla a la mera reproducción de la vida” mientras el macho, “al carecer de funciones naturales creativas, debe (o tiene la posibilidad de) afirmar su creatividad de modo exterior, ‘artificialmente’, a través del medio formado por la tecnología y los símbolos” (p. 116). Acorde con lo anterior, Gisela Bock afirma: 6
Una de las razones esenciales de la introducción del término ‘género’ en este amplio sentido y de su rápida difusión como sustituto de la palabra ‘sexo’ (al menos en inglés), ha sido la confirmación de que ‘la cuestión de la mujer’, la historia de las mujeres y los estudios de la mujer no pueden quedar reducidos al sexo como sinónimo de sexualidad, sino que deben abarcar todas las áreas de la sociedad, incluyendo sus propias estructuras. Por lo tanto, el concepto de género implica que la historia, en general, debe ser contemplada también como la historia de los sexos: como la historia del género (1991, pp. 6-7). El concepto género ha servido para hacer visibles aspectos de la realidad que solían permanecer ocultos dentro de los discursos o conceptos como neutro o universal, pues tradicionalmente se ha hablado de la historia de la humanidad contada por los hombres, y además hablada de la forma como ellos percibían los . Esto en parte puede entenderse desde los aportes de los estudios antropológicos que empiezan a cuestionar las formas predominantes en las explicaciones sobre la humanidad, basadas en el sujeto como centro del universo.
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LA SOCIEDAD ANTIOQUEÑA EN ÉPOCA DE LA COLONIA La pregunta por los impactos o percepciones de las mujeres antioqueñas sobre los procesos que llevaron a la Independencia, hace necesario indagar por las condiciones y características de esta población, antes de aquellas batallas y conflictos. Esto con el fin de identificar y analizar los posibles significados que en los imaginarios sociales pudiera construirse a partir de la experiencia de las mujeres desde su cotidianidad, sus roles y la forma como, de una u otra forma, se vieran involucradas en las mismas. De acuerdo con la profesora María Teresa Uribe, en la formación del pueblo antioqueño el parentesco fue un elemento clave que estructuró “[…] un conglomerado social distinto en sus orígenes e identificado con nuevos parámetros socio-culturales y económicos que marcaron con un sello propio la vida de la región” (Uribe & Álvarez, 1988, p. 51). Para la autora, la familia es el fundamento lógico de las redes parentales: Estas redes se anudan en torno a objetivos de control y dominación de conglomerados sociales amplios (regionales o locales), llegando a convertirse en verdaderos dispositivos de poder no institucionales ni formalizados, pero que logran no sólo ejercer y reproducir la dominación sino, también, generar procesos de consenso y dirección social que conducen a la legitimación política de un grupo social determinado (p. 52). En la descripción que hace la autora sobre el proceso de formación de élites, menciona la particularidad del poblamiento de la etnia blanca y la relación interétnica, en cuanto a la masculinidad característica de las migraciones hacia la región, pues los hombres que llegaban se unían con mujeres cuyas familias llevaban por lo menos una generación asentada en Antioquia. Con respecto al tema que nos interesa, la mujer, la profesora afirma que ésta era el puente entre las generaciones “[…] confluyendo en ella los intereses de las familias criollas por blanquearse, mediante la alianza con un español recién llegado, y el interés del recién llegado por enriquecerse, entrando a esa sociedad económica que fue la estructura parental en Antioquia” (p. 61). Como ejemplo se menciona el caso de diez españoles que se casaron con mujeres antioqueñas cuyas familias tenían al menos una generación de antigüedad en la provincia, pero que sus orígenes se remontaban a los primeros pobladores. En este estudio se va a afirmar a la mujer como “[…] el lugar de confluencia de intereses económicos, políticos y culturales, con una connotación: estos linajes matriarcales […] denotan una historia de dominación político-económica que llega hasta los orígenes del poblamiento de la etnia blanca” (p. 63). El matriarcado se convierte así en una condición para la permanencia de un poder tradicional, que es resultado de alianzas, las cuales ejemplifica para el caso de Antioquia: 8
Don Bernardo Martínez (español), el mayor importador de la Provincia y quien prácticamente monopolizó el mercado de Santa Fé de Antioquia, se casó en esta ciudad con doña Francisca Ferreiro, cuyo padre, español también, Don Antonio Ferreiro, fue dueño en 1705 de las minas de Buriticá, Maestro de Campo de la ciudad de Zaragoza y Familiar del Santo Oficio. El abuelo materno de Doña Francisca, Don Patricio Felipe Pérez, era español también y al parecer tuvo negocios florecientes en la minería en la región del occidente. Se trata, pues, de una fortuna amasada en la explotación de oro que llega a las manos del comerciante por la línea femenina y gracias a las alianzas con un tronco que se remonta a los viejos pobladores de la Provincia (pp. 64-65). Otro caso de alianzas donde se destaca el matrimonio con una mujer asentada en la ciudad de Medellín es el de Don Manuel Posada Berdalles, español llegado a principios del siglo XVIII, y Doña Gerónima Álvarez del Pino, quien provenía de una familia minera asentada en el Valle de Aburrá desde el siglo XVII. Esta familia explotó con cuadrillas de esclavos minas en Guarne y el Valle de los Osos y propiedades agrícolas en el Valle de Aburrá. Esta situación se repite prácticamente en todos los casos estudiados: fortunas amasadas en la minería y la explotación agrícola que pasan a manos de comerciantes españoles o criollos por las vías de la alianza con las hijas de los primeros (p. 66). Según lo analizado por la profesora, la élite preindependiente estaba formada por tres grupos, diferenciados en lo que tiene que ver con su origen territorial, su pertenencia étnica y sus ancestros o linajes: los españoles recién llegados, los criollos provenientes de familias establecidas desde antes en la provincia y los nuevos grupos o emergentes. Los españoles se caracterizaban por sus alianzas con ricas herederas, cuyos ancestros, siempre por la vía femenina, se remontan a los primeros pobladores blancos de la Provincia. Estos linajes matriarcales constituyen el puente entre generaciones y el canal de flujo para las fortunas conseguidas en la minería hacia la actividad comercial, poniendo de presente que la práctica de contraer alianzas con españoles recién llegados fue una constante a lo largo de tres siglos, que no se realiza únicamente por un interés económico en sentido estricto sino por un condicionamiento de orden cultural y político, que aquí hemos denominado el blanqueado (p. 71). En común con los criollos, los españoles van a tener como característica el recurso matriarcal para garantizar su pertenencia a la familia de los primeros fundadores y los requisitos de la pertenencia a una etnia, la blanca o la blanqueada, para participar en los círculos dominantes. De ahí que la profesora afirme que los conceptos de blancura y nobleza cumplieron un mismo papel tanto durante el virreinato como después de éste: 9
[…] los conceptos tradicionales de blancura y nobleza cumplieron idéntico papel de exclusión, y el poder, pensado como la capacidad de control y dominación de unos recursos dados y la apropiación privada de los beneficios sociales, estuvo en manos de un grupo muy restringido, que se reprodujo por la vía matriarcal desde la Colonia temprana hasta bien entrado el siglo XX (p. 80). En la misma línea, la profesora Guiomar Dueñas Vargas señala: Era a través de las relaciones endogámicas [el matrimonio entre primos fue la forma más común de enlace entre las élites a lo largo del siglo XIX] o las exogámicas, para consolidar fortunas o prestigio social, en donde las uniones entre letrados pobres con hijas de ricos hacendados o mineros aseguraba la consolidación del prestigio social y los dineros. El matrimonio entre primos y las alianzas entre iguales ampliaron el radio de acción de las élites, permitiendo la formación de redes de familias que por intermedio de los tentáculos del parentesco detentaron el control de los recursos naturales y de la vida política neogranadina en el siglo XIX. Cabe anotarse que este complejo entramado familiar de las élites fue más denso en la primera mitad del siglo que en las décadas posteriores (2004, pp. 104-105). De los estudios presentados, a grades rasgos, importa destacar el rol de la mujer dentro del sistema de alianzas y el matrimonio como instrumento para hacer efectivo dicho sistema. Es decir, el matrimonio era la forma como las élites transaban sus intereses, de tal forma que podían mantener durante largos períodos el poder y control de determinadas esferas, en especial, las comerciales y productivas. Del mismo modo, éste les posibilitaba a las mujeres, adquirir algún estatus, en cuanto ellas representaban la marca o garantía de la durabilidad del poder sobre dichas esferas: “[…] las mujeres contribuyeron, desde la periferia de la política, a moldear el mundo en que vivimos” (p. 103). Afirmar que contribuyeron desde la periferia a la política no es lo mismo que afirmar algún tipo de iniciativa, identidad o conciencia feminista en las mujeres de aquella época. Es pensar que las mujeres, al tener en sus facultades la de poder mantener la especie y la estirpe, paralelamente intervienen en las formas de reproducción de organizaciones sociales específicas; en este caso, en la sociedad antioqueña de élites con una mentalidad de acumulación y distribución sobre la riqueza y el poder, que va reforzarse con los procesos de independencia, pues éstos dan vía libre al grupo de criollos que, para el caso de Antioquia, finalmente construyen el imaginario ideal sobre los fundadores y pobladores de esta región. Las pocas mujeres antioqueñas que son mencionadas en época de la Independencia, incluso antes de los procesos independentistas, aparecen en relación a sus familias o esposo, en general haciendo alusión a estatus o linaje del cual provienen, o bien mencionando personajes destacados por su participación en la actividad minera. Pero más que la 10
participación, lo que se resalta es la propiedad de determinados bienes económicos, pertenencia a la élite o familia destacada en alguno de los momentos históricos de la provincia. Un común denominador en aquellas mujeres es el matrimonio, pues “[…] el acto del matrimonio era lo que cambiaba el estado civil de la mujer, sus derechos de propiedad, y con ello su situación formal en la sociedad” (León, 2005, p. 79). René De La Pedraja afirma: “Para la mayoría de las mujeres el matrimonio era el factor más importante en sus vidas ya sea porque les cambiaba su posición o porque les permitía conservar una situación ventajosa; y buena parte de los aspectos sociales de la vida de la mujer en la sociedad colonial estaban relacionados con esa institución” (1984, p. 200). De manera que el matrimonio constituía un imaginario sobre el cual, tanto hombresvarones como mujeres construían un rol específico de la mujer. Pero a diferencia de otros lugares, en Antioquia no prevalecía la mujer hogareña, decorosa y dedicada sólo al hogar. Éste era fundamentalmente un instrumento de poder, utilizado de forma estratégica para un fin común: poder y control de una élite sobre el grueso de la población.
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EL PROCESO DE INDEPENDENCIA Y LOS IMAGINARIOS SOCIALES DE LAS MUJERES ANTIOQUEÑAS De acuerdo con Jaime Sierra García (1989), la provincia de Antioquia contaba con unos cien mil habitantes. Con la Independencia, el principal cambio fue “la sustitución de un sistema colectivo de caza y pesca al cual estaban acostumbrados los indígenas por una economía privada de monoproducción y exportación del oro, acompañada de una incipiente producción agrícola de subsistencia que nacía alrededor de pequeños poblados” (Sierra, 1989, p. 1). Una de las principales características descritas por este autor es la desaparición de la población indígena generada por los procesos de mestizaje, tales como la mezcla con el negro. Esto sumado a que “muy reducidos estuvieron los matrimonios mestizos entre el conquistador español y la mujer indígena en el siglo XVI. La provincia antioqueña solamente recuerda el primer matrimonio mestizo del capitán Julián Gutiérrez con la india Isabel del Corral, a principios del siglo XVI (1532)” (p. 3). La escasez de indígenas en las tierras “altas y sanas” y la rápida desaparición después de la llegada de los españoles “[…] determinaron que en Antioquia no se asociara la tenencia de tierras, ni con sistemas de trabajo servil ni con el status señorial de los proletarios” (García Sierra, 1989). En la zona de Antioquia, el español tuvo que coger el cayado para mover la tierra y emplear los instrumentos de trabajo en la empresa minera con sus propias manos, pues el negro esclavo no fue suficiente para ella. No existió en Antioquia la fuerte clase feudal que en otras regiones colombianas pudo someter al indio sedentario para conformar relaciones de producción típicamente serviles, como ocurrió en Cundinamarca, Boyacá y Nariño” 1989). Del mismo modo, describe el autor, en la provincia antioqueña no hubo una presencia significativa de instituciones como el resguardo y la encomienda. “La República recuerda la institución del resguardo en el occidente de Antioquia, tal es el caso de presencia de éstos en Cañasgordas, Buriticá, Sabanalarga y Murrí. Aparecen uno que otro en La Estrella y en El Peñol, pero surgen más como organizaciones muertas que como agrupaciones de hombres” (1989). En este escrito va a aparecer la explicación de un fenómeno racial bajo la denominación de “raza antioqueña”, ligada a las características de una población que se pensaba con virtudes especiales gracias al espíritu público de su pueblo y sus capacidades para la administración económica de su población. “Al hombre antioqueño le ha tocado dominar un medio geográfico hostil, el mismo que ha modelado su personalidad y carácter” (1989). En Antioquia, al igual que otras regiones, las presiones de los criollos llevaron a la instalación de un congreso provisional de delegados de los cuatro cabildos de la provincia (Santa Fe de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla). En éste se decidió entregar el poder a una Junta Superior. Sin embargo, en 1815 los españoles reconquistaron la 12
provincia, y fue sólo hasta la Batalla de Boyacá cuando, derrotados los españoles, se logró recuperar la provincia, marcando, con la batalla de Chorros Blancos, el 12 de enero de 1820, la independencia de Antioquia. En términos de organización, por la época de la Independencia, […] se utilizaban los mecanismos tradicionales de la representación: las comunidades constituidas presentaban sus peticiones a las autoridades […]. También se puede constatar la permanencia, al menos hasta 1814, de la utilización de instrucciones o poderes que cada pueblo daba a su diputado. Sin embargo, la posibilidad de la representación de los pueblos aportaba ahora un ingrediente de ‘voluntariedad’ a los lazos existentes entre las ciudades capitales y las secundarias. Como lo declaraba la Junta de Antioquia, en adelante existían vínculos todavía más estrechos por este nuevo motivo (Restrepo, 2005, p.115) Con el manejo del poder por parte de los criollos, “la nueva clase insurgente empezó a figurar políticamente en la estructura municipal. Así aparecieron los cabildos, dominados por la élite criolla, dispuesta ésta a acometer su lucha libertadora contra la burocracia centralista española. Desde los cabildos municipales los criollos empezaron la lucha por la independencia” (p. 7). Sobre la mujer, el autor menciona el caso de la familia Castrillón. Ésta, por medio de su hija Ana, don Mateo y la familia mantuvieron por mucho tiempo la dirección del poder político. Esta mujer que algunos historiadores denominan la madre de la ganadería provincial, era una experta hembra en enamorar gobernadores y amansar terneros. Casó doña Ana en primeras nupcias con el gobernador Juan Gómez de Salazar, y las segundas nupcias las contrajo con el gobernador Francisco Montoya y Salazar, quien ordenó la fundación de una villa en el Valle de Aná, mandato que hubo de suspenderse por la Real Audiencia, debido a la franca oposición manifestada por gente de Santa Fe de Antioquia (p. 16). Igualmente se menciona a Javiera Londoño, destacada por su trabajo en la minería y por mencionar en su “testamento […] 1766, [donde] se mencionan las minas de Guarzo, pues algunas de ellas fueron otorgadas a los manumisos que había libertado esta en un acto generoso que le valió el título de ‘precursora de la libertad de los esclavos’” (p. 18). En diferentes estudios se va a hacer referencia diversas mujeres como las esposas de, las hijas de. Si bien, esta condición “de”, es evidencia de la exclusión de la mujer por ser considerada inferior o un “adjunto” del hombre- varón, como se afirmó al inicio del ensayo; también demuestra la importancia de ellas dentro de la estructura de organización y administración de la sociedad antioqueña. Manuel Restrepo Yusti sugiere: 13
[…] en relación a la mujer raizal antioqueña: reducido a una mera función instrumental de un proceso de acumulación patrimonial y social, sustentado en la herencia colonial de rituales y cánones religiosos, extraídos de una teología moral que se dio a lo largo de los siglos XVII y XVIII y de un utilitarismo y pragmatismo ‘reciclado’ por los varones ilustres de la región, un vasto sector de mujeres antioqueñas, no pudo equiparar sus sentimientos y su manera de ser con el optimismo que caracterizaba a los dos componentes ideales que moldearon el ethos cultural en que ella misma actuaba […] esa imagen mariana de virtud, abnegación y sacrificios, con que tradicionalmente se ha representado a la mujer antioqueña, no sea más que un mecanismo que esconde históricamente las contradicciones y los dramas vividos con relación a su propia identidad, especialmente en el siglo XIX (s.f., p. 383).
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CONCLUSIONES Las características de la sociedad antioqueña durante la Colonia dan cuenta de una organización social con base a los patrones españoles, los cuales se materializaron en la conformación de las élites, especialmente los criollos, quienes van conformando las primeras poblaciones. Como se mencionó anteriormente, la población indígena en la territorialidad antioqueña antes de la colonización se caracterizaba por ser nómada y escaza, lo que con la llegada de los españoles llevó a que aquella migrara, dejando los terrenos disponibles y mejores posibilidades para que los conquistadores emprendieran su poblamiento. El predominio de la población criolla le da una composición especial a la sociedad antioqueña, en tanto las formas de organización social y los roles de sus mujeres respondían a convenciones y patrones culturales de España. Cuando empezaron las batallas de la Independencia, Antioquia no sufrió impactos directos en su vida cotidiana, pues sólo hasta 1819 va a enfrentar una batalla como tal. Antes de esto, las élites, por medio de la Junta principal, se conformaban con la autonomía administrativa, sin exigir inicialmente la separación e independencia del virrey. Para las mujeres, en su cotidianidad, las batallas independentistas, aún cuando se libraron en Antioquia, no tuvieron un impacto significativo en su imaginario; pues si bien fueron muchas las mujeres que participaron de diversas formas en aquellas batallas, el caso de Antioquia no es representativo en este aspecto. De las mujeres recordadas, ya sea por vestirse de militar, por luchar, por mártires, o bien por colaborar en labores propias de aquella época como la vigilancia o la provisión, no se encuentra la experiencia significativa de mujeres antioqueñas. En algunos autores es común encontrar una descripción de la cultura antioqueña desde un sistema utilitarista, no sólo de las mujeres, sino de la población en general; de sus valores y creencias creadas a partir de imaginarios construidos deliberadamente para imponer una visión de superioridad sobre las demás culturas. Estos imaginarios, junto con las costumbres, fueron constituyendo las bases de proyectos políticos, como lo afirma la profesora María Teresa Uribe, gracias a que se ancló a procesos culturales de sentido común e identidad regional. No obstante, la mujer posee el papel más importante en la humanidad, porque el desarrollo del mundo depende la continuación de la especie y la mujer perpetúa las generaciones. Además, constituye la base para el desarrollo de la siguiente generación (ella la educa y la apoya). La historia de la mujer en Colombia en estos doscientos años de nación libre y soberana no ha sido bien elaborada. Apenas hace pocos años se empezaron a visibilizar estos estudios como parte importante de nuestra cultura y se hizo de éste sector algo importante de nuestra sociedad, un tema de estudio de importancia. Leyendo la historia colombiana nacional y 15
mundial, nos damos cuenta que la mujer hace muchos años no tenía derecho a participar de la educación; ésta estaba bajo la responsabilidad de la Iglesia católica y eran las monjas quienes podían educar a las mujeres; inclusive pasaron más de diez años para que la mujer pudiera obtener un cargo en una de las fábricas nacientes de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (a pesar de ello, la discriminación y la falta de oportunidades para la mujer continuaron). De acuerdo con el problema que abordamos frente al tema relacionado con el rol de la mujer en la Independencia, nos damos cuenta de que este tema no ha sido prioritario en la historia de Colombia. Para quienes escriben la historia, la escogencia los temas ha estado vinculada a su relación con otros asuntos y han aportado un valioso conocimiento a la historia de nuestro país. En el presente escrito hablaremos de las grandes brechas que separan los géneros masculino y femenino, la exclusión y la desigualdad en las que la mujer fue sujeta durante la Independencia y durante los años próximos a ésta. En las familias antioqueñas siempre predominó la idea de que el hombre era quien mandaba, protegía y mantenía el hogar, como si el rol de la mujer no fuera importante para su conformación. Se fue construyendo una historia en torno a un marcado patriarcado, creando condiciones de dominación sobre las mujeres que perdurarían en la historia antioqueña. Cabe notar que, desde el siglo XIX, durante el 1928 pueden rastrearse algunos acontecimientos que fueron marcando un leve “levantamiento” de las mujeres frente a la dominación masculina de la época. Acontecimientos como el Congreso Femenino, realizado en el mes de noviembre de 1928, fueron indispensables para tratar temas como “la protección a la maternidad, a la producción literaria, a la producción científica, industrial, artes aplicadas y a la coeducación”1. También se resaltó en este año y en primera plana del periódico una entrevista dada a la última mujer negra esclava, de unos ciento quince años de edad y aparentemente llamada Jacinta Muñoz. Ella, a pesar de su edad, respondía lúcidamente a las preguntas que le hacían los periodistas de la época. Indudablemente hubo hitos importantes en la construcción no sólo de nuestra independencia y de nuestra democracia, sino que también de la “independencia femenina”, tan perseguida por las directas implicadas en el desarrollo de su propia historia y que marcaron los comienzos del siglo XX en las fábricas de la naciente Medellín. En cuanto a los oficios, se notaba entonces una fuerte diferencia entre sexos. La agricultura, la minería y los oficios pesados eran exclusivamente para hombres a pesar del creciente déficit humano (muertos en la guerra). Por su parte, en torno a las labores las mujeres eran relegadas a la sastrería (aunque era un oficio que se le reconocía más a los hombres), al cuidado de la casa y de las haciendas, a la moda. Sólo unas pocas mujeres que estudiaron 1
El Heraldo de Antioquia. (1928, noviembre 16), p.6.
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muchas veces a escondidas publicaron comentarios en algunos periódicos de la época como El Heraldo de Antioquia. En el campo poético y en la música sólo algunos nombres fueron nombrados, además porque muchas aún no tenían la fuerza suficiente para ser críticas y, por otro lado, porque se dedicaron a escribir sobre cocina y moda, cosas que dejaban muy poco para rescatar en la voz de la mujer. Ya a comienzos del siglo XX las mujeres pudieron entrar a las fábricas a trabajar como operarias de máquinas. Lastimosamente, siguieron teniendo las mismas condiciones de dominación por parte de los hombres. De acuerdo a lo anterior y refiriéndonos particularmente a la historia antioqueña, debemos iniciar el análisis desde la conformación familiar y el papel que se les dio a los hombres como constructores del desarrollo de la antigua ciudad.
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