EMILIA SALVADOR ESTEBAN

ESTUDIOS DE HISTORIA MODERNA EN HOMENAJE A LA PROFESORA EMILIA SALVADOR ESTEBAN VOLUMEN I I ECONOMÍA - SOCIEDAD - CULTURA Editores Ricardo Franch

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ESTUDIOS DE

HISTORIA MODERNA EN HOMENAJE A LA PROFESORA

EMILIA SALVADOR ESTEBAN VOLUMEN I I

ECONOMÍA - SOCIEDAD - CULTURA

Editores

Ricardo Franch Benavent Rafael Benítez Sánchez-Blanco

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA 2008

TESTIMONIOS DE LA GERMANÍA DE MALLORCA: EXILIADOS MASCARATS Y REALISTAS EN VALENCIA (1521-1523)* Pablo Pérez García - Sergio Urzainqui Sánchez Universitat de València - Arxiu del Regne de València

DOS historiadores de edades bien distintas hemos unido nuestras fuerzas para rendir este pequeño tributo académico a la profesora Emilia Salvador Esteban con motivo de su jubilación. Prescribe el rito universitario que el tránsito entre la actividad docente y la docencia más activa –que nada muy distinto cabe esperar de la prof.ª Salvador– vaya acompañado de obsequios de sus compañeros y discípulos en forma de pequeños estudios. Y cada quien –según su gusto, disposición y posibilidades– trata de ofrecer un trabajo digno de la ocasión. Esto mismo hemos procurado nosotros. En nuestra contribución hemos intentado guiarnos por la deontología que Emilia Salvador –perdón, queríamos decir Dª Emilia– siempre se impuso a sí misma: amor al archivo, entrega, escrupulosidad, rigor, mesura, equilibrio, voluntad de explicar –no de juzgar. Ella, a su vez, fue diligentemente encauzada en su vocación por su maestro, el prof. Juan Reglà Campistol. Gracias, de una manera muy especial, a Dª Emilia, el recuerdo y el ejemplo de Reglà han permanecido vivos en la memoria colectiva del Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Valencia. Y en esa fuente de agua cristalina hemos bebido todos los que hemos ido llegando después. La prof.ª Salvador ha practicado siempre un estilo historiográfico caracterizado –a nuestro entender– por dos grandes rasgos: una sobriedad verdaderamente admirable y un sentido de la innovación nada alharaquiento que le ha llevado a abrir caminos por los que después otros hemos podido transitar con mayor comodidad y seguridad. Sin duda alguna, el de la Germanía de Valencia ha sido uno de ellos.1 Aquí, sin embargo, la autoridad pertenece a otro de sus discípulos: Vicent Vallés Borrás.2 Nosotros, valiéndonos de la riqueza documental de los archivos valencianos,3 hemos intentado imitar, siquiera sea de una manera parcial, gris y fragmentaria, a Emilia Salvador, y nos hemos atrevido con un tema nuevo y apasionante: el * Este trabajo ha sido elaborado dentro del proyecto de investigación titulado El Reino de Valencia en el marco de la Monarquía Compuesta: un modelo de gobierno y de sociedad desde una perspectiva comparada (HUM 205-5254), financiado con Fondos FEDER y dirigido por el Prof. Rafael Benítez Sánchez-Blanco. 1 Emilia Salvador Esteban, “La Germanía de Valencia. Una aproximación interpretativa”, Juan L. Castellano-Francisco Sánchez-Montes (eds.). Carlos V, europeísmo y universalidad. La organización del poder. Vol. II, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos VUniversidad de Granada, 2001, pp. 537-551. 2 Vicent Vallés Borrás, La Germanía, Valencia, Alfons el Magnànim, 2002. 3 Ya subrayada hace casi 40 años por Álvaro Santamaría Arández, “Sobre los orígenes de la Germanía de Mallorca”, en Mayurqua, 5 (1971), p. 27. 865

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exilio no agermanado mallorquín en Valencia. Esperamos y deseamos que su contenido sea digno de este homenaje a la maestra de tantas promociones de modernistas valencianos. 1. VALENCIA Y LA DEFENSA DE MISSÈR JAUME ROCA: EL ECO DE ALGUNOS ACONTECIMIENTOS TEMPRANOS DE LA GERMANÍA DE MALLORCA El jueves 8 de octubre de 1523, missèr Jaume Roca se presentó ante D. Lluís de Cabanyelles. El Portant-veus de General Governador del Reino de Valencia recibía a un compatriota, a un valenciano cuyo prestigio como jurista le había franqueado en 1517 la Regencia de la Cancillería del Reino de Mallorca.4 Roca había permanecido al frente de aquella magistratura apenas tres años, entre marzo del año 1518 y mayo de 1521. Su mandato, iniciado bajo los mejores augurios, había concluido abruptamente poco después de que los agermanados mallorquines trataran de lincharlo el día 18 de mayo de 1521.5 Poco después, el Regente consiguió abandonar la isla sin despertar recelos, y se reunió en Ibiza con el depuesto D. Miguel Gurrea. Tras un mes de separación, el exiliado Virrey y su antiguo asesor volvían a estar juntos.6 Y así permanecieron hasta comienzos del año 1522. El Dr. Roca resolvió entonces abandonar Ibiza y viajó hasta Zaragoza. Todo indica que las primeras notas de tibieza –de falta de lealtad, incluso– habían comenzado a manchar el expediente del ilustre jurista. La defensa ante acusaciones tan graves no era asunto que admitiera demora. De una pronta reacción dependía, no ya la continuidad de su brillante cursus, sino la salvaguarda misma de su propia hacienda y vida. El antiguo Regente de la Cancillería mallorquina debió comenzar a reunir testimonios favorables muy temprano. El esfuerzo resultó arduo. De hecho, su dilatado peregrinar todavía no había acabado en octubre de 1523. Fue entonces cuando Roca, probablemente acompañado por el notario valenciano Miquel Valero, solicitó audiencia al gobernador Cabanyelles. El ex-Regente portaba consigo dos documentos. El primero era el traslado de una patente real firmada por el emperador Carlos V en Valladolid el 5 de marzo de 1523. El texto original había sido registrado el día 2 de octubre del año en curso ante Miquel Marchant, justicia de la villa de Alcoy, y la copia venía autentificada por Pere Benavent, escribano de aquel tribunal.7 El segundo era una plica cerrada y sellada que contenía un total de cuarenta y nueve artículos o descargos, en cuya ratificación había cifrado el Dr. Roca la definitiva disipación de las sospechas que pesaban sobre su persona.8 El Emperador le había autorizado a presentar testigos neutrales que pu4 Carlos I firmó el nombramiento de Jaume Roca como regente de la Cancillería mallorquina el 24XII-1517 en Valladolid. La llegada del jurista valenciano a la isla se produjo el 25-III-1518. Vide Josep Juan Vidal, “El Regne de Mallorca en temps de Carles V: balanç i perspectives”, Mayurqa, 26 (2000), p. 18 (n. 21). 5 Eulàlia Duran, Les Germanies als Països Catalans, Barcelona, Curial, 1982, p. 292. 6 Tras haber sido depuesto por los agermanados el 16-III-1521, Gurrea abandonó Mallorca a finales del mes de abril siguiente. Ibidem, p. 286. 7 Archivo del Reino de Valencia (ARV). Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, ff. 26 r-26 v. 8 Ibidem, ff. 23 r-26 r.

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dieran favorecer su causa, y había ordenado al gobernador Cabanyelles –en general, a todos los altos magistrados de sus dominios– tomar y dar curso a las deposiciones realizadas por los testigos convocados a petición del acusado.9 Fueron éstos un total de seis: dos valencianos y cuatro mallorquines. En un plazo de veinte días todos ellos prestaron declaración ante Cabanyelles y el procurador fiscal Francesc Joan Córdoba. El primero de los comparecientes fue Miquel Valero, ciudadano y notario de la ciudad de Valencia. Valero prestó declaración el mismo 8 de octubre y demostró ser un testigo fiable. No parecía tener una relación de parentesco o amistad con el exRegente. Además, había presenciado acontecimientos tan cruciales como el sitio de la Torre del Ángel del Castillo de la Almudaina (18-V-1521) en el que a punto estuvo de perecer missèr Roca.10 Nuestro notario se hallaba entonces en Mallorca, “hon s’en era anat e fogit de la present ciutat de València p[er] la junta y prava Germania que en la p[rese]nt ciutat de València era suscitada”.11 Valenciano era también el panadero Martí Navarro, que, en aquellos primeros meses de 1521, se encontraba en Mallorca al servicio de cierto gentilhombre del consejo del virrey Gurrea, y que prestó declaración el sábado 17 de octubre. Dos mercaderes mallorquines, Joan de Illescas y Pere Torres, fueron llamados a testificar el viernes 16 y el lunes 19 de octubre, respectivamente. Ambos se hallaban en Mallorca en mayo de 1521. Los dos supieron del intento de asesinato del Dr. Roca. Por otra parte, ninguno de ellos –como comprobaremos más adelante– se hallaba involucrado en las operaciones de aprovisionamiento de las armadas y tropas destinadas a reducir a los agermanados y recuperar Mallorca. Todas estas circunstancias avalaban la neutralidad de su relato. Prestaron declaración, por último, dos notables mallorquines residentes entonces por Valencia. El ciudadano Joanot Cros respondió a veinte de los cuarenta y nueve apartados de la defensa del Dr. Roca el sábado 17 de octubre. El notario Joan Crespí, antiguo regente del tribunal de la Gobernación mallorquina cuando estalló la sedición, fue el último testigo en comparecer. Su declaración tuvo lugar el martes 27 de octubre de 1523. La plica de descargos del Dr. Jaume Roca y las declaraciones de los seis testigos de su defensa conforman una cantera de datos de enorme interés. Éstos nos permiten descubrir, por un lado, que los vencedores no únicamente estuvieron atentos al castigo de los rebeldes. También hubo tiempo para ocuparse de los gestos de ambigüedad dentro de las propias filas anti-agermanadas, y hasta para dirimir viejas rencillas. Por otro, ofrecen un sinfín de detalles –menores, algunos; extraordinarios, otros– que, a buen seguro, contribuirán a perfilar los sucesos de febrero a mayo de 1521. La estrategia defensiva del Dr. Roca se desplegó en cinco grandes frentes. Ante todo, el ex-Regente quiso demostrar que las motivaciones de cuantos habían puesto en duda su fidelidad al monarca y al virrey Gurrea eran puramente personales. No ignoraba Roca que sus principales acusadores eran dos conocidos exiliados mascarats: el ciudadano mallorquín Joan Antoni Bertomeu y un antiguo colega, el aboga-

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Ibidem, ff. 22 r-22 v. Sobre lo acontecido, vide Duran, Les Germanies, pp. 292-293. ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, f. 27 v.

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do fiscal Pere Joan Safortesa, respaldado por el primo hermano de este último, Antoni Exaló.12 El primero –afirmaba Roca en los capítulos 1º y 2º de su defensa– había pleiteado contra un tal Tornamira y había recibido varias sentencias desfavorables en la Regencia de la Curia de la Gobernación.13 En Mallorca –proseguía el ex-Regente– había podido escucharse a Bertomeu amenazar públicamente con “que ell faria trencar les dites sentències, mostrant [e]star agreujat de aquelles e del dit mestre Roqua”.14 Resulta sorprendente que ninguno de los seis testigos de la defensa fuera interrogado acerca de este ciudadano, dado que su presencia en Valencia –tal vez fugaz– está documentada a comienzos del año 1522. Su nombre figura en el reconocimiento colectivo de una deuda de 700 libras contraída por el noble Pere de Santjoan y por el ciudadano ibicenco Melchior Francolí, en nombre de los caballeros, de los ciudadanos y de los acreedores censalistas de la consignación mallorquina, con los herederos del difunto mercader florentino Cesare de Barzi el día 21 de enero de 1522.15 A diferencia del magistrado Safortesa, Bertomeu no parece haber representado un papel destacado dentro de la comunidad de exiliados mascarats en la ciudad de Valencia. Sin embargo, tampoco fueron muchos los testigos que ratificaron la existencia de malas relaciones entre el Regente y el Abogado Fiscal. Únicamente Valero, Illescas y Navarro precisaron que el capítulo 22º, donde se afirmaba que Safortesa había manifestado siempre mala voluntad hacia Roca, contenía verdad. Sólo Valero afirmó tener por cierto que Safortesa había tratado de desautorizar a Roca en el ejercicio de sus atribuciones (cap. 23º), aunque no pudo confirmar, desde luego, el parentesco entre Safortesa y Exaló (cap. 24º).16 El segundo de los grandes ejes de su defensa se hallaba orientado a desmentir sus supuestas desavenencias con el virrey Miguel de Gurrea.17 Aunque en este punto hubiera bastado el testimonio del político aragonés,18 a Roca le preocupaba poder demostrar que, si en un momento determinado había existido algún roce con el Lugarteniente General,19 la sintonía –la amistad, incluso– entre ambos había prevalecido y era del dominio público. De ahí que nada menos 12 capítulos de la defensa –desde el 9º hasta el 20º– tuvieran como objetivo demostrar tales extremos. En general, la escritura de descargo trató de establecer que las relaciones entre Gurrea y Roca habían sido muy estrechas y cordiales desde la llegada a la Isla del Virrey pro-

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ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, f. 24 v. Máximo tribunal del Reino de Mallorca hasta la instauración de la Real Audiencia el año 1571. Josep Juan Vidal, Mallorca en tiempos del Descubrimiento de América, Palma de Mallorca, El Tall Editorial, 1991, pp. 79-80. 14 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, f. 23 r. 15 APPV. Protocolos de Guillem Ramon Florença, núm. 13.790, pp. s/n. 16 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, ff. 30 r-31 r. 17 Duran, Les Germanies, p. 272 (n. 40). 18 Gurrea había sido repuesto al frente de la Lugartenencia General mallorquina por el rey Carlos I y no abandonó su cargo hasta la primavera de 1525. Vide Vidal, “El Regne”, p. 24. 19 El enfrentamiento entre Gurrea y Roca debió producirse en torno del mes de marzo de 1519. Duran, Les Germanies, pp. 271-272 (n. 40). 13

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cedente de Barcelona, en una fecha indeterminada que podemos suponer comprendida entre septiembre de 1519 y agosto de 1520.20 El Regente frecuentaba el apartamento del Virrey, cabalgaba a menudo junto a él e, incluso, había procurado cultivar el favor de la virreina, Dª Aldonza Sánchez de Gurrea.21 Y esto no sólo podrían confirmarlo los seis testigos convocados por D. Lluís de Cabanyelles. En su declaración, Miquel Valero dejó caer que mosén Fernando y mosén Martín de la Cavalleria22 –entre otros– celebraban aquella amistad franca que, tras el levantamiento agermanado, había devenido intimidad. Así se desprende de las palabras pronunciadas por Valero, Illescas, Cros, Navarro y Crespí. Después del jueves lardero de 1521, las reuniones comunes en el apartamento de Gurrea menudearon. Virrey y Regente llegaron a patrullar juntos por Mallorca intentando apaciguar los soliviantados ánimos.23 Pusieron en riesgo sus vidas en múltiples ocasiones. Unidos consiguieron sortear numerosos peligros e, incluso, obtuvieron alguna victoria moral, como la liberación del pelaire Jordi Botí –un hombre de confianza de Gurrea– justo cuando estaba a punto de ser degollado por los agermanados.24 Ningún testigo pudo ratificar, sin embargo, que semejante intimidad hubiese continuado en Ibiza, durante el exilio de ambos magistrados en las Pitiusas.25 Ninguno pudo confirmar tampoco la existencia de ciertas cartas de recomendación a favor del Regente enviadas por Gurrea al tesorero Luis Sanchis Dalmau –una de ellas, por cierto, valiéndose del propio Roca– a un cierto missèr Bordaltra y a los propios hermanos del Virrey.26 Únicamente el ciudadano Cros y el notario Crespí reconocieron la letra autógrafa de D. Miguel Gurrea en sendas misivas dirigidas a Jaume Roca. Estas dos epístolas, fechadas en Ibiza el 23 de junio de 1521 y el 18 de junio de 1521 respectivamente, podrían ser las mencionadas en la plica de defensa del ex-Regente, aunque no podemos asegurarlo.27 Pero al Dr. Roca no sólo le preocupaba establecer que D. Miguel y él habían sido buenos amigos. Por encima de esto, le acuciaba esclarecer que, a tenor de las cir20 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, cap. 9º, f. 24 r. Las alusiones de la plica de defensa y de los testigos a los morbers que acompañaban a Roca cuando este subió a presentar sus respetos a Gurrea en alta mar, indican que en Barcelona ya se había declarado el contagio de 1519, cuya cronología es la que acabamos de señalar. Vide José Luis Betrán, La peste en la Barcelona de los Austrias, Lleida, Editorial Milenio, 1996, pp. 122-123. 21 El notario Miquel Valero recordaba, sopant alguna nit ell dit testimoni a[m]b aquell (Roca), com la senyora Vir[r]eyna li enviava presents de coses de menjar. Ibidem, f. 29 r. 22 De las palabras del ciudadano Miquel Valero parece desprenderse que estos dos caballeros aragoneses y él compartieron jornada en alguna de las galeras que participó en la reducción de la revuelta agermanada de Mallorca. Ibidem, f. 29 r. 23 Así sucedió, al parecer, el 8 de febrero de 1521. Ibidem, cap. 12º, f. 29 v. 24 Ibidem, ff. 36 v (testimonio de J. Illescas sobre el cap. 13º) y 41 v (t. de J. Cros). Asimismo, Archivo de la Corona de Aragón (ACA), Real Cancillería, núm. 3.905, ff. 44 v-46 r. Vide Duran, Les Germanies, pp. 278-279 (nn. 74 a 76). 25 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, caps. 14º a 17º, ff. 24 r. Según el item 17º de su defensa, Roca permaneció en Ibiza durante 8 ó 10 meses antes de partir hacia Zaragoza, llegando a celebrar la Navidad en compañía de D. Miguel Gurrea. 26 Ibidem, caps. 18º a 21º, ff. 24 r-24 v. 27 Ibidem, ff. 41 v-42 r (t. de J. Cros sobre el cap. 20º) y, 2ª mano, ff. 7 r-8 r (t. de J. Crespí sobre el mismo cap.).

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cunstancias concurrentes en cada momento, su actitud pública y sus decisiones habían sido las correctas, es decir, respetuosas con la autoridad y la soberanía real. A ello dedicó dos grandes bloques dentro de su estrategia de defensa. En el primero se abordaba su reacción ante la destitución del virrey Gurrea el día 16 de marzo de 1521, mientras que el segundo concernía al pulso que el propio Regente sostuvo con los agermanados el 18 de mayo del mismo año y que a punto estuvo de costarle la vida.28 La destitución de Gurrea y su sustitución por el alcaide del Castillo de Bellver y baile de la ciudad de Mallorca, Pere de Pachs, es uno de los episodios más conocidos de la Germanía mallorquina. Enarbolando un viejo privilegio o franquicia (1344) de Pedro el Ceremonioso que disponía que ningún natural de Aragón, Rosellón o Cerdaña pudiera ser Gobernador de Mallorca,29 el notario Jaume Romaguera y el zapatero Pere Begur –procurador del pueblo y futuro miembro de los Trece, respectivamente– exigieron a los jurados de la ciudad que depusieran al odiado D. Miguel. Los jurados se presentaron en la Almudaina e interrumpieron una audiencia presidida por Gurrea, en la que también se hallaba presente el regente Roca y otros magistrados. Presionado por el sonido atronador de los timbales y por el griterío amenazador de un coro de más de 400 hombres armados con espadas, espingardas, alabardas y escopetas, Gurrea cedió, dejando en manos de los jurados y de tres juristas –el propio Roca, Joan Andreu y Pere Malferit– la redacción de un documento que diese cumplida cuenta de lo acontecido. El acta de suspensión –como no podía ser de otro modo– dejaba claro que Gurrea consentía en abandonar su puesto debido a la coerción y violencia que se ejercía sobre él. Pero esta letra, por supuesto, no podía ser entonada por el coro que dirigía Begur. El líder agermanado y el mismo Romaguera exigieron una explícita mención de la franquicia de 1344, ya que su escrupuloso –e interesado– cumplimiento resultaba incompatible con la continuidad de Gurrea en su cargo.30 Si la versión del Dr. Roca acerca de los sucesos del 16 de marzo31 hubiera sido corroborada por alguno de los testigos, estaríamos en condiciones de matizar unos hechos sobradamente conocidos. Sin embargo, ninguno confirmó explícitamente que hubiese sido el pueblo –y no Romaguera o los jurados– quien exigió la destitución de Gurrea, o que el abogado fiscal Pere Joan Safortesa, preso del pánico, hubiera sido el responsable de la claudicación de los oficiales reales. Todos –especialmente quienes estaban presentes aquel día en la Almudaina: Valero, Cros, Navarro e Illescas–32 coincidieron en afirmar que, si Gurrea y sus consejeros se hubieran nega28

Duran, Les Germanies, pp. 278-296. Vidal, “El Regne”, p. 20. 30 Duran, Les Germanies, pp. 283-285. 31 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, caps. 25º a 32º, ff. 24 v-25 r. 32 Entre los detalles aportados por estos cuatro testigos presenciales de los acontecimientos del 16 de marzo, no queremos pasar por alto la presencia de Valero, Cros y Navarro entre los espectadores del motín y la de Crespí entre el grupo de oficiales que acompañaba al Virrey. Entre los oficiales mencionados, además del propio Gurrea, de Roca y de Safortesa, figuraba el procurador fiscal Francesc Burguès y el notario Jaume Armengol que fue quien levantó el acta de suspensión. Entre los dirigentes agermanados mencionados por los testigos, además de Begur, figura el tintorero Jordi Moranta. Ibidem, ff. 32 r (t. de M. Valero), 38 r (t. de J. Illescas), 43 r (t. de J. Cros), 46 v (t. de M. Navarro) y 2ª mano, 9 v (t. de J. Crespí). 29

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do a firmar el acta de suspensión, en aquel mismo instante hubieran perdido la vida. Pero nadie sostuvo –como pretendía la defensa– que el motín hubiese persistido tras el cese del Virrey o que Safortesa hubiera sido el primero de los miembros de la Curia de la Gobernación en desfallecer.33 En lo esencial, no obstante, Roca llevaba razón. Los oficiales reales habían sido intimidados con amenazas de muerte no precisamente vanas, y, desde entonces, este tipo de coerción se había convertido en moneda de curso corriente. La cuarta vértebra de la defensa debía, pues, perfilar este crescendo de violencia con absoluta claridad. Tres capítulos postreros (33º a 35º)34 y seis iniciales (3º a 8º)35 se ocuparon de ello. Valero, Illescas, Cros y Navarro no vacilaron al afirmar que si el Dr. Roca se hubiera negado a firmar el nombramiento de Pere de Pacs como nuevo virrey, el mismo Romaguera hubiera dado la orden de matarlo.36 Pero el notario Joan Crespí objetó que, en su opinión, antes de arrancarle la vida, los agermanados, sencillamente, lo hubieran depuesto.37 Al menos en un punto la coincidencia entre los testigos fue completa: los agermanados nunca cesaron de presionar al Regente a lo largo de los dos meses comprendidos entre el 16 de marzo y el 18 de mayo de 1521. Las Informacions judicials estudiadas por Eulàlia Duran y el testimonio del mercader Pere Torres coinciden en señalar que el nombramiento o revocación de prohombres –sobreposats– de los oficios por parte del Regente desencadenó una enorme tensión entre este y los agermanados.38 Sin embargo, la discrepancia entre iter tumultuum que culminó, la mañana del 18 de mayo de 1521, con el sitio de la Torre del Ángel, resulta ser prácticamente absoluta cuando contrastamos la versión recogida por la historiadora catalana y los items 3º a 8º de la defensa del ex-regente Jaume Roca. Según la versión de la que se hace eco Eulàlia Duran, la designación de sobreposats habría desencadenado el asalto contra la Torre del Ángel y el intento de linchamiento del Regente. Pero el Dr. Roca y los testigos de su defensa trazan un cuadro muy distinto de los hechos. Por otra parte, como Valero, Illescas y Crespí acompañaban aquella tarde a Jaume Roca, y la coincidencia entre ellos es plena, el grado de autenticidad de cuanto allí se narra podría ser, en principio, muy elevado. Ningún oficial real ignoraba que el lunes siguiente al domingo de Pentecostés, 18 de mayo, iba a resultar crucial. Acababan de recibirse ciertas cartas del Emperador firmadas el 15 de marzo pasado en las que se conminaba a los mallorquines a la obediencia y se hacían públicos los nombramientos de los nuevos batlles, veguers y sus assessors, así como la designación de Joanot Onís de Santjoan como nuevo virrey en substitución de Pere de Pacs.39 El Regente de la Cancillería y el Procurador Fiscal, junto con un grupo de oficiales reales entre los que se hallaba el notario y re33

Ibidem, ff. 32 r (t. de M. Valero) y 43 r (t. de J. Cros). Ibidem, ff. 25 r-25 v. 35 Ibidem, ff. 23 r-23 v. 36 Ibidem, ff. 32 v, 38 r-38 v, 43 r-43 v y 47 r. 37 Ibidem, 2ª mano, f. 10 r. 38 Torres recordaba haber contemplado cómo el nuevo Sobreposat dels Paraires había exigido a Roca que sentenciase contra el antiguo sobreposat, Antoni Restello, suspendido en sus funciones por el pueblo. Ibidem, 2ª mano, f. 4 r. Vide Duran, Les Germanies, p. 292. 39 Vidal, “El Regne”, p. 20. 34

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gente del Tribunal de la Gobernación, Joan Crespí, acordaron los pasos a seguir. Hacia las 6 de la mañana hora solar, aproximadamente, diversos notarios, escribanos de los distintos tribunales mallorquines, debían abandonar discretamente la capital y encaminarse hacia las villas de la Part Forana –el agro mallorquín– para dar a conocer las órdenes del Rey.40 Tras haberse cumplido el margen de una hora concedido a los emisarios para que pudiesen alejarse de Mallorca sin contratiempos, más o menos hacia las 7 de la mañana, Roca y Burguès convocaron a los jurados y a los dirigentes de la Germanía. Éstos, capitaneados por el zapatero Pere Begur y acompañados por el abogado del pueblo missèr Joanot Gual, permanecieron en silencio mientras se procedía a la lectura de las cartas. Concluida esta, tomó la palabra Gual y dijo que ells stave[n] p[ro]mtes e aparellats de obehir los reals maname[n]ts, e que no volien p[er]dre la bona fama que lo rey don Jua[n], de inmortal memòria, havia fet al dit Regne de Mallorqua en la revolució de Catalunya.41

A continuación, los convocados abandonaron el estudio del Regente. Los jurados y el Dr. Gual abandonaron la Almudaina, pero Begur y algunos síndicos y capitanes de los oficios se quedaron dentro.42 Los agermanados comenzaron a proferir gritos que muy pronto se trocaron en actos de violencia. Creyendo que los oficiales reales se hallaban todavía en el entresuelo de la Torre del Ángel, derribaron la puerta de aquella estancia y penetraron en tropel dispuestos a acabar con la vida del Dr. Roca y sus acompañantes. Illescas y Crespí aprovecharon el desconcierto para huir: el primero hacia su casa y el segundo al Monasterio de la Merced.43 El notario Miquel Valero no tuvo tanta suerte. Junto con Roca, Burguès, diversos oficiales reales, sus hijos y algunos caballeros, quedó confinado en la estancia alta de la Torre del Ángel desde las 8 de la mañana hasta el anochecer. La angustia de los sitiados fue inmensa. Durante las primeras 3 horas creyeron que serían asesinados en cualquier momento.44 Los gritos de los atacantes llegaban a los sitiados a través de la puerta. Los ruegos de éstos también era escuchados por aquellos. Pese a las súplicas, ningún alguacil o sacerdote fue autorizado a transponer el cerco. Poco a poco los ánimos se fueron sosegando y la vía de la negociación comenzó a abrirse camino. Al atardecer ya se había alcanzado un acuerdo. Ahora bien, dado que su resultado difiere tanto de esa ausencia de incidentes que algunas fuentes atribuyen a la elección de Joanot Onís de Sant Joan,45 dejemos que sea el propio Miquel Valero quien narre lo sucedido:

40 Gracias al testimonio de J. Illescas conocemos la identidad de uno de estos escribanos: Antoni Jaume. ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, f. 35 r. 41 Ibidem, f. 27 v. 42 Entre éstos debía hallarse también el tintorero Jordi Moranta. Ibidem, f. 36 r (t. de J. Illescas). 43 Ibidem, f. 35 v (t. de J. Illescas) y, 2ª mano, f. 5 v (t. de J. Crespí). 44 Ibidem, f. 28 v (t. de M. Valero). 45 Duran, Les Germanies, p. 292.

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E axí, de fet, lo dit Regent, los officials, sos fills, e alguns hòmens de condició, e ell dit testimoni, ensemps a[m]b alguns de la voluntat del Rey n[ost]re senyor, se retraguere[n] a més de devant en una torre quis diu vulgarme[n]t la Torre del Àngel, la qual [e]stà construhida en lo dit Castell, en la qual, lo dit Regent tenia pres a mossé[n] Perot de Sent Joan a instància dels de la Germania; en la qual Torre, los dits Regent, e altres qui ha dit dessús, [e]stiguere[n] sitiats p[er] [e]spay de tres hores fins e no a tant que pactejare[n] a[m]b lo dit poble qu’ens donàs lo dit Regent lo dit mossé[n] Perot de Sent Joan, p[er]ò aquell, volent posar en les presons comunes de la dita ciutat, lo qual reffusa[n]t molt de anar finalme[n]t, fonch forçat, a[m]b algunes seguretats que donare[n] al dit magnífich Regent, e p[er] acampar la vida, liurar-los lo dit mossé[n] Perot de Sent Joan, lo qual, en mig de tota la gent, anant-li al costat lo dit Regent la Canselleria, lo portare[n] a les presons comunes de la dita ciutat, e [e]stigué molt maravillat ell dit testimoni com aquell dia, lo dit poble, no matare[n] al dit magnífich micer Jaume Roqua, regent, a sos fills, e a tots los qui a[m]b ell se retraguere[n].46

El estado de necesidad había quedado probado. También la dignidad –la heroicidad, incluso– del Dr. Jaume Roca había sido destacada por varios testigos. Pero el hecho de que tuviera preso a Onís de Santjoan a instancia de los Trece y que, de alguna manera, lo hubiera puesto a los pies de los caballos con su traslado a las prisiones comunes ¿beneficiaba o, más bien, podía perjudicar la causa del ex-Regente? Sea como fuere, todavía quedaba por abordar un último cabo de la estrategia defensiva no exento de aristas afiladas y cortantes: ¿por qué missèr Roca permaneció en Mallorca hasta que vio peligrar su vida y la de los suyos? Aunque los últimos catorce puntos de la plica de descargo estaban orientados a probar que el Regente no había podido abandonar su puesto –primero por fidelidad al Rey, segundo por no haber sido depuesto por los agermanados y tercero porque, cuando la situación devino insoportable, las medidas de vigilancia impuestas por los rebeldes lo impidieron– también pretendían establecer que, tras un primer intento fallido por alcanzar el Castillo de Felanitx, Roca y sus hijos habían conseguido penetrar en secreto en una nave genovesa que los depositó en Ibiza.47 En realidad, ninguno de los testigos convocados por el gobernador Cabanyelles dijo saber nada de los planes de fuga de Roca. Todos ellos coincidieron en afirmar que abandonar Mallorca era poco menos que imposible debido al férreo cerco de seguridad impuesto por los agermanados. Sus guardias registraban hasta las mercancías embarcadas. Así pudieron descubrir el arcón de viaje del notario Joan Crespí y consiguieron abortar su huida.48 Pero, de la fuga del Regente, ningún testigo pudo puntualizar algo más que el tremendo revuelo causado en la ciudad de Mallorca por su desaparición.49

46

ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.817, año 1523, 1ª mano, f. 28 r. Ibidem (caps. 36º a 49º), ff. 25 v-26 r. 48 Ibidem, 2ª mano, f. 10 v. 49 Únicamente Crespí dijo haber sabido que Roca pretendía marcharse al Castillo de Palamós. Ibidem, 2ª mano, f. 10 v. 47

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2. EL EXILIO REALISTA EN VALENCIA Y LA ORGANIZACIÓN DE UNA ARMADA DOBLE BAJO LAS ÓRDENES DE D. RAMON CARRÓS Durante los últimos días de julio y primeros de agosto de 1521 tuvieron lugar dos gravísimos acontecimientos en Mallorca. El asalto a sangre y fuego del Castillo de Bellver fue el primero (29-VII-1521). Entre los refugiados que murieron o fueron ejecutados aquel día figuraba el hasta hacía poco virrey interino Pere de Pacs.50 El segundo se produjo poco después, cuando un numeroso grupo de agermanados trató de forzar a los notarios y mercaderes reunidos en la Lonja para que participasen en los alardes agermanados. En el enfrentamiento resultaron heridas varias personas y murió el mercader Perot Armengol.51 Ambos sucesos conmovieron a los mallorquines. Missèr Joanot Gual, presente en la Lonja, puso sobre la mesa su renuncia como abogado del instador Joan Crespí y de los Trece. La dimisión no fue aceptada, pero, de alguna manera, el gesto simboliza la ruptura entre aquella facción de la oligarquía mallorquina que había contemporizado con la Germanía y los representantes del pueblo. A partir de entonces, el éxodo de personas y de familias enteras hacia el campo, y, en muchos casos, hacia el exilio, se convirtió en un hecho tan frecuente como preocupante. Para ponerse a salvo de la coerción y de la violencia, muchos mallorquines optaron por refugiarse en Ibiza y Menorca.52 Allí, sin embargo, la situación no era sencilla, ni resultaba cómoda. A los problemas de alojamiento y provisión de alimentos, se añadía la dificultad para coadyuvar eficazmente al restablecimiento del orden y a la derrota de los agermanados. De ahí que una porción significativa del exilio –ya fuera por iniciativa propia, ya a instancias de Miguel Gurrea, ya obedeciendo a Diego Hurtado de Mendoza, lugarteniente general del Reino de Valencia y del Principado de Cataluña– decidiera trasladarse a la Península. Aprovechando la tupida malla de relaciones mercantiles y personales existente entre la capital mallorquina y el Levante español,53 unos cuantos artesanos, mercaderes, notarios, ciudadanos y donceles viajaron hasta Valencia y Barcelona, y comenzaron a organizarse. El exilio mascarat ha dejado interesantes vestigios documentales en la Valencia del trienio 1522 a 1524. Ahora no podemos ocuparnos de aquellos asuntos estrictamente privados o particulares que afectaron a los componentes de la comunidad mallorquina en la ciudad del Turia. Nos centraremos en aquellos otros en los que los exiliados actuaron de una manera conjunta y solidaria con la intención explícita de allegar fondos, provisiones, pertrechos, armas y hombres para neutralizar la Germanía y colocar la Isla bajo la obediencia del rey Carlos de Habsburgo. El primero de los documentos que hemos conseguido localizar data del 21 de enero de 1522. Se 50

Vidal, “El Regne”, p. 20. Duran, Les Germanies, p. 294. 52 Ibidem, p. 295. 53 Emilia Salvador Esteban, La economía valenciana en el siglo XVI (comercio de importación), Valencia, Departamento de Historia Moderna, 1972. Onofre Vaquer Bennasar, El comerç marítim de Mallorca (1448-1531), Mallorca, El Tall Editorial, 2001. 51

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trata del reconocimiento de una deuda de 700 ducados de oro contraída por el doncel mallorquín Pere de Santjoan y el ciudadano ibicenco Melchior Francolí con la firma del difunto mercader florentino Césare de Barzi, que entonces representaba en Valencia su heredero, Constancio de Barzi. La constitución del préstamo, las condiciones para su devolución y la indemnidad de los dos actores principales del mismo –Francolí y Santjoan– aparece avalada por un total de 14 exiliados mallorquines más, que afirman representar a los caballeros, a los ciudadanos y los acreedores censalistas de la consignación mallorquina. Entre ellos figuraban Joanot Gual y el síndico de Llucmajor, Gaspar Vidal.54 Sin duda alguna, este protocolo debe hallarse estrechamente relacionado con otro que data del 8 de febrero de 1521 y que Eulàlia Duran halla regestado en los papeles de José Mª Quadrado. El número de gentilhombres mallorquines se eleva aquí hasta un total de 24. Ante Francisco Gurrea, hijo del Virrey, todos ellos dieron poderes al procurador Francesc Burguès, al ciudadano Antoni Gual y al doctor en leyes Joan García para organizar la ayuda militar a la ciudad de Alcúdia55 y se comprometieron a aportar un total de 20.000 ducados.56 Desde luego, si se toma en consideración la suma que los 24 firmantes estaban dispuestos a reunir, este documento podría constituir una de las piezas principales del complejo fenómeno que estudiamos. Ahora bien, apenas nada permite afirmar que aquella iniciativa tuviera éxito. Por el contrario, transcurridos 7 meses, un grupo de 57 prominentes exiliados volvía a reunirse en casa del doncel mallorquín Ramon Safortesa para tomar decisiones nuevas y transcendentales. Los acuerdos adoptados el día 4 de septiembre de 1522 fueron básicamente tres. En primer lugar, el propio Ramon Safortesa, el ciudadano Miquel Termens57 y el mercader Joan Ribes –mallorquines todos ellos– fueron designados unánimemente procuradores, síndicos y ecónomos de aquel nutrido grupo. Ante un total de 12 testigos valencianos, los exiliados quisieron dejar clara su voluntad reppellendi Babiloniam magnam qu[a]e in pr[a]edicta civitate Maioricar[um] floritur, coadyuvando a ponerla de nuevos a los pies del Emperador, tanto por fidelidad a la Corona, cuanto por el derecho que les asistía a recuperar sus propiedades. En segundo término, se comprometían a reunir hasta un máximo de 10.000 quarters mallorquines de trigo para el aprovisionamiento de tropas. En este sentido, los síndicos Safortesa, Termens y Ribes quedaron obligados a negociar el precio más ventajoso posible, sirviéndose de cualquier intermediario, y, si fuera menester, de los mismos Jurados, Racional y Síndico de la Ciudad. Por último, los reunidos ofrecieron sus propios bienes como garantía de los gastos a realizar; unos desembolsos que, en cualquier caso, no debían superar los 10.000 ducados de oro.58 54 Este documento fue ratificado y ampliado el mismo día 21 de enero y también el día 24 del mismo mes. APPV. Protocolos de Guillem Ramon Florença, núm. 13.790, pp. s/n. 55 Antoni Mayol i Llompart, “La concessió del títol de Ciutat a Alcúdia (1523-1525) i les seves franquícies al llarg del segle XVI”, Mayurqa, 25 (1999), pp. 187-196. 56 Duran, Les Germanies, p. 309 (n. 268). 57 El año 1522, antes de establecerse en Valencia, Termens había ocupado una de las plazas de regente de los hospitales de Mallorca. APPV. Protocolos de Guillem Ramon Florença, núm. 13.790, pp. s/n. 58 Ibidem.

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Los síndicos se pusieron manos a la obra de inmediato. Entre los días 4 y 10 de septiembre cerraron varios tratos con el panadero mallorquín Cristòfol Blanquer para un primer aprovisionamiento de harina.59 Durante los días 11 a 19 del mismo mes, consiguieron que un total de 5 proveedores más recibieran autorización del Baile de Valencia para avituallar la armada real en Mallorca y Menorca. Por último, entre el 16 y el 19 del mismo mes, un mínimo de 75 mallorquines –algunos de los cuales habían sido firmantes del documento del día 4– obtuvieron permiso para reunirse con las fuerzas del Rey convenientemente armados y pertrechados.60 Acompañando siempre a los tres síndicos en todos sus movimientos se hallaba el apotecario y financiero valenciano Pere Doménech. Las gestiones llevadas a cabo por Doménech –primero como comisionado de Safortesa, Termens y Ribes, y luego como procurador de éstos y del propio abogado fiscal Pere Joan Safortesa– fueron extraordinariamente importantes.61 De aquellos días finales del año 1522 e iniciales de 1523, únicamente parece haberse conservado el testimonio notarial de los desembolsos efectivamente satisfechos por el exilio mascarat, esto es, unas 1.094 libras.62 Ahora bien, la rendición definitiva de cuentas presentada por Doménech ante el notario Andreu Martí de Pineda el 11 de marzo de 1524, demuestra que los gastos globales ascendieron a cerca de 4.000 libras.63 Tales sumas, garantizadas con los bienes de los exiliados realistas, habían sido adelantadas por Pere Doménech, por el mercader Jeroni Egual,64 y, posiblemente también, por la firma Burgarini. Aquellas cantidades, en parte, ya se habían abonado, pero otras, sin embargo, todavía se adeudaban entonces, y aun debían ser canceladas. Este balance final fue confeccionado bajo el asesoramiento del magnífic Jeroni Dassió,65 y del mercader y prestamista sienés Battista Burgarini.66 Su contenido demuestra que durante el último trimestre del año 1522, el exilio realista mallorquín contrajo deudas por un valor aproximado de 3.278 libras (83’2 %) con cerca de 50 proveedores y oficiales. Por el contrario, a lo largo del año 1523, la deuda reconocida con unas 6 personas no llegó a rebasar las 662 libras (16’8 %).67 Aquella frenética actividad de los mascarats mallorquines durante el último trimestre de 1522 tenía un único fin. Los exiliados deseaban armarse y aprovisionarse lo mejor y lo más rápidamente posible para poder unirse a las fuerzas de D. Miguel Gurrea en Mallorca, entre las que ya se contaba la flota que el comandante Juan de 59

Ibidem. ARV. Bailía, Coses Vedades, núm. 274, ff. 629 v-634 r. 61 ARV. Protocolos de Andreu Martí de Pineda, núm. 1.828, ff. s/n. 62 Ibidem e Ibidem, núm. 1.829, ff. s/n. 63 ACA. Real Cancillería, núm. 3.905, ff. 88 r-89 r (Carta real. Madrid, 3-III-1525). 64 APPV. Protocolos de Guillem Ramon Florença, núm. 12.616, ff. s/n (declaración de Oliver Termens, hijo de Rafel Termens, el 25-II-1523). 65 Catedrático del Estudi General que en aquellos momentos desempeñaba una plaza extraordinaria como oidor de la Audiencia a causa del procesamiento de los rebeldes agermanados valencianos. Teresa Canet Aparisi, La magistratura valenciana (s. XVI-XVII), Valencia, Departamento de Historia Moderna, 1990, p. 155. 66 Sobre Burgarini y, en general, la comunidad italiana en Valencia, vide Emilia Salvador Esteban, “Presencia italiana en la Valencia del siglo XVI”, en Saitabi, 36 (1986), pp. 167-186. 67 ARV. Protocolos de Andreu Martí de Pineda, núm. 1.828, ff. s/n. 60

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Velasco tenía fondeada en Porto Pí desde el 13 de octubre de 1522.68 En efecto, como averiguaremos gracias a documentos fechados algunos meses después, de Valencia partieron, no uno, sino dos contingentes armados o flotas con destino a Mallorca. En realidad, no es posible determinar con exactitud en qué momento preciso lo hicieron y, por tanto, si estas dos armadas se unieron al virrey Gurrea y al comandante Juan de Velasco en octubre de 1522 o, como parece más probable, algún tiempo después. La primera, compuesta básicamente por exiliados realistas de origen mallorquín y aprovisionada a sus expensas, salió del puerto de Valencia.69 La segunda flota, comandada por el alcaide de Burgía, D. Ramon Carrós de Vilaragut y de Castellví, y financiada básicamente por el Real Patrimonio valenciano, partió del puerto de Sagunto posiblemente algo después.70 Conocemos la existencia del grupo de tropas y barcos mallorquines no sólo merced a las licencias para la saca de armas otorgadas por el Baile, sino también gracias a la última de las disputas documentadas entre Miquel Termens, por un lado, y Ramon Safortesa y Joan Ribes, por otro. Las relaciones entre los tres síndicos y ecónomos del exilio mascarat siempre habían sido tirantes. La tensión, sin embargo, no afloró abiertamente hasta comienzos de febrero del año 1523, poco después del regreso de Ribes y Safortesa de Mallorca.71 El primer golpe lo asestó Termens. El día 9 de febrero de 1523 se presentó ante el notario Guillem Ramon Florença e hizo registrar una protesta formal contra los otros dos triunviros por haber retirado la denuncia que los tres habían presentado ante el tribunal de la Gobernación solicitando el encarcelamiento y procesamiento del sucrer Pau Gilabert, antiguo oficial de la Germanía mallorquina.72 Poco después, el día 13 de febrero, Safortesa y Termens comparecían ante el mismo notario para declarar que, como síndicos y ecónomos de los caballeros, gentilhombres, ciudadanos y, en general, exiliados mallorquines en Valencia, sólo gozaban de poderes para aprovisionar armadas y de ninguno legal para acusar penalmente a nadie.73 Cierto es que ambos habían aceptado solicitar el interrogatorio de Gilabert por los magistrados de la Gobernación, pero cuando supieron que Gilabert se hallaba bajo la protección del virrey Gurrea, desistieron de su intención.74 Lejos de dar por concluida su versión de los hechos en este punto, Ribes y Safortesa comenzaron a sacar todos los trapos sucios que guardaban en el coleto. El tono contenido del texto notarial no impide apreciar la gravedad de lo expuesto en él. 68 La armada que acudió a socorrer al virrey Gurrea tenía un triple origen: Barcelona, Valencia y Sagunto. Resulta muy difícil discernir cuántas naves procedían de cada puerto. Vide Duran, Les Germanies, pp. 307, 310 y 340. 69 Los testimonios que hemos reunido aluden a una “primera” y a una “segunda” armada –el uso del ordinal sugiere sucesión– y no simplemente a “una” y a “otra” –el uso del adjetivo denotaría simultaneidad. 70 Las fechas que figuran en la documentación notarial y contable sobre la armada real no son significativas, ya que recogen los días en que se satisficieron las cantidades adeudadas, circunstancia que, en no pocos casos, se produjo entre finales de febrero y finales de marzo de 1523, es decir, mientras las tropas realistas luchaban en Mallorca al lado del virrey Gurrea. 71 Aunque la capitulación de la ciudad de Mallorca no se produjo hasta el 7-III-1523 [Duran, Les Germanies, p. 313], es seguro que Ribes y Safortesa se hallaban en Valencia el 14-II-1523. 72 APPV. Protocolos de Guillem Ramon Florença, núm. 12.616, ff. s/n. 73 Ibidem. 74 ARV. Bailía, Lletres i Privilegis, núm. 1.169, f. 176 v.

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Según los declarantes, Termens se había opuesto de manera contumaz a la adquisición de más cereal para la “primera” armada –la mallorquina– de modo que ellos habían tenido que gastar 100 libras de su propio bolsillo para conseguir más trigo. También había impedido que se comprara más pólvora de escopeta que unos escasos 4 ó 5 quintales, por lo que Ribes y Safortesa habían tenido que agenciarse otros 9 quintales para poder satisfacer así las órdenes de Gurrea. Termens –añadían– no sólo había sembrado la discordia entre los síndicos, sino que había perjudicado con su actitud la organización de esta primera flota, integrada, al menos, por dos barcos: la nave Vizcaína, en la que había viajado Safortesa, y la carabela de Bernat Coharrasa, en la que Ribes se habría trasladado a Mallorca.75 Termens debió caer enfermo cuando supo lo que en su contra había sido registrado. Fue su hijo Oliver quien, el día 25 de febrero, compareció ante Florença para defender la gestión de su padre. Su testimonio ratifica la existencia de este primer contingente armado de mascarats –en el que Termens, al parecer, deseaba ardientemente que su hijo Oliver quedara enrolado, sin ningún éxito, por cierto– y añade nuevos detalles sobre la gestión económica del exilio realista, con el fin de subrayar, en definitiva, que su padre se había comportado correcta y fielmente, permaneciendo en Valencia para adquirir más caballos y armas, así como para continuar con la organización de la ofensiva anti-agermanada.76 Pese a la fuerte tensión que se adivina en todas estas declaraciones, parece que, finalmente, la sangre no llegó al río. En el mes de abril de 1523, los tres síndicos –juntos de nuevo– reanudaban el pago de vituallas y servicios para la real armada, y, en marzo de 1524, la dación de cuentas de Pere Doménech –como hemos visto– se llevó a cabo en representación de este mismo triunvirato, sin que quepa vislumbrarse en ella atisbo alguno de antiguas desavenencias. De la armada real poseíamos cierta información ya gracias a los trabajos de Eulàlia Duran y Josep Juan Vidal.77 Las naves que la compusieron, su contingente, sus pertrechos y los gastos ocasionados constan en dos fuentes distintas: los registros contables del Maestre Racional de Valencia y los protocolos del notario Jeroni Alceruch.78 Analizado este conjunto documental, el primer aspecto destacable es la semejanza entre las cantidades aportadas por el exilio mascarat (alrededor de 4.000 libras) y por el Real Patrimonio valenciano (3.442 libras) para la reducción de la isla de Mallorca. De estas 3.442 libras, 2.573 (74’8 %) se destinaron al pago de una mensualidad completa a un total de 526 oficiales e infantes.79 Aunque el Emperador había ordenado reunir un total de mil hombres, los capitanes Andrés Sedano, Juan 75

APPV. Protocolos de Guillem Ramon Florença, núm. 12.616, ff. s/n. Ibidem. 77 Duran, Les Germanies, p. 310. Josep Juan Vidal, Un estudio acerca de las Germanías de Mallorca, Valencia, Tesis de Licenciatura inédita, Facultad de Filosofía y Letras, 1972. 78 ARV. Maestre Racional, núm. 8.848, ff. 462 v-502 v. APPV. Protocolos de Jeroni Alceruch, núm. 21.266, ff. s/n. 79 Dentro de la estructura de mando de la armada se hallaba, por una parte, el capitán y gobernador Ramon Carrós del que directamente dependían un maestre de campo (Tristán Duarte), un sargento mayor (D. Ramón Lladró), un barrichelo (Mariano de Milán), 6 soldados (4 de ellos donceles) y 4 capitanes. Bajo las órdenes de estos 4 capitanes había un total de 4 alféreces, 4 cancilleres, 3 sargentos, 8 atambores, 83 escopeteros y 420 alabarderos y piqueros. 76

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Pérez de Marquina, Fernando de Aguilera y D. Alonso Enríquez no consiguieron alistar finalmente más que este medio millar de soldados. Para evitar incidentes graves, los soldados habían sido acantonados en el puerto de Sagunto y colocados durante un total de 22 días bajo la no tan férrea jurisdicción militar del alguacil real frey Lluís Pelegrí, comendador de la Orden de Montesa.80 El acopio de alimentos, botas de vino y agua, sarrias, madera y demás fue encomendado a un total de 16 proveedores. El coste de las vituallas se elevó a un total de 569 libras (16’5 %). Para el transporte de los soldados a Mallorca fueron contratadas 2 naves: la Rentería –también conocida como Marieta– patroneada por Juan de Arrieta y Martín Tolosa, y la carabela de mosén Miquel Benet Gualbes, patroneada por catalán Baltasar Blanch, vecino de Sant Feliu. Ambos navíos se hallaban fondeados en el puerto de Alicante, de modo que fue necesario enviar alguaciles para dar la orden de traslado al puerto de Sagunto. Aunque el Real Patrimonio no parece haber pagado más allá de 211 libras (6’1 %) por estos dos barcos, todo indica que esta cifra no representó sino un adelanto sobre la suma total a satisfacer.81 Es probable, incluso, que hubiera alguna nave más en Sagunto a disposición de Carrós, como el bergantín del patrón mallorquín Francesc Prats o la Bayona del catalán Antoni Sastre.82 Por último, toda una serie de gastos menores –contabilidad, correos, etc.– supusieron el desembolso de otras 88 libras más (2’6 %).

3. LOS

EMBAJADORES DE

JOANOT COLOM

Y LA REDUCCIÓN MILITAR DE

MALLORCA

A

TRAVÉS DE NUEVOS TESTIMONIOS DEL EXILIO NO AGERMANADO EN VALENCIA

No todos los exiliados pertenecían a la elite mallorquina. En Valencia también hubo artesanos no comprometidos con la Germanía, o, cuanto menos, no hasta sus últimas consecuencias. Su presencia no parece anecdótica. Que entre los trece testigos convocados por el gobernador Cabanyelles para declarar contra varios agermanados mallorquines hubiera nueve artesanos, además de manifestación de una cierta neutralidad procesal, podría ser un buen indicio de lo dicho.83 Los testimonios fueron recogidos entre los días 7 y 17 de diciembre de 1522, cumpliendo una real orden dada en Valladolid el 28 de noviembre del mismo año.84 El Emperador había urgido 80 Hubo un motín y una fuga de varios soldados hacia el interior del Valle del Palancia, del que se dio cumplida noticia al duque de Segorbe. ARV. Maestre Racional, núm. 8.848, f. 494 v. 81 El contrato por un mes completo de servicio de estas dos naves había quedado cifrado en 170 ducados de oro en ambos casos. APPV. Protocolos de Jeroni Alceruch, núm. 21.266, ff. s/n. 82 ARV. Bailía, Lletres i Privilegis, núm. 1.169, ff. 175 r-176 v. 83 Los testigos convocados fueron 6 pelaires (Jaume Picornell, Rafel Nadal, Guillem Perelló, Jaume Soler, Martí Faria, de Muro, Miquel Pellicer, de Manacor), 2 notarios (Antoni Valero y Pere Antich), 1 labrador (Antoni Antich, de Sineu), 1 zapatero (Jaume Gibert, de Inca), 1 tejedor de mantas (Joan Arnau), 1 vihuelista o guitarrista (Joan Ferrer) y 1 jurista (Pere Joan Safortesa). Entre ellos había 3 viejos conocidos nuestros: missèr Safortesa, el tejedor de mantas Joan Arnau, uno de los firmantes de la designación del triunvirato Ribes-Termens-Safortesa (4-IX-1522) y el pelaire-mercader Jaume Picornell, proveedor del campo real en Mallorca (11-XI-1522). 84 ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, f. 454 r.

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a D. Lluís de Cabanyelles a reunir pruebas testificales contra Pau Casesnoves,85 Guillem Colom y Antoni Tomás alias Tirich, encarcelados tras haber partido de Sóller con destino a Barcelona el 20 de junio pasado.86 Su condición de embajadores de la Germanía no les había servido de protección.87 Antes al contrario, Carlos I estaba dispuesto a dar un escarmiento con los tres,88 y con todos aquellos contra quienes pudieran obtenerse cargos.89 Lo demuestran un listado de 27 capítulos –compañeros inseparables de aquella epístola– a través de los cuales se pretendía determinar la responsabilidad de los tres acusados en hechos de la mayor gravedad y concretar, por último, el papel desempeñado por missèr Jordi Miquel Alber,90 abogado fiscal promovido por el pueblo en substitución de Pere Joan Safortesa. Sólo dos de los comparecientes respondieron a las 27 cuestiones: el pelaire Rafel Nadal y el notario Pere Antich. Las restantes declaraciones son parciales, aunque, en general, abordan bloques más o menos recurrentes formados por los items 1º a 7º ó 9º –sobre la actuación de los Colom–, el 13º –asalto al castillo de Bellver–, 15º a 19º –proceder de Casesnoves– y 21º a 22º –los hechos de Antoni Tomás. Pese a que la figura del instador Joanot Colom no era el objeto principal del interrogatorio, dada su condición de máximo dirigente de la Germanía desde fines de 1521, dado su parentesco con el acusado Guillem Colom y también su estrechísima relación personal e ideológica con Pau Casesnoves, no resulta extraño que sea él uno de los principales actores del drama narrado a coro por los trece testigos. Gran parte de lo declarado es perfectamente conocido: la deposición y muerte de Joanot Crespí, la tiranía de los Colom, la marginación política experimentada por los Trece a partir de septiembre de 1521, el enfrentamiento de Joanot Colom y Pau Casesnoves con los oficios de la ciudad de Mallorca, su apoyo a la causa de los labradores de la Part Forana, la aplicación a rajatabla de la sentencia arbitral de 1512, la luición espasmódica de la deuda censal, etc.91 Las vivencias de los declarantes marcan, sin embargo, ciertos hitos que entendemos cruciales para el desarrollo ulterior de la Germanía y que no siempre coinciden con el ritmo de la historiografía. Uno de los acontecimientos de mayor relieve para nuestros testigos fue el conse85 Jaume Serra i Barceló, Pau Casesnoves i les Germanies a Inca, Mallorca, Papers de l’Institut d’Ensenyament Secundari Pau Casesnoves, 2001. 86 Duran, Les Germanies, p. 308. 87 Jaume Serra i Barceló, “El bandolerisme mallorquí post-agermanat”, en Mayurqa, 26 (2000), p. 79. 88 Los tres, en efecto, serían ejecutados: Casesnoves en la Corte, y Colom y Tomás en Mallorca. Durán, Les Germanies, pp. 335 (n. 117), 340 y 345. 89 De hecho, la real misiva ordenaba indagar si entre los mallorquines presentes en Valencia había quien supiera de las andanzas de Pere Tarrasa y su hijo Guillem –ambos de las Farçes de Binissalem–, del zapatero Martí menorquí, de un tal Marronxo o Morranxo de Llucmajor, pastor que había sido del asesinado doncel Salvador Sureda, y de Guillem Sastre. Las pesquisas resultaron infructuosas. ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, f. 484 v. 90 Duran, Les Germanies, p. 302. Gracias a missèr Safortesa sabemos que Jordi Miquel Alber, acompañado por el abogado Joan Andreu, viajó a Valencia y se entrevistó con él. Safortesa lamentó vivamente el proceder de Alber en la sentencia contra el joven Salvador Sureda. ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, f. 482 r. 91 Duran, Les Germanies, pp. 295-297.

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jo general de la Part Forana convocado en la villa de Sineu a comienzos de septiembre de 1521.92 El zapatero de Inca Jaume Gibert estuvo presente en aquella reunión junto con un paisano suyo llamado Trobat. El notario Pere Antich también fue testigo presencial de los hechos. Había acudido a Sineu acompañado de Antoni Remiro, escribano de la Casa del Sindicat, que, ante el cariz de los acontecimientos, había preferido poner tierra de por medio antes de celebrarse el consell. El pelaire Rafel Nadal había oído hablar de lo sucedido a su suegro, electo por las villas de Andratx y Estallencs para la reunión de Sineu. Lo mismo sucedía con el pelaire de Muro, Martí Faria, quien conocía todos los detalles por su paisano Jaume Sofres. Los testigos difieren a la hora de repartir las responsabilidades. Para Antich y Faria el mayor culpable de lo acontecido en Sineu había sido Pau Casesnoves. Nadal y Gibert, sin embargo, apuntaban hacia el propio Joanot Crespí, hacia Joanot Colom y Pau Casesnoves, e, incluso, hacia Antoni Tomás que, según Gibert, habría llegado a Sineu con 200 hombres armados procedentes de Llucmajor.93 A pesar de las discrepancias, los cuatro coinciden en un aspecto esencial: el consell de Sineu ni era favorable a la Germanía, ni partidario de abordar el espinoso asunto de la quitación de la abrumadora deuda censal bajo la presión de las armas. Si los dirigentes agermanados no hubieran presionado a los síndicos y electos, si no hubieran arremetido contra los más renuentes y, finalmente, si no hubieran reventado el consell de Sineu con una mezcla de argucia formal y de coerción, jamás hubieran conseguido la adhesión de la Part Forana a la Germanía.94 Para algún que otro testigo más, los sucesos de la noche del 24 de enero de 1522, conducidos prudentemente, también podrían haber supuesto el fin de la Germanía. Eso pensaban al menos el pelaire Jaume Picornell y el notario Antich. Las autoridades habían conseguido detener y procesar a siete cabecillas de la Germanía que se habían distinguido por su encono y crueldad en el saco del castillo de Bellver (29VII-1521) y en el motín contra los mercaderes y notarios de la Lonja (primeros díasVIII-1521). Contaban, además, con el apoyo de los oficios de la ciudad, cuya ruptura con Joanot Colom se había consumado ya.95 Únicamente restaba prender a los hermanos Colom y ponerlos a disposición del verdugo. Probablemente el regente de la Cancillería y gobernador en funciones Berenguer Esbert confiaba en que missèr Alber actuara responsablemente, pero el abogado fiscal del pueblo, a última hora, se volvió atrás y los hermanos Colom salvaron la vida.96 Conozcamos el juicio de Antich sobre lo sucedido: e lo dit micer Alber, qui ja era contrari, refusà, e no anà a pendre dits Coloms, los quals, si fossen stats presos e sentenciats, creu ell dit testimoni que no’s foren seguits los mals que se són seguts en Mallorqua.97

92

Ibidem, p. 295. ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, ff. 469 v-470 r. 94 Ibidem, ff. 461 v-462 r (t. de R. Nadal), f. 472 r (t. de M. Faria) y f. 477 v (t. de P. Antich). 95 Ibidem, f. 459 r (t. de J. Picornell). 96 Para E. Duran, las ejecuciones ordenadas por Esbert habrían constituido un “intento contrarrevolucionario” en toda regla que pudo ser neutralizado gracias a missèr Alber. Les Germanies, p. 302. 97 ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, ff. 477 r y 478 r. 93

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La violencia y la crueldad con que se habían conducido los agermanados mallorquines es otro de los grandes leitmotiv de los testimonios. En este sentido, los Colom aparecen como consumados maestros en el arte de la tortura y de la guerra psicológica. Para doblegar la voluntad de algunos caballeros como mosén Gual y missèr Safortesa, no habían dudado en confinar a sus esposas e hijos en sus propios domicilios, en hacerles pagar las guardias que los custodiaban y –tras largas semanas de prisión– en asesinarlos despiadadamente, cortándoles la garganta.98 Con todo, no era este el asunto que más inquietaba a los fiscales, sino más bien lo sucedido con el joven Salvador Sureda, hijo de Pau Sureda, batle de la ciudad de Mallorca el año 1522. El asunto revestía la mayor gravedad, puesto que, en esta ocasión, no habían sido los agermanados, sino los oficiales reales –bien que designados por la Germanía– los responsables de una ejecución a todas luces ilegal e injusta. Entre los exiliados mallorquines en Valencia era del dominio público que missèr Alber había sido el responsable del ahogamiento de este joven gentilhombre de unos 18 ó 19 años a comienzos del año 1522.99 Pere Antich, sin embargo, había estado refugiado en la catedral de Mallorca con el joven Sureda y decía saber muy bien que, tras un intento frustrado de fuga, este había sido capturado y ejecutado tras un proceso grotesco instado por las autoridades pro-agermanadas: el gobernador Pere Joan Albertí, su lugarteniente Antoni de Verí y el abogado fiscal Jordi Miquel Alber.100 Pere Joan Safortesa manifestó exactamente la misma versión de los hechos, aunque con una diferencia sustancial y, a la postre, definitivamente incriminatoria: había sido el propio missèr Alber quien le había confesado, casi entre sollozos, su participación en tan monstruoso crimen.101 Difícilmente iba a poder excusarse Alber con las amenazas recibidas de los Colom o de Casesnoves. Las declaraciones de los pelaires Rafel Nadal y Miquel Pellicer –este último, natural de Manacor– apuntaban hacia Alber y hacia un tal mosén Togores, no como marionetas de los agermanados, sino como responsables y hasta dirigentes de la Germanía. Por boca del batle de Manacor, Francesc Andreu, pudo averiguar Nadal que Alber y Togores habían ordenado a los soldados que los acompañaban acabar con la resistencia realista de Manacor. El abogado fiscal no cejó en su empeño hasta que los sitiados en la iglesia de la villa se rindieron. Pellicer, por su parte, había sido testigo de los hechos. Pudo precisar, pues, que, durante el asalto a la parroquia, la guardia de Alber acabó con la vida de tres miembros de la familia Ballester –los donceles Miquel, Pere y Joan– y dio muerte también a un tal Sansaloni o Santaloni.102 Pero missèr Alber no era el principal acusado, sino los tres embajadores agermanados Guillem Colom, Pau Casesnoves y Antoni Tomás. De una manera u otra, con-

98 Ibidem, f. 458 v (t. de J. Picornell) y f. 461 r (t. de R. Nadal). El asesinato de la esposa y de los hijos de missèr Safortesa es mencionado en otro proceso: vide ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.473, año 1522, 19ª mano, f . 311 r (t. de J. Frígola). 99 ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, f. 463 r (t. de R. Nadal). 100 Ibidem, f. 479 r. 101 Ibidem, ff. 482 r-482 v. 102 Ibidem, ff. 463 v (t. de R. Nadal) y 484 r-484 v (t. de M. Pellicer).

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tra todos ellos declararon los trece testigos. Ahora bien, contra Tomás, alias Tirich, sólo siete –Nadal, Perelló, Gibert, Valero, Antich, Soler y Safortesa– aportaron datos concretos. Gracias a Pere Antich averiguamos que Tomás era suegro del notario Miquel Puig y que había conseguido ascender a la sindicatura de Llucmajor y de toda la Part Forana gracias a la huida del síndico Gaspar Vidal y al apoyo explícito de Pau Casesnoves y Antoni Ferrer.103 Tomás había destacado muy pronto por sus dotes como organizador: había sido muy eficaz requisando todo tipo de armas entre la población –especialmente escopetas–, había sabido dirigir diligentemente la milicia de Llucmajor y había protagonizado varias de las jornadas del asedio a la Alcúdia.104 De su compromiso político con la Germanía da cumplida cuenta el notario Antoni Valero. No en vano, en su calidad de escribano del Real Patrimonio de la ciudad de Mallorca y en compañía del oficial Gaspar Sala, había tenido que enfrentarse con el decidido Tirich. Este no sólo había impedido que se publicaran en Llucmajor las cartas reales en las que se conminaba a abandonar la sedición, sino que había ordenado prender a Sala. Únicamente cuando el batle de la villa se lo aconsejó, Tomás moderó su actitud y ordenó excarcelar al oficial.105 El retrato que de Guillem Colom trazan los trece testigos mallorquines temporalmente residentes en Valencia es muy semejante. Toda una variada gama de detalles contribuye, sin embargo, a hacer su figura algo más insidiosa que la de su compañero de embajada. Hacia finales de 1521, Guillem Colom había logrado ascender desde la condición de simple miembro de la milicia de la parroquia de Santa Eulàlia –cinquantener– hasta la de capitán gracias al apoyo de sus primos Joanot y Francesc.106 Los hermanos Colom tenían mucho que agradecerle. No en vano, Rafel Nadal le consideraba uno de los principales instigadores de la caída y muerte de Joanot Crespí.107 Durante las elecciones locales celebradas el 20 de diciembre de 1521 fue elegido conseller,108 pero tuvo que renunciar de inmediato a su cargo por incompatibilidad, ya que era deudor de la ciudad.109 Pero sus parientes no estaban dispuestos a consentir tamaña afrenta. Días después presentaron una acusación formal como mascarat contra el pelaire Bertomeu Osona, le despojaron violentamente de sus insignias y se las entregaron a su primo.110 Al igual que Tomás, durante el primer semestre de 1522 Guillem Colom compatibilizó sus responsabilidades políticas –jurado de Mallorca y líder de la Germanía– con sus obligaciones militares. Dirigió la milicia de Santa Eulàlia con mano de hierro e intervino en diferentes ocasiones en el cerco de Alcúdia, antes de abandonar la Isla en calidad de embajador de la Germanía.111 103 104 105 106 107 108 109 110

Ibidem, f. 478 v. Ibidem, ff. 480 v (t. de J. Soler) y 481 r-481 v (t. de P. J. Safortesa). Ibidem, f. 473 v. Ibidem, ff. 460 r (t. de R. Nadal) y 467 v (t. de P. Antich). Ibidem, f. 460 r. Duran, Les Germanies, p. 301. ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, f. 476 r (t. de P. Antich). Ibidem, ff. 460 v-bis (t. de R. Nadal), 465 r (t. de G. Perelló), 476 r (t. de P. Antich), 480 v (t. de J.

Soler). 111

Ibidem, ff. 480 r-480 v (t. de J. Soler) y 482 v-483 r (t. de J. Ferrer).

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Como vemos, Antoni Tomás y Guillem Colom no eran ese tipo de hombres sin biografía que –a decir de Montesquieu– toda gran conmoción social empuja a la primera fila de la Historia. Antes al contrario, ambos habían sido personajes destacados dentro de su propio ámbito mucho antes del estallido del conflicto agermanado. En la persona de Pau Casesnoves se cumple exactamente el mismo rasgo, aunque de una manera superlativa. No en vano, él mismo –como síndico de los llamados forans– y Joanot Gual –como procurador de la ciudad de Mallorca– habían pactado el acuerdo fiscal que Fernando el Católico sancionaría a través de la sentencia arbitral de 1512.112 De aquel pacto –y de sus causas remotas, es decir, de la llamada revuelta foránea (1450-52)–113 apenas quedaba sino un papel muy mojado a comienzos de la tercera década del siglo XVI. Muchos ciudadanos de la capital habían adquirido predios rurales por toda Mallorca y, alegando privilegios y exenciones –els drets– explícitamente privados de vigencia por el texto de 1512, habían vuelto a desequilibrar en contra del campesinado la pesada carga fiscal y financiera que la Isla soportaba.114 Así pues, que Casesnoves y Joanot Colom denominasen “santa” a la quitación de los censales no tiene, en absoluto, nada de extraño. Y mucho menos lo es que la política atropelladamente amortizadora de la deuda censal emprendida por la Germanía a partir de noviembre de 1521 tuviera tanto eco en toda la Mallorca rural.115 Tampoco nos debe asombrar que los dirigentes agermanados convirtiesen cada uno de los quitamientos en un espectáculo público: la cantidad amortizada era anotada en un gran tablón de madera que se exhibía por toda la ciudad entre cánticos y bailes de regocijo de la comparsa.116 El protagonismo de Casesnoves dentro de las expeditivas reformas financieras y fiscales emprendidas por la Germanía queda perfectamente perfilado a través de las declaraciones de Pere Antich, Rafel Nadal, Jaume Gibert, Guillem Perelló, Jaume Soler y Joan Arnau. Según este último, en octubre de 1521 Casesnoves se había presentado en casa de su padre, el jurado Arnau, y le había pedido su apoyo dentro del Consell para poder aplicar la sentencia arbitral de 1512. Ante la perplejidad manifestada por el munícipe, Casesnoves tragué hun p[er]gamí gra[n] scrit, lo qual, dix, havia pres de la casa del Sindicat dels Pagesos, e que allò era la sentència. Y lo dit Casesnoves legí aq[ue]lla, dona[n]t a entendre que ells ho podien fer de llevar los drets. E lo pare dell dit testimoni, jurat, respós e dix: guardau que aqueixa sentència nos stén al que vos dieu! veritat és que lo rey don Ferrando la donà p[er] una qüestió que era entre los hòme[n]s de bé y la Part Forana! E lo dit Casesnoves respós e dix que ans era bé donada p[er]què’s poguessen llevar los drets. E vehent lo dit Casesnoves que lo dit jurat li contradia que nos podia fer lo que ell deya, aq[ue]ll dit Casesnoves dix: mirau no us iactau en torn, que si nos fa p[er] grat, p[er] força se haurà de fer, y veureu demà tota la terra en armes.117 112

Duran, Les Germanies, p. 102. Eduardo Pascual Ramos, “Consideraciones sobre la revuelta foránea de Mallorca (1450-52) y las insurrecciones campesinas en la Península durante la segunda mitad del XV”, en Mayurqua, 28 (2002), pp. 271-285. 114 Josep Juan Vidal, “La problemática de los censales: su incidencia en las Germanías (15211523)”, en Mayurqua, 13 (1975), pp. 101-158. 115 Duran, Les Germanies, pp. 298-299. 116 Ibidem, p. 291. 117 ARV. Gobernación, Litium, núm. 3.473, año 1522, 20ª mano, ff. 475 r-475 v. 113

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Ahora bien, más allá incluso de su traición a la Corona, los fiscales estaban interesados en sobrepujar los ya de por sí gravísimos cargos contra Casesnoves con otros no menos enormes por herejía. De ahí que sean muchos los testigos –Antich, Faria, Gibert, Nadal, Picornell– concordes en el hecho de que Joanot Colom y Pau Casesnoves solían “sermonear” a su auditorio, compuesto de labradores y campesinos por lo general. Podría pensarse que el uso de este verbo por parte de los declarantes no pasaba de ser algo puramente metafórico. Sin embargo, dos detalles demuestran que detrás de la expresión se escondían indicios verosímiles de heterodoxia religiosa. El zapatero de Inca Jaume Gibert y el notario Pere Antich informaron a D. Lluís de Cabanyelles del primero. Ambos coincidieron en señalar que Casesnoves y Colom, al exaltar el carácter “sacro” que atribuían a la quitación –la “santa quitación”– habían comparado a Cristo con la piel de los tambores que en aquel momento sonaban cadenciosamente y su Pasión con el cordaje del instrumento.118 El segundo hecho queda ilustrado por el testimonio del notario Antich. Tras haberse descubierto los cadáveres de los siete agermanados ajusticiados por orden de missèr Esbert la noche del 24 de enero de 1522 –dijo Antich– “Casesnoves era pugat en lo pedrís de Sent Andreu e havia predicat a molt poble qui era allí present, prenent p[er] thema dispone Domine qui a morietis et no[n] vives”.119 Predicador laico, rebelde y hereje... demasiados cargos para que Casesnoves pudiera escapar con vida del proceso que se le había abierto nada más presentarse ante el Emperador. Aproximadamente un mes antes de que estos trece testigos mallorquines comparecieran ante el tribunal de la Gobernación, otras tres personas habían prestado declaración ante Cabanyelles bajo juramento, como era preceptivo. El 13 de noviembre de 1522, un mallorquín –el mercader Joan Frígola–, un valenciano –el platero Gaspar Garcia– y un genovés natural de Saona –Francesco Nazell o Nazello– dejaron constancia de todo cuanto habían visto y oído en Mallorca desde el momento de producirse la arribada de la escuadra real a Porto Pí (13-X-1522) hasta el instante mismo en que los tres decidieron abandonar la Isla ante el cariz que tomaban los acontecimientos. Nada estaba decidido entonces y todo era aún muy incierto. Los combates para reducir Mallorca a la obediencia del Rey continuaban y todavía se prolongarían hasta el 7 de marzo de 1523.120 El dramatismo de las escenas contempladas perduraba con toda su intensidad en la memoria del platero Garcia: e creu ell, dit testimoni, e té p[er] cert que, si a les dites coses no s’[h]i dona remey, e no [h]y proveheix sa Magestat, que no [h]y restarà ninguna dona de bé, ni de aq[ue]lls qui són en la armada del Vir[r]ey, que no la maten, e los infants.121

No parece que ninguno de estos tres testigos estuviera involucrado con el grupo de exiliados mallorquines que se había enrolado en Valencia para reforzar la armada 118 119 120 121

Ibidem, ff. 470 r-470 v (t. de J. Gibert) y 478 r (t. de P. Antich). Ibidem, ff. 477 v-478 r. Duran, Les Germanies, p. 313. ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.473, año 1522, 17ª mano, f. 314 r.

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de D. Ramón Carrós. Más aun, fuera cual fuese el motivo que los había llevado a la Isla, no parece que ninguno de ellos haya estado involucrado en los hechos que se relatan. El hilo de los acontecimientos comienza con la llegada de la armada real a Porto Pí. Sobre su composición, será Nazell el más preciso de todos los testigos: 14 barcos –entre naves y navíos–, 4 galeras y 1 fusta de veintidós.122 Nada más avistarse la flota, todos los dirigentes políticos de la ciudad se reunieron en la Lonja. Desde allí el gobernador Pere Joan Albertí, los hermanos Joanot y Francesc Colom, los jurados y los electos podían contemplar lo que sucedía y discutir las medidas a adoptar. Los congregados estaban convencidos de que se trataba de la flota armada y compuesta por mascarats procedentes de Valencia y Barcelona.123 La comunicación entre el capitán Velasco y los agermanados se inició a gritos. Desde el puente de la galera capitana exigió D. Juan poder hablar con algún responsable, mientras se le respondía –dando voces también– que pronto se le enviaría un embajador. El elegido fue un tal Miquel Guerau.124 Guerau subió a la nave y supuestamente leyó las cartas del Rey que portaba Velasco. Antes de abandonar la nave, D. Miguel Gurrea –que estaba presente– y Guerau se enzarzaron en una agria discusión. Si aquello fue el resultado de la imprudencia del Virrey o de la ingeniosa habilidad del embajador agermanado para no verse obligado a reconocer la autoridad de los capitanes del Rey, nuestros testigos no se pronuncian. Sea como fuere, tras el desembarco de Guerau el muelle comenzó a hervir y estalló en una pura algarada. Tras haber informado, Albertí, Colom y los restantes dirigentes decidieron enviar una segunda embajada. Aunque nuestros declarantes sólo mencionan a Guerau y al mercader Bertomeu Ventallol, Eulàlia Duran precisa que el apotecario Joan Oliver y los pelaires Bertomeu Reiés y Joanot Ferrer también formaban parte de la misma.125 Los emisarios dejaron claro que Mallorca no reconocía la autoridad del virrey Gurrea ni estaba dispuesta a permitir desembarco ninguno. Sin embargo, se mostraron de acuerdo en acompañar al Veedor de las Galeras del Rey a la Lonja para que pudiera entrevistarse con el gobernador Albertí.126 Nada firme, salvo la posibilidad de colocar banderas blancas en las galeras y en la ciudad para asegurar la integridad física de los emisarios, resultó de aquel parlamento.127 Dada la inviabilidad del desembarco, el comandante Velasco decidió abandonar Porto Pí esa misma noche para evitar ser bombardeado. La armada viajó unas 12 leguas y recaló en la Punta Sa Porrasa. Varios hombres bajaron a tierra para conseguir agua y comida, pero fueron atacados por pastores de Andratx. En esta refriega murieron diez o doce hombres de Velasco.128

122

Ibidem, f. 311 v. Ibidem, f. 309 r (t. de J. Frígola). 124 Duran, Les Germanies, p. 310. 125 Ibidem, p. 310. 126 Ibidem, p. 311. Vidal, “El Regne”, p. 21. ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.473, año 1522, 17ª mano, f. 313 v (t. de G. Garcia). 127 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.473, año 1522, 17ª mano, f. 310 r (t. de J. Frígola). 128 Ibidem, ff. 312 r (t. de F. Nazell) y 313 r (t. de G. Garcia). 123

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Finalmente, la armada pudo alcanzar Alcúdia, la única población mallorquina que permanecía fiel a la Corona. Desde allí pudo organizar Gurrea una ofensiva a la vez política y militar cuyo primer gran objetivo fue la villa de Pollença. Los cruentos sucesos de la toma de Pollença por las fuerzas realistas (29-X-1522) son narrados de muy distinta manera por nuestros tres testigos.129 Gaspar Garcia afirmó, en efecto, que Gurrea había hecho sentenciar a unos cuantos agermanados. Sin embargo, consideraba un rumor malintencionado que el Virrey hubiera hecho ajusticiar a dos sacerdotes y permitido el asesinato de muchas mujeres y niños.130 También Frígola había oído decir que en Pollença habían muerto muchas mujeres y niños dentro de una iglesia, pero creía que habían perecido asfixiados a causa del humo.131 Mucho más trágico era lo que había escuchado contar Nazell. Según la versión que conocía, el Virrey había dado Pollença a saco y sus soldados habían asesinado a más de 500 de sus habitantes, incluyendo mujeres y niños refugiados dentro de la parroquia.132 Al día siguiente comenzó el sitio de Sa Pobla que cayó pocas horas después, la fiesta de Todos los Santos de 1522. La batalla de Sa Pobla –si concedemos crédito a lo dicho por Nazell– debió ser sencillamente descomunal: los del poble de Mallorqua ixquere[n] a[m]b tres o quatre milia hòme[n]s, e lo dit don Miguel a[m]b dos milia hòmens envestí a la dita gent del poble e rompé aq[ue]lls, en la qual batalla morire[n] p[ro]p de mil p[er]sones de una p[ar]t y de altra.133

Los agermanados no tardaron en vengar la matanza de Pollença y la toma de Sa Pobla. En el Monasterio de Sant Domènec hallaron a trece mascarats. Se trataba de missèr Batiste de Bonapart, mosén Espanyol, Joan Englada y su yerno, Jordi Sitges y su hijo, Jaume Castelló, el hijo de mosén Biondo, un cerrajero llamado Sala, un herrero apellidado Roig,134 Arnau Garcia y Hércules Najello (¿Nazello?).135 El día de Todos los Santos de 1522 fueron sacados a empellones, desvestidos y degollados en la puerta del cenobio. Su ropa y la de los refugiados mascarats en los conventos de Santa Eulàlia y Sant Jaume fue conducida a Mallorca por los agermanados. En la capital, la orgía de sangre continuó con el asesinato de la esposa y los cuatro hijos –dos varones y dos mujeres– de Pere Joan Safortesa, la esposa e hijos de Jordi Botí, las esposas de los donceles Pere Espanyol y Ramon Vinot, así como de la hija del notario Avinyó.136 El relato de nuestros testigos finaliza cuando se estaba preparando el asalto a Inca –primera semana de noviembre de 1522–, es decir, justo cuando los tres, horrorizados por lo que habían contemplado, decidieron abandonar Mallorca.

129

Duran, Les Germanies, p. 311. ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.473, año 1522, 17ª mano, f. 313 v. 131 Ibidem, f. 310 v. 132 Ibidem, f. 312 r. 133 Ibidem, f. 312 v. 134 Ibidem, ff. 310 v-311 r (t. de J. Frígola) y 312 r (t. de F. Nazell). 135 ACA. Real Cancillería, núm. 3.904, ff. 282 v-283 v (Carta Real. Burgos, 13-VI-1524). 136 ARV. Gobernación, Litium, núm. 2.473, año 1522, 17ª mano, ff. 311 r (t. de J. Frígola: añade la muerte de otras 30 mujeres en un monasterio situado a una legua de Mallorca que tal vez sea el de Santa Eulàlia), 312 v (t. de F. Nazell) y 314 r (t. de G. Garcia). 130

Edición a cargo del Departament d’Història Moderna Facultat Geografia i Història Universitat de València

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