EMILIO ANIZAN. Año Anizan -- Pascua de Prefacio Tema 1 EL MAL DE DIOS Y EL MAL DEL PUEBLO Tema 2 EL APOSTOLADO

EMILIO ANIZAN LA AMBICIÓN DE DIOS POR EL PUEBLO Año Anizan -- Pascua de 2008 Sumario Prefacio.......................................................

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EMILIO ANIZAN LA AMBICIÓN DE DIOS POR EL PUEBLO

Año Anizan -- Pascua de 2008

Sumario Prefacio....................................................................................................................................... 2 Tema 1

EL MAL DE DIOS Y EL MAL DEL PUEBLO ................................................... 3

Tema 2

EL APOSTOLADO ............................................................................................. 11

Tema 3

LA EUCARISTIA................................................................................................ 19

Tema 4

LA CARIDAD ..................................................................................................... 26

ORACIONES Y TEXTOS ARDIENTES................................................................................ 34

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Prefacio En la presentación de los « Escritos Espirituales » (textos esenciales del P. Anizan aparecidos en francés), el P. Robert Meurice se preguntaba, a propósito de nuestro fundador: “¿Le hemos comprendido bien?”. Era en 1968, 50 años después de la fundación del Instituto. Cuarenta años después de la publicación de ese libro (“el libro rojo”), cuando celebramos el 90 aniversario con el “Año Anizan”, la pregunta sigue siendo actual: “¿Le hemos comprendido bien?”, incluso tras todos estos años de trabajo histórico y de profundización espiritual. ¿Helos comprendido todas las ramificaciones subterráneas que unen al hombre de Charonne y al hombre de Pleterje? ¿Cómo se relacionan y se necesitan mutuamente, hasta constituir el entramado místico de este apóstol? Ciertamente, por una parte sí, pero... Impulsado por el Consejo General, el Taller internacional de Espiritualidad Anizan ha releído algunos de sus escritos y ha descubierto otros1: oraciones, notas de retiros y homilías, algunas de las cuales pertenecen al período de Anizan como joven sacerdote diocesano en Orleans. Leyendo esos textos con la perspectiva del tiempo, nuestra admiración no ha hecho sino aumentar ante la impresionante talla de este ahombre, cuya vida podría leerse como “la ambición de Dios por el pueblo”. ¿Anizan, un hombre con ambición? Sí... El mismo lo expresa sin tapujos cuando pide su entrada en los Hermanos de San Vicente de Paúl: “No sé si es un mal sentimiento éste que me embarga el corazón, no lo creo, pero la ambición sobrenatural me devora”. (1886). Tres años más tarde, escribe: “ha Mi ambición será cada vez más procurar la vida eterna, la vida de Dios y de Jesucristo a los que Dios me ha confiado”. Y tras su deposición, cuando va tomando forma la idea de un nuevo Instituto, confiesa: “Las pruebas no han debilitado nuestros deseos, no han cambiado nuestra vocación, y no son un obstáculo para Dios... Oremos, tratemos de santificarnos, y sin más ambición que la de ser los instrumentos de Dios, pongámonos en sus manos, dispuestos a todo.”(6/9/15) Su ambición no es búsqueda de santidad individual, sino crecer en santidad a través de una acción pastoral y apostólica fecunda. El P. Anizan no ambiciona la santidad personal en sí misma, sino una santidad... que pone su ambición en Dios y en su proyecto de Caridad por el pueblo. El orden y la elección de los textos (muchos de ellos inéditos), en torno a 4 temas, quieren resaltar las grandes constantes que subyacen y que han impulsado la vida interior y la vida apostólica de este apóstol: - El mal de Dios y el mal del ministerio del pueblo. - El apostolado. - La Eucaristía (¿sabíamos que Anizan fue el hombre de la eucaristía?) - La Caridad (que todo lo sazona) La última parte, titulada “Oraciones y textos ardientes” hace referencia a algunos elementos que tocan en lo más vivo el corazón de un hombre “devorado por la ambición” que Dios tiene por el pueblo. Que la publicación de este conjunto de escritos, algunos de los cuales llaman la atención por su frescor y su novedad, sean un homenaje agradecido a nuestro fundador, y una ocasión para revitalizar nuestra vocación en este Año Anizan. El taller internacional “Espiritualidad Anizan” (Jorge Ferreira – José Rodier – Michel RetailleauJean-Fulbert Malanda) 1

Hemos de agradecer la ayuda inestimable, afectiva y efectiva, de nuestros amigos Danielle y Jacques Kintzel. 2

Tema 1

EL MAL DE DIOS Y EL MAL DEL PUEBLO

La lectura de los siguientes textos nos acercará a un hombre apasionado por Dios y por el pueblo de los trabajadores. Alguien que a lo largo de su vida irá expresando su ardiente deseo de estar enraizado en Dios y de entregarse por entero al apostolado de las “masas abandonadas”. Su existencia será un permanente ir y venir entre esos dos polos. 1. Tras 11 años de interminable espera, finalmente, el P. Anizan empieza a realizar su deseo de darse “por entero a Dios y a los pobres”. Durante el retiro que hace al comenzar el noviciado en los Hermanos de San Vicente de Paúl, no teme escribir: “Quiero que Dios sea el todo de mi vida”. Quien se comprende a sí mismo como “el esclavo de Dios”, quiere ser al mismo tiempo y más que nunca “el esclavo del pueblo”. En las Resoluciones de su retiro, escribe:

RETIRO EN CHAVILLE (del 17 de agosto al 17 de septiembre de 1886) Dios A partir de hoy esta sola palabra resumirá mi vida. Amar a Dios con un amor sin medida, el más perfecto, y hacer que le amen. No tengo otro fin ni otra ambición aquí abajo. I. AMOR A DIOS Quiero que Dios sea cada vez más el todo de mi vida, para lo cual debe ocupar la totalidad de mi corazón. Cultivaré en mí la sed de amor que Dios ha encendido en mí, y que no deja de reavivar. 1° Cada mañana ofreceré todas las acciones de mi jornada por amor a Dios. Renovaré esa ofrenda durante la acción de gracias de la Santa Misa, y cada vez que me venga a la mente. Realizaré a menudo actos de amor puro a Dios, así me esforzaré para que mi vida sea un acto ininterrumpido de amor. 2° Voy a aplicarme en el ejercicio de ponerme en la presencia de Dios, en el recogimiento, en la mortificación de los sentidos exteriores e interiores. 3° Necesito ejercitarme en el abandono total en Dios. Voy a trabajar en ello, mortificando mis prisas naturales, y poniendo por encima de todo la sagrada voluntad de Dios, que quiero que sea, como para Jesús y María, mi alimento diario.... 6° Respeto hacia Dios. No quiero perder de vista la grandeza y la majestad de Dios. Amándole con toda mi alma y con todas mis fuerzas, le tendré un inmenso respeto.... Cuanto más abandonado, despreciado y odiado sea Dios, más quiero yo amarle, adorarle, ser su esclavo, su instrumento, su soldado. Con su gracia, tenderé a la cima del amor aquí abajo, porque eso honrará y consolará a Dios. En mis estudios y lecturas espirituales, buscaré la forma de honrarle y de amarle mejor.

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II. AMOR A LAS ALMAS A partir de hoy quiero ser más que nunca el esclavo del pueblo. Dios me llama a la admirable vocación de evangelizar a los desheredados, a los abandonados de este mundo. Pues bien, los adopto, seré su sacerdote, lo seré todo para ellos, solo suyo. 1° No dejaré de rezar por ellos, y especialmente pediré a Dios a menudo, según la inspiración que El me ha concedido, que le envíe santos capaces de salvarle. Me santificaré por ellos. 2° Me entregaré a los que Dios me envía con una dedicación absoluta, sin calcular esfuerzos. Ya se trate de un niño, de un hombre, de una mujer, de un anciano, soy suyo, tienen derecho a mi tiempo, a mi trabajo, a mi entrega. Sin límite alguno, salvo el de la obediencia, por supuesto. Soy, por vocación recibida de Dios, el esclavo del pueblo. 3° Tomo la resolución formal de no detenerme ni por temor al esfuerzo, ni a la enfermedad, ni a las injurias, ni a los golpes, ni a la muerte, cuando esté en juego un alma abandonada. 4° Mi corazón pertenecerá por entero a Dios, y, a través de El, a los huérfanos, a los pobres, a los olvidados, a los que sufren, a los ancianos abandonados, a los afligidos, sobre todo a los que están solos. A ellos he sido enviado, esa es mi clientela. Adopto como regla (salvada la obediencia) no ocuparme de los que otros ya se ocupan con gran dedicación. Aprovecharé todas las ocasiones para procurar a los pobres, a los abandonados, protectores y amigos, sobre todo entre el clero. Evitaré ese falso celo que consiste en querer hacerlo todo uno mismo. Haré aquello que los demás no hagan, y, sobre todo, aquello que les produzca repugnancia en el ministerio de los desheredados. Dios mío, ayudadme también a hacer todo eso con humildad y con fidelidad. No hablar nunca de mis cansancios, ni hacer ostentación de una dedicación que sea fácilmente admirada; en este ministerio, lo más admirado es a menudo lo menos meritorio. No buscar y no pensar más que en Dios y en las almas. 5° Empaparme de la Constituciones de mi congregación, hacer a mis hermanos en el apostolado todo el bien posible, trabajar, en la pequeña medida de mis fuerzas, por hacer de la congregación, y sobre todo de la comunidad en la que trabaje, un jardín de delicias para Dios y una tabla de salvación para el pueblo abandonado.

2. El P. Anizan se encuentra feliz en la Trapa de Aiguebelle (Francia) donde ha ido a visitar a su hermano Jules, acompañado por su madre. Pero, el apóstol del pueblo no puede dejar de pensar en ese pueblo que “le falta”, los rostros amados del pueblo le vienen a la mente en ese lugar eminentemente religioso.

CARTA AL R. P. LECLERC 10 de octubre de 1890

Hemos encontrado a mi querido hermano con muy buen aspecto, alegre, feliz, totalmente entregado a Dios, y no pidiendo al Cielo sino la gracia de perseverar. El P. Abad me ofrece un sitio aquí. Estoy demasiado acostumbrado a las batallas de la llanura, para aceptar quedarme en la montaña. Sin embargo, qué bueno es vivir a solas con Dios, lejos de este mundo lleno de tantas pequeñeces y tanta malicia. Pero, cada uno en su lugar. Solo deseo que nuestra pequeña comunidad llegue a ser una Trapa por el espíritu interior, el espíritu de oración y de penitencia. Trabajaré en ello por mi cuenta. 4

Espero estar de vuelta en París hacia el viernes… Echo de menos a mi pobre pueblo. Cuanto más lejos estoy de él, más siento que estoy hecho para él… Intento que los superiores de Aiguebelle se interesen por nuestras obras, que parecen atraer su atención. Quisiera obtener que oren por nosotros, ¡sobre todo para que Dios envíe apóstoles a nuestro pobre pueblo tan abandonado! ¡Cuántas pobres almas esperan la ocasión de volver a Dios! La víspera de mi marcha he tenido aún una nueva prueba de ello. Un pobre enfermo, un ebanista, que hacía 35 años que no se había confesado, me decía llorando: ¡Si hubiese encontrado una mano tendida, hace tiempo que habría vuelto a asistir a misa y a practicar mi religión! ¡Cuántos hay como él!

3. Elegido superior general, una de sus preocupaciones será formar futuros religiosos que sean hombres de vida interior, cimentados en la voluntad y en la verdad de Dios.

A UN NUEVO MAESTRO DE ESCOLASTICOS 27 de octubre de 1907 La obra de Dios es preparar hombres que consuelen al divino Maestro y salven a la masa de los desheredados. Para eso, en primer lugar, forme religiosos. Está la corteza y el interior. Forme hombres apegados a la regla, pero, sobre todo, que la comprendan y la amen, así como a la voluntad de Dios, de la que es expresión. Si no la comprenden y la aman, su regularidad no sobrevivirá al escolasticado, sobre todo no resistirá a los atractivos de la actividad. Está, sobre todo, el interior. Trate de que amen el estudio de la vida interior, que la saboreen, que la pongan por encima de todo. Estúdiela cada vez más para enseñársela. En cuanto al apostolado, debería ser su inclinación, el objeto más habitual de sus conversaciones, el alimento de su entusiasmo. Todo ello no debe impedir el necesario estudio. La verdad será su gran instrumento, y el desarrollo de sus facultades será su fuerza. 4. Con ocasión de un retiro en San Sulpicio (1895), el P. Anizan expresa su deseo de entregarse plenamente a las muchedumbres populares. Nos muestra un corazón ávido de compasión, a ejemplo de Jesús, “que tuvo compasión de la muchedumbre”, pero también su sed de santidad.

RETIRO EN SAN SULPICIO (1895) Esta mañana hemos ido a Saint Lazare, para la fiesta de la traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl... Allí he comprendido mejor la necesidad de sacrificarme por entero a la gloria de Dios y de las almas abandonadas... ¿Quién se sacrifica por ellas? Engañadas y desorientadas por los malos, ignoradas y abandonadas por los buenos, ¿cuál es su esperanza de salvación? ¡Cuándo llegará su lamento hasta Dios! Y sin embargo, ¡cuánta angustia, cuánto abandono, cuántas lágrimas, cuánta desesperanza! ¡Si por lo menos esos pobres sintieran lo que les falta! ¡Ah Jesús, vos que os conmovíais, compadecido de la muchedumbre, cómo comprendo vuestras lágrimas y vuestro sudor de sangre!

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Esta piedad, este deseo de darme a la muchedumbre, que Dios me ha inspirado tan a menudo, los he sentido fuertemente tanto ahora como al comienzo de mi retiro de treinta días. He orado, he llorado por el pueblo amado ante San Vicente de Paúl. En este momento sufro por no ser un santo, un gran santo. Me extraño por no serlo más, teniendo en cuenta el tiempo que hace que lo deseo y que lo pido. ¡Ah mi miseria, mi imperfección! No me extraña ¿qué soy? ¿Por qué Dios, al que amo, al que rezo, no me ha dirigido una mirada compasiva y me ha santificado para gloria suya y para la salvación de los desgraciados que habrían podido salvarse y que se han perdido desde que ejerzo el ministerio? ¡No pido la santidad para mi, quiero olvidarme de mi. Cuanto más constate mi nada, mi bajeza, mi ignominia, mejor será para mí. ¡Pero, esta pobre masa popular, que no tiene casi a nadie para ella, que tiene tan pocos santos a su servicio, tan pocas almas que comprendan su situación desesperada! ¡La masa que se pierde en estos momentos! ¡Dios mío, Dios mío! ¡Ten compasión de ella! ¿Hasta cuándo permaneceréis sordo a sus gemidos y al grito de su desgracia? Me he ofrecido a Dios para todo lo que quiera. ¡Ah, Señor, si buscáis a alguien para enviar, heme aquí!

5. En su primer retiro como superior general de los HH de San Vicente de Paúl, bajo la dirección de Dom Pollien, aparece su búsqueda a apasionada de Dios, al igual que el deseo de un trabajo apostólico “serio” en medio del pueblo.

RETIRO EN LA CARTUJA DE FARNETA (ITALIA)

En el tren, 27 de enero de 1908 Este retiro, el primero de mi superiorato, lo pongo bajo la protección de la Santísima Virgen, de quien soy el vicario en nuestra familia. ¡Ah, si este retiro me convirtiera, si me transformara e hiciera de mí un santo!. Ese es mi deseo, mi única aspiración. Que Dios tenga a bien escuchar las oraciones que se hacen por mí; que se digne mirar las necesidades de todos los miembros de la familia, los sufrimientos por los que ha pasado; que escuche los gritos de los pobres, que en nombre de sus necesidades me santifique, para que acuda en su socorro. ¡En nombre también de vuestra gloria, Dios mío, santificadme, convertidme! ¡Cómo me gustaría ser fuerte para hacer el bien!, saber, poder. ¡Espíritu de Luz y de Fuerza, venid! ¡Tengo mi esperanza puesta solo en Vos! Debo orar durante el resto del viaje, he de estar unido a Dios. Ahora es preciso que me convierta sobre todo en un vidente, en un vidente más que en un ejecutor. Necesito también adaptar todos mis esfuerzos para llevar a término, en los otros y en mí, la ejecución de lo que haya visto. Pedir a Dios el “intellectum”. Adoptar la misma actitud que Pablo, cegado por la luz divina. ¿Qué debo hacer? 1 de febrero de 1908 “Fecisti nos ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te” “Nos has hecho para ti, y nuestro corazón no descansa hasta repose en ti” ¡Cuánta razón tenía San Agustín, y cuánta verdad encierran estas palabras! ¿Cómo extrañarme por esta agitación interior, por este vacío en el que me encuentro en cuanto cesan las ocupaciones que me absorben?... Agitación, malestar, vacío, eso es el mal del fin de mi vida, es el mal de Dios. 6

Dios mío, padezco vuestro mal, y desde hace mucho tiempo. Mi vida de ajetreo me distrae, y es un paliativo, pero, en cuanto me encuentro conmigo mismo, el mal reaparece y se deja sentir. ¡Dios mío! ¿Dónde estáis? Lo sé, algunos grandes santos os han sentido cerca, os han visto, escuchado, tocado. De ahí algunos arrobamientos, éxtasis, gozos celestiales... es raro. Pero, estamos en el lugar de las pruebas, y si San Agustín y tantos otros han sentido el “inquietum”, sepamos también nosotros padecerlo y hacer de él un alimento de amor. ¡Pero, lo más duro es sentirse y verse tan imperfecto, tan expuesto, tan poco seguro de agradar a Dios! Dios mío, esa es la prueba suprema, y, como las otras, quiero aceptarla por Vos! Concededme únicamente no disgustaros, no alejarme nunca de Vos, trabajar por Vos hasta el agotamiento, poder soportar las pruebas que me esperan como Vos deseáis que lo haga; atraeros un gran número de almas, llevar una vida que sirva para glorificaros; y cuando a Vos os plazca, concededme morir valientemente por Vos, despertarme en vuestro Amor y sumergirme en él para siempre. Entonces será el descanso, el “requiescat in te” 2 de febrero ¡En los oficios de esta noche y de esta mañana he sentido la grandeza de Dios, ante esos homenages serios, grandes y vivos que aquí recibe! Sin prisas: el oficio nocturno ha durado de 10,30 a 1,30, con tan pocas prisas al final como al comienzo, y después, la calma, la dignidad. Esta mañana, la misa conventual, con la ceremonia de la Purificación, ha durado dos horas, de 8 a 10; idéntica impresión. Todo eso es hermoso, serio y grande; así es como hay que honrar a Dios. Quisiera que, en su género, nuestro apostolado y nuestras obras tuvieran la misma dignidad, la misma seriedad, la misma profundidad. Eso depende en parte de mí. Seguramente por eso Dios me ha enviado aquí, trabajaré en ello. 3 de febrero Estoy muy preocupado por mis progresos, y he sentido como nunca el temor de que este retiro no deje en mí la huella que quisiera... Mas que de ver mis progresos, si los hay, he de estar más preocupado por la gloria de Dios, por cumplir bien su voluntad, por realizar mi tarea para la salvación de tantas almas que dependen de mí. Sexto día Quiero hacer las cosas con seriedad por mi santificación, por la vida religiosa en la familia, y por las obras. ¡Los grandes santos!… Uno de los medios para mi santificación es la oración viva, que englobe todas mis ocupaciones, mis preocupaciones, toda mi vida… Mantener el tiempo prescrito, pero, en definitiva, intentar no salir de la oración, que es estar en conversación con Dios…

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Orar con insistencia, poner, por así decir, a Dios contra la pared: “Vos habéis dicho: pedid y recibiréis. Vos queréis mi santificación, yo también la quiero. Sólo, soy incapaz, Vos podéis, concedédmelo. Es por vuestra gloria, etc. Cumplid vuestras promesas. Hay que forzar a Dios, El lo desea. Y pedir con sinceridad, ser sincero con Dios, querer sinceramente. Dios quiere la sinceridad y no se resiste ante ella... 6. En Verdún, como capellán militar voluntario, el P. Anizan reafirma su total confianza en Dios, que le ha llevado a vivir esa situación extrema. Pero, si se sumerge aún más en Dios, lo hace compartiendo los sufrimientos y las angustias de los soldados, y así poder “amarles verdaderamente en Dios”.

NOTAS ESPIRITUALES DE J.E. ANIZAN EN EL FRENTE DE VERDUN “CORRESPONDENCIA CON CRISTO” Noviembre – Diciembre 1915 Diciembre de 1915 Desde hace tiempo, ansío escuchar la voz de Dios. Siento que esa es la verdadera luz que tanto necesito. ¡Es todo tan tenebroso a mi alrededor y en mí mismo! Por la fe, sé que Dios dirige todos los acontecimientos, que hace que todo redunde en bien de los que le aman. Pero ¿le amo yo como debería? Al menos no como desearía. Sí, desearía amar a Dios con un amor soberano, desearía pensar, sentir, actuar como Jesucristo pensaba, sentía, actuaba. Querría comprender el pecado, estar convencido de que todo aquí abajo es nada fuera de Dios, querría tener un poco el sentimiento de la eternidad bienaventurada para la que estoy hecho. Desearía ver las cosas como los santos, caminar aquí bajo como ellos. ¡Ah!, ¡si yo pudiera aportar a las almas las luces que ellos aportaron! Cuántas veces he envidiado cómo San Francisco de Asís amaba a Dios, el desprecio que San Benito Labre tenía por las cosas de aquí abajo, su extraordinaria dedicación a la Eucaristía, el conocimiento y la predilección del querido M. Bellanger por la Santísima Virgen, la mortificación del Cura de Ars, etc., etc. Pero, para llegar hasta donde llegaron, ¡cuántas luces recibieron de lo alto! ¡Qué lejos estoy de todos ellos! Y, sin embargo, hace tanto tiempo que suspiro, y he repetido tantas veces: “¡Da mihi intellectum!” ¡Lo repito sin cesar, multiplico los Veni Creator! 22 de diciembre de 1915 Dios sabe lo que hace, nosotros no lo sabemos. El quiere que nos pongamos en sus manos con confianza. ¡Cuántas inquietudes vanas, cuántas preocupaciones sin sentido! Dios ha tenido cuidado de avisarnos en el Evangelio que ni un solo cabello de nuestra cabeza cae sin su permiso, sabemos que nos ama, que todo redunda en beneficio de los que le aman, y que, tanto en los acontecimientos públicos como en las peripecias de nuestra vida personal, no hay lugar para la angustia o la inquietud. Ha sido mi historia en muchos momentos de mi vida. ¿Quién me dará la confianza y el abandono de las almas de Dios, de las que tienen una verdadera fe? He predicado esa confianza, mil veces he estado convencido de ella, pero me he dejado llevar por la inquietud. Y sin embargo, en ciertos momentos he comprendido y saboreado el salmo “Dominus regit me et nihil mihi déérit”. ¡Pobre naturaleza humana, débil, inconstante, llena de contradicciones! He leído y releído el pequeño tratado sobre el Abandono en la Providencia divina. Lo entiendo y comparto sus puntos de vista cada vez que lo leo. Pero, no será con mi pobre espíritu, con mi pobre buena voluntad como llegaré a la constancia del abandono, solo lo lograré con la gracia de Dios. Hay que orar y orar, orar continuamente. Solo ahí está la luz y la salvación. Sí, Dominus regit me et nihil mihi deerit.

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Dios mío, gravad esta convicción en mí, para que nunca se eclipse. Aún estoy demasiado atado a las criaturas y poco exclusivamente a Dios, como yo desearía. ¿Cómo hacer? Rezo mucho, y, a menudo, con ese fin. Tendría también que mortificarme más, ejercitándome en el desprendimiento. ¡A Dios rogando y con el mazo dando! ¡Pero, qué débil soy para obligarme y actuar! ¡Dios mío, venid en mi ayuda! Haced todo lo que yo no puedo hacer por mí mismo o si no, dadme las fuerzas necesarias para hacer lo que vos deseáis. ¡Pobre humanidad, cuántas taras de tantas clases! La guerra las revela en gran número. Pero, sin buscarlas en los demás, cuántas encuentro en mí. ¡Qué contraste entre el deseo inmenso de pertenecer por entero a Dios y estas ataduras que no logro deshacer! 17 de noviembre de 1915 ¿Hay que arrancar lo que quizás Dios ha formado? ¡Cuánto sufren nuestros corazones en el pueblo, en los pequeños, en los abandonados, en los que están solos! También ellos tienen un corazón y necesitan afecto y apoyo. ¡Cuántas veces he sentido la necesidad de amar a los que nadie ama, cuya naturaleza no atrae, y que a veces sufren por la indiferencia universal hacia ellos! ¿Acaso no necesitan también este alimento de corazón? ¿No me ha dado Dios la vocación de amarlos? Sí, les pertenezco y quiero amarlos. Pero, en Dios y, al mismo tiempo, sinceramente por ellos. Es necesario que sea sobrenatural, por Dios y por el bien de las almas, para conducirlos al cielo. ¡Cómo me gustaría ser el puente que sirva a Dios para entrar en el corazón de todos los abandonados, y el puente que sirva para éstos vayan a Dios! He de estar vigilante para que el fin no sea atraerles hacia mí, sino ser solo un medio para que vayan a Dios. Eso es lo que tengo que trabajar, por eso voy a rezar. Existe tanto la caridad del corazón como la del cuerpo. Hay que dar las dos, pero como Dios quiere, y por él. Así, verdaderamente, amaré a los que conozco y que están solos, y amaré a los que no conozco , les mostraré mi entrega orando por ellos y pidiendo para ellos la gracia y el cielo.

7. En una carta a una dirigida, confiesa a dónde va el deseo de su alma... A UNA DIRIGIDA 30 de diciembre de 1920 Hablamos del mal del cielo; yo tengo el mal de Dios. Quisiera sumergirme en su adorable Trinidad y establecer en ella mi hogar para siempre. ¡Sí, que la unión con El alcance el punto más alto posible aquí abajo!

8. Su “Comentario de las Constituciones” (1924) transmite un profundo sentido de la grandeza y de la santidad de Dios, que “nada aquí abajo puede satisfacer”. Pero, es contemplando y buscando “reproducir la vida pública de Jesús” como puede vivir en verdad el “mal de Dios” y el “mal del (ministerio) del pueblo”.

COMENTARIO DE LAS CONSTITUCIONES N° 126 A primera vista, la vida pública del Salvador no es la parte más atractiva, más llamativa de su vida; su infancia es más atrayente, su Pasión más emotiva... Llamo la atención sobre el hecho de que es en su vida pública donde Nuestro Señor ha, por decir así, salido de sí mismo, donde se ha revelado de forma 9

más completa, ya que es en ese período cuando ha hablado, ha actuado a la vista de todos, se ha mostrado, ha vivido entre los hombres. A este período se aplican particularmente las palabras de San Juan: “Et habitavit in nobis”. Es en su vida pública donde se muestra más “hombre”. Le vemos caminando, comiendo, bebiendo, durmiendo, sudando como nosotros. Le escuchamos hablar, felicitar, animar, reprochar. Y, además, hace penitencia, ora, predica, cura, salva a las almas. Es Jesús Camino, Verdad y Vida; Jesús mostrándonos lo que debemos hacer. Y este ejemplo de la vida pública se aplica más a nosotros. Pues, nuestra vida es una vida pública. No hemos de vivir en un claustro, una vida oculta, sino una vida exterior, activa, como Jesús.

Nuestra vocación es la vida religiosa, es decir, la vida consagrada esencialmente a Dios, a la virtud de religión, a dar gloria y culto a Dios, a unirnos a El con el corazón y la voluntad, a desposar sus deseos, una vida consagrada a la oración, a la entrega, a la perfección, y es, al mismo tiempo, la vida apostólica, dirigida particularmente a los pobres. “Pauperes evangelizantur”. Estamos llamados a luchar exteriormente contra el mal, a llamar a las almas y a conducirlas a la virtud y a Dios. Para ello, necesitamos hacernos conocer, hablar, dar ejemplo, actuar, atraer. “Vayan y enseñen... Ustedes son la luz del mundo, y la luz no está hecha para ponerla bajo el celemín... Ustedes son la sal de la tierra... Bautícenles, díganles todo lo que yo he dicho” Para eso, debemos llevar una vida pública exterior, es nuestra vocación. Pero, al mismo tiempo, una vida interior, totalmente unida a Dios. Esa es nuestra dificultad. Algunos nos preguntan: ¿Cómo pueden hacerlo? ¿Cómo conciliar la vida pública, activa, que distrae y arrastra, con la vida interior? ¿Cómo evitar el peligro de dejar que la actividad ahogue la vida de unión a Dios? Nosotros respondemos: “Como Nuestro Señor lo ha hecho”. El es el ejemplo perfecto de esas dos vidas. Durante los tres años de su vida pública, vemos cómo esas dos vidas caminan en El paralelamente, o, más bien, mezcladas de una forma admirable. Lo muestra a través de sus palabras y de sus hechos, se revela el interior de su alma, le vemos, por decirlo así, al desnudo.

Para profundizar 1. ¿Cómo estas dos pasiones, Dios y el pueblo, configuran mi vida personal? ¿Cómo expreso esta experiencia con mis propias palabras: a mí mismo y a mis hermanos? 2. ¿Ir a Dios y al pueblos juntos” es la motivación y el motor principal de nuestra vida comunitaria de religiosos pastores? ¿De qué manera? 3. ¿Cómo la vida de equipo me (nos) permite “ampliar” nuestra visión de Dios y del pueblo?

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Tema 2

EL APOSTOLADO

Los pobres y trabajadores son los destinatarios del apostolado de los Hijos de la Caridad. Ese mundo necesita sobre todo hombres que sepan “lanzar las redes” en las “aguas profundas” de lo Real de la vida de Dios y de la Realidad concreta del pueblo, para que, en el contacto con la vida divina, la de los trabajadores y los pobres sea transfigurada y salvada.

1. Anunciar el Evangelio al pueblo exige “apóstoles de raza”, que lleven en la sangre el “instinto del apostolado”, pero que sepan dejar que el “espíritu sobrenatural” fecunde sus facultades naturales. En una hermosa meditación sobre Jn 21, 1- 4 no fechada (quizás hecha en Charonne o siendo asistente de los HH de San Vicente de Paúl), Anizan anima a sus hermanos a ser “pescadores de almas”. He aquí un extracto.

ALLI DONDE DIOS NOS HA PUESTO Los 7 apóstoles de los que se habla en esta aparición estaban donde Dios quería, donde Jesús podía encontrarles. Es la primera lección que deseo aplicar. La primera condición de un apostolado fecundo, de abundantes pescas, incluso milagrosas, es que el apóstol esté donde Dios quiere. Lo importante no es ocupar un puesto brillante, donde ser visto. No es tener todas las facilidades, ni siquiera disponer de todos los recursos que se pueden encontrar en lugares aparentemente privilegiados. Lo que hace falta es que cada cual esté en el puesto que Dios ha querido para él, pues es ahí donde nos da cita para encuentros fecundos. No son las circunstancias las que hacen a los apóstoles fecundos, sino los apóstoles los que hacen que los puestos sean fructíferos. ¿Dónde haremos el mayor bien? Allí donde Dios nos ha puesto. Hay sacerdotes y religiosos que sueñan constantemente con lo que no tienen y se quejan siempre de lo que tienen. Es un grave error. El verdadero camino es darse por entero allí donde Dios nos ha puesto. Cuidando siempre de acudir a la cita que él nos da, podemos estar seguros de encontrarle y de trabajar con su bendición... Al releer en el evangelio de hoy el grito animoso que electrizó a sus seis compañeros: “¡Me voy a pescar!”, me le represento (a Simón Pedro) lanzando esa exclamación con la espontaneidad, la decisión y el ardor contagioso del viejo marino que se encuentra en su elemento y se lanza a él instintivamente. Por eso, no me extraña la respuesta inmediata de los otros seis apóstoles, incluso de los que quizás no eran pescadores: “Nosotros vamos también contigo”. ¡Qué hermosa imagen de los apóstoles pescadores de almas! Nosotros, que tenemos una vocación esencialmente apostólica, también debemos ser pescadores, apóstoles de raza. ¡Ah, el instinto del apostolado! Deberíamos llevarlo en la sangre, debería ser irresistible. Y como por todos lados, especialmente en nuestros barrios obreros, en nuestros extrarradios, nuestros ambientes industriales, donde pulula el pueblo abandonado, exhalan un no sé qué fuerte y excitante olor de pesca de almas, nuestro grito debería ser continuamente el de Simón Pedro: “¡Me voy a pescar!” Es decir, voy a preparar cuidadosamente los aparejos, las redes, a alistar los instrumentos. Y me lanzo a la pesca me cueste lo que me cueste y fuere cual fuere el resultado aparente. ¡Ah hermanos, sean apóstoles de raza! Sueñen sin cesar con la pesca de las almas, entréguense ella con todas sus fuerzas, sin más límite que el de la preparación por la oración, la fidelidad a los ejercicios, la obediencia y el trabajo, en definitiva, cosas todas ellas esenciales para tener éxito...

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Hay momentos en que el apóstol constata el fruto de sus esfuerzos; hay otros en cambio en que parece que su trabajo es estéril e inútil. Por más que lanza una y otra vez la red, vuelve siempre vacía. Es entonces cuando surgen las tentaciones del desánimo y del abandono. ¿Quién no ha conocido momentos así? No olviden que en esos momentos sombríos como la noche, en los que todo lo que hacemos parece inútil y todo apostolado estéril, no olviden que Dios nos ve. Y esas circunstancias se aplican admirablemente a lo que Santa Teresa dice sobre las oraciones, en apariencia estériles. Compara el alma en oración con un jardinero que saca agua de un pozo con la sola fuerza de sus brazos. Ocurre a veces, dice ella, que el cubo sube sin una gota de agua. ¡Y estamos tentados de abandonarlo todo! No olviden que complacen y sirven al Dueño del jardín... Ciertamente, las facultades naturales, que por otro lado podemos desarrollar, son útiles, pero mucho más necesario son la santidad, la caridad, el celo. Desarrollen esas virtudes y serán poderosos apóstoles, harán pescas milagrosas... Qué insensato sería atribuir a los propios medios unos resultados tan elevados para los fines del hombre. Sí, seamos sobrenaturales, siempre sobrenaturales, antes de ejercer nuestros ministerios, preparándolos con la oración, la fidelidad y la santidad; y sobrenaturales después, atribuyendo la gloria a Aquel que la merece... ¡Qué culpables seríamos si no tuviéramos una confianza sin límite, si no viéramos esa Providencia maternal que nunca nos falta! Amemos a Dios. Pongamos nuestra confianza en él y lancémonos con todas nuestras fuerzas al apostolado del pueblo.

2. La Buena Nueva, que va derecha al corazón del pueblo, es que los “desheredados” de este mundo son de hecho los “herederos de Dios”. Porque tienen un Padre, están llamados a vivir como “hermanos”. He aquí algunos extractos de una homilía del P. Anizan, joven predicador, de Adviento de 1878, anterior a su entrada en la vida religiosa.

LOS DESHEREDADOS SON LOS HEREDEROS DE DIOS ¿Cómo ha hecho Jesús para tener discípulos, para atraerlos, para cautivas sus corazones?... Ha hecho dos cosas muy sencillas, le basó con mostrarse y hablar. La santidad de su vida, lo sublime de su doctrina atrajo a todas las almas de buena voluntad. Vieron, admiraron, amaron y creyeron... Jesús les dice que ese Padre que está en los cielos se ocupa de ellos: “Ni uno solo de nuestros cabellos cae sin que él lo quiera”. No son palabras vanas. Dios es de tal manera su Padre, que Jesús ha venido a la tierra para devolverles algo de la naturaleza divina. “¡Pero, en ese caso, son dioses!” ¡Unas pobres criaturas partícipes de la naturaleza divina, como dioses! ¡Qué grandeza, la de quienes se creían tan viles, tan pequeños! Y Jesús les ordena dirigirse a Dios como unos hijos a su Padre: “Cuando oren, diga: Padre Nuestro que estás en los cielos”. Lo más consolador para ellos es la esperanza, la seguridad de que podrán gozar las posesiones de su Padre. Jesús afirma que son los herederos del Reino de los Cielos, ¡herederos de la vida, de la felicidad eterna! ¡Qué felicidad! ¡Qué felicidad! ¡Qué perspectiva! ¡Y, por eso, cómo se entusiasman, cómo arden sus corazones cuando le escuchan hablar así!

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Pero, no es eso todo. Jesús no solo les habla de lo que Dios es para ellos, de lo que ellos deben ser par él, sino que les dice también lo que deben ser los unos para los otros, cómo los hombres deben considerarse entre sí. Hasta entonces, la ley de justicia, cumbre de la perfección, era: “No hagan a los demás lo que no quieran que les hagan a ustedes”. Jesús viene a decir mucho más. Viene a aportar el precepto de la caridad, base y fundamento de la verdadera fraternidad. “Ámense os unos a los otros”. Ese es su primer mandamiento, con el mismo rango e identificado con el precepto de amar a Dios. Les dice que todos los hombres son hermanos. Por consiguiente, el pobre y el rico son hermanos... Los felices y los desdichados son hermanos... Los poderosos y los débiles son hermanos... Los reyes y sus sujetos, los jefes y los subordinados, son hermanos... Aquellos hombres acostumbrados a ver cómo el rico abusaba del pobre, cómo los felices huían de los desdichados, cómo los poderosos oprimían a los débiles y los jefes tiranizaban a sus subordinados, no daban crédito a lo que oían... ¡Qué entusiasmo en el pueblo, en el que esas verdades caían como un bálsamo para los corazones, como una luz del cielo para la inteligencia!... “¡Verdaderamente, nadie había hablado nunca como este hombre!” Hasta entonces, habían considerado a Dios sobre todo como un maestro, como un señor poderoso y terrible. Más que amarle se le temía. Pero, Jesús viene junto a los hombres y les dice que Dios es su Padre. A esos pobres hombres, perdidos en un pequeño y pobre rincón de tierra llamado Judea, en su mayoría despreciados, arrastrando aquí abajo una vida oscura, en medio de la indiferencia, incluso de los que les rodean, Jesús les dice que tienen un Padre en el cielo. A esos hombres que habrían considerado un honor gozar de la amistad de un grande de la tierra, que se habrían sentido honrados si un rey de la tierra se hubiera fijado en ellos y les hubiera considerado como sus servidores, Jesús les declara que son no solo sus servidores y amigos, sino sus hijos, los hijos de Dios. El Ser más grande, el más bello, el más poderosos. Ese Dios, ante el cual apenas se atrevían a levantar la vista temblando, es para ellos un Padre... ¡Qué dulce tuvo que ser esta doctrina para un pueblo formado en su mayoría por desheredados de la tierra!

3. El Evangelio no será completamente anunciado al pueblo mientras no sea proclamada la misma Vida de Dios. El verdadero apóstol, si quiere ser “un obrero perpetuo de la vida eterna” debe ser santo. Extracto de la “Gran Oración Sacerdotal” (1884) MI AMBICION... PROCURAR LA VIDA ETERNA Dios mío, tomadme, forzadme, para que les dé vuestros dones, para que les conduzca a la vida eterna. La vida eterna... Veros, Dios mío, esa es la vida eterna del alma. Ver a Jesucristo, esa es la vida eterna del cuerpo... No es agitándote como multiplicarás los frutos. A Dios no le interesan especialmente tus brazos, tus piernas, tu voz. Quiere servirse de ellos, ponlos a su disposición, no temas usarlos cuando él te lo pide, pero empieza por ser un santo. Coseches o no tú mismo lo sembrado, siendo un santo multiplicarás el número de los elegidos. Gracias, Dios mío, por haberme dado semejante objetivo, digno de todas mis preocupaciones, de todos mis esfuerzos. Mi ambición va a ser cada vez más procurar la vida eterna, la vida de Dios y de Jesucristo, para aquellos que Dios me ha confiado.

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¡Qué me importan las alegrías de aquí abajo, los objetos terrenos, la estima del mundo, el descanso, la salud, el bienestar, mi propia satisfacción! No, todo está ordenado a procurar la vida eterna para las almas. Con ese fin, caminar, hablar, descansar, comer, dormir, todo con ese único objetivo; orar, santificarme, para dar la vida eterna. Dios mío, que a partir de este momento y hasta mi último instante, yo sea un germen, un instrumento, un obrero perpetuo de vida eterna. Que todos los instantes de mi vida la multipliquen, la acrecienten, que mi último suspiro sea mi último y más bello puñado de esta divina semilla, sobre todo que ningún alma sea vea privada de ella por mi culpa...

4. Anunciar “la vida eterna” de Dios no es evadirse de la realidad de la vida del pueblo. Es sumergir esa realidad aún más en la Pasión y la Resurrección de Jesús, como lo expresa el P. Anizan en su invitación a una conferencia en el barrio de Charonne (2 de febrero de 1894)

UN DIOS VOLUNTARIAMENTE POBRE Y DEBIL, OBRERO COMO USTEDES Nuestras conferencias de Adviento sobre el Obrero de Nazaret les han ayudado a comprender mejor a ese Jesús que predicamos y que les ofrecemos en la Eucaristía. Han comprendido que Jesús es más que un predicador y un modelo, es su amigo, y el mejor de los amigos, un compañero de camino, un apoyo en el triste y rudo camino de la vida, un consolador en medio del abandono que sufren, de sus trabajos, de sus preocupaciones y sus luchas, un guía para alcanzar la felicidad sin límite y sin fin. Al ver que Dios se hace voluntariamente pobre y débil, como sus niños, obrero como ustedes, ¿su condición no les resulta más noble y soportable? Y al escuchar las divinas enseñanzas del Evangelio, que dejan bien atrás las doctrinas pretendidamente nuevas y avanzadas de nuestra época, ¿no han sentido que les ardía el corazón y que renacía la esperanza? Pero, no hemos dicho la última palabra sobre el Obrero de Nazaret. Para conocer su corazón y comprender su amor, para apreciar el valor que sus almas y las de sus seres queridos tienen a sus ojos, para fortalecer su esperanza eterna, no basta con acudir a Belén, detenerse en Nazaret, sino que hay que ir hasta el Calvario. No basta con estudiar al Obrero de Nazaret, hay que contemplar. “EL HOMBRE DE DOLORES” Es el fin de las conferencias de Cuaresma. Estudiaremos el gran drama de la Pasión y de la Redención. Si el tiempo lo permite, no nos quedaremos en las tinieblas del Calvario, terminaremos nuestras conferencias en el esplendor de la Resurrección. Continuarán siguiendo con el interés y la simpatía que tan bien conocemos, queridos trabajadores, estos temas capitales, de los que dependen la orientación de la vida y la suerte eterna. Vengan con sus familias y vecinos, encontrarán la acogida calurosa y los corazones amigos que ya saben.

4. Cuando el apóstol alcanza el “alma del pueblo”, entonces es capaz de abrirle al “verdadero sentido del cristianismo” (1908) LA GRAN INTELIGENCIA DEL CRISTIANISMO 1908 Dar a las almas el verdadero sentido, la gran inteligencia del cristianismo. No quedarse en el ritualismo. Cuántos cristianos solo conocen del cristianismo los mandamientos: justo la misa del 14

domingo, la abstinencia el viernes, la frecuentación de los sacramentos; algunas prácticas de piedad, a las que uno u otro conceden gran importancia, y eso es todo. No se entiende la Iglesia, la unión de Dios al hombre, la grandeza de todas nuestras prácticas seculares. Cuántas cosas populares destinadas a iluminar y elevar las almas, no se comprenden y se dejan de lado. Se ha reducido nuestra santa y sublime religión. Demos a las almas del pueblo, tan capaz de comprenderla, la gran inteligencia de nuestra religión. Eso les entusiasmaría: grandes celebraciones, hermosos cantos, instrucciones variadas... En el barrio, la ciudad o el ambiente en el que nos establezcamos, busquemos captar el alma del pueblo que allí se encuentra, su íntima preocupación, sus verdaderas necesidades, lo que le hace vibrar. Y aportar en ese punto satisfacción y remedio. Después conseguiremos de él lo que queramos.

5. Cuando Anizan piensa en la nueva fundación, piensa en una congregación que vaya a “las verdadera masas populares”, de la manera más “amplia” y organizada posible, y con el mayor número de agentes posibles. Pero, para esa “gran obra” hacen falta hombres “dóciles” al Espíritu, pasados por el crisol de la prueba. Desde Verdún, se abre al P. Josse (6 de septiembre de 1915). “DESEARIA EL APOSTOLADO DE LAS MASAS POPULARES”

La gran obra que tenemos en perspectiva es de primera importancia..., es a la que hemos querido consagrar nuestras fuerzas y nuestra vida. Las circunstancias dolorosas que se han producido pueden destruirla o darle impulso, orientación y amplitud. La causa de Dios y la salvación de las almas parece que están en juego. ¿Acaso no es la prueba el fermento necesario para toda obra importantes miras? Todo eso pertenece al secreto de Dios, pero hemos de ser dóciles entre sus manos. Desearía el apostolado de las verdaderas masas populares, un apostolado humilde pero intenso, sobrenatural pero extenso, un apostolado desinteresado, basado en la santidad y en la vida perfecta, un apostolado con todos los recursos posibles, con nuestros laicos, con la cooperación de los buenos cristianos y las buenas cristianas, con la aportación de las obras existentes, un apostolado con todas las obras y todo el atractivo de la verdadera caridad. ¡Ah, si fuéramos los instrumentos dóciles y perfectos que Dios quiere, que inmenso campo se abriría ante nosotros! Las pruebas no han debilitado nuestro deseo, no han cambiado nuestra vocación y no son un obstáculo para Dios. Ofrezcámonos al Espíritu Santo, que ha hecho a los primeros apóstoles y les ha abierto un campo que aparecía bien cerrado. El campo, Dios lo abrirá. El gran obstáculo somos nosotros, nosotros y yo con nuestras imperfecciones, nuestro egoísmo y nuestras lagunas espirituales, yo más que ustedes. Ciertamente, nos encontramos en un momento crítico con relación a ese apostolado, que aparece más necesario que nunca. Hemos de intentar elevarnos todo lo que podamos a la altura de la Obra. Las almas, es lo que creo, se abrirán, pero ¿los obreros y los sembradores estarán a la altura de la tarea? Oremos, intentemos santificarnos y, sin otra ambición que la de ser los instrumentos de Dios, pongámonos entre sus manos dispuestos a todo.

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6. Porque somos enviados a todo el pueblo, necesitamos buscar continuamente cómo articular de manera orgánica “parroquia Y obras”, “dos fuerzas hechas para ayudarse y completarse”. Extracto del “Comentario de las Constituciones”, n° 2 (1924)

La gran acción parroquial, unida a la acción de las obras, es el ideal. Son dos fuerzas hechas para ayudarse y completarse. La parroquia engloba a todo el pueblo cristiano, y las obras le aportan el medio de apostolado providencial para llegar a todos los que antes escapaban por entero a su acción. Está claro que hoy la parroquia tiene necesidad de las obras. Es la forma providencial, y nuestros sacerdotes se dedicarán a ellas en todas las parroquias. Obras e instituciones sociales y caritativas anejas... Existen, efectivamente, instituciones aptas para secundar de manera importante, e incluso completar, la acción apostólica de las parroquias, sin entrar de forma alguna en su terreno habitual. El Instituto las organiza, y las organizará, en la medida en que se haga sentir su necesidad, y mientras sus recursos se lo permitan. Citemos algunas: escuelas privadas, talleres profesionales, orfelinatos para niños de nuestras parroquias, colonias de vacaciones, ejercicios espirituales, obras económicas, etc. Así entendida, ¡qué neta y clara, qué amplia y extensa es nuestra vocación! Abarca todos los medios de llegar a toda la clase obrera, responde, y siempre responderá, a sus necesidades, y se adaptará siempre a las necesidades de las almas. Amémosla, estudiémosla, profundicémosla, perfeccionémosla. Hemos recibido la gracia para realizar esta gran obra Ya vemos, y podríamos aportar otras pruebas, que nuestro fin secundario es tan amplio como adaptado a las perpetuas necesidades del pueblo. Y digo “perpetuas necesidades” porque, en el futuro, responderemos siempre a sus necesidades. Nuestras Constituciones no nos limitan a un tipo de obra, sino que extienden nuestra acción a todas las obras futuras que respondan a las necesidades de las clases populares. Las adoptaremos según la Providencia nos las vaya inspirando. Nuestra familia habrá de adaptarse para permanecer siempre actual. Su misión no es pasajera.

7. Ir a todos, sí, pero sin olvidar prestar una particular atención a las “elites”, que hay que descubrir, despertar y formar. “Elites”... es decir, aquellas personas del pueblo que aspiran a ser y hacer más. Carta Circular “Nuestro Apostolado” (1923)

FORMACION Y CUIDADO DE LAS ELITES Un punto muy importante en las parroquias y las obras es formar y cuidar a las elites. En todas las clases de la sociedad, y podemos decir también que en todas las edades, hay almas que aspiran a lo mejor. Ávidas de progresar y perfeccionarse, inclinadas a la generosidad y a la entrega, esperan y a veces buscan una dirección y una impulsión. Desgraciadamente, muchas no encuentran la persona que les pueda aportar luz y ánimo y que les impulse hacia adelante. Me llama la atención la cantidad de almas que pensaron alguna vez en la vida religiosa y que la desearon. Eso no significa que estuvieran llamadas a ella, pero sí es un signo de aspiraciones providenciales a algo más alto. ¡Excelsius!

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Hay personas en quienes esas tendencias permanecen inconscientes, hasta que un día se encuentran con otra alma o surge la ocasión favorable que hace que tomen conciencia de ello. ¡Qué importante es descubrir esas naturalezas de excepción, despertarlas, desarrollarlas, hacer que rindan al máximo!...

8. Ir al pueblo significa también, incluso ante todo, aprender a conjugar nuestra acción con la fuerza del Espíritu “que opera”. No hay verdaderos apóstoles sin la “asistencia” del Espíritu. “Nuestro Apostolado”:

ACUDAMOS A MENUDO AL ESPIRITU SANTO El Espíritu Santo es quien actúa en las almas y da a los apóstoles la luz y la fecundidad. Actúa en las almas por la gracia y por sus dones. “Todos los que son guiados por el Espíritu Santo, dice S. Pablo en su epístola a los Romanos, son hijos de Dios”. En la gran obra del apostolado necesitamos la asistencia del Espíritu Santo. Es él, en efecto, quien clarifica, aconseja, atrae y da la fuerza para seguir sus impulsos. Cuanto más le supliquemos, más actuará en las almas y más estará con nosotros. El es quien da también a los apóstoles la luz y la fecundidad! La escena de Pentecostés lo prueba de forma memorable. El es quien transforma a los discípulos de Jesucristo, tan claramente inferiores a su misión, haciendo de ellos instrumentos de la conversión del mundo. El es quien continúa esta gran obra a través de los siglos y quien puede actuar en nosotros, a pesar de nuestra insuficiencia, igual que actuó en los apóstoles. Por eso la Iglesia, en las ordenaciones de sus diáconos y sacerdotes, le dirige tantas oraciones suplicantes y por eso le concede tanta importancia. Acudamos a menudo al Espíritu Santo. Supliquémosle sin cesar que aumente en nosotros sus dones y que actúe en las almas que nos son confiadas. Complazcámonos en recitar el Veni Creator, celebremos con fervor sus fiestas. La devoción al Espíritu Santo es la gran devoción de los Apóstoles.

Para profundizar Mirar con profundidad: 1. Al compartir entre nosotros (rama, región, equipo) situaciones y recorridos en el pueblo, diferentes análisis actuales... ¿Qué es lo que me (nos) hace afirmar que nuestro pueblo está a la espera de “vida eterna” hoy? 2. ¿Qué implica en nuestra tarea proponer al pueblo “la gran inteligencia del cristianismo”? Convicciones. Medios. 3. ¿Qué espacio dejamos hoy al Espíritu en nuestras decisiones y en nuestra acción, personal y comunitariamente? 17

Mirar con amplitud: Al P. Anizan le gusta emplear el adjetivo “amplio”, para obligarnos a no encerrarnos en un espíritu y una mirada estrechos. Por una parte, nos invita a “mirar de manera amplia” al pueblo, para considerarle con toda la diversidad de sus condiciones culturales, sociales y religiosas. Nos recuerda también que somos enviados no solo a los que ya están reunidos en la Iglesia, sino también a los que no lo están o de los que la Iglesia está lejos. Por otra parte, habla de tener una “verdadera amplitud de espíritu”, invitándonos a no encerrarnos en nuestras sensibilidades pastorales y apostólicas personales, y a abrirnos a otras formas de sentir, de vivir y de actuar en el apostolado. Tener una “mirada amplia” y una “verdadera amplitud de espíritu”, forman parte de una vida de Hijo de la Caridad, como frutos de una misma caridad... 1. ¿A qué conversiones nos sentimos llamados, a qué iniciativas nos sentimos invitados, para, a la vez, “mirar al pueblo de manera amplia” y tener juntos “una verdadera amplitud de espíritu”? Convicciones. Medios.

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Tema 3

LA EUCARISTIA

“Alimentarse de Dios para participar en su divinidad... Gozar de Dios y poseer a Dios para dárselo al pueblo... Dar a luz a Cristo”. La relación de Anizan con la eucaristía, hasta ahora muy desconocida, merece ser trabajada y profundizada. La eucaristía “hace que nos mezclemos con la carne de Jesucristo, realmente y de hecho” Es el lugar donde acogemos y proclamamos la vida divina de una manera particular. “La llevamos en nosotros y con nosotros”. A nosotros, Hijos de la Caridad, nos recuerda con insistencia que experiencia de Dios y apostolado beben y se alimentan en el misterio eucarístico de Cristo.

1. El tono está dado. Ya la víspera de su ordenación, en diciembre de 1877, escribe: A partir de mañana, día de mi ordenación sacerdotal, el gran acto de mi vida será la Santa Misa. Todo girará en torno a ese centro, todo será preparación de la Misa o acción de gracias por ella. Será ek alma de mi vida, el alimento de mi alma, mi gran lección, mi sostén, todo.

2. “La eucaristía es nuestro sostén en las luchas de la vida cotidiana, nuestra esperanza en la hora de la muerte... Es Dios habitando con el hombre, que no puede prescindir de él... Alimentarse de Dios para participar en su divinidad...” Expresiones fuertes que Anizan, joven sacerdote diocesano, emplea en una de sus homilías en Olivet (no datada)

EN LA EUCARISTIA, CONSTANCIA Y VALOR “Vengan a mí todos los que sufren, y yo los aliviaré” Es una de las más hermosas y fieles expresiones del papel que juega la Santa Eucaristía en la religión. Sí, la Eucaristía o el Santísimo, es el corazón, la vida, la síntesis de la Iglesia, es la vida y el todo del cristiano... ... Dios nos amó hasta el extremo. Se hizo hombre para vivir en medio nuestro. Y cuando su misión en la tierra llegó a su término, no nos dejó huérfanos. Quiso permanecer en la tierra, habitar junto a nosotros, ser el compañero de nuestra vida, el confidente en nuestras penas, nuestro sostén en las luchas de la vida, nuestra esperanza en la hora de la muerte. El es todo eso en la Eucaristía. Y para comprender bien que está ahí por nosotros, para habitar en medio nuestro, echemos una mirada al mundo cristiano. Vean en las ciudades y en los pueblos esa morada que domina a todas los demás, que parece protegerlas, que las cubre con su sombra, y que constituye como el centro y el corazón, es la morada del Dios de la Eucaristía. Es Dios habitando con el hombre, que no puede prescindir de él.... Es verdad que no le vemos, como los santos en el cielo, no le oímos como Adán le oía. Pero, está realmente ahí con nosotros, y no solo en ciertos momentos como antes, sino siempre. Nos espera, está siempre dispuesto a escucharnos, a recibirnos, y su delicia es habitar con los hijos de los hombres. El mismo lo ha dicho, la tierra se ha convertido en la antesala del cielo. Y aunque la eucaristía no tuviera más finalidad que la de procurarnos la presencia permanente de Dios en la tierra y junto a nosotros, deberíamos decir con San Agustín: “¡Feliz culpa, que nos ha procurado la institución de la Sagrada Eucaristía, es decir, Dios habitando para siempre con nosotros! ¡Qué gratos me son, oh Dios, vuestros Tabernáculos!”

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Pero, no es el único fin del augusto sacramento. Dios nos ha amado hasta el extremo, y no le bastaba con estar cerca de nosotros. Ha querido convertirse en nuestro alimento, ser el corazón de nuestro corazón, el alma de nuestra alma. ¡Que bien conocía el fondo de nuestra naturaleza, quien nos ha dado su cuerpo, su alma y su divinidad como alimento! Necesitamos unirnos a alguien más grande que nosotros, a alguien mejor y más perfecto, necesitamos formar una sola cosa con la belleza, con la bondad misma, sí lo necesitamos, y es lo que la Eucaristía nos ofrece. Alimentarse de Dios para participar en su divinidad, poseer a Dios por entero para nosotros solos, gozar de Dios en cierta medida, eso es el cielo, no solo ya en la tierra, sino en nuestro corazón. Y tras los hombres naturalmente débiles y cobardes, he aquí el pan de los fuertes. Hombres malos y viles por su naturaleza caída, he aquí el pan de los ángeles, que santifica... ¿Qué mejor y secreto alimento tomaban los mártires antes del combate? La Eucaristía. Es ella la que les daba esa constancia, ese valor, ese desprecio de la muerte, que dejaba a los paganos estupefactos, diciendo, ellos que no conocían ese divino sacramento, que los cristianos utilizaban la magia, medios extraordinarios y sobrehumanos. Ha sido la Eucaristía la que ha sostenido a miles de monjes y de religiosos, que han envejecido en el interior de los claustros, sin ningún placer natural, sin compañía, sin conversación con otros hombres, sin sostén ni consolación exterior. Quien conoce la Eucaristía y ha saboreado su dulzura, sabe bien dónde esas almas encontraron un hogar, una compañía, un amigo, una consolación y un sostén. En la Eucaristía, que le era todo. Y todas esas personas que practican la virtud en medio del mundo, que resisten a todas las solicitaciones del mal, que superan obstáculos que parecen insuperables, que permanecen verdaderos y auténticos cristianos, incluso en los tiempos que atravesamos, a pesar de las burlas, las sonrisas y las blasfemias, es en la Eucaristía de donde sacan la fuerza necesaria... He ahí porqué Jesucristo quiere ser nuestro alimento. Ese ha sido su gran objetivo, y el amor que les tiene, hace que nos diga hoy, como les dijo a los apóstoles en la primera Cena: “¡Cuánto he deseado comer esta Pascua con ustedes!”

3. Es en la Eucaristía, “tesoro de la humanidad y anticipo del cielo”, donde Dios y el hombre pueden encontrarse misteriosamente. Extractos de otra homilía del joven Anizan en Olivet (no datada): EL CUERPO CRUCIFICADO Y RESUCITADO DE CRISTO ¡Ah, divina Eucaristía, sublime herencia del corazón de nuestro Dios, tesoro de la humanidad, fuente de todos los bienes, Cielo de la tierra, prenda y anticipo del Cielo eterno! ¿Cómo podrían unos labios humanos hablar de vos, cómo podría decir lo que habéis aportado a todas las generaciones, lo que sois para cada uno de nosotros? Un obrero, cuya vida no había sido más que trabajo y privaciones, me decía consolado en el momento de la muerte: “Parto tranquilo, pues sé que al menos dejo pan para mis hijos”. ¡Ah! Jesús Salvador, mañana, en el momento de expirar en la Cruz, y, sobre todo, cuando dentro de 40 días, resucitado, subáis al Cielo, podríais decir también con consuelo: “Parto tranquilo, pue sé que dejo pan para mis hijos”. Sí, la Eucaristía es el pan del exilio, ¡y qué pan! Pan vivo bajado del Cielo, Pan que da la vida eterna a los que lo comen... ¿No tiene Dios el poder de esconderse a nuestros sentidos, incluso cuando está presente? ¿No estaba su divinidad escondida en el pesebre y el la Cruz? Hasta tal punto estaba escondida que los Príncipes de los Sacerdotes podían decir: “Se dice el Hijo de Dios, que lo muestre para que veamos y creamos”. 20

En la Cruz, la divinidad estaba escondida, pero ahí estaba, fue ella la que perdonó al buen ladrón y le prometió que estaría ese mismo día en el paraíso. En la Eucaristía no solo es la divinidad la que está escondida, sino también la humanidad... De la misma manera que la divinidad estaba con la humanidad en la Cruz, así lo están las dos en la Eucaristía. Esto es mi cuerpo, es el cuerpo de Jesús el que está ahí, no un cuerpo ideal, sino su verdadero cuerpo. Lo dijo al instituir el divino sacramente: “Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros”. Se trataba del cuerpo que iba a ser flagelado, coronado de espinas y crucificado. Cuando Jesús hablaba, ese cuerpo estaba vivo, por lo tanto también lo estaba en el sacramento de su amor. Y ahora, cuando el pan es transformado en el cuerpo de Jesucristo, es su cuerpo tal y como existe, es decir, vivo, resucitado, glorioso e inmortal, pues Cristo resucitado ya no muere...

4. En una audaz lectura del Plan de Dios, el P. Anizan distingue 3 etapas en la realización de la Encarnación: En el origen, Dios se ha unido al Verbo. En la Natividad, Dios se ha unido a la humanidad de Jesús. En la Eucaristía, Dios quiere unirse a cada uno de nosotros. “Ahora, mezclados con la carne de Jesucristo, nos toca a nosotros “llevarle” en este mundo... Extractos de una nueva homilía, fechada en diciembre de 1882

LA EUCARISTIA, TERCER NACIMIENTO DEL VERBO EN NOSOTROS

Dios Padre comunica eternamente su esencia divina al Verbo. Es el primer y eterno nacimiento del Hijo de Dios, que procede de su Padre, como la palabra procede del pensamiento, o como el rayo de la luz. Es la Natividad eterna. El verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. Dios quiso después unirse a la humanidad, y creó un cuerpo y un alma. Se unió tan íntimamente a ellos que forman una sola persona llamada Jesucristo. Mediante la Encarnación, el Verbo se ha unido a nuestra naturaleza, forma parte de nuestra raza, de nuestra familia, somos sus aliados. Es su segundo nacimiento, cuyo aniversario nos disponemos a celebrar. Es la Navidad del mundo. Et Verbum caro factum est. Finalmente, Dios quiso ir aún más allá. Ha querido unirse no solo a la humanidad, sino a cada uno de nosotros individualmente. Y para ello, su amor ha realizado el mayor milagro; ha instituido la Eucaristía, que es el complemento, la extensión, la coronación de la Encarnación, su realización en cada uno de nosotros individualmente. Es el tercer nacimiento del Verbo, su nacimiento en nosotros... San Hilario dice que entre nosotros y Jesucristo, recibido en la Eucaristía, hay una unidad no solo moral y mística sino real y verdadera. De manera que, añade San León, pasamos a ser carne del que ha se ha hecho carne. Según San Cirilo, estamos en él y él en nosotros. Han buscado las expresiones más fuertes, y las han encontrado, aún por debajo de la realidad. Por la comunión, dice San Ireneo, devenimos miembros del cuerpo de Cristo, carne de su cuerpo, huesos de sus huesos. Este sacramento hace que estemos mezclados con la carne de Jesucristo, realmente y de hecho. Es San Crisóstomo quien habla. Y añade: somos un mismo cuerpo. Y San Cirilo, comentando el Evangelio de San Juan, declara que estamos unidos al cuerpo de Jesucristo, como él lo está al Verbo que habita en él. Y para que su pensamiento aparezca más claro, emplea esta comparación: como la levadura se mezcla con la masa, y esta a la levadura, así estamos nosotros unidos a Jesucristo en la Eucaristía, y él a nosotros.

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Podría multiplicar las citas y las comparaciones. No son pues de extrañar estas palabras de la Escritura: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”... “Son como dioses”. Díganme, pues, hermanos, si tenemos algo que envidiar a los pastores, a San José y a María. Pues bien, si comulgamos, todas estas maravillas van a tener lugar en Navidad. Seremos como el establo que acogió a Jesús, como el pesebre que le llevó, pero un pesebre y un establo amoroso. Seremos como San José que cuidaba de él, como María que le llevaba en sus brazos. Aún más, le llevaremos dentro de nosotros. Seremos un solo cuerpo con él. El aplicará en nosotros los frutos de su nacimiento en el mundo. ¡Díganme si no es esa nuestra verdadera Navidad!...

5. En un retiro pastoral predicado en Charonne en 1893, sentimos cómo vibra en el P. Anizan la “fibra” eucarística. Invita a sus interlocutores a acercarse a la eucaristía para oarticipar y ser testigos de una sobreabundancia de vida. LA HUMANIDAD DIVIDIDA EN DOS RAZAS ¿De dónde viene esa diferencia que parece dividir a los hombres como en dos razas? De la Eucaristía. Unos tienen a Jesús como compañero, les habla al corazón, les ilumina. Sus inteligencias comprenden, ven la verdad, para ellos todo es luz, es la verdadera vida, el que come de ese pan vivirá eternamente. Otro efecto producido por la presencia de Jesucristo, el pan de vida, en un alma, es el sentimiento, el gusto por las cosas grandes, nobles, divinas... Sí hermanos, ahí está la fuente de la verdadera vida aquí abajo, de la luz, del ardor por las cosas nobles, de la fuerza, del consuelo. Los que se alejan de ella no pueden conservar esta vida, que se irá debilitando. En cambio, si comen de ese pan, tendrán la vida ya aquí abajo... Hermanos, si durante la vida han comido ese pan, al término del viaje, sus ojos se abrirán. Dios se les mostrará con toda su gloria, les acogerá en el cielo y allí comenzarán a vivir la vida bienaventurada que tendrá fin, es la vida eterna, el cielo. ¡El cielo! ¿Quién no se ha emocionado con esta palabra? ¡El cielo! El cielo, hermanos míos, es la vida, la verdadera vida, desbordante, feliz, para la cual estamos hechos y hacia la cual convergen todas nuestras aspiraciones. ¿Cómo darles una idea de esta vida que les espera y que será su cumplimiento? Les decía hace un momento que aquí abajo la presencia de Jesús ilumina, eleva, fortalece, consuela, pero aquí no son más que unas gotas de vida. El cielo es el océano, un océano de luz, de felicidad. ¿Pero, cómo hablarles de esa vida, puesto que el ojo del hombre nunca lo ha visto ni su corazón lo ha sentido...?

6. Ante la contemplación de la grandeza del Misterio Eucarístico, que “da a luz a Cristo”, ¿cómo no aceptar la invitación a la santidad y a la humildad? Al tiempo que se siente radicalmente pequeño en la celebración de la misa y ante el Sanísimo Sacramento, el P. Anizan escucha la urgente llamada a “darle a luz”, a ser “puente” entre Dios y los hombres. He aquí un extracto de las notas tomadas en un retiro hecho en abril-mayo de 1895 en San Sulpicio.

NO HAY SANTIDAD SIN VIDA EUCARISTICA El Santísimo Sacramento Durante toda mi juventud he tenido la alegría de vivir en compañía y bajo el techo del Santísimo Sacramento. ¿Sin él, qué habría sido de mí? En los años más difíciles le recibía cada 8 días. En el 22

seminario, aún más a menudo. Desde que soy sacerdote, es mi pan cotidiano. Cuando no lo recibo, lo echo de menos. ¡Es el verdadero compañero de mi vida! Es una locura buscar en otra parte la fuerza y la santidad, cuando la tengo entre mis manos, en mi corazón, en mis labios. Solo tengo que hablar para darle a luz. ¿Pero, teniendo el Santísimo Sacramento, cómo no soy un santo? Sin duda, lo he utilizado imperfectamente. Sí, es una de mis lagunas. Tengo la Misa, la Comunión, la Presencia perpetua y real, ¡y no soy un santo! ¡El Señor me llamará a capítulo sobre este punto el día del juicio! ¿Y qué le responderé? ¡Dios mío, haced que comprenda y aprecie, según mis fuerzas y mis facultades, el tesoro de la tierra. Insensato, he predicado centenares de veces el ejemplo, la fuerza, la luz, el sabor divinos, las consolaciones que encierra la eucaristía; he dicho a los otros: “¡Si supieras el don de Dios!”, ¡y dudo sobre el medio de obtener todo eso! ¡Cómo me consolaba llevar la eucaristía cuando era diácono! Cuando fui ordenado sacerdote, ¡qué alegría, qué consuelo, al llevarlo a los enfermos, o cuando por la noche lo tomaba del Tabernáculo, para llevarlo a un lugar seguro! ¡Cuántas veces he besado la custodia y el copón! ¡Cómo he envidiado a los primeros cristianos que le llevaban con ello! ¡Y, a pesar de todo eso, no me he convertido en santo! La Eucaristía es mi modelo. Y para ser un gran santo, no tengo más que imitar a Jesús en la Eucaristía. ¡Qué humildad! Hay ahí una belleza infinita, virtudes, o más bien, la perfección completa. ¡Qué ciencia! ¡Qué fuerza, y, sin embargo nada aparece al exterior! Bajo la apariencia de un pequeño pan tan ligero que un soplo basta para hacerle volar, un pequeño pan inerte, incorruptible. Ninguna indiferencia, incredulidad, ultraje, hará que Jesús pierda su humildad y salga de su silencio. Solo raras veces, a lo largo de los siglos, ha dado un signo de vida para decir a sus fieles: “No tengan miedo, yo estoy con ustedes”. ¡Cuántas veces la gente ha venido para admirar los pobres templos y tabernáculos que le encierran, sin un sentimiento de admiración por la belleza infinita que resplandece en su interior y que es la alegría del cielo! ¡Qué sentirán los ángeles y los santos al ver ese extraño espectáculo! ¡Qué pensarán de nuestro comportamiento! Pero, sobre todo, qué gran lección para nosotros, pobres miserables, que buscamos la estima, la admiración de todos, y consideramos injustos a aquellos que nos las niegan. Esta humildad eucarística me ofrecerá buenos temas de oración. Al compararla con mis pretensiones, mis ojos verán la luz, eso creo. Será también un poderoso acicate para rendirle todo el respeto y la gloria que pueda. Cuanto más se abaje, más debo yo elevarle, cuanto más se esconda, más debo descubrirle. Si yo fuera el dueño de la tierra y Dios me hiciera saber que desea venir a ella bajo la forma en que ya lo hizo, como un niño pobre, reuniría a los ingenieros más hábiles, a artistas de todo tipo, y construiría para él un trono más alto que la más alta de las montañas, sería la maravilla del mundo. Reuniría todas las artes para que todo lo que entrara en su confección fueran obras de arte. ¡Obras de arte de metal, de madera, de mármol, de piedras preciosas, estatuas, tejidos, monumentos arquitecturales, pinturas, música, perfumes! ¡Nada sería demasiado, y si el pobre divino niño quisiera reposar unos instantes en ese trono indigno de El, me sentiría recompensado! Pues bien, en la Eucaristía, es El, su apariencia es más humilde que la de un niño, ¡pero es todo él y para siempre! ¿Cómo le he tratado? ¿Cómo se le trata, y cómo he imitado su paciencia y su humildad?... Tengo que desarrollar esta devoción al Santísimo Sacramento en la congregación. Favorecerla en las obras, hablar de ella en todos los retiros que predique. Después de todo, el Santísimo Sacramento es Jesús, al que tanto deseo amar y que tanto deseo hacer que reine. Mi gran misión es dar a Jesucristo al pueblo. Debo darle haciendo que le conozcan, pero, sobre todo, debo darle como él se da a mí. La eucaristía es un depósito que se me confía. Si Dios me ha dado el poder inagotable de producirla, es par que mi generosidad al darla tampoco se agote. 23

Tengo que hablar al oído del cuerpo, pero es la Eucaristía la que entra en el alma para hacerse oír. Muchas veces he deseado ser el puente por el que Jesucristo entraría en las almas. Pues aquí tengo el medio de convertirme en el puente sensible y material que lleva a Jesucristo a los corazones. ¡Cuánta intimidad debería existir entre el sacerdote y la Eucaristía! Es preciso que yo la alcance... Por otra parte, ¿cómo no tener confianza cuando vemos que Dios baja a este profundo valle cada día, cada hora? ¿Cómo temer que no escuche mi oración, si vivo con él, si le toco, si le doy a luz, si le como, si le bebo? Sí, él me escucha, él me lo concederá, él me sostendrá, hasta que llegue al lugar bendito en el que el amor no tiene ya que temer el ocaso.

7. ¿Cómo no recordar aquí el lugar fundador del Instituto: una eucaristía, en la que el P. Anizan une sus sufrimientos a la Pasión de Jesús? Retiro de marzo de 1914 en la cartuja de Pleterje.

MISERERE Y EUCARISTIA En espíritu, he vuelto a estar en medio de esas masas, he rezado y suplicado por ellas. Durante la misa conventual me he unido a Jesús en la cruz, he unido a su Pasión las cruces que llevo en este momento, y, junto a El, he pasado toda la misa gritando el miserere por esas pobres gentes, y ofreciéndome a ir a ellas, rezar, sufrir y trabajar por ellas. Creo que esta es la estrella de mi retiro...

8. Once años más tarde, Anizan hace la experiencia de un instante “de unión, de plenitud”. En la cartuja de Pleterje, sel P. Anizan e une por el pensamiento “a las almas perdidas” y a la Pasión de Jesús. En Lourdes, en medio de la muchedumbre que aclama al Santísimo Sacramento, en un momento de fulgor, se siente “poseído” por Cristo Resucitado, anticipo de la vida celeste. Retiro en Lourdes, en 1925.

ALGO COMO NUESTRA VIDA EN EL CIELO Allí, en el cielo, María forma una unidad con Jesús. ¡Qué plenitud para su corazón! Esa unión, esa plenitud, las he comprendido un poco durante la procesión del Santísimo Sacramento en Lourdes. Veía a esa gran muchedumbre alabar a Jesús en la Eucaristía. Desde lo alto del terraplén de la basílica de arriba, seguía la larga fila de la procesión, cantando a pleno pulmón las sagradas alabanzas. Los hombres sobre todo, repetían después de cada estrofa del salmo: lauda Jerusalem Dominum lauda Deum tuum Sion. Hossanah! Hossanah! Filio David. Jerusalén es siempre la Iglesia. Sion es el alma de los justos. Y la muchedumbre de los hijos de la Iglesia que la representaban y todas esas almas justas, unidas a las de los justos de la antigua Jerusalén, repetían las mismas exclamaciones de amor. Recordando el amor que Dios me ha demostrado siempre, mi vocación sacerdotal y religiosa (Non dixi servos sed amicos...), palabras que digo cada día para dar a luz al Mesías como María (Hoc est Corpus meum; Hic est sanguis meus), y baptizo, absolvo, etc...; en fin, todo lo unido que puedo estar en la tierra por la profesión religiosa, me parecía que mi unión con el divino Salvador era perfecta cuando apareció el modesto palio cubriendo al Mesías, el Señor del Mundo, el Creador rodeado de esa inmensa muchedumbre alabándole con cantos, sentí que era perfecta esa unidad entre El y yo, que Dios quiere que se realice en este mundo y en el otro. Me pareció que Dios, que el Jesús de la 24

Eucaristía, me poseía en El, con El, bajo el palio; que quería que El y yo no formásemos más que uno en este modesto triunfo del amor, como después en el gran triunfo eterno del Cielo. Me parecía compartir con El los sentimientos de amor que esos cantos le inspiraban. Todo ello era tan modesto en su grandeza, y, sin embargo, es lo que El ha querido al crearnos. Es el sueño de su corazón aquí abajo, esperando el Cielo. Sentí entonces algo de esa plenitud de la que habla la bienaventurada Angela de Foligno, y que será nuestra vida en el Cielo.

9. En términos sobrios, pero suficientemente explícitos, el “Comentarios de las Constituciones” (1925), lleva la marca de esta dimensión eucarística inherente a toda vida apostólica.

COMENTARIO DE LAS CONSTITUCIONES N° 132 La Misa es el acto humano más santo y más elevado. No es necesario insistir en su grandeza. Es bueno leer de vez en cuando algún libro sobre la Misa, pues uno se acostumbra. Es el peligro del hombre, que se acostumbra... La Misa es el corazón de la vida del sacerdote. Fuente de gracias para su santificación, para la fecundidad de su apostolado, para la conversión de los pecadores.

Para profundizar 1. ¿De qué manera lo que vivimos y creemos como “Hijos”, es ya presentimiento y experiencia real de la “vida eterna” en la eucaristía? 2. Cuando celebramos la eucaristía con nuestro pueblo, ¿qué gracias recibimos, que nos revelan que es “la fuente y la cumbre” de nuestra vida religiosa apostólica? Cuando la celebramos en el equipo, ¿de qué manera fundamenta y alimenta nuestra vida comunitaria y misionera? 4. El P. Anizan nos invita a centrar nuestra vida de apóstoles del pueblo en el misterio eucarístico. ¿Sentimos una llamada a estar más atentos: - al culto eucarístico (misa cotidiana, adoración eucarística, profundización teológica...) - a la dimensión eucarística de nuestro ministerio (vida que se arriesga y se entrega siguiendo a Jesús)?

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Tema 4

LA CARIDAD

“Si no tengo caridad, no soy nada”, dice San Pablo. “Dios es Caridad”, dice San Juan. El discípulo de Jesús sabe que todo ser humano, amado por Dios, puede conocer y amar a Dios. Eso es lo que les confiere su dignidad humana, empezando por aquellos que no cuentan ante la sociedad. Para el P. Anizan, que vive su misión en el pueblo de los pobres y los trabajadores, no hay duda: “Si el mundo se salva, será por la caridad”.

1. Desde los primeros años de su vida sacerdotal, el joven sacerdote diocesano J. Emilio Anizan, nos invita a que ensanchemos el corazón. El amor incondicional que Dios nos tiene nos exige una atención particular, afectiva y efectiva, a los y las que están junto a nosotros. Nos repite el precepto evangélico: “Amemos tanto a nuestros amigos como a nuestros enemigos”. Hemos de tender a este “amor universal”. “Es un precepto, y no solo un consejo”. He aquí uno extracto de una meditación sacada de un cuaderno personal terminado en 1880.

AMAR... CON UN AMOR UNIVERSAL Nuestro Señor, respondiendo a las preguntas de los que le rodeaban, les hizo comprender que el primer mandamiento es el amor al prójimo. Y les dijo: el segundo es semejante al primero, y el tercero también. Para él la síntesis de toda religión es el amor al prójimo. Fijémonos bien en sus palabras: “Es el primer mandamiento”, y no el primer consejo. Quiere decir que amando al prójimo cumplimos un deber y no un suplemento. El Señor nos ofrece un ejemplo del amor al prójimo en la entrañable parábola del samaritano. Toda su vida es una confirmación de esas palabras. Desde las bodas de Cana hasta la conversión del buen ladrón, todos los milagros de Jesús están inspirados en la caridad hacia el prójimo. ¿Qué decir de su vida y de su pasión?... Adoración al Dios del amor cuya muerte fue la obra maestra de la Caridad. La caridad es un precepto, y no solo un consejo. De manera que estamos obligados, so pena de pecar, a amar al prójimo, y al amarle no hacemos sino cumplir nuestro deber. Pero, al hablar del “amor al prójimo”, Nuestro Señor no ha dicho: el prójimo que me trata bien, el que me gusta. No, ha dicho simplemente el prójimo, es decir, tanto el que nos gusta como el que no, tanto el que me causa mal como el que me hace bien. Nuestro Señor no solo amó a la Santísima Virgen, a San Juan y a los que le fueron fieles. ¡No! Y en la cruz, antes de entregar el último aliento, su última oración fue por sus verdugos: “Señor, perdónales porque no saben lo que hacen”. Bendigamos esta caridad universal de Jesús, pues si no amara incluso a los que le ofenden, dónde estaríamos nosotros mismos? A ejemplo de Jesús, ensanchemos nuestro corazón. Ante todo, amemos a Dios, por encima de todo, y no amemos a nadie fuera de él, pero, a través de él, amemos a nuestro prójimo. Amemos a nuestros enemigos igual que a nuestros amigos. Amemos tanto a los que no nos lo devuelven como a los que nos complacen. Para llegar hasta ahí, consideremos a nuestros hermanos no por ellos mismos sino con relación a Dios, del que son igualmente sus hijos. Tengo que hacer grandes esfuerzos en mí para alcanzar esta caridad universal de la que Dios ha hecho un precepto. Buscaré la más mínima ocasión de rendir un servicio a todos, pero sobre todo a los que menos me gustan. Rogaré por sus almas igual que por las almas de que los que amo más.

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Ayudadme, Sagrado Corazón de Jesús, Vos que ardéis de amor por todos. Socorredme Virgen María, madre de todos los hombres.

2. El Corazón de Jesús es la fuente de donde sacamos el Amor que nos permite amar, vivir, actuar... “¡Como si nuestro corazón ardiera con ese fuego divino!” Extractos de ese mismo cuaderno terminado en 1880.

VENTAJAS DE LA CARIDAD ¡Cuántos sacrificios le ha inspirado la caridad! Todas las acciones de Jesús, todos sus momentos, están inspirados por esta virtud divina. Se puede resumir la vida y la muerte del Dios Hombre con una palabra: “Caritas”, es decir, “Amor”. Sí, Nuestro Señor Jesucristo es el Amor encarnado... El Amor le ha hecho nacer, el Amor le ha hecho verter lágrimas por nosotros en el momento de su nacimiento, el Amor le ha guiado durante los treinta años de su paso por la tierra, y solo Dios sabe todo lo que le ha inspirado. Finalmente, en medio de los atroces sufrimientos de la cruz, el Amor prevalecía aún entre sus sentimientos, haciéndole exclamar ese grito divino, expresión de un sentimiento hasta entonces desconocido para el genero humano: “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”. La caridad es el más poderoso medio para alejarnos del pecado, el que nos ayuda a avanzar en la virtud. Dios mío, quiero obtener vuestro Amor. Pero, ¿dónde voy a encontrarlo si no es en su misma fuente, en vuestro Corazón? En él iré a poner mi corazón y a suspirar por el amor. Al Corazón de Jesús pediré sin cesar que me comunique el fuego en el que arde. Para alcanzar el amor, hay que amar. Parece un círculo vicioso. Y, sien embargo, es la verdad. Para llegar al amor, hay que desear el amor, hay que actuar como si nuestro corazón ardiera con ese fuego divino. Jaculatorias, oraciones, comuniones, ofrecimiento de todas nuestras penas, de todas nuestras acciones, confianza. Son los medios que quiero emplear.

3. El P. Anizan escribe a un joven seminarista, Alexandre Josse, invitándole a ser un “mendigo de amor”. La fe nos invita a “mendigar” y a buscar lo esencial en la vida: amar y esperar a la manera de Dios mismo.

Tournai, 17 de septiembre de 1902 Querido Alexandre, Se queja usted de no amar. De hecho, al lado del sol de Dios, nuestros pobres corazones no son más que miserables farolillos. Esta mañana leía en el Evangelio el texto del padre del poseso al que Nuestro Señor dice: ¡Todo es posible para el que cree!. El pobre hombre quería tener esa fe. ¡Creo!, respondió, y con una conmovedora contradicción añadía : Adjuva incredulitatem meam. Y fue escuchado. Alexandre, diga a Dios a menudo: Yo os amo, pero ayudadme a superar mi frialdad Cuanto más aprendemos, más nos damos cuenta de que no sabemos nada; cuanto más amamos más constatamos que no amamos. Era una de las quejas del P. Bellanger, tengo una piedra en lugar de corazón, no amo, no amo a Dios, no amo a la Santísima Virgen. ¡Y eso lo decía él! Tiene usted razón, querido hijo, no amamos. Mendiguemos un poco de amor a la Santísima Virgen, a S. Juan, al cielo entero, a Dios. Pongámonos ante El como los mendigos en los puentes de París, de rodillas y tendiendo la gorra a los transeúntes. Lo que nosotros mendigamos es el amor.

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Me alegra enormemente que saboree a Santa Teresa, eso prueba que la cáscara se ha roto y que ha llegado usted a la almendra. Mastíquela bien, sacará más amor. Sí, trabaje para llenarse de caridad hacia sus hermanos…

4. Unos meses antes de ser elegido superior general de los HH de San Vicente de Paúl, Aanizan escribe este artículo en la revista “La Unión”: “El papel de la caridad en el apostolado” (abril de 1907). Se dirige principalmente a lectores deseosos de introducir el mensaje evangélico en la población obrera, y les recuerda que la evangelización supone ante todo amar verdaderamente al pueblo. “El mundo pertenecerá al que más le amará... Ahí está el germen de la resurrección del pueblo”.

SI LA CARIDAD NO LO SAZONA TODO

¿Conocen ustedes algo más hermoso, más profundamente verdadero, más luminoso, y más inmediatamente práctico para los apóstoles de hoy, y por consiguiente para los que se dedican a las obras populares, que el espléndido texto de la primera carta de San Pablo a los Corintios sobre la caridad? El papel de la reina de las virtudes en el apostolado es resaltado breve pero maravillosamente, y sus característica enumeradas de manera penetrante. ¡Gran motivo de meditaciones a la vez sublimes y prácticas, y qué hermoso programa de vida apostólica! Bastaría que un hombre de obras se impregnara de ello profundamente para que viera crecer los frutos de su apostolado hasta multiplicarse por cien. Estamos hablando, por supuesto, de la caridad, no en el sentido estrecho de socorrer los cuerpos, sino en su sentido elevado, evangélico, en el que se sitúa San Pablo. El apostolado se ejerce por la palabra, por la influencia de las convicciones y por el ejemplo, por la entrega y el sacrificio de uno mismo, y, en ciertas circunstancias, por especiales favores divinos. Pues bien, escuchemos al apóstol inspirado, haciéndose eco del Evangelio de forma tan viva y luminosa. No es largo, ¡pero, qué fuerza! “Aunque hablara todas las lenguas terrestres y celestes, aunque tuviera une elocuencia angelical, si me falta la caridad, no seré más que un címbalo que resuena. Aunque tuviera toda la luz de la revelación divina y de la ciencia humana, e incluso una fe capaz de transportar montañas, sin la caridad nada soy, nada puedo. Aún más, aunque sacrificara mis bienes y mi vida para socorrer a los pobres, si no tengo caridad, de nada serviría” Así pues, la elocuencia, la ciencia, la fe, la entrega, los dones celestiales mismos, desde el punto de vista apostólico son cero, si no están precedidos por la unidad de la caridad que les da su valor. Pueden hacer bellas instrucciones, sabias conferencias, pueden poner en ello toda la convicción de su fe, pueden matarse trabajando en las obras, sin duda les admirarán, pero ¿con qué provecho? Si la caridad no lo sazona todo, San Pablo ya nos dice lo que ocurre. Eso era cierto en tiempos del gran apóstol, y lo ha sido a lo largo de los siglos, pues la naturaleza humana no ha cambiado, y la experiencia de los santos lo muestra, pero parece que es especialmente aplicable a nuestra época...

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Los sacerdotes católicos que sientan el deseo y tengan la voluntad de ir al pueblo... que no crean que podrán atraerle ni servir de puente para que Dios penetre en él, si no tiene esta verdadera caridad que es la médula del Evangelio... “Si la sociedad se salva, ha dicho alguien, lo será por la caridad”. Y también se dice: “El mundo pertenecerá al que más le amará” De hecho, el mundo ha sido salvado por el amor, y para los que pregunten aún qué tienen que hacer en el ambiente en el que están, sea cual sea, la respuesta primera y más completa es la de San Agustín: “Amen y hagan lo que quieran”. “Ahí está el germen de la resurrección del pueblo.

5. En la bella carta circular llamada “Caridad hacia los pobres”, dirigida a los HH de San Vicente de Paúl en 1909, el P. Anizan revela la fuente evangélica y mística que le anima: “el amor llevado hasta la locura divina”. He aquí unos extractos.

PEDIR A DIOS LA VERDADERA CARIDAD Lo esencial de nuestra vocación es la práctica de la caridad hacia los pobres. Parece que Dios ha querido poner de relieve esta verdad desde el inicio de nuestra fundación. Nuestra caridad hacia las almas a las que Dios nos envía debe ante todo ser sincera, deber ser de corazón. Una caridad puramente exterior no vale ni a los ojos de Dios ni a los ojos de los hombres. San Agustín dice: “Si tienden la mano sin que la piedad esté en su corazón, no han hecho nada; al contrario, si la piedad está en sus corazones, entonces, aunque no tengan nada que ofrecer, Dios tiene en cuenta su limosna”. Y si no engañamos a Dios con la apariencia de una falsa caridad, tampoco engañamos a los hombres, especialmente a los pobres. Parece que Dios les da un instinto particularmente claro. Sienten dónde está la verdadera caridad, por eso, muchos no sienten sino odio hacia los que les tienden la mano. Porque el corazón no acompaña, lo cual se nota en la expresión del rostro, en el tono de la voz, en los gestos, en la actitud del cuerpo, en la mirada, y, a veces, incluso en la elocuencia de un silencio. “Si no me hubiera retenido, decía un día un pobre, le habría arrojado su limosna a la cara”. Había visto que la caridad que le socorría no era sincera. Es Dios quien hará que su caridad sea sincera, él es la fuente donde han de sacarla. Existen, sin duda, naturalezas felizmente dotadas desde el punto de vista del corazón, pero la sinceridad de la que hablo es más profunda aún, tiene sus raíces en esa fe que, según nuestro fundador, ve en el pobre la imagen del Salvador entre nosotros. Es algo que se saca de la contemplación, de la oración, y el amor de Dios añade a las cualidades naturales del corazón una virtud incomparable. Dios quiere adoradores en verdad, y para los pobres, que son sus representantes, quiere amigos en verdad. Lo que inspirará una caridad sincera será sobre todo la bondad, la benevolencia: “Benigna est”, la caridad es buena. La bondad es la más bella flor de la caridad. “Benigna est”. Se manifiesta en la benevolencia de la mirada y del rostro, en la dulzura de las palabras, en la paciencia para escuchar, en la disposición para compartir y aliviar, en el calor del corazón. Cuando uno sufre, es reconfortante poder desahogarse en un corazón bueno. Antes de que el otro hable, su actitud y su exterior afable ya es una consolación. Al igual que una actitud dura y fría cierra el corazón del pobre, una actitud acogedora y benevolente le da calor y le abre. “¿Qué importa que amen, dice San Crisóstomo, si lo hacen fríamente?”, y pide calor y fuego. En otro lugar, el mismo doctor insiste: “El apóstol quiere que al socorrer a nuestro hermano, lo hagamos 29

uniéndonos a él con el corazón, que el don vaya acompañado por un sentimiento de compasión, de piedad generosa, de verdadera simpatía, que no sea frío y sin emoción”. ¿Poseen esta flor de la caridad aquellos que los pobres, los niños y los afligidos encuentran siempre ocupados, los que nunca tienen tiempo de escuchar o lo hacen de manera distraída, los que desconfían de todo aquel que está en la necesidad, los que con sus duras maneras hacen pagar caro lo poco que dan, los que no tienen hacia los pobres y los pequeños mas que acritud y dureza, los que no dan con el corazón? ¡Cuántas cosas tristes e indignantes podríamos revelar a este respecto! Algunos echan la culpa a su naturaleza: “¡Qué quiere usted, yo soy así, es mi carácter!” Pero, no se puede ser así, sobre todo cuando se tiene la vocación de apóstol de la caridad, uno tiene que corregir un carácter tan deplorable, debe pedir a Dios la verdadera caridad, y ejercitarse en ella, pues está lejos de poseerla. Nada hace tanto daño al alma del pobre, ni le hace tan escéptico sobre la sinceridad de los predicadores del Evangelio, nada le aleja tanto de la Iglesia, como esta contradicción tan indignante entre los hechos y las palabras de los que la representan. Sean bondadosos, no con esa bondad vulgar, que procede de una naturaleza agraciada, sino con esa bondad profunda que exige esfuerzos y constituye una virtud... Finalmente, entre nosotros, la caridad hacia los pobres debe ser sin medida. Y es una vez más el doctor ya citado quien da la regla: “La medida de la caridad es no tener ninguna” ¿Acaso el divino Maestro no ha predicado el exceso de la caridad con el ejemplo y con la palabra? ¿Cómo explicar si no su Encarnación, sus humillaciones, sus sudores, su paciencia, su Eucaristía, su pasión y su muerte? ¿Cómo explicar, sobre todo, esta súplica suprema por sus verdugos: “Perdónales, pues no saben lo que hacen”. No hay más que una palabra que nos pueda dar la clave: es el amor llevado hasta la locura divina.

6. “Hemos de amar a Dios y estamos llamados a hacer que le amen”... “Los grandes amantes de Dios son los que logran las verdaderas conversiones” Nuestra familia religiosa es “como un pequeño rebaño, especialmente consagrado a Dios y a los pobres”, en el cual el amor a Dios y el amor al hermano deben ir a la par. Extracto del opúsculo: “Amor a Dios y Amor al Prójimo” (1921 o 1923)

EL AMOR A DIOS ES EL NERVIO DEL APOSTOLADO Hemos de amar a Dios porque estamos llamados a hacer que le amen. Nadie da lo que no tiene. Para comunicar a los demás el amor a Dios, hemos de tenerlo nosotros mismos. La experiencia enseña que los que logran las grandes conversiones, los grandes santificadores de corazones, han sido los grandes santos, los grandes amantes de Dios. Dicen que el dinero es el nervio de la guerra, en cualquier caso, el amor a Dios es el nervio del celo y del apostolado. San Agustín ha dicho: “Ama y haz lo que quieras”. Si alguien me preguntara el medio más poderoso para convertir los corazones, le diría: “Ama a Dios de verdad”. En efecto, el amor a Dios les inspirará, les dará palabras que removerán los corazones, además de que les llenará de bendiciones divinas, fuente de fecundidad... ¿Con quienes debemos practicar la Caridad? A) Con nuestros hermanos. 1. Somos objeto del amor predilecto de nuestro Dios. Es Dios quien, desde la eternidad, decidió crear nuestra familia religiosa, como un pequeño rebaño que le estuviera especialmente consagrado, y cuya misión especial sería trabajar por su glorificación. Es él quien me ha escogido, quien les ha escogido a 30

todos y a cada uno personalmente, para formar este pequeño rebaño. Verdaderamente, somos el objeto de un amor predilecto. 2. Desde la eternidad, ha querido que estemos unidos en este mundo y en el otro, como los apóstoles estaban unidos entre ellos por el lazo de la caridad. ¿Acaso no tenemos, por la gracia de Dios, los mismos votos, las mismas aspiraciones, las mismas atracciones, las mismas aptitudes, la misma Regla, la misma finalidad apostólica? ¿Cómo concebir la realidad de esos lazos sin la caridad? 3. ¿En qué medida hemos de amarnos? a) Debemos amar al prójimo, con más razón a nuestros hermanos, “como a nosotros mismos”. b) Jesús nos dice: “Ámense los unos a los otros, como yo les he amado”, con mi amor humano, hasta el máximo de la caridad. Y Jesús ha muerto por nosotros. La verdadera caridad exige sacrificio. c) Otra regla más perfecta y otro modelo: Imitemos no solo el amor del Hombre Dios por nosotros, sino el del Padre por el Hijo, y el del Hijo por el Padre. “Que estén unidos en un mismo amor, como el Padre y yo estamos unidos en el amor” (San Juan XVII, 21). Esa unión no puede ser para nosotros una unión de la naturaleza, como en el seno de la Trinidad, pero ¡qué ideal nos presenta esta semejanza! d) Todos los bienes y todas las aspiraciones de una Persona de la Santísima Trinidad pertenecen a las tres. De la misma manera, nosotros, unidos por la caridad, hemos de colaborar en una misma obra. e) Dios se une a nuestros hermanos por la comunicación de todo bien natural y sobrenatural, y así prepara su felicidad eterna. Mi amor por mis hermanos debe ser una participación en el amor increado que Dios les tiene desde la eternidad... 7. En el Comentario de las Constituciones (1925), en los nos 6 y 7, el P. Anizan desarrolla con gran sentido teologal su concepción de un Instituto que tiene como doble misión “evangelizar al pueblo” Y “extender la caridad”. La Fuente es Jesucristo: “Nuestro Señor, que es el primer Hijo de la Caridad, ha venido a revelar al mundo el amor de Dios”

N° 6 HIJO DE LA CARIDAD QUIERE DECIR...

Hijos de la Caridad no quiere decir Hijos de la virtud del mismo nombre, eso no tendría sentido. Quiere decir Hijos de Dios considerado como Caridad. No somos nosotros quienes hemos dado a Dios el nombre de Caridad, es un autor inspirado, es San Juan quien ha dicho: “Deus Caritas est”. El primer Hijo de la Caridad es el Verbo, el Hijo eterno de Dios. Nosotros somos los Hijos de la Caridad increada. Desde la eternidad, Dios-Caridad ha engendrado a su Hijo, que solo puede ser Caridad. Y su Caridad mutua, que procede de los dos, es tan interna y tan fecunda, que se convierte en una persona divina. Decimos: el Espíritu Santo es el amor mutuo del Padre y del Hijo. Podríamos decir igualmente: la Caridad mutua. Por eso, al hablar del Espíritu Santo, decimos: “Fons vivus ignis, caritas, et spiritalis unctio”. El Espíritu de Dios es Caridad. En Dios, la Caridad no es siquiera una perfección, es decir, una faceta, por así decir, de Dios, como el Poder, la Bondad, la Inmensidad, la Eternidad, la Justicia, la Sabiduría de Dios. Evidentemente, en Dios todo es substancial, pero la Caridad es más que todo, es la sustancia misma de Dios: Deus caritas est. Podríamos habernos llamado los Hijos de la Providencia, de la Sabiduría, de la Justicia o del Poder de Dios... Somos los Hijos de la Caridad, verdaderamente los Hijos de la Trinidad entera. Nuestro Señor, que es el primer Hijo de la Caridad, vino a revelar al mundo la Caridad, el amor de Dios.

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Estamos llamados a dar a conocer a los pobres, a los necesitados, la Caridad de Dios, el amor de Dios, por nuestra vida, nuestro ejemplo y nuestra predicación. Es un nombre que conviene por las circunstancias del momento de nuestro nacimiento... El Sagrado Corazón vino para iluminar los corazones y darles a conocer el amor, la caridad de Dios. Es nuestro patrón. Su fiesta es nuestra fiesta patronal. ¡Si el mundo se salva, será por la Caridad!

N° 7 JESUS, FUENTE DE TODA CARIDAD Nuestro Señor no solo practicó la Caridad personalmente, sino que fue el propagador y la fuente. Lo fue mediante su ejemplo, sus enseñanzas, sus recomendaciones, sus promesas, sus oraciones y su fuerza. Su venida a la tierra fue el advenimiento de la Caridad a este mundo. Su ley fue la ley del Amor, de la Caridad... Fue una fuente tan fecunda y tan poderosa de Caridad, que hoy continúa inspirándola. También nosotros debemos aplicarnos a devenir, en la medida de nuestras posibilidades, apóstoles, propagadores de la Caridad, fuentes de Caridad. Debemos desear que reine la Caridad a nuestro alrededor y en el mundo, trabajar para que surja, propagarla. ¡Qué hermoso sería despertar la Caridad, implantarla en las almas! ¡Nuestro Señor desea tanto verla florecer entre sus hijos! Nuestro Instituto tiene por misión evangelizar al pueblo, pero también es misión suya extender la Caridad, devolverla allí donde ha desaparecido, desarrollarla donde existe. ¿Por qué no lanzar cada uno de nosotros en nuestros ambientes esta campaña de Caridad? ¡Cuántas almas se abrirían ante la perspectiva de practicar la Caridad! No saben, no piensan en ello, y lo harían con gozo, pero necesitan animadores y guías. Incluso en el pueblo, cuántos recursos admirables existen en este sentido. Pero, a menudo, no hay nadie que los saque a la luz, que les dé una ocasión para manifestarse y desarrollarse. Esa debería ser una de nuestras preocupaciones. Todas las Congregaciones tienen la misión de reproducir un rasgo, una virtud de Nuestro Señor... Debemos considerarla como nuestra esencia y nuestra razón de ser. Si no la tuviéramos, no seríamos más que una sal insípida. ¿Se imaginan un franciscano sin pobreza, un jesuita sin obediencia, una carmelita sin oración, una clarisa sin penitencia, un cartujo sin recogimiento, un benedictino sin virtud de religión? Sería monstruoso. De la misma manera, si los Hijos de la Caridad no vivimos esta virtud, no seríamos más que una luz tenue o apagada, que, por lo tanto, no cumpliría su objetivo, y que solo valdría para ser arrojada a la basura... Evidentemente, solo se puede llegar ahí con grandes esfuerzos, tras mucho tiempo y con la poderosa gracia de Dios. Pero, no nos desanimemos, multipliquemos los esfuerzos, y que sea esa la gran tarea de nuestra vida...

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8. La verdadera “apertura de espíritu”, inspirada por una auténtica caridad fraterna, supone que el religioso Hijo de la Caridad acepte, e incluso se alegre, de que sus hermanos tengan “aspiraciones, tendencias, ideas diferentes a las suyas”. Es el gran secreto de una verdadera vida comunitaria. Extractos de la carta circular: “Lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que nosotros debemos hacer por El” (1925)

LA CARIDAD HACIA NUESTROS HERMANOS Y HACIA NUESTRAS OVEJAS Nuestras Constituciones dicen que la caridad es nuestra virtud característica, como la pobreza era la de S. Francisco de Asís, la obediencia la de S. Ignacio y la penitencia la de S. Pedro de Alcántara. Y añaden que hemos de tender a su perfección, con todo el deseo de nuestra alma y con toda la fuerza de nuestra voluntad. ¿Es esto así en todos? ¿Sabemos soportar los mil pequeños inconvenientes de la vida en común? ¿Aceptamos que los otros tengan aspiraciones, tendencias, ideas, concepciones diferentes de las nuestras? ¿Sabemos mirar las cosas desde su punto de vista? Esa es la verdadera apertura de espíritu. Dios no ha cortado todas las naturalezas por el mismo patrón, sino que quiere que tengamos la suficiente capacidad de mortificación como para adaptarnos a la de los otros. La caridad hacia nuestros hermanos, así como hacia nuestras ovejas, y sobre todo hacia los obreros y los pobres, debe ser nuestra característica. ¿Los superiores velan por ello en sus comunidades? ¿y cada uno de nosotros, velamos por nosotros mismos?

9. En su segundo y último Testamento Espiritual, fechado en 1927, el P. Anizan recuerda cómo la caridad debe ser la característica principal de nuestras comunidades. Hasta llega a afirmar que “sin la práctica de la verdadera caridad, nuestra familia perdería su razón de ser”.

UN FERMENTO DE CARIDAD EVANGELICA Os recomiendo a todos los hijos que me habéis dado en nuestra querida familia religiosa de los Hijos de la Caridad, y que tanto he amado siempre. Impregnadles de amor a vos y a los pobres; santificadles; que permanezcan siempre fieles al espíritu religioso, y sobre todo al espíritu de caridad mutua, tan importante para vos; que pongan por encima de todo la práctica de la verdadera caridad. Sin ella, nuestra familia no tiene razón de ser, y si no puede ser en la Iglesia levadura de caridad evangélica, más vale que desaparezca; al menos no podría pretender tener un papel, necesario, pero que no cumpliría. Para profundizar 1. La palabra “caridad” abarca dos realidades: la caridad como virtud y la Caridad como el Ser mismo de Dios... - ¿En nuestras revisiones de vida, en nuestros encuentros comunitarios, compartimos sobre los dos aspectos de la palabra “caridad”? - ¿Qué decimos tanto de nuestras limitaciones personales, de nuestro pecado, de nuestros combates..., como de las riquezas, de las gracias y de las llamadas recibidas? 2. ¿Qué textos del Nuevo Testamento nos ayudan más a descubrir el conjunto de aspectos que encierra la palabra “caridad” en la vida d un Hijo? - Caridad hacia el pueblo. - Caridad con nuestros hermanos. - Amor de Caridad hacia Dios. - Caridad consigo mismo. 33

ORACIONES Y TEXTOS ARDIENTES

Tomad mi alma en vuestras manos ¡Pronto cumpliré tres años de ministerio!... ¿Cómo es posible que con deseos tan constantes, tan ardientes, de la Santidad del amor de Dios, con los que Jesús ha querido dotarme, cómo con tantos medios de santificación (misas, sacramentos, gracias de todas clases), aún soy tan humano, tan poco enérgico? ¡Oh! Ya veo, Dios quiere que me humille, que reconozca mi nulidad, mi total impotencia. Dios mío, ahora tengo la experiencia, tomad mi alma en vuestras manos y hacedme desear todo lo que vos queráis. Lo reconozco, nada soy y nada puedo; hago lo que no quiero, y lo que quiero no lo hago. Casi de la mañana a la tarde cedo a mi capricho, y es lo que quita nervio a mi vida. Sois vos quien me habéis escogido, adorable Maestro, llevo mis recuerdos en el corazón. Sois vos quien me ha situado donde estoy para que dé frutos. Solo los daré a condición de permanecer lo más unido posible a vos, permaneciendo en vos y vos en mí. Es el más íntimo deseo de mi corazón. Gracias a vos, una vez más gracias a vos, ese deseo se realizará. En la oración prolongada y cotidiana uniré mi espíritu y mi corazón a Jesucristo, para pensar, querer, amar, lo que él ha pensado, querido y amado. Cada mañana, en santa comunión, uniré mi cuerpo, mi alma, mi corazón, a su Cuerpo, a su Alma y a su Divinidad. En la visita asidua al Santísimo Sacramento, le confiaré todo lo que me interesa y me daré a él. El inspirará mi ministerio. Extraeré de su Corazón lo que he de decir a las almas, a los niños, a los enfermos, a los pobres, a los afligidos. Jesús será la fuente de donde sacaré la fuerza, la unción, la caridad, la santidad. Más que nunca, Jesús lo será todo para mí, de él sacaré toda la inspiración para mi ministerio. Quiero, más que nunca, ser seriamente sacerdote, en toda la extensión de la palabra. Por consiguiente, como Jesucristo, víctima como él, sacrificándome yo mismo, como él, aceptando todas las pruebas que se presenten en mi camino, adelantándome al sufrimiento, haciendo más que nunca caso omiso de mi bienestar, preparándome seriamente, constantemente, como y con Jesucristo, sacrificando cada instante de mi vida, hasta sacrificarla un día libremente y con alegría cuando la muerte se acerque... ¡Oh! Jesús, es con vos con quien quiero trabajar y prepararme a ser el Jesucristo del pobre, del obrero, de los abandonados que me esperan. ¡Adelante!... Dios mío, dadme el mismo Espíritu de fuerza, para que mi marcha hacia vos sea inquebrantable, inasequible al desaliento. ¿Es orgullo pedir esa gracia? No, Dios mío, pues me reconozco como el más cobarde, el más débil de los hombres. ¡Pido ese milagro a vuestro amor, Dios mío! Y porque Jesús ha dicho: “Todo lo que pidan a mi Padre en mi nombre, él se lo concederá”. Espero y confío. Retiro pastoral, 20-25 de septiembre de 1880

Desearía ser Dios para trataros como lo haría Dios ¡Jesús mío, yo sé lo que es desear el amor de quien amamos, vos queréis desear infinitamente el mío! ¡Cómo me gustaría poder desear infinitamente dároslo! Finalmente, qué le vamos a hacer, os doy

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pobremente mi pobre amor. Soy enteramente pobre, pero, al menos, el óbolo de la viuda me consuela, pues os doy toda mi pobreza, y mi oración es que me hagáis rico para que pueda daros mucho. En cualquier caso, permitid que os lo dé todo, hasta mi vida. Vos sois testigo de que deseo sacrificaros todo, vivir y morir por vos, ¡que no sea solo un sentimiento inconsistente, sino una voluntad real, profunda, inquebrantable! ¡Pobre impotente! Busco la manera de satisfaceros, de probaros que quiero amaros. Señor, vos que me dais estos sentimientos, los conocéis mejor que yo. Me humillo en mi nulidad, y me extraño de que me concedáis tanta importancia, pero me estremezco de gozo. Actuáis conmigo como si yo fuera vuestro Dios. ¡Oh! mi Salvador, sí, desearía ser Dios, pero solo para trataros como lo haría un Dios, para hacer por vos lo que vos hacéis por mí. En ese caso, sí, yo haría la Encarnación por vos, inventaría la Eucaristía para vos, me gustaría abajarme como vos lo habéis hecho, en una palabra, haría de vos mi Dios, como vos habéis hecho de mí el vuestro. ¡Vos me comprendéis! ¿No es cierto? ¡Y, a pesar de mi nulidad, creo comprenderos un poco, Jesús! Retiro pastoral de 1882

En el Corazón de Jesús Mañana es la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Creo que en mi vida ha habido algunos momentos en que mi devoción por el divino y adorable Corazón de Jesús ha sido mayor, al menos una devoción más intensa. Más que nunca hoy tengo razones para reavivar esta gran devoción, que tan bien responde a mis necesidades actuales, a mi vocación, y también a las gracias recibidas. Como religioso, estoy aquí por amor a Dios, he querido entregarme a él por entero, vivir solo de amor entregado. Corazón de Jesús, vos sois mi modelo, qué otro fondo, qué otra preocupación os habitaba sino la de amar, la de entregaros por Dios, por Su causa, a las almas. ¡Oh! Fuente del espíritu de pobreza, de castidad y de obediencia, vos sois mi modelo, y para reavivar, revitalizar y mantener los sentimientos que deseo, a vos debo dirigirme, es permaneciendo en vos como llegaré a la perfección de mi vocación... Noviciado de Vaugirard, 16 de junio de 1886

Enviad apóstoles a vuestro pueblo (1) Dios mío, enviad apóstoles a vuestro pueblo. Dios mío, divino Maestro y Amigo, enviad apóstoles al pueblo. ¡Pobre pueblo! Halagadores que le desprecian y se sirven de él como trampolín, esos, se encuentran, pero, amigos que acepten sacrificarse por él, ser su esclavo, vivir y morir por él, esos, ¿dónde están? Dios mío, vos que habéis muerto por el pobre y el trabajador, como por los potentados, ¡debéis desear salvar a nuestro querido y bienamado pueblo! Sí, lo deseáis, y la prueba es el amor y el deseo que habéis puesto en mi corazón. ¡Señor, enviadle no uno ni diez, sino una legión!

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Yo me ofrezco a vos, Dios mío; vos me habéis enviado, heme aquí, ayudadme, multiplicad las fuerzas de mi cuerpo, para que pueda trabajar y sacrificarme por él durante mucho tiempo. ¡Enviad otros obreros, mejores, más fuertes, más santos que yo! Retiro de Chaville, comienzo del noviciado, agosto-septiembre de 1886

Señor, perfeccionad este amor Dios mío, ayudadme a haced de todo lo que me quede de vida una vida de amor por vos. Que solo os tenga en cuenta a vos, que no cuenten ni mi placer ni mis preferencias. Esta mañana leíamos que San Luís Gonzaga pasaba ante el sagrario cada vez que la obediencia se lo permitía. Porque vos erais su Todo. Me siento profundamente humillado cuando constato que, a menudo, dudo entre ciertos estudios que me complacen y una visita al Santísimo sacramento. Algunas veces, dejo para más tarde visitaros, como si el corazón no debiera ir inmediatamente a vos, al igual que el caucho recupera su posición nada más soltarlo. ¡Y pienso que os amo! ¡Amor imperfecto! ¡Señor, perfeccionad este amor, fortalecedle, hacedle más franco y mas entero! Noviciado de Vaugirard, 31 de enero de 1887

Orar e ir al pueblo Dios mío, mantened sin cesar ante mi vista mi impotencia, mi debilidad, mi nulidad, y concededme el don de la oración. Es la oración la que puede ayudarme a mejorar y sobre todo a realizar esfuerzos constantes. No rezo lo suficiente, y, sobretodo, no todo lo bien que debiera. En la práctica, no estoy lo bastante convencido de que el gusto del sentimiento importa bien poco, que para dar valor a la oración, la voluntad basta. ¿A menudo, cuando me siento frío y seco, abandono la oración y permanezco desocupado ante Dios? ¡Vamos! ¡Ánimo! ¡Adelante con la voluntad! Esta mañana, tras la misa, la misión de nuestra congregación me ha aparecido muy importante. Importante por su finalidad, por los medios a utilizar y por las virtudes que exige. Actualmente, el pueblo se ha alejado de Dios, los medios normales y generales del clero secular no bastan. Hay que ir al encuentro de las almas a costa de los sacrificios que sean, a través de todos los medios prácticos posibles para atraerlas a Dios. ¿Acaso no nos corresponde a nosotros, religiosos del pueblo, esa tarea? Ir a buscarle nosotros mismos, a través de sus hijos, a través de los miembros a los que tenemos acceso. No esperar simplemente en nuestros locales y en nuestras capillas, sino ir a buscarle allí donde se encuentra. Es difícil. Sí, pero esa dificultad es nuestra razón de ser. Noviciado de Vaugirard, 12 de julio de 1887

El abandono en Dios, la cumbre a alcanzar Al final de nuestro largo retiro, nos han dejado como último pensamiento el abandono amoroso. Nos lo han mostrado como la cumbre a alcanzar, como Nos lo han mostrado como la cumbre a alcanzar, 36

como la corona de la perfección. Hoy nos hablan también de este abandono. Interiormente, Dios me habla aún de ello. Es la luz que recibo de lo alto, el rayo que me viene del cielo, voy a caminar bajo esa luz. Hoy voy a abandonarme totalmente a la Voluntad Divina, manifestada a través de la voluntad de mis superiores, de las circunstancias. Haré con idéntico amor todo lo que se presente. Qué importa lo que Dios quiere, puesto que es a El a quien yo amo. Por desgracia, habitualmente doy demasiada importancia al objeto que falta. Se trata también de estar atento a la presencia de Dios, a su divina Providencia, que se ocupa de todo, hasta de los más pequeños detalles. ¡Ah! Si pensara que Dios ve todo lo que yo veo, que él está en todo... Fin del noviciado de Vaugirard, 1887

Enviad apóstoles a vuestro pueblo (2) ¡Dios mío, enviad apóstoles a vuestro pueblo! Esta oración la he llevado siempre conmigo, ¡atendedla, Señor! No a causa del que os la dirige ahora, sino de todos aquellos en cuyos labios la ponéis, estoy seguro de ello. ¡Ah! ¡Si hubiera verdaderos apóstoles, decía Teresa en su época! Hoy podríamos decir lo mismo. Apóstoles que no miren ni el cansancio, ni la calumnia, ni la muerte. Señor, pongo en vuestras manos mi débil persona. Me doy cuenta de que os sería más fácil crear un verdadero apóstol de una pieza nueva que de hacerlo conmigo, que por mi cobardía opongo tanta resistencia a vuestra acción. Sin embargo, podría ser una de vuestras sorpresas, vos que sois tan poderoso, hacer de esta imperfecta criatura un San Pablo. Os lo pido, no para tener el mérito de un San Pablo, sino por vuestra gloria. Para que se diga y se constate que vuestro brazo no es corto, para dar la oportunidad de que os alaben. Dios mío, escoged a otro, a otros, para gloria vuestra. Charonne, 30 de junio de 1891

Consagración a la Virgen Hoy, 15 de agosto de 1891, en la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María, mi Madre, me alegro de todo corazón de poder renovar el don que le he hecho de mi persona, de mi vida, de mis acciones, de mis méritos. Lo pongo todo en sus manos. Enfermo desde hace seis semanas, aprovecho sin tardar esta ocasión para ofrecerle, como a mi soberana, mi salud, mi futuro, mi vida. Ardo en deseos de trabajar por la salvación de los que son desgraciados, de los que están abandonados. Deseo fuertemente realizar los proyectos que me tengo en ese sentido. Pero, lo que más deseo, es que se haga la voluntad de Dios. Retomando todos mis deseos, mis aspiraciones, mis proyectos, incluso mis esperanzas, especialmente las que María conoce, le entrego todo, renuncio a todo y lo pongo entre sus manos. Le ruego que realice en mí la santa y adorable voluntad de Dios en todo, por todo, siempre. Sin embargo, sabiendo por la fe que la voluntad de Dios, y por tanto la de su Madre, es que llegue a ser un santo, ruego a la Santísima Virgen María que me conceda santificarme como Dios quiere. Con esto y por la gracia de Dios, quiero estar contento, contento por todo. Todo por Maria. En la vida y en la muerte. 15 de agosto de 1891 37

Vivir y morir bajo la dependencia de María El segundo gran medio que debo emplear es la devoción a la Santísima Virgen. Es una devoción que Dios me ha inspirado desde la infancia. La encuentro en mí tan lejos como mis recuerdos me lo permiten. Con la edad ha aumentado. Evidentemente, Dios quería verla realizada en mí. Por otra parte, me ha hecho tanto bien, que sería un ingrato y un falto de razón si no trabajara por desarrollarla. No hay una sola gracia en mi vida en la que no haya estado mezclada la Santísima Virgen. ¡Ha sido para mí una verdadera madre! En las preocupaciones de niño y de joven siempre fue mi sostén. A ella le pedí mil veces una buena Primera Comunión, buenas ordenaciones. La veía siempre en el lugar del obispo, tenía la impresión de que era ella la que me confería las Órdenes. Estoy seguro de que era ella la que concedía las gracias. Ella me ha dado el gusto por la castidad, ella es quien me ha preservado de más de un peligro. No ha habido una sola fiesta de la Virgen, un solo mes de María, sin recibir gracias de calidad, que eran como caricias. Le he consagrado todo, mi ministerio, mis esfuerzos, y desde hace varios años me he entregado a ella como esclavo, mediante la consagración especial de la que habla en Bienaventurado Grignon de Monfort. He renovado esta entrega en cada uno de mis votos. Hoy la vuelvo a renovar, y declaro querer ser el hijo de María, su servidor, su apóstol. Quiero que todas mis oraciones, que todos mis méritos, estén entre sus manos, quiero vivir y morir bajo la dependencia de la Santísima Virgen. Retiro en San Sulpicio (París), abril de 1895

Santifícame He presentado a Dios las oraciones de San Vicente de Paúl, de la Santísima Virgen, que lloraba en la Salette, de Jesús. “Todo lo que pidan a mi Padre en mi nombre, él se lo concederá”. He rezado en nombre de Jesús, ¿qué más puedo hacer? He preguntado a San Vicente si el cielo había endurecido su corazón. Sé muy bien que no. ¡Pues bien, entonces que su corazón se enternezca por las pobres familias de nuestro pueblo! Que ore, que obtenga de Dios algún nuevo santo, o, al menos, poderosos medios de salvación, y que no deje que se pierdan así las muchedumbres. Yo, que soy tan miserable, y que solo estoy en la tierra, gimo, lloro, sufro, me ofrezco enteramente. En el cielo hay más valor, más poder. ¡San Vicente de Paúl, Virgen María, Jesús, tomad en vuestras manos esta terrible situación del pueblo! Estos sentimientos me han embargado durante tres cuartos de hora, al final, he abierto el oficio de San Vicente de Paúl, para buscar una respuesta a esta pregunta: “¿Qué debo hacer?” He dado con las antífonas del tercer Nocturno... He tomado esas palabras como si fueran para mí. Escúchame, santifícame, purifica la morada del Señor, borra todas estas manchas, todas estas inmundicias. ¡Y luego, sal, ve por todas partes a evangelizar! Retiro de 1895

Una unión completa, cordial e indisoluble 38

En la situación en la que nos encontramos, nuestro primer deber es el abandono completo, absoluto, en Dios, un abandono que expulse toda inquietud, pero que no nos exime de actuar. Dios nos ha preservado, y quizás ha fortalecido en nosotros la voluntad de seguir siendo, entre sus manos, los hombres de los pobres, del pueblo. No hay duda de que esa es su divina voluntad. Que esta idea les fortalezca y les dé ánimo. Para ello, unámonos en El y ayudémonos a devenir santos y apóstoles totalmente entregados. Ya hemos renovado nuestros votos, ahí tienen una buena ocasión para volver a hacerlo juntos y estudiar un poco cómo realizarlos en la práctica. Nada de cosas extraordinarias o pretenciosas; sencillez, rectitud, generosidad verdadera; y no nos salgamos de lo que es posible y práctico. En cuanto a nuestros ejercicios, todo está indicado; lo esencial es perfeccionar su espíritu y su puesta en práctica. Vean también cómo llegar a la perfección de la caridad. Nuestra unión debe ser completa, cordial, indisoluble, por Dios y entre las manos de nuestra amada Madre la Virgen Santa. Nunca estaremos lo bastante unidos, pensando en la salvación de los pobres y del pueblo y en una santificación lo más perfecta posible. Dios nos ha liberado de toda traba familiar; démonos por entero a El y a todo lo que El quiera. Esta unión más íntima debemos guardarla para nosotros y entre nosotros bajo la mirada de Dios... Quisiera que estuviéramos dispuestos a todo, desde el momento en que Dios lo quiere o lo permite. En cuanto al tipo de ministerio, las ideas no nos faltan, y después de esta guerra harán falta iniciativas. Preparémonos a ello. Mi principal idea es que actualmente hay que unir al apostolado del sacerdote todos los recursos posibles en cuanto a personas y a obras. Lo cual exige mucha abnegación y amplitud de miras. Carta a los miembros del “Pequeño Grupo”, que lanzarán con el P. Anizan los Hijos de la Caridad 18 de octubre de 1915.

El deseo más ardiente de mi corazón Yo sé que vos me habéis concebido y creado. Como infinitamente sabio que sois, teníais vuestras miras con relación a esta débil criatura, miras admirables: vuestra gloria y mi dicha. El deseo más íntimo y más ardiente de mi corazón es que se cumplan en mí vuestros deseos, que alcancéis plenamente vuestro objetivo, y que vuestra misericordiosa voluntad se realice plenamente. Dios mío, vuestros deseos son mis deseos; vuestra voluntad es mi voluntad; ¡ojalá pudierais sentiros satisfecho y aplaudir vuestra obra! ¡Pero, por desgracia, no me faltan las debilidades!, y muchas veces habría podido decir con S. Pablo: Hago lo que no quiero, y lo que quiero no lo hago. Dios mío, vos que sois Todopoderoso, dignaos fortalecer mi voluntad y darme la fuerza para hacer siempre y en todo lo que vos queréis, y no hacer nunca lo que no queréis. Oración no fechada, del tiempo de la fundación (1918)

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